Capítulo 7
Observo que Steve abre la boca para hablar, pero no es de él que sale la voz que los tres escuchamos y lo tengo bien claro. No podría confundirme aquel sonido con el de nadie más en el mundo. Mi piel se eriza al instante y mi corazón parece no solo latir con más velocidad, sino también sacudirse en un extraño baile de alegría.
Sé que Owen Liv está a mi lado, mi cuerpo quema solo por su cercanía. Quiero voltearme hacia él, pero por un momento me siento incapaz de hacerlo. Estoy aturdida y emocionada a la vez. No sé de dónde salen tantas emociones, pero no puedo negar que ahí están, conmigo, haciéndome difícil respirar.
El rostro de Carla parece un meme de Internet: destila cólera e incredulidad a la vez. Steven, por otro lado, después de pasar el desconcierto, frunce el ceño, como si lo que ve no le gustara nada.
—Déjala en paz —continúa él. Habla con tranquilidad, como si razonara con una niña pequeña que se ha comportado mal. Es gracioso, porque Carla misma se encoje ahí mismo, frente a mi nariz, y por primera vez la veo intimidada y no intimidando—. Deberías sentirte avergonzada por tratar a alguien de ese modo. No me imagino cómo sería para ti que alguien te dijera todo lo que le dices a Emma.
Entonces sí volteo la vista para observarlo y me llevo una gran (y grata) sorpresa.
¡Oh, cielo santo! Owen se encuentra de pie a mi lado. Su short negro es la única prenda que lleva puesta y su pelo de noche brilla a la luz del sol... ¡Un Owen semidesnudo está aquí! ¡Un Owen semidesnudo está en el mismo club que yo, en el mismo lugar que yo, respira el mismo aire que yo!
Sus ojos, en lugar de mirar a Carla, están puestos en Steven, que tuerce el gesto para demostrar explícito disgusto. Ambos parecen observarse con desdén unos segundos, olvidando nuestro conflicto y preparando el suyo, una guerra que ni Carla ni yo parecemos entender.
Cuando Carla deja de estar con la boca abierta, pasa la mirada hacia mí, todavía con incredulidad. Claro, el chico nuevo que no le correspondió ahora supuestamente está conmigo y muestra su abdomen bien definido, para variar.
—¿Qué hace aquí y contigo el nuevo?
—¿Por qué no podría estar aquí y yo, con él? —pregunto, tratando de imitar la tranquilidad de Owen al hablar. Ni de cerca llego a sonar tan segura, pero, de alguna forma, me alegra cuando el rostro de Carla se ensombrece todavía más.
Obvio que ella no piensa dejarme de pie.
—Ven con nosotros, nuevo. Ella no es muy divertida —lo invita, mientras le enseña una de sus miradas coquetas y empasta un poco la voz—. Yo sí lo soy.
Por un momento temo que Owen finalmente decida marcharse con los demás, pero el corazón vuelve a brincarme cuando niega con la cabeza.
—No, gracias. No eres mi tipo, mucho menos con esa actitud hacia ella, Carla. —Su nombre en la boca de Owen suena ácido, y me sorprendo cuando llega a mí un sentimiento de placer—. Ve con Steven a divertirte y deja a Emma tranquila.
«¡Toma eso!»
La cara fanfarrona e inexpresiva de Carla cambia a dañada. Owen la ha rechazado otra vez, y encima por mí. Esto es guerra para ella, pero no se arriesga a decir nada: solo da media vuelta y se va como si esto jamás hubiese pasado. Steven, en cambio, se queda unos segundos más frente a nosotros.
—Ambos sabemos quién no es el bienvenido aquí. —Menciona el chico de ojos verdes con una voz que jamás le escuché. Es frío, casi de piedra. Steven pierde por completo su sonrisa antes de darse la vuelta y caminar lejos de nosotros dos, algo que me parece muy extraño. ¿Acaso hablaba de mí? ¿O de él? Si es así, ¿cómo se conocen ellos dos?
