Capítulo 34

Imágenes vienen a mí como rayos que irrumpen la noche, convirtiendo las aguas serenas en agitados torbellinos que tragan todo lo que está a su alcance. Son desconocidas... como si fuese espectadora de alguna película con escenas mal grabadas, sin sentido cronológico, que parecen repetirse, una y otra vez; cada ocasión con más definición. Más reales. Más reconocibles.

«Toda persona tiene a sus demonios internos; algunos atados con cadenas de hierro y espinas. Otros, sueltos esperando provocar una catástrofe», dice alguien en mi oído. Siento su aliento en mi cuello y eso hace que me estremezca. Quiero encontrar al propietario de aquella voz, así que estiro mis brazos pero no alcanzo a sentir nada, tocar nada, como algo que ya viví, algo que ocurrió anteriormente. Solo sigo viendo imágenes; imágenes de mí misma pero en tercera persona.

Yo caminando.

Yo nadando.

Yo con mis padres en vacaciones.

Yo llorando. Luego riendo.

¿Acaso estaré muerta? Lo sé, no dejo de ser dramática. ¡Pero vamos! ¿No es que acaso se dice que las personas tienen imágenes cuándo están muriendo? Bueno, mis últimos recuerdos son sobre esos dos de ojos verdes y listo, cero, chau, todo negro. ¿Quién me afirma que no he muerto? ¿Quién me dice si mi familia está bien?

¡Mi familia! ¡Ay, Dios!

Mamá, papá, Mati...

Siento una respiración ajena que aumenta junto a un latido veloz, agitado, doloroso. Todas esas sensaciones comienzan a cobrar vida, y me doy cuenta que no son de otra persona: son mías. ¿Qué me está pasando? No puedo abrir los jodidos ojos, me cuesta respirar. Sin embargo, las imágenes siguen y siguen, sin frenar.

Mi cabeza duele; primero hay hielo que congela todo, luego fuego que arde como llamas que queman todo a su paso.

Fuego, hielo, fuego, hielo. Llamas, paz, llamas, calma. Como si una guerra entre el bien y el mal estuviera pasando por mí.

Escucho un alarido. Soy yo, gritando, pero sin siquiera quererlo. ¿Estaré moviendo mis brazos? ¿Frunciendo el ceño? ¿Atada?

¿Estaré en mi habitación? ¿Con los de ojos verdes cerca?

¿Internada?

No siento frío sobre mi piel, no siento calor en el ambiente. ¡No siento nada más que mi corazón vacilante y el sonido de la respiración!

Cuando dejo de ver esas imágenes, que habían empezado a pasar a milésimas de segundo, casi imposibles de reconocer cosas que no sean montones de colores y figuras humanas aparecer y esfumarse, todo se vuelve oscuro. Otra vez.

Pienso que todo habrá pasado ya, que simplemente me despertaré de un mal sueño. Pero una voz interrumpe mi esperanza.

—Hey, Honey. ¿Se te ha caído un poco de tierra en el pelo?

¿Owen? ¿Owen está aquí? Espera... ¿tierra? ¿Qué?

—¿Qué ocurre, princesita?

¿Realmente es Owen? Intento llamarlo, exclamar su nombre con tanta fuerza que mi cuerpo se desgarre. ¿Princesita? ¿En serio? ¡Vamos! Eso es muy soso, al menos para él. Aunque, su voz no fue dulce... fue sarcástica... ¿por qué sería sarcástico? ¿Por qué no puedo hablarle? Siento mis músculos moverse para emitir sonido, pero no hay nada... ¿o sí?

—¡Deja de llamarme así, idiota!

¿Qué rayos ha sido eso? Sonaba como mi voz... pero no dije jamás algo así.

—Dí todo lo que quieras, pequeña Honey. Pero el apodo va completamente contigo, eres algo de lo que es difícil liberarte.

Pero... ¿qué? Esa era como su voz, pero no sus palabras o sentimientos. Quiero interrumpir esas voces en mi cabeza, pero el lugar de ello me quedo callada, para escuchar el resto de la conversación.

—¡Que no me digas honey! ¿Eres sordo? Tu aspecto de niño bonito te afecta el cerebro.

Sí, esa definitivamente soy yo.

—Mi aspecto ayuda, y mucho. Pero no son cosas que querría hablar contigo. Y... soy sordo, pero para lo que tú dices... Eh, no pongas esa cara.

—¡Vete a la...!

—Sh, ese no es lenguaje apropiado.

—Imbécil. Que te den.

—Oh, pequeña Emma. Eso es pasarse de la raya... ¿debo enseñarte a usar la boca?

—Ugh, no gracias. ¡Eres irritante!

—Mientes.

Puedo observar por un pequeño instante a Owen, con una sonrisa radiante en la orilla de un río, lleno de barro en su cara y ropa, riendo, con ese hoyuelo suyo asomándose. Me mira, y en ese instante que sus ojos conectan con los míos siento una punzada, algo que nunca había sentido antes; sus ojos no parecen ser los suyos, digo... lo son pero, diferentes. Puedo ver que brillan con un atisbo de culpa, de deseo que jamás había visto. Y no lo entiendo. Quiero decirle que todo está bien, aunque realmente no sea así, preguntarle qué le pasa, dónde estamos, pero luego todo cambia.

