5. La piedra angular de la rebelión

Todos mentían.

Todos mintieron sobre algo alguna vez en sus vidas.

Las personas normales mentían sobre cosas pequeñas e insignificantes como si comieron el último pedazo de pastel u olvidaron cerrar la puerta.

Yo también lo hice. Mentí cada día de mi vida. Pero nunca mentí sobre quién era. Yo era Kaysa Rose Aaline, heredera del clan Aaline, la segunda hija de Albert James Aaline y Eleanor Stewart, y la hermana de William Andrea Aaline. O lo fui hasta dos días atrás.

Ya no sabía quién era.

Después de que William pulverizara el último lazo que me quedaba y la única verdad en la que confiaba, todo perdió sentido. De verdad. Pasamos horas creando escenarios ficticios y tramas engañosas. Nos planteamos cada remota posibilidad. Pensamos en accidentes, mezclas de bebés, adopciones secretas. La única que tenía sentido era muy simple. Uno de nosotros no pertenecía al clan Aaline, no de sangre.

William quería creer que era él debido a su reyerta con nuestro padre, sin embargo, yo sabía que no podía ser cierto. Mis padres lo adoraron cuando estaba vivo y estuvieron orgullosos cuando creyeron que él asumiría el cargo de líder del clan. No conmigo. Yo siempre fui el error, la imperfecta, la hija que nunca sería suficiente, la cosa que preferirían ignorar y cambiar por completo.

Una parte de mí quería imaginar que en sus cabezas existía una razón para todo el desdén y el maltrato. No me consideraban su hija, sino el plan contingencia, algo que no querían usar, pero conservaban por las dudas, aquello que usarían si todo salía mal y su primogénito fallecía.

El cuento de terror que me conté tenía más sentido que todo lo demás. El plan, la lucha, y todos los años que sufrí para complacer a mis padres y ser lo que ellos querían. Todo se murió. Sentí que era como una de esas personas que enterraban y les ponían una lápida sin nombre.

¿Quién era si no era una Aaline?

Toda mi vida giró en torno a mi apellido. Mi entrenamiento, mis relaciones, mis deseos. Cada cosa que alguna vez hice se basó en eso. Ya no sabía qué hacer. Mi existencia, mi lugar en el mundo, y todo a lo que creí que tenía derecho se había esfumado con un análisis que hicimos dos veces para verificar que era cierto. Pese a que me negué a aceptar que era verdad, las pruebas lo corroboraron una y otra vez.

No había nadie. No poseía ningún vínculo inquebrantable con nadie. A pesar de que sabía que no podía confiar en ellos, siempre confié en el hecho de que éramos familia. Fue un engaño, otro más. No me habría importado ser adoptada, sería su hija porque me eligieron, no obstante, no fue así. Si hubieran sido honestos y nos habrían dicho lo que ocurrió, lo entendería y estaba segura de que William también. No lo hicieron. Se comportaron como los hipócritas que eran. Ocultaron la verdad. Mintieron. Ahora nosotros lidiamos con horribles consecuencias, preguntas sin respuestas, y dolor.

Todo lo que alguna vez quise fue ser amada y aceptada. Pensé que, si trabajaba duro, lo lograría. Haría que me quisieran o al menos me respetaran. Pero no sería así. Nunca tuve ni una oportunidad, no contra la reputación que tanto protegían.

Fue duro. Aun cuando fui traicionada un millón de veces, creí que el mundo ya me había lanzado la última bomba. Me equivoqué. Me quedé sin miembros para que me amputaran. Sin familia, sin amigos, sin parejas, sin pueblo, sin mascota. Nada. El universo gastó y me quitó el último recurso que me ligaba a la humanidad. Era un hilo delgado y frágil como un cabello y lo cortaron igual que las tres Moiras.

¿Cuál era mi propósito?

¿Qué me quedaba?

¿Quién demonios era?

No tenía idea.

Estaba pensando en eso de camino a la habitación de William. Su corredor era idéntico al mío, así que no había nada nuevo para decir. Como los dormitorios estaban numerados, vislumbré el correcto y caminé en su dirección. En realidad, nunca había ido al cuarto que compartían William y Theo, Clara me dijo cuál era. No había salido de mi cama por horas, intenté dormir y no pude. Estuve pensando, pensando y pensando hasta que se me secaron los ojos, el techo comenzó a dar vueltas, y amaneció según el reloj.

Ignoré las miradas de los dos chicos que estaban conversando frente a otra habitación del corredor y golpeé la puerta correcta, aguardé un par de segundos e intenté abrirla.

―¡Oye! ¡Tú! ¡Roja! ―llamó uno de los chicos y mi puño se cerró con fuerza y furia ante la última palabra. Aunque sabía que lo dijo por mi color de pelo, me enfureció el recuerdo de otra de mis decepciones, el recuerdo de la primera pieza que cayó: Diego. Primero fue su traición, después el bombardeo, luego la rebelión, y ahora la destrucción de mi familia―. No puedes entrar ahí.

No le di importancia. Me conocía a mí misma. Podía sentir la ira fluyendo a través de mis venas, no por él, sino por todo lo que había ocurrido. Cada fibra de mi cuerpo me pedía que destruyera algo, que descargara mis emociones, y no podía hacerlo ahí. Debía ser buena y comportarme a pesar de que todo lo que hacía era recibir golpes en vez de darlos. Necesitaba encadenar al monstruo, así que no volteé y abrí la puerta como si nada.

Apenas conseguí darle un vistazo al lugar a oscuras cuando escuché unas pisadas.

―¿No oíste lo que te dije?

Puse los ojos en blanco y giré sobre mis talones.

―Sí, te oí y también te ignoré.

El chico de mi edad aproximadamente sonrió como si fuera algo gracioso e intercambió una mirada con su amigo, quien se metió a su cuarto.

―Tú no puedes entrar ahí, pero eres más que bienvenida a entrar a mi dormitorio ―dijo. Quise vomitar.

―Y esa frase es la razón por la que ninguna chica lo hará jamás.

Su orgullo causó que se ofendiera, lo que era irónico porque me sentía particularmente orgullosa de mi frase.

―Eso no es cierto.

Estaba de malas y mi ingenio malvado era imparable cuando se unía con mi lengua filosa.

―Bueno, a menos de que puedan volverse invisibles, no veo ninguna ahí, así que no debo equivocarme ―mascullé, fingiendo que me daba pena―. ¿Qué pasa? ¿Es muy duro irse a dormir solo? Deberías buscar una almohada. Tendrás más suerte que conmigo.

Continuó fingiendo ser un héroe.

―Oye, yo solo quería hacerte un favor. Uno de los tipos que duerme aquí, Phil, está loco. Si ve que estuviste tocando sus cosas, te hará pedazos.

La advertencia me resultó graciosa.

―Le diré que dijiste eso. Phil es mi herm...

Hermano. Iba a decir hermano. Cerré la boca y quedé en completo silencio antes de terminar la palabra. Ya no podía decirlo. No era cierto. Él no era mi hermano.

De pronto, William apareció doblando la esquina y notó mi mano cerrada en la puerta, el nudillo estaba blanco.

―¿Qué está sucediendo aquí?

Arqueé una ceja.

―Nada, le estaba dando consejos sobre citas, ¿no?

El chico se encogió de hombros y se marchó a la habitación del otro chico.

―Como sea.

En cuanto se fue, las palabras flotaron entre nosotros como burbujas que explotaban antes de que pudiéramos atraparlas. Así era desde que nos enteramos de la verdad. La incomodidad nos impedía ser tan francos como antes. Yo estaba muy nerviosa, nerviosa de perder a mi amigo de toda la vida, no solo a mi hermano.

La única razón por la que William siempre se quedó conmigo y me toleró durante todos esos años fue porque éramos familia. Ya no sería así. Fingiría al principio que yo seguía siendo su hermana, pero yo sabía muy bien que la gente tendía a alejarse lentamente hasta que te dabas cuentas de que los perdiste años atrás, como cuando fingió su muerte.

―Te levantaste temprano ―comentó él―. ¿Dormiste bien?

No quise parecer necesitada o más frágil de lo que era.

―Sí, claro.

―Kaysa.

―¿Qué? Tú también estás despierto.

―Por culpa de Theo. Tenía que preparar algo en la armería para una misión fuera del perímetro y el desconsiderado prendió las luces.

―Tiene tan malos modales ―bromeé sin decirlo en serio. Quería saber si sobreviviríamos como una familia.

―Fui a ayudarlo. ¿Tú necesitabas algo?

Jugué con mis manos detrás de mi espalda, muriéndome ante la idea de la soledad total.

―Iba a practicar mientras todavía me dieran permiso para hacerlo y pensé que quizás tú querrías venir conmigo. No lo sé. Está bien. No tienes que venir si estás ocupado.

―No lo estoy ―aseguró William, utilizando aquel tono de voz cuidadoso que solía usar cuando estaba enferma o alguien trataba de matarme―. Ha pasado tiempo desde la última vez que entrenamos juntos, ¿no? Sería divertido.

―Por eso lo propuse.

―Aguarda aquí, tengo que dejar algo.

Esperé en el corredor durante unos segundos hasta que se unió a mí y cerró la puerta.

―¿Estás nerviosa?

Comenzamos a caminar.

―¿Por qué lo estaría?

Porque mi vida se fue a pedazos, la cura del mundo corría por mis venas, y sentía que estaba al borde de un ataque de pánico cada segundo del día, respondí en mi mente.

―Marlee llegará hoy.

Esquivé su mirada de la misma manera en que evité pensar en el otro hecho que había cambiado mi vida y mis planes de forma radical. Había un elemento que fluía en mi sangre que era capaz de combatir el experimento de la realeza. No sabían qué era, si era intencional o parte de la evolución, si había más personas como yo, si era la única. Nada.

Solo sabían que funcionaba, que Abigail había vuelto a sentir gracias a mí, y que no podían dejarme ir bajo ninguna circunstancia. Aunque en su imaginación me ponían como un medio invaluable, sabía que aquel detalle me convertía en una prisionera de sus deseos.

La tarde que se enteraron y me hicieron los estudios, todos estuvieron dispuestos a seguir pinchándome para sacarme sangre y someterme a todo tipo de procedimientos incómodos para averiguar la razón de mi singularidad hasta que William detuvo a Sheila y dijo que primero que nada deberían hablar con Marlee. Por suerte, ella procesó la novedad con más empatía y les ordenó que no hicieran nada y no esparcieran la noticia hasta que volviera a la sede y pudiera tomar las riendas de la situación.

―Ah, sí. Ese detallito.

―Es uno importante, diría yo. ¿No te preocupa?

Más allá de la información que carcomía mis huesos, mi rutina no cambió. Pude continuar con mis prácticas, sin embargo, nada se sentía cómo antes. Yo no tenía el control. Marlee lo tenía. No me gustaba. No me gustaba estar a merced de otros. Por eso estuve ideando otras estrategias sin descartar mi plan principal.

―No va a hacer nada que yo no pueda predecir o combatir ―contesté con frialdad.

―Ella no te hará daño.

Él y su fe ciega en la causa. No lo entendía, lo respetaba, pero no lo entendía, no considerando que crecimos en la misma casa.

―¿Qué tan seguro estás?

―Dije que no lo hará ―determinó―. No importa si lo intenta o no, no lo logrará.

