𝖕𝖗𝖔́𝖑𝖔𝖌𝖔

PRÓLOGO.
riley scott

°

—¿Bueno?

—Profesor Poe, soy yo, Riley —hablé rápidamente tomando asiento en mi sillón.

—¡Scottie! —exclamó de felicidad, odiaba ese apodo, solo había dos personas que me llamaban así—, ¿Qué sucede?

—Me ofrecieron trabajo en el FBI.

—Esas son grandiosas noticias, Riley. Felicidades, hemisferio derecho.

—Hablando de hemisferios, lo llamaba para decirle que descubrí que Spencer también está o estará trabajando para el FBI...

—¿Hemisferio izquierdo? ¿Cómo lo sabes? —preguntó confundido el profesor.

—Llamaron hace unos días a la INTERPOL, solicitando mi traslado a la Unidad de Análisis y Conducta del FBI —me costaba respirar, estaba muy nerviosa—, haciendo un poco de investigación sobre la vida de los agentes con los que trabajaré, encontré a Jason Gideon, ¿Recuerda ese caso de hace seis meses? El asesino de Boston.

—Lo recuerdo.

—Bueno, el agente Jason Gideon fue quien lo resolvió, dejo el FBI y se dedicó a dar clases en la universidad de Virginia, lo reclutaron igual que a mí para el caso del Estrangulador de Seattle, ¿Adivine a quién reclutó él para acompañarlo?

—No suenas molesta, pero tampoco feliz con la noticia, ¿Qué sucede, Scottie? —me dejé caer en el sillón negando con la cabeza.

—Hace tres años que no sé nada de ese estúpido, usted más que nadie sabe cuánto lo odiaba...

—No lo odiabas.

—Bueno, no lo soportaba —por supuesto que no odiaba a Spencer Reid—, debí haber llamado hace una hora para confirmar mi asistencia, y ahora ellos no dejan de llamarme.

—¿Estás olvidando lo que les dije en la universidad?

—Por eso lo llamé —confesé.

Paddington Poe.

Hijo, hermano, esposo, padre y profesor.

Llame al profesor que cambio todo para Spencer y para mí, de no ser por él, probablemente nunca me habría tomado el tiempo de conocer a Spencer Reid, porque en ese entonces, a mis dieciseis años, juraba odiarlo con mi vida, pero no era así.

—Riley, ¿Sabes por qué los elegí a Spencer y a ti, en aquel entonces?

—Porque nos odiaba.

—Que graciosa —respondió con sarcasmo—. Eran dos niños en un salón lleno de adultos, quería que trabajarán juntos.

—Hemisferio izquierdo y hemisferio derecho, juntos hacemos un cerebro perfecto, ¿No es así? —escuché reír al profesor Poe.

—Trabajen juntos, Scottie.

Colgó la llamada.

Pensé en mi época universitaria, Spencer no estuvo en toda, solamente mis últimos tres años, pero sin duda fueron los más divertidos años de mi vida, nunca olvidaría el incidente del ensayo, casi nos cuesta la carrera.

El teléfono sonó.

—¿Diga? —tomé la llamada.

—¿Con la Doctora Scott? —era el hombre del FBI que me contacto.

—Ella habla —me acomodé en el sillón, intentando ocultar el desorden emocional que provocó la llamada con el profesor Poe.

—Hablamos del departamento del Centro Nacional para el Análisis de Crímenes Violentos, esperamos su llamada desde hace una hora, ¿Ya decidió sobre tomar o no el puesto?

Mire a la nada, embonando la situación con una mejor perspectiva, escapándose una pequeña sonrisa de mis labios, acompañado de una risa.

—¿Doctora Scott?

—Lo tomó —mis maletas estaban hechas desde la primera vez que me llamaron.

La única persona de la que me despedí en el trabajo fue mi de jefe, fue un sueño trabajar para él en la Unidad de Análisis de Información Criminal, fue de gran ayuda en mi formación para convertirme en una gran perfiladora criminal.

—¿Qué tiene el FBI que no tenga la INTERPOL, Doctora Scott? —preguntó el agente especial Keiran Rhys, jefe de la Unidad de Análisis de Información Criminal.

—El FBI tiene un enfoque más amplio en la aplicación de la ley, abordan una gran variedad de delitos, tiene la capacidad de realizar investigaciones, arrestos y presentar cargos, además... —tomé mi caja del escritorio—, me ofrecieron una buena suma de dinero a cambio de demostrar eficacia en mi primer día de trabajo.

