52. El olor del miedo es bronce
Nota de autor: Todavía mi alter ego no es Moonsign, por lo tanto este fanfic le pertenece a ella mientras el mundo de Harry Potter es de Joanne Rowling. Yo traduzco. En otras noticias ¡Tenemos cuenta! Pueden encontrarla bajo el nombre de amamos_a_moonsign.
"Puedo optar por acelerar mi enfermedad a una muerte o la locura alcohólica incurable, o puedo optar por vivir dentro de mi condición humana a fondo."
Mercedes McCambridge
REMUS:
— ¿Lunático? —Remus giró desde dónde estaba acurrucado viendo por el enorme ventanal en la sala común de Gryffindor que se encontraba vacía, observando la luna tres cuartos y dedicándole a James una sonrisa tensa— ¿Te encuentras bien, amigo? —Preguntó, ojeando a Remus con preocupación.
Remus atrajo sus piernas hasta su pecho y las abrazó mientras le daba espacio a James para sentarse: — Sí, eso supongo.
— No, no estás bien. Por supuesto que no lo estás —James se arrastró hasta el ventanal, sus piernas colgando del borde y dándole la espalda al vidrio. La sala común estaba muerta sin el ruido habitual de los Gryffindors. Remus, Peter y James se la pasaban ahí como guisantes apretados en un tarro, y Remus no podía hacer más que desear el final de las vacaciones de verano para que todo volviera a la normalidad.
James se quedó en silencio unos instantes, para luego suspirar y pasarse las manos por el desordenado cabello: — Ya ha pasado una semana y media. Sabes, pensé que cuando lo rescatáramos y estuviese en la enfermería todo estaría bien. Me refiero a que, sí sabía que iba a estar herido, pero jamás imagine que él... —James desvarió y se jaló el cabello en frustración— Me refiero a que, tú no volviste medio loco y aterrado de la oscuridad en segundo año.
Remus detestaba la implicación de que Sirius era débil, especialmente más débil que Remus, cuando él sabía que era todo lo contrario: — Sí lo hice —Reclamó, su voz especialmente dura— Antes de eso el Lunático post luna no existía. Mi mente se rompió y el lobo pudo meterse en un espacio que jamás sanará. Algunas cosas dejan cicatrices permanentes, Cornamenta, y no son solo físicas. Puede que yo no le tenga miedo a la oscuridad, pero estoy totalmente aterrorizado de la plata, el Ministerio, de que me toquen y de mí mismo.
James acercó una mano y la puso tentativamente en el brazo de Remus, sus ojos llenos de arrepentimiento tras sus lentes: — Tienes razón. Lo siento, Lunático. No debí decir eso.
Remus puso el mentón sobre sus rodillas y miró a James: — No culpes a Sirius —Le dijo— No se quebró por unas cuantas semanas encerrado solo, con frio y hambre en una bodega de dónde no tenía esperanzas de escapar. Se quebró tras dieciséis años de constante odio y abuso bajo las manos de las personas que deberían haberlo amado incondicionalmente. Sé que te es difícil comprenderlo porque tienes padres maravillosos que siempre te han querido e incluso consentido de más, y ellos ya tomaron a Sirius bajo su protección, pero es muy poco y demasiado tarde. El daño se lo hicieron hace mucho tiempo.
James golpeteó el brazo de Remus, luciendo incómodo. Su boca se movía sin decir nada y tuvo que aclararse la garganta para decir: — Tiene suerte de tenerte. Alguien que lo comprenda, me refiero. Son buenos el uno para el otro. Me gusta que estén juntos —Tosió y sintió vergüenza ante esa demostración de afecto, por lo que desvió la mirada y empezó a juguetear con la barba que le estaba saliendo para ver si eso le devolvía masculinidad.
Remus escondió una sonrisa y volvió a mirar por el ventanal. Sabía que solo Los Merodeadores podían ver este lado de James. Para todos los demás era un chico popular, arrogante y que se pasaba de cruel con sus bromas. Se preguntaba si debería decirle que tendría más oportunidades con Lily si se quitaba aquellos escudos de encima, aunque dudaba el que su amigo supiera que los poseía.
