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–¿Así que ya no eres una virgen santurrona, eh? –bromeas cuando las ves.
Ellas se aguantan la risa.
–En realidad sí. A ver, virgen sí, santurrona quizá no tanto.
–Santurrona no lo has sido nunca –replica Leia.
–Venga ya, Az... ¿Cómo vas a ser virgen si os pillé con las manos en la masa?
–Que yo investigue por los bajos fondos de Leia no significa que nadie haya inspeccionado los míos.
Te ríes.
–Vale, sí eres virgen.
–¡Pero yo no! –exclama Leia como si se tratara de un descubrimiento importante.
Os reís.
–Tú no hace falta que me lo jures, Leia.
–Bueno, no importa, yo te lo juro por si acaso.
Entráis en el recinto. Vuestros amigos ya están ahí.
Azu se aleja de vosotras para dejar sus cosas en el césped.
–¿Qué opinas de eso de virgen o no? –le preguntas a Leia.
–Me parece una tontería en el sentido de que, como ya sabes, no le doy ningún valor a la virginidad; pero si para ella es importante me parece bien. –Se encoge de hombros– Al fin y al cabo, si no dejas de ser virgen por hacerle una mamada o masturbar a un hombre, tampoco si es una mujer, ¿no?
–¿Y qué piensas de que Azu lo sea?
La miras con picardía. Leia entrecierra los ojos.
–Que espero tener toda una vida por delante para esperar a que esté preparada.
El ambiente en la piscina está un poco cargado: jóvenes y niños saltando, gritando y salpicando. Leia sonríe mirando cómo Zahara está sentada al lado de Celia en el borde de la piscina, moviendo los pies nerviosa en el agua. Después te preguntará si esas dos tienen algo, aunque por sus miradas, supone que sí.
Observa detrás de sí. Marco está untándole crema en la espalda a Sam. Ali está tumbada en una hamaca con los auriculares puestos. En el interior de la piscina, Carlos y Silvia juegan a intentar ahogarse. Nico está sentado en el borde.
Escucha la risa de Azu y la busca con la mirada. Está llevándote a caballito dentro de la piscina. Sonríe levemente.
–¡Val, a ver si me la vas a matar!
–Leia, tú tranquila, que soy pequeña pero matona.
Te ríes. Azu trota al interior de la piscina y te tira de su espalda. Intentas devolverle la ahogailla.
Leia se sienta al lado de Nico, en el borde.
–Hola, Nic. Muchas gracias por lo del otro día.
–Hola, Lei. No las des, faltaría más.
La pelinegra bosteza.
–¿Qué, hay sueño, no?
Ella asiente.
–Me quedé hablando de tonterías filosóficas con Azu hasta tarde. Después tuve una pesadilla, la desperté y nos quedamos un rato de cháchara. Horas después ella tuvo otra pesadilla y... En fin... Somos una panda de miedosas.
–¿Sigues teniendo muchas pesadillas?
–Cada vez menos. Azu tiene más que yo.
–Ambas habéis tenido un pasado duro.
–Sí... –Ambos se quedan callados unos segundos– Ella lo sabe.
–¿El qué?
–Todo. De por qué soy así.
–Esa historia que no me terminaste de contar.
–Sí.
–¿Y cómo reaccionó?
–Se echó a llorar. Es muy sensiblona.
–¿Pero todo bien, no?
Asiente con la cabeza.
–Por ahora. Me da miedo, Nic.
Él la mira comprensivo.
–No te preocupes, Leia. Ella no va a hacerte daño. Te quiere.
–Ya. Supuestamente mi madre también me quiere y es de las personas que más daño me han hecho. No creo yo que una cosa quite a la otra.
–Pero tu madre te hizo daño desde la ignorancia, Leia. No es lo mismo. Y Azu... Bueno, ella sabe lo que se siente.
–Sí... Más de lo que me gustaría. –La observa jugar contigo– Es tan tierna y tan blandita... Que no sé cómo pudo soportarlo.
