Corazones Fríos, Mi Corazón Caliente
El mundo ya no es como era antes, o eso creo yo. Soy diferente a todos ellos, como si fuera el único que brilla con gran esperanza por todas las cosas y que ve la belleza en todas partes. ¿Eso me hace raro? Ser diferente no me debe de afectar, soy un chico fuerte, siempre me lo han dicho. ¿De verdad soy fuerte? ¡Qué va! Soy un poco flojo, pero mi fuerza no me hace perder la esperanza que tengo en mi interior.
Os estaréis preguntando quién soy y qué estoy haciendo ahora. Mi nombre es Gerardo Luvino, y solo intento viajar como todo el mundo. Pero adivinad una cosa. Estoy andando por la carretera con una mochila en la espalda que pesa mucho. ¿Mucha ropa? Puede... Por ahora solo estoy con la mirada en lo más alto y sigo caminando alegre. No hay que perder esa esperanza que se tiene, ya vendrá alguien que te ayude.
Cuanto antes lo pienso, antes pasa. Un coche se acerca por el punto más lejano de la carretera. Es un coche plateado, como si fuera de alta gama. Hago una señal para que se detenga y lo consigo. Por poco y no para en este sitio caluroso, estoy muy sediento como para seguir aquí.
El coche se detiene y el que lo conduce me hace una señal para que suba, cosa que no discuto y me subo con la mochila en el asiento del copiloto. La mochila encima, qué cómodo. El hombre me mira serio, como si fuera un ladrón o una mala persona. Se le nota que desconfía de las personas bastante rápido. Sus ojos muestran un corazón frío, pero yo sé que por dentro es bueno. Solo tiene que derretir el hielo que tiene en su interior y será como un rayo de sol.
-¿Adónde te llevo? -me pregunta ya poniendo el coche en marcha.
-Al pueblo más cercano, por favor -le pido amablemente.
Asiente bastante frío. Incluso por dentro me está dando un frío en el corazón. Miro por la ventanilla e intento pensar en otra cosa, como en gatitos y en cachorros bien bonitos, pero no puedo. Este chico se le nota bastante mal y seguro que quiere desahogarse de algo. ¿Debería meterme donde no me llaman? Me preocupo por los demás, así que creo que debería.
-Oiga, buen señor -me presta atención y me siento bastante tímido, aveces-, ¿está bien? ¿Quiere desahogarse con algo?
-¿Qué intentas, chaval? -pregunta en un tono amenazante.
¡Debo parar! Pero ya que lo he empezado no puedo parar.
-En que creo que usted necesita hablar de algo, se le nota.
-¿Me estás diciendo que mi vida es una completa locura, que debo hablar con un chiquillo como tú de cosas que no te conciernen? -me ha dirigido una mirada fulminante y eso me asusta bastante.
-¡Yo no quería decir eso! -me apuro en decir.
-Sí lo has querido decir -frena de golpe y me echa del coche con una fuerza bárbara-. ¡Ahora te vas andando!
Cierra la puerta del copiloto y acelera a toda velocidad lejos de mí. ¿Por qué tuve que abrir la boca? No soy yo el culpable, ese hombre se ha puesto de muy mal humor en un momento por solo querer ayudarle. ¿Es que es malo preocuparse por los demás? Al menos me ha dejado cerca del pueblo, está a tan solo unas manzanas.
Mientras ando hacia el pueblo, miro mi mochila para revisar mis pertenencias. Mi móvil y mi cámara están intactos. Suspiro del alivio y agarro la cámara para entretenerme durante el camino. Hago fotos a los alrededores, creando fotos con panoramas distintos. Las fotos quedan genial y debo reconocer que haber empezado a hacer fotografía es lo mejor que podía hacer.
Llego al pueblo y me muevo hasta encontrar un parque en el que pasean muchas personas, todas mirando a un punto vacío y con sus corazones mostrando oscuridad y frío. ¿Por qué todo el mundo es así? Me parece raro, el parque es un lugar de felicidad, de alegría, de momentos para hablar animadamente y de risas con los amigos. En cambio hay personas sentadas en los bancos mirando al suelo o al vacío, pensando en cosas que a lo mejor les atormenta o que les duele.
