66. Caricias y charlas de profesiones
Nota de autor: No nací Metamorfomaga, entonces no puedo transformarme para ser dueña de este FanFic. Le pertenece a la maravillosa, única, fabulosa y genial Moonsign mientras que el mundo es de J.K Rowling.
"La discriminación es una enfermedad"
Roger Staubach.
REMUS:
Los sueños fueron extraños, pensó Remus, mientras recuperaba su mente del agarre infantil que tenía el lobo. Remus estaba acostumbrado a tener sueños post luna. Generalmente se enfocaban en los eventos de la noche anterior, un vago intento de su mente de recuperar la memoria.
Lo sueños consistían principalmente de parches dolorosos, fotografías de esencias que escapaban a Lunático y llegaban hasta Remus. El olor de la Cabaña de los Gritos que consistía en madera podrida, polvo y miedo. El aroma ocultaba el desesperado deseo de la libertad. El deseo de sangre y manada, aunque ahora tenía destellos de una alegría lobuna al haberse cumplido su anhelo. La dolorosa sensación por el cambio, junto con los dientes desgarrando.
Hoy, sin embargo, fue diferente. Por primera vez desde que Remus podía recordar, Lunático estaba feliz de dejarle la mente tranquila. Su cuerpo estaba totalmente exhausto para cuando la parte humana recobró el control.
La mente de Remus se llenó de imágenes de la noche anterior. Hubo momentos en donde había sangre y dolor. El rostro de Canuto rogándolo que "¡No morder, Lunático, no morder! Lunático herido. ¡No morder!" Entonces aparecieron los tres brazos de Cornamenta (Se llaman cuernos, le informó Remus al lobo) bajándose y pegándole a Lunático en los costados, haciéndolo pasar por un túnel extraño. Nuevo lugar, nuevo lugar.
Y entonces estaba la luna y cosas que crecían y podía correr y había nuevos olores, Lunático olvidándose de querer lastimar a su cuerpo humano.
A Remus le bombardearon imágenes borrosas y rápidas: La sensación de un pasto mojado en sus patas, la luz y sombras de la luna, los cuernos de Cornamenta enredándose entre los árboles, Canuto sonriendo y sacando seguidamente la lengua a la vez que movía la cola, los chillidos emocionados de Colagusano... pero más que todo escuchaba el "LibertadCorrerLibertad" mientras esquivaba árboles, charcos de lodo y aullaba con alegría a la vez que correteaba a su manada.
La mente de Remus volvió completamente, siendo consciente de sus músculos dolidos y los profundos mordiscos y arañazos que Lunático le había propinado antes del "Túneloscuro-correrlibertadluzdeluna". Pero en su mente, sus emociones, eran calmadas y contentas, sin el habitual malestar y furia que le sobrevenía el día después a que Lunático llegara.
"Me dejaron salir" Remus se dio cuenta "¡Oh, Merlín, me han dejado salir!"
Quería enojarse. Ansiaba poder enojarse. Deseaba gritarles a sus amigos, demandar el que no volvieran a hacerlo porque había traicionado a Dumbledore, quien fue la primera persona en darle una oportunidad cuando nadie más lo había hecho, así como haber puesto en peligro a los residentes de Hogsmeade quienes podrían haber sido heridos por el lobo.
Remus se removió al sentir que una mano le tocaba un pie, dándose cuenta de que estaba en los brazos de alguien, en los brazos de Canuto cuya esencia de lluvia gris, perro y chico lo hacía imposible de ocultar. La mano de Sirius tocó suavemente el pie descalzo de Remus a medida que lo metía de nuevo en las sábanas. Remus abrió los ojos.
— ¿Canuto?
Los brazos a su alrededor se tensionaron, la voz de Sirius un tanto cuidadosa al hablar: — Sí, Lunático. ¿Cómo te sientes?
Remus sabía que Sirius estaba preocupado o molesto, dado que su acento de aristócrata pomposo salía cuando perdía cierta concentración.
— Mmurf —Remus empezó, intentando formar palabras lógicas de sus pensamientos.
— Lunático —Los brazos de Sirius lo apretaron, presionando una de las heridas en el brazo de Remus. Bajó la cabeza para recargar su boca y nariz en el cabello de Remus— Lo siento tanto, Lunático —Las palabras fueron genuinas pero sin esperanzas, como si Sirius pensara que ya no había vuelta atrás.
