8. Corazonada
Los mentirosos serían mis objetivos finales.
Después de una vida entera de odiar a los traidores y sus engaños, me uniría a su club por una buena causa.
¿Por qué era buena?
Porque era mía.
Por fin pondría mi plan oficial en marcha. Nadie lo estropearía.
Pasé mucho tiempo queriendo mejorar. Había llegado la hora de volverme mucho peor. Salir lastimada no me hacía una heroína. No iba a pretender que lo era. Yo iba a hacer lo correcto. Para mí.
En consecuencia, mantuve la boca cerrada en simultáneo que observaba a las personas que me acompañaban en la misión. No se trataba de la misión personal que me entregó Marlee dos días atrás, sino de una muy diferente que se relacionaba en secreto con la misma.
Jason, William, Clara, Theo, Maureen y los dos rebeldes con los que fuimos a la anterior misión estaban conmigo en la nave de caza que robamos. No fuimos la primera elección para ir, sin embargo, nos escogieron, ya que estuvimos entre los pocos que se ofrecieron a ir luego de la masacre de la sede, entre otros motivos confidenciales.
El equipo entero vestía los mismos uniformes que la verdadera tripulación usó antes de perecer. Alguien copió y fabricó los modelos a partir del que portaba Leonard cuando lo mataron tras contraer el virus. La tela era otro recordatorio de lo que sobrevivimos.
La gente seguía dolida y con razón. No solamente por el ataque de los infectados y el luto vigente, sino por la forma en la que fue manejado un asunto tan delicado. Les recordó demasiado a Idrysa y su manera de reprimir ciertos aspectos de la vida. Una suma considerable de civiles decidieron abandonar la protección de la resistencia para probar suerte en el reino. Ya no confiaban. No como en el pasado. Se creó una grieta en su fe impenetrable hacia Destruidos y yo cabía a la perfección por ahí.
Marlee una vez me dijo que el poder corrompía hasta las personas más inocentes con la ayuda del tiempo. Por eso Idrysa no debería tener dinastías que gobernaran por generaciones. Pero ella parecía olvidar que llevaba más de dos décadas siendo la líder de la rebelión. Y, aunque su logro era impresionante y yo no tenía cosas en su contra, había llegado el momento de que se diera cuenta de ello.
Supuse que por eso había un aire pesado y afilado en la aeronave. No hubo nada más que silencios y charlas profesionales después de lo que sucedió. Todos se cuestionaban todo. Lo podía ver en sus rostros expuestos.
Volteé. Clara se encontraba sentada a mi lado con las palmas sobre las rodillas y los nervios tatuados en su frente. A pesar de que le aconsejaron que no viniera, su voluntad luchó contra cada uno de sus argumentos. Técnicamente, su salud no podría estar mejor. Le quedaría la marca de la mordida para siempre. Nada más.
Tuve que poner la mano sobre su muñeca para llamar su atención.
―Todo saldrá bien.
Creyó mi mentira.
―Si tú lo dices ―respondió, volteando el dorso de la mano en busca de sujetar la mía porque necesitaba aferrarse a algo para creerlo.
Me puse nerviosa. Ella no sabía que ese día me iría para siempre. Ninguno de ellos imaginaba que los traicionaría en un par de horas.
Todos estaban durmiendo en sus asientos, excepto Jason Kyle, quien vigilaba el piloto automático y el resto del sistema de navegación con tal de que nada fallara.
El viaje sería largo. Nos lo advirtieron cuando subimos tres horas atrás. Partimos desde el depósito al que Jason había llevado la nave aquella noche del horror. No tuve el privilegio de que me dieran un gran recorrido. Simplemente, vi el edificio de aspecto abandonado que almacenaba maravillas y secretos tecnológicos en su interior, como vehículos que la rebelión fue encontrando o robando para su causa.
Estaba bien.
Me concentré en la misión de reconocimiento que consistía en regresar al punto de partida de la antigua tripulación, descubrir de dónde venían los participantes del experimento, investigar sobre los puestos de investigación que tenía la realeza, y planear un ataque estratégico. En teoría, debíamos entrar y salir disfrazados y sin ningún tipo de enfrentamiento.
―Pero también creíamos que todo saldría bien la última vez y fue la peor misión en la que he participado.
―Y la primera que tuviste conmigo ―le recordé, queriendo apartar las nubes grises―. ¿Qué estás tratando de decirme? ¿Doy mala suerte?
Clara observó nuestras manos y después, mis ojos.
―No, eres la única cosa que hace que todavía crea que la humanidad tiene una oportunidad. Solo estoy preocupada.
No escondí mi desilusión ante el significado real de sus dichos, sin embargo, ella tampoco lo notó.
Cada conversación que tuve en los últimos días se trató acerca de la cura y los infectados. Escuché tantas cosas sobre el tema que repetí la misma charla con diferentes personas.
Fui un experimento científico de nuevo. A nadie pareció molestarle el hecho de que no pude levantarme de la cama durante veinticuatro horas por el cansancio. Supuse que estaba bien porque la sangre que doné salvó a los enfermos y le sirvió a los investigadores para intentar encontrar una explicación al fenómeno que era y hallar una forma de crear una cura a partir de la misma para no matar a su único recurso vivo en el proceso.
Ellos continuaron con los análisis con los participantes del experimento, no obstante, la búsqueda de una respuesta con respecto a las actividades de laboratorio de la realeza se volvió secundaria. El virus asustó más a los rebeldes en dos días que el reino en cien años.
Aquellos que sabían que el antídoto para ambas era yo se encargaron de vigilar cada uno de mis movimientos y odiaron la idea de que yo fuera uno de los miembros del equipo de la misión. Aun así, se tragaron sus quejas cuando Marlee dio la orden.
―¿Por qué?
Clara no me contó nada nuevo.
―Ya sabía que el mundo era malo, pero no pensé que sería tan peligroso. Te hace cuestionar las cosas.
Me mordí la lengua, matando las cosas que podría haberle dicho.
―¿Cómo qué?
Ella miró para otro lado, optando por ignorar cómo morían las palabras.
―Si estamos haciendo una diferencia real en las vidas de los demás.
Le sostuve la mirada.
―Tú tuviste un impacto en la mía. ¿Sirve de consuelo?
Recuperó su color al igual que una flor.
―Sí, claro que sí, tonta.
No me alegré, en cambio, me molesté.
―¿Tonta? Tengo un coeficiente intelectual de...
―¿Qué clase de impacto? ―interrumpió mi respuesta defensiva.
―Me enseñaste a perdonar.
―¿En serio?
Una ligera turbulencia hizo que tomáramos una pausa. No sucedió nada raro. Jason siguió dándonos la espalda y el resto continuó durmiendo, ya que recién estaba amaneciendo.
―Suelo sacar de mi vida a las personas que me mienten, pero no pude hacer eso contigo. Quizás fue porque vivimos en un espacio confinado y no podía deshacerme de ti ―bromeé en la última parte y me regaló una mueca burlona―. Como sea, ahora quiero darle una segunda oportunidad a la gente que se lo merece y es gracias a ti. Eres...
―¿Tu mejor y única amiga en todo el mundo?
―Yo no lo pondría de esa forma.
―¿De qué otra forma lo haría?
―El punto es que haces una diferencia en la vida de los demás. Todos ustedes la hacen. Para bien o para mal, apuesto a que lo verás en veinte años.
―Si seguimos vivos ―murmuró con la cabeza agachada―. Este virus va a matarnos a todos.
―Históricamente...
―¿Históricamente? ¿Me darás una lección de historia?
―Voy a darte una lección y punto ―afirmé, dando mi opinión―. A lo largo de la historia, los humanos se han matado entre sí por miles de razones diferentes. Aunque este virus no sea algo de lo que tengamos que alegrarnos, tal vez nos ayude a darnos cuenta de que al final del día todos estamos del mismo lado: la humanidad. El virus mata reales y rebeldes por igual. La guerra no nos ha llevado a ningún lado. Tal vez regresó para decirnos que es hora de unirnos y parar el ciclo de violencia.
―¿Después de tanto derramamiento de sangre? ¿Crees que es posible?
―Alguien tiene que dar el primer paso ―rio Clara, optimista.
―Creo que tú acabas de darlo.
―Por eso digo que el perdón es algo importante. No puedes borrar el pasado, pero puedes escribir lo que habrá en tu futuro.
―Sí, aun así, la realeza no se detendrá y Marlee...
―¿Marlee qué?
―Marlee tomó su decisión ―dijo Maureen de repente, despertando y enderezándose en el asiento frente a nosotras―. Es muy tarde. Hay dos bandos y no existe una forma de unirlos.
Clara se apresuró a soltar mi mano e internarse en su mente, incómoda.
Pegué mi espalda a mi asiento con el ceño fruncido.
―Entonces, el virus los matará mientras están muy ocupados peleando entre sí. No veo otro resultado.
―No sé qué decirte. Yo tampoco.
―¿Y no quieres intentar algo diferente?
―El pueblo estará encantado. Si encuentras una manera, tendrás que avisarnos.
Sonó como un desafío.
―Lo haré.
―Mira, crecí en medio de dos bandos ―inició Maureen, contándome más sobre ella―. Conoces la historia que hubo entre Luvia y Marlee. Son el perfecto ejemplo de los dos puntos de vista de esta guerra. Fueron como mis madres. Me criaron juntas en el castillo prácticamente. Las he visto a lo largo de los años y son un ejemplo de por qué lo que dices nunca funcionará. Las dos querían la paz para el reino y terminaron odiándose por eso, incluso cuando se amaban. Sus diferencias eran demasiado grandes.
No pude mirar a la chica.
Otro recordatorio de que yo había matado a Luvia Cavanagh resurgió de las cenizas para atormentarme.
No me arrepentía de haber cometido el crimen, sin embargo, el dolor en sus ojos despertó culpa en mi corazón. Sabía que fueron cercanas, no imaginé que lo serían tanto.
Madre e hija.
Por todos los clanes, quise saltar de la nave.
No estaba bien.
El secreto me quemó por dentro.
¿Por cuánto tiempo tendría que guardarlo?
¿Cuatro meses o veinte años?
¿Qué pasaba si William terminaba casándose con Maureen y ella se volvía parte de mi familia?
No sería justo para Maureen. Tampoco para William. Estaría atrapado en medio de dos bandos porque ella me iba a odiar si se enteraba y él tendría que elegir a una de las dos. Me aterraba la idea de que me sacara de su vida, incluso si tenía un buen motivo para ello.
Qué tormento.
Intenté no enredarme en cosas que no sucedieron.
Por otro lado, me brindó información sobre la relación de Maureen con Marlee. Ella era muy peligrosa y no me di cuenta de ello a pesar de que estuvo frente a mí todo ese tiempo. Aunque no quería verlo de ese modo, ya que también era mi cuñada, una cosa no quitaba lo otra.
Me sentí mal, como una descarada. Igualmente, no tuve otra alternativa. Le dije lo siguiente:
―Lamento tu pérdida.
Maureen requirió de unos segundos para responder.
―Gracias. La tuya también. Fue tu mentora. Siempre me hablaba bien de ti. Creo que eras su estudiante favorita. Veía mucho de ella en ti. Espero que se refiriera a lo bueno.
Yo estaba segura de que se refería a lo malo. Cien por ciento.
―No lo sabía ―murmuré.
Quise morir en ese momento.
Sus palabras socavaron en lo profundo de mí por alguna razón. Tuve un montón de sentimientos mezclados.
¿La directora Cavanagh habló bien de mí?
Sonaba descabellado, considerando lo que me hizo en el laboratorio clandestino de la academia. Cielos, a veces las personas podían ser tan complicadas. Justo como los individuos que mataban a los dioses en los que creían.
De cualquier modo, escuchar tal cosa fue reconfortante y doloroso. Al menos había algo que me hacía creer que esos momentos en los que Luvia Cavanagh se comportó como una mentora no fueron una mentira. Le importé. De una forma turbia.
―A ella no le gustaba hablar de sus sentimientos o los de nadie ―aclaró Maureen como si fuera gracioso, considerando las leyes de Idrysa.
―¿Qué hay de tus sentimientos?
―No lo sé. No se siente real. No todavía. Debe ser porque no he regresado a Londres. Pero estoy trabajando en ellos. El grupo ha servido de consuelo, en especial Will. Tienes un buen hermano.
William dormía en el asiento que había a su derecha.
―Es el mayor logro de mi clan, según mis padres ―cité, incómoda.
―Y estar enfocada en la guerra y el virus también tuvo que ver. Es imposible pensar en otra cosa que no sea eso. A Marlee le está causando más estragos. Ella no es la misma. La viste en la academia. Siempre fue la que tuvo el temperamento más tranquilo y dulce. Ahora se parece más a Luvia que Luvia.
―Lo noté.
―¿Cuándo? ―me preguntó Clara de repente. Sospechó de mi tono.
Temí haberme puesto en evidencia.
―Hoy. Durante la reunión que tuvimos.
―Esta misión de último minuto nos sorprendió a todos ―concordó Maureen, pensando en voz alta―. No sé cuánto tiempo podremos seguir así, caminando a ciegas.
Theo soltó un quejido y se abrazó a sí mismo sin abrir los ojos ni darse cuenta de que había estado durmiendo sobre el hombro de William.
―¿Pueden hacer silencio? Algunas personas estamos tratando de dormir en caso de que tengamos que descansar en paz más tarde.
Maureen se inclinó hacia adelante para aparecer en el campo de visión de Theo.
―Haré silencio cuando dejes de babear sobre mi novio.
La frase debió alertarlo por alguna razón. Theo alzó los párpados, verificando los hechos, arregló su postura, y se limpió la boca con la manga del uniforme.
―Esto nunca sucedió ―masculló con un tono amenazante y su dedo índice en alto.
El alboroto alertó a mi hermano. Él se fue despabilando con un bostezo antes de revisar su condición actual.
―¿Qué es esto? ¿Por qué tengo baba en mi uniforme?
―Pregúntale a Theo ―soltó Clara con la esquina derecha de la boca levantada.
William se vengó, asestándole un golpe con el casco a su amigo. Todos cargábamos los cascos blancos que formaban parte del uniforme y ocultarían nuestra identidad durante la misión. Todavía no los teníamos puestos. Esperaríamos a último minuto. No parecían ser muy cómodos.
Por otro lado, Theo protestó y se molestó con su amiga.
―¿Qué te hice?
―Nada. Fue solo por diversión.
―Ustedes ya no deberían sentarse juntas ―retó él, apuntando tanto a Clara como a mí.
Me encogí de hombros con inocencia.
―Cinco minutos restantes para llegar a la ubicación deseada ―anunció el sistema de navegación de la aeronave, quebrando la atmósfera cálida.
Nos inyectaron una dosis de curiosidad sin la necesidad de una aguja. William, Clara, Theo, Maureen y yo nos levantamos para acercarnos al gran ventanal que nos proveía una vista panorámica de lo que había debajo de nuestros pies. El estupor se esculpió en nuestras facciones. No era un lugar escondido en lo más profundo de la Tierra o, por lo menos, de aspecto moderno. En realidad, estaba bastante segura de que nos hallábamos en medio de otro Territorio Blanco en un día nublado.
Más allá de las montañas cubiertas de vegetación y la certeza de que nos encontrábamos en una ciudad cerca del mar, los edificios en ruinas y cubiertos de enredaderas, las calles llenas de tierra y chatarra que fue arrastrada por el paso de los años, y la deterioro general fueron pistas imposibles de desestimar. Una cosa me descolocó: la falta de personas. No había nadie. Por más que busqué y busqué, no encontré a nadie.
¿A dónde se fueron todos?
Me sacudió un escalofrío.
―¿Dónde está la gente? ―pregunté por las dudas―. ¿Ven a alguien?
William negó con la cabeza.
―No. ¿Creen que se están escondiendo?
―¿Todos? ¿Al mismo tiempo? ―rebatió Clara―. No.
Theo regresó a su asiento, acobardado.
―Esto no me da buena espina.
―¡No digas eso! ―retó Maureen y miró de reojo a Jason―. Debe haber una explicación perfectamente racional para esto.
El hombre que nos había ignorado decidió hablar. Seguramente contaba con información fundamental que nosotros no podíamos ni imaginar.
―Para ser completamente honesto con ustedes, no tengo ni la más mínima idea.
¿Quién dijo que el jefe del equipo debía hacer que el equipo se sintiera seguro?
Nadie, según la declaración de Jason.
―¡Estamos fritos! ―exclamó Theo, abrazando su casco como un niño.
Clara se encaminó hacia él en busca de tranquilizarlo. No podíamos olvidar que solamente nos quedaban cinco minutos de reloj.
―La misión ni siquiera ha empezado.
―¡Es lo que dije!
El resto de nosotros se puso a pensar mientras regresábamos a nuestros asientos para prepararnos para el aterrizaje. Repasé los datos que recibí y me puse en el lugar de nuestros anfitriones. No podía quedarme sentada sin una explicación. Mi mente necesitaba una o estaría igual que Theo.
