59. Bienvenidos a mi infierno
Nota de autor: ¿Adivinen qué? Mis clases privadas con la profesora McGongall todavía van muy atrasadas, así que está historia todavía le pertenece a Moonsign mientras que el mundo es de J.K Rowling.
"Convierte tus heridas en sabiduría"
Oprah Winfrey.
— ¡Es que no lo entiendo! —James se quejó, tirándose a la cama y rascándose la cornamenta— Explícalo de nuevo, Canuto. Solo tenemos dos días para la Luna Llena y estoy completamente determinado a cambiar para entonces.
Sirius gruñó y se sobó el espacio entre los ojos. Habían estado intentando esto por cuatro horas. Añadiendo las seis del día anterior, podría decir que de no ser por Remus, habría tirado la toalla: — Les he dicho miles de veces. Se trata de determinación. No es sobre cómo pronuncian un encantamiento o mueven la varita. Esto es magia sin varita. Es... primitiva. E interna. Deben querer cambiar más que nada en el mundo. Tienen que permitirle a su magia el llenarlos de tal forma que sientan que explotarán por el calor. Ustedes... ustedes tienen que perder el miedo a morir.
Peter, quien también estaba sentado en su cama, cruzó las piernas y recargó la barbilla en sus manos: — Es que suena demasiado doloroso —Habló— Trato de cambiar, pero detesto tener que pasar dolor.
— Solo duele la primera vez —Sirius sonrió y le guiñó un ojo al Merodeador gordito— Como el sexo. Debes pasar por una dolorosa primera vez pero las demás son fantásticas —Recuperó la seriedad— Piensen lo mal que lo pasa Lunático. A él le duele todo el tiempo. Sus huesos se rompen, la piel se separa y sus órganos cambian de lugar. Y no puede elegirlo. Lo hacemos por él, chicos. Esto podría salvarle la vida.
— Y eso intento —Exclamó James— Hasta ahora tengo la cornamenta y el pelaje antes de que termine golpeándome contra una pared. Y ya nos has dicho eso miles de veces. ¿Qué hiciste tú que nosotros no estemos haciendo?
— Ya les dije que... —Sirius se detuvo. Estaba repitiendo lo mismo. Tenía que haber otra forma para llegar a los otros dos. Pronto. Estaba tan cansado de encerrarse en el dormitorio, que incluso consideraría ir a la biblioteca como una recompensa, especialmente si podía tener tiempo a solas con Remus. Se mordió el labio mientras pensaba una solución— Sentí que ya no tenía nada que perder —Murmuró— Pensé que todos me odiaban y ya no podían perder más cosas. Dejé que mi magia tomara el control como quisiera. Yo esperaba... yo esperaba quemar toda la oscuridad.
— ¿Oscuridad? —La voz de James era lo más gentil que Los Merodeadores habían escuchado. El chico se daba cuenta de que trataban un tema delicado y privado.
— Ya sabes —Sirius se tocó el pecho— Lo que me hace ser un Black. Lo que me hizo traicionar a Remus. Quería que se fuera. Quería quemarlo —No pudo mirarlos a los ojos.
— Eso fue realmente peligroso, amigo —Peter le riñó— Dejar que tú magia tomara el control. La gente muere haciendo eso.
Sirius bajó aún más la cabeza: — Lo sé. Pienso que si la poción animaga no hubiera encontrado la forma de canalizar mi magia, yo hubiera muerto. Ya no me importaba. Pero así es como ustedes necesitan desearlo.
El silencio que llenó la habitación le hizo pensar a Sirius el si había hablado demasiado. Remus lo entendía. Remus sabía lo que sentía estar tan desesperado que la única solución era morir. Ellos dos ya sabían porque dirección se podía tomar el río.
— No sé si podremos hacerlo —James confesó finalmente. Sirius supo que al chico le tomó mucho admitirlo, y su corazón se hundió— Por esto no hay tantos animagos. Tiene que dejar de importarte lo que te suceda. ¿Cuántas personas pueden hacerlo? En verdad hacerlo, me refiero.
