Capítulo 2

Suelto un suspiro cuando comprendo que otra vez estoy aquí, metida en el autobús y apretujada como sardina en lata. Todavía me encuentro algo somnolienta mientras trato de arreglar el desastre que es mi cabello. Haberlo peinado una y otra vez a la mañana fue en vano: las ondulaciones doradas parecen tener vida propia... y, oportunamente, estilo propio también.

Si bien no hay mucho para hacer con él, soy persistente. No porque me importe su apariencia, sino porque en verdad quiero distraerme, buscar otra cosa en qué pensar. En general, no suelo sentirme demasiado cómoda en las multitudes, menos cuando las personas a mi alrededor no dejan de empujarme de un lado a otro ni de observarme como si fuese alguna especie de bicho. Es probable que eso último sea producto de imaginaciones mías, quizás la gente se siente igual de incómoda y molesta que yo, y por eso crispa el rostro cuando cruzamos miradas, como una forma de comunicar «oye, esto apesta».

Aunque, a decir verdad, seguro luzco peor que un zombi con dos litros de cafeína encima. La noche anterior no pude dormir muy bien: los nervios me consumían por dentro y, además, era como si una extraña emoción hubiera embriagado mi cuerpo.

¡Como si comenzar el último año del colegio fuera una experiencia sumamente excitante para sentirse así!

Aprieto mi mandíbula al pensar en el instituto. O, mejor dicho, en algunas de las personas que se encuentran en él. El colegio no solo me enseña el contenido de las asignaturas, sino que me empuja a aprender que el mundo no es tan amistoso como alguna vez pensé que lo era. Ahí aprendí que en la vida existen personas que quieren lo mejor para mí, pero también comprendí que puedo toparme con las que harán lo posible para destruirme tanto como ellos lo están por dentro.

Es duro tropezarme con la maldad de la gente cuando no estoy preparada para sentirla chocar contra mi piel. Incluso es mucho peor no saber qué ocasiona esas reacciones. Cielos, ¡ni siquiera ellos están al corriente sobre cómo responder esa pregunta! Parece que simplemente odian, hieren porque sí. Así que cada año no me queda otra opción que unir todas las fuerzas que puedo tener y seguir adelante a pesar de las circunstancias.

Pero no todo es malo en el instituto: tengo a mi grupo de amigas que siempre me sacan sonrisas, incluso en los días más grises. Soy una chica aplicada, nunca suspendí ninguna asignatura. Las cosas este año no tienen por qué salir mal, tal vez incluso mejoran. ¿Por qué no? Tengo pensado disfrutar de él tanto como pueda hacerlo.

Sonrío para mí misma cuando, paradas después, puedo sentarme en un lugar que se ha desocupado. Coloco mi mochila encima de mis piernas, la abrazo y apoyo la cabeza sobre ella para descansar.

Sin meditarlo demasiado, dejo que mis ojos se cierren por lo que me parece una eternidad.

Intento ver a través de la brumosa neblina, pero no puedo percibir nada.

Floto en el mismísimo abismo de lo desconocido, sin nada tangible a mi alrededor, solo niebla que ni siquiera parece real: de alguna forma, esta tiene luz propia.

Esa extraña luminosidad no me parece encantadora, sino agobiante. Siento que el peso del mundo recae sobre mis hombros, como si tuviera que hacer fuerza incluso para poder respirar o moverme. Necesito salir de allí, pero ¿cómo? No hay puertas, ni ventanas. Cielos, no hay espacio.

Estoy encerrada.

Y aterrada, eso también.

De pronto, un ruido ensordecedor parece llenar la nada. Es como una voz que suena lejana, como si hubiera sido reproducida hasta llegar a mí gracias al eco. Tapo mis oídos para intentar acallarla, pero inevitablemente cala profunda en mí.

A pesar de la distorsión, puedo entender a la perfección qué está diciendo: «Cuidado».

Me despierto sobresaltada, sintiendo que una mano se posiciona sobre mi hombro. Incluso antes de abrir los ojos, mi cuerpo adopta una actitud defensiva, se endereza y se aleja de quien sea que me toque, aunque solo logro chocarme de forma torpe con alguien más.

Abro mis ojos con prisa para encontrarme con un chico de mirada verde y labios curvos que parecen divertirse a costa de la situación que me ha hecho vivir. Lo reconozco de inmediato; es Steven, un tío bastante popular en mi colegio.

—No quería asustarte, pero ya casi bajamos, Emma —me avisa, articulando una de esas sonrisas que rompen varios corazones por día—. Te ibas a pasar de parada.

