Capítulo 11
Steven.
Su verde mirada es dulce, no severa como la anterior vez que nos encontramos; su cabello está algo alborotado y él parece más relajado que de costumbre. Lleva puesta una camiseta blanca que resalta su piel bronceada y una gran sonrisa acompaña su rostro.
No puedo evitar pensar que es guapo, aunque no tanto como Owen.
¿Por rayos he pensado en eso?
—Hola, Steven. ¿Qué haces aquí?
—Oh, bueno. Tengo que acompañar a mi prima luego de... esto. Pensé que me aburriría, pero vaya —curva una de las comisuras de sus labios—. Parece que no. Así que quiero hablar contigo —comenta después, poniéndose serio.
—¿Conmigo? —pregunto—¿Qué? ¿Algo de lo que dijiste la noche del baile?
Él me mira algo confundido, pero luego en sus ojos brilla la comprensión.
Sacude la cabeza.
—No, no. Hablar simplemente —su voz es grave—. Recuerda que me debes la salida que prometiste cuando estábamos en el club.
—¿De verdad que Carla y tú no salen? No quiero generar problemas, Steve —le recuerdo—. Una de mis amigas me comentó que Carla estuvo presumiendo que habían quedado.
—De verdad. Sí hemos salido ocasionalmente, pero no éramos nada en realidad y ella lo sabe muy bien. ¿Te cuento un secreto? —observa hacia ambos lados con histrionismo—. Lo poco que pudo haber entre ella y yo terminó cuando vi cómo te trataba. Siento eso.
—No tenías que hacerlo —expongo, arrugando la nariz. Eso no me alivianará los problemas en el cole, mucho menos si Carla me ve hablando con Steve ahí.
Mierda.
—Sí, tenía que hacerlo, Emma. Lo que vi rebasó el vaso que ya venía llenándose —me cuenta, cruzándose de brazos y ladeando un poco la cabeza al hablar—. Es una de esas personas con las que jamás puedes sentirte acompañado incluso estando en su compañía. —Steven calla durante unos segundos, para luego simplemente encogerse de hombros con algo de frustración en su gesto—. Realmente no sé por qué te cuento, pero —sus manos se apoyan en el marco de la puerta— no quiero que pienses que soy un idiota.
—Bueno, el que uses a Carla, por más monstruo que sea, te convierte en idiota.
—Buen punto.
Alzo una ceja.
—A mí me sucede seguido eso de estar acompañada y sentirme sola.
—Si tenemos en cuenta cuántas personas existen en el mundo, nadie debería sentirse solo, Emma. Pero sí lo hacemos. Yo también me siento así, linda —explica, sonriéndome con amabilidad—: estoy rodeado de personas que quieren estar conmigo por mi popularidad en el colegio o por mi físico, que de todas formas es lo mismo en mi caso. ¿Qué me deja eso? Nada. Los únicos que me quieren realmente de todas las personas que conozco son algunos de mis familiares.
Abro mis ojos como platos ante la verborrea de Steven. Nunca pensé que podría tener una conversación tan profunda con él, el chico de mi colegio, el que atrae casi todas las miradas y corazones. Por un momento aparecen en mí las ganas de abrazarlo, pero hago la fuerza suficiente como para retener mis brazos en el lugar correcto: entrecruzados detrás de mi espalda para no intentar nada extraño.
Las personas pueden sorprenderte cuando menos lo esperas, y aquellas sorpresas gratas y menos esperadas son las que, finalmente, más emocionan. El problema es que vivimos clasificando, definiendo a la gente; la mayor parte del tiempo las etiquetas nos limitan a actuar de una determinada forma. Básicamente nacemos con esas etiquetas y es importante poder ver a través de ellas, tal y como la supervisión de Superman.
—No es algo que me hubiera imaginado que podrías decir tú, Stev —admito.
—Porque no me conoces del todo, Emma. Creí que tal vez podríamos ser amigos —expone, tomándome nuevamente por sorpresa.
Como si mi mente hiciera clic, la idea de que podría obtener información y respuestas si soy amiga de él me invade. Claramente Steven no me parece mala persona y me gustaría tener una amistad con él, aunque no me hago la idea de ello.