Sirius sacudió la cabeza, sintiéndose miserable. Sabía que Remus jamás le permitiría quedarse solo con él. Si los demás no podían cambiar, entonces todo sería para nada.
La puerta se abrió, Remus ingresó, con las manos llenas de pergamino y libros con los que había estado trabajando con Lily en la biblioteca. En los últimos días, desde que Lily admitió saber el secreto de Remus, los dos se habían vuelto bastante cercanos. De Sirius no saber lo mucho que Remus lo amaba, se pondría celoso. El chico de cabello arenoso dejó caer sus cosas sobre la cama y miró a sus amigos.
— ¿Nada todavía? —Preguntó esperanzado. Sirius odiaba romper aquella esperanza. Remus rara vez se permitía soñar en cosas que le facilitarían la vida, pero tras la transformación de Sirius, se convenció de que era posible.
— No todavía —Sirius respondió, tragándose la desesperación al ver como los ojos de Remus abandonaban el buen humor. Si tan solo pudiera lograr que los demás quisieran ayudar a Remus tanto como él. Si tan solo pudiera hacerles comprender lo mal que lo pasaba el chico para que tuvieran que ayudarlo. Si tan solo pudieran ver...
Sirius giró la cabeza con tal rapidez que casi se parte el cuello: — ¡Lo tengo!
Se lanzó al suelo, enredándose en las cortinas y cayendo encima de su baúl. Lo revolvió completamente, sacando su ropa, libros, pergamino y todas sus demás pertenencias hasta que encontró lo que buscaba, envuelto en un paquete de terciopelo verde que se encontraba en el fondo. Sacó el objeto para dejarlo sobre su regazo. Era un tanto más grande que una copa de vino, pero para nada tenían la misma forma. Estaba fabricado en alabastro Egipcio, lleno de intricadas runas en las puntas.
James hizo una mueca: — Ese es el cáliz más feo que he visto.
— Mi tío Alphard me lo regaló la Navidad pasada —Sirius explicó— Jamás lo he usado. Ni siquiera quería quedármelo, si soy sincero, porque es una reliquia de la familia Black —Lo giró para enseñarles el emblema de la casa Black que se encontraba tallado en el fondo— Pero el tío Alphard siempre ha sido bueno conmigo, así que me lo quedé. Es similar a un pensadero, se llama oclusadero. No te permite almacenar las memorias. Hace una copia particular y te permite verla. Una vez se termine la reproducción, desaparece. La memoria en sí la tienes en tú cabeza, por si la quieres ver de nuevo, pero entonces tendrías que hacer otra copia. Algunas veces lo usan para los juicios.
James se inclinó para examinar el oclusadero, quitándoselo a Sirius de las manos: — Muy lindo y todo, pero ¿En qué nos ayuda? ¿Nos mostrarás una imagen tuya cambiando? Porque lo hemos visto en vivo y en directo sin que nos ayude.
Sirius negó: — No. Pensé que podríamos ver una imagen de Lunático transformándose.
— ¿Qué? —Remus gritó violentamente— Oh no. No, no, no. Nunca les permitiré a ninguno verlo. Incluso si logran cambiar a su forma animaga, se quedarán afuera mientras me transformo. Es asqueroso, sangriento y desagradable. Jamás permitiré que alguno de ustedes me vea.
— ¡No lo entiendes! —Sirius agarró los calientes dedos de Remus, jalando al hombre lobo de forma que se sentará con él en la cama— Necesitan verlo para poder cambiar. Si en verdad quieres que lo hagan, está es nuestra única opción —Sirius cerró los ojos y presionó su frente en el hombro de Remus— La verdad es, Lunático, que no los veo capaces de hacerlo sin ese incentivo. No te lo pediría de haber otra opción.
Podía sentir la tensión descansando en los hombros de Remus, la forma en que las manos del chico lo agarraban dolorosamente.
— E-es desagradable —Remus susurró— Es asqueroso, perturbador, oscuro y horrible. Si lo ven, ya no me querrán volver a tener cerca.