―Tal vez no hay personas ―solté con tal de oír sus opiniones.
―¿Un Territorio Blanco sin exiliados? ¿Es posible?
―Creo que establecimos que todo es posible hace bastante ―corrigió Clara a Maureen.
―¿Qué mejor forma de mantener tu guarida secreta como un secreto que evacuar la ciudad donde se encuentra?
―Podría ser posible ―concordó Jason conmigo, metiéndose en la conversación. Resultó extraño―. El clan White controla quién entra y sale de estos sectores. Debe ser parte del trato que tienen con esos científicos locos. Ellos hacen sus experimentos en zonas despejadas sin que nadie intervenga. Es brillante.
El clan White, el clan que todos despreciaban y creían inferior en la capital, era uno de los más poderosos bajo las sombras. Sorprendente, ¿no?
La mueca de Theo desapareció una vez que se puso el casco.
―Y aterrador.
―Sí, también eso. Deberíamos hacer énfasis en esto cuando hagamos el reporte de la misión para revisar otros Territorios Blancos en los que puedan ocultar sus laboratorios. Podría ser la respuesta que necesitábamos. Bien pensado, Aaline.
William y yo compartimos una mirada y un apellido.
―Hay dos de nosotros.
Jason me señaló a la vez que intercambiaba el asiento con el rebelde que fingiría ser el piloto, ya que él claramente pretendería ser el capitán que Clara mató por mí.
―Aaline número dos.
No quise saber su criterio a la hora de elegir quién era el número uno. Agradecí el cumplido.
―Gracias, señor.
―Espero que sea cierto y no sea todo un engaño para ocultar un ejército entrenado para liquidarnos apenas aterricemos. Los odio y a su maldito sistema de invisibilidad ―suspiró Theo. William lo espantó un poquito más.
―Bueno, lo sabremos una vez que lleguemos.
En ese momento, me pareció irónico el hecho de que los rebeldes participaban de una guerra cuando solo querían la paz.
Ante la inminente llegada a destino, la aeronave apagó su sistema de invisibilidad. Estábamos completa y totalmente expuestos. Ya no podíamos dar un paso atrás y regresar como si nada. Una vez que me coloqué el casco, me aferré al cinturón de mi asiento, preparándome para las dos misiones que me esperaban y podrían ser la causa de mi muerte. Absorbí la seguridad que me brindaban las paredes de metal para usarlas como un escudo mental. Nada saldría mal. Todo lo haría.
La ubicación final a la que nos trasladamos era lo que antes debió ser una pista de aterrizaje para los aviones que emergían de un aeropuerto de la época preguerra. Campo abierto. Línea recta. Metros de altura que se acortaron. Simple.
No tuvimos control sobre el descenso o dónde estacionaría el vehículo. Lo hizo por su cuenta. El cristal sucio de las paredes del antiguo aeropuerto fue todo lo que vi. Una extraña sensación me revolvió el estómago. No se veía nada ni nadie más que los restos que atesoraba el interior del edificio, como las hileras de sillas, las señales que indicaban el camino, y las luces rotas. Había algo que no encajaba. Todo era muy silencioso.
Sin preparación previa, un pequeño puesto de control emergió del vacío. Pestañeé con la intención de comprobar que no se tratara de una ensoñación y ahí estaba de nuevo. El ventanal de la nave de caza me permitía ver la mitad del mismo y no era la gran cosa. Dos hombres se refugiaban dentro del mismo con un uniforme negro.
―Detecto ocho presencias ―comentó el sujeto que sostenía una tableta de aspecto similar a las que había en la sede de Destruidos―. ¿Pueden identificarse?
No, quise responder en mi interior.
Uno por uno dimos nuestros nombres falsos y él corroboró que los mismos se encontraban en la lista de personas que poseían autorización para ingresar al sitio.
―Código de entrada ―solicitó el tipo que nos había estado observando con una expresión de extremo aburrimiento.
Demonios, me estaba ahogando con el casco puesto.
Estudiamos cada rincón de la aeronave en los últimos días, incluyendo el pedazo más inútil de información que ocultaba, entre ellos, se encontraba el código de entrada del hangar secreto en el que se suponía que estábamos. Cuatro pares de números que cambiaban cada semana. Si nos equivocamos, terminaríamos muertos. Sin presión, ¿cierto?
―Noventa. Veintiocho. Cincuenta y seis. Cuarenta ―dijo nuestro piloto falso, intentando sonar seguro.
Inhalación.
Exhalación.
―Código correcto. Permiso para ingresar al hangar concedido ―aseguró y el aire volvió a mis pulmones―. Desbloqueando todos los protocolos de seguridad.
Entonces, el aeropuerto se desvaneció y el verdadero hangar apareció frente a mis ojos. Todo lo que vi antes fue un engaño altamente elaborado. Ahí comprendí el valor real de la nueva tecnología que desarrolló y ocultó la dinastía Black.
El techo circular de cristal se abrió a la mitad automáticamente al detectar la presencia de la nave de caza y nos permitió ingresar en el hangar que resultó ser tan espacioso como para permitir que volaran varias aeronaves a la vez. Como el edificio era dos veces más alto de lo que vi antes, su interior parecía un pozo con miles de niveles internos, todos llenos de diferentes tipos de vehículos modernos que no pude estudiar con precisión, ya que el nuestro se apresuró a estacionar en uno de ellos, siguiendo el protocolo con el que vino programado.
―Bienvenida de vuelta, nave de cada AZ―7 ―saludó la cápsula en la que nos metimos sin saber cómo diablos saldríamos. Su sensor nos detectó al instante. No sabía cómo se veía. El ventanal gozaba de una vista directa a la caída abierta que nos esperaba si se rompía su vidrio reforzado.
Gracias por más material para mis pesadillas, dije en mi mente.
El exterior aburrido se camuflaba a la perfección, sin embargo, sus profundidades eran muy diferentes e intrigantes. Me mareó tanta información. Paredes de metal pintado de negro. Luces blanquecinas. Robots con forma de esferas que volaban entre los niveles para monitorearlos con escáneres que proyectaban un holograma. Ninguna escalera. Qué divertido.
De pronto, la rampa comenzó a despegarse por su cuenta y todos intercambiamos miradas.
―¿Qué está pasando? ―preguntó Theo, entrando en pánico. Parecía que algo acerca de aquella misión lo tenía al borde de un colapso o tal vez él era así durante todas las misiones. No lo sabía.
Giré el cuello, mirando a Clara.
―¿Oficial Sousa?
No podíamos tener charlas privadas que revelaran datos personales reales. Dimos por hecho que cada centímetro de aquel hangar era vigilado por cámaras de calidad y guardias que lo vigilaban. No podíamos arriesgarnos a que nos capturaran.
―¿Se supone que tengo que saber todo sobre tecnología solo porque soy la hacker? ―planteó ella, susurrando la última palabra como si fuera un crimen en aquellas instalaciones.
El grupo entero coincidió en una cosa.
―¡Sí!
A pesar de que tenía puesto el caso, estaba segura de que ella puso los ojos en blanco.
―Son un equipo de bebés.
Vimos cómo se colocó en la orilla en busca de confrontar lo que había detrás. Cristal. Un ascensor de cristal. Eso fue lo que descubrimos una vez que la rampa bajó por completo. No tuvimos más opción que meternos en él, ya que no había otra salida. Todos estudiaron con asombro cada rincón transparente. Odié que mis únicas dos opciones fueran ver el paisaje postapocalíptico del que escapamos o mirar hacia abajo y contemplar la caída que nos esperaba desde semejante altura. Mi miedo a las alturas provocó que cuestionara mi fascinación con los elevadores.
Apreté los dientes y exhalé, buscando tranquilizarme. William se dio cuenta y me dio un golpecito suave con su hombro sin que los demás lo notaran. Sonreí. Él conocía todos mis temores, incluso los más pequeños y estúpidos, y cómo hacerlos desaparecer.
―¿A qué piso vamos? ―preguntó y los presentes callaron―. ¿Nadie va a responder?
―¿Lo dejamos a la suerte? ―propuso Theo.
―Por los clanes ―suspiró Clara, avergonzada de su equipo.
―Me gustaría creer que este no es el mejor plan que se les ha ocurrido ―murmuré.
―Sigamos descendiendo hasta que no veamos más cápsulas ―indicó Jason, encargándose de algo por primera vez.
Había cincuenta niveles. La mayoría debían ser cápsulas como la nuestra, así que teníamos que ir a un nivel bajo, pero no tan bajo o levantaríamos sospechas al aparecer en manada.
William presionó un número en el panel que había en la pantalla del ascensor.
―Ese es un gran plan, señor.
Sonreí ante su tono sardónico disfrazado de pleitesía.
El viaje no fue plácido. Caer de un principio habría sido más lento. Nos tuvimos que atrapar entre nosotros para no estamparnos contra el suelo debido a que parecía que algo nos succionaba desde abajo. Entonces, de repente, el elevador se detuvo de golpe porque había otro debajo de nosotros y tuvimos que tener cuidado para no ser sacudidos como guisantes en una lata antes de reanudar la caída. Sobreviví torturas espantosas, sin embargo, para cuando las puertas se abrieron en el piso diez, estaba lista para vomitar encima del cabello de nuestro jefe de equipo.
―A partir de hoy, odio los ascensores ―comenté, apoyando una palma en la pared en cuanto frenó.
Clara levantó el dedo índice con la intención de decir algo alentador y luego hizo un puño.
―Yo también.
―Yo también ―secundó William.
El resto se limitó a sufrir en silencio hasta que nos obligamos a salir y pisar el suelo negro y limpio. Agradecí que el nivel diez fuera relativamente más normal. La especulación fue correcta. No nos topamos con más cápsulas, sino con un piso circular como los otros, excepto por el hecho de que estaba lleno de personas potencialmente peligrosas. No poseían sus uniformes.
―Oficial Sousa y oficial Amez son libres de bajarse del... ―inició Jason y Theo no lo dejó terminar.
―¡Buena suerte vomitando en sus cascos, perdedores!
―¿Recuerdas la frase "no se deja a ningún soldado atrás"? ¡No aplica a ti! ―exclamó William, burlón.
Las puertas del ascensor se cerraron y Clara y Theo quedaron en el nivel diez por su cuenta. Mientras ella se despidió de nosotros con un dulce ademán por si no nos volvíamos a ver, él le mostró el dedo de en medio a mi hermano mayor.
Aguardamos en silencio hasta que llegamos al nivel cinco y Jason asignó los puestos.
―Oficial Swanson y oficial Redfox. Ya saben qué hacer.
William sería el oficial Swanson y yo, Redfox, según los nombres que nos asignaron. Lo único que me gustaba de aquella misión era que trabajaría con él. Nos daría una oportunidad para pasar tiempo juntos antes de volver a distanciarnos. Tenía la esperanza de que mi traición falsa no causara una fisura demasiado grande en nuestra relación. Esperaba que él pudiera perdonarme de la misma forma en que yo lo hice.
Un pedacito de mí se preguntaba si las respuestas que obtendría valdrían la pena. Un pedacito de mí temía que en realidad no solo lo hacía para salvar a la humanidad, sino para ser más poderosa. La verdad me asustaba, pero ya lo sabía. Estaba tan sedienta de poder que no dudé en dejar a mi hermano y los amigos que hice en el camino.
¿Qué decía eso de mí?
¿Yo me sentía de la misma forma en la que se sintieron mis oponentes actuales veinte años atrás?
¿Aquella misión sería el último empujón que necesitaba para sumergirme en la oscuridad?
Todo era tan confuso debido a mis subidas y bajadas emocionales. Londres expondría mis verdaderos colores.
Por el momento, me limité a ponerme contenta por compartir la mañana con William. Nos bajamos sin más preámbulo. Él logró hacer un corazón con sus manos y fingió que se lo envió a Maureen. Asumí que fue a ella. Puse cara de aburrimiento, les di la espalda y estudié el nivel cinco.
No me deslumbró. Mi grandiosa vista era un pasillo. No había indicaciones en las paredes de metal o un mapa, solamente el número cinco junto a una cámara de seguridad que apuntaba a donde estábamos. Me sentí vigilada, como si hubiera otra cara detrás de la misma, examinándome de la misma forma en que yo lo hacía.
Salí de mi paranoica en cuanto oí el suspiro de mi hermano.
―¿Ya terminaste? ―bufé.
―No seas envidiosa.
―No lo soy, estoy concentrada en nuestro trabajo.
―Ajá.
―Sin ofender, pero...
―Sé que me ofenderé de todas formas, prosigue ―dijo, conociéndome demasiado bien.
―Estás despistado.
―Y me ofendiste terriblemente.
―En el pasado, cuando estabas en una misión...
―El pasado es el pasado ―cortó William a sabiendas de que me refería a las tareas que tuvimos que pasar para sobrevivir en casa. Aunque siempre fue amable y querido, también fue tan serio e implacable como yo. Ya no era así. Lo noté poco a poco desde que nos reencontramos―. Ya no soy esa persona.
Lo dijo como si esa persona fuera horrible, algo que no quería recordar o volver a ser. Me dolió un poco. Lo entendí desde su perspectiva. Pero esa persona solía ser mi persona favorita y la única en la que confiaba.
―¿Y quién eres ahora?
Los dos estudiamos el pasillo de nuevo. No se escuchaba ni un sonido, nada que indicara la presencia de un humano.
―Creo que me hago esa misma pregunta cada vez que despierto.
―¿Y?
―Te diré mañana.
Bajé la cabeza. No habría un mañana.
―Solo hagamos lo que vinimos a hacer y larguémonos de este lugar ―respondí, ya que tenía una vibra extraña. Me molestaba no saber qué había en el otro extremo del pasillo.
―O pensarán que somos raros por estar parados aquí.
―Tú eres raro.
Él también entró en modo defensivo.
―Tú eres más rara.
Chasqueé la lengua.
―Gracias por probar quién es el más inmaduro de los dos.
―Eso no es... ―Él se enderezó con dramatismo y aflojó los brazos a sus costados―. Cállate.
El pleito se desvaneció. Dimos un paso adelante. Nuestra confianza se hizo pedazos en el instante en que chocamos contra una barrera invisible que nos impidió avanzar. El impacto ocasionó que me retrocediera de manera involuntaria.
Por un momento creí que el obstáculo formaba parte de mi imaginación, por ende, golpeé el aire y, en efecto, había algo ahí, algo que no podía ver, pero podía tocar. Maldita e interesante ingeniería. Debía tratarse de un invento. Corroboré mi sospecha en cuanto apareció la imagen de un panel flotando en el aire acompañado de una voz que sonaba muy artificial para ser humana.
―Intrusos detectados. Por favor, inserte su identificación de nivel cinco o será considerado una amenaza. Diez, nueve...
―No creo que queremos ser una amenaza ―comenté, escuchando la cuenta regresiva.
―Revisa tus bolsillos.
Hecho y dicho. Cuando inspeccionaron la aeronave, hallaron las identificaciones de los tripulantes contra los que luchamos en la misión anterior. Delgadas tarjetas de un brillante color gris. Así obtuvimos nuestros nombres falsos. Así me convertí en Lacey Redfox.
William me enseñó la suya, como si sudara de miedo ante la llegada del fin de la cuenta regresiva.
―Nivel cuatro.
Hallé mi identificación en el bolsillo que estaba a la altura de la rodilla del pantalón de mi uniforme y obedecí a la voz.
―¡Nivel cinco!
―Permiso concedido. Bienvenida al nivel cinco, oficial Redfox ―saludó, convirtiendo el color rojo en un agradable verde antes de que se esfumara el panel para siempre.
No supimos qué hacer. No hubo más cambios, además de ese. El pasillo se veía igual que antes.
William pronunció la primera pregunta.
―¿Esto significa que podemos pasar?
Quise seguir bromeando para tener más momentos alegres a los que aferrarme cuando regresara al reino en el que él supuestamente estaba muerto.
―No lo sé. ¿Por qué no das el primer paso?
―Porque siempre he sido el más valiente ―aseguró, inflando el pecho con arrogancia, y me harté, así que lo empujé con una mano apenas vi que vacilaba. Su tropiezo fue gracioso―. ¡No!
Avancé con la gracia de un cisne.
―Tan valiente.
Se enderezó, fingiendo que no pasó nada.
―Me agarraste por sorpresa, eso no tiene nada que ver con mi coraje.
Encogí los hombros con mi actitud tranquila y sarcástica.
―Como tú digas.
Sin embargo, por dentro estaba tan nerviosa como mi hermano. Era el efecto de lo desconocido.
No había dos corredores, solo un muro grueso. Tuvimos que girar a la izquierda y continuar hasta un lugar poco iluminado. Antes de poder ingresar a la sala que poseía varias estanterías con pequeñas luces infrarrojas que protegían diferentes viales con un líquido translúcido, nos topamos con otra barrera de protección. Creímos que estaríamos bien luego de insertar la identificación hasta que la voz computarizada dijo:
―Ingrese la contraseña de seguridad, por favor. Tiene cinco intentos restantes.