— Debería contarles a Neil y Angela sobre nosotros, Sirius y yo, quiero decir —Remus comentó, sintiendo pesar por un James que se removía incomodo por el silencio— Pero no me veo capaz de hacerlo con todo el estrés acumulado y mi transformación a solo una semana.
— Tienes tiempo de sobra. No te afanes por eso ahora, amigo. No tienes que sentirte culpable.
Remus le miró por el rabillo del ojo con sorpresa: — ¿Qué piensas de Snape?
— ¿Quejicus? —James hizo una mueca— ¿Qué demonios tiene que ver él en esto? —Sus ojos se abrieron en sorpresa— Él no puede gustar de ti, ¿Cierto? Podría maldecirlo si tú quieres. ¿Puedo maldecirlo?
Remus se rió: — No, Cornamenta. Solo verificaba que fueras tú. Estabas demostrando unas alarmantes cantidades de empatía y compasión que pensé que eras un impostor. Solo tenía que asegurarme de que tuvieras tus tendencias homicidas.
— Tendencias Queju-cidas. No quiero descuartizar a todos los que se me crucen.
— Tendencias Slytherin-cidas —Remus sugirió y James le sonrió abiertamente. Se subió las gafas y recostó contra la ventana, golpeando con sus talones la pared sobre la que se sentaba.
— Supongo que querrás usar la capa hoy, ¿verdad?
— Si no te molesta. Tú mamá tiene la mala costumbre de pasearse por la enfermería en la noche.
— Pobre Lunático —James sonrió— ¿Has podido tener si quiera un momento a solas con él?
— Solo cuando duerme.
James giró la cabeza, una sonrisa traviesa en su rostro: — Ooh, Remus. ¿Sabe Canuto de estos fetiches tuyos?
Remus abrió los ojos y le pegó a James en la cabeza: — Saca tu cabeza de tu trasero, Potter. Sabes perfectamente que no me refería a eso.
— Lo siento —James no se veía para nada arrepentido— ¿Sabes que en verdad brillas cuando te sonrojas?
Remus se sonrojó aún más: — Cállate.
James continuó sonriendo, entonces se calmó: — ¿Cuándo irás? —Preguntó.
— En media hora. Madame Pomfrey ya debería estar dormida para entonces.
— Te traeré la capa —James se bajó de la cornisa y se encaminó al dormitorio.
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Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Como llevaba haciendo todas las noches desde su rescate, Remus hizo su camino hasta la enfermería bajo la protección de la capa de invisibilidad de James. El Mapa del Merodeador, ya casi completo salvo por unas cuantas cosas que debían mejorarse, estaba abierto en las manos de Remus, quien sentía alivio de ver que la señora Potter no se encontraba en la enfermería como todas las anteriores noches. En una de esas noches, Remus fue obligado a quedarse bajo la capa de invisibilidad, siendo testigo de cómo la señora Potter acariciaba el cabello de Sirius para calmarlo por sus pesadillas.
Se escabulló dentro de la enfermería, y su nariz inmediatamente captó un aroma que provenía de la cama de Sirius, algo metálico que apuró a Remus a acercarse a dónde Sirius se removía, su rostro retorcido mientras dejaba salir gritos de pánico. Había un candelabro encantado al lado de su cama.
Remus se agachó y apretó sus hombros para moverlo ligeramente: — ¡Sirius! ¡Canuto! Despierta, es solo una pesadilla. ¡Despierta! —Sirius se alejó de sus manos y sus grisáceos ojos se abrieron para quedarse mirando a Remus un rato. Remus le apartó el cabello de la frente— Soy solo yo. Soy Remus.
— Lunático... —La voz de Sirius era un crujido bajo.
— Sí. Lunático. Venga, Canuto. Despiértate para mí, bebé. Despiértate.
