⓿➋; Mañana
Tamborileaba en la mesa de estudios su pluma y lápiz en un compás inventado, que de ser compositores, serían famosos ella y su primo. El mismo que le había dado un permiso no dicho frente a su tía de hacer lo que se le placiera con respecto al único tema que le importaba desde que su cumpleaños estuvo cerca: su pareja, Ray.
Así que, ¿qué era ahora lo que la preocupaba de ser ya libre de decidir?
El cómo decirlo.
Parecía gracioso el hecho de haber estado mes y medio pidiendo por ello, cuando en realidad no había planeado lo que haría si lo conseguía.
Por ello, era que ahora trazaba con destreza sobre la hoja blanca de uno de sus cuadernos de Física I, cómo si ahí pudiese hallar la respuesta, que no se asomaba, pero de algún modo se le acercaba.
Su cabeza se hacía trizas cuando se hallaba en desespero borrando cada párrafo recién escrito, tachando y garabateando al hallarse confundida, nerviosa, sus manos parecían temblar y bañarse por completo en agua salada, y su corazón latía como para desbordarse por su garganta en cualquier momento. Demasiadas preguntas. ¿Qué diría? ¿Cómo lo diría? ¿Ray lo entendería, se terminaría riendo al recordar las series de terror que veían cada noche de octubre en viernes? ¿O es que le creería? Si lo hacía, ¿huiría? ¿Se le haría complicado? ¿Desconfiaría de ella y su lealtad? ¿Sus pláticas serían menores, la cercanía?
¿Y si eso los terminaba cansando? ¿Y si hallaban amor en otras personas al no encontrase juntos?
¿Y si...?
¿Y si...?
¿Por qué dudaba tanto, de ellos, de su relación?
Gimió frustrada, dejando caer la pluma que recién ahora se daba cuenta, se hallaba triturando entre sus dientes, y su lápiz, tirado ahora en el cesto de basura.
Vaya cosas ocurrían mientras uno se perdía entre pensamientos.
Suspiró, echándose contra su silla, de espaldas, con la cabeza tirada hacia atrás ignorando la presencia del respaldo, comenzando a dar vueltas como si el hecho de pensar en su pareja fuese el problema de matemáticas más complicado en su vida. Y eso que amaba matemáticas, como lo amaba a él.
—¡Por Satán!, ¿por qué es tan difícil? —gimoteó en un pequeño berrinche, decidiéndose a arrancar de nuevo la hoja de su cuaderno y a tirarla al cesto de basura, –de donde planeaba rescatar a su lápiz más tarde–. Pensó que sería buena idea inventarse un guion, algo con lo que ayudarse a no perderse—. Ray y yo no necesitamos de mucho, la comunicación no es un problema, ¿entonces qué lo hace tan difícil? Lo conozco, ¡demonios!
Respiró hondo, cerrando los ojos y masajeando con lentitud su frente. Esperando a que la iluminación divina llegase a su mente con la frustración recién sacada en voz alta dentro de esas cuatro paredes.
Siempre había sido buena con las palabras, la mejor expositora de su clase independientemente del tema tratado, con el amor a los reflectores y a regalar palabras de aliento a sus compañeros, formando parte del consejo estudiantil en su clase.
Era la mejor hablando, si no trataba de confesar el mayor secreto de su familia a la persona de quien llevaba años enamorada, y que era su pareja, empujándola a encontrarse sentada a altas horas de la noche intentando preparar algún guion que la ayudase. Negándose ante el impulso de tomar su celular y dejar aquello para después perdiéndose entre conversaciones con su mejor amiga.
Ya lo había atrasado demasiado, su cumpleaños sería en una semana.
—¿Qué puedo hacer? —soltó a la nada.
El maullido de su pequeña gata, y familiar, Belia, llamó su atención, haciéndola voltear para verla. La pequeña gata de pelaje blanquecino se encontraba acostada de manera cómoda y perfecta, y la miraba atenta con sus grandes ojos dorados, haciéndola parecer una imagen digna de fotografía; de esas que muy seguramente Ray tomaría.
La minina se había encontrado junto a ella en la discusión de hace algunos días, y bueno, en todas esas discusiones anteriores a su golpe de buena suerte.
Frustrada, se levantó de su asiento, yendo a acariciar a la pequeña gata y acurrucarse en posición fetal sobre su cama al lado de la criatura, quien, ronroneando y frotándose de forma tranquila, se dejó hacer.
—¿Crees que tu papi nos vea mal después de lo que le diré?
Victoria no era tonta. Belia era todo, menos una mascota normal tal cual tenían los humanos. Se trataba de un demonio de bajo rango, uno adulto y terrorífico, metamorfo en el cuerpo de un gato que cambiaría a cualquier ser dependiendo su utilidad. Le serviría y acompañaría durante toda su vida, compartían un lazo que unía a sus almas como familiares. Lo sabía.
Pero parecía ser que a esa pequeña gata le gustaba ser mimada, aceptando motes que un gato normal dejaría usar al no tener como negarlos, y proclamando de forma silenciosa, el acceder a pensar en ella y Ray como sus "padres".
Era divertido si lo pensabas de más.
—Tienes razón, no sería capaz de despreciarnos —dio vuelta a su cuerpo, tocando con su dedo índice la pequeña nariz negra dividida en un rosa pálido de la gata, de quien recibió un pequeño maullido—, pero aún así me da miedo. ¿Crees que debería tan sólo ser sincera y no darle tantas vueltas? —miró a los ojos a la pequeña gata, perdiéndose un segundo en sus orbes dorados, las distintas tonalidades de estos reflejados por la luz que entraba por la ventana y tras ello, asintió—. Debería de serlo. Ray necesita saberlo sin mentiras de por medio.
Rodó sobre la cama quedando de espaldas, y Belia la siguió incondicionalmente, posándose sobre ella, haciendo reír a su dueña, fue acariciada con parsimonia y entre ronroneos suaves logró calmar a la chica de cabellos castaños hasta caer en un profundo sueño.
Mañana sería el día en que por fin decidiría hablarlo.
Sólo esperaba que nada fuese como temía.
꧁dɐɯɯǝɹ꧂
nombre checo femenino que significa "blanco": Belia
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