Una punzada llega a mi estómago. La pregunta principal es qué hace Owen aquí.
—Escuché que ella iba a hacer algo aquí y quería conocer el lugar por pura curiosidad —me explica cuando los dos quedamos solos, sin la necesidad de que le pregunte nada; tal vez precisa decirme que no es una especie de acosador, como me imagino en este momento—. De hecho, invitó a todo el curso, salvo a tus amigas y a ti... —menciona como si adivinara mis pensamientos, mientras una sonrisa aparece en su rostro; se aclara la garganta—. Así que, a pesar de que Buenos Aires es muy grande, y nuestro municipio también, te encuentro aquí. Es el destino, ¿no crees?
—Es la mala suerte. Deja de seguirme —le digo, aunque en realidad hablo en broma. Formulo una sonrisa para ayudar a descubrir que solo estoy bromeando, pero frunce el ceño.
No tarda en enviar sus dedos hacia la zona que Carla golpeó en mi mandíbula y su tacto es gentil sobre mí, incluso mucho más suave de lo que Steven fue.
Owen presiona sus labios, formando con ellos una línea recta. Intento alejar mis ojos de esa zona peligrosa, pero estos parecen querer escaparse a otros lugares mucho peores. Su cuerpo está húmedo, como si hubiera nadado momentos atrás, y no tardo en recordar al chico que se lanzó del último trampolín. Era él. Cómo no, la precisión de ese salto no podía ser de otra persona.
—Emma, ¿te sientes bien? El golpe...
—Sí, ya no me duele —le confieso y aparta su mano de mi rostro. Sin embargo, Owen no luce muy feliz, mucho menos cuando le lanza una mirada asesina al grupo de adolescentes que parece alejarse de nosotros dos.
—Vale, pero si llega a dolerte o algo, me avisas —puntualiza él, inspeccionándome otra vez con aquellos orbes de zafiro que tiene en sus ojos. Owen cruza sus brazos sobre su pecho y le da una última mirada al grupo de chicos; luego, se vuelve hacia mí con aire más animado—. Entonces, ya que estoy contigo, ¿qué podemos hacer?
—¿Entonces no seguirás tirándote del trampolín?
Owen hace aparecer el pequeño hoyuelo en su mejilla.
—Así que me observabas, ¿quién acosa a quién ahora? —bromea, sonriéndome, lo que provoca que unas mariposas intrépidas aparezcan en mi estómago.
¿Y esas desde cuándo están?
Tener a Owen mojado y casi desnudo frente de mí no me ayuda en lo más mínimo. Es como si uno de esos modelos de revista saliera de las páginas para sonreírte. O, mucho mejor, que un personaje literario pudiera escapar del libro donde está encapsulado solo para personificarse delante de ti.
Intento borrar esos pensamientos de mí.
—Para empezar, vengo aquí desde hace tiempo —aclaro, siguiéndole el juego.
—Oh, pero hoy llegué primero que tú —refuta él—. Encima, te aprovechaste de que estaba distraído para observar mi cuerpo.
—¿Me aproveché? —Pongo una mano en mi pecho y agrego un gesto de sorpresa a mi rostro. De alguna manera me siento mucho más relajada que todas las veces que hablamos en el colegio, así descubro que, al parecer, no es muy difícil bromear con Owen Liv—. Yo solo vi a un chico saltar, bastante torcido, de hecho.
En realidad, su salto fue una pasada.
—Ah, tal vez puedas enseñarme cómo hacerlo bien —sugiere él, con una sonrisa compradora. Su pequeño hoyuelo vuelve a asomarse con total seguridad y, por un momento, me imagino pasando mi mano por su mejilla. Enseguida borro esa imagen de mi cabeza. ¡Apenas lo conozco!
—Algún día, cuando dejes de ser tan principiante —indico, sintiendo las repentinas ganas de sacarle la lengua.
—Si te sientes bien, ¿qué tal si nos echamos unas carreras en la piscina olímpica? Te puedo demostrar que soy muy bueno al ganarte.