El rostro de Sirius se contorsionó de nuevo, y le tomó mucho tiempo darse cuenta a Remus de que intentaba sonreír: — Me ll'maste... me ll'maste bebé —Finalmente dijo.
Remus tosió para disimular su risa: — Para ser honesto, creo que estaba canalizando a mi madre. Mi mamá biológica. No recuerdo mucho de ella, pero sí de que solía levantarme de esa forma cuando tenía pesadillas.
La expresión de Sirius cambió a medida que sus ojos se aclaraban, obviamente alejándose de la pesadilla: — ¡Lo arruinaste, Lunático!
— ¿Qué? —Remus sonrió— ¿Te gusta que te llame "Bebé"?
Sirius se encogió de hombros, desviando la mirada: — No me tienes un nombre de cariño —Remus reflexionó en lo raro que era ver a Sirius así. Medio dormido, tímido y con todos sus "Escudos masculinos" abajo. Pensó en los escalofríos placenteros que le provocaba el que Sirius a veces lo llamase "Cariño".
— Pues definitivamente debemos cambiar eso, pastelillo —Bromeó, acercándose para depositar un beso en la frente de Sirius mientras este hacía una mueca.
— ¡No me digas así!
— ¿Caramelito?
— ¡No!
— ¿Malvavisco?
— Absolutamente no.
— ¿Mi pequeña y amada salchicha?
— Yo no soy la pequeña y amada salchicha de nadie, y te sería muy bueno recordarlo, Lupin —Sirius intentó verse amenazador, pero con el cabello echo un nido y los ojos inflamados por el mal sueño, solo lograba verse medianamente constipado.
— Te ves medianamente constipado —Remus le informó.
— ¿Viniste solo a insultarme?
— Entre otras cosas.
Los ojos de Sirius parecieron recobrar su brillo normal ante la luz de las velas: — ¿Qué otras cosas?
— Vengo a ofrecerte regalos de la lejana tierra de Honeydukes —Remus sacó un pequeño puñado de dulces y chocolates de su bolsillo y los dejó en la mesa de noche, junto al candelabro.
— ¿Algo de eso ha estado en tus fosas nasales? —Sirius cuestionó.
— ¿Qué? ¡No!
— Solo verificaba que Peter no hubiese iniciado una nueva moda —Sirius gruñó y se puso de lado, su brazo moviéndose para proteger su estómago.
— ¿Duele demasiado? —Remus preguntó— Madame Pomfrey te dejó una poción para eso. Pero solo una. No puedes consumir demasiado.
— Solo dame la maldita poción —Sirius rogó.
Remus alcanzó el vial y se lo dio a Sirius para que se bebiera el contenido.
— Recuéstate sobre tú espalda —Remus le pidió, presionando los hombros de Sirius para acostarlo. El otro chico le hizo caso de mala gana.
— ¿Qué vas a hacer? —Sirius quiso saber, su voz llena de dolor.
Remus dudo, de repente nervioso. No estaba seguro de dónde provenía su ataque de valentía, pero pensaba que tenía que ver con algunas memorias difusas que involucraban unos brazos calientes y una mano que siempre le acariciaba la espalda. El movimiento rítmico de Sirius siempre le quitaba el dolor y des tensionaba los músculos resentidos.
— Solo quédate quieto —Dijo a Sirius— Voy a ayudarte con el dolor.
— ¿Cómo?
Remus hizo acopió de todo su valor como Gryffindor y lentamente le subió la camisa del pijama a Sirius, exponiendo el torso del chico que aún tenía signos de mala alimentación.
— ¡Lunático! —Sirius estaba sorprendido— ¿Qué haces? Ojalá que no estés pensando en algo nuevo y sexy. No estoy exactamente con ganas en estos momentos.
