6. Día de Furia

Sucedió tan rápido que no me dio tiempo a racionar. Aunque me parecía una locura ir tras semejante cosa, era la misión que nos asignaron y yo no iba a acobardarme. Corrimos. Clara seguía el radar que le indicaba el trayecto de la nave que nos superaba en velocidad y yo la seguía a ella. Odiaba ese plan. Estábamos yendo al lugar del que otros huían.

Las calles que una vez estuvieron vacías comenzaron a llenarse de individuos y gritos desesperados que se unieron al caos anterior. Las casas fueron cosa del pasado y los edificios pesados y destrozados se convirtieron en nuestra ruta. Mis ojos analizaban el terreno tan rápido como mis pies corrían sobre el mismo. No fue sencillo esquivar la basura ajena, los ladrillos desperdigados, los escalones irregulares, y los charcos de agua formados sobre el cemento quebrado que podía llevarte a un pozo sin fondo. Pensar que alguna vez hubo trabajos simples, tiendas normales, y familias felices por allí me sacó el aire.

A medida que nos precipitábamos, el resto del grupo avisó a través del intercomunicador que se dirigían hacia la nave de caza en busca de averiguar si traían a más participantes. Clara también lucía abatida. A diferencia de su melena corta, mi cabello suelto se agitaba con el viento y solo se mantenía en su lugar gracias a las pequeñas trenzas que ella armó en el pasado. Deseé que la batalla que nos esperaba no fuera tan violenta como mi intuición me indicaba. No quería imaginar lo que le podía suceder a mi hermano o a los demás. No había espacio para errores.

En cuanto avistamos que la tripulación decidió estacionar la nave donde antes hubo un parque y en la actualidad no había nada más que un baldío, le indiqué a Clara que nos escondiéramos en sitio más cercano. Ella guardó su radar y me acompañó sin quejas.

Dos altos edificios de cristal colisionaban peligrosamente sobre nuestras cabezas y tuve que enfrentar mi temor a que colapsaran para entrar a uno de ellos. Le faltaba una pared. No había nada más que polvo y un autobús destartalado en su interior. Aun cuando no tenía idea de cómo terminó ahí, el oxidado y amarillento vehículo estaba perfectamente estacionado para cubrir la parte del vestíbulo que gozaba de una vista hacia el parque. Tras revisar la primera planta para ver si era segura, nos encaminamos al autobús que carecía de una puerta.

―Las damas primero ―dije, invitándola a subir la escalerilla.

Arqueó una de sus cejas castañas.

―¿No deberías ir y fijarte que no haya peligro?

―Lo hago. Si entras primero y te liquidan, lo sabré.

―Eres la peor compañera en la historia ―murmuró Clara, subiendo de todos modos.

Pensé en Diego a la brevedad y me pregunté qué estaba haciendo en aquel momento.

―Hay peores.

Intenté no tocar nada debido a la suciedad que había hasta en el aire y me ubiqué junto al asiento que Clara escogió al ser uno de los pocos que no estaba rasgado o manchado con elementos sospechosos. Tuve que agacharme un poco para ver a través de la ventanilla. La nave se hallaba estacionada a varios metros de distancia. Todavía nadie había salido de la misma. La espera era una tortura fría.

―Nunca estuve tan cerca de una ―comentó Clara, embobada con la tecnología.

Señalé a su boca.

―Cuidado, se te cae la baba.

Ella procedió a abrir su maletín lleno de otros dispositivos que la embobaban.

―No finjas que no te impresiona.

―No lo hago. ―Intercambié una mirada entre la nave y la chica―. Apresúrate, ¿no se te olvida de hacer algo?

Pestañeó, despistada.

―¿Como qué?

Me impacienté.

―Como robar una nave del gobierno, ¿recuerdas?

―No puedo hackear nada con ellos ahí. Lo verán en sus pantallas. Por eso debemos esperar a que salgan ―notificó―. ¿Acaso no aprendiste nada en nuestras lecciones? ¿A qué le prestabas atención?

Sacudí la cabeza.

―A nada. ¡Mira!

Más allá de los obstáculos que había en el camino, localicé a William y Theo en una tienda pequeña al otro lado de la calle. Me alegré de ver que mi hermano seguía con vida y, bueno, Theo estaba bien, así que supuse que también era algo positivo. No contaba con una confirmación visual de los demás.

―Los idiotas también lo lograron.

Traté de hacer contacto con ellos a través del comunicador. Fallé.

―¿Hice algo mal? ―pregunté por las dudas.

―No, la nave hace un poco de interferencia cuando estás tan cerca. La comunicación volverá enseguida.

Asentí pese a que un rincón de mí no dejó de preocuparse por aquel defecto.

La charla se terminó apenas vimos que las compuertas de la nave se abrieron para desplegar una rampa que expuso el tono metálico del interior de la aeronave. Pronto, descendieron dos hombres enfundados en trajes blancos y máscaras negras que cubrían sus rostros. Miraron la zona antes de realizar una seña para que los demás salieran. Uno tras otro. Cinco personas con las cabezas cubiertas con unos sacos viejos caminaron en fila luego de que otro hombre armado y desenmascarado los empujara con su rifle y les gritara que se pusieran en fila. Tragué grueso ante la risa que aquel sujeto compartió con los demás guardias de blanco. Se estaba divirtiendo. Estaba jugando con sus vidas y le parecía gracioso. Me aterró pensar en cuántos hombres así había en el mundo.

―Abigail no mintió ―comentó Clara―. Ahí están los participantes.

El mismo hombre le indicó a otro que les quitara los sacos a los mencionados participantes. Sus expresiones vacías fueron reveladas. Tres hombres. Dos mujeres. Todos jóvenes. Todos torturados y sin emociones.

―Están afuera. La misión de extracción empezará pronto. Es tu turno.

Clara comenzó a teclear en su computadora portátil después de abrirla.

―Solo vigila mientras yo me encargo.

Permanecí de pie y con una mano puesta sobre la pistola que me dieron mientras analizaba el panorama.

Todo iba como lo planeamos hasta que mis ojos se desviaron hacia la tienda donde estaban William y Theo. Ellos también se encontraban observando el parque. Se ocultaban detrás de una estantería vieja que apenas se podía ver gracias a la suciedad de la vidriera. Por un instante, dejé de concentrarme en ellos y vi el otro extremo de la tienda. Una ola rápida de miedo recorrió mi espina dorsal. No lo sabían, pero había alguien más con ellos y no era miembro de nuestro equipo. Tampoco se trataba de un exiliado normal. No tardé en descifrar que era un infectado.

Un instinto diferente se apoderó de mí, como si estuviera hecha para detectar infectados. Ni siquiera pensé. Me acerqué a otra ventanilla para corroborarlo y temblé al darme cuenta de que no existía otra respuesta para su forma de andar con el objetivo de ir acercándose a ellos sin que se percataran de su accionar ni para el líquido que goteaba de su boca y su barbilla igual que sangre fresca. No pude respirar bien. Tenía que avisarles que estaban en peligro. La desesperación ocasionó que intentara contactar a William y me frustrara cuando falló el comunicador por segunda vez.

―¡Pedazo de basura inservible! ―exclamé sin despegar la vista de ellos.

Alguien se ofendió.

―¡Oye! Soy un ser humano con sentimientos.

―Will y Theo están en peligro.

―Todos lo estamos ―balbuceó Clara por lo bajo y le agarré la cabeza con brusquedad para que la girara y observara los acontecimientos de la tienda.

―¡Mira! Algo me dice que es un infectado.

Por mucho que mi intuición gritara que debíamos advertirles sobre la amenaza, ella parecía creer que yo estaba loca de remate.

―¿Cómo es que ves desde tan lejos? Bien. Quizás es un civil con una adicción a la salsa picante. Mi punto es que ellos son chicos grandes. Pueden controlarlo.

Su teoría inocente murió con alguien jalando de un gatillo.

Mi mundo frenó en el instante en el que escuché el estallido y supe que el efecto sorpresa se había ido. No solo la tripulación de la nave sabía que estábamos ahí, sino que también contábamos con pistolas. Mientras ellos buscaban al disparador con la mirada, me pegué a la ventanilla. No había rastro de William y Theo. Una explosión de un líquido rojo pintaba el vidrio de la tienda y me impedía averiguar lo que ocurría dentro de sus paredes. El impacto generó un nudo en mi garganta. La misión pasó a segundo plano y la vida de mi hermano se convirtió en una prioridad.

―O tal vez no.

―Tenemos que irnos ―solté sin estar dispuesta a tomar un no como respuesta.

Mi compañera aceptó y cerró su maletín de inmediato.

―De acuerdo. Debemos dispersarnos tanto como podamos, cambiar de posición, y abandonar la tarea de hackear la nave.

Negué con la cabeza. Huir no era una opción válida en mi opinión.

―¿Y qué hay de Will y Theo? Los guardias saben que el disparo vino de ahí. ¡Tenemos que ayudarlos! ¡Estamos perdiendo tiempo!

Las agujas del reloj se movían. Los guardias blancos gritaban en el exterior. No había señal de nuestro equipo. La situación estaba mal.

―No. ―Clara sujetó mi muñeca con fuerza―. Todos los guardias van a salir ahora que saben que estamos aquí. Tendríamos que cruzar el parque y nos capturarían en un santiamén. No podemos ir allí. No podemos ir a buscarlos.

Me apresuré a maquinar y sacar estrategias desesperadas bajo presión.

―Tú puedes escapar, pero yo no voy a dejarlos. Tengo una idea.

El miedo coloreó las facciones de Clara.

―Ya odio esa idea.

Sonreí de manera maliciosa.

―Y ni siquiera la has escuchado.

El arte de la improvisación predominó en los siguientes minutos.

Debido a que los guardias blancos dejaron de preocuparse por los participantes del experimento y enviaron a uno solo para que los abandonara en diferentes áreas del Territorio Blanco como ratas en un laberinto, elegí tomar una peligrosa iniciativa. Debíamos distraer al numeroso grupo que permaneció en el parque para rastrear a los responsables del disparo. En consecuencia, no se me ocurrió mejor idea que darle un buen uso al autobús que todavía contaba con un poco de combustible.

Mientras Clara atravesaba una ruta secundaria para continuar con su misión especial, empleé mis limitadas habilidades de manejo, por no decir inexistentes, ya que no creí que sería tan difícil y encendí el motor del coche. Todo para sacarlo de la construcción olvidada de una manera torpe y estruendosa, enviarlo directo hacia el parque, traer la atención hacia el accidente que iba a crear para que fueran a revisarlo y hacer que se olvidaran de ir a matar a mi hermano y su mejor amigo.

Si ignoraba el hecho de que mi corazón retumbaba con temor, resultó divertido ver cómo el vehículo cobraba vida antes de levantarme del asiento del conductor y salir corriendo para arrojarme al suelo y caer con una pirueta en busca de que no me descubrieran. Quise reír cuando vi que la masa de metal recorrió el parque y al final chocó y explotó en una tienda llena de maniquíes maltratados que se ubicaba bastante lejos. Logré verlo a la vez que corría entre las pobres edificaciones. Le rogué al universo que el truco funcionara y mi hermano pudiera huir a tiempo. Segundos más tarde, encontré a Clara oculta detrás de un gigantesco letrero que ofrecía una oferta de tortas.

―¿Viste eso? ―Me agaché junto con ella y la zarandeé en un acto cargado de adrenalina―. ¡Fue asombroso!

Su preocupación ignoró mi subidón momentáneo.

―¿Estás bien? ¿No te lastimaste?

Recuperé el aliento con lentitud. Continuamos vigilando la salida de los guardias blancos en busca del momento oportuno para acercarnos.

―Descuida, la cura humana está intacta. ¿Viste la explosión? ¡Yo hice eso! Bueno, el autobús hizo eso, pero yo lo provoqué. Creo que me gusta conducir.

―O las explosiones ―dedujo, mirándome de cerca.

―Eso suena más acertado.

―Sí.

―Ahora volvamos al plan ―indiqué, sacando dos cuchillos de las fundas escondidas debajo de mi abrigo―. Tú haz lo tuyo y yo hago lo mío.

―Es decir, tú peleas y yo me pierdo toda la acción.

Me inquieté. No tenía tiempo para discutir por nimiedades.

―Bien. ¿Puedes luchar con las manos ocupadas en tu teclado? ¿No? Eso fue lo que pensé.

―Como sea ―bufó―. Si volvemos con vida, ya no te daré los dulces que consiga en secreto.

―No traigas los dulces a esto.

―Se los daré a Theo. Claro, si no estiró la pata.

―Dijiste que querías que consiguiéramos una nave y ahora estoy por ayudarte a robar una ―corté de lleno y me enderecé―. Ahora mueve el trasero mientras yo pateo el de ellos.

Ella se aferró a su maletín.

