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–No tenías ningún derecho a hacer eso –le recriminas.

–Melca también es mi amiga. –contesta Leia apagando el móvil, sentada en tu cama– La conocí cuando era una cría y la he visto crecer, lo siento si le he cogido cariño.

Aprietas los labios. Intentas controlarlo, pero no lo consigues. Mantener la mente fría no es lo tuyo.

Corres hacia ella y la abrazas llorando. Leia pone los ojos en blanco, lo cual no ves al estar abrazándola. Lloras embarracada.

Ella saca su móvil pasando el otro brazo por tu cintura.

"Leia: Si puedes ven a casa de Val, por favor. Está llorando. Ayuda."

La pelinegra se agobia contigo abrazándola y llorando como si te fueras a morir, pero aguanta el tipo. Siente que se asfixia y sólo puede pensar en las ganas que tiene de largarse de allí. Pasa su mano por tu espalda e intenta concentrarse en respirar.

Minutos después, cuando ve a Azu aparecer por la puerta, gesticula "sálvame" con los labios. Ella no puede evitar tener que aguantarse la risa.

Se sienta a vuestro lado en la cama.

–Valeri... Ven aquí, anda.

Te separas de Leia, aunque tú preferirías abrazar a tu mejor amiga. Nunca entenderás por qué, pero sabes que a ella le molesta sobremanera que la abracen. Abrazas a Azu. Leia se levanta y se sienta en el alféizar de la ventana, de lado, de modo que apoya la espalda en la pared.

–¿Qué ha ocurrido?

–Melca le mandaba mensajes y ella no respondía –responde Leia mirando a la calle–. Así que hablé yo en su lugar.

–¿Y qué le has dicho?

–Nada, que tire para adelante.

–¿Y tú por qué lloras?

–Es... duro.

–¿Melca ha dado alguna explicación? –le pregunta a Leia.

–Quiere intentar arreglarlo con sus padres antes de hacer nada. Dice que pelearse con ellos no vale la pena, así que esperará a que se calmen las cosas un poco antes de intentar hacerles entrar en razón, y si no lo consigue ya verá que prefiere hacer con su vida.

–Tiene lógica. Y tú, ¿piensas volver a hablar con ella? –Niegas con la cabeza– ¿Por qué?

–Duele... –sollozas.

–Sé que duele... Pero ahora más que nunca necesita tu apoyo. Deberías hablar con ella.

–No...

Leia bufa y niega con la cabeza. Sigue mirando por la ventana, que ha abierto.

–¿Qué pasa?

–Se lo prometiste, Valeria. Nunca cumples tus promesas. Y ya sabes lo que pienso de las promesas: no prometas nada que no sepas con total seguridad que vas a cumplir. 

La voz de tu amiga es dura, tajante. No es su habitual voz seria y sin emociones. Está molesta.

–Creía que lo haría...

–¿Hasta qué? ¿Hasta que se complicó todo?

–Es difícil.

–Nadie dijo que fuera a ser fácil. Pero tú siempre abandonas en cuanto las cosas se ponen difíciles.

–No es verdad...

–Sí. Lo es. Siempre dejas de lado a todo el mundo en cuanto las cosas se ponen difíciles. Tienes la vida perfecta, y en cuanto eso deja de ser así, lo mandas todo a la mierda.

–No es cierto...

–Lo es. ¿Qué pasa cuando te peleas con alguien? Que voy yo a hablar contigo, a hablar con quien sea y lo arreglo todo, porque si fuera por ti los mandarías a la mierda a la primera de cambio, en cuanto te llevan la contraria. ¡Por favor, si casi tengo que sacarte yo por ti del armario! Tuve que decirte que le dijeras primero lo de Luke para que te quedaras más tranquila con su reacción y pudieras decirlo. Y te empujaba a ir a ver a Ali al hospital para que no la dejaras sola cuando más te necesitaba. Tú siempre abandonas cuando las cosas se ponen difíciles, Valeri.

–Eso no es cierto... Tú me contradices mil veces y no te he mandado a la mierda.

–Porque me necesitas. –Leia te mira con dureza– Si no me necesitaras no seguirías aquí. Que tienes veintiún años y necesitas un puto canguro para que lo haga todo por ti, coño, madura.

–Eso es cruel...

–Por lo que dicen, suelo serlo. Pero es cierto.

La miras a punto de empezar a llorar otra vez, con cara de pena. Te has separado de Azu, quien observa sin atreverse a intervenir. Piensa que Leia se está pasando, por mucha razón que tenga. Aunque también se da cuenta de que Leia está harta, que sólo ha sido la gota que ha colmado el vaso. Tiene que ser cansino estar cuidando siempre de los problemas de alguien más. Ella ya tiene sus propios problemas, y te cuida más de lo que debería.

Leia suspira, baja de la ventana y se acerca a ti dejando que abraces su cuello.

–Te odio, puta.

Tú sabes que lo dice porque es incapaz de ser dura contigo, porque si mira tu cara de cachorrito abandonado le duele y te concede todo lo que quieras. Leia es incapaz de verte sufrir.

