I

Azu y Leia están en la casa de la artista. Meriendan unas galletas con batido de chocolate en el salón.

–¿Tus compañeras de piso no están nunca?

–Aprovechan el verano para salir –se encoge de hombros–. Además, una de ellas se ha echado novio, y ahora hay veces que ni duerme aquí.

–Os sustituye por una polla, yo de ti me enfadaría.

–Tú también lo harías.

Leia se aguanta la risa.

–Cierto... Oye, ¡me dejas como si fuera una puta!

–Lo eres, Leia.

–Llevo más de dos semanas con abstinencia sexual, no puedes estar en serio.

Azu suelta una carcajada.

–Si no fueras tan zorra no lo considerarías abstinencia por dos semanas.

–También es cierto...

La pelinegra se ríe. Sus ojos incluso llegan a achinarse un poco por esta vez. Da un sorbo a su chocolate.

La artista la mira sonriendo.

–Tienes una risa muy bonita, ¿sabías?

Leia la mira ocultando la mitad de su rostro con la taza y baja la mirada. Azu se queda en silencio, quizá no debería haber dicho nada, aunque lo decía con buena intención: sabe que la galáctica suele evitar reír. Por eso mismo le gusta más escucharle, es todo un logro sacarle una risa.

–Gracias –dice al final Leia, con la mirada perdida en su batido, antes de volver a beber.

Azu sonríe y muerde una galleta. Le parece tierno comprobar que, aunque Leia se muestre siempre como una roca seria, madura, responsable y segura de sí misma, aún sigue siendo una niña.

–No hay de qué, es sólo sinceridad.

Leia pasa la mirada de ella a las galletas y coge una.

–Eres tan tierna que me das asco.

La rubia se ríe.

–No lo parece, te tengo pegada como un grano en el culo, asquerosa.

–Por eso me das asco: tus pedos huelen peste.

Azu se ríe y se levanta para atacar a Leia con cosquillas, quien intenta deshacerse de ella. Agarra sus muñecas y se levanta empujándola al sillón. La rubia cae sentada, sorprendida y mira a la joven, que sujeta sus muñecas en el reposabrazos y respira rápido por las cosquillas. 

–¿Firmamos la paz?

Leia la suelta y se sienta en el sitio donde antes estaba ella.

–Nunca me hagas cosquillas.

–¿Por qué, chica dura?

–Las odio.

La rubia se queda observándola, pensando.

–Pierdes el control.

La pelinegra asiente con la cabeza y termina su galleta. La artista se levanta.

–Ven, quiero enseñarte algo.

La galáctica la acompaña a su dormitorio, donde señala el lienzo exclamando un "¡tacham!". Leia lo observa, ha pintado en acuarela una de las fotos que hizo de las estrellas en su lugar favorito. Lo mira asombrada.

–Es... precioso.

–Lo sé –responde Azuleima sonriendo orgullosa, con las manos en las caderas.

Observa su obra de arte y frunce el ceño. 

–Espera, tengo que arreglar algo.

Coge un pincel y su paleta de colores. Leia se aguanta la risa.

–¿Todos los artistas sois tan perfeccionistas?

–¿Para qué hacer algo bien pudiendo hacerlo mejor?

–¿Sabes que es de mala educación responder a una pregunta con otra pregunta?

–Oh, cállate.

–Cállame.

Azu se aguanta la risa y deja sus materiales para besarla. Le divierte el juego que tiene con la chiquilla.

–Te acabaras haciendo adicta a mis besos.

–Nah, no lo creo, tampoco besas tan bien.

Azu se ríe negando con la cabeza.

–Pero mira que eres puta.

Vuelve a coger sus cosas y retoca algunos detalles del cuadro. Leia la observa pintar. Le parece fascinante ver cómo realiza los trazos, con tanta sutileza y tanta precisión a la vez, sus movimientos son elegantes, casi enigmáticos.

–Pero mira, si hasta estás sexy pintando.