―¿Cuál crees que es?
―¿Te parece que lo sé?
―Eso es de mucha ayuda.
―Tiene dos intentos restantes antes de que sea considerado una amenaza.
―Oh, vamos ―protestó William, odiando el protocolo tanto como yo. Aparentemente, la barrera nos odiaba a nosotros también.
Le di un manotazo a William y luego hice un gesto que indicaba que cerrara la boca. Él se burló del mismo. Los dos estábamos bajo presión. No teníamos idea de cuál era la contraseña. No había forma de saberla.
―Un intento restante ―dijo la barrera.
Cuatro intentos menos.
William y yo nos quedamos como estatuas.
Empecé a maquinar como una loca, buscando una pista que nos dijera qué contraseña usarían un grupo de locos que usaban la ciencia para el mal. Siendo sincera, mis cálculos fallaron, mi memoria, no.
―¡Noventa, veintiocho, cincuenta y seis, cuarenta! ―grité y cerré un ojo y dejé el otro entreabierto, temiendo lo que sucedería a continuación.
¿Nos evaporaría?
¿Nos cortaría con un láser extraño?
¡¿Nos quitaría el oxígeno?!
―Contraseña de seguridad correcta. Permiso concedido ―dijo, eliminando la barrera que resultaba invisible ante mis ojos inexpertos.
El aire retornó a mi sistema.
William dio un salto y levantó los dos brazos, esperando que chocara mis palmas enfundadas en guantes blancos contra las suyas a modo de festejo. Lo hice. Sobrevivimos.
―Olvida los ascensores, odio esa cosa ―comentó una vez se pasó el momento.
―Para mí, están al mismo nivel.
Él soltó una risa mezclada con un suspiro de incredulidad.
―Vamos.
Nos acercamos a las estanterías con advertencias que señalaban que nadie más que el personal autorizado podía tocar las muestras misteriosas. También nos dimos cuenta de que cada una de las cuatro estanterías pegadas a las paredes contaban con otros paneles, unos tangibles, que funcionaban como las cerraduras de una bóveda. La realeza se tomaba en serio la seguridad de su experimento.
―¿Qué piensas que contienen?
―Un suero ―contesté muy rápido ante la curiosidad de mi hermano―. Supongo. Esto debe ser lo que les inyectan a los participantes para convertirlos en lo que son.
―¿Quién diría que un simple vial puede quitarte el alma?
―O prevenir que te conviertas en un monstruo caníbal.
―¿De verdad piensas eso? ―indagó, apartando la vista de los viales.
Me puso nerviosa su tono de voz. Juzgador.
―No estoy a favor del experimento, estoy a favor de su causa. Después de todo, estamos tratando de salvar a la humanidad, ¿no?
―Sí, lo sé. Pero creí que tú, entre todas las personas, serías la que más odiarías un experimento científico así.
―Ese vial y yo no somos muy diferentes, ¿sabes? ―inicié, contemplando el vial y todo el dolor que se infligió en tantas personas para crearlo y el que se infligiría en otras al utilizarlo―. Dejando de lado todo lo malo, si funciona, si logran hacer que funcione sin las consecuencias negativas, sería algo bueno, ¿no?
Él me dio una palmada fugaz en la espalda.
―Sí, pero no veo cómo eso sea posible. Además, estaremos bien. Te tenemos a ti.
Agradecí que el caso le impidió ver mi expresión.
Me sentía culpable por tener esos pensamientos intrusivos después de haberle declarado la guerra a los creadores del experimento. Todavía quería destruirlos, todavía pensaba que eran monstruos inhumanos, todavía creía que ninguno de esos participantes inocentes merecía lo que les ocurrió. Aun así, mi perspectiva de las cosas cambió en cuanto me enteré de que yo era la cura de una enfermedad capaz de destruir civilizaciones.
Cambió mi lugar en el mundo. Ya no estaba en ningún bando. Tenía mi propio asiento en la mesa que decidía el futuro de la humanidad, el más importante, más que un trono. Por eso, la Resistencia creía que contaba con una ventaja superior. Yo era el milagro que no sabían que necesitaban no solo para vencer el virus, sino para convencer a la población de convertirse en rebeldes. Ellos confiaban en que nada podía derrotarlos, incluso mi hermano lo hacía, y ahí estaba yo para reventarles la burbuja y la cabeza.
La confianza no existía cuando había una guerra en ascenso. En el amor y en la guerra, todo se valía y todos podían traicionarte, tanto tus seres queridos como tus oponentes.
Hablando de verdades feas e imposibles de negar, si el experimento de la realeza funcionaba, nadie me perseguiría. Nadie necesitaría una cura mágica porque la enfermedad ya no se propagaría. Yo estaría a salvo. No sería el recurso por el que todos se pelearían, sino que volvería a ser una persona más. Yo. Kaysa. No la cura humana, como los había oído llamarme a mis espaldas. Yo estaría a salvo de la rebelión que llena de individuos que se autodenominaban como "héroes".
Ellos podían ser buenos para muchas cosas, pero no para mí. Mientras que aquellos que eran villanos ante sus ojos bien podrían ser mis salvadores. En algunos aspectos.
El reino que la rebelión quería construir era uno bueno, pero terminarían matándome al sacarme tanta sangre y yo nunca llegaría a verlo terminado. Moriría por ellos y estaba segura de que les gustaría ponerme como una especie de mártir que se sacrificó para salvar a los demás.
El reinado de los Black destruyó miles de vidas y sueños. Debía terminar. Lo haría con mi ayuda. No obstante, su experimento podía ser lo único que me mantendría con vida. Una parte egoísta de mí lo sabía mientras que los demás lo ignoraban.
El dilema moral continuaba. Áreas grises. Vivía en ellas últimamente.
Había pasado por muchas cosas en mucho tiempo que me cambiaron a una velocidad impresionante. Yo tampoco era la persona que solía ser. No era la joya de la familia Aaline, la alumna perfecta de la academia, la chica desesperada que se enamoró de Diego Stone, ni el camaleón de la sociedad. No sabía quién era. A veces me sentía empoderada, y otras, como un monstruo. Cada día me lo preguntaba inconsistentemente. Algún día hallaría la respuesta. Por ahora, me tocaba ser complicada.
La única certeza que tenía era que, si quería sobrevivir a la guerra que se avecinaba, no podía dejar que mis sentimientos personales me cegaran, tenía que enfriar la cabeza.
Leí muchos libros en mi vida. En ellos, los héroes siempre se sacrificaban para proteger a los demás. Por eso crecí con la idea de que debía comportarme de la misma manera. Pero me di cuenta de que no quería ser como ellos.
¿Eso me convertía en una villana?
Esperaba que no.
Aun así, lo único que importaba era quién ganaba al final, ¿cierto?
Sería la última persona de pie.
Por eso acepté la misión de Marlee. Ni siquiera ella sabía las consecuencias que eso le traería.
―Es mejor que sigamos revisando, por si alguien viene.
William chasqueó la lengua, estando de buen humor.
―Bien pensado.
A pesar de nuestras diferencias, adoraba a mi hermano. En consecuencia, no importaba el resultado de la guerra. Me aseguraría de que él también saliera ileso.
Por otro lado, tuve que renunciar al impulso que me pedía que rompiera el cristal con mi puño y robara uno de los viales de las estanterías para estudiar el suero por mi cuenta. Seguí a William a la continuación del pasillo, no por mucho. Él se iba a adentrar a un sitio sin vigilancia humana y lleno de puertas reforzadas, mucho más que las celdas que vi en la sede de la rebelión, y lo frené al estirar mi brazo para bloquear su paso.
―¿Qué?
Quería aprender de mis errores.
Las últimas dos veces que recorrimos el predio sin miramientos nos topamos con barreras. Ahora, nada. No nos pidió una contraseña o una identificación. No voz, no advertencia.
―Es una trampa.
―¿De qué hablas? ―parloteó él, creyendo que mi paranoia me consumía―. No hay nada ahí.
―Exacto.
Analicé el lugar. Incluso si me esforzaba, no podía oír nada y eso me generaba sospechas. Tenía que haber un sonido, ya fuera el eco de nuestras voces o el ruido del ducto de aire. La barrera debía bloquear tanto la entrada como los sonidos que provenían de aquel pasillo.
¿Qué razón o qué cosa los llevó a tomarse el trabajo de elaborar algo así?
―Estás siendo rara otra vez.
La frustración atizó las llamas de mi impaciencia. Debíamos cruzar y encontrar una forma segura de hacerlo.
―Estoy salvando nuestras vidas.
William gruñó y simuló que era un monstruo, como si fuera un chiste. En su defensa, mi desconfianza constante podría resultar enloquecedora y él solo deseaba liberarme de ella con chistes hechos para un público de niños de cinco años.
―¿De qué? Una bestia invisible.
Esperé a que terminara su acto.
―¿Cargas algo que no te importe o no sirva para la misión? Además de tu cerebro, claro.
Palpó sus bolsillos y me sacó el dedo de en medio.
―Solo tengo mi identificación y esto.
Aunque ya sabía qué conservaba, revisé dos veces y fracasé.
―Mierda.
―Lenguaje.
Él se divertía. Yo no.
Me quedaban dos opciones, dos cosas: el collar de la rosa y el anillo que me dio Diego. Segundos no fueron suficientes para decidir cuál estaba dispuesta a perder. Pese a que sabía que eran objetos y no significaban nada, me costó elegir.
Primero llevé mis manos a mi cuello, planeando deshacerme de la cadena, y me retracté ante la sensación que oprimió mi pecho por ello. El collar ya se había vuelto uno conmigo.
En consecuencia, me rendí, me quité el guante, y observé el anillo. Ni siquiera entendía por qué lo conservé tras la ruptura. Hubo muchos momentos en los que lo miré, recordé lo feliz que fui cuando lo recibí y finalmente me lo quité al saber que todo había terminado en miseria. Por supuesto, volví a ponérmelo cada día. Quizás por nostalgia, quizás porque Diego también se quedó con una parte de mí, o quizás porque realmente era bonito. Guardarlo no me hacía bien. Mi futuro con él había muerto. Era hora de dejarlo ir.
―¿Eso es importante para ti?
―Ya no ―dije previo a tirar el anillo y lo que pudimos haber sido.
La barrera dejó de modificar la realidad. El pasillo continuó estando vacío, excepto por cuatro robots esféricos iguales a los que vi sobrevolar los niveles. Ellos no tardaron más de un segundo en reaccionar. Sus láseres apuntaron hacia el anillo y lo convirtieron en cenizas en cuanto tocó el piso. El susto penetró mis huesos. Ese anillo pudimos ser nosotros.
―Nunca volveré a cuestionarte ―murmuró William tan horrorizado como yo.
―Los dos sabemos que eso es mentira.
Lo admitió con un gesto.
―Lo siento. ¿A qué nivel quieres ir ahora?
Descarté su idea.
―A ninguno. Hay que terminar de recorrer este.
Él soltó una carcajada irónica y luego se puso serio.
―No podemos ir allí.
―Tenemos que hacerlo ―insistí.
―¿Estás demente?
―Y lo hiciste otra vez.
―Lo siento, pero, ¿te perdiste la parte donde había robots asesinos? ―acentuó él, señalando a los mismos. Aparentemente, no podían cruzar la barrera al igual que nosotros. Se asemejaban a los guardaespaldas de turno.
―Guardias.
―¿Qué?
Me puse mi guante blanco.
―Deben ser guardias. Por eso no hay nadie aquí. No deben confiar en las personas para proteger este lugar, así que usan...
―Robots asesinos.
―Sí. Aun así, Redfox tiene permiso de entrar aquí, por lo que debe haber una forma de cruzar esto sin terminar como ese anillo y mi última relación ―bromeé sobre mi tragedia amorosa.
Él señaló al pasillo. De nuevo.
―¿Cuál? ¿Ves eso? No podemos pasar. Prueba uno.
―Oye, solo estoy tratando de ser optimista.
―Confundes el optimismo con un deseo suicida ―corrigió, perdiendo los estribos, e hizo una pausa para tomarme por los hombros―. Tienes que aceptar que hay cosas que no puedes hacer, por favor.
Asentí, meditando.
―Yo no. ¡Tal vez una pistola lo hará!
William me soltó, lamentándose.
―Esto me pasa por intentar razonar con una loca.
Fingí que no lo escuché.
―¿Dónde crees que podamos conseguir una pistola?
Movió la cabeza de un lado a otro.
―No, no, no. Recuerda el lema de la misión. Cero enfrentamientos.
―Pedirme eso sería lo mismo que encadenarme a la pared ―bufé, ya que limitaba mucho mis opciones.
―Eres tan oscura.
―Culpo al gobierno por eso.
―Y tienes razón ―aceptó William―. La única forma de conseguir una pistola es robársela a otro oficial.
Froté mis palmas, emocionada.
―Bien. Vamos, es hora de secuestrar a uno.
Él me bloqueó el paso.
―No, iré yo.
―¿Por qué tengo que perderme toda la diversión? ―indagué, decepcionada.
―Porque he visto cómo ha cambiado tu estilo de pelea y no creo que el oficial sobrevivirá a eso.
―Soy eficiente.
―Demasiado, si me lo preguntas.
Le saqué la lengua. No me importó que no lo viera.
―No lo hice.
―Iré al nivel cuatro y volveré en cinco minutos. Fin de la discusión ―cortó y avanzó unos pasos hasta que se giró como si recordara algo―. Por favor, no rompas nada.
―¿Qué? ¿Crees que soy una niña que necesita la supervisión de un adulto?
―No de un adulto, sino cincuenta. Mínimo.
Si fuera cualquier otro día, me habría enojado por la broma. No lo hice. Quería mantener nuestra buena racha.
―¡Puedes lograrlo! ―dije, levantando los dos pulgares luego de cerrar mi puño en busca de brindarle ánimos. Diablos, sonó tan mal. No estaba acostumbrada a ser alegre.
―Gracias.
―¡Si te mueres, te mato!
Su risa hizo eco dentro de su casco de protección a medida que se iba.
―Esa es la hermana que conozco. ¡Lo mismo va para ti!
Y terminé esperando más de los cinco minutos que prometió. Recorrí el metro que separaba las paredes una y otra vez, planteándome la posibilidad de renunciar a la misión y quedarme con la rebelión y volverme una civil más. Era un sueño tentador, pero no el mío. Quería más. Siempre lo haría.
Cuando empecé a ponerme nerviosa por la tardanza, me paré frente a la barrera tecnológica. Los robots esféricos seguían rondando por ahí, alrededor de las cenizas. Inmediatamente, mis dedos jugaron entre sí, acariciando el que una vez había usado el anillo, como si sufriera dolor por un miembro fantasma. A veces un corazón roto podía ser más intenso que los sentimientos que tuviste por una persona.
Olvidé el drama al oír voces.
Sí.
Voces y ninguna era la de mi hermano.
A pesar de que mi uniforme me protegía, carecía de una explicación de por qué estaba en un sitio del que no sabía absolutamente nada. No enfrentamientos. Dispuesta a comportarme, corrí a agacharme y ocultarme detrás de la última estantería, suplicando para que no prestaran tanta atención al fondo de aquella sala a oscuras.
Obviamente, no reconocí a los seis oficiales que entraron con uniformes blancos idénticos al mío, pero no tuve problemas en familiarizarme con las pistolas que enseñaban en sus cinturones. Si me encontraban, desarmarlos sería un verdadero reto. Por suerte, ellos siguieron su camino hacia el obstáculo que William y yo no pudimos pasar. Me pregunté si sospecharían al ver aquel montículo en el piso. Abandoné mi asombroso escondite y observé al grupo desde las sombras.
Tenía dos opciones: quedarme y averiguar cómo desactivaban la barrera o largarme e ir a buscar a mi hermano. Mi elección fue vergonzosamente obvia.
Uno de los oficiales se dirigió a la pared derecha, palpó el metal como si buscara algo sin su guante y hubo un clic metálico en el instante en que presionó su palma en el lugar correcto. Entonces, apareció un panel diferente a los anteriores. Sin teclado o voz misteriosa. Solo un sensor de huellas dactilares que nunca adivinarías qué estaba ahí. Cielos, tantas barreras implicaban mucha desconfianza. Me gustó el sistema de seguridad. Podía usarlo para proteger mis libros o a mí misma de los demás.
En fin, la barrera cayó, los robots esféricos se alinearon en el techo, siendo inofensivos, y los oficiales se pararon frente a una puerta que la abrió la misma persona que quitó los anteriores inconvenientes con su identificación. Las palmas me sudaron ante la anticipación. Mi curiosidad inocente sucumbió ante lo que presencié. Siempre algo horrible, nunca nada bueno.
Los oficiales sacaron a los prisioneros que alojaban y debían ser los participantes de su experimento. Ellos parecían caminar dormidos y supuse que se debía a unos dispositivos circulares, pequeños y similares a electrodos pegados a sus sienes. Como si controlarnos sin su consentimiento no fuera suficiente, también les colocaron esposas conectadas con cadenas para que no pudieran fugarse si despertaban por error. No fue algo fácil de digerir. Por más que su intención era crear algo bueno como una cura, me recordó el tratamiento inhumano que incentivaban y lo poco que sabía de ellos en general.
