Capítulo 2: El Ladrón y la Flor
El Templo de Marduk se alzaba imponente en el corazón de los Jardines Colgantes, sus cúpulas doradas reflejando la luz del sol naciente. Nalia ascendía por la gran escalinata de mármol, cada paso resonando con el peso de su destino. A su alrededor, las terrazas ajardinadas parecían contener el aliento, como si la propia naturaleza fuera consciente de la importancia de este momento.
Al llegar a la cima, Nalia se encontró frente a las enormes puertas de bronce del templo. Antes de que pudiera tocarlas, estas se abrieron silenciosamente, revelando un interior en penumbra iluminado por cientos de velas. El aroma del incienso la envolvió, mezclándose con el perfume de las flores que adornaban su cabello.
—Adelante, hija mía —resonó una voz desde las profundidades del templo.
Nalia avanzó con paso firme, aunque su corazón latía desbocado. A medida que sus ojos se adaptaban a la oscuridad, distinguió la figura de su madre, la Reina Semiramis, de pie junto al altar central. La reina, imponente en su túnica escarlata bordada con hilos de oro, la observaba con una mezcla de expectación y algo que Nalia no pudo descifrar... ¿era acaso temor?
—Madre —saludó Nalia, inclinando ligeramente la cabeza.
—El momento ha llegado, Nalia —declaró Semiramis, su voz resonando en las paredes del templo—. Hoy demostrarás que eres digna heredera del trono de Babilonia y guardiana de los Jardines Colgantes.
La reina hizo un gesto y un grupo de sacerdotes emergió de las sombras, portando un objeto cubierto por un paño de seda. Con reverencia, lo depositaron sobre el altar y retiraron la tela, revelando una flor de una belleza indescriptible. Sus pétalos, de un azul tan profundo como el cielo nocturno, parecían contener estrellas en su interior.
—La Flor del Eterno Amanecer —murmuró Nalia, reconociendo al instante la legendaria planta de las historias que había escuchado desde niña.
—Así es —confirmó Semiramis—. Solo aquella que posea la magia de nuestra sangre podrá hacer que la flor se abra completamente, liberando su poder para renovar la magia de los Jardines.
Nalia tragó saliva, consciente de que todas las miradas estaban fijas en ella. Con manos temblorosas, se acercó al altar y extendió sus dedos hacia la flor. Cerró los ojos, concentrándose en buscar en su interior aquella chispa de magia que todos aseguraban que poseía.
Los segundos se convirtieron en minutos. El silencio en el templo era tan denso que Nalia podía escuchar los latidos de su propio corazón. Pero la flor permanecía inmutable, sus pétalos tercamente cerrados.
—Quizás... quizás necesite más tiempo —sugirió Nalia, su voz apenas un susurro.
El rostro de Semiramis se endureció. —El tiempo se nos acaba, hija. Sin la renovación de la magia, los Jardines comenzarán a marchitarse, y con ellos, el poder de Babilonia.
De repente, un estruendo sacudió el templo. Las puertas se abrieron de golpe y un guardia entró precipitadamente, el terror grabado en su rostro.
—¡Majestad! ¡Un intruso en los Jardines! —exclamó entre jadeos—. Ha burlado todas nuestras defensas y se dirige hacia aquí.
Antes de que alguien pudiera reaccionar, una figura oscura se deslizó por una de las ventanas superiores del templo. Con agilidad felina, aterrizó junto al altar y, en un movimiento fluido, se apoderó de la Flor del Eterno Amanecer.
Nalia se encontró cara a cara con el intruso. Era un joven, no mucho mayor que ella, con ojos color ámbar que brillaban con una mezcla de astucia y algo más... ¿magia? Su piel bronceada y sus rasgos exóticos hablaban de un origen mezclado, ni completamente humano ni completamente de este mundo.
—Kairon —susurró Nalia, el nombre surgiendo en su mente sin saber de dónde.
El ladrón la miró sorprendido, como si no esperara ser reconocido. Por un instante, sus miradas se cruzaron y Nalia sintió una conexión inexplicable, una corriente eléctrica que pareció unirlos.
—¡Guardias! ¡Capturen al ladrón! —rugió Semiramis, rompiendo el momento.
Kairon sonrió con descaro. —Un placer, princesa —dijo, guiñándole un ojo a Nalia antes de saltar hacia una de las ventanas.
Nalia, impulsada por un instinto que no comprendía, extendió su mano hacia él. Para asombro de todos, incluyendo ella misma, un zarcillo de energía azulada brotó de sus dedos, serpenteando por el aire hacia Kairon.
El ladrón esquivó el ataque mágico por centímetros, su rostro una máscara de sorpresa y... ¿admiración? Con un salto imposible, desapareció por la ventana, llevándose consigo la Flor del Eterno Amanecer.
El caos se desató en el templo. Guardias corrían en todas direcciones, Semiramis gritaba órdenes, pero Nalia permaneció inmóvil, mirando sus manos con asombro. La magia que durante tanto tiempo había permanecido dormida en su interior finalmente se había manifestado.
—Nalia —la voz de su madre la sacó de su estupor. Semiramis la miraba con una mezcla de orgullo y preocupación—. Parece que tu poder ha despertado, pero de una manera que ninguno de nosotros esperaba.
—Madre, yo... no sé cómo lo hice —confesó Nalia, aún aturdida.
—Lo importante ahora es recuperar la Flor —declaró Semiramis—. Sin ella, todo está perdido. —Se volvió hacia los guardias—. ¡Cierren los Jardines! Nadie entra o sale sin mi permiso. —Luego, mirando a Nalia con intensidad, añadió—: Y tú, hija mía, deberás aprender a controlar tu don rápidamente. El destino de Babilonia depende de ello.
Mientras la agitación continuaba a su alrededor, Nalia no podía dejar de pensar en Kairon, en la extraña conexión que había sentido con él. ¿Quién era realmente? ¿Y por qué la Flor del Eterno Amanecer era tan importante para él?
Fuera del templo, oculto entre las sombras de los Jardines, Kairon examinaba la flor robada con una mezcla de triunfo y preocupación. Su misión estaba cumplida, pero el encuentro con la princesa había despertado algo en él, una duda que amenazaba con trastocar todos sus planes.
—Lo siento, princesa —murmuró, acariciando suavemente los pétalos de la flor—, pero esto es más grande que tú y yo.
Con un último vistazo hacia el templo, Kairon se fundió con las sombras de los Jardines Colgantes, llevando consigo no solo la Flor del Eterno Amanecer, sino también el corazón confundido de una princesa que acababa de descubrir su poder y, quizás, algo más.
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