Y
Después de hacer transbordo en la estación de autobuses de Sevilla para coger un autobús a su pueblo, llegan a su casa. Azu saca las llaves de su riñonera y la mira.
–¿Estás lista?
Leia asiente. Está mirando el lugar. Es una calle con varias casas con jardines propios. Las paredes de la casa de Azu son blancas, como las demás, pero la suya tiene pintadas grandes flores y algunas notas de música.
Si algo tienen de distintivo las cosas que toca Azu, es que siempre están pintadas.
–Lo tenéis bien montado.
Azu se ríe y abre la puerta.
–¿Quién es? –se escucha desde dentro.
Una mujer se asoma a la puerta. Tiene el pelo largo, castaño con mechas rubias. Es bajita y regordeta. Tiene la cara redonda y amigable y los ojos celestes.
Las mira sorprendida y sonríe ampliamente.
–¡Azu! ¡Cariño!
La joven corre hasta ella y la abraza. Su madre es aún más baja que ella.
–¿Cómo no me dices que ibas a venir? ¡No he preparado nada!
–Tranquila, se lo dije a la tita. Quería darte una sorpresa.
Leia las mira. Ellas siguen abrazadas, le parece tierno. La sonrisa de Azu al ver a su madre era enorme.
La artista se termina separando de su madre con dificultad. Entonces ella se fija en la pelinegra.
–Y tú debes ser Leia –dice con una sonrisa, mirándola curiosa.
–Sí.
Se acerca a ella y le tiende la mano.
–Oh, venga ya, dame un abrazo.
–Mamá... –empieza a quejarse Azu, pero Leia soríe vergonzosa y le da un abrazo rápido.
En cuanto se separa de ella aparta la mirada, encontrándose con un cuadro en la pared. Es un dibujo a ceras. Se nota que está hecho por una niña pequeña, y en una esquina pone "Azu" en celeste.
–Mi casa es como un pequeño museo de mi paso por los años.
–¿Tu primo Javi es mucho más grande que tú?
–Ahora sí, en esa época casi nada, ¿por qué? –pregunta su madre.
–Porque te dibujaste muy pequeña. Y eso demuestra una baja autoestima. Además, teniendo en cuenta que tu padre tiene que ser mucho más alto que tu madre... Se nota que los tienes en gran estima. Y que no tenías apenas relación con tu tío, porque está apartado.
Leia reconoce las figuras sólo porque Azu escribió sus nombres encima.
La madre sonríe.
–Sí, en esa época mi hermano era adolescente y no quería cuentas con nadie.
–Leia, por favor, deja de psicoanalizarme, ya tengo bastante con mi madre.
La pelinegra sonríe.
–Suerte para ti que no me he especializado en psicoanalizar dibujos.
–¿Estás estudiando Psicología, verdad?
–Sí. El año que viene hago el último curso.
–¿Psicología clínica?
–Experimental. Creo.
–¿Crees?
–Sí. La psicología clínica me llama un poco, pero no se me da bien la gente... Además, tengo que admitir que no confío mucho en los psicólogos clínicos.
–¿Y eso? –pregunta Azu.
–Me llevaron una vez de pequeña. No sirvió para nada.
–Todo depende del psicólogo al que vayas –responde su madre.
–Como en todo.
–Bueno, vamos a dejar las cosas en el cuarto.
Leia asiente y sigue a su chica por el pasillo. Es un dormitorio más bien pequeño. Una de las paredes está llena de dibujos de todos los tipos y colores. Hay una cama sobre la que hay varias estanterías, un armario y un escritorio. Las estanterías están llenas de libros, materiales, fotos y recuerdos. El armario está plagado de dibujos colgados sobre él.
Azu deja la guitarra en una silla.
–Deja la mochila donde quieras.
–Mmm... ¿Yo dónde duermo?
–Si no viene mi padre hay un cuarto de invitados, si viene está el sofá. Pero me he dejado al Sargento Adelmón así que si quieres...
–¿A tu madre no le importaría?
–¿A mi madre? Mi madre dice que lo que no haga aquí lo voy a hacer allí, así que qué más da.
Leia asiente y deja la mochila en la mesa.
–Si me muero de calor me iré al sofá.
–Está bien.
Azu sonríe y besa su mejilla.
–¿Todos los dibujos son tuyos?
–No, si encuentras algo con carboncillo es de papá. Él me regala sus dibujos a mí.
–Tú nunca pintas con carboncillo...¿No?
–Sólo cuando me obligaban en clase. Ya sabes: no gusta que te comparen con tu padre.
–¿Y tu madre no pinta?
–No. Le gusta cantar, no es que sea una prodigio pero... Canta bien.
–Mejor que yo seguro.
–Tu voz de ronca es muy sensual –responde ella aguantándose la risa.
–Eres muy puta, ¿lo sabías?
–Me lo dices mucho.
–Me haces bullying. Te voy a denunciar por acoso a menores.
–No te atreverías, me echarías de menos. Y ni siquiera eres tan bebé, bebé.