—Típico de la Doctora Scott —el agente Rhys se cruzó de brazos—. Esperamos que te vaya bien en tu nuevo trabajo, Riley.

—Gracias, Agente Rhys, por todo —acomodé la caja de tal forma que mi otra mano estuviera desocupada para darle el último apretón de manos.

El tomo mi mano y se salió de la oficina, mientras yo me quedé sola unos cinco minutos, fueron buenos dos años, la gente que conocí, las personas que ayude, el dinero que gane, todo fue perfecto.

Baje las escaleras de las oficinas centrales de la INTERPOL, fueron largos dos años de mi vida viviendo en Francia. El auto que me proporcionó la organización me estaba esperando para llevarme al hangar que se encontraba en París, serían cuatro horas de viaje.

Me quedé dormida a mitad del camino, siendo levantada por el conductor, quien enseguida me proporcionó su ayuda, cargando mis maletas, llevándolas al Jet que estaba a minutos de despegar, por lo que comencé a transbordar, no sin antes agradecer al amable señor.

—¿Doctora Scott? —preguntaron por mi apellido, encontrándome a un hombre con traje, ofreciéndome su mano—. Soy el agente Aaron Hotchner, el jefe de la Unidad de Análisis y Comportamiento.

—Riley Scott —me presenté tomando su mano con dificultad, pues tenía la caja en la mano.

—Lamento que sus servicios hayan sido requeridos en medio de una crisis, espero que pueda acoplarse al caso, le traje todos los informes que necesita para el caso.

—Está bien, mi casa queda cerca —dejé la caja en uno de los sillones—, estoy bastante familiarizada con el caso y he escrito algunas notas sobre el probable perfil del criminal con el que estamos lidiando.

Destapé la caja, tomando mi computadora portátil, sentándome junto al agente Hotchner, su rostro fue una completa poesía cuando comenzaron a aparecer dígitos en la pantalla, se trataba de un software personalizado por la INTERPOL, y a menos de que fueras un genio en computación, no había nadie en el mundo que pudiera ver o acceder a la información que tenía dentro del computador, desde información de los materiales que se utilizaron para crear la primera bomba nuclear, hasta como la INTERPOL se mueve dentro de la Dark Web.

—Por la información filtrada y archivada por la base de datos de la INTERPOL, las noticias y periódicos locales —le mostré una presentación de PowerPoint—. Esto es lo que sé. El Estrangulador de Seattle. Cuatro víctimas en cuatro meses. Las mantiene vivas siete días. La técnica que utiliza es la estrangulación, valga la redundancia. Utiliza cinturones para matar a sus víctimas...

—¿Qué es esto de aquí? —me interrumpió señalando una burbuja fuera de la presentación.

—Son las notas y comentarios que realizó durante o después de que tomo los datos de los asesinos.

—¿Puedo verlas?

—Solo son conjeturas, son partes de una idea general, no creo que sea prudente mostrárselo cuando solo son presunciones mías...

—O pueden ser hechos que nos ayuden a salvar a la nueva víctima —tenía un buen nivel de persuasión.

—Hable sobre las técnicas de estrangulamiento —abrí la burbuja de comentarios mostrándole mi hipótesis—. Cómo en el primer caso tenía marcas de dedos al rededor de su cuello, quien a diferencia de las películas, en la vida real es difícil matar a una persona adulta de esa manera, un hombre promedio se cansará en los primeros dos minutos —seguí bajando mostrándole mis escritos—, al parecer quería tener su propia marca, por lo que se las ingenio para sacarse el cinturón y terminar con su trabajo —todas las oficinas de policía teníamos acceso a las fotografías del caso, por lo que le enseñe con mis dedos las imágenes—, adaptó su propio sello personal.

—Continúe, por favor.

En el mensaje de texto lo dejaron claro. Dieciséis horas de vuelo. Y con un hombre interesado en mis notas, que además traía tres cajas llenas de información a la que no tenía acceso.

Este sin duda sería un largo viaje.

Me estaba quedando dormida en medio del camino, hasta que el agente Hotchner me ofreció una tasa de café, no me gustaba, pero dado a mis problemas para decir que no, termine tomándolo, causándome temblorina.