Me río. Owen no sabe a quién se enfrenta.
—Bueno.
La piscina olímpica es la más grande de todas las que están en el club. Siempre que nado lo hago en ella, ya que es perfecta para entrenar. Owen parece estar en forma (quiero decir, muy bien en forma, realmente espectacular). Nunca había visto unos abdominales tan definidos y unos brazos...
—¿En qué estás pensando? —pregunta Owen.
¡Si supiera lo que pasa por mi mente!
La comisura izquierda de la boca del chico se eleva, otorgándole una pizca de picardía a su gesto, mientras se prepara en el borde de la gran piscina. Me posiciono al lado, en el otro andarivel, y me preparo para dar el salto que inicie la competencia.
—En nada —miento, a la par que me muerdo el labio.
Como sea, a pesar de que él es un chico y parece estar en forma, yo tengo más posibilidad de ganarle. He entrenado mucho y sé que puedo vencerlo, ya que siempre he sido muy buena nadando.
—No podrás derrotarme, Emma —anuncia Owen desde un metro.
—Podemos apostar que sí puedo —le contesto riendo. Me sorprende cómo se me da bien charlar con él, sin tanto cuidado, como tengo con otras personas. Me gusta eso, tener la posibilidad de ser yo misma y que alguien no se aleje de mí por no sé qué.
—Apostemos entonces —me reta, con aire arrogante, perdiendo la postura de salto e inclinándose hacia mí. Yo, en cambio, trato de no desconcentrarme por la cercanía del chico.
—¿En serio? —inquiero y, de pronto, ya no me siento tan segura de que apostar sea muy buena idea.
—Sí, ¿algún problema? —cuestiona, alzando una de sus cejas cuando giro mi rostro para mirarlo.
—Para nada. —«Depende de qué», pienso en mi interior—. ¿Qué apostamos?
—«Mmm». —Hace un gesto pensativo, mirando para arriba y tocándose la barbilla—. Si gano y tú pierdes, me siento de tu lado en la escuela hasta cuando yo quiera.
—Pero ya te sientas al lado —le cuestiono.
—Al lado de tu banco sí, pero no al lado de tu asiento.
A Celina no le gustará eso.
—¿Y si gano yo?
—No me preocuparía por eso —me guiña el ojo—. Pero si llegases a ganar...
—Respondes cada pregunta que te haga —suelto de inmediato, pensando en la vez que nos encontramos en la calle y en el encuentro reciente con Steven.
—Está bien. De todas formas, te voy a vencer.
«Voy a ganar yo, cara bonita», pienso al momento que él suelta una carcajada.
Contamos ambos hasta tres y, entonces, ahí comienza la carrera.
Salto y mi cuerpo entra limpio al agua, donde soy enviada hasta el fondo por el impulso. Cuando logro salir a la superficie, me limito a nadar en estilo crol: boca abajo, moviendo las piernas sin parar, haciendo que mis brazos entren al agua uno detrás del otro.
Me concentro en mi camino. Nadar es parte de mí, desde pequeña que sé y me siento libre cuando lo hago, casi como si pudiera volar y los problemas ya no fueran un peso importante. La sensación del agua que se desliza a través del cuerpo y las burbujas en cada brazada es realmente increíble. Es fresca y rejuvenecedora.
Cuando estoy a punto de llegar a la primera pared, antes de finalizar el primer largo, me atrevo a mirar hacia el costado. Una sensación gratificante me recorre cuando noto que no hay ninguna señal de Owen. En verdad, voy a ganarle.
Me apresuro aún más y me impulso con la pared cuando llego a ella. «Prepárate para mis preguntas, Owen».
De pronto, como si alguien hablara a mi oído, oigo nítida la risa de Owen, lo cual provoca que me detenga por breves segundos debido la impresión que me causa. ¡Se sintió casi como si lo tuviera dentro de mi mente!