―Sé pelear, ¿lo sabes?

―Sí, Clara Silva. Pero no siempre tienes que hacerlo.

―Tú peleas hasta dormida ―protestó.

Arqueé una ceja.

―Yo soy yo.

Avanzamos despacio, pegándonos a la pared de un edificio que apenas se mantenía en pie con tal de dirigirnos a la parte trasera de la nave y atacar desde atrás.

―Sé que puedes pelear ―le susurré antes de que nos metiéramos en la pelea y no pudiera decir nada―. Cuento contigo para cuidarme las espaldas.

Sus ojos color dejaron de oscurecerse con un tono café, se endulzaron y regresaron a su color caramelo.

―Lo haré.

El sigilo fue mi mejor amigo. Clara caminó pegada a mí. Gracias al gran tamaño de la nave, nos ocultamos detrás de ella. Mi compañera abrió su maletín, lo apoyó encima de la misma y comenzó a trabajar con sus dedos ágiles mientras yo montaba guardia. Tras debatir un poco, los guardias blancos comenzaron a abandonar el área con rapidez. Sospechaban que había rebeldes en la zona y no se equivocaban.

De pronto, el auricular que creí que estaba frito comenzó a sonar torpemente hasta que una voz masculina susurró lo siguiente en mi oreja:

―Oigan, a quien sea que se le ocurrió esa explosión de locos, gracias por salvarle el culo a Andrea ―dijo Theo. A pesar de que las palabras no me gustaron, la tranquilidad regresó a mí al oír que mi hermano estaba bien. Mi alocado plan funcionó.

―Y a ti ―se escuchó de fondo. Fue William. Todavía estaban juntos.

Curvé mis labios hacia arriba y presioné el dispositivo como Clara me enseñó.

―De nada.

Su bienestar significaba todo para mí.

―Sigan con la misión, por favor ―intervino Jason y la comunicación se cortó.

Intercambié una mirada con mi compañera. Ella me levantó el pulgar, contenta de recibir la noticia, y prosiguió con su tarea. Theo era tan importante para ella como William para mí.

Mi vigilancia no acabó enseguida. La búsqueda del momento correcto tampoco. El motor desprendía un calor pesado en aquel clima húmedo. Mi flequillo comenzaba a pegarse a mi frente cuando decidí que era hora de ser más valiente. Clara no tendría que esforzarse tanto en hackear la nave si alguien más se deshacía de los guardias blancos. Yo era ese alguien más. Nos ahorraría tiempo.

―Quédate aquí.

―¿Qué vas a hacer? ―cuestionó Clara, cerrando su puño alrededor de mi brazo con temor.

―Lo verás.

Tomé una respiración profunda y avancé, calculando mis pasos para no alertar a nadie. Solo había dos guardias a la vista. Pan comido.

La pelea comenzó antes de que se dieran cuenta. Frené entre dos hombres, flexionando una rodilla para estar a la altura, y rasgué la carne de sus tobillos para debilitarlos. La sangre brotó con rapidez, manchando la tela rota. Ellos se quejaron de dolor y, en cuanto sus espaldas se doblaron, apreté las empuñaduras de mis cuchillos para regalarles otro corte en sus torsos, ya que los chalecos reforzados de sus uniformes no los protegían a sus costados. Retiré mis armas bañadas de rojo y las guardé en sus fundas a la vez que me enderezaba para ser rápida y arrebatarles las pistolas estándar que guardaban en las fundas que tenían a la altura de la cadera. Todo en cuestión de segundos.

No canté victoria tan pronto. Volteé, apuntando con ambas armas al interior de la nave, y me topé con algo inesperado. Había otro hombre. Desarmado. Desenmascarado. Asustado. Por suerte, no había nadie más. Debía ser el piloto, no un guerrero.

―Hola ―le dije con la frente y el cuello salpicado de sangre. Mi pañuelo no se salvó de ser mancillado―. ¿Quieres ser el siguiente?

Tras darle un vistazo a sus compañeros heridos de gravedad, él negó con la cabeza mientras se aferraba a un comunicador portátil que podía resultar en una gran amenaza si alertaba a los demás de mi pequeña visita. Como quería seguir con la farsa ante la rebelión, opté por mantenerlos con vida. Luego debatiría con Clara sobre qué hacer con ellos.

El supuesto piloto arrojó el comunicador portátil al suelo después de que se lo ordenara y tomó un par de bridas de plástico que había sobre unas cajas de carga en el depósito cercano a la rampa para atar a sus compañeros heridos. Ni siquiera tuve que sujetarlo. Él permaneció sentado en el suelo junto con los quejumbrosos que ya no pelearían contra mí. Por las dudas, me dirigí al interior de la aeronave para darle un vistazo y cerciorarme de que no hubiera nadie escondiéndose como una rata. Nadie. Perfecto.

Era una nave promedio, casi ordinaria. No había grandes compartimentos, solamente uno que se dividía en dos partes: una colección de asientos con paracaídas de repuesto y más adelante se hallaba el sistema de navegación y un montón de cosas modernas que Clara encontraría fascinantes. Aun así, a pesar de los horrores que debieron ocurrir para que existiera tal transporte, debido a que crecí siendo parte del clan Aaline, sentía que acababa de tocar una parte de la magia que venía con la ciencia y la tecnología.

―¡Clare! ―llamé sin que se me ocurriera una mejor forma de llamarla sin utilizar su nombre real. No escuché si me respondió. El motor de la nave hacía tanto ruido que me aturdía y resultaba imposible oír otra cosa―. ¡El área está despejada! ¡Puedes venir! ¡Ya es seguro!

Mi alegría no perduró. Jamás lo hacía.

Estaba por ir a buscar a mi compañera cuando un disparo al aire aturdió mis oídos. Alcancé a voltear y dar un paso antes de chocarme con una escena sacada de mis pesadillas.

El hombre, el hombre robusto que antes vi que empujó a los participantes con su rifle, tenía su brazo alrededor del cuello de Clara en simultáneo que le apuntaba a la cabeza con una pistola.

Oh, Clara Silva.

Su rostro estaba al descubierto. El miedo se filtraba por sus ojos, cristalizándolos y rogando misericordia. Aquella mirada sería difícil de olvidar. Sus manos pequeñas y temblorosas intentaban deshacerse del agarre en vano. No había señal de su maletín. Tenía un labio roto y la sangre caía por su barbilla. Él se había atrevido a golpearla en la cara. No se suponía que las cosas salieran de ese modo.

―Me temo que eso no es cierto ―se burló el guardia blanco.

La impotencia hizo que estuviera lista para acribillarlo.

―Suéltala antes de que ponga una bala en tu cráneo.

Él olió el cabello de Clara con una expresión obscena y la apretó con más fuerza. Ella sollozó, asqueada.

―Lo hagas o no, mi dedo está en el gatillo, y si me disparas, ya sabes adivinar lo que sucederá. Ella será la que termine con una bala en el cráneo. Nadie puede acercarse a esta nave sin mi autorización y no pagar las consecuencias. Así que, te aconsejo que sueltes las armas y pongas las manos arriba.

Pensé en todas las opciones posibles, sin embargo, él tenía razón. Sería una reacción muscular. Inevitable. Moriría en todos los escenarios que ideé.

Mi corazón latía, bombeando culpa y preocupación, a la vez que contemplaba a Clara en busca de una solución. Ella intentó negar con la cabeza, diciéndome que no lo hiciera, que no valía la pena. Una alternativa descorazonada sería salvarme a mí misma, dispararle y dejar que él la asesinara en el proceso. Pero no podía hacer eso, no a Clara, después de las últimas semanas que compartimos. Ni siquiera sabía que me importaba tanto hasta que mis manos se aflojaron, las armas cayeron al suelo de la nave, y levanté los brazos a modo de rendición.

Evité hacer contacto visual con ella luego de oír un suave «no» y bajé de la rampa.

―No tan rápido ―retó el hombre, retrocediendo unos pasos y tirando de Clara como si fuera un saco de huesos―. Revísala. No quiero ninguna sorpresa.

Me confundió la orden. Tuve que caminar un par de metros hacia ellos y girar el cuello para descubrir por qué. El piloto cobarde se ubicaba a la izquierda. Tampoco lo vi hasta que fue demasiado tarde. Se aproximó a mí para acatar la orden. Supuse que él le avisó que estábamos ahí o aquel hombre regresó con las manos vacías al no encontrar a los rebeldes que dispararon en la tienda. De cualquier forma, acabamos en aquella situación de vida o muerte.

En consecuencia, hice algo arriesgado. Apenas el piloto me puso una mano encima y comenzó a palparme cerca de la pistola que me cedieron los rebeldes, me apresuré a sacarla y atraparlo de la misma forma en que el hombre capturó a Clara.

―Si la matas, los mataré a todos juntos con mis propias manos, pero empezaré por él ―advertí, presionando la pistola contra el piloto que parecía que iba a orinarse en los pantalones. Su cortedad me hizo cuestionar la reputación cruel de los servidores de la realeza hasta que habló el tipo que amenazaba a Clara.

―De acuerdo.

Arrugué el ceño, tanto sorprendida como molesta con su respuesta.

―¿Qué? ―se le escapó al piloto y creí que iba a llorar por la traición―. Somos... somos amigos desde hace años. Conozco a tu esposa. ¿Cómo puedes decir eso?

El hombre se mantuvo despreocupado. Clara seguía intentando zafarse de su agarre y fallaba.

―Hazlo. Mátalo. Soy el capitán. Siempre puedo conseguir otro piloto.

Ahí fue cuando me di cuenta de que no había forma de negociar con el hombre que se autodenominó capitán, por ende, mis alternativas se acortaron muchísimo. No deseaba solicitar ayuda con el intercomunicador en mi oreja ni darle la oportunidad de capturar a los otros, así que debíamos aguantar por el bien de los demás hasta que salvaran a los participantes y nos avisaran a través de la línea. Podíamos manejarlo. Sí. Mientras ellos estuvieran ocupados con nosotras, no estarían buscando o dañando a los demás.

Maldije por dentro, empujé al piloto que no se defendió, y le di una patada en la espalda que causó que cayera al suelo arenoso de manera violenta. Él no me servía de nada. Su comportamiento me decía que no enfrentaría a su superior ni siquiera después de aquella traición. Incluso si le ofreciera un trato y le dijera que lo defenderíamos, no nos ayudaría por temor.

―Cobarde.

―Podemos acordar en algo. Tres pistolas. Hay dos opciones: eres feroz o muy desconfiada. Me preguntó qué más escondes ahí. Tendré que averiguarlo por mi cuenta, ya que no se logra nada si no lo hago yo mismo. Vamos, quítate el abrigo, tira el arma y patéala para aquí ―murmuró el capitán y tuve que hacerlo con tal de que no dañara a Clara. Luego, se aclaró la garganta antes de dirigirse al piloto que se estaba poniendo de pie―. Tú, haz algo bien y encárgate de ella. Yo me ocupo de la sociópata. Si ves que hace algo raro, dispárale a la que está buena para que no se le ocurran ideas raras como escaparse.

No disimulé mi expresión cargada de desagrado en cuanto sujetó los brazos de Clara con la fuerza suficiente para dejar una marca y se la arrojó al piloto que ya había tomado la pistola que tiré. Mientras mi compañera permanecía de pie sin apartar los ojos del arma que él le apuntaba con las manos temblorosas, el capitán vino a mí con pasos soberbios. Contuve las ganas de darle un puñetazo tras otro, sin embargo, no pude evitar cerrar los puños a mis costados.

―¿Qué quieres con nosotras? ―intervino Clara antes de que él se pusiera frente a mí y me bloqueara la visión. Le dio la espalda.

―Nada. Pero últimamente hubo un montón de pajaritos rebeldes de Destruidos que piensan que pueden meterse con nosotros y algo me dice que ustedes dos pertenecen a su nido. ¿Me equivoco? No.

Tragué saliva sin perder mi mirada hostil. La voz suave de Clara volvió a sonar.

―Nadie tiene que morir.

―Me temo que eso no es cierto ―soltó el capitán, riéndose como si estuviéramos en un circo, y se deshizo de mi pañuelo―. Verás, mi tripulación es una de las mejores y si hoy viene una desconocida y se deshace de mis hombres como si nada, me hace quedar mal como capitán. Alguien tiene que ser castigado por ello.

Doblé el cuello, mirándolo a los ojos.

―¿Tú?

Rio de nuevo, dando la impresión de que pensaba que era adorable.

―Voy a admitirlo. Tienes más pelotas que todos ellos juntos.

Gruñí, exhausta.

―Son ovarios.

―Como sea, es una pena que juegues para el otro equipo.

―Sí, tú no eres mi tipo, pero probablemente tu esposa lo es ―repliqué, aunque sabía que se refería a la rebelión.