Observé al agente Hotchner, me gustaba analizar a las personas, por ejemplo por el anillo que tenía en la mano sabía que estaba casado o al menos comprometido, por la insistencia por terminar el caso podía imaginarme que tenía a su esposa esperando en casa y a menos que se haya casado con alguien inestable, ella debía estar embarazada y era su primer hijo, por lo que no se decidía por el nombre de su bebé, que era probable que se tratara de un niño, ya que generalmente los padres cuando saben que esperan una niña están más ansiosos e insoportables.

—Doctora Scott.

—¿Qué sucede? ¿Encontró nueva información? —nos dividimos el Jet para los dos, mientras su lado estaba organizado, sacando papelería de una por una, mi espacio estaba lleno de papelería, tanto en los sillones como en el suelo y las paredes.

—Llegaremos en una hora —por la manera en que lo decía podía suponer que quería que ordenará la papelería.

—Iré a limpiar —comencé sacando todos los papeles de las paredes, separándolos con clips y metiéndolos dentro de sus correspondientes legajos y cajas, acomodándolos tal cual como los había sacado.

—¿Por qué tres maestrías en psicología, Doctora Scott? —me preguntó de la nada.

—Estudié psicología porque quería entender a las personas, me especialice en la neuropsicología porque quería entender el funcionamiento del cerebro y como afectaba en las enfermedades y trastornos mentales, después asesinaron a un vecino... —se disculpó conmigo, como si hubiera afectado en mi energía química—, fue un crimen de odio, su pareja lo mató a su amante y a él.

—Querías entender el comportamiento criminal —asentí.

—Están los crímenes pasionales, crímenes de odio, crímenes de envidia, crímenes sexuales, crímenes intrafamiliares, crímenes de fraude, crímenes de supervivencia —estaba fascinada con el tema—, quiero saber cómo funciona el cerebro de un criminal. Quiero entender.

El agente Hotchner solo se me quedó mirando, no se burló de mí, ni tampoco me llamo loca, solamente se quedó mirándome.

—Estas en el lugar correcto, Doctora Scott —finalizó, ayudándome con la papelería.

Una pequeña sonrisa adornó mis labios; ellos eran iguales a mí. Solo éramos un grupo de inadaptados con complejo de salvadores. Somos quienes protegen la realidad de las personas y, a la vez, las personas más rotas. Porque, ¿quién en su sano juicio se prepara para presenciar crímenes violentos y atrapar criminales, arriesgando la vida en el intento? Solo nosotros, los criminólogos y aquellos en campos relacionados, como la psicología, el derecho y la medicina.

Llegamos al amanecer, un auto paso por nosotros y mientras el agente Hotchner se adelantó a las oficinas del noroeste de Seattle, Washington, a mí me consiguió un motel en el cual ducharme y cambiarme de ropa, pues tenía cierta compulsión con tener la misma ropa puesta, podía soportar dos o tres días sin bañarme, pero no soportaba la ropa del día anterior.

—¿Está lista, Doctora Scott? —tenía a dos policías cuidando mi puerta.

—Un segundo —me puse mis botines negros y tomé mi chaleco negro, terminándome de abrochar los botones de mi camisa en la puerta de la entrada—, vámonos, por favor.

La ciudad era hermosa, las oficinas estaban a quince minutos del motel, entonces solo pude ver pocas cosas, entre ellas las personas, las mujeres. Olvide mencionar los crímenes de género, especialmente los crímenes hacia la mujer. Mientras las razones de por qué las mujeres iban a la cárcel eran por los asesinatos de sus violadores, los asesinos de sus hijas, o por supervivencia, los de los hombres iban más sobre crímenes organizados, violaciones, secuestros, tortura.

Frente a la ley no tenía preferencias, fueras una asesina mujer o un asesino hombre, pero cuando escuchabas las razones de las mujeres y la de los hombres, era cuando mi juicio a veces podía llegar a nublarse, porque hombres y mujeres éramos mundos diferentes, pero debíamos tener los mismos derechos. Este mundo debía dejar de ser el lugar seguro de todos los hombres y comenzar a ser el lugar seguro de las personas en general, fueras hombre, mujer, homosexual, negro, discapacitado o animal, todos deberíamos tener el mismo derecho a vivir como nos plazca, sin temor a ser asesinados, abusados sexualmente o maltratados.

El mundo siempre me decía que era una soñadora, pero hasta hace poco más de cien años, la idea de que las mujeres tuvieran derecho a votar era considerada absurda por muchos hombres. Hace cientos de años, y en algunos lugares incluso hoy, los hombres han visto a las mujeres como meras incubadoras. Ante la falta de control sobre nuestros propios cuerpos, las mujeres inventamos el aborto clandestino para tener el derecho de decidir si traemos o no vida al mundo.