Inevitablemente trago agua, pero, ni bien puedo recuperarme, continúo con la intención de ganar la ventaja que perdí. No sé qué ha sido eso, pero no tengo dudas de que sí me ha asustado. ¿Me estaré volviendo loca?
No puedo salir del agua y de pronto preguntarle si se ha reído de mí en mi mente. Es por poco una demencia. Sin embargo, parte de mí quiere y necesita una respuesta para darle coherencia a la situación, ¿acaso se habrá reído fuerte y justo yo sacaba la cabeza? ¿Habrá llegado ya a la meta y se burlaba de mí? No suena tan improbable, la verdad. Es más realista que creer que Owen estableció la primera comunicación telepática de la historia. Es raro, sí, pero tampoco es que tenga superpoderes. Los «X-Men» son solo de Marvel y existen en cómics y películas, no en la vida real.
Me apresuro para llegar a la pared final, que termina con el segundo largo. Quiero salir del agua y preguntarle algo, casual, pero al menos tratar de obtener alguna respuesta que me sirva para tranquilizar mis nervios.
Cuando logro llegar y tocar la pared, el alivio invade mi cuerpo, sobre todo cuando miro hacia el costado, donde Owen debería encontrarse y no lo hallo. Es una cosa menos.
El problema es que unas manos tocan mi hombro mojado y, cuando alzo la cabeza, un Owen sonriente por su triunfo me saluda.
—No es que seas una tortuga, pero creo que he ganado, compañera de banco —me comenta, como si fuera la mejor noticia que podría darme. Maldito. Owen está sentado en el borde y me observa desde arriba solo para demostrarme que no solo ha llegado primero, sino que se ha tomado la molestia de salir de la piscina. Estúpido y sensual tramposo.
Tal vez sí sea un «X-Men».
—A mi compañera de banco no le va a gustar —le digo, lanzándole agua en la cara.
—Puedo solucionarlo; es mi culpa por ganarte, ¿no? Igual no será por tantos días, te lo prometo —comenta todavía risueño—. Pero no eres tan buena como dices, hasta te detuviste por cansancio.
Si bien debería sentirme ofendida, porque no me considera buena nadando, casi no le hago caso a esa parte de la oración. Casi me ha dejado el tema abierto para que le pregunte; algo que mentalmente le agradezco.
—¡Te reíste de mí! —le reprocho, tratando de descubrir todos los movimientos que él cometa ante mi acusación, lo cual no es muy difícil, porque Owen se echa a reír justo ahí, otra vez.
—¡Culpable! Así que escuchaste que me reía y eso te ha fastidiado la carrera, ¿eh?
Ahora sí que frunzo el ceño.
—¡Sí! ¡Fue trampa!
—Pero ya había salido —me cuenta, desmintiendo mi denuncia—. Eres rápida, Emma, pero yo lo soy más.
Me limito a negar con la cabeza cuando veo que no me queda más que darle la razón. Siempre he sido muy veloz al nadar, pero, tal y como dicen, siempre va a haber alguien que pueda hacerlo mejor.
Nado hacia la salida sin demostrarme vencida y tratando de asimilar la idea de que me sentaré con ese chico en clases. ¡Celina me va a matar!
Subo por la escalera y me tiende la mano. Trato de no prestarle atención a la idea de que estoy con el traje de baño todo empapado frente a él. Aunque Owen no está muy diferente a mí y, de hecho, el estar en bikini frente a un chico no tendría que importarme. Pero lo hace y eso es extraño.
Cuando termino por subir y suelto la mano de Owen, casi de manera involuntaria mis ojos se desvían hacia su figura irreal. Entonces toma mi barbilla con una caricia suave y se acerca a mí, hasta invadir mi espacio privado. Su boca se dirige exactamente hacia mi oreja, lo que corta mi respiración por un instante.