Parece que hoy en día la gente se lleva el dolor al corazón, porque los noto todos fríos como el hielo. Al girarme un poco veo una chica paseando, me llama mucho la atención, noto un poco de calor en ella, así que me acerco y le pido un favor.
-Disculpe, ¿puedo hacerle unas fotos? -le pido con toda la amabilidad que tengo.
-Claro, cariño. Puedes hacerme las que quieras.
Le pido que se mueva, que pose. Las fotos quedan bien y, aveces, quedan graciosas y su belleza refleja mucho su forma de ser. Sus ojos muestran cariño y diversión. Es una mujer estupenda, maravillosa y muy amable, pero eso es la primera vista. Le digo que puede dejar de posar y se acerca a mirar las fotos, cosa que dejo que mire de buen gusto.
-¡Son maravillosas! -me mira con felicidad, pero ahora noto algo muy escondido, algo que no noté-. ¿Quieres ira tomar algo? Yo invito.
Acepto por no hacerle el feo y nos vamos a un bar cerca de aquí, el cual está bastante lleno de gente. Vamos a la barra y pedimos un par de cervezas. El camarero nos las trae con una sonrisa forzada, se le nota de lejos. Bebemos un poco y veo que otra chica se acerca, pero no con buenas intenciones al parecer. Me roza el hombro y se pone a mi lado para dedicarme una bonita sonrisa, pero que demuestra que quiere algo especial.
-Hola, guapo. ¿Qué haces aquí? ¿Te has perdido?
-Eh, no. No me he perdido. Y si me disculpa, debo ir al baño.
Me alejo de las dos chicas, la que vino ha hablarme y de la que le hice las fotos, y me voy al baño para descargar todo lo que tengo dentro. Mientras hago mis cosas pienso detalladamente. Esa chica que me intentó tirar los trastos se notaba bastante fría, como si los hombres solo fuéramos un trozo de carne que probar y luego tirar. Sé que eso pasa hoy en día, sea del sexo que sea, y eso me molesta de una manera bastante grande.
Salgo del cubículo en el que estoy y me limpio la cara con agua para despejarme. Es un día de locos y debo ver bien con quién hablo, porque últimamente estoy hablando con personas más frías de lo normal, como si sus corazones fueran de hielo, un hielo intenso que no se puede derretir ni con el amor más grande del planeta.
Mientras tanto...
La mujer que acompaña a Guillermo está en la barra, mirando a la nada, pensando en muchas cosas malas que le ha pasado en toda su vida, pero no es nada, es lo que le ha hecho fuerte y un poco borde. Más adentro de su corazón que brilla y derrite el hielo de varias personas, está el lado oscuro y frío, que intenta esconder de cualquier cosa.
Un hombre se acerca a ella lentamente, con su mirada pegada a su cuerpo bien trabajado. Unas curvas espectaculares, unos ojos preciosos, y unos senos bien redondeados que se notan aún estando escondidos bajo su ropa. El hombre la ve y, con su último pensamiento decidido, va al ataque. Lo único que quiere es una noche de sexo alocado, si ella quiere algo más que eso se tendrá que aguantar y tendrá que olvidarse de eso.
Ya estando al lado de ella, le dirige unas palabras que intentan ser no muy bruscas.
-Hola, preciosa. ¿Estás sola?
Ella lo mira sorprendido, un hombre como él... Sabe muy bien lo que quiere. Pero es mejor que estar con ese chico que me ha hecho fotos, piensa. Su sonrisa se forma y su calor va desapareciendo, cosa que forma algo en su corazón y en su alma que nunca antes había tenido. Crece por momentos, pero prefiere eso a tener que ser la rara del mundo.
-Sí, estoy sola. ¿Qué te hace hablarme? -juguetea con un mechón de su pelo y lo muerde para contener sus ganas de lanzarse a él.
Un chico tan apuesto como él nunca le ha hablado, la primera vez con un chico así.
-Tu belleza -le susurra al oído, creando una chispa en el cuerpo de la chica.
Esa chispa nunca la había sentido, nunca lo había experimentado. Su respiración en su oreja es lo que hacía falta para encender su cuerpo.