Me obligué a mantener la calma bajo las circunstancias. Aunque me prometí que no volvería a matar a la ligera, quise liberarlos y decapitar a los culpables.
Sentí que viajé en el tiempo al día en que vi a los participantes descender aterrados de la aeronave y mi cuerpo volvía a sentirse asqueado y asustado. Me arrepentí de haber dicho ciertas cosas. No había justificación para las acciones que tomaron para ensuciar el nombre de la ciencia y traumar a esas personas.
La autopreservación era un instinto de supervivencia que todos los seres humanos tenían, incluso yo. Egoísta o no. Pero no iba a unirme a ellos solo para huir de la rebelión. Lo sabía ahora.
Volviendo a la realidad, una vez que terminaron con ellos, terminaron con todo. Ellos llevarían a cabo otra encomienda y los soltarían en algún Territorio Blanco al azar. La barrera se activó otra vez y los guardias artificiales merodearon dentro de su perímetro. Espantoso.
Mi escondite me recibió de nuevo en cuanto predije que se irían y lo hicieron.
―Esperen ―dijo uno de los oficiales, deteniéndose a dos metros de distancia, y temí por mi vida hasta que se arrodilló para atarse los cordones. Aguanté la respiración, ya que lo hizo con su cuerpo apuntando en mi dirección. Si levantaba la vista, si miraba desde el ángulo correcto, yo estaba frita―. Listo.
Mis extremidades tensas se relajaron cuando se fueron por el ascensor, aun así, existía una chance de que no serían los únicos que aparecerían en el nivel cinco. Quedarme ahí era muy arriesgado. Tenía que buscar a William para fabricar un nuevo plan. No podíamos dejar a esas personas atrapadas ahí. No importaba si alertábamos a los demás de nuestra presencia. El lema "no enfrentamientos" no servía un carajo. Según yo.
En consecuencia, esperé un ratito más y después me armé de valor y bajé por el elevador al nivel cuatro en busca de mi hermano. Encontrarlo en una multitud de oficiales vestidos iguales no sería fácil, sin embargo, habíamos creado una señal en caso de que se presentara un escenario similar. Así que, exhalé y me adentré al terreno inexplorado.
A diferencia de los demás niveles que exploré, parecía relativamente normal. Había un vestíbulo amplio con las mismas paredes negras y pisos tan limpios que podía ver mi propio reflejo. Bifurcaba en dos corredores transitados por uniformados que cuchicheaban entre sí como si hubieran recibido grandes noticias. Por más que tuve que actuar con tranquilidad desde el inicio, caminé en círculos mientras realizaba la señal con mi mano derecha hasta que me vi obligada a elegir un camino.
El corredor más concurrido tenía más sentido. No pude dar más de tres pasos entre las personas que iban y venían. Lo presentí antes de darme cuenta de ello. Me invadió una sensación tan peculiar como conocida que experimenté antes y a la vez me tomaba por sorpresa en cada oportunidad.
Giré el cuello en dirección al vacío silencioso que había al otro lado. Algo me llamaba desde allí, como un susurro lejano o una brisa que te acariciaba desde la espalda y hacía que cerraras los ojos por un segundo. Quizás se trataba de simple intuición, pero quise obedecer aquella corazonada.
Atraída como las olas a la orilla de la playa, atravesé el pacífico corredor que tal vez lucía demasiado pacífico. No vi ninguna otra puerta o división. Solo una gran sala abierta. Pese a que mi mente me decía que debía ser un truco, el deseo de entrar allí incrementó tanto como la sensación que vibraba dentro de mi pecho como si mi corazón se acelerara cada vez que me acercaba al objetivo. De nuevo, extraño. Ingresé de todos modos. Sería un lugar menos en el que buscar.
La sala era circular al igual que el edificio y las decoraciones poseían un tono diferente de negro. Mesa redonda y ratona en el centro, cafetera y tazas sobre la misma, sofás que la rodeaban a la perfección, y una cortina negra que cubría un anexo pequeño. Mi compañía se limitaba a la lámpara que brillaba con su luz tan blanquecina como mi ropa y el dulce aroma a café fresco.
Como no vi a nadie más, me animé a ver qué se ocultaba detrás de la cortina. No entré del todo, simplemente moví la cortina e inspeccioné el lugar desde el umbral. Un lavabo. Un espejo de pared. Parecía una extraña versión de un escondite. Yo necesitaba uno en ese momento.
Entonces, suspiré y dejé que la serenidad se deshiciera del miedo y me llenara con un confort tan relajante como un masaje. Fue repentino. Me gustó. No me había sentido tan tranquila desde...
En medio de todo el silencio, percibí algo más.
Una presencia poderosa.
Una melodía de respiraciones.
Cuando yo inhalaba, él exhalaba.
Supe quién era, incluso sin ver su rostro.
Lucien Black.
No solo eso.
El futuro rey de Idrysa. El enemigo más grande de la rebelión. Mi misión secreta.
Cada fibra de mi cuerpo lo sintió mientras volteaba. Aunque sus pasos fueron sigilosos, lo delató el sonido de su respiración chocando contra su máscara. La máscara negra y enigmática que cubría toda su cara e imponente con la que aluciné y con la que me topé antes de dar con sus ojos todavía más impresionantes. Solo un par de encuentros y lograban internarse en las profundidades más oscuras de mi alma, como si contaran con detector de mentiras y atraparan a sus presas con un vistazo.
Locura, locura, locura.
Me olvidé de cómo se respiraba. Todos mis músculos se contrajeron. Si no me movía, quizás no vería todo lo que se pasaba por mi mente. Asesinato. Preguntas. Cercanía. Asesinato, más que nada. Algo me dijo que las mismas tres cosas flotaban dentro de la suya.
Diablos, él estaba tan cerca que no podía pensar. Por accidente, desde luego. Aun así, parecía que estaba rompiendo un millón de protocolos por unos pocos centímetros de distancia. En teoría, los estaba rompiendo y, por alguna razón, a él no le molestaba.
Me estudiaba como si yo fuera el cielo e intentara conectar los puntos, las estrellas, para formar una constelación y hacer que todo cobrara sentido. Quizás era algo que hacía con naturalidad. Lo hizo en cada oportunidad que estuvimos en la misma habitación.
Para empezar, ¿cómo terminamos en el mismo cuarto en esa ocasión?
¿Por qué estaba él ahí?
¿Destino? ¿Mala suerte? ¿Un itinerario del demonio?
La peor persona posible en el peor momento posible.
Me iba a desmayar ahí mismo. Por eso uno de mis puños todavía se aferraba a la cortina y el otro se ubicaba entre la pared y mi espalda. Me aterraba lo que sucedería a continuación.
―Tú ―dijo con un tono delicado que no creerías que podría usar con su voz grave y apariencia intimidante, casi como si supiera con quién estaba tratando. Me sacó de mi espiral letal de cavilaciones con una palabra―. ¿Qué estás haciendo aquí?
Una pregunta. Bien. No una orden directa para decapitarme. Algo bueno.
Aun así, más allá de la máscara impoluta, Lucien no lucía como el mismo príncipe astuto que se escabullía en los sitios más impensados, no como el que vi en el baile real de presentación. Presté atención a los detalles.
La dinastía Black tenía que estar siempre impecable y perfecta para reflejar el poderío de Idrysa. No podía haber nada fuera de lugar, pero cuando lo veía a él, no necesitaba pistas para darme cuenta de que le sucedía algo.
Desglosé los puntos uno por uno. Las pupilas dilatadas en exceso. El pelo negro que solía estar perfectamente peinado estaba revuelto y un poquito más largo que la última vez. Algunos de los botones de su camisa con botonadura lateral estaban libres, como si no hubiera tenido tiempo para abrochárselos. Por suerte, casi no se notaba gracias a la capa negra con capucha que usaba por las temperaturas frías. Sus zapatos tenían las huellas típicas que venían con haber caminado demasiado en los bosques en vez de palacios. No parecía un príncipe, sino un hombre desesperado.
Tenerlo ahí, frente a mí, me hizo cuestionar por qué Lucien, preciosamente, entre todas las personas que había en el mundo, rondó tanto por mi cabeza durante las últimas semanas. No por voluntad propia, no despierta. Se presentó más de una vez en mis sueños. Solo fragmentos de él. No se lo dije a nadie y no le di muchas vueltas al asunto hasta unos días atrás. Casi morí y elegí alucinar con él en mis últimos momentos.
¿Por qué?
Actuaba como si estuviera obsesionada con él y no era el caso. Supuse que fue parte de un mecanismo de defensa, el modo en que mi cerebro encontró algo para calmarme en medio de todo el sufrimiento. Ocurrieron muchas cosas y me lo guardé para mí misma, sin embargo, no tenía sentido. No lo conocía tanto. Tal vez había algo en él que me recordaba a la muerte. El misterio. El miedo. La paz. Jamás lo sabría. Los juegos de la mente, ¿no?
No obstante, su presencia me regaló confianza. No era una bestia, un ente obscuro, o la muerte, sino un ser humano, uno alto y extrañamente atractivo, considerando que no había visto su cara.
¿Qué?
No, no, no.
Lo fundamental era que Lucien Black se podía destruir. Tenía debilidades para explorar, secretos que me servían, y una cabeza para cortar. Nada más.
―¡Su Alteza! ―chilló alguien, interrumpiendo la colisión inesperada. Otro hombre con el mismo uniforme que yo, solo que sin casco, sin la necesidad de esconder su identidad. Sonaba agitado―. Aquí está. Es muy difícil seguirle el paso. ¿Por qué se marchó así?
No me atreví a ver más allá de quién estaba frente a mí. Los ojos de Lucien me recorrieron una vez más antes de contestar por encima de su hombro.
―No soy el que debe responderte a ti.
Abrí la boca, exhalando por primera vez en mucho tiempo, en cuanto él se olvidó de mí para recorrer la sala. No se suponía que estuviera ahí. En su defensa, yo tampoco. Oh, clanes.
―No, claro que no.
―Tendremos la reunión aquí ―informó Lucien, sentándose en uno de los sofás luego de quitarse la capa y arrojarla en el otro como si fuera el dueño de todo y tal vez lo era―. Hay algo en esta sala que me gusta.
Sí, que tienes algo para torturar, eso te gusta, respondí en mi interior.
El hombre asintió con pleitesía.
―Como guste, señor.
Mi mano no paró de temblar, por más que solté la cortina con el objetivo de abandonar mi rincón y salir de allí para avisarles a los demás de que surgió un cambio importante en los planes.
―Precisamente.
A pesar de que atravesé la sala por el otro extremo, temía que fuera un engaño. Tenía la impresión en lo profundo de mí de que él sabía quién era y se estaba divirtiendo con ello tan solo para averiguar qué tan lejos podía llegar. Lo había hecho en la taberna cuando nuestros caminos se cruzaron por primera vez.
Estaba a un paso del triunfo, con un pie en la salida, en el instante en que mi fuga se arruinó.
―¡Oficial! Vuelve aquí, ya que estás aquí, sírvele algo de café a su Alteza ―pidió el oficial que debía de ser un rango superior o no estaría lidiando con alguien de la realeza.
Contestar o negarme no estaba entre mis opciones. No podía usar mi voz. Lucien conocía mi voz. Lo maldije a él y a todas nuestras conversaciones.
Contuve mis emociones en mis puños y me arrastré de vuelta a la sala. Yo no odiaba al príncipe, aun así, imaginar que alguien se equivocó y puso veneno en el café mientras se lo servía tras agacharme para tomar la cafetera me trajo alegría.
―Aunque esta sala iba a ser para sus tropas, espero que se ajuste a su nivel, su Alteza.
¿Por qué ese tipo repetía tanto «su Alteza»?
Hablando de su Alteza Real, abandonó su postura correcta y petulante para poner los codos sobre sus rodillas ligeramente separadas y mirarme de cerca con disimulo.
¿Qué tanto veía?
Lucien rimaba con locura para mí.
―Lo hace.
Puse los ojos en blanco. La tentación de arrojarle el café caliente a la entrepierna se convirtió en realidad. No pretendí hacerlo. Iba a entregarle la taza y, de repente, mi collar se escapó de la cobertura de mi uniforme, balanceándose y exponiéndose. Entré en pánico. Él también había visto ese collar. Así que, mis manos actuaron por sí solas y le tiraron líquido al peor lugar antes de que se fijaran en él. Adiós, futuros príncipes.
Al contrario de lo que pensé que haría, no me gritó o me mandó a la horca, como le había visto hacer a muchos ricos por mucho menos, él se limitó a levantarse de su asiento, sorprendido y confundido por obvias razones.
―¡Lo hiciste a propósito! ¡Tendrás que ir a la horca por esto! ―gritó el oficial superior, apuntándome con el índice.
De acuerdo, eso no salió como creí.
Lucien interrumpió su reclamo con una oración autoritaria que me intimidó más que la amenaza de muerte.
―Yo decido quién vive o muere.
De nuevo, una reacción cargada de pleitesía.
―Lo siento, no quise entrometerme.
―Sí, lo hiciste ―corrigió el príncipe más molesto con él que conmigo. Se comportaba tan raro―. Bueno, ¿qué vas a hacer para arreglar la situación?
Alguien se tomó mal la reprimenda y me regaló una mala mirada al irse.
―Iré a buscarle ropa.
Tragué saliva. Empeoró todo. Volví a estar a solas con Lucien.
De pronto, oí unos pasos y dejé de mirar la puerta para obligarme a hacer contacto visual. Cada segundo que compartía con ese ser humano parecía una eternidad.
―Y tú, ¿no tienes nada que decir a tu favor?
Permanecí quieta en simultáneo que él comenzaba a desabrocharse el cinturón a causa del desastre que causé. Me mordí el labio, queriendo ahorcarme con el mismo para morir allí. Mi pulso estaba por las nubes. Eso no estaba sucediendo. No de verdad. Tampoco aparté la mirada. Me ruboricé. Tenía mucho calor con el casco puesto.
―Nada ―reanudó Lucien, levantando la vista con un tipo diferente de oscuridad en sus ojos―. De acuerdo. Quítate el casco. Quiero ver la cara de la persona que atentó contra el futuro de la dinastía.
Antes muerta.
La confirmación de sospechas fue mi ruina y una broma.
Entonces, el mismo oficial regresó con ropa. Aproveché la distracción para escabullirme entre el grupo de soldados de la guardia real que iba a hospedarse allí. No miré atrás. Troté hasta el vestíbulo y me subí al ascensor.
Estaba ocupada, llevándome una mano al pecho ante la experiencia que había vivido, cuando se subió otro oficial. Lo analicé y decidí hacerle la señal por las dudas. Él me la devolvió.
―¿Redfox? ―preguntó William después de haber puesto que bajaríamos al nivel cinco. Él no se había enterado de nada.
Me relajé y sentí que volvía a tomar el control de las cosas.
―No tienes idea de lo mucho que me alegra verte.
Al menos él halló un rifle modificado con la nueva tecnología del lugar.
―Estás muy cariñosa hoy. ¿Qué pasó? ¿Por qué estás en este nivel?
―Hay cosas que necesitas saber ―dije sin haber procesado del todo los acontecimientos.
Aunque me encontraba afectada por la aparición del príncipe, tenía un trabajo para hacer. Él usaba su máscara y yo la mía.
Me comporté como siempre. Omití algunos detalles de la historia. Le conté todo lo que necesitaba saber. William casi cayó desmayado ante la noticia de Lucien. Lo despreciaba y lo dejó muy claro.
―Tenemos que avisarles a los demás y largarnos de aquí.
Puse el ascensor en pausa.
―¿Y qué hay de los prisioneros? No podemos abandonarlos aquí. Para cuando volvamos, estarán esparcidos por todo el país en pésimas condiciones.
―Si lo hacemos, se darán cuenta al instante y correrán peligro de todas formas. Lo mejor es abortar la misión y volver cuando estemos preparados.
No podía decirle por qué hacía tanto hincapié en ello. Me atraganté con la fuerte y perniciosa verdad. Tenía que seguir una serie de pasos sin que ningún miembro del equipo se enterara ni ningún oficial blanco me atrapara. En esos instantes, era yo contra decenas de personas.
―¿Por qué cada vez que hay un problema la solución de la resistencia es huir?
Preguntas casuales. Nada fuera de lo ordinario. Un error y sería como pisar una trampa para osos.
―No es huir si vamos a volver ―balbuceó y, entonces, aceptó que sonó mal.
Unos oficiales nos observaron desde su piso. Maldito elevador de cristal.
―No van a tener otra oportunidad como esta. Tic tac, hermano, ¿qué vas a hacer? ¿Volver a los brazos de mami Mar Lee o salvar a esa gente?
Él cedió ante la presión.