Lo siguiente que recibí fue un puñetazo en la cara que me desestabilizó. El dolor del fuerte impacto contra mi mejilla ocasionó que mi enojo empeorara, sin embargo, no debilitó mi espíritu. Dejaría un moratón visible, nada más.

―¡No la toques!

Antes de que alzara la vista, vi a Clara intentar avanzar en nuestra dirección y negué con la cabeza para que no hiciera nada estúpido. El piloto le bloqueó el paso.

No quise pensar en que Marlee nos regañaría como si no hubiera un mañana.

En cuanto erguí mi postura, sentí una punzada de dolor en la nariz. No protesté. No estaba rota ni sangraba todavía. Seguí repitiéndome que, si me castigaba, no molestaría a nadie más.

Conocí a tantos hombres así que no me sorprendí, hombres inseguros y aburridos que necesitaban golpear, gritar y someter para sentirse poderosos. Crecí con uno, por eso sabía que eran más pequeños que las hormigas e igual de fáciles de aplastar.

―¿Eso es lo mejor que tienes?

El capitán renunció a la idea de ir hacia ella, regresó hacia mí y colocó su pistola en mi frente mientras me empujaba con ella para hacer que me arrodillara.

No rogué por mi vida. No luché, no porque estuviera asustada, sino todo lo contrario. Mi vida era una carga pesada.

Mi vida fue igual que la de un gusano que jamás debió ser una mariposa, una mariposa que fue capturada y puesta en una vitrina en la oficina donde mi padre hacía sus planes para mí, mi madre me emperifollaba para los demás, los criados que pasaban me regalaban miradas de desaprobación por mi condición, y algunos pretendían usarme por ser exótica. Una mariposa del color que los demás querían ver. Una mariposa atrapada y asfixiada en su propia soledad. Una mariposa que nunca podría volver a volar.

―Veo lo que haces. Intentas proteger a tu chica y no te interesa recibir una paliza en el proceso. Honorable. Tonto ―inició él, poniendo el dedo en el gatillo―. ¿Sabes por qué? Únicamente necesito a una de ustedes para obtener información.

Sentía que estaba peleando con alguien cerca de un abismo y, en algún momento, decidí dejar de luchar y arrojarme por mi cuenta. El miedo. El odio. Todo era tan debilitador que solo quería sumergirme en la oscuridad en la que caí cuando había muerto. Yo no vi una luz, como oí que algunos aseguraban ver al final del túnel. No vi nada. La nada misma sonaba más reconfortante que pelear cada día sin descanso.

―Adelante. Entiendo cómo funciona. Hazme lo que quieras, pero déjala ir. ―Mi voz fue suave sin dejar de ser firme―. Solo ten en cuenta que no importa lo que me hagas, ya he pasado por cosas peores. No te hagas esperanzas porque yo no las tengo. No te diré nada.

Hubo un segundo de silencio donde el viento y el motor de la aeronave llenaron el silencio abrumador. Luego, el capitán quitó la pistola para distanciarse un paso y hablar sin dejar de hacer gestos con las manos y jugar con mis emociones. Durante un segundo me hacía creer que me mataría, durante otro me daba una apertura en la que yo podría defenderme, golpearlo y quitarle el arma. Pude haberlo hecho. Pude haberlo logrado. No lo hice. Un rincón de mí ansiaba morir y acabar con todo de una vez.

Oscuridad.

Oscuridad.

Paz.

―Verás, esto me dice algo sobre ustedes. Si te torturo a ti, sería un desperdicio de tiempo. Resistirías cualquier cosa que te hicieran, ¿no? Pero, algo me dice que ella no mataría ni a una mosca y cantaría como el pajarito que es. Así que, creo que este es el momento en el que nos despedimos.

Cerré los ojos por un breve instante y lo siguiente que se escuchó fue un disparo.

Levanté los párpados y entreabrí los labios tras el segundo disparo. Insólito. Alcancé a ver cómo la sangre brotaba de la herida de bala de la cabeza del capitán y la pistola que se disparó al aire por accidente caía antes que su cuerpo inerte. Estaba muerto y su asesina se presentó ante mí una vez que se desplomó. Clara respiraba de manera agitada sin dejar de sostener la pistola que le había robado al piloto que se hallaba inconsciente en el suelo. Probablemente lo golpeó con la misma. Por otro lado, permanecí en mi posición, sorprendida. De un segundo a otro, rocé la muerte y mi corazón martillaba como si quisiera destrozar mi tórax y buscar una salida.

―¿Clara? ―nombré, ya que parecía petrificada.

Ella parpadeó, perdida, y bajó el arma para ponérsela en la funda escondida de la que debieron quitársela en el pasado. No dijo nada, pero comenzó a lagrimear a medida que caminaba hacia mí. No entendía qué diablos iba a hacer hasta que se acuclilló y me abrazó. La acción ocasionó que me congelara. Todavía me resultaba raro estar más acostumbrada a puñetazos que abrazos.

―Te prometí que te cuidaría las espaldas, ¿no?

Debido a que ella no me soltaba, puse una mano en su espalda a la vez que nos parábamos con torpeza. Su cara, su pelo, su ropa, todo era un desastre. La evidencia indicaba que no había matado a muchas personas, no así de cerca al menos.

―¿De qué hablas? Ya lo tenía solucionado. En la palma de mi mano.

―Eso no parecía desde mi perspectiva ―replicó una vez que nos distanciamos en busca de estudiar la situación.

Capitán muerto. Piloto desmayado. Dos miembros de la tripulación heridos en una esquina lejana. Nave disponible.

―¿Estás bien?

Su gesto suave lo dijo todo.

―¿Tú lo estás?

―Ahí tienes tu respuesta.

Ella acababa de marar a alguien. Yo casi fui asesinada. Ninguna de las dos estaba bien. No íbamos a hablar de ello. No en ese preciso e incómodo instante.

―¿Quieres hablar de ello?

―No ―respondí. Hablar de sentimientos no era lo mío.

―¿Tú?

―No, gracias.

La mirada abatida de la chica se desvió al cadáver del capitán. Para haber sido una espía rebelde, no fingía muy bien. Clara quería hablar de ello y dijo que no porque yo dije que no. Por ende, recuperé mi abrigo y le pregunté lo siguiente:

―¿Lo has hecho antes?

Hundió sus cejas delgadas y castañas.

―¿Qué cosa?

―Mataste a un hombre.

―No, maté a un imbécil ―corrigió casi sin pensar.

―¿No es lo mismo?

―Sí, en situaciones de vida o muerte, he tenido que matar y odio tener que hacerlo. Siento que cada vez que lo haces te roba un pedazo de tu alma y quita un poco de la amabilidad del mundo. Es una tontería.

―Lo sería si fueras una tonta ―dije―. ¿Eres una?

Sonrió, secándose las lágrimas.

―No. ¿Puedo preguntar algo?

De repente, salí del trance de la conversación, aplaudí, y señalé a la aeronave.

―¡No! ¡Nave!

Dio un saltito, leyendo mi mente.

―¡Nave!

Corrimos deprisa hacia nuestro objetivo vacío. Clara necesitó de unos segundos para admirar la nave y me vi obligada a empujarla hacia el sistema de navegación que tenía muchos botones y pantallas que superaban lo que estudié en mi curso rápido de tecnología postguerra.

―¡Vamos! ¡Puedes admirar la mercancía después de que la robemos, no antes!

Ella sacudió los hombros y se apartó de mí.

―Te salvé la vida, deberías hablarme con más respeto.

Señalé el asiento que había frente a un volante. No estaba de humor para juegos.

―Siéntate y trabaja.

No titubeó.

―Lo que quieras, mi reina.

Recuperé las pistolas de los guardias blancos, las guardé en los bolsillos de mi gabardina y la dejé en uno de los asientos. Pese a que una parte de mí no deseaba repetir la secuencia del pasado, debía recolectar el rifle del capitán y recolectar los rehenes que descansaban en el exterior. Le avisé al equipo a través del intercomunicador que nos hablábamos en la nave y los estábamos esperando para irnos.

―¡No me dejes! ―se quejó mi compañera de misión―. ¿Quieres que te recuerde lo que pasó la última vez que nos separamos?

Puse una mano en mi cadera.

―No, ¿quieres que yo lo haga?

Si no la hubieran capturado y arruinado su maletín, no estaríamos en aquellas circunstancias.

―Detesto esta misión. Hace que discutamos.

―Concéntrate en entrar al sistema de la nave para que podamos llevárnosla a un lugar seguro junto con tipos de ahí afuera una vez que venga el resto del grupo ―ordené con firmeza―. Alguien debe hacer guardia por si vienen más de los amigos del capitán y yo soy todo lo que tienes. Haz tu trabajo. Yo haré el mío.

Clara gesticuló «bien» de mala gana.

Salí, me aseguré de barrer los alrededores con un vistazo largo e hice lo que dije. Resultó desagradable profanar el cadáver del capitán en busca de quitarle su rifle. Tuve que hacerlo de todas formas. Luego, me acerqué al piloto desmayado y lo cacheteé varias veces para que vengarme por lo que hizo y también para que reaccionara. Despertó después de unos segundos.

―¡Otra vez, no! ―exclamó él, espantado al darse cuenta de que le apuntaba con el rifle―. ¡Por favor, ten piedad!

Rodeé los ojos.

―Hombre, tienes que mejorar. Mi gato es más valiente que tú.

Su espanto se disipó y su emoción surgió.

―¿Tienes un gato? Yo también. Se llama Marie Curie.

―¿Eres del clan Aaline?

―Sí.

―Ahora yo soy la que está avergonzada ―dije al darme cuenta de que era uno de mis súbditos o lo fue antes de que la realeza lo reclutara. En mi cabeza, no tenía sentido cómo probablemente aquel sujeto de alrededor de treinta años sabía más sobre los experimentos que yo.

―Bueno, nací siendo uno de los verdes antes de que me tomaran de las calles cuando era un niño y me entrenaran. Disculpa, ¿me matarás?

―Depende de si sigues hablando.

―Me callaré.

―No, quiero que sigas hablando.

―De acuerdo. Es la primera vez que me lo dicen.

―Tienes un futuro brillante como rehén.

Me limpié el sangrado de la nariz con el pañuelo que recuperé en el pasado. Cuando lo estaba guardando en mi bolsillo, oí un siseo. Pisadas. Muchas. Mis sentidos se despertaron, aun así, no le di importancia a la sensación de estar siendo vigilada hasta que ocurrió algo más.

―Soy... ―inició y se detuvo al desviar la mirada a lo lejos―. ¡Por todos los clanes! ¡Infectados!

Fue demasiado tarde. No tenía de cómo, pero los infectados estaban apareciendo en cada rincón imaginable, como si los hubieran convocado a una reunión. Sus ropajes los delataban como meros exiliados del Territorio Blanco. A pesar de que todavía contábamos con algunos metros de ventaja, se movían con una rapidez estremecedora en nuestra dirección, actuando como si fueran francotiradores y nosotros, su objetivo.

Eran humanos, pero algo en sus miradas famélicas y apagadas sugería algo distinto. Me recordó al hombre que asesiné en Londres. Ojos inyectados de sangre. Expresiones demacradas. Andar veloz y entorpecido por una desesperación de origen desconocido. Hambre de sentimientos, carne y violencia. Ningún recuerdo aparente de quiénes fueron. El parque entero estaba rodeado. Más de treinta venían de todas las calles vacías, exponiendo la verdad acerca del virus del que tanto había oído y tanto miedo imponía.

Jeffrey, el informante, aseguró que solamente hubo unos pocos incidentes durante aquella semana.

¿Cómo se enfermaron tantos en tan poco tiempo?

¿Qué los atrajo a la zona como una especie de horda?

¿Por qué no paraban?

En cuanto el piloto quiso huir lejos de mí, lo agarré del brazo. De pronto, parecía que les temía más a ellos que al rifle con el que lo estaba amenazando.

―Tenemos que irnos. ¡Ahora!

―¿Por qué? ―Hundí el ceño sin comprender la magnitud de las cosas―. ¿Qué es lo que te da tanto miedo?

Mi respuesta llegó de una forma inesperada cuando primero alcanzaron a los guardias blancos que estaban heridos y un grupo de infectados que fue creciendo se abalanzó sobre ellos como perros salvajes y comenzaron a devorarlos con sus propias manos y dientes.

―¡Tenemos que ayudarlos!

El piloto me frenó.

―¡No! ¡Es muy tarde para ellos!

No quise darle la razón hasta que lo vi. No tuve tiempo de correr para ayudarlos. Ocurrió en segundos. Los gritos de agonía llegaron de manera instantánea. Los uniformes no sirvieron de mucho para protegerlos de la intensidad con la que los destripaban. Bebieron su sangre igual que agua. La imagen me generó náuseas y pánico. Jamás había visto algo así. Los infectados eran caníbales.