Otra vez está él, pero mirándome con la luz de la luna impactando en sus ojos azules, está serio, no sonríe. Yo estoy... ¿llorando? Al menos, escucho como si lo estuviera. No entiendo lo qué pasa, los sentimientos de esa «yo» del mundo paralelo me invaden: comienzo a sentir como ella.

Sus ojos, mis ojos arden. Me es dificultoso respirar normal. La angustia pincha mi garganta impidiéndome hablar. Puedo percibir la confusión que siente Emma, mi confusión. ¿Por qué? La mirada de Owen nunca aparta de mi cara, pero yo no le miro, tengo miedo de saber qué hay allí, en sus ojos cristalinos.

Emma, ¡necesito que me escuches! Es algo mucho mayor que todo lo que te estoy intentado decir.

— ¡Ya he escuchado demasiado! ¡Déjame hacer mi duelo en paz, Owen! Arruinaste todo. ¡Yo no quería saber nada de eso! ¿Lo sabes? —esas palabras salen de mi boca, su boca. Pero no sé qué quieren decir, qué significan. Son palabras sin sentido. Es como si estuvieran hablando en un idioma desconocido, seguro dicen cosas importantes, pero para ti no lo son.

—Era necesario que te enteraras. De otra forma, yo tendría que ocultártelo y esperar a que seas carnada. Y no es lo que quiero, no podría protegerte de nada si...

—¡De todas formas ya estoy condenada! ¿Cierto?

¿¡Condenada!? ¿¡Qué mierda, Emma!?

¡No! Escucha... Comienza a hablar nuevamente. Está dolido, lo sé. Yo también. O mejor dicho, ella —mi otro yo—. Mi visión se empaña otra vez y antes de que dijera algo más, comienzo a correr lejos de él.

Lejos, y a prisa, de quién me causó dolor por no-sé-qué motivo. Corro, mis pulmones arden, alguien grita mi nombre. Yo no me doy vuelta. Respiro agitada. En mi mente aparece nuevamente la imagen del fuego siendo atacado por el hielo, y viceversa. Solo que esta vez, va acompañada por ángeles y demonios.

Luchando, una guerra entre ellos. Algunos muriendo, desvaneciéndose.

Grito, me arrojo en el piso. Aguardo a que el dolor pase. Los seres me miran, y sonríen. Como si yo tuviese algo que ellos quisieran.

Y con ello, finalmente, muevo una mano, luego la otra. Las piernas. Los ojos. Alejando cada voz de mi cabeza, cada sonido que hubiese quedado resonando en mí interior. Recobrando sentido de la realidad, sintiendo un aire húmedo, forzando la vista para ver entre la oscuridad y sintiendo una mirada fija en mí. Otra vez.

No reconozco donde estoy. Primero porque está oscuro. Segundo porque... ¡es obvio que no es mi cuarto! Me doy cuenta de otra cosa: estoy temblando, envuelta en un asqueroso sudor. ¡Sí! Ugh. Tengo la frente empapada.

Por instinto llevo una mano hacia allí y toco un paño frío y mojado. —¡Ay! —Exclamo cuando mi tacto somnoliento roza aquella tela. Me mareo terriblemente y unos brazos me sostienen. Ahí debe estar quién me miraba. No me molesto en intentar reconocerlo porque no creo que se esté dejando ver, es mi captor, yo su presa, ¿cierto? ¿Por qué querría ayudarme? No podría luchar con él con mi estado. Mi cabeza está en otro lado además, ¿qué fue todo eso? ¿Las voces, los diálogos, los sentimientos, las imágenes? ¿¡Por qué!?

Era todo demasiado extraño, y a la vez demasiado real, como para que sean, todas aquellas cosas, parte de un sueño. Aunque hay sueños muy reales, y casualmente, son las pesadillas.

—Lo siento.

Esa voz ronca, suave, dulce.

Por primera vez me doy cuenta de que su cara, con poca luz y a primera vista se parece a la de alguien: se parece a Owen. Extraño. Sacudo mi cabeza, pero el hacer eso hace que duela.

Recorro con la mirada el trazo desde sus brazos sosteniéndome, sus labios carnosos, su nariz recta y sus ojos... verdes. Distingo mechones que le caen despeinados en la frente, su mirada brilla... pero no del color irreal como lo hacía en mi habitación. Busco con la mirada vanamente entre las penumbras del cuarto dónde ambos estamos, pero no hay señal del otro chico. Suspiro resignada. Vaya. Él no es Owen, pero me debe tantas o más explicaciones que él.

—Steven, ¿qué?

Él me da espacio y se hace un metro más atrás, lejos de mí, pero cauteloso. Puedo ver en la forma de su mirar que él también tiene cosas para decirme, y que quiere hablar.

—Te contaré todo, aunque termine muerto por eso, asesinado o algo.

¡HOLA, HONEYS!

¡Espero que les haya gustado el capítulo!

#PreguntasDelCapítulo 

¿Qué opinan de Steven?
¿Qué le pasaba a Emma?
¿QUIÉN RAYOS ES EL QUE ESTÁ CON STEV? 

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