―Nos vamos a meter en tantos problemas. Si me preguntan quién es el culpable, te señalaré a ti.
Presioné el nivel al que quería ir y comenzamos a movernos.
―Al menos no soy una cobarde.
―Excepto cuando se trata de emociones.
―Golpe bajo.
―Es lo justo.
―Yo me quedo con el arma ―dije previo a quitarle algo que necesitaría para más tarde. No le pedí que fuera a buscarla por mera casualidad. William fue mi cómplice sin siquiera saberlo―. Es lo justo.
―¿A quién buscaremos primero? ¿Amez y Sousa?
Theo y Clara.
―Así será más fácil convencer al capitán.
―Hay fuerza en los números.
Debido a que no portábamos comunicadores, nos vimos obligados a localizarlos personalmente. Un tedio, sí. La peor parte no fue la búsqueda, sino los pensamientos que venían detrás de mí como sombras con vida propia. Muchas cosas por hacer. Muy poco tiempo.
Revisamos cada rincón de la zona común o dormitorios, no sabía cómo se referían a ella, y no hallamos nada que valiera la pena. Cada cuarto era idéntico al anterior. Eso no me espantó en absoluto, no. William y yo nos reunimos de vuelta en el ascensor y bajamos. El proceso se repitió una y otra vez hasta que descubrimos una forma de evitar las cámaras para no ser tan sospechosos.
Nivel nueve: un almacén lleno de repuestos de las naves de caza y los robots que funcionaban por el predio con trabajadores tanto humanos como artificiales.
Nivel ocho: una armería que únicamente vimos desde lejos. No pudimos acceder al mismo con nuestras tarjetas.
Nivel siete: una área médica donde los doctores eran robots y había máquinas que cualquiera podía operar al ponerle indicaciones básicas.
Y, en la actualidad, nos faltaba el nivel seis.
―Si llegan a estar en el seis y perdimos todo este tiempo buscando cuando estaban sobre nuestras cabezas, voy a explotar.
―Para ser justos, podrían haberse movido porque nosotros tardamos tanto ―comentó William, analizando la situación―. Esto no está ayudando, ¿no?
―No.
Pero ver de primera mano los diferentes pisos sirvió para no toparme con más sorpresas indeseadas como el lord Oscuridad.
El nivel seis me encantó. No por el hecho de que un vistazo de nuestras identificaciones bastó para que la barrera se deshiciera, ni por la enorme cantidad de pantallas y hologramas que contemplaron mis ojos sensibles a la luz, sino porque los encontramos.
Theo paseaba detrás de Clara, suplicándole que fuera más despacio, mientras los presentes parecían muy ensimismados con sus auriculares, yendo de una esquina a otra de aquella sala blanca, sin apartar la vista de lo que deduje que eran planos y planes que se escapaban de mi entendimiento. Sus dedos se movían como los de un arpista. Tal vez los consideraría artistas si sus actos no fueran tan perversos. En fin, William y yo nos introdujimos por el mismo pasillo por el que nuestros amigos desaparecieron.
―Vamos.
Él me detuvo de repente.
―¿A dónde crees que vas? Tú te quedarás aquí.
Me sacó de órbita.
―¿Yo qué?
―¿Has notado que ninguna de estas personas está armada? ―planteó, exponiendo algo que ya sabía e ignoré a propósito―. Si no quieres llamar la atención, montarás guardia aquí con el arma que tanto quisiste.
No protesté. Mientras trajera a los mencionados, no importaba cómo.
―Eres malvado.
―Crecí contigo. Se me debe haber pegado la maldad.
―Qué gracioso ―pronuncié un poco dolida y regresó sobre sus pasos.
―Estoy bromeando. Ten cuidado.
Puse los ojos en blanco y aguardé cerca de la salida. Habíamos pasado mucho tiempo en el hangar que alojaba miles de secretos. No habría ningún inconveniente mientras no cometieran ninguna tontería.
Entonces, el universo conspiró en mi contra y una sirena comenzó a pitar y unas luces rojas y alarmantes empezaron a parpadear por todo el lugar.
¿Sonaba solo en el nivel seis o en todo el edificio?
Oh, no.
No quería enfrentar monstruos caníbales. De nuevo.
Segundos más tarde, tres uniformados se presentaron corriendo en mi dirección y no necesité ninguna señal secreta para saber que eran los responsables del caos y que eran los miembros de mi equipo. No serían de la rebelión si no les gustara causar un desastre de vez en cuando.
―Que me joda un...
Mi oración quedó a medias.
―¡Apunta! ―chilló William, agitado.
―¿A qué?
―¡Son ellos! ―Un oficial se presentó detrás de ellos y alertó a la multitud que nos miraba desde la sala. Las pantallas se pausaron con el objetivo de enfrentar la realidad y a nosotros―. ¡Atrápenlos!
Mi hermano mayor insistió con apremio.
―¡Apunta!
Agarré el rifle y le apunté a la multitud. El resto del equipo se colocó detrás de mí. Los uniformados blancos retrocedieron, poniendo las manos en alto de manera automática. Sin duda, estaba lidiando con analistas y no soldados. Carecían de cascos, por ende, el miedo en sus ojos era palpable. Me hizo dudar. Supuse que hasta los asesinos temblaban ante una amenaza letal, en ese caso, yo.
―¿En serio? ¿No pudieron noquearlo y dejar que lo encontraran más tarde? ―le susurré a mi grupo―. Y yo soy la principiante.
―¡Hicimos lo que pudimos! ―exclamó Clara, sosteniendo una tableta que obviamente no le pertenecía y debía ser el motivo de la persecución.
Theo estaba ocupado llamando al ascensor.
―¡Y salió para la mierda! ¡¿Por qué no viene?!
―¡Deja de golpear el panel! ¡Tienes que ser delicado!
―Discúlpame si estoy muy estresado para ser "delicado".
―¡Listo! ¡Entren! ―intervino William.
Los tres corrieron a meterse en el ascensor y yo retrocedí sin bajar el arma hasta que la puerta automática se cerró. Descendimos sin un rumbo en particular.
―¿Qué diablos hicieron?
―No me acuses, esta vez soy inocente ―me contestó Theo, culpando a Clara.
―¡Bien! ¡Fui yo! ¿Están felices?
―No, activaste una alarma que me va a explotar los oídos ―le respondió mi hermano.
―No, no lo hice.
―¿Qué? ―exclamé―. Entonces, ¿quién lo hizo?
Theo se colocó en una de las esquinas del ascensor.
―Probablemente alguno de los idiotas con los que vinimos. Sabía que dividirnos no era buena idea.
William colocó sus puños en sus caderas. Me recordaba a mamá, es decir, Nora cuando hacía eso.
―¿Y no se te ocurrió mencionarlo?
―Cierra el pico, sabelotodo arrogante ―vociferó Theo―. ¿Qué hacían en nuestro nivel para empezar?
Me puse entre los dos y me enfoqué en Clara.
―Primero que nada, ¿qué estaban haciendo ustedes ahí?
―Puede que haya encontrado y copiado todas las ubicaciones de sus bases de operación. Al menos, las que son como esta ―informó Clara, sacudiendo la tableta con humildad―. No pude resistirme.
Abrí la boca, sorprendida, y me dirigí a ella para darle un breve abrazo de costado.
―¡Eso es increíble!
Theo nos interrumpió.
―Hola, estamos a la mitad de una crisis.
Aunque Clara se apartó, permaneció a mi lado.
―Gracias por el recordatorio. No podemos vencerlos con esto. Es únicamente lo que conseguí descargar antes de que nos encontraran. No tengo sus planes o información sobre...
Noté que estaba desacreditando su labor al igual que yo solía hacerlo y no me agradó.
―Buen trabajo.
―Gracias. Pero él tiene razón. ¿Qué hacían ahí?
William se ofreció a explicarles en menos de un minuto.
―¿Están con nosotros?
―La mera pregunta desata mi violencia interna ―dijo Theo.
―¿Eso es un sí?
―¡Sí! ―expresó Clara, siendo más afable―. Ahora solo falta encontrar a los demás.
Mi hermano asintió y giró el índice para girar el dedo y señalar lo obvio: las alarmas.
―¿Creen que están en problemas?
―Estamos hablando de nuestro equipo ―destaqué y ellos pensaron que los iba a consolar―. Por supuesto que sí.
―Yo tenía la esperanza de que fueran otros.
―¿Cuáles son las probabilidades de que los ataquen otros en el mismo día?
―No lo sé. ―Theo me miró al desconocer la respuesta de la pregunta retórica de William―. ¿Cuáles son?
Hice el cálculo en menos de cinco segundos.
―El porcentaje preciso sería...
―Detente, no quiero saberlo.
―Simplemente, hagamos lo mismo que antes. No sabemos por qué suena la peor canción del mundo. Actuemos con naturalidad.
―Dijo la mujer con el rifle gigantesco ―formuló Clara, refiriéndose a mí a la vez que se levantaba la parte superior del uniforme para guardar y ocultar la tableta a la altura de su abdomen con ayuda de su pantalón.
―Limitémonos a ser invisibles ―accedió William a segundos de que se abrieran las puertas en el nivel tres.
Todos nos preparamos para enfrentar a un batallón. Esperé armas apuntándonos y robots asesinos listos para dispararnos, en cambio, terminamos indemnes. Por completo. Qué decepción. Qué alegría.
Había un montón de oficiales blancos trotando de un lado a otro, revisando cada rincón del vestíbulo que era idéntico al que había en el nivel cuatro, como si intentaran localizar a un fugitivo. Sus bisbiseos confirmaron mis sospechas. Además, algunos de ellos poseían relojes que proyectaban la imagen de cinco uniformados distintos, una de ellas me resultó muy familiar al ser extraída de una de las cámaras de vigilancia que debían tener.
―La buena noticia es que estamos bien ―comentó Theo a medida que aparentábamos ser un grupo más.
Me puse en medio de ellos y los utilicé como escudo.
―No todos.
―¿A quién crees que están buscando? ―continuó la charla William.
Dudé sobre si decir lo siguiente o no:
―A mí.
Los tres giraron sus cuellos en mi dirección.
―¡¿Qué?!
Recibimos algunos vistazos fugaces. Nada más. Por suerte.
―¡Baja el tono! ―susurré ante la exclamación de Theo―. Llamarás la atención.
―Es decir, más que tú. Perdón por robarte el lugar en el centro.
Clara le dio un codazo para defender mi honor.
―Gracias ―le dije con afecto y luego me concentré en los demás―. Buscan a los cuatro que faltan en este equipo y a mí. Yo tengo una idea de por qué el príncipe de las fuerzas oscuras me quiere, pero no sé por qué ellos están tan desesperados por localizar a los demás.
Theo agachó la cabeza.
―Ellos deben haber activado la alarma.
―No me digas ―bufó William ante la obvia deducción―. La pregunta es cómo y dónde carajos están.
Sin dejar de abrazarse a sí misma, Clara dijo:
―Solo tenemos que encontrarlos antes que los oficiales con sistemas de seguridad sofisticados.
Realicé un asentimiento sin darme cuenta.
―¿Qué tan difícil puede ser?
Un nivel más tarde, empezamos a pensar diferente.
―Quiero morir ―protestó Theo.
Caminamos y caminamos. Nos convertimos en copias de los uniformados blancos y nada. Las sirenas dejaron de sonar. Jason, Maureen y los dos rebeldes se habían desvanecido en el aire. La señal no funcionó. Nadie respondía a ella.
―El nivel uno es el indicado, lo sé ―aseguró Clara.
Theo agachó la cabeza.
―Es el único que falta. Si no lo es, me entregaré voluntariamente. Mis pies me están matando.
Eso era lo que pasaba tras recorrer diez niveles gigantescos sin descanso.
―Guarden silencio ―murmuré, asegurándome de mantener la burbuja de protección.
El ascensor quedó detrás de nosotros. A diferencia de los tres niveles anteriores que parecían ser oficinas o lugares dignos de recibir a miembros de la alta sociedad, el nivel uno me recordó al almacén de la rebelión. Puros vehículos terrestres. Filas y filas de ellos acomodados a la perfección para marcar una ruta hacia la gran salida por la que entraba luz natural. Mi visión lo apreció. Mi grupo avanzó, queriendo ubicar a nuestros amigos fugitivos entre las grietas de los vehículos, y yo me quedé atrás, teniendo aquel presentimiento de que algo importante se acercaba de nuevo.
Solo existía un pequeño un problemilla: el convoy del príncipe se ubicaba en la entrada junto con los guardias reales más fieles al mismo. Sus uniformes diferentes y negros, hechos con telas más caras y bordados con el emblema de la dinastía Black revelaban sus identidades cubiertas por máscaras que tapaban la mitad de sus rostros. Eran una fuerza de élite denominada "caballeros negros". Por algún motivo, eran más intimidantes que el resto. Por supuesto, no más que su líder.
Entonces, oí el sonido suave del elevador abriéndose otra vez. Los pasos rápidos y agresivos de alguien me alteraron. No lo demostré hasta que percibí una mano apoyarse sobre mi hombro a través de la tela y el mismo se hundió ante la sensación visceral que me generó.
Cuando volteé, ahí estaba él con un nuevo y elegante atuendo, bajando su brazo y contemplando mi casco como si le fascinara tanto como a mí descubrir qué había detrás de su máscara metálica. De nuevo. Pude ver mi reflejo en sus ojos. Quise soltar miles de maldiciones sobrenaturales y mis labios permanecieron sellados.
―Te encontré ―dijo, atentamente, como si su intención no fuera asustarme―. Te he estado buscando por todas partes, ¿lo sabías? ¿O las alarmas no fueron lo suficientemente fuertes?
¿Eso fue un chiste?, me pregunté. Nunca podía notar la diferencia. Todo lo que decía parecía ser mitad verdad y mitad mentira, como si le gustara jugar con la percepción de los demás.
No acabaron las sorpresas. Detrás de Lucien se encontraba la explicación de por qué dejaron de sonar las sirenas. Su séquito de guardias había hallado, esposado, y despojado de sus cascos al resto de nuestro equipo. Jason, Maureen y los dos rebeldes regresaron con una mezcla de miedo y furia que era imposible de ocultar. Pero él estaba parado frente a mí con las intenciones de capturarme de la misma manera. Claro, sin perder el privilegio de hacerlo él mismo a modo de venganza por el incidente que ocurrió durante nuestro último encuentro.
Por eso, toda mi concentración fue a parar a su mirada. Estábamos rodeados. El caos y la cantidad de sangre que se derramaría a continuación dependía de las órdenes que dictara. Un movimiento de sus dedos, una palabra suya, y adiós mundo cruel.
¿Qué debía hacer?
¿Fingir ser una prisionera dócil? ¿O apuntarle a la cabeza y tomarlo como rehén?
Cielos, su seguridad me ponía los pelos de punta. Yo era la que portaba el arma y, por alguna razón, Lucien parecía tener el control de la situación.
Eso no había pasado antes. No a esa escala. No con solo una persona.
―Tú vas a venir conmigo ―añadió el príncipe tras una pausa mortal.
Lo entendiste al revés, Lukie-pookie, contesté en mi mente.
Salí de mi burbuja de protección. Tuve que maquinar en cuestión de segundos sin que mis ojos me delataran. Los prisioneros nos observaban tanto como los guardias. Mi equipo se acercaba lentamente, ocultándose con la ayuda de los coches, como apoyo, planeando un ataque. Ergo, sería un buen momento para practicar mi puntería.
Miré al enmascarado controlador. El deseo de acabar con su vida surgió de un lugar tan oscuro como la energía que él anhelaba transmitir. Sin Lucien no había heredero al trono. La tentación palpitó junto con mi corazón. Pero me abstuve. No me entregaría a una ensoñación que nació en el calor del momento.
Aun así, hice algo inesperado, algo que probablemente sacó de eje a mis conocidos. Tomé el brazo de Lucien, el brazo de alguien que no debía tocar ni en mis sueños, y tiré de él para llevarlo detrás de mí y ponerme frente al hombre como si quisiera quitarlo de mi camino y protegerlo a la vez. Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, liberé la tela, ya que no me atreví a tocarlo de verdad, sino que había tomado la manga de su nuevo y largo abrigo negro y actué.
Alcé el arma, acomodé mi postura y eliminé mis objetivos con rapidez. Los cuatro guardias reales se desplomaron ante un disparo fatal en la garganta, es decir, el único punto visible y débil de su uniforme. No fue una bala lo que los mató, sino un láser similar al que utilizaron los robots esféricos. Los prisioneros quedaron libres.
El resultado fue que tanto los rebeldes como los oficiales blancos se desataron y comenzaron a pelear en busca de nivelar su caos interno. Instantáneamente, se escucharon gritos, golpes, disparos humeantes, pisadas, y toda clase de sonidos de lucha. No tuve tiempo para procesar el presente. Alguien me arrastró al suyo.