— ¿Por qué? —Remus preguntó con cansancio— ¿Por hacer precisamente lo que les pedí que nunca hicieran? ¿Por hacerme traicionar la confianza de Dumbledore? —Intentó desesperadamente sacar su brazo herido del agarre de Sirius— Me lastimas, Sirius.
Sirius relajó su agarre, dejando salir un gemido perruno de perdón desde lo más profundo de su garganta a la vez en que sobaba el brazo vendado de Remus: — Por todo. Pero lo haría de nuevo. Te habrías muerto, Remus. Y no estoy siendo melodramático. Sabes que no tomamos esa decisión a la ligera. Especialmente no después de lo que pasó... con Queji... Snape.
Remus apretó los labios y bajó la mirada a dónde había estado el pie que Sirius metió en la cama. Remus los odiaba, pero Sirius había trazado los dedos con extrema delicadeza y cariño.
— De haber sido yo, Remus, ¿Habrías hecho otra cosa? Si yo fuera el hombre lobo, o si lo fueran James y Peter, sabiendo que moriríamos de no hacer nada... ¿Hubieses hecho algo diferente?
— Sí —No.
— Estás mintiendo, Lunático. Lo sé. Respiras muy rápido.
Remus se relajó. No le gustaba cuando Sirius lo llamaba "Remus" con ese tono de voz. Hacía que las cosas se vieran aterradoras y adultas. Lo hacía pensar en las consecuencias de la guerra y el futuro. La voz adulta de Sirius aterraba a Remus dado que implicaba el que estaban creciendo, y de eso no había vuelta atrás.
— No vuelvan a hacerlo, Canuto.
La expresión seria de Sirius se mantuvo, al igual que una línea de determinación bastante aristocrática: — No te haré esa promesa.
— Pero Dumbledore...
— Dumbledore nunca va a enterarse —Sirius pasó una mano por el cabello de Remus— Jamás dejaremos que lastimes a alguien. Lo sabes. Te tengo y no pienso dejarte ir, recuérdalo.
— Te tengo para amarme así —Remus murmuró, sin realmente cantar las palabras.
Sirius dejó salir una risita: — Sí. Te tengo, cariño.
Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Remus pensó que la culpa por lo ocurrido en la luna llena le pesaría toda la semana, pero pronto descubrió que tenía tantas cosas por las cuales preocuparse que eso quedó en lo más profundo de su mente. Los periódicos se la pasaban con titulares sobre los Mortífagos y sus T.I.M.O.s se acercaban cada día más.
Incluso Sirius y James se habían estresado un tanto, al punto de que casi hacen desmayar a Remus cuando este los encontró estudiando en la cama de James para Historia de la Magia.
Remus se detuvo en la puerta, boca completamente abierta: — Disculpen, ¿De casualidad alguno abrió un portal a una nueva dimensión? —Terminó preguntándoles.
Sirius y James se le quedaron viendo: — ¿Si nosotros hicimos qué? —James indagó.
— Abrieron un portal. Creo que he entrado a una dimensión paralela. Una en la que ustedes estudian Historia de la Magia. Me perturba la experiencia.
— ¿Te haría sentir mejor si te dijera que metimos una revista de Mago Playboy en la página de "600 años de sangre y destrucción: Volumen 12"? —Sirius cuestionó, usando sus habilidades de actor para fingir preocupación.
— No sería útil —Remus se tiró a la cama— Los escuché discutir los principales eventos de la guerra de los duendes de 1674. A menos de que por culpa de la presión eso les ponga calientes, dudo mucho que estén leyendo algo pornográfico.
— Estoy seguro de que a ti te pone caliente las guerras de los duendes —Sirius reclamó— Valía la pena intentarlo, sin embargo. Cornitas puede ser igual de aburrido que Binns cuando se lo propone.
— ¡Oye! Retira eso, imbécil.
— Oblígame.
La sesión de estudio se convirtió en una lucha campal que terminó con la cama de James aún más desordenada de lo usual. Remus se relajó y cerró los ojos, el mundo regresando a la normalidad.
Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Para cuando llegó Pascua, junto con dos lunas llenas (Que le estaban consumiendo la consciencia a Remus) la mayoría de estudiantes de Quinto y Séptimo año se habían vuelto locos.