—Emma, ¿cuántas veces lo voy a decir? —murmura con suavidad. Su aliento cálido golpea mi piel fría por el agua, lo que provoca en mí un estremecimiento que aturde mis sentidos. Entonces Owen se aleja de mí con las comisuras de sus labios rellenos, levantadas; noto que lleva sus manos a su rostro, mientras se apunta con los dedos índices—. Mis ojos están aquí. —Su mirada reluce tan intensamente que me puedo perder en ella con facilidad, y tampoco es como si me importara encontrar una salida. No sé qué tiene, pero es como si Owen fuera mi propio campo magnético de atracción, como si hubiera una cuestión de piel contraria a mi razón.
Mi mirada, en ese instante de atracción peligroso, recae en los labios del chico, como un kamikaze hacia su objetivo mortal. Tiene ese tipo de boca que pide a gritos ser besada y la cercanía con su cuerpo no me ayuda en lo más mínimo, sobre todo cuando Owen parece acercarse hacia mí y sus ojos de zafiro también recaen en mis labios.
Quizás también se sienta como yo, tal vez seamos como polos contrarios que se atraen a pesar de que no deberían hacerlo. Apenas nos conocemos, recién hoy pudimos tener una conversación normal; por lo tanto, no se supone que debería sentirme así. No sé qué me sucede, desde cuándo me dejo guiar tanto por mis hormonas, pero piense lo que piense, aunque mi cabeza me grite una cosa, mi piel no parece estar de acuerdo.
Entonces comenzamos a inclinarnos, sin romper el contacto visual ni físico, pero se aparta. Quiero gritar, patalear y salir corriendo por hacerme sentir esas cosas que no debería, por caer a los pies de una tentación que jamás había tenido.
A pesar de ello, con tan solo ver su sonrisa, sé que no podría. De alguna forma, siento cosas por él; no puedo negarlo cuando mi corazón se acelera cada vez que nuestras miradas coinciden.
—Yo... —comienzo a decir, aunque mi mente está completamente en blanco.
¡Un poco más y nos besábamos!
—Oye, ¿quieres ir a comer algo? —me interrumpe, ahorrándome todo el discurso incómodo y la sensación de ahogo que comenzaba a sentir—. Podemos tirar una toalla en el suelo y hacer un pícnic.
Todavía con el nudo puesto en mi garganta me cuesta pronunciar alguna palabra. Así que solo asiento, agradeciendo su pronta intervención y esperando no haberlo espantado, aunque, vamos, él no parecía tener intenciones contrarias. ¿O acaso imaginé que también se inclinaba?
Ambos buscamos nuestros bolsos para poder secarnos y encaminarnos hacia el patio de comidas. Para mi mala suerte, nos sumergimos en un silencio que me hubiera gustado no conocer, al menos no luego del «casi beso». Tomo de mi pequeña mochila el toallón, porque, además, ya comienzo a sentir frío, pero antes de que pueda envolverme, Owen me lo quita para colocárselo en los hombros.
—¡Oye! ¡Devuélveme eso! —le grito, pero sale corriendo antes de que pueda sacárselo.
—¡Entonces atrápame! —me desafía, frenando a unos metros de mí con mi toalla en sus manos. Le muestro mi dedo corazón y corro hacia él con esfuerzo, ya que también parece ser muy veloz en la carrera—. ¡Vamos, Emma!
Trato de perseguirlo y en varias oportunidades creo alcanzarlo, pero él termina por escapar, lo que me causa una divertida exasperación.
Owen me guía hacia una zona donde hay juegos y árboles, así que aprovecho a esconderme detrás del tronco de un ombú sin que se dé cuenta. Tal vez pueda ganarme en velocidad, pero quizá consiga vencerlo con estrategia, así que aguardo ahí, en silencio, a la espera de que decida volverse a buscarme. Correr a Owen y la luz fuerte del sol hace que pierda el frío que sentía, así que solo me queda la adrenalina del juego.
—¡Emma! ¿Dónde estás? —escucho que dice Owen a lo lejos y trato de tragarme la risa.