Las mujeres éramos una fuerza de la naturaleza, porque detrás de un gran hombre no hay una gran mujer, una gran mujer nunca estará detrás de un hombre.

Una mujer nos necesitaba ahora.

—¿Una flor, Señorita? —me preguntó un hombre afuera de las oficinas.

Parecía ser una persona en situación de calle, su ropa estaba desgastada y sucia, y aunque tuviera un trastorno obsesivo compulsivo con la suciedad, no me atreví a negarle la ayuda.

Metí mis manos a mis bolsillos intentando sacar unos cuantos centavos para el señor, pero él negó poniendo un pequeño ramo de seis flores enfrente de mí.

Intento decirme algo, pero no logré entenderlo, simplemente sonreí y le agradecí por el gesto. Los agentes me trasladaron al piso correspondiente, mientras yo observaba las flores, eran dos margaritas, dos girasoles y dos rosas, e intenté encontrar un patrón donde claramente no lo había.

—Acompáñenos, Doctora Scott —habían muchos agentes en las oficinas, y varios se me quedaban viendo, imaginaba que por las flores—, espere un segundo aquí afuera.

Los oficiales entraron en la habitación, dejándome sola afuera. Aproveché para tomar un lapicero de madera de uno de los cubículos y acomodar los lápices y las plumas en el escritorio. Luego, llené el lapicero con agua utilizando el dispensador que se encontraba en el pasillo.

—¿Doctora Scott? —cerré la llave caminando a la habitación.

—Buenos días, agente Hotchner —saludé entrando a la habitación, encontrándome a nada más y a nada menos que Spencer Reid.

—Ellos son el agente Gideon, el agente Morgan, nuestro experto en crímenes obsesivos y el agente Reid...

—Doctor Reid —lo corregí poniendo el lapicero en la mesa, acomodando las flores dentro de él—. Tanto tiempo sin vernos, ¿No lo crees, Spencer?

—¿Ustedes se conocen? —preguntó el agente Morgan.

—La Doctora Scott y yo estudiamos juntos en la universidad —estaba tranquila, decidí no hacer un alboroto por nuestra reunión—. Han pasado tres años, si no mal me equivoco.

—¿Creíste que te librarías tan fácilmente de mí, después de la universidad? —pregunté con una pequeña risa.

—Ese era el plan —terminé de acomodar las flores en el lapicero.

—Tendrán tiempo de sobra para ponerse al día, por ahora solo concentrémonos en el caso —dijo el agente Hotchner.

—No, Hotch, esto se está poniendo interesante —habló el agente Morgan.

—¿Qué saben hasta ahora? ¿Ya tenemos un perfil? —me adelanté junto al agente Gideon para ver la información en la pizarra—, ¿Es un joven, verdad? No debe pasar de los treinta años.

El agente Gideon me miró sorprendido, pero esa era la cuestión, la incongruencia con los crímenes, crímenes persuasivos y crímenes de odio, las víctimas que elegía, los métodos que escogía, los lugares en donde dejaba los cadáveres, todo apuntaba a un joven, pero vestirlas y vendar sus ojos, era extraño, parecía uno de esos extraños casos del trastorno de identidad disociativo, pero la policía era muy escéptica con la existencia de personalidades múltiples, debía indagar más antes de compartir mis teorías.

—Estamos listos para el perfil —exclamo de la nada tomando su chaleco de la mesa—, sígame, Doctora Scott.

Tome una libreta y una pluma del escritorio cruzando miradas con Spencer, podía ver lo confundido y nervioso que estaba con la situación, probablemente tenía preguntas o solamente estaba sorprendido de volver a verme, porque aunque me mostraba tranquila y con una sonrisa, la verdad era que yo también estaba sorprendida de volver a verlo.

Pasamos a la típica sala de conferencias con otros agentes, parándome en el fondo junto a los agentes Hotchner, Morgan y el Doctor Reid.

—¿Qué haces aquí, Riley? —llamó mi atención Spencer.

—¿Qué te parece que hago aquí, Spencer? Trabajo —comencé a tomar notas de la descripción que estaba dando el agente Jason Gideon.

—¿Sabías que sería parte del caso?

—Por eso lo acepté, Spencer. Quería estar cerca de ti —contesté sin importancia—. Siempre has sido igual de insufrible, Spencer.