-¿Salimos de aquí y nos vamos a un lugar más... tranquilo? -le pregunta y la chica no se lo piensa dos veces.
-Salgamos de aquí cuanto antes, hay un pesado detrás de mí.
Se cogen de las manos y salen a la calle, donde sus corazones se fusionan en un frío glacial.
Y el chico...
Salgo del baño bien relajado y vuelvo a la barra. Cuando llego no veo a la chica, esto me preocupa. Veo que el camarero se acerca y me dice que la chica con la que estaba se ha ido con un chico más grande y fuerte que yo. No me lo puedo creer, sabía que había notado algo malo en ella. Salgo corriendo a la calle y ahí la veo, en el coche de ese hombre, alejándose poco a poco. Sabía que esto pasaría, no debí confiar en una mujer como ella, puede irradiar calor, pero por dentro, en el fondo, está llena de hielo.
El camarero grita mientras sale a la calle, y ya sé el porqué.
-¡Tienes que pagar las cervezas! -me grita mientras me pone en la cara un recibo con lo pedido.
Miro en mis bolsillos, pero no tengo nada de valor. Miro en la mochila y nada. Me temía que pasara esto, era lo que me faltaba.
-No tengo dinero -digo al impaciente y cabreado camarero que está delante de mí.
-¡Paga! -me grita mientras me empuja a una pared.
-Haré lo que quiera -suelto de repente, pero el hombre no parece contento con eso.
Me pega un puñetazo en la cara y me tambaleo de lado, casi al borde de caerme al suelo. ¿Por qué yo? Me pega varios puñetazos más, pero no me duelen más que ver a las personas tristes y demás mirar al vacío y sentir que sus vidas no tienen un papel especial. Caigo al suelo y el camarero se rinde conmigo, sabe que no puedo soltar ni una moneda, así que se va a su local y me deja tirado en el suelo.
Me levanto a duras penas y me voy caminando a ningún punto en concreto. No conozco bien este lugar y estoy seguro que me he perdido. La noche se hace presente y sigo caminando por las calles solitarias y frías. Me siento en otro lado, como si no fuera el mismo. ¡Tengo que controlarme! Si pierdo y caigo en su mundo ya no habrá marcha atrás en ningún momento.
Las calles se vuelven cada vez más solitarias, como si la gente odiara pasar por aquí. ¿Es que estas calles son peligrosas? Las luces de las farolas iluminan las calles y empiezan a aparecer chicos un poquito más jóvenes que yo. Llevan como navajas, cuchillos, bates de béisbol, muchas cosas más. No les hago caso y sigo caminando como si no los hubiera visto en mi vida. Si les hago caso podría pasar algo malo. Pasan por mi lado y me siento observado, como si alguno de esos chicos me hubiera mirado cuando nos hemos cruzado.
-¡Eh, tú! -me imaginaba que harían eso.
No hago caso y sigo mi camino para que no me hagan nada, pero eso solo los cabrea más. Soy un poco tonto para estas cosas.
-¡Qué te pares! -grita quien parece ser el que manda.
Me ponen una mano en el hombro y me hacen mirarlos a la cara, cosa que no quiero porque tengo que seguir mi camino y alejarme de ellos. No quiero problemas con nadie. Tengo miedo de lo que puedan hacer estando así de cabreados.
-Cuando te digamos que pares lo haces a la primera. ¿Adonde vas con esa mochila?
No respondo, si digo algo, cualquier cosa, me querrán registrar la mochila y, seguramente, me quitarán el móvil y la cámara. No es nueva sino una de esas de hace un par de años que nadie compra ahora.
-¿Te ha comido la lengua el gato o qué? ¿Estás mudo?
-Yo creo que sí -dice uno de sus amigos-. ¡Mira lo que tiene en la mochila!
Intenta quitármela, pero hago fuerza e intento apartarlo mientras pido ayuda a gritos. Mis gritos de auxilio no son respondidos, ni siquiera viene nadie ha dispersar al grupo. Consigue arrancarme la mochila de las manos y la abre mientras sus amigos me retienen para no poder recuperar mis cosas.