—Mmm, podríamos serlo, pero antes necesito hacerte algunas preguntas.
Steven asiente. —Trataré de responder lo que necesites.
Tengo que hacerlo. Ahora o nunca
—¿Qué ocurrió en el baile contigo? ¿Dónde fuiste luego? ¿Y por qué dijiste eso sobre Owen?
Sus ojos se amplían y una sonrisa humorística aparece en sus labios.
—Dije de ser amigos, ¡no hacer una escena de novios celosos! Pero bueno, no tendría problema sobre eso...
—¡Oye! —le digo, codeándolo—. Estoy hablando en serio: hay cosas que no me cuadran y no podemos ser amigos si no me explicas.
—Bueno... bien. Fui a casa de mi padre porque precisaba ayuda, siento haberte dicho esas cosas extrañas. Pero es cierto: yo no sabría si confiar o no en ese chico.
—¿Por qué? ¿Le conoces?
—No sabría explicártelo, es... un ¿presentimiento? Además, creo que tu profe nos está callando —anuncia, señalando a la profesora de canto que nos observa con el dedo índice en sus labios. Acto siguiente una señora mayor comienza a cantar y Steven hace un gesto de dolor de oídos. —Escucha, vayámonos a otro sitio, ¿sí? Te invito un helado o algo así.
—Tengo que quedarme.
—Ven conmigo y luego te traigo sana y salva —dice él—. Igualmente vendré por mi prima. ¿Vamos?
Un helado sería algo muy inocente. Pero, ¿salir con él? ¿Después de que Owen me pidió que no lo hiciera?
Qué va, olvídate de Owen, Emma.
—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?
—Eso lo decides tú, Emma. Pero mis intenciones no son malas, lo prometo.
—Bien, vamos —respondo, pensando cómo encarar las preguntas. Si él sabe algo de Owen, lo descubriré.
Al salir del ensayo, Steven se dirige hacia una motocicleta. Mis cejas se alzan diciendo "¿en serio?". ¡Mis padres me matarán si me descubren! Steven me alcanza un casco gris ceniza y me regala una amplia y brillante sonrisa que lo hacen lucir aún más atractivo, casi como uno de esos chicos malos de las pelis.
—¿Tu licencia? —pregunto cautelosa, ya que él va al instituto. No voy a subirme ahí sin comprobar que él sabe lo que hace.
El me mira, riéndose y sacando un par de documentos de su bolsillo. Cuando me muestra la licencia, no puedo no caer en la foto que lo acompaña. ¡No es justo que él salga bien en esas fotos! ¡Es casi imposible que eso suceda! En la mía parezco como si recién me hubiera levantado de la cama.
—Como ves, está todo cubierto. Tengo diecinueve años.
Ahora es mi turno de ampliar mis ojos.
—¿Diecinueve? ¿Repetiste dos años del colegio? No quiero ser grosera, solo que no pareces del tipo que se lleva mal con los profes.
—Oh, no. No repetí nunca —deja escapar otra risa—. Pero tuve unas complicaciones hace cuatro años y falté al insti. —Lo observo sorprendida, luego a la moto y no puedo negar que me da vértigo la idea de viajar con Steven ahí. —No te preocupes, Emma. Es seguro, no dejaré que nada te suceda, ¿bien?
Me ayuda con el casco y, acto seguido, me subo (con algo de ayuda y torpeza) a la moto. Casi temblando, por cierto.
—Puedes pasar tus manos por mis caderas o por debajo del asiento para ayudarte a sostenerte. No iré fuerte.
Antes de comenzar a andar y alcanzar velocidad, me aferro con verdadero miedo del asiento esperando algún tipo de latigazo, pero el andar del vehículo es ligero pero tranquilo. A pesar de ello, el frío golpea mi cara y mi corazón se acelera cada vez que Steven debe doblar en alguna esquina.
Al llegar, escucho una pequeña risita proveniente de él al bajarnos de la moto frente a una heladería. Me quito el casco sin que me importe demasiado el desorden de mi cabello y él hace una especie de reverencia real al tomarlo, como si le estuviera pasando la mismísima corona real.