—Mira quien habla —una vez más estábamos peleando—. Eres una imitadora, Riley.

—La imitadora está triunfando, Spencer —terminé moviéndome de lugar, tenía que demostrar que merecía quedarme aquí.

Mire a Spencer desde el otro lado de la sala de conferencias, él me miraba con seriedad y yo le dedique una sonrisa, eso solo lo molestaría el triple, no por nada era el hemisferio derecho, intuitiva, creativa, fantasiosa.

—Por eso creo. No. Estoy seguro de que ya lo hemos entrevistado —la sala se quedó en silencio.

Se juntaron la lista de testigos y no tardamos en encontrar el perfil para el principal sospechoso, hicimos una brigada en una de las casas del vecindario, atrapando al chico caucásico de entre veinte y treinta años.

—¿Qué sucede, Doctora Scott? —me preguntó el agente Hotchner.

—Nada, solo un presentimiento —caminé dentro de la casa, encontrándome con Spencer quien hablaba con el Agente Gideon.

—Doctora Scott, venga conmigo —habló el agente Gideon llamando mi atención, haciendo que Spencer y yo nos viéramos—, ¿Tiene otro análisis para el sospechoso?

—Es extraño, ahora que lo veo tengo la certeza de que es culpable, pero no dejo de preguntarme, ¿Sobre qué? —podía verlo sentado junto a la mujer mayor, que a juzgar por las fotos en las paredes parecía ser su abuela—. Tal vez otro asesino...

—¿Ha entrevistado personas antes? —negué con la cabeza.

—Las criminales me ven como un chiste por mi edad.

—Revisé la habitación, debe haber algo que nos sirva —asentí dándome la vuelta y caminando a las escaleras—, usted también, Doctor Reid.

Subí primero los escalones, mirando de reojo a Spencer quien tenía su mirada pegada en el suelo.

—¿Sabes? Esto me recuerda al caso que resolvimos en Connecticut, ¿Lo recuerdas? —abrí mi libreta y comencé a tomar notas.

—El Inquilino de Connecticut.

—Que horrible nombre le pusieron.

—¿Cómo esto es igual que en Connecticut? —preguntó Spencer.

—Porque por falta de personal en las oficinas de Connecticut, tuvieron que juntar nuestros salones, entonces tuvimos que realizar el mismo caso —pasaron cinco años desde entonces, pero lo recuerdo perfectamente, los dos salimos en el periódico local como los estudiantes que resolvieron un caso, nos dieron una insignia por el papel de buenos ciudadanos.

—¿En esta ocasión quién se quedó con el caso de quién? —preguntó Spencer acercándose para ver mis notas.

—Me llamaron hace tres días, estuve pensándolo por dos días cuando me enteré que a ti también te reclutaron —nadie ganaba.

—¿Te hice dudar de aceptar el trabajo?

—Me hiciste tomar el trabajo, Spencer.

—Doctora Scott. Doctor Reid. Vengan aquí —nos llamó el agente Gideon.

Había unas escaleras que llevaban directamente al ático, la tele estaba prendida y había todo tipo de envoltorios, refrescos y golosinas. En el medio había un juego que reconocí al instante.

Mejor conocido como el Go, un juego de mesa, con un tablero de 19x19, cuyo principal objetivo era que los jugadores tenían que crear un perímetro con las piedras y ganaba quien ocupará más del 50% del tablero.

—Prefiero el ajedrez, es más rápido y satisfactorio, esto fue creado por mentes criminales —toqué el tablero dándome cuenta de que esté giraba, eso quería decir que estaba jugando solo—. Spencer, ¿Recuerdas los tipos de jugadores?

—También puedo verlo —ambos estábamos serios. Este tipo, a pesar de mis dudas, era un peligro para la sociedad.

—No todos somos genios —habló el agente Hotchner, mientras entraba una mujer al ático—. Explíquense.

—El Go tiene implicaciones en la psicología, la planificación de estrategias, la anticipación y sobre todo la adaptación —mientras más giraba el tablero más confundida estaba—. El estilo de juego de los jugadores del Go dice mucho sobre su personalidad.

—¿Qué tipo es de jugador es Slessman? —preguntó el agente Hotchner.

—Es en extremo agresor —contestó Spencer.

Todos salimos del ático para volver a la habitación del sospechoso, los agentes se encontraban ocupados con la computadora, al parecer la habían bloqueado.