Sacudí la cabeza, dándome cuenta de que seríamos los siguientes si nos quedábamos ahí parados. Volteé en dirección a la nave y comencé a correr sin preocuparme por restringir al piloto. Escapó conmigo a la vista de un enemigo en común.

―Sí, tenemos que irnos.

El aire entraba y salía de mis pulmones como torbellinos que sacudían los cimientos. Apenas entendía lo que estaba sucediendo. Tuve muchos rivales y siempre supe qué hacer para derrotarlos. No estaba segura de cómo responder en las circunstancias actuales. No contaba con toda la información o una milicia para combatirlos. Me rodeaban toxinas de las antiguas guerras, ruinas extrañas, guardias corruptos, infectados violentos, una amiga que ya me traicionó una vez, un cobarde que no me daba la impresión de haber sido entrenado propiamente, y muy poco tiempo. Cielos, solo podía preguntarme en dónde carajos estaba el resto del equipo.

Clara separó los dedos de las pantallas cuando nos metimos dentro de la nave con un aspecto terrible.

―¿Qué pasó? ¿Dónde están los demás rehenes?

El piloto me miró como si necesitara permiso para hablar y decidió callarse.

―Se los están comiendo vivos ―expuse, evitando cerrar los ojos con tal de no volver a ver los sucesos en mi mente―. Los infectados de los que hablaron están aquí. Todos.

―Creo que no te escuché bien. ¿Dijiste "comiendo vivos"? ―replicó Clara, confundida, lo que era una reacción perfectamente normal a algo que sonaba descabellado. Ella necesitó comprobarlo por sí misma y regresó con una mano en la boca para no ceder ante las náuseas―. Alguien bórreme la memoria, por favor.

Nuestro único rehén vivo intervino en el peor momento para decir lo siguiente:

―¿En serio? Conozco a alguien.

―De acuerdo, se acabó la bondad, hombrecito ―mascullé, yendo hacia él con agresividad―. Necesito que me digas todo lo que sabes.

Se limitó a retroceder con miedo hasta caer sobre uno de los asientos por accidente.

―Eso puede que lleve un tiempo, tiempo que me temo no tenemos de sobra.

Los tres le dimos un vistazo al exterior. Los tres estábamos asustados, no había forma de negarlo. Nos superaban en número.

―¿Qué sabes sobre los infectados? ―inquirió Clara, pausando su trabajo en el sistema de navegación para unirse al interrogatorio.

La velocidad dominó la charla.

―Son horribles. Monstruos. Humanos. Las dos cosas. Están enfermos. Todo lo que sé es muy básico. Es un virus que se esparció hace bastante tiempo, nadie sabe cómo empezó, y fue lo que acabó con la antigua civilización. Se suponía que la peste ya había terminado, pero volvió con el doble de fuerza. Está relacionado con el cerebro.

―¿A qué te refieres?

―Algunos creen que el virus está en el aire, por ende, en todos nosotros y algo lo activa, como un trauma o una emoción fuerte. Los infectados están atraídos a emociones fuertes y son capaces de percibirlas en los demás. Quizás por eso vienen aquí, considerando lo que sucedió.

Aquella información era nueva, incluso para mí.

Clara y yo intercambiamos miradas.

―Sin embargo, puedes contagiarte de varias formas. Mordida. Rasguño. Como la rabia, excepto que entrar en contacto directo con su saliva o sangre te convierte en eso ―explicó el piloto, señalando a la horda que se acercaba―. Soy Leonard, por cierto.

Puse los ojos en blanco.

―Por supuesto, además de felicidad y estabilidad, lo único que me faltaba en la vida era lidiar con una mezcla extraña entre vampiros y zombis.

―No son vampiros ni zombis. No están muertos. Esto es real. Técnicamente, siguen siendo humanos, pero ya no son racionales. Actúan por instinto. También son más ágiles y más fuertes. No mueren fácilmente. Puedes cortarles un brazo o una pierna y seguirán andando como puedan hasta que caigan de verdad. Cuanto más tiempo lleven enfermos, más fuertes serán. Los que vemos deben ser nuevos, así que podríamos estar peor.

Clara estaba teniendo dificultades para procesar todo. Sus gestos jamás ocultaban lo que estaba pensando. Yo mantuve mi cara natural de amargura.

―¿Hay alguna manera de salvarlos? ―preguntó, compasiva.

―Sí, matándolos. De preferencia, de un golpe a la cabeza o con una daga al corazón.

Anoté el dato en mi lista mental.

―¿No hay otra forma de evitar que se sigan acercando a nosotros? De preferencia, una que sea rápida y no tan violenta.

―No ―cortó Leonard―. ¿Por qué crees que estamos aquí? Estamos intentando solucionar ese problema.

―¿El experimento?

―Estamos intentando salvar vidas.

―Pero todo lo que logran es arruinarlas ―refutó Clara, cruzándose de brazos.

Leonard se mostró firme en algo por primera vez.

―Cualquier cosa es mejor que terminar así.

Bajé el rifle.

―No estamos en un debate de la moral. El resto del equipo vendrá pronto y no me agrada la idea de que sean parte del bufé de esa horda.

Mi compañera asintió.

―De acuerdo. Tenemos que irnos. Ya desactivé el localizador de la nave, solo tengo que...

―¿Irnos? ―repetí, frunciendo el ceño. La charla era entre Clara y yo―. No podemos irnos sin ellos.

No concordamos en nada.

―Oíste lo que dijo. Viste lo que les hicieron a esos hombres.

Me indigné. La incredulidad se apoderó de mí. No entendí cómo podía ser capaz de sugerir que abandonáramos a los demás para salvarnos a nosotros mismos. Se suponía que ella era la buena, la que creció para luchar en nombre de una revolución y combatir a los poderosos, a mí.

―Exactamente. No dejaré a los demás en un lugar tan peligroso.

―Oye, son mis amigos también, pero ya oíste lo que Jason dijo. La misión viene primero.

Mi cólera repentina ocasionó que le diera la espalda.

―No para mí. Puedes irte. Yo me quedaré y lucharé.

No había terminado puesto un pie afuera cuando Clara me obligó a encararla.

―Sabes que no puedo dejarte aquí sola. Tienes que venir. Eres...

Me deshice de su agarre.

―¿La cura?

Ella volteó para asegurarse de que Leonard no escuchó mi susurro.

―Mi amiga ―murmuró y apartó la vista con nerviosismo. El término sonaba incorrecto.

Di un paso adelante.

―Entonces, ¿por qué no apoyas mi decisión?

Abrió la boca, temblorosa, y habló con firmeza.

―Porque no es racional.

Arqueé una ceja.

―¿No?

Ella supo que apretó el botón equivocado. Vi el arrepentimiento.

―Estás pensando con tu corazón, no con tu cabeza.

―¿Y? ―Comencé a caminar casi sin darme cuenta―. ¿No se supone que eso es lo que haces tú? Sientes algo y actúas en consecuencia.

Clara fue retrocediendo hasta que su espalda chocó contra una de las cajas de carga y apoyó sus palmas sobre la misma.

―No siempre.

Me cansé de la hipocresía del discurso de los rebeldes. Aseguraban que debían seguir a su corazón, sin embargo, cuando las cosas se ponían difíciles, priorizaban lo mismo que las leyes idrysianas.

―¿Funciona así? ¿Te vas a ir sin siquiera intentarlo? ¿Esa es tu primera elección? ¿Dónde quedó tu espíritu rebelde? ¿O eres tan cobarde como él?

Leonard permaneció sentado, fingiendo que no escuchaba nada.

―No es una cuestión de valentía. Mira a tu alrededor. Cada vez hay más. No podemos ganar.

Fui muy consciente del susurro de los infectados. Estaban muy enfocados en consumir hasta el último bocado de los guardias blancos y su capitán. Deduje que no se apresuraban a venir por nosotros porque no nos veían huir. Aun así, su presencia era como un zumbido que te advertía que habías sacudido una colmena de abejas y el enjambre pronto se vengaría.

―No ―afirmé, decepcionada―. Hay personas aquí, sean criminales o no. Mi hermano está en alguna parte de esta ciudad. No dejaré a nadie a su suerte. Si puedo hacer algo para ayudar y despejar el camino, lo haré. Sola o contigo. Es tu elección. ¿Qué vas a seguir? ¿Una orden? ¿O a tu corazón?

Clara se tomó unos segundos, miró la horda, luego a mí, y suspiró.

―A ti.

Sabia decisión.

Mi enojo se disolvió a la par que nacía mi sonrisa.

―Pero Leo tiene que pelear también. No podemos dejarlo solo en la nave ―agregó a medida que regresábamos por las pistolas que dejamos en el interior de la nave.

―Ah, qué fría. Pasar tanto tiempo conmigo te hará daño. Deberías parar.

Se mordió la lengua mientras levantaba un poco la parte trasera de su camiseta rosa de mangas largas para esconder una segunda pistola en la funda de su cinturón negro. Ya tenía la suya en mano.

―Nunca.

Fingí que no estaba mirando, tomé la última pistola, y fui hacia Leonard.

―No. Yo no...

Por supuesto, él no tenía intenciones de luchar, ni siquiera por su propia vida.

Clara intervino con su voz capaz de reflejar seriedad y benevolencia.

―Sí, tú lo harás. Ahora no importan nuestros intereses personales. Tenemos algo en común: queremos vivir. Así que, vas a ayudarnos a combatirlos, quieras o no. ¿Sabes por qué? Tienes dos opciones de compañía: ellos o nosotras. ¿A quién le temes más?

Él tragó grueso, mirándome con los ojos bien abiertos y cargados de puro terror.

―A ella.

Como debería, respondí en mi mente.

―Entonces, te voy a dar esto con dos condiciones: la usas solo para matar infectados y, si no obedeces y tratas de matar a cualquiera de nosotras, te prometo que volveré de entre los muertos y haré que tu vida sea un infierno diferente cada día.

Leonard asintió sin parar y se levantó con torpeza.

―Obedeceré.

―Agradecemos tu cooperación ―murmuré con un objetivo en mente―. Vamos.

Una vez que bajamos de la rampa, todo sucedió muy rápido. La idea principal era derribar a tantos infectados como pudiéramos mientras contáramos con la ventaja de la distancia, por ende, Clara y Leonard se posicionaron en lados opuestos para alejarlos de la nave y así abarcar más territorio. Por otra parte, yo protegí el frente. Solamente esperaba que no olieran nuestro miedo.

Los disparos no se detuvieron. Nosotros no tuvimos descanso. Los infectados continuaron avanzando. Uno por uno, ellos fueron cayendo en el suelo cada vez que alguien acertaba en uno de sus puntos débiles, sin embargo, seguían viniendo más a causa del ruido. Sus movimientos entorpecían nuestra puntería. Los cadáveres se apilaban como fosas durante la guerra y, aunque algunos se desplomaban con su sangre humedeciendo la tierra seca, no se rendían y se arrastraban hacia nosotros.

Su desesperación incrementó el nerviosismo que trepaba por mi columna igual que una serpiente venenosa. El calor humedecía la piel de mi pecho y mi frente, nublando mi visión en ocasiones. No podía evitar dirigir mi atención hacia Clara, quien fue retrocediendo unos pasos por instinto a medida que los enfermos ganaban territorio. Después observé a Leonard. El hombre lloriqueaba con cada bala perdida. Me asustaba haber tomado la decisión incorrecta. No quería causar más daño que bien.

En consecuencia, avancé y comencé a moverme en forma de medialuna en busca de cubrir todos los frentes. No fallé en ningún tiro. No quise pensar de dónde venían mis habilidades, solamente que las tenía y resultaban útiles en aquel momento. Traté de convencerme de que no estaba asesinando a personas enfermas, sino a monstruos que alguna vez lo fueron.

Su claro deseo de atacarnos, el miedo que revolvía mis entrañas, sus gruñidos entrecortados y grotescos alimentaban la noción. No podía parar un segundo para reflexionar. Matar. La palabra se repitió en mi cabeza hasta que se transformó en un montón de letras que no causaban una impresión en mi alma.

―¡No puedo seguir! ―vociferó Leonard y sacudió su pistola, demostrando que ya no tenía balas.

Clara me hizo una seña y se aproximó al piloto para susurrarle algo. No tuve el privilegio de oírlo. Seguí disparando. Él corrió al interior de la nave. Ella vino hacia mí a medida que sacaba su segunda arma.

―Irá por más municiones. Yo también me estoy quedando sin nada.

Nuestras respiraciones agitadas acortaban el intercambio de información.

―¿Ahora confiamos en él?

Se encogió de hombros.

―Es humano. Me basta. ¿Ves a otro aquí?

―No.

―Entonces, terminemos con esto de una vez.

Una vez que estuvimos espalda contra espalda, dejé el rifle descargado colgando de mi brazo y apunté con la pistola que guardé. Les daríamos pelea hasta que no pudiéramos más.