— Eso no es verdad —Sorprendemente, fue Peter quien habló. Siendo el Merodeador más tímido, raramente tomaba la palabra en situaciones serias. Sirius sintió una gran ola de amor y gratitud por el chico— Nosotros jamás dejaremos de ser tus amigos, Lunático —Peter continuó— Ni siquiera si tenemos que verte una vez al mes arrancándote tú propia piel.
— ¡Es que será así! —Remus exclamó, la voz rompiéndose por el pánico— Es exactamente así de gráfico y sangriento.
— Creo que está es la única forma en que funcionará, Lunático —Sirius alzó la cabeza para mirarlo a los ojos— Es lo único que se me ocurre.
Remus se quedó quieto por bastante tiempo, con temblores recorriéndole la espina dorsal. Sirius podía sentirlos contra su cuerpo. Los demás no pronunciaron palabra alguna, sabiendo que está decisión le pertenecía únicamente a Remus. Finalmente, Remus levantó una mano y sacó su varita. Su rostro, ya bastante pálido por la cercana transformación, se veía viejo y adolorido, pero la mano en la cual estaba la varita no perdía firmeza. Por primera vez Sirius pensó "Joven" en lugar de "Chico" mientras lo observaba. Era hechizante. ¿En qué momento habían crecido tanto?
— Bien —Habló con la voz seca y cortante— ¿Qué tengo que hacer?
Era una muestra de lo desesperado que se encontraba el que no opusiera mayor resistencia.
Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
— ¿Seguro que no quieres venir, Lunático? —James preguntó mientras él, Sirius y Peter circulaban el oclusadero. Las memorias se veían bastante diferentes a las de un pensadero, más gaseosas y menos sólidas.
Remus sacudió la cabeza, agarrando los postes de la cama de Sirius con tal fuerza que temían el que sus tendones se rompieran: — N-no. Me basta con tener que soportarla en persona, gracias.
— Claro, ustedes dos —James habló a los demás, su rostro tenso— Varitas listas. A la cuenta de tres. Una... dos... ¡Tres!
(AVISO: Se viene una escena con descripciones gráficas de sangre y violencia, por lo que si quieres saltarla puedes hacerlo. Ni Lunático ni yo nos hacemos responsables por posibles traumas)
Sirius tocó con su varita la superficie brillante de la memoria, siendo absorbido. Su estómago se retorció y el cerebro casi se le derrite. Cerró los ojos y esperó que el movimiento se detuviera. Entonces los abrió lentamente.
Estaba en la habitación de la Cabaña de los Gritos. Lo rodeaban todas aquellas paredes comidas por las termitas, los muebles mordidos y aruñados, la cama que estaba a punto de romperse. Lo único que faltaba era el olor. Ya estaba tan acostumbrado al metálico y profundo olor a sangre que el lobo siempre dejaba en la recámara. Se le olvidaba que el oclusadero no permitía olores, pero si sonidos e imagines.
Acostado en posición fetal en la cama, estaba Remus. Como estaba solo, no se había molestado en ocultar su desnudez, incluso cuando temblaba bajo el frío aire de Noviembre. Pese a no ser tan delgado como Sirius en estos momentos, definitivamente no le sobraba carne de ninguna parte. Sus codos, rodillas, tobillos y muñecas estaban afiladas y protegidas por una piel llena de cicatrices. Se acurrucaba cada vez más, sus delgados brazos abrazando las rodillas contra el pecho, Sirius viendo cada una de las vértebras que se le marcaban en la espalda. Los tendones y músculos que circulaban su delgado cuerpo pulsaban a medida que se acercaba el cambio.
— Esto fue en la luna antepasada, ¿Verdad? —James susurró, aunque el Remus de la memoria no podía oírlos. La voz dejaba salir todos los nervios que tenía.
— Sí —Sirius respondió. Se acercó con cuidado a la cama, alzando una mano para tocar el hombro de Remus, pero de repente al chico le sobrevino un fuerte espasmo. Sirius se tiró hacía atrás mientras Remus se acurrucaba fuertemente, su mirada fija en la ventana. La luna terminaba de alzarse.