Me burlé de su seguridad.

―Cuidado, casi suenas como un hermano.

―Lo soy.

―Claro.

Detectó algo en mi actitud.

―¿Qué? ¿Ya no piensas que somos familia?

―Eso es irrelevante.

―No, no lo es. No para mí.

―Seamos realistas ―inicié, cansada de lo mismo―. No éramos una familia, ni siquiera cuando creíamos que compartíamos ADN. Vivimos en la misma casa por años. Eso es todo. Y luego desapareciste sin dejar rastro.

―Me disculpé por eso.

―Si, porque una disculpa que te tomó un par de segundos compensa años de luto.

―¿Qué quieres que te diga? Esto también es difícil para mí. No sé qué llevó a nuestros padres... ―Pausó al darse cuenta de su error―. A Albert y Nora a hacer esto. Quizás tuvieron buenas intenciones, quizás no. No importa. Los odie o no, son mi familia. Tú también.

Fruncí los labios.

―Es bueno saber que me odias, pero igual me aguantas lo suficiente para considerarme parte de tu pequeño acto familiar.

―Eso no fue lo que quise decir.

―Entonces, piensa antes de hablar.

Se molestó.

―No te entiendo.

Mis ojos amenazaron con cristalizarse.

―Sé que no, Will. Ni siquiera ya lo hago.

Estaba arrojando rocas al río con la esperanza de que alguna flotara a pesar de que sabía que se hundirían tarde o temprano porque así funcionaban las cosas.

―No estás haciendo que esto sea más fácil.

―Perdón ―gruñí―. No quiero lastimarte, solo tengo miedo.

—¿De qué?

—De que esta sea tu oportunidad de escapar y ya no quieras ser mi hermano.

William se detuvo a medio camino.

―Escúchame bien cuando te hablo. Tú eres mi hermana. No hay análisis o historia por revelar que lo vaya a cambiar. Eres mi familia. Punto. Puedes enojarte, fingir que no es cierto, o hacerte la ruda porque temes que hiera tus sentimientos. Pero es un hecho. No importa cómo me sienta respecto a Albert y Nora. Yo no te odio. Así que, cierra la boca, deja de sacar conclusiones, y para de intentar pelear conmigo. Iremos a practicar. No quiero hablar más de esto.

Me crucé de brazos a sabiendas de que acertó en cada una de las palabras que pronunció. Conocía casi todos mis trucos, debilidades, y manías, lo que le garantizaba algo que poca gente logró: ganar un argumento contra mí.

―Bien.

―¿Bien qué? ―insistió.

Sonreí de mala gana, aun así, una parte debilucha de mí se alegró.

―Bien, hermano mayor.

Aceptó la victoria con humildad.

―Gracias.

Reanudamos nuestro trayecto.

―¿A qué misión se fue Theo? ―indagué luego de un rato largo.

―Y aquí vamos otra vez.

―¿Qué? Fue una pregunta muy simple y para nada malintencionada.

―No llego a contarme todo, solo sé que se relaciona con la llegada de ya sabes quién y la participante que hallamos. Aparentemente, creen que hoy dejarán otra carga de participantes. Es la teoría. Los oyeron hablando a través de los intercomunicadores que intervinieron. Quieren traerlos a la sede para verificar que la cura funciona y no fue cosa de una vez.

Otra gota de ira cayó en el vaso lleno.

―Y nadie me lo dijo. Quieren usarme a mí. Saben que mi sangre me pertenece, ¿no?

―Según lo que tengo entendido, esperan a que llegue ella para discutirlo y obtener su permiso. Supongo que por eso no te lo dijeron. No seas paranoica.

―No lo soy. Me tratan como si de repente todos fueran vampiros sedientos de sangre y yo, la última humana en la Tierra.

―En eso tienes razón ―aceptó sin negarlo.

―Qué novedad, Phil.

―Además, existe la posibilidad de que haya otros como tú.

―Sí, ¿cuántos has visto? ―planteé y se quedó callado―. Eso creí.

―Estoy seguro de que se les ocurrirá una solución que no implique dejarte como un saco de huesos.

―Ya me siento más tranquila.

―Lo siento.

Permanecimos en silencio cuando nos topamos con un grupo de rebeldes y volvimos a hablar en cuanto se fueron.

―¿Qué crees que hará?

Él supo de inmediato que me refería a Marlee, la líder de la fantasiosa rebelión conocida como Destruidos. Se tomó unos instantes para pensarlo, aun así, nada se le vino a la cabeza.

―No lo sé.

―¿Qué harías tú si fueras ella y tuvieras que tomar una decisión?

―Escapar del planeta ―aseguró con un ligero tono de broma. Sonaba como una opción que tomaría en consideración―. Es una decisión imposible.

―¿Y si fueras yo?

―Lo mismo.

Reímos.

―Serías un líder terrible ―bromeé.

―Lo sé. ¿Por qué crees que renuncié?

Me sentí bien por un instante. Compartir una risa con él me llevaba de vuelta a los tiempos en los que caminábamos por los pasillos tenebrosos y lujosos de la Mansión Aaline, hablando con los retratos de nuestros supuestos antepasados e inventándoles historias divertidas por más que estudiamos sus vidas con nuestros tutores.

―¿Qué harías tú? ―preguntó después de un rato.

Mordí la punta de mi lengua a sabiendas de que no podía contarle mi verdadero plan, solo le entregué trozos de escenarios ficticios.

―Confirmaría que la cura. Dividiría los equipos de científicos, uno para estudiar los efectos de mi sangre para crear un suero sin la necesidad de convertirme en una bolsa de sangre y otro para averiguar si hay otras personas con las mismas cualidades. Claro, todo en secreto como hasta ahora mientras siguen lidiando con sus asuntitos de rebelde. Antes de concentrarse en la cura, deberían tratar de eliminar el experimento por completo.

―Deberías decírselo.

―¿Qué?

―Cuando la veas, deberías decirle todo eso. Te escuchará.

―Lo haré.

Él estaba a punto de abrir la puerta de la zona de práctica justo cuando salieron dos rebeldes cargando una caja de madera pesada. Theo volvió a cerrar la puerta mientras sostenía bajo su brazo un estuche metálico grande que parecía guardar algo peligroso.

―Esto es una sorpresa ―comentó él, recuperando el aliento.

William osciló.

―Lo dudo.

―¿Es para tu gran misión?

Theo esbozó una sonrisa que no encajaba con la atmósfera.

―Gran misión. Me gusta cómo suena.

―¿Necesitas una mano? ―ofreció William y su amigo le entregó el estuche que casi se le cayó de las manos.

―Dos para ser exactos.

―Esto me pasa por ser amable.

―Vamos, rápido ―dijo Theo, ignorando el comentario.

William y yo intercambiamos miradas a sabiendas de que el plan de practicar se acababa de cancelar.

―¿Hay una razón en particular para la prisa? ―indagué a medida que caminábamos detrás de los dos rebeldes.

Inspiró profundo.

―De hecho, sí. Marlee ya llegó.

Mis pasos se detuvieron de golpe. Ellos no lo notaron. Tardé dos segundos en reiniciar mi accionar. Me costó hablar.

―Temprano.

―Sí, debería haberlo dicho en un tono más sutil y suave ―destacó Theo con una pizca de culpabilidad.

William frunció el ceño y observó lo que cargaba.

―¿Todas estas son armas?

―Sí, creí que lo deducirías considerando que acababa de salir de la armería.

―¿Por qué las tienes? ―pregunté, temiendo su fatídico destino.

―Oh, cielos. Son para la misión de extracción, no para retenerte aquí. Yo no podría hacerte daño.

Él alzó la mano con la intención de ponerla en mi hombro y habría terminado impactando contra mi barbilla por accidente si no hubiera corrido la cara.

Cerré los ojos con la mandíbula apretada y una ola de exasperación naciendo en mí.

―Acabas de hacerlo.

Theo se disculpó y metió la mano a uno de los tantos bolsillos de su pantalón negro.

―Lo siento.

―¿Será hoy? ―intervino William, cambiando de tema, a la vez que se ponía entre Theo y yo casi por instinto.

―Sí, en unas horas. Jason me pidió que tuviera todo listo para cuando llegue nuestra querida jefa.

La mención de Jason Kyle, el tercero al mando de la sede y el padre de mi antiguo instructor de la academia, me recordó que era quien se ocupaba de mantener el lugar en funcionamiento mientras Marlee, la verdadera fundadora de la resistencia, no estaba en la sede. No lo vi en muchas oportunidades luego de mi presentación y mi juicio de bienvenida, solo cuando Sheila le informó sobre su descubrimiento científico relacionado conmigo y ni siquiera me dijo algo entonces. Parecía ser muy leal a Marlee o muy reservado. Algo me decía que no me serviría en un futuro.

―¿Ya saben quién va a ir? ―indagué con segundas intenciones.

―Yo solo soy el que hace las entregas, mi lady. No lo sé. Lo decidirán más tarde.

―Técnicamente, nosotros estamos haciendo la entrega ―murmuró William, refiriéndose a sí mismo y a los otros rebeldes.

―No seas acaparador, Andrea.

El resto del trayecto fue monopolizado por las conversaciones banales entre William y Theo. Supuse que intentaban hacer que la situación actual resultara menos preocupante, sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano. Aprecié la gentileza de todas formas.

Creí que iríamos a la oficina de Marlee. No fue así. Terminamos de vuelta en la zona de investigación del ala médica. Lucía exactamente igual cada vez que iba, la única diferencia era el grupo de individuos que encontraba en ella. Jason estaba conversando con Hiro y Sheila en simultáneo que Clara estaba sentada con su tableta personal junto a Maureen.

Por otro lado, Abigail, la participante del experimento, yacía dando vueltas por el lugar sin saber qué hacer. Tampoco la dejaron ir, se quedó a vivir en la sede de manera indefinida. A ella le hicieron casi tantas pruebas como a mí. No hallaron nada demasiado extravagante. Su memoria tampoco volvió por arte de magia. Sospechaba que el proyecto que anulaba los sentimientos era uno muy diferente al que utilizaban para manipular los recuerdos humanos. Así que, a pesar de que mi sangre servía para eliminar el primero, no modificaba el segundo en absoluto. Por ende, las circunstancias seguían siendo complicadas.

Ella fue la primera en notar nuestra presencia y después fue seguida por los demás. A diferencia de las miradas preocupadas de la mayoría, su saludo constó de una expresión amable. Descubrí que mi primera impresión sobre ella fue la equivocada. A simple vista parecía ser una mujer bastante alegre y dulce, lo que hacía que el experimento resultara aterrador, considerando lo fría y propensa a la violencia que la hizo.

―Es bueno verlos, vengan aquí ―solicitó Jason, dirigiéndose a Theo y los rebeldes para indicarles donde depositar el armamento.

William y yo nos dispersamos. Mientras él se fue a hablar con Hiro y Sheila, yo fui con Maureen y Clara. Entendía que estaban haciendo los tres doctores familiarizados con la investigación científica de la cura, pero no comprendía para qué necesitaban a Clara en la misión de extracción o qué estaba haciendo con tanta concentración.

―Me sorprende verte aquí ―mencioné, apoyando la palma en la mesa, a la vez que intentaba espiar la pantalla de su tableta.

Clara me sonrió con dientes y todo desde su asiento.

―No puedo decir lo mismo.