La situación se había complicado. Nuestra ventaja se estaba evaporando. Ya no había mucha distancia separándonos de los infectados. De hecho, esa era la razón por la que Clara y yo tuvimos que ponernos así. No había extremos. Solo un pequeño círculo y estábamos encerradas en él junto con la nave de caza. No me gustaba la idea de luchar cuerpo a cuerpo, aun así, lo haría si llegaba a eso.

Por otro lado, comencé a preocuparme tras varios disparos. Leonard estaba tardando más de lo que una esperaría. Si había más municiones, él debía saber dónde. No existían excusas razonables para su retraso. Me carcomía por dentro tanto mi desconfianza como la posibilidad de que planeara su escape y nos dejara como carnada.

―No me gusta esto ―grité. El ruido de la horda me obligó a subir el tono de voz.

Clara disparó antes de contestarme.

―¡A mí tampoco!

Estaba a punto de compartir mi sospecha cuando Leonard se asomó desde la rampa con una cara larga y las manos vacías.

―¡Vengan! ―Ahuecó sus manos y gritó a través de ellas―. ¡Ya encontré lo que necesitamos!

Respiré hondo, recuperando un poco de fe en la misión. Quizás no todo estaba perdido. Una segunda oportunidad. Eso era todo lo que pedía.

―¡Vamos! ¡Debemos volver!

Hice caso omiso a la intervención de Clara y continué disparando hasta que vacié el cargador y ella tiró de mi hombro para forzarme a regresar a la nave. Trotar agitó mi respiración pese a que nunca lo había hecho antes. Leonard agarró nuestras armas descargadas y las dejó sobre una de las cajas. Lamí mis labios y descansé mis palmas sobre mis rodillas en cuanto estuvimos dentro.

―¿Dónde están las municiones?

Leonard no me respondió, en cambio, miró a Clara, quien me esquivó con vergüenza.

―No hay.

Me enderecé, molesta ante su mentira. Estábamos en una situación de vida o muerte. Mentir no ayudaba en nada.

―¿Qué?

Él se limitó a encaminarse hacia el asiento del piloto. Frenó de repente. Los infectados golpearon el frente de la nave y los tres nos espantamos. El cristal mostraba sus espantosos rostros, la fuerza con la que asestaban sus puños contra el ventanal con el propósito de romperlo para llegar a nosotros sin que les molestara sangrar. Pronto, llegarían los demás.

―Nunca hubo municiones. Solo teníamos que traer a los participantes del experimento y liberarlos en el Territorio Blanco en menos de cinco minutos. No había razón para traer refuerzos. ―Leonard pausó y empezó a hacer su magia en el sistema de navegación―. Así que, debemos irnos ahora.

En conclusión, no teníamos nada con lo que pelear, además de nuestras propias manos y mis cuchillos. No me importó. Fui testaruda. Lo acepté. Fui testaruda e igualmente me dirigí a la salida.

―¿A dónde vas?

Me deshice del brazo de Clara y su mano alrededor de mi muñeca. No otra vez.

―¿Sabías sobre esto?

Agachó la cabeza.

Sí, lo sabía.

Apreté la mandíbula y estaba a punto de salir cuando un hombre infectado se presentó con un salto del lado de Clara. La chica soltó un chillido de sorpresa, intentando sacárselo de encima con sus manos, y él la manoseó con la única meta de hincar sus dientes en ella. Se balancearon. Casi cayeron. En cuanto tuve mi apertura, no demoré en dirigirme hacia ellos, desenvainé uno de mis cuchillos, y se lo clavé a la altura de la sien en busca de salvarle la vida. El infectado salpicó sangre cuando extraje mi arma. Lo siguiente que hizo fue morir.

Eficiente.

Aterrador.

Fácil.

El nuevo cadáver rodó por la rampa y frenó en la tierra. Lo seguí con la mirada. En efecto, dos metros nos separaban de los demás enfermos. Después volví a contemplar a Clara. Sin mordidas. Sin rasguños. Estaba bien, por ende, le entregué el cuchillo y volví a enojarme con ella. Cuando era mi dama de compañía, solía pensar que tenía la lealtad de cien soldados juntos, ahora ya no sabía nada.

―Gracias ―dijo, exaltada, pero no alcancé a responderle. Lo último que vi fue el pavor pintado en su rostro.

Algo tiró de mí hacia atrás, arrebatándome el oxígeno y llenando mi corriente sanguínea de puro miedo. La oscuridad se cernió sobre mí en simultáneo que unas manos huesudas me sujetaban con la fuerza suficiente para romper mis costillas. Los dedos sucios de un infectado agarraban mi cabeza, cubriendo mis ojos y entorpeciendo mi visión, e intentaban clavar sus uñas en mi tórax con el fin de acceder a mis vísceras. Gimoteé, asustada, y me obligué a mí misma a reaccionar. Si iba a morir, no sería por un estúpido virus.

Como no estaba lidiando con un luchador experimentado, sino con un ser humano sin entrenamiento que contaba con otro tipo de potencia, no estaba preparada para enfrentar tal escenario. Batallé con su agarre, sacudiéndome e intentando deshacerme de sus manos en vano. Le di codazos con mi único brazo libre en el plexo solar que habrían dejado sin aire a cualquiera, no obstante, no obtuve ninguna reacción en su parte. Sentían tanto que no sentían nada, ese era el lema de los infectados.

A pesar de que había logrado esquivar sus dientes y sus deseos de ir acercándose a mi cuello y mi hombro, sufrí un colapso en el instante en que un segundo infectado se sumó a la lucha por la cena. El peso fue demasiado y el suelo me recibió con un choque doloroso. Me arqueé ante el dolor. No tuve el privilegio de quejarme. Como el primer infectado terminó encima de mí, tuve que esforzarme para girar sobre mi espalda y apartar al segundo con un brazo. Los dos se peleaban para devorarme.

Quise llorar ante el aroma nauseabundo que emanaban y la sensación asquerosa que provenía de su contacto febril sobre mi cuerpo. Mientras usaba una mano para deslizarla entre el enfermo y yo en busca de mis cuchillos, bloqueé sus ataques, poniendo un brazo sobre sus gargantas. Sus caras estaban peligrosamente cerca de mí, sus ojos rojos me despedazaban en su imaginación, sus bocas se abrían y cerraban entre gruñidos, y no había palabras para descubrir lo que estaba sintiendo. Temerles a los humanos era una cosa, enfrentar a los monstruos sobre los que leíste en tus libros era muy diferente.

Durante un encuentro con la muerte no había salvadores, plegarias o monedas que sirvieran.

No tuve ayuda de nadie. Leonard había desaparecido de mi campo de visión. Clara estaba lidiando con una infectada al borde de la aeronave sin armas para defenderse, ya que extravió el arma que le presté para defenderse. En consecuencia, solo disponía de mis habilidades.

Soporté los toques horribles sobre mi rostro, brazos, piernas y cabello hasta que abrí bien los ojos cuando uno de los infectados casi logró morderme. Entonces, hallé uno de mis cuchillos y no tardé en armarme de valor. Introduje la hoja afilada al cuerpo enfermo que tenía sobre mí y fui abriendo su torso, dejando que la sangre y las entrañas emergieran hasta que llegué al corazón y acabé con sus latidos. Listo. Quedaba uno más.

Me despojé del fallecido, empujándolo lejos de mí, y me apresuré a incrustar el arma manchada de rojo en la cuenca del ojo del segundo infectado. La pelea terminó. Volví a respirar en cuanto él dejó de hacerlo.

Tuve un breve de segundo para descansar y aceptar que seguía con vida. Luego, me erguí de un salto sin recuperar el aliento del todo en busca de utilizar el mismo cuchillo para lanzarlo en dirección a la cabeza del nuevo infectado que atacaba a Clara. Acerté, incluso con el giro inesperado que el monstruo hizo. Muerto.

Maté a tres personas en menos de treinta segundos. No podía ser algo bueno. La idea empezaba a matarme por dentro y luego Clara bajó la mano que se estaba pasando por el pelo y su mirada se suavizó con gratitud. Perdí un cuchillo y estaba bañada en cosas que no me gustaría mencionar, pero valió la pena.

―Hazlo ―ordenó ella de la nada.

No comprendí de qué hablaba hasta que volteé hacia Leonard, quien presionó la pantalla, como si se hubiera estado preparando durante la pelea. Entendí lo que había hecho cuando la rampa comenzó a levantarse lentamente para encerrarnos dentro de la aeronave.

Un complot se cocinó frente a mis ojos y elegí no verlo. Ella le pidió que me atrajera a la nave, a pesar de que Leonard le debió haber dicho que no había respaldos con tal de sacarme del campo de batalla e irnos como siempre quiso. Lo sospeché y no quise creerlo. La historia se repitió. Repetí el mismo error. No volvería a pasar.

―¡No!

Tras mi grito, corrí por instinto hacia la salida. Mis sentimientos, mi miedo a perder a mi familia, me cegaron. Debía volver y alejar a mi hermano de aquel Territorio Blanco. Debía asegurarme de que estuviera bien.

En medio de todo, Clara agarró algo que había ocultado dentro de una de las cajas cercanas a ella y resultó ser una granada que activó y lanzó hacia los infectados que se acercaban justo antes de interceptarme y aplastarme contra la pared de la nave, protegiéndome del proyectil. La explosión ocurrió al mismo tiempo que el impacto de nuestros cuerpos.

Vi el color de las llamas y escuché el chillido de los enfermos previo a que la rampa se cerrara de manera definitiva y el vuelo iniciara. Me encontraba agitada, perdida, y molesta cuando Clara quitó sus manos de mis caderas para tomar mis mejillas y apartar los mechones de pelo húmedos por la sangre.

―Shh, tranquila.

―¿Qué hiciste? ―solté con los ojos llenos de lágrimas y furia. No lloré.

Inhaló profundamente. Sudaba. Salpicaduras de sangre formaban una línea en su cara. Aun así, era Clara.

―Nos salvé.

―¡Y los abandonaste a todos!

―Pero no a ti ―se le escapó en un susurro.

Cerré los ojos, haciendo lo que hacía mejor: apagar mi sensibilidad

Despegué mis manos de la pared y las empleé para alejar a la chica de mí. Espacio. Necesitaba espacio o la mataría ahí mismo.

―No me des la espalda.

Sentí su mano rozar la mía, volteé y miré su mano con una ceja arqueada y ganas de cortarla en pedacitos. Removió sus dedos sin que tuviera que decirle nada.

―Te conviene mantenerte lejos de mí porque de verdad no quiero matarte.

Ella asintió, mordiéndose la lengua, y se rindió.

―Tienes que entenderlo. No puedo poner en riesgo la misión. Ni a ti tampoco.

Tiré la cabeza para atrás, perdiendo la paciencia.

―Cállate antes de que cambie de opinión.

Volví a darle la espalda porque no podía mirarla a los ojos. El ventanal de la nave fue mi foco de atención. Ya no había infectados a la vista. Los edificios y el Territorio Blanco al que pertenecían quedaron debajo de nosotros. El cielo nublado y su soledad se coronaron como los únicos que conocían nuestra existencia. Estaba volando en una maldita nave y no lo podía sentir. Supuse que los ingenieros lo hicieron por comodidad y no por accidente, sin embargo, si una iba a estar flotando en el aire, debería sentirlo. De pronto, quise ser como la nave: invisible.

―No, vas a escucharme. Usé la única granada que había en este vehículo. No hay más armas. No contábamos con otra forma de defendernos. Aunque somos muy buenas peleando, no tenemos experiencia con infectados, mucho menos la suficiente para eliminar a tantos. No podíamos seguir esperando a los demás. Te mentí para traerte aquí y salvar ese obstinado y lindo trasero que tienes. No me arrepiento. Ya le avisé a los demás que no se acerquen a la zona de aterrizaje de la nave. Volverán a la base. Estarán bien.

La discusión continuó escalando.

―¡No! ¡Tú no sabes eso! ―exclamé, enfrentándola y apuntándola con el índice―. Por lo que sabemos, pueden estar muertos ahora mismo.

La chica no se retractó.

―Tienes razón, no lo sé, pero sé que quedarnos a luchar hasta morir no habría servido de mucha ayuda para impedirlo.

Pasé una palma por mi nuca en busca de tranquilizarme. No sirvió.

―No lo sabremos porque me mentiste para venir aquí. Nunca quisiste pelear, solo me seguiste la corriente y luego hiciste lo que quisiste, ¿no?

―No, no malinterpretes lo que pasó, ¿de acuerdo? ―contraatacó Clara con su ceño tan fruncido como el mío―. Le di una oportunidad a tu plan. Peleé a tu lado porque quise, porque quería ayudar a nuestros amigos tanto como tú, y después...

―Te acobardaste.

Dobló el cuello y negó con la cabeza.