Tira la ropa al suelo y encuentra el móvil, el cual necesito urgentemente. No lo he utilizado antes porque estaba sin batería. Me miran con una sonrisa maléfica y el que más manda se acerca. No tiene buenas intenciones, no será un típico escupitajo en la cara y luego se marchan, es otra cosa seguro.
-Me quedo con el móvil, pero la cámara te la puedes quedar -se ríe mientras hace crujir sus dedos bien fuerte-. Ahora te vamos a castigar por no hacernos caso al principio.
Me pega un puñetazo en la barriga. Ha sido tan fuerte que me hace toser bastante. Me pegan todos y luego me tiran al suelo con una risa en sus bocas. ¿Cómo he llegado aquí? Quiero decir, a estar viajando tranquilamente y encontrarme con tal número de personas que tratan mal a otras personas. Me siguen pegando puñetazos hasta el punto de que paran y cambian los puñetazos por patadas aún más fuertes.
En mi boca noto un sabor como a óxido, que debe ser de la sangre. Me siento como un tonto aquí en el suelo, como un estúpido tonto que no sabe defenderse a si mismo. Las patadas cesan y el sonido de las pisadas me demuestran que se están yendo de aquí, dejándome solo en este lugar en el que puedo morir. Me intento levantar, pero el dolor me ataca otra vez, haciéndome caer al suelo nuevamente. ¿Saldré de aquí sin que nadie más me haga nada?
Reúno las fuerzas que puedo y me levanto con el dolor aún atacando mi cuerpo dolorido. Mi vista está un poco borrosa, pero pronto se volverá nítida. Mi mochila... no está. ¡No está! ¡Me lo han robado los chicos! ¿Voy a la policía? Ya da igual, no los encontrarán porque no me acuerdo de cómo son ni de cómo son sus voces. Lo voy a dejar de lado, ya no puedo hacer nada.
Camino por la calle aún oscura y pienso otra vez que el mundo está siendo muy cruel. Ya no sé si el pequeño viaje merece la pena. Por la calle me encuentro varias cosas que dan la sensación de oscuridad. Cojo la cámara e intento hacerle una foto, pero la cámara está rota. ¿Qué le pasa? La inspecciono y veo que tiene la lente rota, varios botones no funcionan y la pantalla está rajada y estropeada. Ya no funciona de ningún modo. ¿Qué hago ahora? Mi frustración y mi furia es tan grande que tiro la cámara al suelo y se rompe en trozos pequeños.
¿Por qué lo he hecho? ¿Por qué me he desahogado con la cámara? Soy un idiota al haberlo hecho. Lo dejo ahí y vuelvo a caminar para que nadie me vea aquí, para que nadie sepa que he sido yo el del pequeño desastre que se acaba de provocar.
Por el camino puedo distinguir otro camino que lleva a un lugar desierto, un pequeño bosque al que puedo entrar. El camino es de tierra, al fondo se pueden distinguir los pequeños árboles que hacen bonito el paisaje. Sin pensármelo dos veces, me pongo a caminar por esa dirección sin importarme nada, ya que todo lo que me ha pasado es malo.
Un momento, ¿y si este camino también lleva a algo malo? ¡Qué mas da, otra cosa mala! Estoy cabreado y me da igual las malas cosas que me pasen y que les pasen a los demás, la gente me lo ha demostrado. Me han demostrado que no hay esperanza, que todos mienten, engañan, juegan contigo sin que te des cuenta, te hacen cosas malas que hacen que tu corazón se vuelva frío y sin vida. La humanidad me ha decepcionado bastante, a tal punto que no lo aguanto.
Al entrar en el pequeño bosque, puedo observar a pájaros cantando, ardillas en los árboles, unas flores tan coloridas que podrían hacerte creer que han caído del mismísimo arco iris. Las hojas verdes de los árboles siendo movidas por el viento me hacen pensar que somos aquellas hojas, pero sin el viento. Las ramas nos sujetan, nos detienen de volar a un lugar que desconocemos totalmente, del lugar que puede ser maravilloso. Pero no nos arriesgamos a volar, es algo inútil.