Oigo unos pasos que se aproximan, así que me preparo para saltar. Eso hago, pero mi sangre se convierte en hielo cuando descubro que mi pie se ha trabado con una de las raíces del árbol. Casi caigo de bruces al suelo, pero no llego a golpearme, ya que Owen me ataja unos segundos antes. Ahogo un grito cuando la sensación de la caída me invade y, sin darme cuenta, aferro mis brazos al cuerpo cálido del chico y escondo mi cara en su pecho. Por un momento creo que no solo me caeré yo, sino que ambos lo haremos, pero Owen puede sostener el peso de ambos sin problemas, incluso mientras se ríe un poco de mí.
Al pasar los segundos sus brazos parecen envolverme en un gesto protector, casi como si fuese una especie de abrazo. Una luz en mi mente se enciende antes de que las ideas se me nublen por su cercanía y, gracias a ello, logro sacarle el toallón de sus manos.
—Se supone que tenías que atraparme, Emma —bufa, regañándome en broma sin romper el contacto de su piel desnuda con la mía.
—Y lo hice, mira —respondo, sonriendo con aparente inocencia y mostrándole el pedazo de tela que me robó.
Owen me suelta con una sonrisa de rendición y, en ese mismo momento, el calor corporal que nos une se desvanece, pero no todos los sentimientos que deja en mí: sensaciones que van mucho más allá de lo que debería sentir, como si fuera un atisbo de un sueño que alguna vez tuve y hoy se concretara, un eco que ahora es voz nítida.
—Por cierto, bonitas piernas —comenta con voz seductora, mientras echa un vistazo que rompo al colocar el toallón sobre mi cuerpo.
—Oh, vamos, galán. En marcha —logro articular, con una emoción en la voz que jamás me había escuchado.
Owen insiste en pagar mi comida, pero al final termino ganando yo. Para convencerlo de que no es necesario, le hago la promesa de que habrá una próxima vez y eso parece satisfacerlo. Además, debo decir, a mí esa idea me parece genial.
Compramos sándwiches que, si bien no son demasiado elaborados, lucen apetecibles (al menos para mí), ya que me muero de hambre. Caminamos hacia el pequeño bosque dentro del club, cerca del lugar donde antes me caí, y nos sentamos en una de las mesas de madera que se encuentran ahí. No hay nadie y el cielo se ve precioso entre las hojas que danzan junto a la brisa curiosa. Este es el lugar al que siempre vengo a leer, donde tengo la suficiente tranquilidad para pasar horas sin que nadie me distraiga. Es perfecto.
Aunque hoy sí que seré distraída por alguien. Owen se sienta a mi lado y es el primero que desenvuelve el sándwich.
—No necesitamos mantel —bromea él, luego de darle un mordisco al pan. Luego, cuando termina de masticar mientras desenvuelvo mi comida, señala mi mochila—. Entonces, ¿qué libro tienes ahí? —Su pregunta me toma por sorpresa. No le dije nada sobre libros.
—¿Cómo sabes que tengo un libro en mi bolso?
—Porque vienes a este lugar por varias horas y sé que te gusta leer, estoy seguro de que al menos tienes un e-book —señala—. Incluso puede que ahora te quite tiempo de lectura, ¿verdad?
—No pasa nada, no es como si me viniera mal un cambio de rutina. Me parece genial que estés aquí —confieso y el rubor sube a mis mejillas—. Digo, hasta hace un rato pensé que...
—¿Qué? —inquiere, levantando una de sus cejas con perspicacia—. ¿Pensaste que solo era un par de buenos ojos e impresionantes músculos?
—¡Ey! Ni que fueras así de increíble, Liv —le palmeo el hombro con ganas de reír por el descaro de su arrogancia.
—¿Entonces que solo era un chico demasiado sexy y...?
—¡Owen! ¡Para! —rompo en carcajadas junto a él.
Otra vez viene hacia mí el pensamiento de un lugar perdido otra vez encontrado, como si hubiera hallado el punto exacto donde puedo ser yo junto a alguien nuevo sin la necesidad de intentar siquiera encajar. Aunque ese mismo sentimiento tendría que sentirlo también con Steven, pero no es algo que suceda. Con el chico de ojos verdes me siento cómoda, siempre ha sido así, pero con Owen me siento aceptada.