Remus se sonrojó, pero recobró fuerzas prontamente: — No es sexy. Solo estoy ayudando —Le dedicó a Sirius una mirada rogando, y eso pareció suavizarlo. Desde aquel impulso en el baño para su primer beso, Remus rara vez iniciaba los besuqueos o momentos íntimos (Los que sucedían en la post luna no contaban dado que él no estaba consciente). Simplemente le faltaba la confianza y temía el que pudiera hacer algo que Sirius odiara. Sabía que Sirius estaba al tanto de esto, así que no se sorprendió cuando el chico agarró su mano y la posicionó en su estómago.
— Está bien, Lunático. Sabes que te lo diría si hicieras algo que yo no quiero. Y jamás me molestaría contigo si quisieras intentar algo nuevo.
El estómago de Sirius estaba tenso y caliente bajo su mano, tan delgado que dejaba relucir sus costillas. Remus podía sentir como los músculos se revolvían con dolor. La poción tardaba demasiado en funcionar y era la única que Sirius podía soportar: — Dime si te estoy lastimando —Remus le avisó.
Lentamente, empezó a pasar su mano por toda el área adolorida, delicadamente al principio para luego agregar gradualmente presión a medida que estos se des tensionaban gracias a la mezcla de la poción y el masaje.
— Dios, Lunático —Sirius suspiró, su voz delatando el alivio que sentía— ¿Cómo haces esto?
— Es algo que hago antes de la luna llena algunas veces. Sabes que mis músculos se tensionan para prepararse para el cambio. Me di cuenta de que esto ayuda. Y es mucho mejor cuando alguien más lo hace. Tú lo haces después de la luna llena, sobas mi espalda. No recuerdo muchas cosas, pero sí eso. Me ayuda a relajarme.
— Se siente bien. La maldita poción nunca ha hecho tanta diferencia —Sirius cerró los ojos y Remus se dio cuenta como todo su cuerpo se relajaba a medida que el dolor lo abandonaba. Masajeó con ambas manos los costados de Sirius, luego más abajo hasta que alcanzó la cintura de su pantalón de pijama, para volver al vientre del Sirius y sus costados. Pese a lo que le había asegurado a Sirius, no pudo evitar encontrar toda la situación extrañamente erótica. El vientre de Sirius era oliváceo en toda una piel pálida y aristocrática. Una delgada línea de cabello negra bajaba y desaparecía por el elástico del pijama. Los jadeos que dejaba salir tampoco colaboraban en disminuir el problema de Remus.
— Pensé que dijiste que esto no se tornaría sexy —La voz de Sirius habló traviesamente, sonando un tanto adormilada.
Remus aparto las manos de su vientre, apenado: — No se suponía que fuera así.
Sirius abrió los ojos y sonrió: — Nunca dije que eso me molestará, cariño. No te detengas.
Remus removió las manos completamente entonces, dejándolas sobre su regazo. Se preguntaba el si Sirius estaba luchando contra la excitación tanto como él. Juzgando por el pantalón un tanto más abultado, que antes no estaba así (Y que Remus desesperadamente intentaba no mirar) podía decir que estaban igual: — No creo que esto sea buena idea.
Sirius se despertó entonces completamente y vio a Remus con preocupación: — ¿Qué sucede, Lunático?
— Nada. Es solo que no quiero aprovecharme de ti cuando no te encuentras bien.
— Estamos saliendo, Remus. No sería aprovecharte.
Remus negó, incapaz de explicar la rara culpa que tomaba residencia en su estómago: — No estás bien. Necesitas dormir, igual que yo. La luna llena está a días de aquí. Mira, esconderé los dulces aquí de forma que Madame Pomfrey no te los confisque. Solo no te los comas todos de una vez para que no te enfermes.
Se estiró para abrir un cajón de la mesa de noche.
— ¡Lunático, no!
Sirius no fue lo suficientemente rápido en prohibirle abrir el cajón. Remus se quedó mirándolo, preguntándose por qué Sirius no quería que lo abriese. Entonces su nariz captó el aroma del whiskey de fuego y casi arranca la madera cuando reveló una botella costosa de Ogden escondida en el fondo. Metió la mano y la sacó.