–Bueno, ella también es un hueso duro de roer. Otra cosa es que a ti te muestre su lado sensible.
–Cuando quiere. Cuando no, me hace bullying la maldita.
Nico sonríe levemente.
–Entonces... ¿Todo bien entre vosotras?
–Sí. Por ahora sí. El otro día casi me cargo mis nudillos contra su pared pero... Todo bien.
–¿Qué pasó?
Ella niega con la cabeza.
–Sentí que no era lo suficiente para ella. Lo de siempre.
–Lei, no creo que una mujer que se respeta tanto como Azu estuviera con alguien si no considera que es a quien quiere a su lado.
–Eso espero.
–Ha rechazado a montones de mujeres. Y tú lo sabes. ¿Si no tuviera confianza en que quiere estar contigo, por qué iba a haberte elegido a ti?
Leia sonríe de medio lado.
–Ahí tienes razón.
–Yo siempre tengo razón –bromea.
–No, no siempre. Piensas que el chocolate blanco es el mejor, no tienes sentido del gusto.
Él se ríe.
Leia se apoya en su hombro con un nuevo bostezo.
–¿Y tú? ¿Cómo va todo?
–Bueno... Vamos tirando. Pasando mucho tiempo con Marco y con mis hermanos. Últimamente está viniendo mucho un amigo de Demi por casa. Lo recoge su hermana, y lo cierto es que está buenorra.
Leia se aguanta la risa. Hace el gesto de tirar la caña.
–Es posible.
–Suerte. Sólo una cosa.
–Dime.
–Esta vez, comprueba que no esté loca y que seáis compatibles antes de empezar nada con ella. Por favor. No quiero que te hagan más daño. Ten cuidado.
–Tranquila, enana. Lo tendré.
–Más te vale. No quiero tener que ir a amenazar a nadie.
Nico se aguanta la risa.
–¿Te imaginas? "Oye, más te vale portarte bien con el grandullón, que si no te rompo el cuello".
Leia lanza dos puñetazos al aire.
–Funcionaría.
Nico se ríe.
Leia siente un empujón en su espalda. Lo siguiente que sabe es que está debajo del agua. Sale a la superficie y se da la vuelta. Nico se parte de risa. Carlos, a su lado, le hace burlas a la chica.
–¡Serás...!
Alguien le hace la zancadilla empujándola hacia el lado. Se vuelve a sumergir. No le ha dado tiempo a reaccionar por la sorpresa. Cuando vuelve a salir, Silvia se ríe a su lado. La mira con los ojos entrecerrados. Que se dé comienzo a la guerra.
Son las nueve de la noche. Leia descansa apoyando los brazos en el borde de la piscina. Está cansada de bolear y ahogar gente. Bosteza.
Siente unas manos en su costado que se deslizan hasta abrazar su cintura. El torso de su dueña se pega a su espalda.
–Me muero de sueño... Creo que me voy a ir ya a casa –le dice Azu.
–Te acompaño.
–¿Segura?
–Sí. Yo también tengo sueño. Te acompaño y vuelvo a casa.
–Vale, cielo.
Besa su mejilla. Se separa de ella.
Después de despedirse de vosotros, salen de la piscina, se secan y se cambian de ropa. Caminan bajo las farolas, que aún permanecen apagadas. Empieza a anochecer. Azu baila dando vueltas sobre sí misma al tiempo que camina. Leia sonríe mirándola.
Cuando la artista pasa a su lado, Leia coge su mano entrelazando sus dedos. Tira de ella para besar su mejilla. La suelta para que pueda seguir haciendo el tonto, pero Azu vuelve a entrelazar sus dedos.
–Oye, Lei.
–Dime.
–Aún no me has contado cómo nos conocimos...
–¿Quieres saberlo?
–Sí. Cuéntame. ¿Qué pasó exactamente?
–Que nos unieron las estrellas.
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