―No me eches la culpa por querer hacer lo correcto.

Apreté los labios.

―Para la misión, seguro. Para nuestro equipo, lo dudo ―refuté, soltando el veneno de mi lengua.

―¡Es lo mismo!

―¡No! ¡No lo es!

―Conozco a la mayoría de los miembros de nuestro equipo hace más tiempo que tú. No me acuses de algo que no es verdad. Son tan importantes para mí como la misión. Ellos son mi familia también ―replicó la chica y su enojo floreció―. No finjas que tu mayor preocupación no es él y no el resto de nosotros.

Tragué saliva.

―¿De qué hablas?

―¿Crees que no soy capaz de ver a través de ti? Solo te importa que él salga con vida. Por esto estás tan alterada. Si él no estuviera en esta misión, tú habrías sido la primera en sugerir en irnos.

―Eso no es cierto.

Sus brazos se cruzaron sobre su pecho.

―¿En serio?

―No ―dije con suavidad, contrastando su grito―. Tal vez en el pasado, pero ya no. ¿Eso es lo que piensas de mí? ¿Que no me importa nadie?

Mi declaración aplacó sus intenciones de discutir conmigo.

―A veces lo parece.

Me dolió el golpe bajo y sincero, por lo tanto, bajé un tono.

―Eso es porque cuando sientes demasiado, tienes que contenerte o pierdes el control justo como hoy ―confesé, bajando la vista con tal de no lucir muy vulnerable. El suelo se veía bonito.

Clara parpadeó, contemplándome de un modo particular.

―No lo sabía.

Reconstruí mi fortaleza.

―Así que, sí, estoy alterada porque mi hermano está entre ellos, eso no significa que no pelearía para salvar a los demás. Es para lo que nací, ¿recuerdas?

Asintió, comprendiendo lo que dije en código. No podía revelar quién era, no a un piloto extraño.

―Perdón.

―Y nunca dije que no te importaban tus amigos.

―¿Entiendes por qué hice lo que hice? ―preguntó Clara con las aguas más amenas.

―Sí, aun así, me engañaste y no hay nada peor que eso para mí.

―Lo siento.

―Sé que lo haces, pero no estoy lista para perdonarte ―respondí, yendo a sentarme en uno de los asientos disponibles en la aeronave.

La chica aceptó mi verdad y se dirigió hacia Leonard para dictar el curso de acción. Debíamos escondernos y evitar que la tripulación recuperara el control de la nave. Iríamos a un lugar alejado de la sede de Destruidos que a su vez se encontraba en el gran bosque que recorrimos en el pasado. Clara le informó al equipo de la locación a través del intercomunicador, sin embargo, no hubo respuesta. Ella asumió que un grupo de rescate vendría a buscarnos si habían recibido el mensaje de manera apropiada. La verdad era que no sabíamos si alguien más seguía con vida o no. Otra tortura más.

―Debo decir que es muy tierno que se preocupen tanto por la otra, incluso cuando amenacen con liquidarse. Nadie se preocupó tanto por mí ―soltó Leonard sin haber sido invitado a la conversación―. Mis compañeros de tripulación eran capaces de deshacerse de mí ante la menor inconveniencia. Clanes, eran horribles.

Puse mi cabeza entre mis manos.

―Haz que se calle.

Clara intervino a mi pedido.

―¿Sabes algo, Leo? ¿Te puedo llamar Leo? Nuestro día no fue como esperaba y asesinamos a más personas de las que esperábamos, así que realmente necesitamos tiempo para pensar, por lo que agradeceríamos que guardaras silencio por el resto del viaje. ¿Puedes hacer eso?

Él hizo exactamente lo opuesto.

―Sí.

Gruñí, enfadada.

Leonard se calló, por fin.

En efecto, el resto del trayecto fue en perfecto y extremo silencio. Cero palabras. Solo respiraciones y propulsores. A veces notaba la mirada de Clara sobre mí desde donde se había quedado parada para vigilar los movimientos del piloto. No le devolví el gesto. Ni siquiera podía pensar en perdonarla hasta que viera a mi hermano en persona y me asegurara de que estuviera bien junto con los demás. Había sido otra traición y yo nunca olvidaba una.

Mis emociones cubrían mi piel como un campo de electricidad y temía que cualquiera que me tocara podría morir por un choque. El encuentro con los infectados me afectó. Su sensibilidad se me había pegado igual que la sangre tibia y viscosa que me cubría. Pese a que no sufrí una mordida ni nada por el estilo, representaban algo que evité por mucho tiempo: emociones en su máxima expresión.

Si sentir tanto te convertía en un monstruo, ¿qué era yo?

Las leyes me lo advirtieron, la ciencia me lo estaba demostrando, y mi conciencia se negó a aceptar la evidencia hasta ese momento. Los sentimientos eran malos.

Una parte de mí sabía que Clara hizo lo correcto al sacarme de ahí y lo odiaba. Puse en peligro la misión por amor a mi familia, por miedo, lo sabía y no me importó. Por primera vez en un tiempo quise dejarme llevar por las emociones para ver cómo sería ser una rebelde más. Fallé.

Pero ya no quería guardarme todo, entonces, ¿qué debía hacer? ¿Dejar que el mundo ardiera, aceptar que era un monstruo, y vivir feliz para siempre mientras los demás se iban al demonio?

Tal vez.

Tal vez la clave de la felicidad era ser una villana con corazón.

Horas.

Malditas horas.

Aunque no había visto el reloj, estaba segura de que pasaron horas.

Llegó un momento en el que estar sentada resultaba extenuante. Me levanté y comencé a caminar de un extremo a otro. No había nada más que pudiera hacer. No podía salir de la nave y, para colmo, los cadáveres podridos de los infectados quedaron dentro de la misma junto con nosotros. Estaba atrapada en un sitio que golpeaba mis puntos débiles emocionales.

Leonard interrumpió mis cavilaciones.

―Tengo hambre.

No me apetecía lidiar con él.

―Entonces, come el aire. Es muy nutritivo.

Sus quejas no cesaron.

―Han pasado siglos. Nunca he estado tanto tiempo sin comer. ¿Ustedes?

―Yo he pasado días enteros sin comer ―cortó Clara―. Estoy bien.

Pese a nuestra discusión, mi enojo se tomó un descanso al recordar su pasado.

―Yo también.

―¿En serio? Pero eres...

Las palabras eran secas, frías, distantes. No alcanzaba para describir nada. Despertaban recuerdos corrompidos por el cansancio y las emociones que me asaltaron en su debido momento.

―Sé lo que soy ―corté y la explicación nació sin mi permiso―. Me entrenaron para sobrevivir días sin comer. Para saber cuándo comer. Me encerraron sin comida ni agua para que pudiera distinguir la comida envenenada con solo una probada. Hubo muchos intentos. Hay muchos venenos. Fue una tontería. No te salva de nada. No hay nada que te salve de una traición.

La última frase fue un puñal dirigido a la espalda de Clara. Lo recibió de manera limpia.

―¿Quieren jugar un juego para pasar el tiempo? ―propuso Leonard, siendo la voz en aquel silencio cargado de incomodidad.

Como la furia todavía abundaba en mi sistema, me dirigí a él con agresividad. No me interesaba si era un peón más, defendió la crueldad de los experimentos, escogió ponerse de su lado e intentó asesinar a Clara mientras su querido capitán me humillaba por diversión. No tenía el privilegio de bromear como si fuéramos nuevos amigos. Leonard no era inocente.

―Oh, yo tengo una idea brillante para un juego. Te voy a meter este cuchillo por el...

―Lo necesitamos vivo ―advirtió Clara, poniéndose de pie tras adivinar que mi juego implicaba vengarme con violencia.

―Pero no entero.

Ella quiso detenerme.

―No me hagas usar la fuerza.

Solté una carcajada genuina.

―Qué tierno. Crees que tienes una oportunidad contra mí.

Su paz luchó contra mi guerra.

Clara me rogó con la mirada y cedí porque todavía me dolía verla. Su engaño más reciente me dolió más que la vez que me apuntó con un arma en la batalla de la academia. Me alejé de nuevo.

El piloto no se calló una vez que empezó a hablar.

―Debaten las cosas. Es sano.

―Hazte un favor y... ―Clara hizo un gesto que le indicaba que cerrara el pico.

Tardó dos segundos en desobedecerla.

―Así que. ―Él hizo una pausa―. ¿Están juntas o algo por el estilo?

Clara respondió con obviedad.

―Sí, estamos del mismo lado.

―Eso no es lo que preguntó ―dije ante su ingenuidad―. Y no es de tu incumbencia.

Él insistió desde su asiento.

―Es que parecen bastante cercanas.

Iba a matarlo.

Me agaché frente a él, poniendo las manos en mis muslos en busca de ponerlas alrededor de su cuello. Un cuchillo bailaba entre mis dedos.

―No, no estamos juntas y deberías agradecer de rodillas que no es mi novia porque si fuera por mí, no estarías respirando ahora mismo por lo que le hiciste.

Lo positivo fue que él se calló por fin. Lo malo fue que mi discurso originó que Clara observara cada paso que di una vez que guardé mi arma y reanudé mi caminata.

Maldije. No encaré a la chica, solo le pregunté lo siguiente:

―¿Estás segura de que les diste la ubicación correcta?

―Sí, vendrán en cualquier minuto ―aseguró con un suspiro desesperado, como si mi voz le devolviera el aire.

Ella no soportaba que yo no la perdonara. Pendía de un hilo que yo planeaba cortar con una tijera.

―A menos que sean comida para infectados.

Mis dichos cortaron su fe como una cuchilla a un trozo de pan.

En realidad, pensar en pan me dio hambre. Gruñí, frustrada. Creyeron que estaba loca.

El tiempo marchó a paso lento hasta que la noche cayó alrededor de la zona boscosa en la que nos ubicábamos. El frío no nos afectaba gracias a la calefacción de la nave y los animales salvajes no nos devoraban gracias al escudo de invisibilidad que también nos camuflaba. Aun así, mi preocupación iba más allá de lo que sucedía en esas paredes de metal.

Comenzaba a sumergirme en la ansiedad justo cuando Leonard se puso de pie y señaló a lo lejos.

―¿Son ellos?

Volteé con un subidón de energía y ahí estaban. William, Theo, Jason y un grupo numeroso de rebeldes que no conocía se aproximaban hacia la nave, buscando con su radar la señal que Clara les envió. Mis ojos se pusieron llorosos a pesar de que mis labios se curvaban en una sonrisa de alegría. Corrí hacia la salida y casi me rompí un diente contra el muro que yo sí podía ver. La emoción me ganó.

―¿Por qué no se abre? ―protesté, forcejeando―. ¡Abre esta estúpida puerta!

Leonard se apresuró a trabajar. El escudo de invisibilidad desapareció, la puerta se abrió y no miré atrás. Me deslicé por la rampa sin tener cuidado con mis pasos y me precipité hacia mi hermano para darle un abrazo en público. Él no alcanzó a decir una palabra. Mis demostraciones de afecto eran tan escasas como mi capacidad de sentir tal cosa, así que no me lo negó.

Siendo franca, me puso tan feliz que estuviera bien que no me importó destruir mi reputación de desalmada. William estaba bien. Carecía de heridas notables. Vestía lo mismo que antes. No había indicios de que se convertiría en un infectado. En conclusión, no lo perdí otra vez. Él no murió. La incertidumbre fue lo único que falleció. No habría más angustia de momento.

―¡Estás vivo!

―Y tú me estás asfixiando ―replicó con una risa breve a medida que el grupo avanzaba sin él.

Continué aferrándome con fuerza, incluso cuando vislumbré a Clara de reojo, quien me sonrió a través de la distancia antes de que Theo la agarrara a ella. Nuestra relación no se había arreglado solamente porque William y los demás estuvieran a salvo. No quería pensar en eso todavía. El abrazo no concluyó fácilmente.

―Solo estoy feliz de ver que sigues en una pieza.

William se apartó un poco. Cargaba el radar y un rifle.

―Ya sabes que es difícil romper a los Aaline.

Otra razón para creer que yo no era una.

Tragué saliva, deshaciéndome de las imágenes que mi mente creó de su muerte. Pretendí que todo estaba bien porque era cierto. Fui yo la que no lo estaba. Después de todo, los demás se encontraban intactos. Fingí que el río de cadáveres, la gigantesca nave volando sobre mi cabeza, las personas que lastimé, el momento en que mi vida fue amenazada de nuevo y los monstruos caníbales no me afectaron.

―No sé por qué lo dudé.

―¿De dónde viene toda esta sangre?

Odiaba cuando me hacían esa pregunta. Sucedía tan a menudo últimamente.

―No es mía ―informé, olvidando por un segundo que apestaba sudor y sangre.

―Como de costumbre.

Tomé un respiro en busca de acumular coraje.