–Yo también te quiero, tontita.

Azu nota en la cara de Leia que se está agobiando y te pone una mano en el hombro.

–Valeri...

Te separas de ella.

–Gracias.

Leia gruñe y vuelve a sentarse en el alféizar. Azu te abraza por la espalda y tú te apoyas en ella, acaricia tu cabello.

–¿Por qué te sientas ahí?

–Leia suele sentarse en las ventanas.

–Porque estar al borde del precipicio, pudiendo caerme y morir, me hace sentir viva.

 Azu hace una mueca que ninguna de las dos veis, tú porque estás de espaldas a ella y Leia porque mira al exterior. Ella se da cuenta en ese momento de que las cadenas vuelven a colgar de su pantalón, ahora mismo se notan más porque se han separado de este y cuelgan poco por debajo, contrastándose con el blanco del alféizar.

–Puedo hablar yo con Melca para que no se quede sola –ataja Leia–, pero que eso no te haga sentirte menos culpable. Porque eras su mejor amiga y se lo prometiste tú, no yo.

–Gracias...

–Pero deberías hablar con ella en cuanto puedas.

–¿Desde cuándo tú crees en el deber?

Leia te mira.

–Valeri, creo que tienes la libertad de hacer lo que te de la gana. Pero, primero: se lo prometiste. Segundo: Melca no estaría en esta situación si tú no hubieras insistido tanto, y sabíamos que esto podía pasar, así que no abandones ahora. Tercero: es tu puta amiga desde hace diez años, joder. Cuarto: ¿te imaginas lo que es estar en un país nuevo con unos padres que te desprecian y habiendo perdido a todos tus amigos? Quinto: es tu puta culpa. No te embarques en una aventura que no seas capaz de acabar. Te advertí cientos de veces de que esto podría pasar, ahora acarrea las consecuencias. Puedes justificarte como quieras para hacerte creer a ti misma que no es cosa tuya. Pero no esperes que yo te perdone. Le diste alas y cuando se ha estrellado la abandonas. Eso es de ser muy zorra. No puedes estar ahí sólo cuando a ti te conviene. Es injusto. Y de ser muy egoísta.

–No te pongas así... A ti no te he hecho nada.

–No es como si lo hicieras sólo con ella. Has cambiado desde que Melca se fue. 

–No seas así... Sí que me preocupo por ti.

–Viniste unos minutos a verme cuando Azu se fue, el resto del tiempo estuve sola en el gimnasio. Antes hubieras venido aunque fuera a tomarte un bocata conmigo en el gimnasio, y lo sabes. No me has preguntado ni una sola vez como llevo lo del "embarazo". No me has preguntado ni una sola vez como llevo lo de Nico. Ni nada. Y antes eras pesada de más, sí, pero pasar de eso a pasota... Antes le hubieras preguntado a Zahara si piensa tener algo serio con Celia, y has pasado de ella. 

–Bueno...

–Y no te justifiques en que tú estás mal, porque ni siquiera estás haciendo algo para solucionarlo –Señala el móvil con la cabeza.

Suspiras y asientes con la cabeza.

–Voy... Voy al baño.

Huye.

Azu te observa salir del dormitorio. Leia sigue mirando por la ventana.

–Hey. –La pelinegra la mira– Ven aquí.

Baja del alféizar con desgana y se acerca a ella manteniendo su gesto serio y sus brazos cruzados. Se espera una regañina por ser tan dura contigo.

Azu coge sus cadenas entre sus manos.

–Quítate esto. –La mira a los ojos y le sonríe levemente, le habla con dulzura– No vuelvas a encadenarte a tu pasado, Leia.

Ella aparta la mirada dejando salir el aire lentamente. Asiente con un gesto casi imperceptible. 

Azu desengancha las cadenas y las deja a su lado en la cama. La pelinegra sigue mirando hacia otro lado.

–Hey.

Vuelve a mirarla. Azu le sonríe y se levanta sobre la barra de la cama, quedando más alta que ella. Se apoya en sus hombros y besa su frente. 

–Todo va a ir bien, ¿vale?

–Tengo miedo de que se rompa.

–Val es más fuerte de lo que tú te crees.

–No sé...

–Saldrá bien. –Pasa una mano por su cabello, por encima de su oreja– Y si no, te prometo que yo sí voy a estar aquí. Pase lo que pase. Y que conste que opino igual que tú de las promesas.

Leia hace un leve comienzo de sonrisa de medio lado, mirándola a los ojos. Esos círculos celestes le dan una calma inexplicable.

–Gracias, princesa –responde con esa voz ronca que le sale cuando le cuesta hablar.

Azu le regala una sonrisa. Si fuera otra persona, la abrazaría, pero realmente no sabe qué hacer con ella. Sabe que los besos sí los acepta, pero no quiere besarla.

Para su sorpresa, es Leia la que acaricia su mejilla, mirándola a los ojos.

–¿Qué pasa?

Ella sonríe de medio lado.

–¿Qué he hecho yo para merecer esto? Creía que los ángeles nunca ayudaban a los demonios...

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