Otro fuerte espasmo recorrió el cuerpo de Remus, y tan pronto como la primavera tomaba un relevo, lo mandó a recostarse sobre su espalda. El rostro se le contorsionaba en dolor, pero presionaba los labios firmemente a la vez que apretaba las sábanas. Apenas lo tocó un atisbo de la luz lunar que se filtraba por la ventana, perdió la guerra y dejó escapar un grito desgarrador.
Sirius trastabilló, casi cayéndose encima de James, quien al igual que Peter, tenían los ojos fijos en la horrible escena que se presentaba frente a ellos.
Los gritos de Remus llenaron el cuarto, tragando cualquier posible sonido. Eran crueles y agonizantes, y seguían y seguían, como si a Remus se le hubiese olvidado respirar. La columna se le dobló en un ángulo imposible, con los hombros todavía tocando la cama a medida que los gritos se transformaban. De repente, el sonido de algo partiéndose le arrancó a Sirius un grito propio cuando vio como la muñeca de Remus rugía y se partía, cambiando de forma con su antebrazo, la mano creciendo y desarrollando garras. Su piel se estiraba tanto que se partía en varios lugares, como si intentara desafiar las leyes de la física.
Hubo muchos otros sonidos horribles a la vez que se dislocaban los hombros y la cadera, la columna se alargaba para darle bienvenida a una cola, las rodillas y tobillos se reacomodaban tras partirse. Todo el tiempo hubo gritos y gritos, el húmedo sonido de una boca que se volvía frágil ante el sufrimiento, una boca que se abría tanto que pudieron escuchar las mandíbulas dislocarse y agrandarse, sangre brotando de unos colmillos que parecían gomas oscuras.
Sirius se acercó ciegamente, queriendo detener el proceso, ansiando hacer cualquier cosa por parar el dolor, pero las manos atravesaron la cama justo cuando a Remus le empezaba a crecer un pelaje en aquel cuerpo malformado y tembloroso.
Sirius se ahogaba, gritaba y lloraba, demasiado aterrado y horrorizado como para sentirse avergonzado o ridículo. La boca se le llenaba de saliva luchando contra las ganas de vomitar, ganas que ya le habían ganado a James o a Peter, por los sonidos de arcadas que provenían de atrás.
Fue la experiencia más larga y dolorosa que Sirius tuvo que presenciar. Parecieron pasar años antes de que los gritos se convirtieran en aullidos, dejándoles ver al lobo que ahora descansaba sobre la cama entre quejidos. En otras circunstancias, Sirius lo habría llamado un animal hermoso. Lunático tenía un pelaje arenoso y espeso, una quijada fuerte y la cola bastante larga.
Sirius se echó para atrás cuando el lobo alzó la cabeza para olfatear el aire, con los músculos tensos y vibrantes. Presionó la nariz contra la cama, para después levantarse con gracia, saltando de ella para seguir el aroma que llegaba hasta la puerta. Lunático olfateaba a Remus, Sirius pensó, dándose cuenta cuando la respiración se volvió más agitada debido al deseo por sangre que aquello le provocaba.
El canino dentro de Sirius reconocía las palabras que dejaba salir Lunático en gruñidos, viéndolo destrozar los muebles con frustración. Querer, sangre, hombre, hambre, Lunático comer, querer, querer sangre, sangresangresangre caliente, hambre sangresangresangre...
Y fue entonces cuando empezó a desgarrarse a sí mismo. Sirius vio con horror como las garras de Lunático se arrancaban pedazos de piel, con tan solo el pelaje previniendo heridas que podrían ser mortales. El lobo empezó a lamer la sangre, quejándose con dolor y necesidad, detestando la prisión en la que se encontraba.
— ¡Detente, Lunático! —Sirius le gritó, a sabiendas de que no lo oía— ¡Por favor! ¡Para! ¡Para! ¡Para! —Las manos atravesaron aquellas fauces llenas de sangre— ¡Por favor, detente!
(Se acabó la escena. Ya pueden leer tranquilos)
Apenas fue consciente de los gritos que dejaban salir James y Peter, de la mano que le agarró el brazo, alejándolo. Regresó aquella sensación de mareo y de repente volvía al iluminado dormitorio, con el olor propio de la habitación. Sirius levantó aquellos ojos abnegados en lágrimas para ver la figura borrosa de Remus, con el rostro contorsionado por el pánico.