―¿No les molestó que nos fuéramos sin ustedes?

―No, era lo correcto ―aseguró William con más seriedad―. Además, perdí el privilegio de enojarme contigo cuando no te dije que estaba vivo. Te perdonaré muchas cosas hasta que equilibremos la balanza.

La carga de culpa en mi corazón se aligeró un poco.

―¡Abrazo grupal! ―chilló Theo antes de lanzarse sobre nosotros y capturarnos con sus brazos.

Ni siquiera me molestó. Luego de estar preocupada por tanto tiempo, se lo permití. No tenía ganas de pelear. Raro, ¿no?

Clara no se unió a nosotros. Quedó sola, explicándole a Jason lo que ocurrió y quién demonios era Leonard.

―De acuerdo, esto es demasiado afecto.

Theo prácticamente nos levantó en el aire a pesar del comentario de mi hermano.

―Nunca es demasiado.

La risa de William sanó algunas de mis heridas y la de Theo me dio igual.

Entonces, el crujido de unas ramas reveló que alguien se aproximaba a nosotros.

―Que reencuentro tan cálido ―comentó Clara, observándonos.

Los tres nos distanciamos despacio. A Theo no le bajó el azúcar.

―Sí, lo sé. ¡Ella empezó!

―Y tú exageraste ―le dije, acariciando mis brazos para protegerme de las brisas nocturnas. Clara lo notó, ya que traía mi abrigo en sus manos.

―Ten.

Acomodé mi flequillo con el índice, bloqueando su presencia de mi campo de visión.

―Estoy bien.

―En mi defensa, hoy fue un buen día ―prosiguió Theo, el más contento de todos―. ¡Logramos tantas cosas!

William arqueó una ceja.

―Como no morir, sí, eso fue fabuloso.

Su sentido del humor era el mismo que el mío, por ende, sonreí por dentro.

―No le hagas caso a los hermanos gruñones.

―¡Hey! ―protestamos William y yo a la vez.

―¡Tenemos una nave! ¡Jamás tuvimos una nave!

Su amigo aceptó eso.

―Cierto.

―¡Y tenemos un prisionero! ¡Con información!

―Espero que sea útil.

―¡Y cadáveres! ―exclamó Theo y lo observamos confundidos―. Espera, no se supone que debo estar emocionado por esa última. Como sea, tienen que contarnos cómo consiguieron eso.

La intensidad de la mirada de Clara podría haberme quemado la piel.

―Ella. Todo fue gracias a ella.

―¡Sabía que serías una adición al equipo!

Negué las atribuciones que me dio.

―No es cierto.

―Mi hermana siendo humilde, eso es extraño.

―Es cierto ―insistió Clara, como si no pudiera contener la compulsión de adularme para ganarse mi perdón―. Yo iba a rendirme y volver a la sede y ella me convenció de quedarme a pelear por la nave. Ella tomó al piloto de rehén. Y ella salvó mi vida y mató a todos esos infectados.

Quise maldecir. Iba a dejar el asunto de lado, sin embargo, esa chica no manejaba bien el perdón. Yo nunca perdonaba y ella no podía pasar cinco segundos sin rogarme que lo hiciera con su cara de cachorrito perdido.

Por otro lado, tanto Theo como William se mostraron confundidos. No conocían esa parte de la historia, la parte que el informante del Territorio Blanco nos brindó y tuvimos que combatir a mano armada.

―¿Infectados?

La mera palabra generaba estragos en mí. Estaba segura de que los vería en mis pesadillas de la noche que me esperaba. Todavía podía sentirlos sobre mí junto con sus dientes y sus deseos de asesinarme y comerme viva. No quería revivir el momento.

―Es una historia larga que primero tenemos que reportársela a la gran jefa.

―Excelente porque después de eso tendremos que celebrar este evento histórico ―advirtió Theo, intercambiando un vistazo con William.

Me entró la curiosidad.

―¿Celebrar? ¿Con qué?

―Lo sabrás cuando salgas de la reunión que Marlee quiere tener contigo y los demás apenas lleguen ―comunicó mi hermano con secretismo―. Ustedes ya hicieron demasiado. Jason y los demás se quedarán aquí para trasladar la nave a un lugar seguro. Nosotros llevaremos al prisionero a la sede para un largo interrogatorio.

Leonard fue escoltado por un rebelde hacia el sendero por el que habían venido. No quería perderlo de mi vista. No confiaba en el nivel de información que la rebelión me daría. Necesitaba extraerla yo misma.

―Quiero estar para interrogarlo.

Theo analizó el escenario y nuestro estado actual.

―¿No estás cansada?

Estaba acostumbrada a trabajar hasta el agotamiento.

―Sí, ¿y qué?

William señaló la ruta con un movimiento de su cabeza.

―Primero volvamos y luego veremos si puedes hacerlo hablar.

―Los dos sabemos que puedo hacerlo hablar hasta en idiomas que no conoce ―recalqué en código.

Nuestro entrenamiento fue casi el mismo. Mientras él decidió concentrarse en los caminos de las cortes, yo me concentré en las artes oscuras.

―Vamos.

―Yo quiero ver la nave ―se quejó Theo, triste, y los demás nos pusimos en marcha―. ¿Alguien?

Oí la voz de Clara.

―¿Y dejarás que yo maneje a Betty?

―Me alegra que estés viva, amiga, pero ni lo sueñes.

Le di un último vistazo a la nave de cabeza antes de meterme de lleno en el bosque. Siendo sincera, yo también quería quedarme para averiguar más sobre la misma, sin embargo, tenía otras prioridades. El coche en el que vino el equipo de rescate era el mismo en el que fuimos todos nosotros: Betty. A diferencia del anterior viaje, tuve el privilegio de ocupar el asiento junto al conductor. No hablé en el resto de los pasajeros durante el recorrido. No dijeron cosas relevantes. Admiré el camino a través de la ventanilla, pensando en lo que había ocurrido y cómo afectaba mis planes para el futuro.

La verdad sobre los infectados cambiaba muchas cosas. Verlos en carne y hueso, ver de lo que eran capaces originó algunos cambios en mi perspectiva. El mundo no sobreviviría si aquel virus letal se apoderaba de la población una vez más. Las guerras, el poder, y el resto de las cosas por las que los humanos se fijaban no interesaban cuando la enfermedad te hacía su esclavo o causaba que alguien perdiera su identidad y quisiera destriparte.

Rebeldes. Realeza. El bando daba lo mismo. La humanidad era lo que importaba. Aquel pensamiento casi me empujaba a creer en el experimento y su intención de combatir a los enfermos. Casi. Convertirte en un monstruo para no ser un monstruo no era una solución práctica. Yo no quería ser esa clase de monstruo. Quería trazar mi destino lejos de las únicas dos opciones que los demás pensaban que tenían. Lo haría.

Tan pronto como llegamos a la sede, el grupo descendió del vehículo y se separó en el estacionamiento moderno por el que salimos horas atrás. Maureen, Sheila, Hiro y un séquito de rebeldes nos recibieron en cuanto pusimos un pie en el pasillo que dividía el estacionamiento de la sala de vigilancia. Pude percibir cómo nos juzgaban a medida que devolvíamos las armas y los dispositivos. El asunto empeoró cuando su séquito se llevó los cadáveres de los infectados que trajimos como muestras en el maletero del auto. El hedor que desprendían fue tan desagradable como los recuerdos de los mismos.

―Felicidades por una misión exitosa ―dijo Sheila, la doctora encargada de la investigación científica de Destruidos.

Hiro concordó con un asentimiento más entusiasta.

―¡Ser un forense finalmente pagará el precio! Iremos a guardar esos cuerpos donde corresponde y nos encargaremos de los participantes del experimento que pudieron rescatar hoy. Descansen por ahora. Es tarde.

Lo único positivo que saqué de la misión fue que el equipo consiguió salvar a las personas que fueron víctimas de las manos opresoras de los creadores del experimento. Había oído sobre ellos durante el viaje de regreso. Rastrearon a los participantes, lucharon contra los uniformados de blanco que los secuestraron, los liberaron y consiguieron dejarlos en el ala médica antes de salir a buscar la aeronave. Abigail ya no estaría sola.

Sheila deslizó su mirada por la fila y terminó conmigo.

―Pero ustedes dos deben unirse a nosotros al amanecer. Tenemos más trabajo que nunca gracias a hoy.

Maureen, quien había aguardado con paciencia, dio un paso al frente en cuanto se marcharon.

―Después de ese saludo tan amoroso, tengo que decirles algo. ―Ella hizo una pausa antes de esbozar una sonrisa que mostró sus dientes―. ¡Lo lograron, hijos de sus buenas madres!

Los presentes celebraron.

William y yo nos miramos.

―Oh, sí. Nuestra madre es muy buena.

―Tan buena ―concordé, entendiendo su broma cuando el resto no, y los dos reímos con fuerza.

Nuestra madre era muchas cosas, buena no era una de ellas.

Maureen retomó la charla.

―Entienden a lo que me refiero. ¡Es asombroso! Tenemos mucho material para investigar y muchas vidas fueron salvadas.

―¿Notaste cuál dijo primero? ―le susurré.

―Mi novia es malvada, no importa, la quiero con maldad y todo.

―Voy a ignorar que me llamaste malvada porque dijiste que me querías ―le advirtió la chica previo a dirigirse al grupo―. Los rumores sobre la misión de hoy se esparcieron rápido. Hay gente que nos está llamando el mejor equipo de la rebelión.

Theo se colocó a su lado, fantaseando con la idea.

―¡Deberíamos tener un nombre!

―Ya tenemos uno. Somos rebeldes, ¿recuerdan? ―insistió Clara, uniéndose al dúo de la positividad.

―No, necesitamos uno propio que nos haga destacar. ¡Los salvadores rebeldes!

―No lo sé ―dudó Maureen ante la propuesta de Theo.

―Pasaré toda la noche pensando nombres y les daré una lista para que me digan cuál les parece.

Los tres lucían emocionados de verdad. Tal vez William y yo éramos los hermanos gruñones.

―¡Oh! ¡Lo olvidé! Tienen que ir directamente a la oficina de Marlee para discutir algunas cosas.

―¿Ahora? Algunos de nosotros necesitan una ducha, no quiero mencionar a nadie, pero, ¿han visto a Kaysa? ―habló Theo entre dientes, como si no pudiera escucharlo.

Me ofendí.

―¿Y tú te has visto a ti mismo, Theo?

―Sí, estoy fabuloso, incluso después de luchar.

―Oh, lo siento. ―Me crucé de brazos―. La próxima vez no destriparé a un infectado, dejaré que me coma viva.

Él se acercó a mí y rodeó mis hombros con su brazo.

―No quise molestarte. Te ves muy bonita. Con sangre y todo.

Lo golpeé con el codo y se apartó, fingiendo que no le dolía.

―¿A la oficina de Marlee dijiste?

Maureen confirmó lo que ya sabía.

Como ya no aguantaba más, encabecé la fila de individuos que se dirigieron hacia el despacho de la líder de la rebelión conocida como Destruidos. Al principio, fui capaz de ignorar las miradas sueltas de personas que transitaban por los pasillos, no obstante, cuando tuvimos que pasar por el comedor a la hora de la cena, no lo conseguí. No me agradó en absoluto. Los demás no parecían notarlo, en cambio, yo estaba a punto de cubrirme en un vago intento de tapar los rastros de sangre que me bañaban y me detuve al oír un susurro distante:

―Así es cómo vuelves de una misión.

En consecuencia, me sentí un poco menos avergonzada, bajé los brazos y caminé con la frente en alto. Lo hecho, hecho estaba.

Dimos con el pabellón donde residía nuestro objetivo. El rebelde que resguardaba la puerta nos advirtió que ella planeaba hablar con uno a la vez y me mandó al final de la fila. Yo era la última persona con la que le apetecía hablar. No decía algo muy bueno de nuestra relación actual. Rogué que no fuera algo tan malo que no pudiera reparar. Mi plan dependía de lo que lograría en la resistencia.

Después de largos minutos, le tocó a Clara. El resto del grupo corrió para irse a duchar y quedé sola con el guardia. Cambié mi posición y me apoyé contra la pared más cercana a la puerta. Mi curiosidad letal me picó como el aguijón de un escorpión. Tuve que esforzarme para escuchar sus voces.

―Con todo respeto, no estuviste ahí. No la viste ahí ―dijo Clara y suspiró cerca de la salida―. La he visto pelear. Ella es probablemente la mejor mujer que he visto pelear en toda mi vida. Pudo haber desarmado a ese tipo hasta con los ojos cerrados. Pero hoy, frente a esa pistola, eligió no luchar.

Agaché la cabeza a sabiendas de que estaba hablando de mí. Una punzada de dolor abrasó mi pecho ante el significado oculto de su declaración. Quise irme de inmediato, sin embargo, anclé mis pies al suelo.

