A,

–Tú no eres un demonio...

–¡Venga ya! Si sólo me falta la cola para parecerlo. Incluso apuesto a que los cuernos ya los tengo.

Azu se ríe.

–Pero si siempre tienes relaciones abiertas... ¿Cómo vas a tener cuernos?

–No siempre. Al principio no sabía ni que existían. Luego hubo un chico que me dijo "mira, yo voy a hacerlo igualmente, ya es cosa tuya que lo haga a tus espaldas o a sabiéndolo tú". Y ahí descubrí lo que son.

–¿Y saliste con él después de que te dijera que le daría igual engañarte?

–Sí. Desgraciadamente.

–¿Por qué?

–Estaba muy desesperada.

–¿Estabas enamorada de él?

–No.

–¿Entonces?

Leia aparta la mirada. No responde.

Estaba sola, no enamorada.

Vuelves a la habitación y frunces el ceño al ver a Azu de pie sobre la barra de tu cama, con la mano en el hombro de Leia.

Ella vuelve a sentarse y Leia se separa de ella.

–Oye, no es por nada, pero aquí hace un puto calor de la ostia. ¿Por qué no vamos a otra parte?

–Uy, ¿Calor...? Pero qué habréis estado haciendo...

Azu se sonroja levemente. Leia suelta una carcajada y te golpea el hombro, dirigiéndose a la puerta.

–Hey... –Miras a ambas– ¿Cómo os va?

Azu se queda en silencio, Leia la observa.

–Bien –responde la pelinegra. Te mira–, nosotras sí cumplimos nuestras promesas.

Baja las escaleras. Tú haces una mueca.

–¿Te acuerdas de que te dije que era muy buena persona? Bueno, también es muy puta.

Azu sonríe de medio lado.

–Lo hace por tu bien. 

Se apoya en la cama para levantarse, encontrándose con las cadenas. Las coge y baja detrás de ti. Tú vas a la cocina a por un vaso de agua.

–Te has dejado esto –le dice a Leia.

Ella se queda observándolas por unos momentos. Acerca su mano y cierra el puño de Azu en torno a ellas, con suavidad. La mira a los ojos.

–Quédatelas tú.

Azu asiente y mete las cadenas en su bolsillo. 

–Y por cierto, yo tampoco soy un ángel.

–Mmm...

Leia se acaricia la barbilla y entrecierra los ojos arrugando el ceño, con gesto pensativo. Le alza el rostro del mentón a Azu, como si quisiera observarla mejor.

–Pues a mí me lo pareces.

Ella se ríe.

–No me veo las alas.

–No las necesitas para volar.

–Y me apuesto a que tengo más cuernos que tú.

–Nadie dijo que un ángel no pudiera tener cuernos, al fin y al cabo los demonios vienen de los ángeles.

–¿Tienes respuestas para todo?

–Sí.              

Azu se ríe y la mira negando con la cabeza. Sus ojos brillan divertidos.

–¿Te gusto?

Sabe la respuesta, pero también sabe que es una buena manera de dejar a la chica sin palabras hablarle de sus propios sentimientos.

Leia lo corrobora, porque se queda mirándola sin contestar. La pelinegra traga saliva.

  –Sí.

Azu sonríe de medio lado y enlaza sus manos detrás del cuello de la galáctica.

–¿Segura?

La mira primero a los ojos y luego a los labios. Leia se retiene para no pegarla contra la pared.

–No hagas eso si no quieres que te coma la boca.

Azu se ríe y besa su mejilla. Se separa de ella.

–¿Por qué te pones tan borde si sabes que yo ya sé la respuesta?    

Leia se queda mirándola seria, sin decir nada.

 –¿Sabes que no hace falta que me digas nada para lo que no te sientas cómoda, no? 

–¿Te gusto?

La rubia sonríe de medio lado.

–Y eso también va para mí. –Ve en sus ojos que realmente necesita la respuesta– Sí.

 –¿Por qué? –susurra Leia.

Sus cejas están levantadas en el centro, sus ojos apagados. Azu aprieta las cadenas en su bolsillo. Abre la boca para contestar, pero en ese momento llegas tú. Leia la mira por unos segundos y le da la espalda, saliendo de la casa.

Miras a Azu, notando que la ha dejado con las palabras en la boca.

–¿Pasa algo?

–No.

Salís detrás de Leia. La rubia se acerca a ella, caminando a su lado, y roza el dorso de su mano con el suyo. Leia coge su mano, sin entrelazar los dedos. No se miran, sólo caminan juntas, de la mano.

Tú suspiras y miras tu móvil, en el que se ve abierto el perfil de Melca.

Piensas que incluso Leia sería mejor pareja que tú.

Al menos ella no se hunde cuando las cosas se complican.

Claro que ella no es capaz de dar cariño ni de mirar a los ojos a la otra persona cuando habla.

Supongo que todo el mundo tiene sus defectos.

El truco está en identificar los tuyos y aprender a manejarlos, y en saber cuáles son tus fortalezas para utilizarlas a tu favor.

Nadie es ángel ni demonio.

Sólo somos mezclas de los dos.    

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