El cumpleaños de Remus pasó sin mayor emoción y con su único deseo siendo el de tener una vida de dieciséis más fácil. Infortunadamente, eso implicaba que ya casi era un adulto le gustara o no.
— Charla de profesiones hoy —James dijo la mañana después de Pascua. Su boca estaba llena de hígado cuando habló.
— ¿Podrías por lo menos masticar antes de hablar, Cornamenta? —Remus le riñó, rechinando los dientes y sobándose la cabeza para quitarse aquella jaqueca que lo molestaba.
James frunció el ceño: — ¿Qué te ha hecho levantarte con el pie izquierdo?
— Nada —Remus usó la cuchara para alejar la bandeja de plata donde se encontraba el tocino. Estar en constante contacto con la plata lo estaba irritando.
— Lunático —Sirius levantó la bandeja y la alejó— Algo te está molestando. Puedes decirnos —Tocó la mano de Remus que se encontraba sobre la mesa.
Remus abrió la boca para responder mordazmente, pero fue interrumpido con la llegada de Lily a quien los T.I.M.O.s le estaban dando más dolores de cabeza que a cualquiera, siendo constantemente oída hablando de cosas sin sentido de camino a la biblioteca, tan rodeada de libros que a duras penas se veía su nariz. Justo ahora se veía tensa, con los labios presionados en una fina línea, su cabello rojo sin vida y sus ojos rodeados de ojeras.
Remus no pudo evitar preguntarse cuántos libros de los que consultaba eran verdaderamente para los T.I.M.O.s y cuántos para proteger a su familia Muggle.
Sin darse cuenta de lo que hacía, Lily se dejó caer al lado de James y empezó a poner comida en su plato. James parecía como si le hubieran dado sus Navidades, cumpleaños y pascuas de un solo tiro.
— ¡Evans! ¡Esto es maravilloso! ¿Finalmente logré gustarte? ¿Quieres ir conmigo a Hogsmeade la otra semana?
Al lado de Remus, Sirius pretendió lanzarse un Avada Kedavra con una cuchara.
Lily ni siquiera se molestó en hablar. Sin levantar la cabeza, metió la mano en sus bolsillo para sacar la varita y murmuró un maleficio contra James (Quien gritó y se agarró el pecho con temor) para después levantarse y abandonar la mesa. No comió absolutamente nada.
— ¡Le hizo algo a mis pezones! —James exclamó sin vergüenza alguna.
— Santo Merlín, ¿Por qué seguimos siendo amigos? —Sirius habló, no mostrando simpatía alguna.
— ¡Mis pezones! ¡Mis pezones! —James gimió, agarrándose el pecho sobre la camisa del uniforme.
— Por amor a Dios, déjame ver —Remus finalmente dijo cuando se dio cuenta de que Sirius no pensaba ayudarlo.
— ¡No aquí! ¿Qué pasa si están grotescos y asquerosos?
— ¿Los sientes grotescos y asquerosos? —Remus preguntó— Porque si quieres mi ayuda, tendrá que ser aquí dado que estoy comiendo.
— En verdad tienes un humor de perros hoy, Lunático —Peter habló mientras se alejaba de James, a quien la vergüenza no le alcanzaba para evitar quitarse la camiseta.
— Eso es algo que no ves todos los días —Sirius lo molestó, examinando el pecho de James con interés— ¿Te duelen? —Acercó un dedo para tocar los pezones transformados de James.
— ¡Oye! ¡Aleja esas manos! —James se cubrió el pecho con las manos— Ya tienes a Lunático para manosearlo.
Sirius se burló: — Lunático no tiene botones por pezones. ¿Cómo logró que se vieran las costuras?
— ¡Lunático! —James le rogó a Remus a medida que personas de Hufflepuff y Gryffindor se acercaban para verle el pecho. Remus suspiró y sacó la varita, murmurando el contra maleficio. Lily debía estar muy cansada aquella mañana dado que los pezones de James volvieron a la normalidad tras unos segundos.
— Evans está perdiendo el toque —Sirius comentó— Usualmente nos toma quince minutos el deshacer uno de sus hechizos.
— Está estresada y cansada —Remus la defendió— No debes fastidiarla, Corna.
— No lo hice. Solo la invite a salir.