La rubia se aguanta la risa y separa el pincel del lienzo antes de hacer mal un trazo.

–¡No me hagas reír cuando estoy pintando!

Se gira a ella y le pinta la nariz de negro. Leia se ríe y mete sus dedos en la paleta para luego pasarlos por la mejilla de Azu, pintando su mejilla. La rubia le devuelve una pincelada desde la frente hasta la mejilla y Leia le pinta el cuello de celeste. Se ríen y Azu separa sus pinturas de ella, guardándolas.

–Eres un caso perdido. Ya lo retocaré después.

–Tranquila, puedes hacerlo ahora, te dejo tranquila.

–Nah. Limpiémonos antes de que se seque y sea más complicado de quitar.

–Sosa.

–Es que luego es difícil de quitar.

–Agonías.

–Lo que digas, pero que yo voy a limpiarme.

Leia se encoge de hombros y la sigue al cuarto de baño, donde después de limpiarse salpica agua a Azu y ella la empuja riendo.

La rubia se queda mirándola unas segundos. No parece la misma Leia de siempre.

–¿Qué? –espeta ella, ahora sí, con su bordería habitual.

La artista niega con la cabeza.

–Nada.

De vuelta al dormitorio, Azu se tumba en su cama con los brazos detrás de la cabeza. Leia la imita.

La andaluza la mira. Se quedan en silencio, escuchando los leves sonidos a su al rededor. No es incómodo, porque ambas tienen algo en común: aprecian la belleza del silencio, y no suelen hablar por hablar.

–¿Sabes? Estoy pensando que quedaría bien un retrato tuyo sobre un fondo blanco con un arma en la espalda y otra en tu cintura. Sería muy como póster de película de esos atrayentes.

–Claro que lo sería: soy hermosa, quedo bien me pongas como me pongas.

Azu se ríe.

–Creída. Pero yo soy más guapa que tú –imita un gesto de diva.

–Por supuesto, porque como ya te dije todo lo que hacéis los artistas es bonito, incluso existir.

La rubia se queda callada y se sonroja. Eso no se lo esperaba. A Leia le dan prontos muy raros.

–Cállate.

–Cállame.

Azu se acerca a ella y la besa.

–Al final va a ser que lo haces para aprovecharte, capu...

Leia la besa evitando que la insulte.

–Aquí la única capu...

Azu vuelve a callarla.

–Cabro... –comienza Azu, sin poder terminar: Leia la besa dándose la vuelta para quedar sobre ella– Gili... –Leia la besa llevando las manos a sus mejillas– Id... 

Vuelve a besarla, Azu corresponde todos sus besos casi por impulso, intentando no olvidar que está intentando insultarla.

–Pu...

Leia vuelve a callarla con sus labios.

–Esa palabra es mí...

Esta vez es Azu quien la calla y vuelve a quedar encima de ella. Se separa de ella apoyando la cabeza entre su hombro y su cuello para deshacerse de sus labios y respira hondo. Tiene que admitir que la galáctica besa muy bien.

–Si no fueras hetero, ya me creería que estás colada por mí.

Sólo le responde el silencio. Se siente cómoda tumbada sobre Leia, notando su calor contra su cuerpo, sintiendo cómo respira y cómo late su corazón. Se incorpora para mirarla, dispuesta a decirle que era broma, que no se preocupe, que no le molesta y sabe que es sólo una coña. Entonces se da cuenta de que la pelinegra está intentando decir algo, por lo que se queda en silencio, dándole tiempo, esperando una de sus coñas del estilo "soy demasiado perfecta como para colarme por alguien como tú", "no tienes pene" o algo serio como "¿sabes? aún estoy muy colada por Nico".

Comienza a hablar moviendo su mirada por toda la habitación, sin ser capaz de detenerla en ningún sitio, y mucho menos de llevarla a ella.