Se tiró sobre la cama, envolviendo en sus brazos al aterrorizado muchacho para empezar a plantarle besos en la cara, el cuello y el cabello. Quería decirle: — Nunca más dejaré que eso vuelva a ocurrirte. Nunca más te dejaré solo. Nunca más. No me importa lo que tenga que hacer. Te amo y nunca más volverás a sufrir a ese grado —Pero todo lo que su boca le permitió pronunciar fue— Nunca, nunca, nunca, nunca... —Una y otra vez.
— ¡Sirius! ¡Sirius! —Alguien lo apartó de Lunático con dureza, Sirius viendo la borrosa figura de James, quien también tenía las mejillas húmedas por haber llorado— Deja que Lunático respire, amigo.
Sirius dirigió su mirada a un Remus que tenía los ojos abiertos de par en par y respiraba dificultosamente, todo esto debido a que Sirius le presionaba un brazo contra el pecho: — ¡Perdón, Lunático! ¡Perdón, perdón! —Dejó de apretarlo con fuerza, y Remus le dio la más ligera de las sonrisas, antes de acurrucarse contra Sirius para poner la cabeza en su cuello.
— Pensé que me tendrían asco —Murmuró.
— No tenemos asco —James le aseguró.
— No ahora ni nunca —Peter afirmó, acercándose para tocar el hombro de Remus. El chico estaba temblando por el susto, siendo la primera vez en que Sirius podía afirmar que alguien tenía el rostro verde. Hasta le llegaba el olor a vómito.
— Lunático —James se emocionó— Lunático mírame.
Sirius, Remus y Peter vieron como James cerraba los ojos con concentración. Sintieron la poderosa magia que se desprendía de él, calentándose cada vez más. La piel de James se volvía traslúcida y sus ojos brillaron. La cornamenta le brotó de la cabeza y se tambaleó un tanto. Entonces su forma se volvió borrosa, como si lo vieran a través de una botella rota, y para cuando recuperaron enfoque, tenían a una larga figura de cuatro patas.
— Cornamenta —Sirius estaba sorprendido, viendo a su amigo transformado. El ciervo ante ellos era verdaderamente impresionante. Tenía un pelaje rojizo y fino, los músculos denotándose abajo. La cornamenta parecía cubierta por suave terciopelo. La nariz de Cornamenta parecía un corazón negro, con aquellos ojos almendrados viéndose orgullosos y protectores. Se veía fuera de lugar en aquel cuarto desordenado.
— Lo lograste —Sirius vio a Remus, quien era el único hasta ahora que tenía los ojos secos. Las lágrimas le bajaban por las mejillas en una mezcla de alivio, sorpresa y, aunque jamás lo admitiría, amor.
— Mírenme, también puedo —Peter avisó, su carita redonda sumida en la concentración. La expresión le daba apariencia de estar medianamente constipado. Sus puños se abrían y cerraban, los hombros se encorvaban, cada músculo vibrando. Le tomó mucho más tiempo que James el reunir la suficiente magia. Sirius llegó a preguntarse si Peter sería capaz de hacerlo cuando la apariencia del chico empezó a volverse borrosa, encogiéndose frente a sus ojos.
Sirius quería gritar "¡Lo estás logrando, Colagusano!" pero lo evitó de forma que no rompiera la concentración de Peter. Fue un proceso dolorosamente largo, Sirius mareándose de nuevo por sostener la respiración, pero finalmente, una figura borrosa realmente pequeña tomó forma frente a ellos.
Sirius a duras penas pudo ver a una figura chiquita, con orejas de un marrón parduzco que, al ver que se encontraba rodeada de dos humanos y un ciervo, dio un chillido de horror y se escondió bajo la cama de James.
Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
— Saben —Peter mencionó— Con todo lo que ha ocurrido este año, a duras penas hemos pensado en hacer una broma. La gente debe pensar que nos estamos suavizando.