―Yo la llamé poco después de que te fuiste ―aclaró Maureen con los brazos cruzados.

―Bueno, más precisamente llamo a la mejor hacker que tiene y aquí estoy.

Maureen se puso de pie.

―Dejaré que te cuente su parte antes de que se compruebe que la soberbia se contagia a través del aire.

―¡No dije ninguna mentira! ―se quejó Clara, viendo que Maureen se iba para unirse a William, y más tarde volteó para repetirlo en un susurro―. No dije ninguna mentira.

―Estoy segura de que no.

―Me llamaron a último minuto porque se les ocurrió una idea basada en lo que les contó Abigail y yo soy la única informática que estaba al tanto de la situación de la cura.

―¿Qué idea?

―La nave que ella mencionó en su testimonio es un avión de caza moderno y dado el modelo creen que puedo manipularlo a cierta distancia.

―¿Puedes?

―Por supuesto. Ya nos hemos cruzado con un par de esos, no muchos, y puedo entrar en el sistema de la caza para averiguar su ruta, acceder cualquier tipo de información que contenga e incluso manejarlo de manera remota.

―De verdad eres la mejor ―dije, asombrada, ya que yo no había llegado a ese punto con mi curso acelerado.

―Eres la única que lo dice.

―Pero todos lo saben.

―Ya para ―rio, sonrojada, y regresó a lo importante―. El problema es que debo ir con todo mi equipo e intentar controlarlo cerca de donde está sin que me conviertan en un colador humano porque no puedo evitar balas y enfocarme en estas hermosas pantallas.

A pesar de su tono alegre, sonaba peligroso. Cualquier misión lo era, aun así, sonaba muy peligroso.

―¿Y quién va a ser tu escudo? Ya sabes, para que las balas no te conviertan en un colador humano.

―No tengo idea.

Estudié a todos los presentes que parecían enfrascados en sus respectivas charlas.

―¿No? ¿Qué planean hacer?

―Habrá equipos. No irán muchos al exterior debido a que existe el riesgo de que nos reconozcan y nos torturen de maneras que harán que el infierno luzca como una playa para vacacionar hasta conseguir una pieza de información. La mayoría irá para encontrar a los nuevos participantes y combatirán contra los oficiales idrysianos. Como mi parte es una posibilidad remota, quizás tenga a una persona que me acompañe. Con suerte.

Planeé mi siguiente movimiento con cuidado. Necesitaba ver el exterior, aprender cómo manejaban las salidas, y conocer la verdad acerca de todas las teorías que manejaban los rebeldes. Necesitaba ver todo con mis propios ojos y hacer un reconocimiento de terreno.

―¿Quieres que sea tu escudo? ―pregunté de repente y me enderecé―. No les digas a nadie, pero soy genial eliminando a gente del mapa.

Ella rio y depositó su tableta en la mesa.

―Aunque aprecio que quieras ser mi escudo humano, no puedo aceptar la oferta.

Continué bromeando.

―¿Por qué no? ¿Crees que hay alguien mejor que yo?

Clara señaló con la mirada la pequeña cicatriz que había en mi muñeca. La mordida sanó rápido, quizás muy rápido. A ese paso ni siquiera tendría una cicatriz permanente.

―No, tú ya sabes por qué.

Insistí. Tenía que ir a esa misión. Era una oportunidad que no sabía si se volvería a repetir.

―Sé que todos piensan que tengo sangre mágica o dorada, sin embargo, te aseguro que es muy difícil hacerme sangrar. Puedo ir.

―Lo sé ―suspiró ella y se puso de pie para encararme―. Hay cientos como yo, pero no hay otra como tú.

No me rendiría. Tendría que hablar con Marlee cuando se dignara a hacer su participación especial.

―Que lo digas como si fuera un cumplido, no quita el hecho de que estás rechazando a esta chica con sangre mágica.

Recuperó su tableta.

―Lo superarás.

Entrecerré los ojos y utilicé el dedo índice y el corazón para señalarla.

―Lo haré, pero esto te perseguirá por el resto de tu vida. Te lo advierto.

Volvió a sonreír.

―Lo superaré.

Nos separamos debido a la mesa para encaminarnos al grupo una vez que Jason llamó a todos al centro con un golpe de sus palmas.

―De acuerdo, como todos adivinarán, están aquí para la misión de extracción que se llevará aquí el día de hoy o para tener una audiencia privada con nuestra líder ―expuso y supe a qué individuos se refería al final―. Así que, mientras algunos de nosotros debatimos el plan de acción, necesito que Abigail, Sheila, y la señorita Aaline me acompañen.

Mis ánimos se oscurecieron ante el uso de mi apellido. Intercambié una mirada con William antes de seguir a Jason junto con las otras nombradas.

―Hola ―me susurró Abigail con timidez una vez que salimos de la sala de investigación.

Miré a Jason y Sheila, quienes iban en silencio.

―Hola.

Se acercó un poco a mí a medida que nos guiaban al despacho de Marlee.

―¿Sabes qué va a pasar con nosotras?

Resultó un poco halagador que confiara en mí para hacerme esa pregunta, como si temiera hacérsela a los demás y yo no representara una amenaza. Se sintió bien que alguien no supiera quién era ni conociera mi pasado y me juzgara solo por mis interacciones con ella. Se sintió bien que una desconocida confiara un poquito en mí porque todos los que conocía tendían a desconfiar de mí. Era una especie de consuelo.

―No ―respondí con franqueza—. Creo que lo averiguaremos pronto.

―Soy un poco claustrofóbica, no diría que adoro estar encerrada en paredes de metal las veinticuatro horas del día. Yo solo quiero salir de aquí.

Somos dos, dije en mi cabeza a la vez que rezaba para poder salir viva de aquella sede.

―Si la cosa se pone muy fea con tu claustrofobia, puedes hacer esto ―dije, enseñándole el abrazo que me enseñó Diego y todavía usaba para calmarme en soledad. No era una técnica milagrosa, aun así, me ayudaba en momentos difíciles. Todavía odiaba al nuevo General del Ejército de Idrysa, pero me enseñó muchas cosas que no olvidaría.

Abigail asintió, repitiendo lo que hice, y luego sonrió.

―Gracias.

No transcurrió demasiado tiempo ni atravesamos demasiados pasillos hasta que doblamos la esquina y dimos con la entrada abierta del lugar en el que se daría nuestra audiencia privada. Sheila le dijo algo a Jason antes de irse sin más.

―Primero entrará Abigail ―avisó Jason antes de que asumiera que entraríamos las dos al mismo tiempo.

Marlee quería oír su versión sin verse influenciada por la mía. Por eso pidió audiencias separadas. Yo tenía experiencia manipulando interrogatorios, Abigail, no. Quizás sospechaba que yo sabía más de lo que decía y no se equivocaba, aun así, me dolía la desconfianza.

―Por supuesto.

Abigail se despidió con un movimiento de su mano e ingresó a la oficina de Marlee, dejándome esperando por un largo rato. Jason y yo quedamos sumidos en un mutismo incómodo. Me apoyé en la pared, aburrida, y lo observé mientras él simulaba revisar el reloj inteligente que decoraba su muñeca debajo de su chaqueta oscura. Habría permanecido callada de no ser porque sentí que pasaron horas desde la última vez que se abrió la puerta de la oficina.

―Así que ―inicié sin que se me ocurriera un tema de conversación. Él tenía más o menos la edad de mi supuesto padre―. ¿Has visto el clima?

Jason me miró como si estuviera cansado de lidiar con adolescentes molestos.

―Te han dicho que estamos en una sede subterránea, ¿no?

Él no entendió mi humilde chiste.

―Sí, yo solo estaba tratando de... No importa.

Luego sucedió el milagro, la campana salvadora sonó, es decir, Abigail emergió de la oficina. No puede descifrar muy bien su expresión. Lucía calmada y también desorientada, como si estuviera agradecida de que no fueran a matarla de momento y preocupada por algo más.

Más tarde, oí la voz de Marlee llamándome a su oficina de un modo que me recordó a Luvia Cavanagh como directora de la Academia Black. Me picó el arrepentimiento a causa de la comparación. Su muerte había sido confirmada en el periódico del reino, nunca encontraron el cuerpo y le adjudicaron su muerte al bombardeo. Nadie sabía que yo la había matado, sería un secreto que me llevé a su tumba.

La puerta fue cerrada detrás de mí una vez que entré.

Marlee estaba de espaldas, cubriendo su boca para ocultar que bostezaba con dramatismo. A pesar del aspecto que generaba con su blusa, sus pantalones formales, y sus zapatos negros y lustrados, parecía estar cansada.

―Discúlpame, no pude dormir por el viaje ―comentó, volteando a encararme.

Permanecí de pie e incómoda.

―Está bien. Yo tampoco dormí mucho.

―Apuesto a que no.

Las dos sabíamos por qué no lo hice. No me apetecía que lo notara, sin embargo, durante aquellos últimos días todos parecían ver a través de mí como si fuera una ráfaga de viento.

―Bueno, estoy aquí porque tú me llamaste ―empecé con neutralidad―. ¿Qué querías decir?

Marlee se acomodó en uno de sus asientos. En esa ocasión, no había galletitas ni té. Tampoco hay suero de la verdad escondido por ahí.

―¿Por qué no te sientas y lo discutimos más tranquilas?

―Prefiero quedarme de pie si no te importa.

―Como ya sabrás, estoy al tanto de todos los acontecimientos que han ocurrido en la sede. También he oído todas las opiniones y he estudiado hasta el cansancio la nueva información que me enviaron a través de nuestros dispositivos. Estoy aquí porque esperan que tome una decisión que definirá el curso de muchas vidas ―explicó Marlee con un tono que sugirió que quería justificarse. Era la misma mujer que había bombardeado un edificio histórico solo para mandar un mensaje a la sociedad―. Aun así, quiero hablar contigo primero. Quiero saber cómo te sientes al respecto.

La pregunta me agarró desprevenida. No sabía qué responder, qué era lo apropiado para mi situación, o qué me convenía decir si pensaba con frialdad y me guiaba por mis aspiraciones políticas.

―Cansada.

Siempre se repetía el ciclo, un ciclo que estaba fuera de mi control, y siempre tendía a arrebatarme las cosas que tenía en mi vida, a pesar de que yo me preguntaba cuándo pararía si ya no me quedaba más.

―Es entendible.

―Todos están cansados, ¿no? ―comenté para sacarle peso a mi comentario anterior.

―Sí, y antes de que nos adentremos en esta complicada conversación, necesito que sepas que no seremos como ellos.

―¿Ellos?

―Aunque esta cura pueda ser la solución a muchos de nuestros problemas, quiero que sepas que no te vamos a extorsionar o convertir en un experimento privado. Estarás a salvo y, si bien necesitaremos tu colaboración, todas las pruebas que tengamos que hacer las haremos solo si tenemos tu permiso.

Quise preguntarle si estaba hablando en serio; ella lo decía como si yo tuviera que aplaudirla y estar agradecida de que hiciera lo mínimo que cualquier ser humano debería hacer. Mi cuello se tensó por el impulso que tuve de soltar una lista de palabrotas, aun así, guardé todo en mi interior.

―Es bueno saberlo.

―De acuerdo ―suspiró―. Tengo entendido que ya te han hecho todos los exámenes para asegurarse de que este descubrimiento no fuera una mera coincidencia. Así que, ahora, te voy a hacer un par de preguntas que no tienen nada que ver con el lado científico de esto.