—Después de ti. —Habla caballerosamente, abriéndome la puerta del local.
Puedo ver cómo la rubia con puntas teñidas de fucsia que trabaja en la heladería sonríe con demasiado entusiasmo a Steven, quien no parece notarla. En lugar de ello, me observa a mí, buscándome cualquier tipo de conversación random mientras somos atendidos. Seguro que está completamente acostumbrado a la atención de ese tipo. En cambio, cuando la mirada de la chica corre de él hasta llegar a donde estoy, su faceta amigable pasa a algo lleno de odio.
Ella escupiría en mi helado si tuviese oportunidad, lo sé.
Pedimos sundaes. Quiero pagar, pero él es más rápido y me gana. La chica le entrega el ticket con un papel más pequeño que tiene números. ¡Su teléfono! Empiezo a reírme disimuladamente por la situación. Steven, que comienza a ruborizarse por mi risa, le sonríe, pero es una sonrisa sin compromiso alguno.
¿Este es el verdadero Steven? Bueno, realmente me cae bien.
—¿Te dio su teléfono? —pregunto aun riendo.
—Así es —responde tomando una primera cucharada de su helado.
—¿La llamarás?
—¿Por qué? —pregunta curvando los labios. —No. Y si te preguntas, muy pocos tienen mi teléfono.
—Tú... Tú eres uno de los chicos más perseguidos del colegio.
—Bueno, sí. Pero, ¿crees que eso me define?
—Steven, eres realmente diferente a lo que pensé que eras.
Se encoje de hombros. —Nada nuevo. No doy una imagen clara de mí a los demás.
El silencio se propaga entre nosotros. Sus ojos verdes están sobre mis labios, y luego en mis ojos. —¿Tus ojos son miel, cierto?
—Ajá. Pero parecen más oscuros de lejos.
—Son como si fueran de miel con chocolate en los bordes.
Yo me río. —Son bastante comunes.
Meto la cucharada en el helado de dulce de leche granizado, un sabor muy aclamado en Argentina, y cierro mis ojos por un instante mientras la dulzura fresca invade mi boca.
—En el colegio siempre te veo pasar, pero tu mirada dice "Steve, ni te acerques" —se ríe, pero sé que hay una pregunta en el fondo: «¿Por qué me evitas?».
—No es algo contra ti, pero no me fío de chicos populares. Tienen fama de romper corazones y eso.
Él se remueve en el asiento, y lo acerca más hacia dónde yo estoy.
—¿Sales con ese chico?
Me sorprendí. —¿Quién?
—Owen.
¡Esto es una posibilidad para saber si sabe algo!
—No. No salgo con él. ¿Por qué piensas que puede ser peligroso?
—Porque cuando me lo crucé en el club me dijo de una forma poco cordial que me mantuviera alejado de ti. Y, Emma, tú recién le conoces, es como si yo le dijera a cualquier chico que te hablara que no te dirija la palabra jamás. Extraño, ¿no lo crees? —suspira—. ¿Sabes? Se los veía unidos. Te iba a preguntar de venir con nosotros, pero... bueno, él me ganó de mano —parece incómodo por algo. —Y vi... vi que se besaban. —Sus labios se crispan y su rostro toma un gesto dolido.
—Fue un error —las lágrimas acuden a mis ojos, pero no dejo que salgan de donde están. —El mismo día se besó con una chica. Pero igual yo no estuve bien. No debí haber dejado que me besara... —comienzo a hablar más atropelladamente, sin saber por qué le comento esto. ¡La idea era sacarle información, no darle la mía!—. No sé qué me pasó, qué me está pasando. Es como si sintiera algo especial cada vez que hablo con él...
—¿Qué te gusta? ¿Así como cosquillas? —cuestiona Steven, mordiendo su helado.
Niego con la cabeza.
—No, algo más intenso. Como una conexión, aunque quizás es sí me está gustando porque cuando vi que se besaba con la chica castaña, y yo... Me dolió ¿sabes? —mi voz se quiebra—. Fui una tonta.