Lucien tomó mi brazo, alcanzando hasta el codo con su mano grande y protegida por el guante negro, y me forzó a girar sobre mis talones para encararlo en lugar de los cuerpos sangrientos. Mi ritmo cardíaco acelerado sufrió otro impacto cuando vi la pistola moderna con la que me apuntaba a la cabeza. Debió haberla estado escondiendo con ayuda de su abrigo. Por supuesto que no se iba a quedar sin hacer nada.
El ruido bajó su volumen repentinamente y el contraste entre mi respiración impactando contra el casco y su respiración resonando a través de la máscara se volvió todo lo que fui capaz de escuchar. Bien podía ser mi último aliento. No esperé aquella reacción de su parte. Me tenía temblando. Mi mente se quedó sumida en la oscuridad. El brillo oscuro de su mirada me asustó más que su dedo en el gatillo. Era impredecible. Un segundo y todo se reduciría a nada.
―Suelta el arma ―ordenó, recordándome que yo sostenía un rifle y también lo amenazaba con él. Estábamos igual―. O te mostraré cómo se mata a alguien de verdad.
Era evidente que ese hombre no tenía idea de con quién estaba hablando.
Vacilé. Cada letra envió una corriente eléctrica por mi espalda.
Ahora o nunca.
El resto de mi equipo luchaba fervor, saliendo de mi campo de visión debido a los vehículos que sufrían daños por la lucha, y le impedían a los guardias venir por el príncipe. Nadie se interpondría entre nosotros.
Solté el arma y tragué saliva ante el estruendo que ocasionó al caer. El pulso de Lucien jamás tembló. Sabía que no podría haber sido de cualquier otro modo.
Puse las manos arriba lentamente y, en el instante en que creyó que me rendí, llevé a cabo un movimiento arriesgado. Tomé el cañón de la pistola en busca de desviarla, lo que activó su enojo, y la pelea por control inició.
Fue fatal. Se nos escapó un disparo y la marca quedó en el techo sobre nuestras cabezas. Él renunció al gatillo y puso sus manos sobre las mías, presionando con fuerza para recuperar lo que le pertenecía. Luché contra la diferencia de altura y cómo su cuerpo se movió en sincronía con el mío en el momento en que giramos, dibujando un círculo invisible, rehusándonos a soltar el arma. La terquedad era lo único que teníamos en común.
Entonces, cuando estuvimos atrapados en la misma posición, apuntando al suelo y mirándonos con intensidad, Lucien tomó la iniciativa.
Él aprovechó el hecho de que yo no podía despegarme de la pistola, sacó una mano de la ecuación, se movió a mi alrededor como un depredador y se paró detrás de mí en menos de un segundo. Todo mientras aquel cambio me obligaba a levantar los brazos, ya que tenía que tener cuidado con que el arma no se disparara por accidente, y él volvía a usar ambas manos para juntar las mías detrás de mi cabeza. La pose incómoda ocasionó la presión suficiente para que tuviera que soltar el arma. Aquella perdida se convirtió la menor de mis preocupaciones cuando me quitó el casco en vez de atrapar la pistola.
El tiempo se detuvo.
Cada cosa que planeé se puso en pausa.
Vi mi vida pasar por mis ojos.
No, no podía estar pasando.
Quedé expuesta. Contemplé la batalla a mi alrededor y los mechones de cabello rojizo que cayeron sobre mi frente de primera mano. El aire enfrió mis mejillas rosadas. Más que nada, el miedo corrió por mis venas como cuchillas de afeitar. No existía una expresión para describir cómo me sentía. Nunca me puso tan nerviosa el hecho de que alguien viera mi verdadera cara.
―Ahora solo somos tú y yo. De verdad.
Tuve que actuar con rapidez. Lucien me había liberado y estaba muy ocupado arrojando el casco a la lejanía. Todavía poseía una oportunidad. Pisé la pistola que se ubicaba entre mis piernas y la envié al lado opuesto con una patada. Mi nueva misión sería recuperar ese maldito casco.
Como el príncipe notó mi acción, rodeó mi cintura con un brazo justo cuando iba a salir corriendo. El toque me puso nerviosa. Lo hizo con mucha facilidad, como si tuviera mucha experiencia. Su presencia era magnética, casi eléctrica. Agaché la cabeza, cubriendo mi cara con mi pelo suelo, y me defendí. No podía matarlo, pero podía pegarle.
Le di un pisotón a la vez que le mordí el brazo con el que capturó mis hombros hasta que saboreé sangre. Él maldijo y fui liberada de su tormento. Me regocijé con la victoria con la mira puesta en el objetivo que descansaba a metros de distancia y me apresuré a ir por el mismo.
No conté con el hecho de que Lucien también sabía pelear. Comenzaba a odiarlo. En serio. No había información sobre su entrenamiento personal en ningún lado.
¿Qué otras cosas podía hacer y nadie más sabía?
Estaba cerca de llegar y algo sujetó mi tobillo y me hizo caer de lleno al suelo. Él. Su desesperación igualaba la mía.
―¿A dónde vas, princesa? ―masculló, jalando de mí con una potencia superior a todo lo que vi antes―. No hemos terminado esta conversación.
El apodo me trajo muchos recuerdos y rogué que fuera una coincidencia, aunque me molestó la idea de que se lo dijera a todas las chicas.
Volteé, cubrí mi cara con mis brazos, y le di una patada en la cara para vengarme. Funcionó de maravilla. Mientras él se recuperaba, me deslicé con todas mis fuerzas y atrapé el casco.
Justo allí me topé con William, quien noqueó un uniformado antes de ver mi rostro. Le tomó un segundo para darse cuenta de la situación e hizo un movimiento con la cabeza para señalar al rifle que abandoné minutos atrás. Entendí. Me puse el casco, di una voltereta y logré agarrar el arma justo para terminar con una rodilla flexionada y la vista puesta en Lucien. Él se hallaba en una posición similar con la pistola en mano y grietas reales en su máscara.
No pronunciamos nada. Nos estudiamos a medida que nos poníamos de pie. Otra vez, giramos alrededor del otro con desconfianza, curiosidad y algo más. Nos conocíamos y a la vez no. Éramos monstruos y teníamos monstruos internos. Pero también éramos las criaturas más desquiciadas: humanos.
Pronto, los rebeldes se fueron colocando a mis espaldas, cerca del ascensor. Heridos. Ningún muerto.
En consecuencia, Lucien soltó la pistola y regresó a su temperamento imperturbable. Aunque todos se escandalizaron y me llamaron traidora, nada perturbó la máscara irrompible del hombre. Respiración controlada. Ojos enfocados. Puños cerrados como siempre. Sin sentimientos, ¿cierto?
¿Qué tenía que hacer una para obtener una reacción de su parte?
¿A dónde se había ido toda su humanidad?
Ni siquiera parecía importarle que cuatro de sus guardias acababan de morir.
Bueno, en eso nos parecíamos. A mí tampoco. Se lo merecían. Si estaban en ese edificio, sabían lo que sucedía y eran tan cómplices de las torturas como los torturadores.
―¡Captúrenlos! ―gritó una voz en la multitud.
Todo el equipo se agrupó a mis espaldas con el objetivo de meterse dentro del elevador mientras yo sostenía su única defensa. Mi estómago se retorció. Los uniformados blancos que portaban armas de láser se dirigieron a mí. Temblé al ver todos los puntos rojos sobre mi cuerpo. Aun así, no perdí mi confianza. Seguí mirando a Lucien, confundida, a medida que retrocedía para unirme a mi grupo. Entonces, él levantó dos dedos y los atacantes detuvieron su avance.
―Pero, su Alteza...
―Hazlo. Si te pagara por pensar, estarías en bancarrota con una mente como la tuya ―contestó Lucien con una astucia malvada y me esforcé muchísimo para no reírme en medio de un escenario tan complicado. Estaba mal―. Detente. ¡Todos ustedes!
El poder sobre quién vivía y moría. No mintió.
Ahí estaba la bestia con problemas de ira de la que tanto oí.
El grito final me sobresaltó a tal punto que no me di cuenta de que entré al ascensor hasta que las puertas se cerraron frente a mí. Encontré una emoción: furia. Lo extraño era que no la dirigía a quién debería. Lo último que vi antes de que subiéramos fue a Lucien caminando sobre el charco de sangre y esquivando a los muertos como si fueran una mancha en su alfombra, todo con tal de tener un vistazo final de nosotros, de mí. Luego se convirtió en una sombra densa y yo pude respirar con normalidad.
―Bueno, esta misión no salió como lo planeamos ―comentó Jason mientras los demás pensábamos en cómo los diablos íbamos a salir con vida de ahí.
Theo perdió los estribos.
―¿Eso crees? Es decir, ¿eso cree, señor?
El hombre desestimó el comentario y se dirigió a mí desde la otra punta del lugar.
―Gracias, número uno.
William y yo nos miramos, dudosos. Él era el número uno.
―¿Yo?
―Nos salvaste la vida. Has sido promovida a número uno.
―¡Toma eso, número dos! ―me burlé de mi hermano y después me sentí juzgada por los presentes―. ¿Qué? Soy madura. Salvo vidas. Eso es maduro, ¿no?
Maureen, quien todavía seguía con una mano sobre su pecho agitado por las circunstancias, dijo:
―Sin duda y gracias.
―Cielos, somos muchas personas en un lugar tan reducido ―comentó Theo de repente―. ¿Creen que esta cosa se va a caer?
Lo miré de mala gana.
―No lo pensaba hasta que lo dijiste.
Como moví el brazo con el que cargaba el rifle, ellos entraron en pánico. Su miedo estaba justificado. Yo podía desintegrarlos en menos cinco minutos y salir limpia al siguiente nivel.
―¡Cuidado con esa cosa, oficial! ―exclamó Jason.
Permanecí recluida en un rincón y acaricié el rifle.
―Lo siento, bebé. No lo dicen en serio.
―Clanes, ella es con las armas de la misma forma en la que él es con los coches ―suspiró Clara con la clase de suspiro que solía venir acompañado de una sonrisa. Invisible, en el caso actual.
Arrugué la nariz.
―¿Por qué lo pusiste de esa forma?
―Somos lo mismo ―insistió Theo, encantado con la idea.
―Ni siquiera en un universo alternativo.
―Tendré que vivir con eso.
Ante aquella mención, William habló tras eso.
―Hablando de eso, ¿cómo es que estamos vivos?
―¿Por qué nos dejó ir? ―preguntó Maureen al grupo que todavía estaba en recuperación―. Wesley. Nos podría haber fusilado y no lo hizo.
Las agujas de mi mente tejieron y tejieron sin parar, entrelazando pensamientos con delirios. Tenía el presentimiento de que aquella pregunta me mantendría despierta por la noche.
La pelea con Lucien fue vigorizante, por así decirlo.
―Sí, yo tampoco lo entiendo. No parece ser un tipo misericordioso.
―No lo sé. ―No me di cuenta de que había empezado a jugar con mi collar hasta que hablé para callarlos. No estaba segura de querer saber la respuesta―. Solo agradezcamos que lo hizo.
Clara señaló mi postura al sostener el arma.
―O tal vez estaba realmente asustado de ti.
Por más que quise forzar una sonrisa, no lo conseguí. Esa broma movilizó algo extraño en mí. Se escapaba de mi comprensión por qué él me desestabilizaba de aquel modo. Debía ser su título real o el aura mística que creó, sin embargo, lo hacía y, a diferencia de los demás que me rodeaban y lo odiaban o le temían, a mí me intrigaba de la misma forma en que alguien quería visitar un país que nunca vio y eso me hacía sentir culpable, considerando la situación actual. Ellos veían el personaje que se inventó. Yo deseaba ver a la persona detrás de eso. Su singularidad podía ser interesante.
Mi curiosidad incrementó gracias a las cosas que me dijo Marlee cuando me entregó el material que me tuve que aprender de memoria.
¿Acerca de quién?
Sí, él.
Anotaciones sobre su personalidad. Hábitos. Gustos personales. Cosas que le molestaban. Todo resumido por sus informantes para la misión que me encargó.
«Conozco a mi sobrino. Poco, pero lo suficiente. Es frío, cruel y solitario. Aun así, algo cambió en Wesley después de que te conoció en el baile real. Nada se mete en su cabeza o logra entrar en su corazón, sin embargo, tú lo hiciste de algún modo. O eso es lo que parece. Por eso está atravesando el mundo, matando a cualquiera que se cruce en su camino, visitando cada ciudad. No sé qué hiciste para causar tal impresión en él. Solo sé que no nos está cazando a nosotros, sino que está buscándote a ti personalmente cuando podría mandar a sus hombres para que te lleven directo a su castillo. Así que, creo que es hora de explotar esa debilidad».
Eso fue lo que me dijo Marlee.
Pero ya juzgué a la gente basándome en los informes que me dieron. Lo hice con mis compañeros de la academia. No me sirvió para nada. Tenía que sacar mi propia conclusión. Quería hacerlo.
Supuse que yo estaba tan intrigada como él por mí. Un horror más grande que el reino entero, lo sabía. Sus acciones eran despreciables, sus palabras también y, no obstante, eso fue con otras personas. Nunca conmigo. Una prueba de ello fue lo que sucedió un minuto atrás. Pudo haberme matado al igual que yo pude haberlo hecho y no lo hicimos. Yo sabía que fue por mi misión. Él carecía de una razón y temía que nunca la conocería.
Alejándome de eso, entró otra pregunta a mi sistema.
―Oye, ¿cómo no te reconoció? Es decir, ya sabes.
―No. Él siempre vivió en el ala oeste del castillo. Solo. Nadie tenía permitido entrar. Sirvientes o miembros de la Corte Real. Daba lo mismo. Él no me conoce. Su madre lo quiso así ―contó Maureen, triste al final.
Luvia lo quiso así.
Me entristeció.
No por Luvia, sino por Maureen. Ella la consideró su familia, pero nunca fue considerada públicamente familia por ella. Fue su secreto.
―Perdón. No lo sabía.
También me dio pena Lucien. Mis conocimientos sobre él me limitaban. Aunque crecer aislada del mundo como yo era brutal, vivir aislado en tu propia casa no pudo haber sido fácil. La soledad mataba a los niños alegres.
―Lo importante es que ahora vamos a tener a todo un edificio cazándonos. Todavía tenemos una misión restante ―recordó William, tomando los hombros de la chica al notar que se entristeció.
Una arruga se presentó en Jason y todos los demás que no estaban al tanto de nuestro plan secundario.
―¿Cuál?
La historia se repitió. Fue el turno de Theo de informarles lo que planeábamos mientras subíamos al nivel cinco apresurados. Ellos esperaron a que su líder tomara la decisión, como ovejas en rebaño.
―Apenas pudimos escapar con vida. No tenemos tiempo para ir por ellos ―se negó Jason, bloqueando la salida del elevador con los dos brazos estirados.
Doblé el cuello para desafiarlo.
―¿Por qué no? ¿Acaso piensas que nuestras vidas son más importantes que las de ellos?
―No sabemos cuánto tiempo nos queda.
No me importó desafiarlo abiertamente. Me agaché, curvando la espalda, y pasé caminando al nivel seis por debajo de uno de sus brazos.
―Entonces, debemos apurarnos. ¿Quién viene conmigo?
Por un momento, creí que tendría que hacerlo sola hasta que me acompañaron dos personas. William por lealtad familiar. Clara porque ella era genial y listo. Los tres esperamos a que los demás recapacitaran en simultáneo que yo removía la primera barrera.
―Voy a ir solo porque odio los ascensores. ―Theo cruzó, agitado―. ¡Y porque es lo correcto! Sí, eso también.
William le dio una palmada en la espalda ante sus tonterías.
Maureen intercambió una mirada con los rebeldes que quedaron atrás.
―Fuimos sus prisioneros por cinco minutos y casi morimos. Ellos probablemente han estado aquí por más tiempo. Tenemos que liberarlos.
Tras contemplar su decisión, Jason bajó los brazos y dejó salir a los demás antes de unirse. Pronto avanzamos hasta la próxima barrera. William se encargó de ella.
―Buena decisión, jefe ―le dije y él me miró, amargado. Me intrigó saber por qué Marlee tampoco confió su el tercero al mando.
―Ahora solo tenemos que encontrar un modo de quitarles las esposas.
Clara levantó la mano para alertar a los presentes a la vez que venía hacia mí.
―Yo tengo uno.
Alcé el rifle para que mirara al techo y giré mi cuerpo para dejar de mirar al grupo y solo enfocarme en ella.
―¿Acaso implica que yo le dispare a un montón de cosas?
Ella arrastró el dedo por el cañón, relajada.
―Si te complace.
―Lo hace. ¿Lo ves? Esta es la razón por la que te quiero ―dije sin pensar y se me escapó una risita al sentir la mirada de los presentes, los que me conocían y sabían que no decía eso a la ligera―. En el equipo, la quiero en el equipo.
Salvándome del incordio, Clara se apresuró a darles una solución mientras nuestros acompañantes se distraían a investigar la sala llena de viales.
―Okay. Si este rifle funciona con láser, puedes dispararle a las esposas con cuidado para partirlas a la mitad. Más tarde, cuando estemos seguros, encontraremos un modo de removerlas sin violencia de ningún tipo.