Steven no me cae mal; de hecho, me demostró que es amable y simpático las pocas veces que, años anteriores, intercambiábamos un par de palabras en los pasillos o cuando nos cruzábamos en el viaje en bus. No es burlón ni arrogante, sino todo lo contrario, suele ser agradable con las personas y eso no es algo que el colegio desconociera. Es un chico tan amado como codiciado por la población femenina del instituto, incluso por parte de la masculina también.

En cambio, yo parezco una especie de repelente humano.

—Gracias, Steven —respondo con voz rasposa, lo que produce que me aclare la garganta para volver a hablar—. No sé cuándo me quedé dormida.

Él asiente y deja de sostenerse del bus para pasar la mano por su cabello castaño. Intento no mirarlo y, en lugar de eso, noto que varias personas lo observan. No las culpo; es un chico que sin duda puede participar en una de esas películas de adolescentes como actor principal. Es innegablemente guapo.

Dirijo mi vista hacia la ventana del bus y puedo advertir que Steven tiene razón: la próxima parada ya es la nuestra, así que me pongo de pie tan rápido como mi asiento es ocupado al quedar libre. Camino haciendo equilibrio con mi mochila en brazos y pasando entre las personas que el vehículo público lleva en él, hasta llegar a la salida. Es absurdo, pero mi corazón palpita con fuerza cuando las puertas del bus se abren de par en par ante mí.

Ya casi estoy ahí, mi último año de colegio a la vuelta de la esquina. Salto del bus y empiezo a los metros que debo recorrer para llegar al instituto.

El cartel que reza «Colegio Manuel Belgrano» parece haber sido retocado con pintura nueva, al igual que las pequeñas rejas en las ventanas que antes eran de color rojo y ahora están verdes. La primera mitad de la pared se encuentra adornada con ladrillos bordó, y el resto lleva un suave color beige. Debo admitir que empezar el último año del instituto sí es raro; no dejo de decirme que esta será la última vez que lo pisaré como estudiante. Es la despedida de una etapa que duró muchos años, luego vendrá la universidad, el empleo, la vida adulta...

Sacudo mi cabeza.

«Debes ir poco a poco», me digo y observo a mi alrededor, mientras me apoyo sobre la pared del instituto. «Ya estoy acá, un año más. Tengo que sobrevivir a esto. Puedo hacerlo».

Poco a poco los estudiantes llegan. Nadie se voltea, nadie saluda, ni siquiera las personas con las que alguna vez compartí alguna conversación.

No obstante, a decir verdad, es posible que sea mejor de ese modo. Prefiero mantener cierta distancia de la gente para evitar lo que me sucedió en el primer año de instituto. Antes iba a otro colegio, uno de Arte, donde todo terminó muy mal. Ir a clases se había convertido en una completa pesadilla, una hecha realidad. Cada día volvía llorando a casa, sin ganas de nada. Me llamaban de muchas formas, me empujaban y pegaban cosas en mi cabello si se daba la oportunidad de hacerlo.

Esa etapa de mi vida me había vuelto bastante desconfiada de las personas. Ciertamente, una vez que pasas por una situación así, es inevitable que un armazón comience a formarse alrededor de ti.

A pesar de todo, no puedo evitar ser optimista. Necesito serlo y creer que todo tomará su curso algún día, así como cuando me cambié de colegio y todo pareció ir mejor, sobre todo cuando mis amigas también pidieron el pase y volvimos a ser compañeras, como lo habíamos sido en la Primaria.

El día apunta a ser soleado y el calor del verano todavía se siente en el aire. Falta poco para que lleguemos al otoño, pero todavía no sentimos aquella transición. Sé que mis jeans azules me darán calor, pero son lo que tengo para llevar, ya que al colegio no puedo entrar con shorts. En cambio, la camiseta gris que me puse parece haber sido una buena elección para usar hoy.

Tomo mi mochila para sacar los auriculares y escuchar un poco de música antes de que abran las puertas del colegio, pero una voz melodiosa me interrumpe.

—¡Emma! —grita mi amiga de la infancia al abalanzarse hacia mí y abrazarme con fuerza. Es gracioso cómo su diminuto cuerpo me hace tambalear—. ¡Ay, te extrañé! ¡Es la última vez que te vas por tanto tiempo en vacaciones, nena!

—También te extrañé, Celi —contesto, devolviéndole el abrazo.