―¿Cómo qué?

―¿Cómo te gustaría que manejáramos la situación? Quiero oír tu opinión.

Le conté todo lo que le dije a William.

―Es razonable. Lo tendré en cuenta.

―¿Otra pregunta?

―¿Sabías algo acerca de todo esto? ¿Tenías tus sospechas?

No me alteré, solo ladeé un poco la cabeza.

―¿Le hiciste esta pregunta a William? ―planteé antes de responderle.

Mantuvo el contacto visual.

―No.

Me repetí que debía actuar con tranquilidad. Me sentía vigilada y arrinconada. Tenía que esforzarme para estar en control.

―¿Por qué me la haces a mí?

―¿Has notado que no te ofrecí nada?

―Sí, no me habría molestado tener una galletita. No desayuné.

―Te conozco. No demasiado, pero te he visto. En la academia. Aquí ―inició―. Eres una buena mentirosa, tanto que ni siquiera el suero de la verdad parece no tener efecto en ti.

Tragué grueso. Se dio cuenta. Maldije en mi cabeza.

Dejé de ver el aspecto de profesora dulce hacía tiempo, era una fachada, y la verdadera Marlee Black era la mujer que estaba frente a mí. Era ella con sus discursos famosos y mensajes subliminales que los demás no parecían notar. Sus seguidores no parecían notar que la rebelión era tan violenta como el gobierno actual, que ella también quería ganar para introducir sus ideales y asesinaría a cualquiera que se metiera en su camino, como en todos los que perecieron en los ataques que orquestó a lo largo de Idrysa.

―Era un arma y yo nunca crearía un monstruo que no pueda matar. Eso no significa que te haya mentido en el pasado.

―No has respondido a mi pregunta.

―¿Esto es un interrogatorio?

―No tiene que ser algo malo.

―No, no tenía idea de que mis padres me mintieron toda mi vida sobre mi origen o que mi hermano que no es mi hermano. No sé por qué esto funcionó con Abigail. No sé nada.

―Me da gusto que lo aclares.

―¿Puedo preguntarte algo? ¿Cómo te diste cuenta? ¿Qué me delató? ―indagué, ya que me aterraba la idea de cometer una equivocación y que eso me llevara a ser comida de rebeldes.

Me estudió.

―La mayoría de la gente se pone nerviosa o hace algunos gestos cuando miente. Es lo normal, vas inventando sobre la marcha, se te acelera el corazón y te sudan las palmas. No a ti. Cuando tú mientes, estás calmada sin importar cómo parezca que reacciones en el exterior, lo dices como si fuera tan sencillo como respirar y no hay una diferencia notable que distinga cuando dices la verdad o no. Eso te delató, el hecho de que nada lo hacía. Es una cualidad que me dice que serías una gran espía.

―No trabajo para nadie, si es lo que piensas.

―Te creo.

En tal caso, no entendí de dónde venía el planteo.

―Entonces, ¿por qué me cuestionas?

―No te cuestiono a ti, cuestiono tu habilidad para ser honesta conmigo y el resto de nosotros. Te dije que esto solo funcionaría si somos honestas una con la otra. ¿Cómo puedo confiar en ti?

―¿Cómo puedo confiar yo en ti? Tú me pusiste el suero de la verdad sin mi consentimiento. Además, solo han pasado un par de semanas, perdóname si no estoy en el último de tu programa de doce pasos de cómo convertir un...

―Ya entendí ―cortó sin dejar que continuara con mi precioso comentario sardónico.

―El punto es que esta información nos tomó por sorpresa a todos y tal vez hubiera sido mejor que descubriéramos la cura más tarde. Por ejemplo, cuando tú ya no tuvieras razones para desconfiar de mí y vieras que aunque no actúe como si fueras mi confidente personal, deberías tratarme igual que a los demás rebeldes, y yo conociera algo más de la rebelión que lo que se me permite averiguar dentro de las paredes de este lugar.

―Tú no vienes del mismo lugar que los otros rebeldes.

―Tú tampoco ―interrumpí ante la hipocresía de sus prejuicios―. Sé que preferirías que la cura la tuviera cualquier otra persona, lo siento, estás atrapada conmigo y yo, contigo. Tal vez confíes en mí algún día, tal vez no, no estoy aquí para quitarte tus inseguridades. Estoy aquí para aprender, no para servirle a nadie. Voy a colaborar, sí. Pero no voy a tolerar que me cuestiones. ¿De verdad crees que hubiera dejado que me hicieran todas esas pruebas si tuviera algo que esconder? Ni siquiera sabía que William estaba vivo, ¿cómo iba a sospechar esto?

Marlee se detuvo para procesar todo lo que dije. Ella quería una reacción y ahí la tenía.

―De acuerdo. Era una pregunta.

―¿Eso es todo?

―Sí.

―Perdona por el discurso, estoy aprendiendo a expresar mis emociones, el segundo paso de tu programa.

―Bien hecho, entonces ―felicitó, riendo en silencio―. Y sí, tienes razón. Esto sucedió muy rápido. No has tenido tiempo para adaptarte y el universo nos manda esta bomba y bendición al mismo tiempo. Solo quería hablar contigo porque a pesar de que la cura es algo bueno para nosotros, es algo terrible para la realeza. Si saben qué corre por tus venas, no les importará quién eres, te tomarán prisionera o mucho peor.

Imaginé las posibilidades.

Si me ponía a pensar, tal vez había más de un motivo para que Luvia Cavanagh me atrapara en aquel laboratorio clandestino y Lucien Black estuviera obsesionado con que me uniera a ellos.

La cura salvaría a todos, pero podría matarme a mí.

Podían usarme como un arma biológica.

―Lo sé. Otra razón para estar del lado de Destruidos, ¿no lo crees?

Mi tono falso y positivo consiguió que ella asintiera.

―Es una forma de verlo. Además, tenemos que averiguar cómo es posible que la tengas. Tus padres dirigen el avance científico de Idrysa, es difícil pensar que el hecho de que tú seas su heredera sea una coincidencia.

Consideré la posibilidad en mi mente. Ella no se equivocaba.

―No es imposible. Ellos también tuvieron a William.

―Aun así. Si ellos los adoptaron porque las leyes del reino exigen que los líderes tengan hijos, quedarán libres de sospechas. Si tú llegas a ser la hija de uno de ellos, es probable que tu padre o tu madre también tenga la cura en su sangre y debe haber una razón para eso. Por eso estoy obligada a aclararte que planeamos investigar a Albert y a Nora también.

Temblé ante la idea de que alguien escarbara en el árbol genealógico de la Casa Aaline y sacara a la luz todas las maldiciones que guardábamos bajo la alfombra.

―¿Cómo?

Marlee se levantó sin prisa alguna.

―Te lo diré después de la misión de hoy.

―Es tan importante, ¿no?

―Definirá todo.

―¿Puedo ir? ―pregunté de pronto.

―¿Puedo preguntar por qué?

―Quiero ver con mis propios ojos lo que pasa y mis propósitos no son completamente egoístas. Has visto mi entrenamiento y resulta que soy asombrosa con las pistolas.

―No lo sé.

―Puedo ayudar en la misión, ni siquiera tiene que ser algo muy arriesgado si te preocupa perder la cura. Por ejemplo, sé que Clara Silva tiene una tarea importante, puedo protegerla, o, si están apurados, y no creen que llegarán a traer los participantes a la sede, pueden hacer las pruebas en el exterior conmigo y ver si se repite lo que pasó con Abigail. Solo quiero salir. He estado encerrada toda mi vida y aunque dices que no serás como ellos, todo lo que han hecho es mantenerme aquí dentro. Así que, todos ganan.

Ella se tomó un momento para considerar sus alternativas.

―De acuerdo. Puedes ir.

Me sorprendí para bien.

―¿En serio? No creí que sería tan fácil. Tenía otras treinta razones más para darte y así convencerte.

―Tengo mis motivos. Ten en cuenta que tengo otra misión planeada para ti y depende de qué tan exitosa sea esta ―informó a medida que se dirigía a la puerta para abrirla.

Me intrigó.

―¿De qué clase?

No le interesó darme más detalles.

―Te veré cuando regreses.

Guardé mis preguntas para más tarde. Salí al pasillo donde Jason seguía esperando. No había rastro de Abigail. Aguardé a que Marlee le informara que yo también participaría en la siguiente operación.

―¿Estás segura? ―le preguntó Jason, susurrando.

Los dos me miraron y fingí que estaba contemplando la pared.

―Ella es la cura. Si quiere el sol, tendré que encogérselo y regalárselo con un moño.

Jason no tuvo más alternativa que ceder. Marlee le dijo algo más antes de cerrar la puerta de su oficina.

―¿De verdad quieres el sol? ―bromeó él en el camino de vuelta.

Sonreí, triunfal.

―No, me conformo con el planeta Tierra.

El hombre reprimió una sonrisa, pensando que era un chiste.

El reloj marchó y nadie cambió su postura al respecto. No querían que la cura, es decir, yo estuviera al alcance de todos. Sheila, Hiro, Maureen, Clara, Theo, William, e incluso los dos rebeldes que yo no conocía protestaron. Pero Jason les repitió una y otra vez que era una decisión tomada y estaríamos a salvo mientras la información no se filtrara. Una vez que cesaron las quejas, pude memorizar la estrategia que utilizarían para la misión de extracción y las partes que cada uno cumpliría. Al final, me faltaba una cosa.

—¿Cuál es para mí? —le pregunté a Theo después de que repartiera las armas y las municiones. Fui la última en la fila—. ¡Uy! ¡Quiero la grande!

Él protegió el fusil de francotirador de mí. Sabía lo que era, cómo funcionaba, y cómo usarlo, ya que me lo enseñó. Aun así, era divertido confundirlo y hacerle creer que ni siquiera recordaba su nombre.

—No has alcanzado ese nivel todavía.

—Eso no es mi culpa.

Me sentenció con un mohín.

—Puedo mandarte desarmada.

Coloqué mis palmas a ambos lados de mis caderas.

—¿Te vas a arriesgar a despertar la ira del mundo cuando alguien me dispare y derrame mi valiosa sangre?

—Saluda a esta pistola semiautomática, tu nueva guardaespaldas —enunció Theo, entregándomela junto con la funda correspondiente.

—Hola, muñeca.

Clara terminó de empacar el equipo tecnológico que necesitaba para ir al exterior.

—¿Me llamaste?

—Estaba hablándole a mi arma —le conté, entusiasmada.

Sheila pasó al azar junto con Abigail y soltó:

—Estamos perdidos.

—Solo espero que no tengas que usarla —me dijo Theo y Clara apoyó su comentario.

—Considerando que vendrá conmigo, yo también.

Aunque tener una pistola sería algo novedoso en el buen sentido, mi mano me pedía que empuñara un cuchillo por las dudas. Cualquiera podía disparar un arma; pocos sabían manejar una espada sin cortarse los dedos.

—¿Tienes algo más afilado para mí?

Theo no pudo resistirse a mis encantos de manipuladora y me cedió un equipo de cuchillos que trajo y los demás rechazaron al estar acostumbrados a las pistolas. No tuvimos un momento para relajarnos. El equipo tenía prisa, en especial Jason. No me importunó. Quería salir lo antes posible. Por ende, estuvimos afuera de la sala de investigación en menos de cinco minutos.