Nadie le respondió. Aproveché la distracción, puse un brazo alrededor de su hombro con los labios arrugados y le pregunté:
―No me lo dijiste de vuelta. ¿Por qué no me quieres?
―Porque me estás apuntando con un arma ―comunicó ella con la cabeza.
Me enderecé y bajé el rifle.
―Upsi, no me di cuenta. ¿En qué estábamos?
―En una misión de vida o muerte.
―Claro. ―Tuve que acelerar las cosas y comunicarme con quienes fueron prisioneros―. ¡Oigan, esposados! ¡Hagan una fila para mí!
Listo.
William apareció justo cuando yo iba a ir por Maureen.
―¿Por qué no me dejas hacer esto? Estas cosas requieren un toque delicado y tú... ―inició él de la nada.
Pedí paciencia. El tiempo se nos escapaba de las manos.
―Y yo tengo perfecta puntería, ¿recuerdas mi entrenamiento?
Él tragó grueso en cuanto volví a apuntar.
―Yo tengo más experiencia que tú.
―Cielos, eres mi hermano y te quiero, pero a veces se me olvida de que también eres un hombre ―murmuré para mis adentros―. Puedo hacer esto. Soy buena. Confía en mí. Así que, ¿por qué no te alejas y dejas a tu linda novia en mis manos? Te aseguro que cuidaré de ella.
Él arqueó una ceja y se cruzó de brazos.
―Igual que cuidaste muy bien a mi última novia cuando la escondí en tu cuarto para que nuestros padres no la echaran de la mansión.
Viajé al pasado y recordé a Faith. Personalidad salvaje, cabello castaño, ojos pardos, y un hoyuelo en la mejilla izquierda. Siempre usaba tops que dejaban ver un poco de su vientre. Oh, sí. Terminé sonriendo. Pasó tanto tiempo.
―Bueno, ella no estaba precisamente escondida en el closet. ¿Qué? No es mi culpa. La chica besaba muy bien.
―¡No lo sé! Ella nunca me besó a mí ―se justificó.
Intenté no reírme de él. Todo sucedió poco antes de que se marchara a la Academia Black. Una noche William se presentó en mi alcoba, me trajo una chica que era un año mayor que yo y me pidió por favor que lo ayudara a esconderla porque nuestros padres no nos dejaban tener compañía después del toque de queda. Por supuesto, se le olvidó mencionar que ellos habían empezado a salir ese mismo día.
Técnicamente, no fue mi culpa. Eso pasaba cuando había una norma que te prohibía poner un pie fuera de tu casa. Solo podías salir con las personas que vivían cerca, en ese caso, Faith, la hija de uno de nuestros muchos instructores.
William se atrevió a tener varias novias secretas a lo largo de los años. Yo tuve muy pocos momentos breves con algunas chicas y algunos chicos, pero nunca salí con nadie, no hasta el innombrable. Fui la heredera obediente por demasiado tiempo, no me permití sentir a causa de las leyes y el temor a que mis padres me castigaran. En la actualidad, ya no me importaba. Era yo y yo haría lo que quisiera con mi vida.
―¿Todavía no superaste eso? Porque ella siguió adelante bastante rápido. Es broma. Bueno, no, eso pasó de verdad. Lo siento. ―Apreté los dientes, esbozando una sonrisa torpe―. Te prometo que será solo un disparo. Ella ni lo sentirá, ¿o no, Maureen?
Maureen continuó sentada con los demás.
―Eso espero. Solo estoy amando esta dinámica de hermanos.
―Estoy preocupado ―confesó William con más seriedad.
Olvidé lo mucho que te podías preocupar por el bienestar de tu pareja.
―Entonces, ¿estás seguro de querer contarle la historia a tus nietos sobre cómo le disparaste a su abuela? Tan romántico, ¿no?
―Odio cuando haces esto.
―¿Qué? ¿Ganar? Sí, debe ser muy doloroso para ti.
Él olvidó su comportamiento de mal perdedor y se emocionó como un tonto.
―Aun así, ¿crees que vamos a tener nietos?
―Dentro de muchos años ―susurró Maureen por lo bajo.
―Como tu hermana, prefiero no pensar en eso.
―Y lo hiciste asqueroso de nuevo.
―De nada ―me encogí de hombros y él puso una mano en uno.
―Bien. Confío en ti. Sabes que lo hago. Sé que eres buena en esto.
―Oh, ustedes son tan tiernos y violentos al mismo tiempo.
―Bien, puedes dispararle ―bromeó William y Maureen le regaló una mueca.
―¡Oye!
Puse los ojos en blanco antes de tomarme el asunto en serio y realizar mi labor. Los cuatro prisioneros quedaron libres. A medidas. Conservaron partes de las esposas que lucían como brazaletes enormes y modernos.
Ahí me introduje en el debate de los demás acerca de intentar abrir una de las estanterías en busca de obtener el suero.
―Estábamos pensando que podrías dispararle a esto y olvidarnos de la cerradura ―avisó Theo, maquinando.
Lo sopesé.
―No sabemos cómo los químicos del suero van a reaccionar. Este lugar entero puede explotar.
―Puedes intentar después de que rescatemos a los prisioneros ―aconsejó Clara y cedí.
―Solo porque tú me lo pides.
―Fue mi idea ―protestó Theo.
Como quería ser buena con todos antes de despedirme de una vez por todas, le dije:
―Fue una buena idea, oficial.
Él festejó de inmediato.
―¡Sí! ¡Gracias! Alguien lo reconoce al fin.
―¿Y sabes qué más es una buena idea?
―¿Darme una oportunidad?
―No ―corté―. Una armadura. Estar aquí me dio una idea. La rebelión está tan preocupada con las armas que se olvidan de las armaduras. Deberían crear una que resista todo y luego pueden preocuparse por pistolas geniales y eso.
Más planes. Más para ellos. Más para mí. Otra pieza movida en el ajedrez que jugaba contra mí y que parecía simple y usaría en el futuro.
―¡Tienes razón! Podemos discutirlo con el equipo de la armería cuando volvamos.
De los dos, él sería el único que volvería. No se lo dije, no quise romper su alegría amistosa.
―Sí.
Esquivé a los demás para llegar a la pared correcta y hallar el panel escondido. Llamé a Clara con un movimiento de mi cabeza y vino enseguida.
―La siguiente barrera se desactiva con reconocimiento de huellas digitales. ¿Crees que podremos pasar si no estamos en el sistema?
―No ahora. No tengo tiempo suficiente para estudiarlo ―confesó ligeramente avergonzada―. Lo siento. Quisiera ser de más ayuda.
―Ya lo eres.
Me dio un golpecito a la altura de la clavícula con el dedo índice.
―Igual que tú.
―Y yo también tengo una idea.
―Okay. Ilumíname.
―Cuando estés en la sede, podrías intentar inventar tu propio sistema. Basta de preocuparse por cómo entrar en el de los demás y frustrarte. Haz el tuyo y asegúrate de que tenga todo. Seguridad. Inteligencia artificial. Todas esas cosas que estudiaste y te gustan. Tienes el talento para hacerlo ―le sugerí a sabiendas de que se acercaba el momento de decir adiós.
―¿Lo crees?
―¿Lo dudas?
―Me llevará tiempo, pero parecerán minutos si tu estás conmigo para ayudarme ―accedió Clara, estando repleta de esperanza.
Por un momento, me quedé en silencio. No se me ocurrieron más mentiras o evasivas. Me paralicé.
¿Cómo podía dejarla?
¿Cómo podía dejarlos a todos?
―Bueno, soy la mejor asistente que tendrás.
Ella no dijo nada, en cambio, apretó mi hombro antes de dejarme y unirse al debate de grupo. No entendían por qué no cruzábamos y ya. William les explicó y regresó a mí.
―Se está haciendo tarde. Tenemos que cruzar esta barrera.
Le cedí el rifle momentáneamente.
―Podrás cumplir tu venganza contra los robots asesinos. ¿Quieres hacer los honores?
Él casi saltó de la emoción. Era igual que yo con las armas.
―¡Sí!
Me hice a un lado.
William lanzó algo pequeño, no vi qué, y se desprendió la tela invisible y tecnológica que nos separaba de la realidad. Los robots esféricos pulverizaron el objeto antes de continuar con su recorrido predeterminado. Mi hermano les disparó uno por uno y los guardias artificiales fueron cayeron, claro no sin uno o dos intentos fallidos a causa de su rapidez a la hora de volar. Una vez que sus restos desaparecieron, Jason fue el primero en arriesgarse y dar un paso adelante para cerciorarse de que era seguro. Respiró cuando se dio cuenta de que sobrevivió.
Por otro lado, la verdadera carga iba a iniciar allí hasta que de repente escuchamos los pasos de alguien y todos nos congelamos.
Una mujer uniformada y sin casco miró con desesperación a todos, nos ignoró y, en menos de un segundo, fue corriendo hacia Jason y se lanzó a abrazarlo de espaldas. Él ni siquiera había tenido tiempo a voltearse, lo que afectó la situación.
―Isaac Hughes, me tenías preocupada ―le susurró y los demás permanecimos boquiabiertos―. Te estuve buscando por todas partes desde que me informaron que volvió tu nave a la estación. ¿Dónde estabas? ¿Cómo le puedes hacer esto a tu esposa?
Jason se quedó anonadado y sin poder moverse.
Tardé en deducir lo que sucedía. Ahí me di cuenta de que los capitanes de las tripulaciones tenían bordados sus nombres tanto en la parte delantera de su uniforme como en la espalda. Ella era la esposa del capitán al que Clara y yo enfrentamos en el Territorio Blanco.
Agaché la cabeza y me dirigí a Clara.
―Por todos los clanes, es la esposa.
―¿De quién? ―preguntó antes de hacer los cálculos―. ¡Oh! Oh, esto es incómodo.
Me detuve a analizarla.
―Wow, yo tenía razón. Es mi tipo.
―No debí convertirla en una viuda ―se arrepintió ella en un murmullo que por desgracia lo escuchó la persona equivocada.
La esposa liberó a Jason.
―¿Qué? ¿Qué dijiste?
Nuestro jefe de equipo giró sobre sus talones, revelando su rostro escandalizado.
―No se abraza a la gente al azar, señora. ¿Qué está pasando?
Las cejas oscuras de la mujer se hundieron.
―¿Quién eres? ¿Dónde está mi esposo?
Con los gusanos, respondí en mi interior.
Como la pregunta fue para cada uno de los presentes, cualquiera pudo haber respondido. No lo hicieron. No sin información.
―Él tuvo un accidente. Está en el sector médico al igual que el resto de su tripulación y... ―Clara detuvo su engaño elaborado para soltar una carcajada que provenía del dolor y salía dentro de tus entrañas. Conocía ese tipo de risa―. Perdón, creí que podía hacer esto. Él está muerto.
La viuda continuó perpleja.
―¿Qué?
Mientras los demás se preocupaban, yo contemplé encantada la descarga de Clara. Ellos no habían estado ahí. No sabían cómo nos hizo aquel desgraciado y me enorgullecía que la tierna y buena Clarita tenía una boca y podía insultar con ella para liberar algo de la tensión que acumulaba.
―Y yo fui quien lo mató porque él era un maldito y asqueroso hijo de puta que no merecía gastar otro segundo de oxígeno de este planeta.
A modo de respuesta, la mujer la interrumpió y se lanzó sobre Clara, lo que sorprendió a todos y causó que las dos se tropezaran contra la las estanterías. Allí decidí intervenir. Crucé entre todas las personas que también querían acercarse para impedir la pelea, tiré del uniforme de la atacante en busca de sacársela de encima, y le di un puñetazo en la cara. La dejé descolocada en el suelo y ayudé a Clara a levantarse. No pude eliminar al capitán, al menos me desharía de ella.
―¿Estás bien?
Nuestros acompañantes se ocuparon de la viuda sin nombre.
―Mejor que ella, sí. ―Clara le dio un vistazo a sus pies sin dejar de apoyarse en mí―. Solo pisé mal y me duele el tobillo.
―Debe ser una torcedura.
De pronto, Theo la robó de mis brazos para cerciorarse de que estaba bien.
―Menos mal que estás en una pieza o tu novio nos mataría.
―¿Novio? ―pregunté, quedando sola y confundida.
―Sí. ¿No le contaste sobre Cedric?
Clara inhaló profundo, incómoda, y se esforzó para pararse por sí misma.
―Nunca salió el tema ―se justificó.
Un balde de agua fría cayó sobre mí. Mi cerebro no entendía cómo era posible, por ende, retrocedió hasta la época de la academia. Ni siquiera tuve que preguntar a qué Cedric se refería. Era Cedric Lockwood, el único que todos teníamos en común, el mismo que Marlee me reveló que pertenecía a la rebelión junto con toda su familia hacía años cuando me informó sobre mi misión y todas las personas de la rebelión. No me sorprendió que él estuviera en la Resistencia, considerando su personalidad cálida y liberal.
Intenté que la situación cobrara sentido. Recordé cómo hice bromas acerca de las miradas secretas y escasas que noté entre ellos y cómo Clara descartó el tema sin más porque jamás sucedería en la vida real por sus posiciones sociales. Fue una mentira y lo habría entendido dada las circunstancias, sin embargo, después de todo lo que pasamos estas últimas semanas, ¿por qué continuó ocultándomelo?
―¿Por cuánto tiempo?
Ella miró al suelo.
―Un año.
Me sentí como una tonta. Todos parecían saberlo, menos yo. Quizás no éramos tan cercanas como pensé.
―¿Cómo?
―Tenemos muchas reuniones como rebeldes. Conoces a mucha gente ahí, ¿no? ―intervino Theo con normalidad.
Clara me observó, esperando una respuesta. No supe qué más decir.
―Estoy feliz por ti.
La viuda recuperó las fuerzas y quiso ir por una segunda ronda con Clara. Ella simplemente se escabulló entre la gente hasta que eligió enfrentarla.
―Voy a detenerte ―avisó Maureen, bloqueando el paso de Clara antes de que siguiera dictando su lista de insultos―. ¡Alguien atrápela a ella!
En cuanto la mujer quiso salir corriendo, Theo la derribó luego de dar un salto que los dejó en el suelo.
―¡La tengo!
Tuvimos que seguir adelante como si nada. El reloj corría en contra de nosotros.
Jason se llevó las manos a la nuca.
―Esto es malo. Ahora somos nosotros los que tenemos una rehén.
―No es una rehén, es más una persona que estará con nosotros temporalmente sin su... ―quiso explicar Maureen y se arrepintió―. Sí, es una rehén.
Él tuvo que pensar bien lo que haríamos a continuación.
―Ya estamos jodidos, así que será mejor que nos apresuremos. Tú, ya la tienes, así que ocúpate de ella. Los demás abriremos las celdas. ¡Vamos! ¡No quiero a holgazanes en mi equipo!
Corrimos. Troté, abriendo cada una de las puertas principales con la identificación de Redfox, y ellos entraron sin más inconvenientes. Pronto sacábamos a los prisioneros inconscientes y los guiamos dormidos a través del nivel.
Theo, quien se nos quedó viendo mientras seguía batallando con la viuda, preguntó:
―¿No creen que es muy raro lo que están haciendo?
―Si los sacamos de este estado sin comprender cómo funcionan estos dispositivos, podemos causar daño cerebral de forma permanente ―explicó Maureen con obviedad―. Eso y es más fácil transportarlos a la sede sin que hagan tantas preguntas.
William la acompañó.
―Y luego dicen que somos los malos.
Su plan era muy básico: los llevaríamos a todos a la nave de caza en la que vinimos y nos escaparíamos en un segundo. Obviamente, para cuando se dieran cuenta, les faltaría una tripulante.
―No van a entrar todos en el ascensor. Nos dividiremos en grupos ―anunció Jason.
Theo fue el único que protestó, entre tanto, llegaba el ascensor.
―Oh, sí, eso funcionó tan bien la última vez.
―¿Alguien tiene alguna sugerencia? ¿No?
Grupo por grupo fueron subiendo. Al final, el nivel cinco fue quedando vacío. Intercambié el lugar con Theo por motivos ulteriores y me quedé vigilando a la viuda.
―¿Vienes? ―me preguntó William antes de subirse al ascensor con el último grupo de prisioneros.
―Ahora voy. ¿Puedes devolverme el rifle? Alguien tiene que asegurarse de que no nos delate. Además, quiero intentar algo.
Dicho y hecho. Me devolvió el arma sin más cuestionamientos.
―Ven pronto.
―Lo haré.
Conseguimos más tiempo gracias a que los oficiales blancos seguramente debían estar buscándonos a través de sus cámaras de seguridad y tardarían horas debido a la cantidad de terreno que cubrían. Aun así, nuestra suerte no sería ilimitada.
En consecuencia, empujé a la rehén hasta el ascensor y le di una orden.
