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Azu se dirige a la puerta de su casa, ha sonado el timbre. Le extraña, ya que está anocheciendo y no espera a nadie. La abre y observa a Leia, que está apoyada en la pared con los brazos cruzados. Su tupé negro y su piel morena resaltan con la blancura de la pared.
–Hola, artista.
–Hey, ¿pasa algo?
–¿Es que tiene que pasar algo para que venga a verte?
–Normalmente sí, y mas a estas horas. –Sonríe– ¿Entonces...? ¿Quieres pasar?
–No. Más bien quiero que salgas. Coge tu cámara.
La rubia frunce el ceño.
–¿Por qué?
–¡Hazlo!
–Em... Leia, está anocheciendo, no voy a salir con mi cámara así porque sí.
La pelinegra sonríe de medio lado. Azu es tan desconfiada como ella.
–Quiero darte algo. Tu cumpleaños es en agosto, ¿verdad? Para entonces posiblemente ya no estés aquí, y me gustaría regalarte algo. Tú has hecho mucho por mí todo este tiempo... Y creo que te gustará.
–Oh... Leia, no hacía falta...
–¡Que cojas tu puta cámara!
–Vale, pesada.
Comienzan a bajar las escaleras. Azuleima mira a Leia, preguntándose qué se tramará. No entiende nada.
–Oye, Leia... No entiendo nada. ¿Por qué tengo que salir de casa para que me des tu regalo? ¿Y por qué llevar la cámara?
–Créeme: lo entenderás.
Ambas bajan al portal, donde Leia saca los cascos de la moto y le tiende uno a Azu. Se coloca el suyo. La rubia la mira con el ceño fruncido.
–¿Qué?
–No sé, Leia... Es de noche, puede ser peligroso.
–Vamos, artista, como si tú no conducieras de noche.
–Sí, pero...
–Puedes fiarte de mí. Conduzco ilegalmente desde que tenía catorce años, ya tengo experiencia.
–¿En serio?
–Sí, me gustaba robarle la moto a mi hermano cuando no miraba.
–¿No podemos dejarlo para por la mañana?
–Por desgracia, no.
–Venga... Dámelo mañana por la mañana y ya está.
–Azu, no puedo. Si espero a mañana tendrá que ser por la noche también.
–¿Por qué?
–¿No te gustan las sorpresas?
–Bueno...
–Pues sube –le ordena mientras hace lo propio.
Azu suspira, resignada. Sube detrás de Leia y se sujeta a su cintura. Ella pone la moto en marcha. La rubia mira las farolas pasar una tras otra. No sabe a dónde la está llevando. Llega un momento en el que ni siquiera reconoce dónde está. No me extrañaría que comience a tener miedo, por lo que sé de ella. Está confiando mucho en una persona, y quizá no debería. Subirse a una moto puede ser peligroso, más de noche y más cuando no sabe ni a dónde la llevan.
–¿A dónde vamos, Leia?
–Ya lo verás, te encantará.
–Hemos... salido de la ciudad.
–Lo sé.
–Leia...
–Tranquila, valdrá la pena. Y no está muy lejos. Te lo aseguro.
–Vale...
–Azu, vas a tener que confiar en mí.
–¿Por qué?
–Tú hazlo.
–Leia, me estás dando miedo.
La pelinegra sonríe de medio lado, sarcástica.
–Suelo hacerlo.
Se detiene delante de una montaña.
–Azu, sujétate muy fuerte, ¿vale? No te asustes. Y no te muevas demasiado.
–Leia, ¿qué...?
–Hazlo.
La moto comienza a subir por un caminito en la montaña. Pronto, Azu se da cuenta de que este es poco más ancho que la propia motocicleta, está escarpado, con muchas curvas, y... es completamente de noche. Sólo lo ilumina el faro de la moto.
Está a punto de gritar, pero se aguanta porque teme desconcentrar a Leia y que se caigan. La va a matar. La va a matar en cuanto consiga bajarse de ahí.
Apoya la frente en la espalda de Leia, sujetándose fuerte a su cintura. Está temblando. El vehículo traquetea, hace movimientos demasiado raros. Siente el aire frío en sus brazos, a demasiada velocidad. Va a estrangular a Leia, en cuanto consiga salir del miedo que la inunda por dentro.