— Así qué ¿Está es la razón por la cual tú estómago no quiere sanar? —Murmuró, su voz repleta de decepción. Miró a Sirius, quien había rodado y escondía la cara entre las almohadas— ¿Qué no te importa lo que te estás haciendo?
Sirius murmuró contra la almohada, sonando más como un quejido que un discurso verdadero.
Remus removía la botella entre sus manos, leyendo la etiqueta: — Mi padre se bebía esto —Comentó, cambiando a propósito su tono de voz— Bebía y bebía y bebía hasta que perdía completamente la consciencia. Era incluso más irracional y violento en esos momentos. Creo que incluso él se sorprendía de lo mucho que podía herirme bajo la influencia del alcohol.
Las manos de Sirius apretaron la almohada y giró para observar a Remus y ver si lograba convencerlo de entenderle. Cuando habló su voz estaba áspera y rota: — Jamás te lastimaría, Remus.
— Lo harás. Lo estás haciendo. Si te hieres así, también me lastimas a mí. No entiendes los efectos que tiene el alcohol para tú salud y tú buen juicio. Por favor, Sirius. No quiero que termines haciendo algo que luego los dos vamos a lamentar. Por favor, por favor, solo prométeme que ya no vas a beber.
— Lo necesito —Sirius susurró— Es la única forma en que puedo dormir. Es la única forma en que soy capaz de soportar mi presencia. Aleja a las cosas malas de mi cabeza. No puedo soportar pensar todo el tiempo.
— ¿Piensas que yo no sé cómo se siente? —Remus demandó— Impedirte pensar no hará que nada desaparezca. Tienes que enfrentar tus problemas, no huir de ellos. Por eso estoy aquí, al igual que James y Peter. Y los Potter. Queremos ayudarte a salir de esta, pero no podemos hacer nada si tú continuas destruyéndote.
— Maldita sea —Sirius gritó, su temperamento haciendo flote— ¡Deja de ser tan melodramático! Es solo una bebida.
— ¡No es tan solo una jodida bebida! No entiendes lo que le hace a las personas. ¡Tengo cicatrices que lo prueban!
— ¡Deja de compararme al idiota de tú padre!
— ¡Entonces deja de actuar cómo él! —Remus suspiró y se pasó una mano por la cara— Por favor, amor. Te lo ruego, te ruego que dejes de hacer esto. Por favor, por favor, por favor. Por mí, si no quieres por ti mismo. Jamás te he pedido nada. Por favor has esto por mí.
— Eso es caer bajo, Remus. Usar un nombre cariñoso conmigo para que haga lo que tú quieras.
Las manos de Remus apretaron la botella y Sirius se recostó de nuevo, los deseos de luchar abandonándole: — Muy bien, excelente —Murmuró con voz seca— No beberé nunca más. Si es tan importante para ti, ya no lo haré.
Una risita combinada con un sollozo surgió de la garganta de Remus y todo su cuerpo se sacudió con alivio: — ¿Lo prometes?
— Sí. Lo prometo.
— ¿De dónde sacaste esto? —Remus sacudió la botella.
— Estaba en mi baúl. Convencí a un elfo doméstico de que me lo trajera.
Remus analizó la botella, luego la metió en su bolsillo.
— ¿Qué crees que haces? —Sirius cuestionó.
— Remuevo la tentación.
— ¿No confías en mí?
Remus quería decirle que el alcohol hacía de todos unos mentirosos. En su lugar simplemente dijo: — Por supuesto que lo hago. ¿Pero para qué dejarlo aquí de tortura?
Sirius se acomodó, contento con la respuesta: — En verdad no pretendía herirte, Lunático.
— Lo sé, Canuto.
— Solo quería despejar mis pensamientos. Que las cosas no fueran tan complejas.
— Lo sé. Todo estará bien —Remus se acercó para bajar la camisa del pijama de Sirius, luego le puso las cobijas. Le quitó algunos mechones que de nuevo le tapaban la cara— Duerme.