— Podrías dejar de hacer... —Peter empezó a aconsejarle, deteniéndose al escuchar el aleteo de las lechuzas que traían el correo. El corazón de Remus empezó a palpitar con rapidez cuando vio a la lechuza marrón de los Anders, Brutus. La lechuza voló sobre ellos unos segundos, dejándose caer finalmente frente a Remus y comiéndose las salchichas de Sirius mientras Remus leía la carta.
Querido Remus,
No hemos oído mucho de ti. ¿Te molesta algo? Esperamos que no. Sabemos que ya se acercan tus T.I.M.O.s y debes estar estudiando.
Solo queríamos escribirte para informarte que nos iremos de viaje unas semanas. Neil ha sido asignado con una misión en Alemania y yo me le he unido para tener una especie de vacación. Te traeremos toneladas de chocolate Alemán. Puedes escribirnos, por supuesto, pero nos tomará bastante el responder dado que la seguridad se ha fortalecido por los ataques recientes.
Esperamos que no estés muy estresado. El señor Potter vino el otro día y nos comentó que tendrás tus charlas sobre profesiones está semana. ¡Mucha suerte!
Con todo nuestro amor,
Angela y Neil
Xxx.
Los dedos de Remus presionaron tan fuerte la carta que se arrugó en las esquinas. Su estómago estaba pesado y enfermo: — ¿Cornamenta? —Empezó, manteniendo la voz en calma— Tú papá es el compañero de Neil desde que lo ascendieron, ¿Verdad?
James, Sirius y Peter lo veían con expresiones ansiosas. Sabían lo que implicaba el que Remus usara ese tono de voz.
— Sí —James respondió, terminando de ponerse la camisa— Pidió ser su compañero cuando el anterior se retiró. Papá dice que Anders tiene talento.
Remus bajó la mirada, mordiéndose el labio: — ¿Han tenido misiones fuera del país recientemente? Porque si las tienen deben ir juntos, ¿Cierto?
— No. No he escuchado de ninguna misión en el extranjero.
Sirius puso una mano sobre el muslo de Remus bajo la mesa: — ¿Qué dice la carta, Lunático?
Silenciosamente, Remus les pasó la carta para que pudieran echarle un vistazo.
— Seguramente lo mandaron con alguien más —Peter intentó animarlo— O era un trabajo para solo una persona.
James abrió la boca, como si quisiera decir algo impertinente, cerrándola con prontitud.
— ¿Qué? —Remus lo miró con desesperación— Puedes decirme.
James se sobó la barbilla con incertidumbre: — Bueno, en la última carta que me mandó papá me dijo que ya no dejaban ir a los Aurores a misiones exteriores. Necesitan a todos los que puedan para mantener el orden por aquí. Además —Miró a Remus con arrepentimiento— No está permitido que las parejas de un Auror los acompañen en sus misiones.
Remus evitó sus ojos y los mantuvo miserablemente en la ventana.
— No tenemos evidencias para afirmar que están, bueno, con quién-tú-sabes —Sirius le recordó en voz baja.
— ¿Qué otra explicación tienes? —Remus susurró— Su dinero está yendo a alguna parte. Y Voldemort promete la cura de la licantropía. Incluso cuando sé que miente, ellos pueden haber estado lo suficientemente desesperados como para creerle. Deberían verlos tras las lunas llenas. Lucen tan... impotentes. Dañados. Quieren hacer lo que sea para ayudarme.
— Eres su hijo —Peter le dijo— Todos los padres lo harían. A excepción de los de Sirius. Y tú padre biológico. Mejor me callo.
— A mí papá no le pasará nada, ¿Cierto? —James se puso pálido— Sin importar qué, el profesor Anders no haría nada para ponerlo en peligro ¿Verdad?
Remus releyó la carta: — Yo no... ¿Ustedes creen que ellos e-están en una misión para... él?
— No sabemos nada, Lunático —Sirius le apretó el muslo— Y tampoco podemos hacer nada. Lo sabes. Tienes que concentrarte en los T.I.M.O.s. Es lo más importante por el momento.
— No —Remus exclamó— Eso no es importante. ¡Hay cosas con mayor importancia que los estúpidos T.I.M.O.s! Hay una guerra afuera. La gente indefensa se muere. Pregúntale a Lily, ella sabe como se siente. ¡Estamos necesitando soldados y lo único que nos ponen a hacer son unos estúpidos exámenes!