Teníamos que cambiarnos de ropa con el objetivo de fingir que éramos un grupo de exiliados más y sacamos lo que pudimos de un cesto lleno de prendas que los verdaderos refugiados dejaban atrás y los rebeldes conservaban para camuflarse. No había clanes o colores en los terrenos de aquellos que fueron expulsados de los territorios oficiales del reino.

Como resultado de ello, además de mi conjunto de ropa interior negra, acabé con lo que una vez fue una camiseta azul y alguien lo convirtió en un top, unos pantalones celestes y anchos, y una gabardina acolchonada y azul oscuro con muchos bolsillos que era perfecta para la ocasión y esconder mis armas.

En cuanto nos reunimos de nuevo, seguí a la multitud a través de los pisos y pasillos hasta que confirmé la sospecha que guardé durante días. El ascensor. En efecto, había uno en la sede y finalmente estaba frente a mis ojos. No tuve que esquivar las cámaras ni noquear a un guardia para utilizarlo como el resto. Me alegró tener razón, aun así, hizo que me diera cuenta de que era real. Estaba a punto de salir.

Las páginas de libros y las historias de las bocas de otros repiquetearon en mi cabeza. La destrucción, la miseria, la libertad, y los cuentos. Todo se revelaría ante mí y mi imaginación quedaría atrás. Vería las calles, los edificios, y las personas que una vez fueron números en una estadística. Un nudo se formó en mi estómago, no lo mostré, pero no podía pensar en nada que no fuera en cómo se vería el mundo que la civilización anterior destrozó y los líderes de la actual nunca se molestaron en salvar. Estaba lista. Estaba lista para ver las cenizas del pasado.

—¿Estás nerviosa? ¿Emocionada? ¿Asustada? —me preguntó William a mi lado en la última fila.

Por otro lado, en el frente yacía Jason, siendo escoltado por sus dos rebeldes de confianza. Él colocó su palma en el escáner para identificar sus huellas y obtener el permiso para salir.

—Todo eso. ¡Nunca estuve en un ascensor antes!

Nuestro diálogo ocasión que Clara y Theo voltearan para curiosear. Ella sonrió en silencio. Él dijo lo siguiente:

—No es cierto. Para ser justos, estabas inconsciente cuando te trajimos.

—Secuestramos, querrás decir —corregí.

—Deberías trabajar en tu resentimiento.

—Y tú en aprender a no secuestrar personas.

—¿De verdad van a pelear minutos antes de ir a una misión donde no saben si volverán con vida? —planteó Maureen, aguardando junto a William.

Theo agachó la cabeza.

—No.

—Sí —dije y me sentí un poco juzgada—. Y esto no es pelear, es expresar mis emociones con palabras.

La declaración incitó a Theo a acortar un poco la distancia.

—¿Tienes sentimientos por mí?

Puse los ojos en blanco, como siempre.

—Tú escuchas lo que quieres oír.

—No, solo lo que tú dices —replicó él, intentando emplear un tono seductor que no funcionaba conmigo.

Nos señalé a los dos.

—Esto no pasará.

Examinó mi rostro.

—Pero ya lo ha hecho en mis sueños.

Arrugué el ceño.

—Qué asco —masculló Clara.

Esquivé a Theo en busca de cambiar de lugar y pararme junto a ella.

—Me robaste las palabras.

—No lo decía de un modo pervertido, solo quería dar una respuesta inteligente —aclaró él, entrando en pánico.

William le reprochó con un visaje.

—Hombre, esa es mi hermana.

—Yo no...

—Algo me dice que hoy duermes en el piso, Theodore —comentó Maureen, teniendo en cuenta que ellos compartían cuarto.

Clara le pegó un vistazo a Theo.

—Solo acepta un "no" como respuesta.

—O te lo escribiré en tu pecho con las balas que me diste junto con esta pistola —murmuré por lo bajo con tal de que Jason no escuchara mi amenaza.

Yo era una buena chica hasta que entraba en modo asesina.

—Entendí el mensaje —declaró él—. Amigos.

Tiré la cabeza para atrás para verlo y responderle.

—En proceso. No has alcanzado ese nivel todavía.

Se limitó a asentir.

—Lo tendré presente.

Entonces, arribó el ascensor y sus puertas automáticas se abrieron de tal manera que sentí una pizca de regocijo. Ya había visto y tocado muchas cosas relacionadas con la época previa a Idrysa, sin embargo, siempre tuve una ligera fascinación con los elevadores. Tal vez porque odiaba las escaleras en general o porque me gustaba lo que simbolizaban para mí tras haber leído tanto y soñado con tantas cosas plasmadas con tinta en un papel.

Las escaleras siempre me llevaron a lugares a los que no quería ir después de batallar para subir cada escalón, como si tuviera a alguien diciéndome que llegaba tarde todo el tiempo, que no nunca llegaría lo suficientemente alto, y que cualquiera podía empujarme y hacerme caer con el empujón más suave.

Pero no tenías que batallar con los ascensores, simplemente podías quedarte parada, respirar tranquila, y subir o bajar al piso de tu elección. Me serenaba pensar que no siempre tendría que tomar las escaleras y algún día podría usar el ascensor para salir del edificio y caminar por los lugares del mundo que yo deseaba. Algún día sería una mujer libre.

Uno por uno, todos fueron entrando con cuidado. Respiré profundamente antes de atreverme a hacerlo. Otro par de paredes metálicas me recibieron. Parecía una caja grande y gris. No hubo movimientos bruscos como creí que habría una vez que Jason pulsó uno de los botones presentes en el interior. Solamente tuve el presentimiento de que estábamos subiendo. Era fabuloso.

—Para mí fue la calefacción —confesó Clara, entre tanto, los demás se sumían en sus respectivas charlas.

Se trataba de un espacio reducido, por ende, estábamos atrapadas en un rincón.

—¿Qué?

—Todos tenían algo que habían oído que existía en la época preguerra y pudieron ver o experimentar gracias a la rebelión. Para mí, fue la calefacción.

—¿En serio? ¿No fueron las computadoras? —indagué, considerando su vínculo con ellas.

—No, descubrí mi conexión con ellas mucho después. Cuando era pequeña, odiaba el invierno. Siempre hacía mucho frío, no importaba cuantas mantas pudiera encontrar o qué abrigos conseguía, y, cuando tenía la suerte de estar un sitio con una chimenea, debía salir y conseguir leña y congelarme en el proceso, todo para que alguien más pudiera estar calentito. Así que, la calefacción fue como un descubrimiento mágico para mí.

Me quedé mirándola por unos segundos, imaginado a una versión pequeña de Clara, una que me recordó todos los otros niños que detestaban el invierno por las mismas razones cuando deberían tener un hogar cálido primero y luego poder elegir si les gustaba o no el invierno.

—Ya tendrás inviernos mejores, Clarita.

Le acaricié el brazo como consuelo y ella lo quitó.

—Los tendré si nunca más vuelves a decirme así.

—Mini Clara.

—Me enfadaría si no fueras mi compañera designada y mi vida no dependiera de ti —replicó ella.

—Buena chica.

Llegamos al nivel deseado con un parpadeo. Salimos de la misma forma que entramos. El largo corredor que nos recibió no fue nada especial, lo único que destacó fue lo ancho que era y se bifurcaba en dos sectores con señales de alerta y un grupo de rebeldes vigilando cada puerta fortificada. Nos encontrábamos cada vez más cerca de la salida y mi corazón lo sabía. Mis expectativas saltaban como chispas que quemaban mis nervios. Incluso si el mundo era tan malo como esperaba, me ocuparía de soñar con un futuro mejor, no solo para mí.

—Como muestra de mi amistad, ¿quieres conocer a Betty? —ofreció Theo, en tanto, nos dirigimos al final del pasillo.

—¿Tu camioneta?

—Ella no es solo eso.

—También es el amor de su vida —destacó William.

Theo se cansó y se apuntó a sí mismo, luego a Jason y los rebeldes que lo acompañaban, y finalmente a mí, es decir, a todos los que no tenían pareja, supuse.

—Bueno, no todos tienen a alguien especial.

Entendí por qué señaló a Maureen y a William, sin embargo, me confundió el hecho de que incluyó a Clara. No le di importancia. Quizás fue un error.

—Lo siento —dijo Maureen, encogiéndose de hombros.

—Como sea —murmuró Theo previo a regresar a mí—. ¿Aceptas mi invitación?

—¿No es parte del plan usarla de todos modos?

—Por poco tiempo. Tendremos que dejarla atrás antes de acercarnos demasiado al Territorio Blanco. No podrás ver su grandeza con libertad. Además, me gusta hacer una gran presentación.

Dado que no modificaría nada lo que sucedería a continuación, accedí debido a la historia que me contó relacionada con Betty.

—De acuerdo. ¿Por qué no?

Theo se alegró de todas formas.

—Me agrada tu entusiasmo.

No supe qué decirle.

—Okay —formulé.

Jason nos ordenó a todos que fuéramos a preparar el vehículo mientras Clara iba con él y se aseguraba de que la salida estuviera protegida y no nos eliminaran en cuanto respiráramos el aire de la superficie gracias a su sistema de seguridad con cámaras y sensores.

El recinto donde almacenaban los vehículos era más grande de lo que esperé. A pesar de que había alrededor de siete coches que variaban entre antiguos autos de civiles que repararon y camionetas de aspecto más moderno, en un rincón también se aglomeraban otros medios de transporte menos seguros como lo que debió ser una motocicleta antes de que la convirtieran en algo más equipado, entre otras cosas.

Le dije adiós a los carruajes y adiviné cuál era Betty gracias a la expresión que realizó Theo en el instante en el que dejamos de caminar. En realidad, esperé un modelo de lujo o con algo excéntrico, no obstante, me topé con una camioneta común y algo vieja que variaba entre un color verde oliva y gris.

—Mi lady, esta es Betty. Betty, esta es mi lady —presentó él con una sonrisa que gobernó su rostro por completo.

Me vi obligada a corregirlo.

—Es Kaysa y no voy a hablarle a la camioneta, Theo.

—Valía la pena intentarlo.

—¿Vamos a viajar en esto?

—¿Esto?

—Imaginé tanques de guerra, vehículos de infantería, un convoy, ese tipo de cosas, no esto, ¿me entienden?

—Sí, recuerda que esta sede funciona más como un refugio y un centro de investigación. Aquí no tenemos nada de peligroso, solo coches que sobrevivieron las guerras y pudimos reparar para hacer entregas de víveres, vigilancias, y así. Muchos de los otros vehículos están en refugios y son manejados por rebeldes en puntos importantes. —contó William.

Maureen suspiró.

—No es sencillo ocultar un auto en un mundo de carruajes.

—Además de la armería que sirve más para fabricar las armas que almacenarlas. Tenemos muchos almacenes y arsenales. Los verdaderos vehículos que usaríamos en enfrentamientos grandes como el ataque de la academia están en varias locaciones secretas y, como las piezas que necesitan son muy difíciles de encontrar, son pocos —reanudó Theo—. Por eso debo decirte lo afortunada que eres de conocer a mi Betty.

Mis oídos detectaron unos pasos suaves antes de oír la voz de Clara.

—Excepto que Betty no es tuya, le pertenece a cualquiera que sepa conducir.