Era ya por la tarde, Los Merodeadores sentados frente a la chimenea con cervezas de mantequilla y un pastel recién horneado, con los cuales celebraban su éxito al convertirse en animagos. Todos vibraban con una silenciosa energía, en especial tomando en cuenta lo ilegal de su logro, pero incapaces de quitarse aquellas sonrisas del rostro. Sirius se preguntaba el si se veía igual de ebrio a cómo se sentía. Incluso Remus, quien tan cercana la luna era melancólico y distante, se estaba riendo.
— Deberíamos planear una grande para Navidad —James sugirió— Una que implique a toda la escuela. No hacemos una de esas en años. Podríamos hacerla el día anterior a que se vayan.
— ¿Todos nos vamos? —Remus preguntó, mirándolos desde donde se encontraba acostando devorando su pastel— ¿Todos iremos a casa para Navidad?
— Yo no —Sirius respondió de inmediato— Pero James dijo que me puedo quedar con él.
— Mis padres enserio quieren que vaya este año —Peter habló. Se inclinó para poder tomar un sorbo de cerveza de mantequilla— Dijeron que ustedes podía venir si querían. Solo sepan que mi insoportable familia Muggle estará ahí.
— ¿Muggles? —Sirius se enderezó con entusiasmo. Desde aquel viaje al Londres Muggle, Sirius estaba fascinado con ellos. Babeaba sobre los posters de motocicletas que Peter le había comprado, usando el reproductor de música tantas veces como Remus. No le importaba todas las bromas que se ganaba. Le sorprendía lo mucho que los Muggles lograban sin magia.
— No le harás bromas a los Muggles, Canuto —Remus le riñó— Pierde su gracia cuando no pueden defenderse.
— Siempre piensas mal de mí, Lunático. No planeaba hacerles bromas.
— Por supuesto que no, Black. Planeabas invitarlos a una bonita fiesta de té —Sirius giró para ver a Lily detrás del sofá en donde se sentaba con James, teniendo los brazos cruzados y una expresión de exasperación en la cara.
— ¡Evans! —James se pasó una mano por el cabello y le sonrió seductoramente— ¿Querrías ir a una cita conmigo a Hogsmeade antes de las vacaciones de Navidad?
— En tus sueños, Potter. O no, de hecho. Esa sola idea ya me perturba demasiado.
— Me resiente el hecho de que Lunático y tú crean que le jugaría bromas a inocentes Muggles —Sirius intervino, molesto.
— Bueno, de estar equivocado, me disculparé —Remus repuso, tratando de verse neutral en lugar de escéptico— Y encontraré la manera de compensarte.
Sirius se animó ante aquella idea: — Podrías ser mi esclavo por un día. Y dejarme copiar tú tarea de Astronomía. No quiero trabajar en todas las lunas de Júpiter. Ooh, y chocolate. El chocolate siempre es bueno.
— Eres desagradable, Black —Dijo Lily— No sé lo que Remus ve en ti. Si fueras mi novio, envenenaría tú jugo de calabaza.
— Si tú fueras mi novia, me lo bebería con gusto.
— ¡Oye! —Lily y James exclamaron al tiempo, mirando mal a Sirius quien solo podía alzar las manos en signo de piedad.
— Solo decía...
— ¿Quieres algo, Lily? —Remus interrumpió— Aparte del placer de insultar a Sirius, me refiero —Su tono de voz fue bajo deliberadamente, en especial para evitar las miradas de todos los chismosos que ansiaban ver el intercambio de maldiciones que siempre ocurrían cuando James y Lily estaban cerca.
— Venía a preguntarte si estabas listo para ir a la biblioteca. Les prometimos a esos niños de cuarto año el que les enseñaríamos la teoría sobre el encantamiento convocador.
— Lunático —Sirius miró mal a Lily, enojado de que consumiera tanto tiempo de Remus, e incluso mucho más, de que fuera capaz de llevárselo cuando celebraban su victoria, dándole a su voz un tono celoso— No nos avisaste que planeabas abandonarnos en tiempos de victoria.
— Por amor a Dios, ¿Qué hicieron ahora? —Lily preguntó, frunciendo el ceño ante Remus.