Me quedo pensando en ello mientras ambos nos limitamos a dar unos cuantos bocados a nuestros sándwiches en silencio, mientras escucho el murmullo de los árboles y los sonidos que vienen desde la piscina.
—¿Qué clase de libros te gustan? —pregunta, volviendo al tema con el que inició la conversación.
—Me gusta leer de todo un poco, la verdad. Pero los libros que más me gustan son los juveniles, ¡pero los que contienen fantasía!
Owen achina un poco los ojos en un gesto pensativo: —Así que eres una de esas chicas a las que le gustan los libros en los que la protagonista se enamora de un ser sobrenatural. —Sus palabras suenan más como una pregunta que como una afirmación.
—En realidad, no en todos sucede eso —menciono—. Pero sí, me encantan esos libros con relaciones sobrenaturales; me hacen pensar que el amor no conoce barreras, que las diferencias no impiden nada.
Su sonrisa reaparece junto al hoyuelo más brillante que nunca. Tal vez piensa que soy una cursi sin remedio, demasiado niñata y romántica, pero sinceramente no me importa.
—¿Puedo ver el libro que traes? —me pregunta, señalando mi mochila.
—Claro —respondo. Tomando mi bolso, saco el libro, se lo dejo con cuidado en sus manos, y comienza a hojear las páginas con calma y abstracción, tanta que me hace pensar en él como una escultura que cobró vida y está por congelarse otra vez.
Owen resulta ser alguien que yo no esperaba. Es irresistible por fuera, pero por dentro aún más. ¿Puede ser eso posible? Lo cierto es que no puedo desaprovechar el tiempo con él a mi lado; no sé nada acerca de Owen y tengo demasiadas preguntas sin contestar. ¿De qué escuela viene? ¿Y sus padres? ¿Cuál es su color preferido? ¿Dónde aprendió a nadar así? ¿Qué ocurrió con Steven? ¿De verdad quería besarme?
Aprovecho este momento para terminar de comer el sándwich y tomar un poco de jugo. El silencio con él ahora es cómodo, no tengo que llenarlo forzando una conversación o algo así.
Trato de evitar el rostro de concentración de Owen. Me concentro en las hojas verdes de los árboles, en un par de pájaros que revolotean de unas ramas a otras, en niños que pasan a lo lejos corriendo por la zona de juegos, en el chapoteo constante del agua, en mi respiración. Me esfuerzo tanto en ignorarlo que, al final, no puedo sostener más mi plan.
Entonces lo veo.
Lee con atención, pero levanta la mirada justo cuando decido espiarlo. Su sonrisa es hermosa, una de las más bellas que vi. Baja la vista una vez más, pero el hoyuelo sigue ahí. Luce feliz por algún motivo e me pregunto si le gustará ese libro. Aunque no quiera admitirlo y sea una romántica sin causa, creo que me vuelvo adicta a verlo sonreír.
Sé qué hay algo más en él. Lo siento en mis huesos y en mi alma. Necesito descubrir qué es. Estoy dispuesta a conocerlo. Quiero derribar los muros que él pone para separarme del mundo zafiro que esconde detrás de sus labios.
Busco en mi bolso mi agenda y comienzo a escribir, inspirada por el momento.
Un muro invisible
quieres imponer entre nosotros,
pero no puedes contenerlo,
es frágil porque no lo quieres ahí.
Hemos caído juntos.
Y pronto saldremos.
Sé que lo haremos, veremos el sol.
No te conozco,
pero por algún motivo te quiero.
Me conoces y no lo entiendo.
Me pierdo en tu perfección infinita.
El peligro que emanas
me llena de vida.
—¿Qué es eso? —pregunta Owen entrecerrando los ojos mientras intenta leer las primeras frases. Cometo la misma acción que en el colegio y le tapo la visión de mi escrito. Eso sí, antes de que pueda ganar ventaja y robármelo, lo escondo en mi mochila.