Sin que se de cuenta, la moto para de andar.
–Az, sé que te encanta abrazar y todo ese rollo pero... Ya puedes soltarte.
Azu levanta lentamente la cabeza. Se seca las lágrimas antes de bajar, no quiere que Leia se ría de ella. Va a matarla, por inconsciente.
Le cuesta bajar del vehículo por el temblor de su cuerpo.
Cuando lo hace y mira a su al rededor, se queda en shock. Tiene la boca abierta y le brillan los ojos. Sonríe ampliamente y da vueltas sobre sí misma, mirándolo todo.
–¡Esto es precioso!
–Lo sé. Es maravilloso.
Leia baja de la moto y se pone a su lado. En torno a ellas, se alza un cielo oscuro y estrellado, libre de contaminación. Están en la cima de una colina. Se respira aire fresco, con olor a hierba. Hay luna nueva, por lo que las estrellas se engrandecen aún más en su belleza.
La pelinegra observa a Azu y sonríe al ver su cara de ilusión. Está estupefacta.
–Es... arte.
–Espero que te guste tu regalo, artista.
Azu sonríe y le da un abrazo rápido, depositando un beso en su mejilla.
–Es... Perfecto. No podrías haberme dado nada mejor.
–Lo sé. Eres observadora, te gusta la belleza y las cosas magníficas, a lo grande. Además, te gustan las experiencias, no los objetos materiales. Y amas las estrellas. Me acordé de esto y... Pensé que te encantaría. Lo siento por el viaje en moto.
–Tenías razón, valía la pena.
Azu vuelve a mirar a su al rededor, sonríe y saca unas cuantas fotos. Se agradece a sí misma por haber cogido la Canon y no una pequeña tipo turista. Incluso le saca una a Leia, quien la mira con una ceja alzada, de brazos cruzados.
–¿Cómo descubriste este sitio?
–Cuando era pequeña, tendría catorce años o así... Le robaba la moto a mi hermano cuando me sentía mal para desahogarme. Me animaba sentir la adrenalina. Así que, cuando sabía que no se daría cuenta, se la cogía. Un día, alejándome de la ciudad para poder correr a toda mecha, me encontré con esta colina, así que intenté subirla. Ya verás, una locura. Podría haberme matado, ni siquiera tenía el carnet de conducir. Pero... Lo conseguí.
–¿Le robabas la moto a tu hermano cuando se hacía de noche?
–No.
Azu la mira con el ceño fruncido. Leia respira hondo, suspira y se muerde el labio.
–Verás... Solía venir aquí para subir con la motocicleta cuando me encontraba mal. Al menos así me demostraba que había algo, sumamente difícil, que podía hacer bien. Y, debido a toda la concentración que necesitaba para no caerme, eso me despejaba. Me ayudaba a desconectar. Llegó una noche en la que ya no podía más. Subí aquí con la intención de tirarme por ahí, –Señala el barranco con la cabeza– desaparecer, acabar con todo. Pero entonces me encontré con esto. Con esta maravilla. Esta... Obra de arte. Las estrellas me ayudaron a no caer. Las estrellas me demostraron que valía la pena seguir, que todavía... Quedaba belleza en el mundo. No podía dejar que unas moles de luz inmensas que llevaban siglos permaneciendo fijas en el firmamento, me vieran caer tan pronto. No me dejaron rendirme. Y es precioso.
Azu observa a Leia con detenimiento. No ha podido evitar que se le empañen los ojos, aunque lo intenta ocultar.
–Leia... –Le acaricia la mejilla con cariño, haciendo que la mire– ¿Lo saben?
–No. Ni mis padres, ni Valeri, ni Luke... No. Y no deben saberlo.
–Prométeme que ya no quieres hacerlo.
La chica se le queda mirando. Sonríe levemente.
–Leia... Por favor.
–Ahora tengo otras estrellas que pisan la tierra en lugar del firmamento, artista.
–¿Cómo es eso?
–Tus ojos y tu sonrisa brillan, tu cabello es rubio, y siempre me animas a continuar... A mí me pareces una estrella. Y Valeri siempre está ahí cuando necesito ayuda.