Sirius esperaba que Remus lo negara todo, pero en su lugar, el chico hizo relucir su Merodeador interno y contestó a Lily con una sonrisa que logró hacerle palpitar el corazón a Sirius: — Si te lo dijéramos, arruinaríamos la sorpresa de Navidad.
— ¿Ustedes otra vez planean otra de sus estúpidas bromas de Navidad? —Lily estaba incrédula— Por favor díganme que me equivoco y ya han superado su inmadurez.
— Estás equivocada y hemos superado nuestra inmadurez —Respondieron los cuatro en un tono monótono. Sirius y James alzaron las manos como saludo militar.
Lily dejó salir tal sonido de frustración, que la única forma de entenderlo fue como "¡ERRRORRRRGH!", para después presionar sus dedos contra las sienes: — Vámonos, Remus, antes de que cometa Merodicidio —Se dio la vuelta y salió por el retrato de entrada.
— Perdón —Remus se disculpó en voz baja, obligándose a levantarse y volviendo a lucir cansado— Pero buscaré ideas para la broma mientras estoy en la biblioteca —Sonrió a James y Peter, luego le revolvió el cabello a Sirius dejando la mano ahí más de lo habitual, el único contacto íntimo que podían tener al estar rodeados de gente.
— Nos vemos, Lunático —Sirius murmuró, viendo a Remus ir detrás de Lily.
Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
— ¿Ya se fue Pomfrey, Colagusano? —James susurró, tratando de divisar en la oscuridad la silueta del Sauce Boxeador.
Se escuchó un débil sonido, luego un chillido, y entonces pudieron ver a la peluda rata café acercarse a donde se escondían Sirius y James bajo la capa de invisibilidad.
— Entonces ahí vamos.
Se apresuraron a llegar donde el Sauce, deteniéndose pocos metros antes de alcanzar las ramas.
— Corre tan pronto como puedas y pégale al Sauce en el centro —Sirius ordenó a Peter, dándole el impulso que faltaba con una patada. Las ratas no podían adquirir expresiones de insultadas, pero si pudieran, seguramente Peter le estaba dedicando una a Sirius. Dejó salir un chillido indignado, dudó, y se lanzó a correr al centro del tronco, prácticamente invisible en aquel pastal. Era tan pequeño que el árbol ni siquiera detectó su presencia y continuó sacudiéndose en lugar de atacar.
Colagusano regresó victorioso apenas se detuvieron las ramas.
— Asombroso, amigo —James susurró, apresurándose con Sirius al interior del túnel.
Peter se transformó y les dedicó una sonrisa: — Fue pastel comido —Informó— Pero eso fue lo sencillo. Enserio espero que esto funcione.
— Claro que lo hará. Somos Los Merodeadores —Sirius le aseguró, dándole palmaditas a Peter en la espalda para calmarlo— Vamos.
Se apresuraron a pasar por el túnel y aparecieron en la sala reparada de la cabaña de los gritos. Se quedaron viendo las sombrías escaleras, Sirius sintiendo el aroma de sangre, madera rancia y lobo.
— Vamos —Habló James, parándose derecho— No nos echaremos para atrás ahora.
Dirigió el camino hasta la habitación.
— Muy bien, muchachos —Remus les daba la espalda mientras miraba por la ventana. Estaba desnudo, pero no parecía avergonzado como siempre lo hacía. Ni siquiera se giró a mirarlos, con Sirius intentando ignorar la forma en que su corazón y estómago se revolvían con una mezcla de miedo y emoción— Última oportunidad para irse —Remus añadió— La luna ya se alza.
— ¡Nunca! —Sirius apretó los puños, afirmando su valentía.
La sonrisa de Remus era viciosa cuando giró a verlos. No quedaba nada del chico dulce y estudioso. Era totalmente feroz. Sus ojos ambarinos brillaban como oro y reflejaban la luz, los dientes demasiado afilados para pertenecer a un humano. Todo el cuerpo le temblaba con una tensión animal, los músculos alistándose para el cambio— Entonces bienvenidos a mi infierno.
Un rayo de luz entró por la ventana, a la vez que lanzaba la cabeza hacía atrás para empezar a gritar.
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