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Leia entra en el dormitorio. Ve a Azu delante de su portátil, llorando.
–¿Qué te pasa, enana?
–Es que... he... encontrado... una nueva canción... Es muy bonita.
Leia sonríe levemente.
–Ay, que te estrujo –bromea imitándola–. Anda, ven aquí.
La artista se acerca a ella y la abraza. Leia besa su cabeza y espera a que se tranquilice.
–¿Y de qué iba la canción?
–De bullying. ¿Quieres escucharla?
–Mmm... No, prefiero que no.
Azu la mira frunciendo el ceño, pero no insiste.
–¿Salimos a dar una vuelta? Hoy hace buen tiempo. No hace demasiado calor.
–Vale.
Azu coge sus llaves y salen del piso. Bajan por las escaleras.
–¿A dónde vamos? –pregunta Azu.
–A donde nos lleve el viento.
–No hay viento, idiota.
Leia le saca la lengua.
–Pues a donde tú quieras, princesa.
Azu se encoge de hombros y echa a andar en cualquier dirección. Leia camina a su lado.
–¡Hey, tú, lunares!
Leia se queda rígida y mira de soslayo al hombre que ha hablado. Azu lo observa, es alto, grande y musculoso, barbudo. Su gesto le da mala espina. Sus dos acompañantes también, tienen una mirada grosera, lasciva. Ambos son enormes, uno muy gordo, el otro demasiado flaco, los dos con una actitud inquietante.
–Acabo de volver a la ciudad, vendrás a celebrarlo, ¿no?
La joven pasa de él con su mirada seria de siempre. Sus músculos están tensos, amenazantes. Claro que una mujer tan pequeña no es ninguna amenaza para tres tiarrones.
–Venga, no seas estúpida. Sabes que echas de menos que te folle, que te la meta hasta el fondo... Ven, zorra.
Azu se queda perpleja, asqueada, le dan ganas de golpear a aquel tipo. Leia no parece sorprendida.
–Ahora no, Alfredo.
–No me hagas esperar, puta.
–No te hago esperar. Es que no pienso irme contigo. No estoy interesada.
–No seas estúpida. Ven.
–No.
–Venga... Sabes que yo te hago gemir como a ti te gusta, zorrita, y mi polla te echa de menos, sé que tú a ella también... No seas terca. Sabes que nadie te folla tan bien como yo.
Sus compañeros se ríen, mirándola de arriba abajo. Hacen como si Azu no existiera, no parece que su presencia les importe lo más mínimo. La cara de deseo y perversión de aquel hombre mirando a su novia le parece asquerosa. No entiende como Leia lo aguanta con tanta calma.
–¿En serio dejas que tus rollos te traten así? –termina soltando, antes de darse cuenta de que debería haberse callado.
–¿En serio crees que pregunto sus nombres a mis rollos? Este es mi ex, Alfredo.
–Y tu mayor placer, zorrita. Venga, cómemela.
–¿Ves a esta chica de aquí? Es mi novia. Y te he dicho que no estoy interesada. Déjame en paz, Alfredo.
Leia no quiere irse sin más porque sabe que son muy capaces de seguirlas, y que por allí al menos pasa gente. Teme lo que pudieran hacer en un lugar donde no.
Los chicos se ríen con sorna.
–¿En serio? ¿Tú? Amas una polla como a nada, vendrás corriendo hacia mí en cuanto la rubita se despiste.
–¡Mira! ¡Es Leia!
Azu busca la voz infantil que ha exclamado el nombre de su novia. Lo ve a lo lejos, al lado de Nico, quien se ha quedado rígido y mira con enfado a los tres hombres. Le dice algo a Demian, quien se queda allí con uno de sus hermanos. Nico se dirige hacia ellos, interponiendo su enorme cuerpo entre Alfredo y Leia.
–¿Te están molestando?
–No debería molestarte eso –inquiere Alfredo–, sino que tu zorra está toqueteándose con una enana, grandullón.
–Leia no es ninguna zorra. Y déjalas en paz, Alfredo.
–¿Por qué debería hacerlo?
–Porque mi hermano está allí detrás llamando a la policía y no te gustará que te pillen con las manos en la masa.