— Lunático, necesitamos los exámenes para convertirnos en Aurores. Tú lo sabes —Sirius intentó acercársele para abrazarlo, pero Remus lo empujó— Cálmate, Remus —Sirius intentó.
— ¡No me digas que me calme! Solo... déjame tranquilo.
Remus corrió fuera del Gran Comedor, dejando a sus amigos anonadados.
Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
— Tome asiento, señor Lupin —Le indicó la profesora McGonagall quien ya estaba detrás de su escritorio. Remus ingresó y se acomodó en la silla, jugueteando con sus desgastadas túnicas mientras McGonagall revolvía su expediente— Bueno, sus notas son ejemplares. Es el mejor estudiante en todo menos Pociones. ¿Qué planea hacer cuando abandone el colegio?
Remus sintió olas de frustración y enojo: — Bueno, eso para qué importa ¿Verdad?
La profesora McGonagall lo miró duramente: — Cuide su tono conmigo, señor Lupin.
"¡Ya para, Remus!" Una parte de él le rogaba, pero ahora que había empezado, todo lo que contenía hace años no quería dejar de relucir: — ¿Por qué debería? —Dejó salir una risa histérica, levantando las manos para enfatizar su punto — Lo he pensado por tanto tiempo, que todo esto me es inútil —Se acercó y le rapó el expediente a una sorprendida profesora McGonagall, desbaratándolo salvajemente— Transformaciones, Defensa, Herbología, Aritmancia... buen comportamiento, gran estudiante, prefecto —Rompió todas y cada una de las hojas— ¿De qué me sirve? Usted y yo sabemos que solo conseguiré trabajo por unos meses hasta que se den cuenta de lo que soy.
— Remus, hablo en serio. ¡Por favor, cálmese! —La profesora McGonagall se veía molesta y preocupada por su repentino humor, Remus no pudiendo culparla. Nunca había sido más que un chico educado y bien portado frente a los profesores, pero ahora que sus frustraciones dominaban su cerebro ya no podía contener el tornado de sus emociones.
— ¿Por qué debería? —Remus se le acercó, los codos encima de su escritorio— ¿Sabe cómo se siente? Ver a mis compañeros discutiendo su futuro, hablando de la profesión que van a escoger para cuando nos graduemos. Y yo solo me quedó mirándolos porque no puedo hablar. Sin importar qué tanto trabaje, cuantos T.I.M.O.s o E.X.T.A.S.I.S logré obtener, tan pronto como se sepa lo que soy me dejarán en la calle. O seré reportado al Ministerio para que me asesinen.
La profesora McGonagall estaba lo más sorprendida que Remus alguna vez la hubiese visto. Su cara se debatía entre la pena y el enojo por su repentina actitud. Por algún motivo, esto solo logró que Remus se enfureciera peor.
— ¿Sabe otra cosa? —Habló altaneramente, su voz temblando— Hay veces en que desearía el que nunca me hubieran permitido venir, el que me hubieran dejado con papá. Por lo menos no tendría estas falsas ilusiones y sabría mi lugar en el mundo. Si creces siendo tratado como animal, no te lastimará cuando los demás te juzguen como tal.
— Usted no quiso decir eso, Remus —La profesora McGonagall lo interrumpió, la simpatía ganando lo mejor de ella.
Remus pensó en su futuro, sobre sus padres adoptivos posiblemente apoyando a Voldemort, el que sus amigos podrían ir a la cárcel por ser animagos ilegales, como ponía en peligro a todos los residentes de Hogsmeade cada luna llena. El que estaba traicionando la confianza de Dumbledore: — Algunas veces, realmente lo hago —Se dejó caer en la silla, quedándose sin energía— En verdad lo hago.
Un silencio tensó bajó sobre ellos, Remus prestando atención al reloj de madera que tenía la profesora McGonagall.
— Tienes opciones, Remus —Le dijo finalmente.
— ¿En serio? —Se cruzó de brazos, no importándolo lo altanero y maleducado que lucía— ¿Cuáles son? —Otro incómodo silencio bajó sobre ellos y lo hizo reírse, incapaz de detenerse. Se preguntaba si así se sentía Sirius cuando se reía en momentos inoportunos— Ese era mi punto. ¿Puedo irme?
Sin esperar la respuesta, se levantó y acercó a la puerta.
— Remus, espere.