— No vas a irte, ¿Verdad? —Sirius preguntó, tratando y fallando en intentar convencer a Remus de que la respuesta no le importaba.
— Estaré justo aquí cuando despiertes —Remus le aseguró— Pero me pondré la capa de invisibilidad encima ¿De acuerdo? Se supone que no debería estar aquí —Se pasó la capa sobre los hombros y desapareció.
La mano de Sirius salió de entre las cobijas y se metió entre la capa, apretando las manos que Remus tenía el regazo. Remus decidió no decir nada referente a lo fuerte de su agarre. El gesto tenía más de desesperación que de romance. Se quedó viendo como los ojos de Sirius se cerraban, y después de un tiempo su respiración se tranquilizó con el sueño.
— Está bien —Susurró muy bajo, observando sus manos entrelazadas. La imagen era un tanto graciosa, dado que el resto de su cuerpo era invisible por la capa— Te tengo, no te dejaré ir. Nunca.
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Sirius fue dado de alta dos semanas después, días antes del inicio del año escolar. No fue un tiempo fácil para nadie. La transformación de Remus había sido particularmente violenta dado a sus constantes cambios emocionales, y como resultado, Sirius no fue el único bajo el cuidado de Madame Pomfrey esos últimos días.
— No saben lo fabuloso que se siente ser libre al fin —Sirius anunció, entrando por el retrato a la sala común con Remus y James. Semanas de no ejercitarse lo habían dejado débil y se quedó sin aliento para cuando arribaron a la torre de Gryffindor, pese al hecho de que los otros Merodeadores le estaban ayudando gran parte del camino.
— Créeme, soy quien más comprende tu satisfacción de alejarte de la enfermería —Remus confirmó agriamente. Ayudó a Sirius a sentarse en un sofá cerca al fuego.
— Recuérdame el nunca volver a burlarme de ti por los ruegos lastimeros que le haces a Pomfrey.
— Yo nunca fui tan lastimero como tú —Remus reclamó— Además, es tú culpa por meterte en situaciones de vida o muerte.
— ¿Yo? —Sirius alzó las cejas— No tienes derecho de hablar. Tú eres quien siempre le toca las puertas a la muerte.
— Yo no le tocó las puertas a la muerte —Remus le informó— Presionó el timbre y me voy. Por eso me odia.
Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Pese a todo lo que Remus ansiaba el reinicio de las clases, olvidaba lo caótico que todo se volvía y la poca privacidad que permitía la torre repleta de hiperactivos y hormonados adolescentes. Infortunadamente para Sirius, aunque su apariencia cambió drásticamente bajo los cuidados de Madame Pomfrey, era imposible dejar pasar por alto que se veía débil, enfermo y terriblemente delgado.
Los rumores volaban cual moscas entre los estudiantes de Gryffindor, y de ahí, prontamente alrededor de toda la escuela. De los que Remus había podido oír, variaban de historias inverosímiles (Sobre Sirius consumiendo tres huevos de Gastrocaline accidentalmente, con estos comiéndole los intestinos y garantizándole tan solo dos semanas de vida) a cosas muy perturbadoras y cercanas a la verdad.
Los Merodeadores le protegían lo mejor que podían, pero Remus se daba cuenta lo mucho que la situación le afectaba. Sirius lentamente empezó a retraerse y se alejaba de sus amigos para desaparecer largos periodos de tiempo, llevándose consigo el mapa de forma que no pudieran encontrarlo.
Remus se sentía completamente desesperado, con su preocupación atrayendo a Lunático a la superficie y logrando que sus propias recuperaciones fueran lentas.
En la noche del Jueves, tres semanas de iniciado el curso escolar, Remus se despertó aterrorizado al escuchar los gritos provenientes de la cama de Sirius. Se sorprendía de que Sirius olvidase poner los encantamientos silenciadores que siempre ponía cada que regresaba al dormitorio, así que salió de su cama para ver que sucedía. Se dio cuenta de que James se levantaba, con el cabello todavía más alborotado, de la suya.