Los tres hombres giran sus cabezas viendo a ambos niños, uno de ellos con el teléfono pegado en la oreja. Hacen una mueca.
–Lo lamento, muchachos. Otra vez será.
Se largan de allí con paso rápido. Azu mira a Leia.
–Lei... ¿Por qué les dice que lo lamenta a los otros dos?
La pelinegra tiene la vista clavada en el suelo, sin atreverse a mirar a Azu.
–Me... los he follado a los tres.
–¿En serio?
Leia la mira apretando la mandíbula.
–Mira, Azu, si te dijera si me he tirado a un tío cada vez que nos cruzamos con uno por la calle, diría que sí a nueve de cada diez, y el décimo o es gay o estaba en pañales cuando yo empecé, así que déjalo ya, ¿quieres?
–No es eso, Lei... Es que... ¿Cómo puedes permitir que te traten así?
La chica aparta la mirada.
–No lo hago... No ahora. Tenía catorce cuando los conocí... Él diecisiete.
–Joder, Leia... Dime que al menos no perdiste la virginidad con ese.
–No... Fue con su hermano, él tenía veinte... Y no era tan asqueroso como Alfredo, pero se le parecía... Después empecé con él y bueno, él llamó a sus amigos y...
–¿Cómo pudiste permitirles que te trataran así?
–Me hacían sentirme deseada, útil, por fin había algo que hacía bien. Era sólo una niña, Azu... Una niña que no sabía lo que hacía, y que no tenía a nadie para decírselo...
–Joder... Lo siento, Lei.
–Ya qué importa.
Azu suspira y mira a Nico.
–¿Y tú cómo...?
–Tuvimos un encontronazo con él una vez. El idiota le dijo que cómo era posible que prefiriera follar con un gordo en vez de con él y que volvería a sus brazos, terminó diciéndome que disfrutara de mi zorra. Es un cabronazo asqueroso.
–Dejemos el tema –reclama la galáctica.
Nico asiente y hace un gesto a sus hermanos diciéndoles que ya se pueden acercar. Demián corre hasta saltar a los brazos de Leia, quien lo alza abrazándole. El niño sonríe y besa su mejilla.
–Te echaba de menos.
–Y yo a ti, grandullón.
El otro muchacho se acerca sonriente y abraza a Leia por el costado.
–Hola, Lei.
–Hola, Alberto. ¿Qué tal?
–Bien, ¿y tú?
–De maravilla.
–Te has quitado tus cadenas.
–Sí.
–Jo, estaban chulas. ¿Me las regalas?
Leia lo piensa un momento. No las considera un buen augurio para nadie.
–No, lo siento, las perdí.
–Vaya...
–Leia, juega conmigo a las naves, porfi, porfi, porfi –le pide Demián.
–Ahora no, estoy cansada.
–¡Sólo una vez, lo prometo!
La pelinegra se ríe.
–Está bien, está bien...
Suelta al pequeño y vuelve a cogerlo de manera que esté tumbado sobre sus brazos.
–Nave número uno, nave número uno, lista para el despegue. Tres... Dos... Uno...
Imita el sonido de una nave lo mejor que puede y hace volar al niño por el aire, corriendo con él en esa posición. Demi alza un brazo, grita entusiasmado.
–No parecía ella –comenta Azu en voz baja.
–Sabe con quién no debe meterse. Esos tres la destrozarían si quisieran.
–Es una lástima que se valorara tan poco...
–Lo sé...
–¿Qué pasa, Nico? –le pregunta Alberto.
–Nada, peque.
–¿Y tú quién eres?
–Soy Azu.
–Yo soy Alberto, el hermano de Nico. ¿Y tú...?
–Es la nueva novia de Leia, Alb.
–Ooh... Leia ha mejorado en buen gusto.
Nico le propina una colleja con una leve sonrisa. La chica se aguanta la risa. Leia vuelve y deja a Demián entre ellos.
–Preparados para el aterrizaje... Pffffff... Misión completada.
–¡Gracias, Leia!
Ella se ríe.
–No hay de qué. Anda, suelta. Supongo que tendréis cosas que hacer.
Mira a Nico, quien asiente.
–Vamos, chicos. Me alegro de veros, chicas.
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