—Creo que no tengo el placer de conocerte. Soy la agente Elle Greenaway, especialista en delitos sexuales —me ofreció su mano.

—Riley Scott. Unidad de Análisis y Conducta —me limité a responder tomando su mano.

—¿Cuántos años tienes, Riley?

—Es la Doctora Scott —corrigió el agente Gideon pasando por en medio de nosotros.

La agente Greenaway se me quedó mirando, provocando que me incomodara y entrara a la habitación, quedándome a un lado del agente Gideon, mirando el número seis en la pantalla, el número de intentos que teníamos antes de que se borrará el disco duro.

—Podría haber un e-mail o un diario en la computadora, algo que nos pueda decir dónde está Heather, ¿Creés poder entrar? —preguntó la agente Greenaway al agente Morgan.

—¿En seis intentos? —preguntó con sarcasmo el agente Morgan.

—Trata otra vez. Falla otra vez. Falla mejor —el agente Gideon se puso a recitar al dramaturgo Samuel Beckett.

—Samuel Beckett —dijo Spencer en voz alta.

—Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes —ahora el agente Morgan estaba recitando al gran maestro de la orden Jedi.

—Yoda —contesté saliendo de la habitación.

—¿Hay algo de lo que quiere hablar, Doctora Scott? —preguntó el agente Hotchner.

—¿Cuántos meses de embarazo tiene su esposa, agente Hotchner? —lancé la pregunta en modo de advertencia—, sé que me está probando, también que me cuida, pero no puedo decirle todas las cosas que están en mi cabeza, porque si resultan ser falacias no me lo perdonaría.

El agente Gideon salió de la cocina, después de haber entrevistado a Richard Slessman, por lo que me adelante a seguirlo hasta el jardín de la casa.

—Dijo: “¿No es la chica?”, si estuviera muerta, habría dicho...

—No era la chica —completo la frase el agente Gideon—. Eres muy inteligente, Doctora Riley —asentí con la cabeza, sin saber qué decir—. El agente Hotchner te reclutó de la INTERPOL, ¿Verdad? —volví a asentir—. Déjame adivinar, ¿Unidad de Análisis de Información Criminal?

—Dos años trabajando para la INTERPOL —me sentía con la confianza de contarle estas cosas.

—Me alegra conocer a una de las compañeras de Spencer, no menciono tu nombre, pero imagino que eres la chica del ensayo, ¿Verdad? —no pude evitar reír.

—¿Qué le dijo? —le pregunté directamente, desmentiría cualquier mentira de Spencer Reid en este momento.

—No dijo mucho, pero por lo poco que me comentó, ese suceso marco un antes y un después en su vida —no solo en la vida de Spencer.

—¿Podemos hablar, agente Gideon? —llego el agente Hotchner.

—Ese suceso cambio nuestras vidas, agente Gideon —murmuré cerca de su oído.

Cuando estuve a punto de irme, escuché la voz del agente Gideon.

—Tenía razón, Doctora Scott —giré sobre mis talones—. Dos diferentes comportamientos.

—Otro asesino —repetí llevándome una mirada acusatoria del agente Hotchner.

Regresamos a las oficinas de Seattle, mientras intentaban sacarle el nombre de algún amigo de Richard a su abuelita. Podía ver a mi lejos a Spencer leyendo la nueva información que teníamos sobre el caso.

Quería ir hacia él, pero no me creía capaz de mantener una conversación sin que terminara en una pelea de egos en este momento, pero la verdadera pregunta era: ¿De verdad quería mantener una conversación normal con Spencer? Digo, nunca la tuvimos durante nuestro tiempo en la universidad.

—¿Qué te parece nuestro trabajo, Doctor Reid? —lo interrumpí, sentándome sobre el escritorio.

—Otra victoria para el hemisferio izquierdo y hemisferio derecho —sonreí al escuchar esos apodos salir de su boca.

—Juntos hacen el cerebro perfecto —completé la frase del Profesor Poe—, pensé que lo habías olvidado.

—¿Olvidar al siniestro Profesor Edgar Allan Poe? Nunca —nos quedamos en silencio, siempre lo hacíamos.

—Hable con él antes de aceptar el trabajo, ¿Quieres adivinar que me dijo? —Spencer sonrió de lado.

—Trabajen juntos, Scottie —no era nada más y nada menos que Spencer la segunda persona, de las únicas dos personas quienes me llamaban por ese apodo.