Mi familia y yo hemos pasado casi tres meses fuera de casa este verano, lo que provocó que faltara a todas las salidas que habíamos organizado con mis amigas antes de comenzar las vacaciones. Por eso hoy es nuestro reencuentro.

—¡Es que hay muchísimo para contar, Emms! —comenta ella, codeándome con complicidad—. Cielos, ¡estás guapísima! Me imagino que aprovechaste que había piscina allí.

Celina es mi amiga desde los 6 años; es una chica muy dulce, con la cual comparto muchísimas cosas, como el amor por la lectura. Tiene rasgos muy delicados y es baja de estatura. Su cabello oscuro cae lacio, incluso le pasa la cintura, y su mirada café se encuentra despierta y brillante.

¡Ojalá hubiera podido decir lo mismo de la mía!

—Totalmente, nadé y leí un montón. Allá es muy tranquilo; a ti te encantaría, Cel —le cuento. En realidad, no quiero pensar demasiado en ese viaje.

—¡Ay! ¡La próxima vez que vayas me invitas! —exclama ella, con entusiasmo auténtico.

Entonces, a su lado, aparecen Belén y Gala, que son como el aceite y el agua, pero se llevan genial. Mientras que Belén hace un gesto con la mano y sonríe con timidez, Gala casi me salta encima chillando de la emoción, a la par que sus rulos rebotan con cada movimiento que hace.

—¡Hola, perdida! Pensé que no volvería a verte —bromea Gala, dando un paso atrás. Sus ojos celestes están delineados y resaltan por el contraste de su piel morena.

—Ya te íbamos a ir a buscar a Córdoba —agrega Belén, con la voz apenas audible. Ella también tiene rulos, pero a diferencia de Gala, suele llevar el cabello atado. Sus ojos son de color avellana y parecen observar el mundo con precaución.

—Y a encontrar algún chico, obvio —suma otra vez Gala, lo que provoca que las cuatro estallemos en risas y nos demos un abrazo grupal.

Gala, Belén, Celina y yo tenemos nuestras diferencias, pero eso no significa que no podamos tener una buena amistad. Para mí, ellas logran hacer que la estadía en el colegio sea mejor, menos monótona. Al parecer, mi repelente personal no funciona con ellas, y eso me gusta muchísimo.

—¡Qué bueno es verlas de nuevo! —les digo—. ¿Cómo están?

—¡Perfectamente! —contesta Celina.

—Quiero ver si tenemos un compañero lindo este año —expone Belén, sonrojada.

—¡Ah, no! Que sean cuatro compañeros, uno para cada una, chicas —la corrige Gala con picardía—. ¿Y tú, Emma?

—Yo... tengo sueño —cuento, como si fuera algo que ellas no supieran—. Me quedé escribiendo hasta las dos de la mañana; ¡no podía dormirme! Los nervios y eso, ya saben.

Celina suelta una risotada.

—¡Muy raro en ti! También estaba nerviosa; no quería que las vacaciones terminaran. ¡No quería empezar nuestro último año! —se apresura a decir—. Con las chicas estábamos pensando en salir a festejar el inicio de clases. ¿Te apuntas?

¿Desde cuándo «festejar» e «inicio de clases» están relacionados?

—Eh, no nos mires así —sigue ella—. ¡Es nuestro último año juntas!

—Dije de festejar nuestra reunión, no el principio de clases. Puaj —Gala replica con su estruendosa voz.

—¡Vamos, por favor! —dice Cel, dando pequeños brincos.

—Nunca dije que no, Celi. ¡Claro que me apunto! —acepto con una sonrisa—, aunque no «festejaría» que comienzan las clases.

—¡Oh, vamos, Emma! ¡Dentro de unos años querrás haberlos festejado todos! —me regaña ella—. ¿No es así, Belu?

Belén simplemente asiente con la cabeza; no es una chica de demasiadas palabras, aunque eso no quiere decir que no tenga sus momentos.

—Claro, hay que salir —señala.

—¡Entonces ya está dicho! —determina Celina.

—¡Yo elijo el lugar al que iremos! —impone Gala con anticipación al sonar la campana que indica que debemos ingresar al colegio.

Mientras que las chicas se regocijan por la emoción que les da la próxima salida, me repito a mí misma la frase «Bienvenidos a los Juegos del Hambre» y entro al campo de batalla.


¡GRACIAS POR LEER! 

Cuéntame: ¿Cómo viviste tu último año del instituto? ¿De forma presencial o virtual? 

Yo estoy cursando las últimas materias de la universidad de forma virtual :O 

¡Un beso enorme a todos!

-Bri.

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