―¿Estás diciendo que puso la misión en peligro a propósito?

―No, eso no es lo que quise decir.

―¿Y qué quisiste decir?

―Estoy preocupada por ella. Es todo.

―Bueno, eso es válido. Deberías decírselo ―sentenció Marlee. A veces olvidaba que tendía a dar consejos personales y se involucraba más con sus servidores―. Si no tienes nada más que decir con respecto a la misión de hoy, puedes retirarte e ir a dormir tranquila sabiendo que hiciste un magnífico trabajo.

Me apresuré a alejarme con torpeza para que Clara no se diera cuenta de que la estaba espiando y la seguí con la mirada cuando se alejó caminando.

El rebelde se cruzó en mi campo de visión.

―Ella está lista para verte.

Pasé las manos por mi abdomen para sacar el nerviosismo de mis palmas sudadas y me metí en la oficina de Marlee como un soldado que había dejado su espíritu en el campo de batalla y ahora su cuerpo era su fantasma. No hice nada. No saludé de manera cordial con una sonrisa. Simplemente, me paré frente a la mujer que le ordenó a su guardia que abandonara su puesto.

―Sobreviviste ―sentenció.

¿Decepcionada?

¿Orgullosa?

Confundida.

―¡Sobreviví!

―A pesar de todos los peligros que enfrentaste. ¿Quieres hablarme de eso? ¿Cómo fue estar afuera por primera vez?

Le molestaba que su preciada cura hubiera estado en situaciones de riesgo. Detecté la verdad a través de su tono de voz.

―No te voy a mentir, fue horrible. La situación era peor de lo que imaginaba y tengo una imaginación bastante oscura. Solo vi una parte pequeña, aun así, esos niños, esas personas. Todos merecen algo mejor y me entristece que no lo hayan tenido antes ―expuse, profundamente apenada―. Ahora entiendo más que nunca por qué la rebelión odia tanto las leyes de Idrysa y a sus creadores. La mayoría desconoce la situación porque no llega a las noticias.

―El clan Blue jamás publicaría algo así.

Mi corazón palpitó ante una idea que no tenía nada que ver con nuestra discusión sublime o los acontecimientos del día, sino con el futuro.

―No lo necesitan.

―Tengo el presentimiento de que tu cerebro acaba de idear algo.

Iba a hacer algo atrevido.

―¿Qué pasaría si la rebelión empieza su propio periódico?

―¿Qué?

Una vez que empecé a hablar, no me pude detener. Mi amor por la poesía y la escritura en general se adueñó de mi mente.

―¡Sí! Ustedes cuentan con los medios, el personal, y las historias. Tienes que ver el panorama completo. Estás tan concentrada en pelear la guerra con armas que te olvidas de que la pluma es igual poderosa. Estoy segura de que hay personas en la rebelión, en esta misma sede, cuya pasión es la escritura y tienen la habilidad de transmitir su mensaje al mundo. Imagina la diferencia que pueden hacer para las personas que se sienten solas y el potencial que esto tiene para la rebelión. Muchas personas se sumarían a la causa, no lo dudo.

Marlee me analizó lentamente y luego sonrió.

―¿Sabes algo? Había oído que estabas teniendo problemas para adaptarte a nuestro estilo de vida, pero creo que esta es la primera vez que suenas como un verdadero miembro de Destruidos.

Aguanté la respiración.

―¿Qué piensas de la idea?

Los segundos colgaron sobre mi cabeza igual que un machete.

―Es asombroso. No sé cómo no se me ocurrió antes.

Las posibilidades no pararon de iluminarme.

―Además, fomentaría la educación. Aquellos que no tuvieron la oportunidad de ir a la escuela y les gustaría participar podrían ayudar y aprender al mismo tiempo. Les daría una vocación y algún día podrían convertirse en autores reconocidos. Más importante que todo, les daría un sueño por el que despertar cada mañana, por el que valdría la pena pelear.

La mujer balanceó la cabeza.

―El proyecto llevaría tiempo. Es factible y le daría esperanza a la gente, algo que escasea estos días. ¿Crees que puedes hacerlo?

La confusión se reflejó en mi entrecejo fruncido.

―¿De qué hablas?

―Bueno, fue tu idea. ¿No quieres estar a cargo? ―propuso, sorprendiéndome.

Casi me atraganté con mi propia lengua.

―¿Me estás ofreciendo la posibilidad de ser la fundadora de un diario?

―Bueno, trabajarías con otras personas, como Holly, la conoces, ¿no? He oído que has retirado cientos de libros en estas semanas. Pero, sí, tendrías tu propio periódico.

Para una chica que creció adorando los libros y escribiendo en secreto, era un sueño que jamás pensé que se volvería realidad. Siempre creí que terminaría en la hoguera junto con mis libros, ya que Idrysa me prohibía las prácticas. Una parte de mí quiso llorar. No solo sería redactar artículos, sino mucho más.

Aquel sentimiento cálido destruyó años de tristeza y me inundó con felicidad genuina. No pude quedarme quieta. Cometí un error de juicio y le di un abrazo a la persona equivocada. Por supuesto, no tenía nada que ver con Marlee. Solamente necesitaba expresar mi alegría con algo más que un saltito impropio de mí. Me aparté en cuanto me di cuenta de lo que hice.

―Lo siento, no quise hacer eso ―dije, avergonzada.

Ella se había quedado dura como una piedra. La rompí.

―Está bien expresar lo que sientes, aunque no llegamos a la etapa de los abrazos.

Asentí, no obstante, Marlee consiguió subir un escalón en la escalera a mi agrado. Aunque no cambiaría mi plan, ella me había concedido algo maravilloso. Lo tendría en cuenta.

―Es lo que todos me dicen, lo primero, lo segundo no. No doy muchos abrazos.

―Entonces, soy una afortunada, ¿no? ―bromeó y regresó al tema principal―. Podemos desarrollar el tema después de que tengamos una charla sobre la misión de hoy.

Recobré la postura con la barbilla en alto, los brazos detrás de la espalda y las manos unidas.

―No sé qué más puedo decirte. Ya has hablado con todos los otros miembros del equipo.

―Me mostraron los videos de vigilancia. Algunos fueron muy interesantes.

Por supuesto que ella estuvo supervisando la transmisión a escondidas.

―¿Te interesaron mis excelentes movimientos de pelea? ―pregunté y arrugué mi expresión. Se estaba refiriendo a otra cosa, quise evitarlo.

―No, hablo de los incontables momentos en los que pusiste tu vida en peligro de manera innecesaria.

―Yo no diría de manera innecesaria. Todos regresamos vivos. Es lo que cuenta.

―La pelea por la nave de caza, en específico.

El ambiente delicado se puso agrio. Me puse incómoda, creyendo que mencionaría el incidente del que le habló cierta persona con la que seguía enfadada.

―Ellos están muertos. Yo no. ¿Qué es lo que hay por debatir?

―Los infectados ―soltó Marlee.

Me relajé. Más o menos.

―Ah, sí. Los infectados. Criaturas espantosas. ¿Qué quieres saber sobre ellos?

―Muchas cosas, por ejemplo, por qué existen.

―No puedo decirte eso ―afirmé, vacilando―. La horda que vi hoy es la primera que he visto. Aquí está la evidencia.

Ella analizó las manchas de sangre que todavía no me había podido limpiar y eran imposibles de ignorar.

―Solo tenemos las imágenes de video y el testimonio del nuevo rehén, gracias por eso, por cierto.

―De nada.

Marlee se mostró consternada ante lo que implicaba la información más reciente.

―¿Crees que nos está diciendo la verdad sobre el virus y lo peligroso que es?

―Por desgracia, sí.

―Esperaba que dijeras que no.

―Lo siento.

―Valoro tu honestidad ―dijo Marlee, a diferencia de nuestra anterior reunión. Había progreso―. Clara Silva mencionó la teoría de que el experimento de mi familia está relacionado con esta enfermedad. ¿Qué piensas?

Me planteé con seriedad cuál sería mi próximo movimiento.

―Tiene sentido. Las leyes, el toque de queda, y el misterio alrededor de lo que acabó con la civilización antes de Idrysa. Todo. ¿Cierto?

―Si lo pones así, sí.

―¿Tu familia no te dijo nada al respecto? ¿No viste ninguna pista?

―No, ya te lo dije. Mi familia es experta en excluirme.

―Entiendo el sentimiento.

―Bueno, de una exiliada a otra, debo decirte que hoy hiciste un buen trabajo. Si bien hubo algunas fallas que supongo que sabrás cuáles son porque no eres una tonta, estás aquí, no perdiste ninguna extremidad, y colaboraste un montón con nuestra causa.

―¿Gracias? ―dije, dubitativa.

―Y, si recuerdas, te dije que esta misión era una prueba para ver si eras la persona adecuada para otro trabajo que tenía en mente y...

―¿Y?

―Lo eres.

Por alguna razón, tuve la sensación de que ese trabajo no sería sencillo o guiado por la moral o no me habría elegido a mí para el mismo. Siempre me entregaban los peores casos. Tuve que poner mi cabeza en el juego y apartar mi corazón y el sufrimiento del día.

El futuro, el futuro, el futuro, repetí otra vez como un mantra.

―¿Puedo saber de qué se trata?

―Sí, pero viene con una condición ―aclaró ella, severa.

―¿Cuál?

―No puedes contarle a nadie sobre esta misión.

La habitación se enfrió al punto de ponerme piel de gallina.

―¿Por qué no?

―Porque ni siquiera el segundo jefe de la rebelión sabrá sobre esto. Las únicas personas que sabrán de su existencia seremos tú y yo. Nadie más. Es muy peligroso que los demás lo sepan. Es por su seguridad y la de la resistencia.

La boca se me secó ante la aspereza de sus palabras, humedecí mis labios en busca de encontrar las mías, y titubeé.

Secretos.

Más secretos.

―¿Por qué? ¿No confías en los demás?

Marlee reveló un lado de ella que yo no conocía.

―Yo no confío en nadie.

La frase me recordó tanto a mí que me paralizó.

―Si no lo haces, ¿por qué me encargarías una misión tan importante?

―Porque tenías razón. No llegué aquí después de veinte años solamente por confiar, soñar, y ser honesta. A veces tienes que hacer cosas que no quieres, cosas horribles, para llegar a donde estás ―expuso ella y se le escapó un sollozo nostálgico―. Soy capaz de hacer muchas cosas y sé que tú también. Ahora necesito a alguien así.

Retrocedí. No me gustó cómo lo dijo.

―¿Alguien como yo?

―Alguien frío y profesional. Alguien capaz de hacer cosas crueles por el bien. Alguien que nadie extrañará.

Me mordí la lengua, intentando ignorar las lágrimas que se apresuraron a llenar mis ojos. Mi corazón roto obtuvo una nueva grieta.

La descripción fue perfecta y dolorosa.

Ni siquiera tuve que preguntarle por qué dijo lo último. Pude deducirlo por su cara. Ella estuvo en Londres, mi hogar. Vio las reacciones de mi muerte falsa. Yo estaba muerta para mis padres y todas las personas que conocí y no parecía importarles. Mi hermano, quien en realidad no era mi hermano, ya tenía una nueva familia y no me necesitó por más de un año, no me necesitaría si me iba de nuevo. No me extrañarían. Yo era alguien que valía más muerta que viva.

Fue un golpe de realidad que me desestabilizó por completo y me dejó tirada.

Los segundos silenciosos me ahogaron con los granitos de arena del reloj.

Quise abrazarme a mí misma de nuevo, protegerme del mundo, olvidarme de todo y de todos y desaparecer del mundo.

Me emborraché con mi tristeza repentina, bebiendo la ira que le daba un sabor especial a la amargura, y enloquecí con la resaca provocada por el dolor hasta que renací con un vacío que llenaba el pozo infinito de mi alma.

Al final, esbocé la expresión perfecta que me entrenaron desde pequeña para tener.

―¿Qué quieres que haga?

Marlee dejó los detalles para más tarde. Me dio un resumen de lo que se trataría mi misión. Me sorprendió y a la vez no. Implicaba irme y hacer que todos los miembros de la rebelión pensaran que era una traidora, incluyendo William. Aunque me dolía, si el plan funcionaba, los resultados serían muy prometedores. Ellos podrían perdonarme por mentirles. Después de todo, ellos me traicionaron primero.

Pero no acepté la misión enseguida. Le dije a Marlee que lo pensaría. Ella me dio un día. Tenía veinticuatro horas para decidir algo que podía cambiar no solo el curso de mi vida, sino el de muchas más.

🤍🖤

| PREGUNTITAS |

¿Los infectados les dieron miedo?

¿Se los imaginan más como zombies o vampiros o ninguno?

¿Creen que Kay va a aceptar la misión?

(Claro, si no no habría trama)


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