Azu la abraza. Leia tarda un poco en corresponderla, pero termina haciéndolo. Se miran a los ojos. Azu sonríe y le da un beso largo en la mejilla.
–Gracias por traerme.
–Gracias por conseguir que te traiga.
–¿Y cómo he hecho eso? –pregunta con una sonrisa.
Leia se separa de ella encogiéndose de hombros y la señala de arriba a abajo. Azu se ríe.
–Ay, que te estrujo.
–¿Quieres volver?
–No... –Vuelve a mirar a su alrededor y se sienta sobre el césped– ¿No podemos pasar la noche aquí? No quiero bajar otra vez con tan poca luz.
Leia se ríe.
–Morirás de una pulmonía y será culpa mía.
–O no. Habrá que entrar en calor.
Leia camina hacia su moto. Ella lleva una chaqueta de cuero. Saca de debajo de su asiento una sudadera negra y se la da.
–La traje grande a posta por si te daba frío.
–Gracias.
Se la coloca. Es una sudadera de Luke, con lo cual es realmente enorme. Le llega por encima de las rodillas. Leia reprime una sonrisa mirándola, así parece más pequeña todavía.
–¿Puedes encender el faro un momento?
Asiente y lo hace. Azu recoge palos y piedras, pone los palos haciendo un montoncito, junto a la hierba seca, y los rodea de piedras. Choca dos piedras hasta que sale una chispa y prende la madera.
–¿Cómo... Cómo has hecho eso?
–Cuando era pequeña, mis padres no tenían un duro. Así que mi padre empezó a ganarse la vida con campamentos. No teníamos dinero para una niñera y le avergonzaba molestar a mis abuelos, así que me llevaba con él.
–Vaya. Increíble.
Leia se sienta cerca de la hoguera. Azu sonríe y se pega a ella.
–Otro buen consejo es aprovechar el calor corporal.
Despierta, bosteza y se estira. El cielo azul la saluda desde lo alto. Le duele la espalda por dormir sobre la tierra, pero ha valido la pena. Azu la besa en la mejilla.
–Buenos días, galáctica.
–Buenos días.
–Empiezo a pensar que no es sólo tu nombre lo que te relaciona con las estrellas, ¿sabes? Con lo de las estrellas... ¿Eres marciana?
Leia se ríe y se gira para mirarla. Por esta vez, se ha despertado de buen humor. Y con sueño. Eso desactiva en gran parte la coraza.
–¿Tú que crees?
–Y dices que vienes de marte y vas... A regresar, vamos que te irás. –canta la canción Mi marciana de Alejandro Sanz. Leia sonríe y la mira a los ojos mientras canta– [...] Y creo que tu confusión te la quito en un baile. En eso consiste la libertad, en no renunciar a entregarte más. Tú a mí me gustas tal como eres. Si a ti te pasa lo mismo y quieres, nos vamos pa'lante y llegamos hasta el final. Mi hembra, mi dama valiente se peina la trenza como las sirenas y rema en la arena si quiere... Ay, mi hembra, tus labios de menta te quedan, mejor con los míos si ruedan, mejor tu sonrisa si muerde...
La galáctica la besa. Azu se ríe.
–¿Tan mal canto que quieres callarme?
–Sí. Eres una pesada, artista. Siempre demostrando que sabes hacerlo todo perfecto.
Leia se levanta.
Azu sonríe estirándose en la hierba.
–Pero qué dolor de espalda.
–Sí. ¿Pero a que vale la pena?
–Mucho. Desde aquí el firmamento es precioso.
–Mucho. ¿No recuerdas nada del día en que me conociste?
–No, nada de nada. ¿Por qué?
–Tú me llevaste a tu sitio favorito para ver las estrellas.
Azu la mira sorprendida. Nunca lleva a nadie allí.
–¿En serio?
–Sí. Y... Este es mi sitio. Supongo que estamos en paz.
La rubia sonríe.
–Este es más bonito.
–Y aún más peligroso.
La artista ríe.
–Cierto. –La abraza por la espalda– Gracias por compartirlo conmigo.
–Gracias por compartir tu tiempo conmigo. Anda, vamos, culo gordo, que tengo hambre.
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