–Te contradices.
–No lo hago –responde ella pegándose a Leia, mirándola a los labios.
–Sí lo haces.
–No.
–Cállame.
Azu se ríe.
–¡Si ni siquiera estás hablando!
Leia coge su rostro entre sus manos y la besa. Azu lleva las manos a su espalda.
–Eres muy fácil de tentar, ¿sabías?
–Sólo si me dejo.
La rubia se ríe.
–Te odio mucho.
–¿Por qué?
–Porque me das ganas de estar sola contigo en la intimidad y tengo que ir a saludar a toda mi familia.
Leia sonríe de medio lado.
–Problemas de salir con Afrodita.
–Sí.
Azu la besa, intensificando el nudo que tiene Leia en el estómago debido a los nervios.
–Oye, Az.
–Dime.
–¿Cómo se llamaba tu madre?
–Ángela. Pero si le dices suegra te hago un altar –responde entre risas, está feliz.
–¿Por qué?
–Le da mucho coraje. Dice que hace que se sienta vieja.
–Es que tu madre es joven para ser suegra.
–Lo es. ¿Preparada para saludar a todo el mundo?
–¿Sinceramente?
–Sí.
–No.
–Mmm... –Pasa sus brazos por su cuello– Mi tía dijo que invitaría a todos a su casa a comer de tapeo. Coge un vaso, quédate en una esquina y nadie se dará cuenta porque estarán ocupados saludándome. Luego ya los conocerás poco a poco cuando se acerquen.
–Vale.
Azu se separa de ella para salir. Leia la retiene cogiéndola de la muñeca.
–Pero Azu... –La mira, Leia aparta la mirada– No me dejes mucho tiempo sola.
Sonríe.
–Tranquila.
Sale del dormitorio.
–¡Mamá! La tita dijo que fuéramos a su casa a comer. Ya estarán esperando.
–¡Vaya forma de cambiar planes, mi arma!
Leia se aguanta la risa interiormente. Le encanta la manera de hablar de los sevillanos.
–¿Tenías algo mejor que hacer?
–No.
–Pues no te quejes, ma'.
Ángela le saca la lengua a su hija y vuelve a abrazarla. Leia suspira. Se la ve tan feliz de verla... Cuando ella decidió irse por su cuenta un verano, la reacción de su madre al verla fue tal que "ah, ya estás aquí".
–¿Tu padre vendrá?
–Me dijo que no vendría. Pero ya sabes cómo es: nunca se salta mi cumpleaños.
Ángela mira a la pelinegra.
–¿Preparada para conocer a la familia?
Leia se queda callada. Le cuesta mucho saber qué decir, lo que suele ocultar bajo su fachada de seria que pasa de todo, pero ahora mismo no sabe cómo reaccionar, ya que no quiere usar esa fachada con la familia de Azuleima.
–Está nerviosa –responde Azu por ella–, muy nerviosa.
Ángela le sonríe comprensiva, mirándola a los ojos.
–Es normal, no te preocupes. Son todos unas cabras locas, pero en cuanto vean que eres tímida te dejarán tu espacio. Además, suelen estar muy ocupados metiéndos eentre ellos como para molestar a alguien más.
Azu se ríe.
–Luego te quejas de que yo te haga bullying... Pero es que me viene de familia.
–Cuidado con Zacarías, parece adorable pero da los mayores palos del mundo –bromea la mujer.
Leia sonríe de medio lado, nerviosa.
–Irá bien, hija. No te preocupes, de todas formas ya los tienes a todos ganados.
–¿Cómo?
–¿Alguna vez te has dado cuenta deque mi hija habla, habla, habla y nunca se calla? Nos ha hablado muy bien de ti.
Leia se sonroja levemente. Tierra trágame.
–Creo que me voy a desmayar.
Azu se ríe.
–Tranquila, galáctica.
Acaricia su cabello y besa su mejilla. Le da la mano, Leia la acepta. Salen de la casa y esperan a que su madre cierre.
–Saludo a todos y corro en tu auxilio, ¿vale?
–Te odio.
–Y yo a ti.
–No, yo no te doy motivos para odiarme.
Azu se ríe.
–Leia, eres encantadora. No te preocupes. Te acogerán bien.
La pelinegra respira hondo. No es como si alguna vez la hayan acogido bien.
–Esta vez pasará.
La mira. Le encanta que sea capaz de leerle la mente. Asiente. Van a la casa de al lado, donde se escuchan risas, porque están fuera en el jardín. Cuando entran, Azu suelta su mano y se va a saludar a todo el mundo. Ángela le guiña un ojo y sigue los pasos de su hija. Al menos la madre de la artista es simpática, eso que tiene ganado.
Mira a su alrededor. Encuentra un salón vacío y entra en él. Respira hondo y juega con sus manos. Se muere de nervios. Quizá debería haberle cogido algo de ropa más normal a su hermano, porque no cree que presentarse con ropa negra y una calavera con cuernos en su camiseta sea la mejor opción.
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