―Vas a ir a buscar a los guardias reales para que le informen al príncipe que los atacantes están escapando por vía área y tienes que convencerlo de salir de aquí lo antes posible porque hay bombas desperdigadas por cada nivel de este edificio y odiaría ver cómo su futuro rey explota por los aires.
Ella intercambió una mirada entre el rifle y yo.
―¿Por qué te creería? ―desafió, estremecida.
Una risita brotó de mí a la vez que sacaba el pequeño detonador del bolsillo que había a la altura de mi pecho.
―Porque yo las puse.
Tragó saliva. Duro.
Volví a guardar el detonador.
―¿Por qué me adviertes? ¿Por qué quieres salvarlo?
Mi cuello se tensó ante la pregunta. Simple, no quería. Tenía qué. Gran diferencia.
―Él me salvó antes y me gusta pagar mis deudas ―contesté, alargando las palabras―. Además, ¿de verdad quieres arriesgar la seguridad de todos solo porque no confías en mí? Yo también conocí a tu esposo. Una terrible elección, debo añadir. Casi tanto como su amigo personal y piloto, Leonard. ¿Adivina qué?
La mujer se indignó ante el chasquido que hice para indicar que también había muerto.
―Todos ustedes están locos.
Su desfachatez me impresionó. Ellos torturaban, mataban, y tenían un experimento inhumano. La rebelión no era perfecta, no obstante, no llegaron a ese nivel. Todavía.
―No todos, solo yo. Si recuperas tu buen gusto cuando esta guerra termine, búscame.
Las puertas automáticas se cerraron una vez que me corrí y la viuda descendió sin despedirse. Esperaba que me obedeciera. Tenía el presentimiento de que lo haría. No le mentí.
Durante el recorrido que hice con William, aproveché para llevar a cabo una pequeña parte de mi misión especial y esconder explosivos que Marlee me encomendó y guardé en mis bolsillos sin que nadie más supiera. Al principio, tuve mis dudas sobre hacerlo a causa de lo que sufrí en el bombardeo de la academia. No serían muchas bombas, ni tampoco serían muy grandes, solo una pequeñita para cada piso para alterar los nervios de los uniformados blancos y mantenerlos ocupados mientras los rebeldes huían. También servían para alejar a Lucien y a sus tropas de aquel sitio y hacer que volvieran a la ruta que predijeron. Serían prácticamente inofensivas, pero ella no lo sabía.
Regresé al pasillo de la entrada y me acuclillé. Respiración. Exhalación. Me protegí con la pared y le apunté a una de las estanterías. Había que probar. Uno, dos, tres. Disparo.
Aunque me preparé para ello, la explosión logró tomarme por sorpresa. Corrí hacia la salida en busca de salvarme de los efectos desconocidos que podía tener. Ni siquiera pude cubrirme las orejas. Me pitaron los oídos. Fue rápida y violenta al igual que la reacción de mis latidos. Aun así, las llamas no fueron lo suficientemente potentes como para destruir el piso completo. Humo se extendió por el corredor con severidad, por ende, utilicé la manga de mi uniforme para protegerme de la inhalación peligrosa en simultáneo que regresaba a la sala llena de los viales y ver qué tan grave fue la destrucción.
Un simple y calculado disparo a una de las estanterías causó que dos de ellas explotaran, impactaran contra las demás, y parte del material se destruyera. No me quejé porque se cumplió mi deseo. Encontré un acceso a las muestras del suero que fabricaba la realeza. Pocas, aun así. Me acerqué a las que sufrieron el menor impacto y metí cuatro de los viales en los bolsillos de mi uniforme.
Un triunfo. Superó lo decepcionante que fue averiguar que las celdas del fondo simplemente estaban vacías y no ocultaban nada misterioso. No perdí ni un minuto más. Me metí al ascensor y subí hasta el nivel donde abandonamos la aeronave que nos trajo. En efecto, el equipo arribó y se estaba organizando para cargar más individuos de lo planeado. Salté la rampa abierta y me convertí en una más.
―¿Por qué tardaste tanto?
Procuré sentarme en el asiento en el que vine justo como me indicaron, bien cerca de uno de los paracaídas individuales que a nadie le interesaba.
―Me estaba olvidando algo.
―¿Qué puede ser tan importante? ―La pregunta de Clara quedó a medias al ver los dos viales de suero que le ofrecí. Solo dos―. ¡Lo conseguiste! ¡Ella lo consiguió!
Maureen no paró de sonreír desde el asiento frente a mí.
―¿Cómo?
Agradecí que se dejaran distraer tan fácil del hecho de que aún poseía el arma.
―Digamos que algunas cosas volaron por el aire.
―Es justo lo que necesitábamos. Me había olvidado de ellos ―confesó.
Señalé a Clara y a Theo.
―Fue su idea.
Celebraron hasta que la distribución guiada por Jason se vio afectada por una advertencia de William, quien había estado vigilando el elevador de cristal reforzado, ya que si el abismo te miraba a ti, tú también podías mirar al abismo si te esforzabas.
―¡Ahí vienen! ―Él corrió a su asiento―. ¿Cómo diablos saben que estamos aquí?
Me encogí de hombros.
―Son niños grandes. Lo habrán averiguado con sus nuevos juguetes.
La salida sucedió muy rápido. Rampa levantada. Nave cerrada. Propulsores encendidos. Piloto automático al mando. Todo iba acorde al plan.
Estuvimos volando en el aire en menos de un minuto. Sufrimos algunos percances cuando los robots asesinos que vigilaban el hangar nos denominaron su objetivo y comenzaron a disparar. El material duro de la nave logró salvarnos de algunos y otros se convirtieron en pequeños agujeros en lugares que no implicaban un daño mayor. El susto no me lo quitó nadie.
Abandonamos el edificio que se volvió invisible otra vez sin pérdidas humanas. Mis compañeros festejaban el éxito de la misión, entre tanto, yo me levanté para contemplar el ventanal con vista al Territorio Blanco. Pude ver algo con seguridad antes de que todo desapareciera: las tropas del príncipe evacuando el edificio. Eso me regaló la calma fría que necesitaba para la tarea que me faltaba, la peor de todas: traicionar.
Después de un rato sobrevolando el lugar, alguien se preocupó por mí.
―¿Qué estás haciendo? No es hora de mirar el paisaje, Kaysa. Siéntate ―dijo William a mis espaldas.
Respiré tan profundo que se tensó mi abdomen, calculando el siguiente movimiento que haría y sintiendo con anticipación cómo se me rompería el corazón al ver los ojos de mi hermano cuando se diera cuenta de lo que estaba haciendo.
―Lo siento ―me disculpé con la voz quebrada previo a enfrentarlo―. Pero tengo que irme.
Él sacudió la cabeza. Ya no tenía puesto el casco, podía ver la confusión y el nerviosismo en su mirada. Parecía creer que era un chiste o algo así.
―¿De qué hablas? ¿A dónde?
Cerré los párpados con fuerza y los abrí para continuar.
―Cometí un error.
―Sea lo que sea, lo podemos arreglar juntos ―aseguró, desconociendo lo fuerte que había caído.
Lamí mi labio para que no temblara y no pudiera decirle el resto de las mentiras.
―Ese es el error. Estar con ustedes.
Los presentes empezaron a enfocarse en la charla.
―¿Qué? ¿Por qué estás diciendo esto ahora?
―Lo que pasó hoy me hizo dar cuenta de que no pertenezco con ustedes ―proseguí con el discurso que planeé. Tenía que hacer que pareciera real, que me creyeran, y aceptaran que los abandonaba porque no soportaba a la rebelión―. No puedo hacer esto para siempre. Esta no es mi vida. No quiero que lo sea. Pertenezco a Idrysa. Con ellos. En el reino. Ellos son mi gente y lo que hacen es por una buena causa. Mientras tanto, ustedes son...
La discusión inició. Me dolió cada palabra dicha.
―¿Cómo puedes decirlo? ¿Cómo puedes pensar que ellos son buenos después de lo que viste hoy?
―Ya me han hecho esta pregunta y ya la he respondido. Este virus es brutal. Ustedes lo dijeron, las posibilidades de que sobrevivamos si seguimos así son remotas, ni hablemos de que ustedes jamás serán los que encuentren una cura que no sea yo, no sin matarme primero. ¿No vieron toda esa tecnología? Disculpen, pero está claro quién es el equipo ganador.
―Así que, de repente, ya no te importan más las vidas de los demás ―bufó William, alzando la voz, y quise llorar.
Me importaban más que la mía.
―Me importa más mi vida.
―A mí también me importas. Pero esta no eres tú.
―¿Cómo diablos podrías saber quién soy? ―repliqué con un grito mezclado con una carcajada enloquecida―. ¡Me dejaste! ¡Dejaste a tu familia por ellos!
Apretó la mandíbula, culpable. Ese era el problema, yo sabía dónde darle para lastimarlo más que nadie.
―Tú sabes por qué no podía volver.
―Siempre pudiste volver, simplemente no te quisiste esforzarte lo suficiente. ¿Por qué lo harías? Siempre te han servido todo en bandeja. Desde niño. Siempre fuiste el que todos quieren. ¿Adivina qué? Me caías mejor cuando estabas muerto.
William permaneció boquiabierto a la vez que sus ojos se cristalizaban al escuchar mis últimas palabras.
―No te creo. No puedo. No quiero ―susurró, adolorido.
Cada instinto de mi cuerpo me pedía que fuera a pedirle perdón, abrazarlo, y asegurarle que todo era un engaño. No pude. Tuve que ser fuerte, incluso cuando me estaba desmembrando a mí misma.
Me dirigí a todos.
―No quieres aceptarlo. ¡Soy yo! ¡Finalmente! Después de semanas de intentar fingir que estoy bien con la idea estúpida de "ser libres" cuando en realidad es muy obvio que todos ustedes se están engañando a sí mismos. La rebelión no ganó en veinte años, no lo hará ahora. Siguen muriendo y siendo tan patéticos como su líder, quien, por cierto, claramente los engañó para robarle la corona a su propia familia. ¿No dedujeron eso hasta ahora?
No respondió a ninguna de mis acusaciones, no parecían importarle. Se centralizó únicamente en el hecho de que yo estaba siendo cruel.
―Mierda, ¿se puede saber qué te está pasando?
―Nada ―mentí, conteniendo las lágrimas―. Solo estoy viendo las cosas cómo son por primera vez en semanas. Simplemente, necesitaba ver algo más que esa sede atroz que llaman hogar. No están enviando a estas personas a un lugar mejor, sino a otra pocilga donde tienen que trabajar el doble e igualmente vivirán en la miseria. Ese trato no vale la pena. Lo comprobé.
William ni siquiera observó a sus amigos. La discusión era entre nosotros.
―Creí que estabas bien con nosotros, que empezabas a considerar quedarte con nosotros ―destacó y sonó como una súplica del alma.
Cielos, podía sentir cómo el avance que hicimos retrocedía como una cinta.
Tenía que cortar el lazo, pero me temblaban las manos. Fui más despiadada porque temía que el dolor me iba a vencer.
―Por todos los clanes, tengo una mansión, personas que me sirven, y más cosas de las que la mayoría de aquí puede imaginar. ―Miré a todos. Maureen, Jason, Theo, William, Clara y los dos rebeldes. También lucían decepcionados. Más de lo que imaginé―. Esto nunca iba a ser suficiente para mí.
A pesar de que únicamente utilicé palabras, parecía que me metí en un campo de batalla y fui despedazando a cada individuo presente porque ese era mi lugar, en una guerra constante, de manera inevitable y había nacido para cumplir tal deber, sin importar que intentara huir o detenerme. Estaba matando los recuerdos que creé con ellos. Con mi hermano.
―¿Algo alguna vez lo será para ti?
Apreté los dientes.
Por favor, no me odies, le supliqué en mi mente.
―Sé que esto nunca lo será.
Por favor, no me odies, repetí.
―Entonces, tal vez tienes razón, tal vez tienes que irte ―dictaminó William y me sentí como un perro que ponían a dormir antes de matarlo para sacarlo de su sufrimiento.
Por favor.
―Bien.
Los demás se alarmaron y se miraron entre sí sin estar seguros de qué hacer.
―Bien.
Entonces, hice algo de lo que me arrepentí inmediatamente: alcé el arma y le apunté a mi hermano con ella.
―Déjame salir ―ordené y di un paso adelante―. ¡Ahora!
Él retrocedió. El sufrimiento se convirtió en estupefacción y enojo. El nivel de traición escaló por los cielos. No había vuelta atrás.
―¡No! Estamos a... no sé a qué altura, no, no lo haré.
Jason decidió que era hora de intervenir.
―De acuerdo. Basta de esto, ¿por qué no nos tranquilizamos y lo discutimos más tarde?
Aunque no era parte del plan, me apresuré a tirar del hombre, apuntarle a la cabeza y convertirlo en mi objetivo.
―Si no despliegan la rampa y me dejan saltar de esta nave, lo voy a matar. Saben que lo haré. Lo he hecho por mucho menos.
William se había quedado sin palabras.
―Mi lady, ya te descargaste. ―Theo se puso de pie en busca de apaciguarme―. Es momento de dejar de jugar.
Liberé un bufido y luego grité lo siguiente:
―¿Qué? ¿Creen que todo lo que digo es un juego? ¿Una broma? ¿Por qué nunca nadie me toma en serio cuando les digo que ya tuve suficiente?
―Yo te creo ―dijo Clara en medio del silencio abrumador y se atrevió a acercarse un poco, como si no me temiera―. Y creo que eres una buena persona, así que, por favor, baja el arma.
Tras un momento de vacilación, obedecí lentamente.
―Okay. Lo haré.
Pero solamente lo hice para dispararle a la altura del tobillo. El grito fue instantáneo. Todos aguantaron la respiración sin aceptar lo que contemplaban. Yo me metí en el personaje.
―¡Jason! ―gritó el conjunto, queriendo ir a ayudar al hombre que terminó en el suelo de la aeronave.
Volví a dirigir mi arma a los demás.
―Nadie se mueva. Esa fue una advertencia. El siguiente disparo será a la cabeza.
Ellos intercambiaron una mirada. William fue el único que habló. Se lo veía rendido y contrariado. No lucharía conmigo. Nunca lo haría. Pasamos compitiendo todas nuestras vidas. Por eso teníamos un pacto para jamás pelear de verdad entre nosotros.
―No hagas esto. No sigas por este camino. Detente. Te lo ruego.
Lo obligué a retroceder.
―¡No tengo otra opción!
Los presentes aprovecharon para ir con Jason y nos dejaron en paz.
―Sí, la tienes ―afirmó―. Esto no tiene que terminar así. Somos familia.
Me mordí la lengua.
―No, no lo somos.
El comentario lo dejó sin habla.
Tomé el paracaídas.
Silencio desgarrador.
―¿Dónde está mi hermana?
―Ella murió hace mucho tiempo. Soy lo que pudo sobrevivir ―contesté con simpleza y pena―. Solo haz lo que digo y el resto salga de mi camino.
―Perdón, perdón por todo. Pero no hagas esto. No te lo perdonarán.
Al fin, llegamos a la zona donde se ubicaba la palanca de la rampa.
―Yo no busco su perdón. Quiero lo que me corresponde.
―¿Y por qué eso no puede ser con nosotros? ―preguntó, abatido.
―Porque mientras la realeza tiene su propio proyecto, yo me estoy convirtiendo en el experimento de la rebelión y no pienso derramar otra gota de sangre. Así que, no me busques o le contaré todo lo que sé de la rebelión a las autoridades.
No pudo rebatir mis dichos.
Dolía.
Dolía.
Dolía.
La verdad dolía como una astilla clavada en el corazón.
―Kay.
Sin tiempo para el sentimentalismo. Me precipité hacia adelante con el rifle de manera amenazante.
―Baja la palanca. ¡Hazlo!
Por una vez en su vida, acató mi orden y bajó los brazos. En cuestión de segundos, la rampa se deslizó y el cielo nos abrió sus puertas con corrientes fuertes capaces de absorber a cualquiera. Ya tenía el estómago revuelto por mentir tan horriblemente, en consecuencia, las alturas ya no me espantaban tanto como la idea de perder lo que había reconstruido en tan poco tiempo. Aun así, tuve que arrojar el arma al vacío y colocarme el paracaídas en busca de prepararme para dar un gran salto.
―¡Todavía tienes una oportunidad! ―gritó William en un momento de desesperación.
Miré a mi hermano por última vez. Quizás despidiéndome por un par de meses o para siempre.
―La guardaré para más tarde.
Y salté.
🤍🖤
| PREGUNTITAS |
¿Cómo terminará la misión? ¿Bien? ¿Mal? ¿Con mucho drama?
¿Qué piensan del experimento misterioso hasta ahora? Debate.
¿Qué harían si estuvieran en el lugar de Kaysa?
¿Se acuerdan de Lucien? ¿Leyeron la versión anterior de Construidos?
¿Me van a perdonar por tardar tanto en actualizar?
💙 METAS 💙
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Ustedes trabajan, yo trabajo 🤝🏻💞
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