Jason también llegó.

—¿Cómo aprendes a conducir estando encerrado aquí? —curioseé, sedienta de conocimiento.

—Creatividad y lecciones rápidas en el exterior. Yo puedo enseñarte.

—Sí, pero lo único que vas a tocar hoy será el volante de esta camioneta —interrumpió William—. Andando.

—Él no se equivoca.

Mientras William y los rebeldes se encargaban de cargar el equipo de Clara que guardaban en un baúl en el maletero del coche blindado, ella abrió la puerta de la parte trasera para que ocupáramos los asientos de allí. Me cedió el lugar con la ventanilla para que tuviera una mejor vista, no sin avisarme que debería cambiar de asiento con ella si se presentaba algún peligro.

Más tarde, consiguieron acompañarnos los tres restantes. Theo, Maureen, y Jason ocuparon los asientos delanteros. Todavía no tenía idea de cómo saldríamos de allí cuando ocurrió. Simplemente obtuve una advertencia por parte de Maureen que decía «abróchense los cinturones».

Theo condujo a través del camino señalado hacia el fondo despejado para que subiera a una especie de plataforma móvil. Pegué mis ojos en busca de descubrir cómo dejaríamos de estar bajo tierra. Entonces, Jason le comunicó algo en código a los rebeldes que custodiaban la salida a través del auricular pequeño que era similar al que el resto de nosotros teníamos para poder comunicarnos entre nosotros y grabar lo que veíamos. A simple vista, era un botón más que funcionaba como una especie de transmisor.

La magia vino a nosotros. Comenzamos a movernos. De hecho, la plataforma lo hizo. El coche subió con lentitud gracias a la misma en simultáneo que el techo empezó a levantarse y se fue plegando la capa que lo protegía del polvillo y camuflaba la entrada para que no llamara la atención de los intrusos. Lo primero que noté fue la luz natural del sol en lugar de las lámparas artificiales del interior de la sede que fue quedando en el pasado.

El coche fue estacionado en suelo firme con ayuda de la plataforma móvil y Theo bajó de la misma para que dicha plataforma pudiera volver a su sitio de origen y finalmente el techo volviera a cubrir una de las entradas secretas. Estábamos afuera. Tuvimos que bajar para montar la escena de nuevo. Por más que la capa camuflaba gran parte de la entrada, como la movían de manera remota desde la seguridad de la sede, quienes salían debían cubrir sus huellas. Polvillo, hojas secas que exponían la llegada del otoño a Inglaterra, rocas pequeñas, todo para que no se notara que alguien o algo pasó por ahí recientemente.

Después de que terminamos, pude ver algo más que el piso de piedra gris que parecía haber estado ahí por casi cien años, como si hubiera sobrevivido más de lo que pensaron las personas que lo construyeron. El lugar estaba en ruinas, pero había cierta belleza en la muerte de su esplendor.

Parecía haber sido una casa de jengibre que comieron a grandes bocados, muy grandes. Su increíble techo abovedado había sido destruido en parte y dejaba entrar la luz directa del sol y se escabullía para iluminar hasta los rincones más oscuros y mohosos del edificio que debió ser un castillo pequeño o un templo colosal antes de la caída del mundo. Las paredes deterioradas y hechas con piedras enormes de distintos tonos se encontraban cubiertas parcialmente de telarañas, grietas, enredaderas y otras plantas que crecieron gracias a la llovizna que caía en los sectores expuestos. En efecto, el lugar olía a lluvia fresca, bosque, y la pérdida de historias maravillosas.

Más allá, a metros y metros de distancia, había un rosetón gigantesco y hermoso y roto que iluminaba la escalera que guiaba hacia él y lo que antes fue el piso superior que ya no existía y se había reducido a escombros, los mismos escombros que se localizaban en distintas partes. Apostaba a que había un chapitel que se vería glorioso desde afuera. El canto de los pájaros que se posaban sobre las maderas sucias que rodeaban un hoyo lleno de agua hacía eco por el lugar y era tan alentador como escalofriante. Parecía que se comunicaban entre sí. No estaba segura de qué fue en el pasado; debió ser grandioso.

—¿Saben qué fue este lugar antes?

—No con exactitud —respondió Maureen, quien se encontraba más cerca—. La mayoría piensa que fue un castillo que compró alguien muy rico antes de la guerra y lo convirtió en una fortaleza para sobrevivir a los grandes ataques. Por supuesto, es muy probable que no lo lograra, en cambio, gran parte de la estructura lo hizo y cuando Marlee lo encontró hace años, vio su potencial.

—Para ser un super búnker.

Ella sonrió.

—Sí.

—¿Es seguro estar aquí? —cuestioné, inquieta.

—Estamos vivos, ¿no?

—Me refiero a que es sorprendente que nadie se tope con este lugar de casualidad.

—Estamos en una zona que queda entre los sectores oficiales de Kent y el Territorio Blanco. Casi nadie pasa por aquí. Usan rutas más alejadas. El bosque nos cubre de la vigilancia aérea que hacen en algunas ocasiones —informó con rapidez—. Además, durante la guerra lanzaron varias bombas. Murieron demasiados. Los renegados creen que el lugar está maldito, así que no se acercan demasiado.

—¿Maldito?

—El mundo se está cayendo a pedazos. Ya nadie cree en la mala suerte porque todos saben que la tienen.

—Eres un poco cínica, ¿lo sabes? —comenté con una esquina de mi boca elevada.

—Tú también.

—Sí, pero no solo un poco.

—Chicas —llamó Theo, sacando la cabeza por la ventana para llamarnos.

—¡Tenemos nombres! —protestó Maureen—. ¡Harías bien en recordarlos!

Nos volvimos a subir al vehículo y a ocupar los mismos asientos con la intención de ponernos en marcha de nuevo. Resultó agradable respirar aire puro y sentir la caricia de la naturaleza en mi piel. Fue agradable sentir algo que no fuera falso.

El movimiento del coche activó mi sentido de alerta y encapsulé mis ilusiones. A pesar de que tuve mis dudas acerca de cómo íbamos a salir entre aquellos escombros, Theo me asombró con sus habilidades para esquivar todos los puntos peligrosos y el recorrido por las ruinas inició.

Una vez que abandonamos la gran sala donde se ocultaba uno de los secretos más importantes de Idrysa, nos dirigimos a un pasillo desértico que causó que un pequeño escalofrío descendiera por mi columna. Las corrientes de viento que ingresaban por todos los agujeros en los muros hacían que sonara como si alguien silbara cosas infernales.

La niebla se hacía cada vez más densa a medida que nos acercábamos a la salida. Un vestíbulo hecho pedazos nos recibió luego de doblar a la derecha. Apenas se mantenía en pie. Le faltaba la mitad del techo, dos de sus paredes fueron reducidas a los cimientos, y lo que quedaba en pie había sido reclamado por el paso del tiempo. Un arco que una vez fue la entrada principal tenía un árbol enroscado a su alrededor sin hojas y me permitió otear parte de lo que me esperaba.

Entendí por qué la gente creía que el lugar estaba maldito.

—Bienvenida al mundo real —me susurró Clara a la oreja y me espantó, ya que estaba muy concentrada en lo demás.

—¿Por qué me susurras así? ¿Acaso quieres matarme de un infarto?

—Era un momento de suspenso, sentí que debía decir algo apropiado.

—¿Es muy tarde para cambiar de asiento? —protesté.

William habló.

—Kaysa, hermanita, te quiero, pero haz silencio o te ponemos en el asiento del bebé.

—¡Ella me habló primero! ¿Y es cierto lo del asiento? ¿Tienen uno aquí?

—No, traerlo habría sido una buena idea —bromeó Maureen—. Anótala para la próxima.

—Sería el lugar preferido de Theo.

Ellos ignoraron el gruñido de su amigo.

—No le sigas la corriente tú también.

Admiré el caos que originé sin querer.

—¿Acaso no podemos hablar? —se quejó Theo y Jason negó con la cabeza.

—No ahora.

Las ruinas permanecieron atrás y me despedí de ellas con un vistazo hacia atrás a través del cristal bañado por la humedad antes de enfocarme en lo que tenía delante. El bosque tenía un aspecto abandonado y denso, era el tipo de bosque que jamás visitarías de noche y ni siquiera te atreverías a pisar de día sin compañía. Carecía de flores silvestres. Solo tenía una amalgama de hongos, hierba, y musgo. Los árboles parecían pelearse por el dominio, creciendo tan cerca uno del otro que los arbustos no bastaban para separarlos un poco, y bloqueaban por completo los cielos. Nadie notaría si alguien andaba por ahí, nadie sería capaz de encontrarte si te perdías.

El coche se las arregló para andar con algunos trompicones entre la espesura. Si bien algunas ramas rozaban al vehículo de manera ocasional, no tuvimos mayores inconvenientes. Ni siquiera avisté animales salvajes. Las nubes tornaron el cielo de gris, anunciando que pronto llovería de nuevo. Considerando que la última vez que salí, todo lo que vi fue fuego, y lo último que sentí fue el calor del descenso del verano, me vendría bien algo de frío y recibir las bajas temperaturas.

Conservamos la regla del silencio. Nadie se atrevió a pronunciar un sonido similar a una vocal. En teoría, debíamos estar alerta. El mínimo ruido podría indicar que alguien nos vio y nos podía delatar y decenas de personas en la sede podían morir solo porque no prestamos atención. Mi primer viaje en coche no resultó como yo imaginé, aun así, me comporté.

Se trató de un recorrido largo y un poco desconcertante. Metros y metros de boscaje, miradas preocupadas, y revisión de medidas de seguridad. No había ocurrido nada malo, sin embargo, todos tenían el presentimiento de que pronto lo haría. La paz antes de la tormenta. Conocía los momentos así. Decidí disfrutar de la tranquilidad. Sumergirme antes a la locura no reduciría sus efectos.

Los minutos marcharon como soldados hasta que noté que los demás comenzaron a removerse en sus asientos. El final estaba cerca al igual que el lindero del bosque. Tras repasar los pasos del plan, dejé de preocuparme. Tampoco tuve tiempo para hacerlo. Unos latidos más tarde, Theo estacionó el vehículo detrás de una zona cubierta de arbustos y troncos caídos.

—Damas y caballeros, hemos llegado a destino —informó él, apagando el motor, y miró de refilón hacia atrás.

William fue el único que le respondió.

—Gracias por el informe, no me di cuenta.

—¿Qué es eso? ¿Un zumbido? Sonaba a alguien siendo grosero.

—Bajen con cuidado —ordenó Jason, ignorando a los chicos—. Tenemos que ser rápidos.

Todos se apresuraron a quitarse los cinturones de seguridad. Observé al rebelde que se ubicaba en la otra esquina para averiguar cómo abría la puerta. Conocía la teoría, pero no la práctica. Me sentí un poco avergonzada hasta que Clara estiró el brazo en dirección a mi lado para alcanzar la manija de la puerta y abrirla con facilidad.

—A veces puede ser un poco complicado, solo tienes que encontrarle el truco —aconsejó con una sonrisa sublime.