—¿Sabes? Pensé que te habías olvidado de mí, Spencer —me miro confundido—, hasta que el agente Gideon menciono el incidente del ensayo —Spencer me miró fijamente—. En vez de mirarme, ¿Por qué no me dices lo que le dijiste?

—¿Qué eres una copiona? —lo mire incrédula, era imposible tener una conversación normal con él.

—¿En serio dudas de mi inteligencia, Spencer Reid? —comenzaba a molestarme, pero no esa molestia que te hierve la sangre, más bien la que te motiva a darle su merecido a las personas.

Ambos nos mirábamos, nos sosteníamos la mirada, era un concurso tonto de miradas.

—¿Tienes la dirección? —preguntó Hotchner interrumpiendo a Spencer.

—No tardan en llegar —contesto Spencer—, ¿La dirección requiere una evaluación de campo de Gideon?

—No te preocupes —intentó tranquilizarlo.

—¿Están nerviosos de que esté a cargo? —me levanté de la mesa, al parecer no era la única a la que estaban poniendo a prueba.

—¿No ibas a casa de Slessman para ayudar a Morgan? —cambió de tema—. Doctora Scott.

—Mande.

—Acompañe al Doctor Reid, dos genios piensan mejor que uno.

—¿Esas palabras te sonaron a alguien? —le pregunté incrédula.

—El profesor Poe —asentí.

—¿No te dieron escalofrios? —le pregunté mientras caminábamos fuera de las oficinas acompañados de los oficiales que nos llevarían a casa de Slessman.

—Sé lo que haces, Riley.

—¿Qué te parece que hago, Spencer? —pregunté con curiosidad.

—Intentas llevarte bien conmigo.

—Es difícil llevarte bien con tu rival academico de la universidad —nunca fue un secreto—, pero no importa, ¿Verdad? —Spencer me miró extrañado—, admítelo, Spencer, tú me amas.

—¿Qué? —no pude contener la risa, su cara era un poema, me apresure a subirme al auto—. Riley, espera.

Llegamos a la casa de Slessman.

—¿Quieres que busquemos en los discos? —le pregunté al agente Morgan, había cientos de ellos.

—Ahora —dijo tomando la computadora de Slessman y subiendo al ático.

—De acuerdo, tú los que están sobre la cama y yo los que están en el suelo —me dejé caer en el suelo mirando las cajas de discos.

—Riley —me llamo Spencer.

—Mande —contesté concentrada en los discos.

—¿En serio tomaste el trabajo por mí? —lo miré tranquilamente, comencé a ladear mi cabeza de un lado al otro.

—Cuando estuvimos en la universidad, ¿Recuerdas la cantidad de cosas que nos sucedían juntos? —Spencer asintió—. Gideon dijo que por tu expresión, el incidente del ensayo tuvo un antes y un después en tu vida —mire entre los discos, tenía que ser una maldita broma—. ¿Tú no llegaste a pensar que era cosa del destino coincidir tantas veces?

—Sabes que no creo en el destino, Riley...

—¿Qué me dices de esto? —le enseñé el disco—, ¿En serio no crees que es el destino?

Era Mazzy Star. En la habitación de un agresor en potencia con música de “hombres” como Metallica, Pink Floyd, AC/DC, Led Zeppelin, Guns N' Roses, Nirvana, Aerosmith, estaba la maldita banda de Mazzy Star.

—Él me dijo: “Eran dos niños en un salón lleno de adultos, quería que trabajarán juntos” —odiaba darle la razón a ese viejo cascarrabias—, y la realidad es que eres el único chico de mi edad que conozco, Spencer.

—Tú también eres la única chica de mi edad que conozco —hemisferio izquierdo y hemisferio derecho—, sigues siendo una copiona, Riley.

—Tú y yo sabemos que yo no copie nada, así que silencio y ponte a buscar alguna pista —seguí con mi búsqueda—, a esa pobre chica le queda poco tiempo.

—No sé que te hace pensar que te amo, Scottie, pero quiero que sepas que te tolero —por supuesto que malinterpretaría mis palabras, pero se equivocó al llamarme de esa manera.

—Dices que no me amas y que solo me toleras, pero alguien que toleras no la llamas por su apodo —seguí buscando entre los discos—, existen dos personas que me llaman Scottie, y tú eres una de ellas, Spencer —solo había ganado una batalla, pero pronto vendría la guerra y debía prepárame hasta entonces—. Creo que encontré algo.