No lo hizo. Abrió la puerta y salió con enojo. No se detuvo hasta que llegó a la torre de Gryffindor, girando la cabeza para gritar: — ¿Qué nadie les enseñó sobre respetar la privacidad?
Hubo un breve destello en el aire a medida que James y Sirius salían de debajo de la capa de invisibilidad, Peter en su forma de rata sobre el hombro de James. No tuvieron la decencia de lucir arrepentidos mientras James metía la capa en su maleta.
— Esa fue la mejor actuación de tú carrera, Lunático —James le dijo. Remus sabía que intentaba sonar divertido. A Remus no le pasó por alto su tono de reproche.
— No fue una actuación —Remus le contestó, la voz delgada por la furia— Simplemente fue un breve resumen de lo que será mi vida en un futuro en lo que se suponía era un reunión privada.
— ¿Es esto lo que te ha estresado toda la semana? —Sirius preguntó— Deberías habérnoslo dicho.
— ¿Por qué? —Remus cuestionó— No pueden hacer nada al igual que McGonagall.
— Ese no es el punto, ¿Cierto? —Sirius reclamó, con Colagusano dejando salir chillidos para apoyarlo— Somos amigos. Más que amigos en mí caso. Nuestro trabajo es escucharte y mostrar simpatía cuando no hay nada más por hacer. Además, encontraré una forma de ayudarte aun si muero intentándolo.
— No quiero tú caridad, Canuto.
— Lo sé, Lunático. No te la estoy ofreciendo.
— Entonces, ¿Qué me ofreces?
— Te lo acabo de decir. Estoy averiguándolo. Apenas lo sepa, te informo.
— Sí —James lo apoyó, Colagusano asintiendo tan fuerte que terminó por caerse de su hombro. Solo los rápidos reflejos de Remus impidieron que tuviera un encuentro poco agradable con el suelo.
Remus le acarició la cabeza a la temblorosa rata mientras miraba mal a Sirius: — No podrás encontrar nada para ayudarme. ¿Crees que yo no he buscado?
Para su sorpresa, el rostro de Sirius se rompió en una sonrisa mientras se quitaba el cabello de la cara, un gesto arrogante que no pasó desapercibido por unas chicas de cuarto año que pasaban por un pasillo cercano: — Recuerdo que me dijiste las mismas palabras en segundo año. Cuando hablábamos de tú pequeño problema peludo.
Remus abrió la boca para replicar, teniendo que cerrarla inmediatamente. Bufó y le dio a Sirius una mirada por el rabillo del ojo: — Esto es diferente.
— Tienes razón —Sirius confirmó— Esto será mucho más fácil. Si nosotros tres, los Anders, Dumbledore y Evans pudimos aceptarte tal cual eres, no veo por qué otros no puedan.
Remus quería protestar. Quería decirle que el mundo no funcionaba así. Algunas cosas eran imposibles, no importaba lo mucho que ansiaras el que fueran diferentes. Pero aun así, gracias a Sirius y James, todas las cosas resultaban posibles dado que ellos las hacían posibles. Si había alguien que pudiera pensar una solución, eran ellos.
Colagusano se soltó del agarre de Remus y subió hasta su hombro. Remus sonrió por primera vez en días y atravesó con ellos el retrato de la Dama Gorda para entrar a la sala común.
Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Remus despertó aquella noche cuando su cama se hundió por el peso extra de Sirius, sus largos brazos envolviéndose calientes a su lado.
— ¿Te importa? —Remus bostezó, girando para verlo— Intento dormir.
— ¿Sigues molesto conmigo por lo de antes? —Sirius susurró, ignorando el comentario anterior de Remus.
— Mm-mm —Remus respondió, sacudiendo la cabeza sin abrir los ojos— Ahora vete a la cama.
— Ya estoy en la cama.
Remus no tenía energía para protestar el que Sirius ocupaba mucho más espacio del que debería, conformándose con acurrucarse contra el chico para poder dormir. Se rindió y abrió los ojos con sospecha cuando oyó a Sirius lanzar un encantamiento silenciador.
— ¿Qué se supone que haces?
— Seducirte. Ya sabes, para animarte un poco.
— No puedo. Estoy ocupado.
— ¿Haciendo qué?
— Lavándome el cabello. Honestamente, ¿Tú qué crees? Trato de dormir. Tenemos exámenes en unas semanas.