Asentí y salí de un salto. Las hojas secas crujieron debajo de mí. El aroma terroso y húmedo se impregnó en mis fosas nasales al instante. Tuve que voltear para tenderle una mano a Clara para ayudarla a bajar del coche y luego ella cerró la puerta de un golpe. Luego ella se marchó con los rebeldes para buscar su equipo. Yo me quedé admirando el bosque, ya que ya tenía todo lo que necesitaba: armas, cuchillos, e ingenio. Por desgracia, ya no había tiempo para disfrutar de mi entorno.

Una vez que estuvimos listos, Jason sacó del maletero una lona para cubrir el coche y lo ayudamos a esconderlo. Uno de los rebeldes se quedaría para vigilar nuestro medio de transporte y tenerlo listo por si necesitábamos huir. El resto de nosotros iría a la misión de extracción.

—¿Todos tienen lo que necesitan? ¿Comprobaron que los comunicadores funcionen? —preguntó Jason y lo corroboramos—. De acuerdo. Una vez que crucemos ese puente, iremos por caminos separados. No olviden que lo primero es completar la misión con éxito y luego están sus vidas.

Theo asintió, sin embargo, dijo:

—Tampoco iremos corriendo directo hacia la muerte, ¿no? Moriré si tengo que hacerlo, pero no puedo prometer que iré con dignidad hacia la luz al final del túnel.

—Piensa dentro de tu cabeza, no en voz alta, ¿recuerdas? —le susurró Clara a su amigo.

Jason reanudó su arenga.

—Si algo sale mal o si escuchan a través del transmisor que uno de sus compañeros necesita ayuda, confirmen que la quiere antes de ir. Si pueden soportarlo, díganlo y seguiremos con lo nuestro hasta que nos reunamos aquí. Sé que no es un acuerdo agradable, pero cada vez que hacemos algo bien, significa que estamos un paso más cerca de ser libres y eso no es sencillo. Dejando las bromas de lado y el hecho de que algunas veces se comportan como los niños que son, sepan que, aunque no somos cercanos, daría mi vida por ustedes como si fueran mis hijos.

Me costó trabajo descifrar a aquel hombre. Era un superior, una especie de mentor para ellos. Me recordó un poco a Luvia Cavanagh. Ella juró proteger a sus estudiantes del mismo modo en que él prometía que daría su vida por los rebeldes. Sabía que eran dos personas que no tenían nada que ver una con la otra, no obstante, me desagradaba la idea de repetir un error del pasado y darle el beneficio de la duda a alguien que no se lo merecía. Tal vez se debía a la pésima relación que mantenía con mis presuntos padres y mis problemas con las autoridades. Más valía prevenir que curar.

—Eres un sensible, Jason Kyle —comentó Theo.

—No hables, Dawson, tú eres el peor de todos.

Él continuó bromeando.

—Lo siento, papá.

—Ya tuvieron su descanso —cortó Jason—. ¡Vayan a salvar al reino!

Pese a sus palabras, los presentes rieron. Yo no. No tenía tanta confianza. Seguí al grupo junto a William para no despedirme hasta que fuera necesario.

Caminamos por un rato hasta encontrar dicho puente. El puente de roca cubierto de musgo era casi tan antiguo como el edificio sobre la sede de Destruidos y debajo del mismo corría sobre un pequeño arroyo. Después de que vigilamos la zona, salimos de la seguridad de los árboles para que la luz nos iluminara y quedáramos expuestos. Nos subimos en silencio. Habría estado bien si no hubieran omitido el hecho de que le faltaba un pedazo en el medio, como si hubieran tirado una granada de poco alcance desde grandes alturas y hubiera impactado allí. No quise imaginar qué sucedió allí un siglo atrás.

—Pudiste haberme advertido —le comenté a William por lo bajo.

Él me miró por encima de su hombro con una sonrisa altiva.

—Sí, pero las sorpresas son más divertidas.

—Divertido sería si cayeras accidentalmente al agua.

—¿No me digas que todavía le temes a las alturas? —se burló a medida que los demás avanzaban primero.

—Vas a pagar por esto.

—¿Con qué? Técnicamente, estoy en bancarrota.

Ahogué un suspiro.

—¿Qué?

—Acabo de darme cuenta de que yo también lo estoy.

Se llevó el puño a la boca para taparla y no carcajear.

—Tardaste bastante.

Sacudí la cabeza.

—¿Cómo vamos a cruzar por ahí?

Mi hermano, sí, mi hermano no me contestó, sino que señaló a Jason. Saltando, así era cómo íbamos a cruzar. Como no era la primera misión a la que iban, ya habían pasado por ello y no les costaba nada. No me preocupaba el obstáculo. Mi problema no era físico. Yo era capaz de lograr ese salto, sin embargo, las alturas nunca fueron mis amigas. Si bien ya no les temía tanto, me ponían ligeramente nerviosa.

—Eso tiene mucho sentido —bufé con ironía—. Y no es peligroso, ¿verdad?

—Para nada.

Todos fueron pasando uno por uno, aterrizando con éxito al otro lado del puente. Por supuesto, esperé hasta que solo quedamos William y yo.

—Puedes hacerlo —me animó él.

Hice una mueca.

—No podíamos ir por un prado lleno de flores, ¿no?

Retrocedí, corrí a toda velocidad, tomé impulso y salté, rezando para que no cayera y me rompiera el cuello contra las rocas del arroyo. Exhalé, recuperando el aliento, una vez que logré mi objetivo. Segundos más tarde, William estaba conmigo. Aun así, me arrimé al borde para ver la caída que habría sufrido y no me agradó la respuesta. Torturarme a mí misma era un hábito.

—Divídanse en parejas —ordenó Jason. Dicho y hecho. Maureen y el rebelde. William y Theo. Clara y yo. Jason iría solo, después de todo, era el líder de aquella misión y poseía más años de experiencia en el campo. El equipo quedó dividido—. Nos vemos aquí al atardecer.

No hubo tiempo para despedidas. A pesar de que no existían razones para hacerlo, agité la mano para decirle «adiós» a William por las dudas y él me devolvió el gesto antes de darse la vuelta e internarse en el bosque. Como recorríamos zonas diferentes, tomaríamos caminos muy distintos y nuestro punto de encuentro sería el que dejábamos atrás. Traté de repetirme a mí misma que la misión saldría bien y no tendría que preocuparme, pero la situación distribuyó una dosis de miedo por mis venas. No quería enterarme de su muerte por desconocidos, no otra vez.

—Él volverá —dijo Clara debido a que me quedé contemplando el vacío por unos segundos—. Él siempre lo hace.

Regresé a la realidad.

—No siempre.

Seguimos la ruta indicada. Procuré no agotarme con facilidad tras haber estado encerrada sin correr como solía hacerlo a diario. Esperaba que el camino no fuera tan largo. El bosque era muy distinto al que recorrí en la academia. A comparación, el anterior parecía la fantasía gris y restringida construida por un dictador y el actual lucía como un poema para el otoño escrito por un demente. Flores marchitas, ramas quebradas, árboles viejos, insectos perdidos, y animales escondidos. Me sentí en sintonía con el ambiente.

Todo lo que creció y floreció en primavera y verano moría lentamente al igual que las partes que yo permití que brotaran en aquellos últimos meses. Debería tirarme al suelo y hacer demonios con las montañas de hojas caídas. Pertenecía ahí. Mis pensamientos me asustaban y, siendo sincera, los demás estarían horrorizados si entraran a mi cabeza por cinco minutos. Por suerte, una mano apretó mi hombro para llamar mi atención.

—Estás muy callada. —Clara me despertó igual que un rayo de luz brillante cuando te dormías bajo el sol—. ¿Te olvidaste de que estoy aquí?

Parpadeé, saliendo de la jaula de mi mente.

—Claro que no.

—Entonces, ¿a dónde te fuiste?

—Es un secreto.

Me estaba aburriendo ser miserable todo el tiempo, lucir como si fuera alguien que no conocía, y actuar bajo los efectos del enojo. Usé tanto aquel uniforme de prisionera privilegiada que ya estaba sucio, deshilachado, lleno de manchas, y se pegó a mí como una segunda piel. Pero últimamente no podía ignorar lo mal que estaba. Los viejos y tóxicos hábitos, los recuerdos espinosos, y los sentimientos ponzoñosos. Quizás necesitaba morir para darme cuenta de que aquello que tenía no era una vida.

El boleto de escape temporal era lo único que le agradecía a Destruidos. Ellos me sacaron de ahí y salí de la fase de negación sobre mi síndrome de Estocolmo y cómo las leyes de Idrysa me mantuvieron cautiva. No iba a cambiar una prisión por otra, aun así, fue como pasar de una cárcel de máxima seguridad a un reformatorio.

—Además. —Hice una pausa y señalé a los dispositivos de transmisión—. ¿No se supone que debemos estar en silencio?

Sus pasos se detuvieron y los míos también tras sus dichos.

—Todavía no activé los nuestros, lo haré cuando estemos más cerca. Solo somos nosotras por ahora.

Su confesión me confundió.

—¿Por qué no?

—Es tu primer viaje —notificó, estirando los brazos para señalar el paisaje—. ¿No quieres disfrutar un poco antes de volver al trabajo?

Mi melancolía no me impidió ver sus intentos de animarme. Ella trataba de animar a todos. Era algo que hacía bien. Yo era un evento que desafiaba su buena reputación.

—Bueno, no estoy aquí de vacaciones.

Alzó un hombro y apoyó la barbilla en él sin parar de mirarme.

—Igualmente.

—Estamos en una misión —le recordé.

—Eso no quita la diversión.

Estaba ocupada, negando con la cabeza, cuando tuve que bajar los párpados para evitar que algo me entrara a los ojos. Clara se había agachado con intenciones traviesas y luego arrojarme la pila de hojas secas que había junto a aquel árbol en agonía. Me quedé quieta, procesando la fechoría, mientras ella se llevaba una mano a la boca para callar la carcajada torpe que se le escapó de todas formas.

—En el pasado, te habría hecho tragar hoja por hoja. Ya no. He madurado y no lo haré. Sigamos adelante.

No quería estropear todo en mi primera misión.

—Vamos, anímate un poco.

—Estoy bien así.

—Tal vez yo no —confesó Clara de repente y señaló a su equipo tecnológico—. Tal vez yo necesito que me animen.

Me sacó de eje.

—¿Por qué?

Algo se rompió en su mirada.

—Soy una de las personas a cargo de los avances tecnológicos, sin embargo, cada vez que vamos a una misión, vuelvo con las manos vacías mientras que nuestros enemigos no dejan de avanzar. No lo sé. Es frustrante. No puedo ayudar tanto como me gustaría. Me hace preguntar si soy lo suficientemente buena para lograrlo.

No supe qué decirle.

—Lo eres.

Arrugó su expresión.

—No te ofendas, pero conoces la tecnología hace cinco minutos y tu más grande fascinación son los ascensores. ¿Cómo podrías saberlo?

Protesté en mi interior antes de avanzar.

—Porque los ascensores no son mi más grande fascinación.

—¿Cuál es?

—La mejor hacker del mundo —repetí—. ¿Y quién es esa?

—Yo.

—No te oí.

Ella tomó la confianza y el aire necesario para decir lo siguiente:

—¡Yo!

A pesar de que la conocí en los meses en la academia, aprendí mucho más de ella en el último tiempo.

—Aunque no soy una experta en informática todavía, lo soy en Clara Silva y sé que lo conseguirás. Lograste que yo te perdonara y eso es casi imposible, así que, el gobierno es pan comido comparado conmigo.