— Está bien —Remus susurró— Déjamelo a mí.
James le dedicó un asentimiento preocupado y volvió a acostarse, mirando las cortinas cerradas de Sirius. Remus se metió sin abrirlas demasiado y miró al chico. Sirius no había regresado esa noche hasta muy tarde, cuando ya todos dormían. Remus asumió que había estado en dónde se escondía cuando las cosas eran demasiado pesadas.
Sirius todavía tenía puesto el uniforme, acurrucado encima de sus cobijas. Un gruñido gutural y profundo emanó de su garganta, y por la luz que provenía de su varita Remus era capaz de ver que la cara de Sirius se contraía en pánico.
— ¡Sirius! —Remus sacudió a la forma acurrucada de Sirius suavemente. Solo logró que Sirius se apretujará aún más. Remus le sacudió un tanto más fuerte y saltó cuando Sirius se sentó de repente, como si fuera un resorte que volvía a su posición inicial, mirando temeroso a Remus— ¡Soy solo yo, Canuto! —Una de las manos de Sirius apretó la camisa del pijama de Remus y lo obligó a acercarse para verlo de cerca. Su aliento olía claramente a alcohol— Me lo prometiste, Sirius —Remus susurró, su estómago retorciéndose por la traición.
— ¿Q'e? —Sirius obviamente tenía problemas para mantenerse despierto. Su voz arrastraba las palabras debido a estar ebrio y medio dormido.
— Me prometiste que ya no beberías —Remus intentó quitárselo de encima con molestia.
— LunáticoLunáticoLunático —Sirius balbuceó, resistiéndose a soltarlo— ¡No i'te! Están aquí. Yo p'do sentirlas, 'o sé. Bestias escurridizas. No i'te mi Lunático. En m'cabe'a. ¡Porfavorporfavorporfavor! —Remus se sentía enfermo con una mezcla de pesar, amor y furia. Dejó de intentar que Sirius lo soltará y le permitió abrazarlo— Nonono...no i'te. No i'te, cariño.
Como siempre, esa palabra demostró ser su perdición y se permitió ser arrastrado a la cama con Sirius, quien escondió su cabeza en el pecho de Remus de una manera que le recordó a Hamish. Remus trató de acomodarse lo mejor que pudo y Sirius dejó salir un gemido apreciativo muy perruno antes de volver a dormir.
Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Remus sabía que la locura recorría a la familia Black. Sin embargo ahora se preguntaba si la doble personalidad era también debido a la falta de material genético, o si este nuevo problema mental pertenecía únicamente a Sirius.
A medida que Sirius fue recuperando un peso normal y los rumores empezaron a disiparse, su buen humor también pareció reaparecer, junto con su merodeador interno (Que hablando de Sirius era más bien externo). Durante el día, podías encontrar a Sirius jugando al Quidditch, robando comida de las cocinas o planeando bromas con un James que estaba encantado de recuperar a su compañero de crímenes. Cuando decidía el que Remus estaba estudiando demasiado, Sirius se le acurrucaría al lado y empezaría a besarle el cuello hasta que el chico aceptará que fueran a los dormitorios o a un salón vacío para besarse por largas horas, o incluso colabora a los otros Merodeadores en planear pequeñas bromas. Para todos los intereses y propósitos, Sirius parecía haber vuelto a la normalidad.
Por las noches, sin embargo, Remus era despertado por el agudo aroma metálico de miedo procedente de la cama de un Sirius que, con aliento a vino, balbuceaba sobre bestias sombras que se escurrían y escurrían por la oscuridad, teniendo que irse a acostar al lado de Remus hasta que finalmente lograba conciliar el sueño.
El Sirius diurno era salvaje, un niño con toneladas de ideas para bromas y chistes muy malos sobre ojitos de perro, completamente libre de preocupaciones y memorias de una bodega oscura llena de sombras.
El Sirius nocturno era oscuro y sin esperanzas, siendo conducido por el olor del miedo de bronce, que lo llevaba a la locura.
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