–Bueno, Azu... Sí es verdad eso de que me gustan los hombres; pero... ¿Sabes eso de que toda regla tiene su excepción? Bueno... Yo creo que tú eres mi excepción. Lo cierto es que me gustas, Azu.  Me gustas mucho. Y, por primera vez, no es porque sepa que te atraigo, ni porque crea que eres la única persona que me soportaría, ni porque sólo quiero un poco de atención o porque me guste tu físico... No. Por primera vez, es porque me haces feliz, y no estoy tan cómoda con nadie como lo estoy contigo. Es cierto que no me gustan las mujeres; pero no creo que las diosas como tú puedan regirse por las leyes de los mortales, artista... Eres mi excepción. Mi magnífica excepción, –Suspira y termina susurrando lo que sólo ella debería escuchar– que si son tus besos no me importa lo que haya entre tus piernas, sino ver esa sonrisa después de ellos.

Se fuerza a mirar a Azuleima tras unos segundos. Su corazón va a mil por hora. El de la artista también. Azu se ha quedado de piedra. Sigue tumbada sobre ella y la mira como quien ve un demonio, sin ser capaz de moverse, de reaccionar. Los ojos, abiertos; el rostro, serio y perplejo. Intenta procesar la información. ¿Ha escuchado bien? No, no es posible. Leia tiene que estar de coña. Pero no se ríe. Sólo la observa, mirándola a los ojos, intentando leer lo que hay en ellos, y por más que lo intenta, sólo consigue ver miedo y desconcierto.

 –Hey... Artista, no te lo tomes tan en serio... Estoy bien siendo tu amiga. No tienes que darle más vueltas.

La joven sigue sin responder. Leia por su parte ya empieza a agobiarse, no sólo por la situación, sino también por el mero hecho de tenerla tumbada encima: no puede alejarse. 

La puerta se abre y ambas se giran a mirar. Azu parece haber despertado con ese sonido. Es una de sus compañeras de piso.

–Hola, Azu. Eh... –Las mira dubitativa por su posición– ¿Interrumpo algo?

La joven se quita de encima de su amiga y se levanta de la cama.

–No, tranquila.

A Leia le asusta el tono serio de la chica.

–Bueno, no te preocupes, era sólo para pedirte ayuda con...

–Voy –la corta.

Su compañera frunce el ceño extrañada, viéndola salir del dormitorio. Mira a Leia parpadeando, buscando una explicación, pero esta se ha sentado, tiene la vista perdida en la colcha y no se da cuenta; así que termina siguiendo a Azuleima.

Leia se siente estúpida, como si el aire le pesara sobre su cuerpo. Ha sido idiota. Sabía completamente que no debía abrirse así con alguien como Azuleima, que siempre se vuelve fría y borde con las chicas que se le declaran, y, aún así, se lo ha soltado. Ni siquiera sabe cómo ha sido capaz de decírselo. Con Azu no se reconoce ni ella misma, es impredecible cómo va a actuar.

Respira hondo y deja salir el aire lentamente. Se levanta de la cama y se va a buscar a la chica.

–Nos vemos, Azu... Me voy a casa.

La rubia la mira y abre la boca para decir algo, pero no emite ningún sonido. Muerde levemente su labio observándola, hasta que aparta la mirada.

–Claro...

Leia se dirige a la puerta de entrada e intenta abrirla, pero esta se queda atrancada y no se abre por la fuerza. Suspira.

–¡Azuleima! Esta mierda no se abre.

La chica se acerca a ella sin mirarla. Gira la llave empujando la puerta hacia la derecha y empuja hacia fuera. La deja pasar y vuelve a cerrarla.

Leia camina por la calle con paso pesado y desganado. Siente el pecho pesado. La ha cagado. Posiblemente la ha cagado mucho. Y no sabe cómo va a aguantar sin la rubia ahora que ha aprendido lo que es sonreír de verdad. Sabe que no la necesita para vivir... Pero es la que más consigue llevar algo de alegría a su vida, calmarla, sanar sus heridas. Como le dijo Nico, es quien la entiende, la apoya en todo y la quiere tal y como es, intuye que Azu no la cambiaría.

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