— ¡Exactamente! Debemos divertirnos un poco antes de que estemos tan cansados que ni podamos pensar derecho —Dejó salir una risita ante el mal chiste y Remus gruñó, girando para meter la cabeza entre las cobijas.
Hubo un silencio triste que vino de su lado que se hizo más potente hasta que Remus se rindió y se quitó las cobijas de encima: — ¡Bien! ¡Sedúceme!
Se cruzó de brazos y bufó ante un Sirius que se inclinaba sobre él, su pálido rostro brillando con la poca luz de su varita.
— No tiene caso si ni siquiera quieres hacerlo.
Se veía tanto como Canuto cuando le reñían por dejar pelo en las sábanas que Remus no pudo continuar resistiéndose: — Oh, ven aquí, ridículo pulgoso —Se acercó y besó a Sirius, con tan solo pocos segundos de diferencia para que el chico devolviera el beso.
Era diferente cuando se besaban por la noche en su cama. Se sentía más real, más prohibido y emocionante. Remus podía escuchar los jadeos de Sirius sobre su piel mientras depositaba besos sobre la barbilla, cuello y clavícula de Remus.
— Canuto... —Remus gimió, dándose cuenta de que su respiración se descontrolaba— Mm... te amo...
— Que bien —Sirius sonaba sorprendido y egocéntrico al mismo tiempo.
— ¿Qué planeas hacer? —Remus preguntó. Su respiración se aceleró cuando Sirius metió su fría mano por debajo de la camisa de su pijama y tocó su vientre y pecho, trazando una cicatriz que le llegaba hasta el pezón.
— He estado leyendo ese libro que te mandaron los Anders —Sirius murmuró, presionando con sus labios el punto donde terminaban sus costillas y empezaba su estómago.
El cerebro de Remus le mandó una señal frenética de alerta, intentando luchar en su actual estado hormonal: — ¡Canuto!... ¡C-canuto! ¡Sirius, espera! —Sirius levantó la mirada de donde se encontraba entre las piernas de Remus, con los labios hinchados, el cabello desordenado y sonrojado. Remus sentía todo el cuerpo, en especial la entrepierna, en llamas y tuvo que esforzarse por recordar la razón de sus protestas— N-nosotros no... me refiero... tenemos d-dieciséis... todavía no estoy l-l-listo...
— Oh. ¡Oh! —Incluso con la poca luz que les proporcionaba la varita, Remus se dio cuenta de que Sirius se sonrojaba— No, eso no. Lo sé. Todavía no, Lunático. Solo pensé que podríamos... ya sabes.
Se acomodó sobre Remus y se movió un poco a la izquierda, dejándose caer ligeramente sobre Remus. El chico sintió todo su cuerpo temblar con deseo cuando la erección de Sirius se presionó contra la suya: — ¡Oh!
Sirius dejó salir una risa sin aliento: — ¿Así está mejor? —Dio una embestida de prueba y Remus tembló y gruñó. No lo habría detenido aún si le hubiesen dicho que la policía Lobuna se había metido al cuarto.
— ¡Dios, Lunático! —Sirius presionó su cara contra el cuello de Remus mientras embestía y se besaban torpemente— No sabes lo que haces conmigo.
Remus se quedó sin palabras, solo pudiendo dejar salir gemidos y tartamudeos de algunas palabras. Juzgando los escalofríos que recorrían a Sirius, no parecía quejarse.
Tenían dieciséis, así que no duraron mucho. Sirius reía y reía, presionando torpes besos sobre el rostro de Remus, golpeando sus narices y enredando los dedos en el cabello de Remus. Su risa fue tan infecciosa que pronto ambos estaban carcajeándose. Se acurrucaron en la cama, revolviéndose por las risas hasta que hiparon y buscaron sus varitas para murmurar unos encantamientos de limpieza.
— Maravilloso, Lunático —Sirius habló, finalmente recuperándose y girando para observarlo— Tú eres... sí.
— Mm... —Remus aceptó, acurrucándose contra él en su habitual forma lobuna— Tú igual. Por favor, duerme.
Sirius sonrió y le acarició el cabello: — Bien. Me amas, ¿Verdad?
— Por supuesto que lo hago —Remus murmuró— Siempre lo haré. Más que a nadie.
— ¿Más que a los Anders?
— Más que a nadie, Canuto. ¿Bien?
— Bien. Que descanses, Lunático.
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