Spencer se sentó a mi lado, mirando el disco de Metallica, quien llevaba por nombre: Some Kind of Monster.

—Está vacío —le dije abriendo y cerrando la caja.

—Eso es —me arrebato el disco, levantándose del suelo—, sígueme.

Subimos al ático con el agente Morgan, Spencer tenía un clip en la mano.

—Creo que no vimos lo obvio —Spencer se puso de rodillas a un lado del Agente Morgan, metiendo el clip por un lado del computador, abriendo la bandeja de CD'S, encontrándonos con el disco de la caja vacía.

—¿Qué los hizo pensar así? —preguntó sorprendido el agente Morgan.

—Dos genios piensan mejor que uno —imite al agente Hotchner.

—¿Sucede algo entre ustedes? Hablo románticamente —ambos negamos al instante.

—La vida de una chica está en juego, agente Morgan —hablé con seriedad.

—Tengo insomnio y escucho a Metallica, ¿Qué canción podría servirme? —preguntó.

—Enter Sandman —contestó Spencer.

Nos pusimos detrás del agente Morgan, esperando a que pusiera la contraseña. Una vez que la puso salto de la felicidad, sobresaltándonos a Spencer y a mí.

La chica seguía con vida.

El agente Morgan contactó con el agente Gideon, mientras nosotros llamamos a los demás agentes. Miramos la cámara, el historial de minutos, cualquier pista que nos ayudara a averiguar dónde estaba.

—¿Crees que puedas poner las imágenes juntas? —le pregunté sentándome sobre mis rodillas—. Justo aquí, ¿Lo ven?

—Se mueve —dijo Spencer—. La tierra se mueve.

—No es la tierra. Es el océano —el agente Morgan salió de la habitación marcando al teléfono de Hotchner.

Me mantuve sería.El agente Hotchner me estuvo probando todo el día, desde que abordamos el Jet privado, solo esperaba que mis servicios fueran requeridos.

Todo salió bien, los oficiales nos llevaron al lugar donde se desarrolló el conflicto armado con el auténtico Estrangulador de Seattle, la chica estaba a salvo y el agente Gideon solo recibió una pequeña herida de bala.

—¿Alguna vez le han disparado, Doctora Scott? —me preguntó el agente Gideon, poniéndose a mi lado.

—No, pero suena a una clase de iniciación del FBI —respondí dejando mis notas de lado—. Ellos nos han estado probando, ¿Lo sabe?

—Ellos son los únicos que creen que no lo sabemos —me agradaba, Spencer era afortunado de trabajar junto a alguien del calibre de el agente Gideon—. El Doctor Reid y usted son muy inteligentes.

Asentí.

—Gracias por ser su mentor, de lo poco que hemos hablado, pude notar algo de su influencia en él —a lo lejos pudimos verlo hablando con el agente Morgan y el agente Hotchner.

—Espero poder trabajar más con usted, Doctora Scott —me ofreció su mano.

—Lo mismo digo, agente Gideon —caminé hasta encontrarme cara a cara con Spencer—. Tienes mucha suerte, Spencer.

—¿Por qué? —preguntó extrañado, Spencer podía llegar a ser muy despistado.

—Por nada —dejé el tema, caminando con dirección al agente Hotchner.

—Riley —me detuvo la voz de Spencer, haciendo que girará mi cadera para poder verlo—. Me alegra que estés aquí.

—Lo mismo digo.

Pronto estaríamos en el Jet privado de la agencia, volando a Virginia, mis maletas seguían aquí, solo podía pensar en mi familia, quería darles la sorpresa de mi regreso a los Estados Unidos.

Era originaria del sur del país.

Dallas, Texas.

—Buen trabajo, Doctora Scott —miré al agente Hotchner—. Lamento si mi insistencia la haya incomodado.

—No me gustan las conjeturas. Yo trabajo con hechos. Discúlpeme usted por mi retraimiento, aunque a juzgar por su silencio en casa de Slessman, su esposa debe tener unos cuatro o cinco meses de embarazo, a lo mucho —el agente Hotchner sonrió de lado—. ¿Están buscando nombres, no es así?

—¿Sugerencias? —negué con la cabeza.

—Eso es algo que deben elegir los buenos padres —él volvió a poner su mano sobre mi cabeza—. Estoy segura de que usted será un gran padre, agente Hotchner.

—Bienvenida al FBI, Doctora Riley —mis ojos se iluminaron al escuchar las primeras tres palabras.

Lo había logrado.

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