—¡Qué... imbécil! —refunfuña maldiciendo como para él, aunque duda al hablar—. Te mereces alguien que te respete.
—Yo fui estúpida, Steven —espeto—. Creí lo que me dijo.
—¿Tú? No. Tú no eres nada de eso. Tú eres un ángel. No tienes... No tienes la culpa. Eh, yo... lo siento, Emma, siento lo que pasó. Solo no digas eso de ti.
Un rubor llega a mis mejillas, y éstas arden. La sonrisa de Steven reaparece, haciéndose enorme. Mostrando todos sus perfectos dientes que relucen, blancos, y resaltan con su piel bronceada.
—Gracias —suelto bajo.
—A ti. Por aceptar salir a tomar un helado conmigo. —Sus ojos son suaves, no eléctricos. Son dulzura y suavidad. —Hay algo de Owen que no... En fin, no es nada. ¿Cambiamos de tema?
—Tú me hablaste de algo sobre él, el otro día, no llegaste a terminar. ¿Recuerdas?
—Emma, me gustaría poder decirlo, pero estuve pensando que es mejor que esa vieja rivalidad quede entre él y yo. —Frunce el ceño bajando la cabeza para luego suspirar con resignación—. Sin embargo, no creo que sus propósitos sean malos, aunque sus errores pueden ser fatales. ¿Me creerías si te digo que envidio algo que él tiene?
Pestañeo con confusión.
—¿Qué?
¿Hacia dónde estamos yendo con esta conversación?
—Tu atención. Te gusta, Emma. No lo puedes negar —se encoje de hombros, perpetuando el mismo atisbo de renuncia que distinguí en el suspiro—. Y, de hecho, no creo que él bese a una chica luego de besarte a ti. Vi cómo te miraba, Emma. Owen te quiere —hace una pausa —. ¿Sabes si realmente era él? En el baile, pudo haber sido otro chico que dio a confusión. Y si fue realmente él, le partiré la mandíbula por herirte —parece triste, pero maldita sea, ¡Steven tiene razón! En todo momento estuve segura de que ese chico era Owen, ¡nunca le dejé lugar a la duda! ¡Qué boba! —En cualquier caso, tienes mi apoyo —me sonríe, pero su sonrisa no le llega a la mirada—. Lo siento. Por tu dolor.
Sin pensarlo, le doy el abrazo que antes quise reservarme. No me parece que Steven sea una mala persona; de hecho, me demostró ser bastante razonable. Sí me lastima verlo así de entristecido. Me resulta extraño procesar que ese chico, de alguna forma, está interesado en mí, cuando los momentos que compartimos de conversaciones que rebasaran los monosílabos son contados con las manos.
Valoro que Steven, a pesar de sentir algo, prefiera decirme que Owen me quiere, que incluso me abra una ventana que jamás me había dispuesto a utilizar. Él podría haberse aprovechado de la situación y convencerme de que el chico de ojos zafiro es malo para mí, pero no lo hizo.
—Sí —le digo—. ¡Gracias, Steve! Por todo. Eres genial.
—No hay de qué, Emms. ¡Ah! —recuerda, levantando su dedo índice—. Algo más: si bien a Owen le gustas, quiero advertirte de algo: llega a meterte en problemas o a hacerte daño, y yo no dudaré en quedarme a tu lado para protegerte.
—Gracias, guardián —agradezco, con una pequeña sonrisa.
Lágrimas pequeñas brotan involuntariamente de mis ojos. Steven acerca su mano suavemente y toca mi piel, secándola delicadamente como si me fuese a romper bajo su toque. Su mano demora un poco de tiempo en mi mejilla, pero sin ser grosero. De hecho, ese gesto es tierno.
Un suspiro sale de su pecho mientras me contempla.
—Ojalá yo fuese Owen. Más le vale que no lo estropee —su vista se vuelve a fijar en mis labios. Sacude la cabeza, como negando—. Ven, vamos. Hay que volver.
Y ni bien terminamos el helado, nos marchamos.
¿Cuál es su sabor de helado favorito? El mío es el sambayón con bomboneeeeeees.
¡Los quiero! <3
-Bri. :)
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