Dejo de mirar a los árboles y me centro en una pequeña cabaña al fondo con un perro guardián fuera. Da miedo desde lejos, a saber cómo de peligroso es de cerca. Camino hacia la cabaña en busca de ayuda, la ayuda que nadie me daría en ningún lugar. Al acercarme tanto, el perro me oye e intenta atacarme, pero está atado y no puede acercarse a mí. Sus ladridos amenazantes y sus colmillos bien afilados me hacen echarme hacia atrás, pero pienso en todo lo que me ha pasado y me armo de valor.
Me pongo delante y le grito al perro, dejando que mi corazón se vuelva oscuro al gritarle a un perro que sólo quiere avisar a su amo de que hay un extraño cerca. El frío emana de mi piel y mis lágrimas brotan hasta empezar a caer con violencia con cada grito que doy. Estoy harto de todo, harto de que el mundo trate mal a las personas que de verdad ayudan a las demás personas. Ya nadie respeta eso.
La puerta de la cabaña se abre y de ella aparece una persona alta, un poco gordo, con pelo castaño en el que se presentan canas y ojos café intensos. Su sonrisa me tranquiliza hasta tal punto que dejo de gritar al perro. El perro para de ladrar también y el hombre, sin dejar de sonreír, se acerca y me mira detenidamente. Su mano, grande y caliente, pasa por la herida de mi mejilla, que tiene un poquito de sangre seca.
-Pasa, hijo. Te voy a curar esas heridas que tienes.
Al decir eso, algo en mi interior explota. Es una pizca de calor, pero no la suficiente. Pasamos por la puerta de la cabaña y se puede ver un espacio abierto entre la cocina, el salón y el comedor. Una puerta que debe ser el baño y otra que puede que sea el dormitorio. Me invita a que me siente en el sofá mientras él va a por un botiquín. Al sentarme, el perro viene y se apoya en mí para mirarme a los ojos. ¿Cómo se ha desatado? Seguramente ha sido el dueño.
El señor regresa con un botiquín y, cuando está a mi lado, aparta al perro. Se sienta y me empieza a curar las heridas. La sangre seca de la mejilla y las heridas del costado. Al terminar va a la cocina y vuelve con un tazón humeante de sopa. Me lo tomo y me quedo con ganas de más y él, con su sonrisa, me trae más.
-Tienes que estar fuerte. Seguramente querrás irte pronto para no preocupar a nadie.
-No preocupo a nadie. Hoy el mundo me ha demostrado que la gente puede ser muy desagradable.
-No todo el mundo es desagradable, hijo. Mírate a ti, eres bueno, con un corazón caliente y dorado bajo esa capa de hielo que tan fuerte se ha creado en tu interior. Y si crees que no eres un buen ejemplo, piensa en mí. ¿Crees que por estar aquí te voy a cobrar o algo? He hecho todo esto porque me he preocupado.
-Eres un buen hombre y gracias por todo lo que ha hecho por mí.
-De nada, hijo. Ahora ve a descansar, que seguro que lo necesitas.
Miro por la ventana y veo que es de noche. Se me ha pasado el tiempo volando, cosa que nunca me había pasado. Mi corazón siente algo, mucho calor, tanto que la capa de hielo se funde poco a poco, pero no es suficiente para lo incrustado más adentro.
-Una cosa -me dice y lo miro fijamente-. Puedes quedarte todo el tiempo que necesites. Estoy aquí para ayudarte, sea el problema que sea.
Mi corazón explota y algo en mi interior me dice que soy libre, que mi corazón vuelve a ser el de antes.
-Gracias, señor. Es usted una persona maravillosa.
Me levanto del sofá y el hombre me acompaña hasta una habitación muy espaciosa. Hay dos camas, muy cómodas a simple vista. Me acomodo en una y dejo que el señor me arrope con cuidado, ya que mis heridas duelen al más mínimo apoyo y roce.
-Buenas noches, chaval.
-Buenas noches.
Sale de la habitación y me invade el sueño de repente. Este hombre me ha dado esperanzas de volver a ver a la gente de buena manera. Si los veo desde otra perspectiva puede que los vea como personas maravillosas. Pero eso puede cambiar con el paso del tiempo, aunque no queramos.
Gracias al amor de esta persona mi corazón está derretido y de seguro no volverá a congelarse. Puedo descansar con amor y con un corazón derretido que nunca se congelará. Jamás de los jamases.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top