¿Desde cuándo dejó de leer el libro? Escribía tan concentrada que tengo que tomar un respiro para hablar.
—Es mi libro de poesía —le explico, sin ninguna intención de que Owen lo inspeccione, así que niego terminante con la cabeza cuando me pide para leerlo—. «Nop», compañero de banco —le digo—. Es muy personal, ¿sabes?
—Me gusta eso.
—¿El qué?
—Vamos a ser compañeros, Emma —responde como si fuese lo más obvio del mundo.
—No sé cómo convencerás a Celina...
—Yo tampoco, pero lo haré. Después de todo, fue una apuesta —determina.
Los ojos de Owen vuelven a repetir la misma acción que a la salida de la piscina y caen directo hacia mi boca. Humedezco mis labios por reflejo y trato de poner mi mente en otra parte, pero es complicado, casi como si el tiempo fuera más lento cuando intento evitarlo.
«¡El tiempo!»
¡Ay, no! Dentro de un rato debo marcharme a casa ¡y no quiero irme! Si antes no tenía ganas de ir a bailar, ahora mi emoción es nula. Quiero quedarme en el club e intentar hacer de este día uno de los más largos. Estoy pasando un buen rato y la idea de despedirme no me sienta muy bien.
Seguro he puesto algún tipo de cara, porque Owen frunce el ceño: —¿Qué pasa?
—Tengo que llegar a mi casa a las tres, hoy quedé con las chicas... vamos a ir a bailar.
—Oh, ¿de veras? Nunca he ido.
—¿Bromeas, cierto? —Me sorprende que jamás haya ido a alguna discoteca, digo... ¡solo mírenlo!
—No bromeo, ¿tú fuiste?
—No, va a ser la primera vez que vaya. Igual no es la gran cosa.
Owen arruga la nariz.
—¿Adónde van a ir?
Si fuera por mí, me quedaría aquí toda la tarde. Quiero pasar más tiempo con él, conocerlo un poco más. ¿Quedará mal que lo invite a la discoteca?
—A Verano. No conozco el lugar.
El chico de ojos azules parece apuntar mentalmente ese nombre.
—Seguro sería complicado que yo fuera a bailar, Emma. Todas las chicas me mirarían.
—¿Volvió el Owen arrogante? —pregunto, meneando la cabeza. Tenía que arruinarlo todo justo ahora.
Asiente riendo, pero entonces comenta: —No quiero que me miren todas, no necesito eso. Solo de una quiero la mirada. —Mi corazón se acelera otra vez; eso parece una declaración. Su mirada es firme, decidida, pero dulce a la vez. Por un momento me ilusiono, pero es obvio que esas palabras no son para mí.
—¿Solo la mirada de una chica? —pregunto curiosa. ¿Será del cole?
—Sí. Pero ella es demasiado para mí. Lo peor es que ella no sabe lo que vale en realidad y mucho menos se imagina lo que siento. No tiene idea. No tiene ni idea de nada. Emma, ¿cómo puedo...?
—Yo... Deberías decirle.
«¡Qué afortunada esa chica!»
—Oh, ya lo hice.
—¿Qué te dijo?
—Ella no entiende, ni yo comprendo... —Suelta un suspiro—. Ya debería irme, además no quiero agobiarte con mis problemas. No sé tú, pero yo creo que me cruzaré contigo en ese lugar adonde irán. ¿Qué dices?
Le sonrío sincera: —Creo que sería genial.
—Oh, Emma, siento mucho esto. Bueno, en realidad, no.
Pestañeo, algo confundida.
—¿Qué? ¿Por qué?
Se acerca a mí en un rápido movimiento y posa sus labios suaves sobre los míos, mientras me toma del mentón. Me besa suavemente antes de marcharse sin anunciar ninguna palabra.
Y dejándome muda a mí también.
🧡🧡🧡🧡
¡Hola! Espero que les esté gustando la historia.
No se olviden de comentar o apretar en la estrellita. :D
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