Los cristales rotos en sus ojos se arreglaron.

—¿Me perdonaste?

Tampoco me moví cuando me rodeó con un brazo para abrazarme.

—Sí, eres muy persistente, como un cáncer.

—Voy a ignorar esa comparación —dijo, apartándose—. Celebra conmigo.

Resoplé y le seguí la corriente. Clara tomó una de mis manos para ir dando vueltas y corretear por el bosque en vez de caminar como dos personas normales. Fue extraño. La emoción fue pequeña, como un grano de azúcar, no obstante, me divertí en aquellos limitados segundos hasta que nos cansamos.

—¿Te consideras "animada"? —consulté, haciendo comillas con los dedos.

Puso sus manos a la altura del corazón.

—Por completo.

Limpié mi ropa de manera superficial con mis manos.

—Como sea. Volvamos al trabajo por el que no nos pagarán ni un centavo y posiblemente nos maten.

—¿Excedí tu cuota de amabilidad por un día? —preguntó Clara sin molestarse por mi tono.

El fantasma de una solterona gruñona volvió a poseerme en vida.

—Por un mes.

Ella curvó sus labios como si fuera una broma escrita por un comediante profesional. Me distraje, estudiando el panorama por las dudas. Para cuando volteé, ella estaba acomodando el pequeño transmisor camuflado con su atuendo de civil. En cuanto terminó, vino hacia mí.

—¿Qué haces? —planteé debido a que agarró mi abrigo sin mi permiso.

—Estamos cerca. Tengo que encenderlo.

Tragué grueso, permitiendo su intromisión. En teoría, todos los transmisores de los rebeldes de la misión fueron activados en la sede, sin embargo, debían ser encendidos para comenzar la grabación. Lo mismo sucedía con los auriculares que portábamos para comunicarnos entre nosotros en los momentos oportunos. Por eso, tampoco hice nada en el instante en que ella corrió mi cabello para encontrar el diminuto dispositivo escondido detrás de mi oreja.

—Presiónalo si quieres hablar con los demás —explicó, dando dos pasos para atrás—. Así ellos podrán oírte y tú a ellos.

Para pedir ayuda.

El miedo sembró sus semillas entre nosotras.

—Y los entretendré con mis anécdotas con Karma.

—A veces olvidó que eres la mamá de un gato.

—Es lo único que extraño de Londres —aseguré sin ser completamente honesta.

Clara señaló a los transmisores. Los vigilantes de la sede veían y oían cada cosa que hacíamos.

—Ahora, silencio. Esto quedará grabado para la posteridad.

Entonces, más les valía que escucharan bien porque el mundo recordaría a Kaysa Rose sin importar cuál era mi apellido.

De repente, el crujido de las hojas provocado por una pisada interrumpió el perfecto mutismo que construimos. Clara y yo intercambiamos una mirada y un par de resuellos. Me apresuré a sacar los cuchillos que escondí bajo mi ropa a la vez que volteaba en dirección al posible atacante. No lo encontré hasta que bajé la vista y me topé con un conejo que se marchó saltando como si nada.

—Clanes —suspiró Clara, tranquilizándose.

Guardé mis armas de mala gana.

—Bueno, eso fue vergonzoso.

Ella me guiñó un ojo.

—Descuida, nadie lo sabrá.

El chiste se contó solo. Nadie rio. Simplemente, avanzamos tan asustadas como aquel conejito.

Pronto, el paisaje a mi alrededor fue cambiando y desapareciendo hasta que tomó una nueva forma. La compañía densa de los árboles nos fue dejando despacio con cada paso que dimos, reduciéndose y exhibiendo el cielo grisáceo casi por completo. El aroma forestal quedó atrás junto con su vegetación y su población. Tuvimos que separar y atravesar unos arbustos voluminosos en busca de oficialmente salir del bosque. La claridad les permitió a mis ojos vislumbrar la nueva instancia en la que estábamos. No fue lo que esperaba y, a su vez, fue una de las muchas cosas que imaginé en mis años de encierro.

El contraste entre aquello que dejé atrás y lo que tenía frente a mí era de otra dimensión. El primer cambio que noté fue que la tierra húmeda que pisé con anterioridad pareció secarse al punto de que parecía arena robada de una playa. Sorprendente, el bosque era un pequeño oasis al que nadie se atrevía a adentrarse por miedo a una maldición con pizcas de verdad. En realidad, nos encontrábamos en un sector que lucía como el desierto arenoso que una vez fue una ciudad esplendorosa. Así era el verdadero mundo detrás de los muros y de las mentiras del reino: un ambiente sombrío.

Lo único que nos separaba de la magnitud de la ciudad era un edificio que era del tamaño de una casa polvorienta de dos pisos con ventanas rotas y una estructura que parecía estar hundiéndose. Tuve que taparme la nariz, ya que el olor penetrante que anidaba allí era asqueroso. No me habría puesto tan nerviosa si no fuera por los vestigios de muebles repartidos por la sala, los portarretratos viejos con fotografías desgastadas de una familia que seguramente murió un siglo atrás, y la frase escrita en la pared con pintura roja "el mundo no murió, pero la humanidad lo hizo".

Avancé como pude, siguiendo a Clara hasta que salimos y por fin dimos con los restos de lo que antes fueron calles de cemento y seguridad. Pude tomar una bocanada de aire al igual que mi compañera y afrontar lo que me esperaba.

Me tomó más de un segundo asimilarlo. Las riquezas, los aristócratas, y los años desde que Idrysa se fundó desaparecieron igual que el velo que solía usar antes para cubrir mi identidad. La crudeza de las heridas que las guerras que iniciaron. Todo se mantenía allí. Los rastros de la civilización preguerra que sobrevivieron estaban ahí, conviviendo con las personas que la ley consideraba un lastre. Era triste.

Como los idrysianos tenían tan prohibido entrar a los Territorios Blancos tanto como los exiliados no podían poner un pie en el reino sin ser fusilados, ningún ciudadano con deseos de vivir sabía cómo lucían. Yo lo haría en ese momento. La decencia no estaba entre mis prioridades.

Estructuras imposibles de identificar gracias al paso de los años y las bombas se peleaban por el terreno. Había una colección interminable de edificios de todos los tipos: tan altos que parecía que tocaban el cielo con sus ventanales o pequeños y de aspecto abandonado. Los sectores derrumbados gobernaban. No importó cuáles pertenecieron a las clases altas y cuáles tenían cimientos pobres, fueron destruidos por igual. Incluso algunos terminaron incinerados casi hasta sus cimientos o cayeron unos sobre otros como árboles que crecían juntos y terminaban enroscándose y apoyándose entre sí. Se manifestaban como un recordatorio de lo que la humanidad devastó.

Los humanos éramos expertos en destruir lo que amábamos. Resultaba casi patológico. No podíamos tener algo sin preguntarnos cómo sería si algún día lo perdiéramos.

Por otro lado, no avisté avenidas señaladas o caminos fijos. Cualquiera iba por donde podía. Saltar de un edificio a otro también era una opción. En conclusión, aquellos vecindarios no se parecían en nada a las torres elegantes y nuevas de Idrysa. Tampoco gozaban del servicio de limpieza. Una cantidad estrepitosa de residuos se alzaban en ciertas áreas apartadas que no fui capaz de distinguir a causa de la distancia. Clara y yo nos adentramos más en el campo. Di un vistazo hacia atrás y a pesar de que había algunas partes cortadas por conveniencia, noté que colocaron un alambrado a los costados de la casa y seguía por metros para rodear el bosque. Solo me alegré de que no había nadie en la zona para notar de dónde veníamos.

Las grietas del seco terreno que atravesamos se hicieron más pronunciadas. Nosotras parecíamos hormigas diminutas en comparación con aquella aglomeración urbana. La sensación me sofocó.

—¡No te quedes atrás! —llamó Clara con un tono ligero de exasperación—. Tesoro, si te quedas atrás, te pierdes. Si te pierdes aquí, te mueres. ¿Me copias?

Recuperé mi conexión con la realidad con un tono burlón.

—Claro.

Ella tomó aire.

—Dame la mano.

—¿Por qué? —inquirí, sorprendida.

—Tengo que mantenerte cerca. No puedo permitir que te pierdas.

—Aunque me conmueve tu preocupación, no. No soy una niña.

—Aquí lo eres —replicó, aplicando algo de seriedad. Su expresión me decía que no quería hablarme de ese modo, pero sentía la necesidad de hacerlo—. Creciste en un lugar regido por leyes estrictas. Tu casa era un lugar libre de amenazas.

Me aparté. Todas las palabras que oí fueron amenazas que se encargaron de quitarme mis dientes, mis garras, y cualquier cosa con la que pudiera defenderme.

—No tienes idea de cómo era mi casa.

Agachó la cabeza.

—El punto es que aquí no aplican las reglas. A pesar de que hay personas buenas que no merecían ser castigadas, también hay otras que cambiaron a causa de todos los maltratos y...

Mi boca se abrió sin el permiso de mi mente.

—Hay ciertos traumas que no se pueden superar ni siquiera después de mil años.

—Sí, algunos te harán cosas inimaginables o te matarán solo por mirarlos mal.

Arqueé una ceja.

—Entonces, será igual que la corte real.

Tras considerarlo, entendió que todo era lo mismo. Nobles, nacionalistas, y exiliados. Todos harían lo que fuera para sobrevivir. Nada cambiaba, mucho menos la sociedad, solamente rotaban de puesto.

—Trata de no perderte.

—No lo haré, mamá.

Un gran puente se alzaba por encima de nosotras mientras caminábamos por donde debió haber un río. Parte de la hiedra había trepado por los bastiones que estaban cubiertos de suciedad. Quizás en el pasado fue una autopista concurrida. Aquel día era un obstáculo en nuestro camino. Había quedado partido y lo que estábamos viendo era la mitad que sobrevivió. Los trozos de acero que quedaban se repartieron por aquella zona desolada y podía apostar que los locales robaron algunas piezas para usarlas como armas. Tuvimos que esquivar las decoraciones poco naturales, aguantar el mal olor, la escasa hierba y evitar espantarnos con las alimañas que vivían allí.

Alejando las cosas negativas de mi vista, quizás, si no supiera que era real, me gustaría sentarme y escribir sobre el lugar con mi pluma favorita y una taza de café.

—Cuando dijeron que sería una caminata larga, no creí que sería tan... —inicié, entrando en conflicto con aquel terreno irregular.

Clara me sonrió de refilón; parecía estar teniendo el mejor momento de su vida. A veces olvidaba que ella me confesó que le gustaba estar en medio de toda la acción.

—¿Larga?

Le tendí la mano al ver que le costaba subir la pequeña sublevación que había y la aceptó con un agradecimiento.

—Sí.

Una vez que logró su cometido, ella me soltó.

—Es una precaución para no terminar... —empezó y de repente se le cortó la respiración.

—Como ellos.

Estuve tan concentrada en Clara que no alcancé a ver lo que ocultaba la sublevación: un montón de huesos humanos. Los restos debían ser alrededor de diez y yacían expuestos al aire libre como advertencia o como si nadie tuviera la moral suficiente para darles un entierro digno. Por el tamaño, algunos esqueletos les pertenecían a niños. Niños. Elegí no empezar a preguntarme cómo llegaron a terminar ahí, sin embargo, mi corazón compadeció a las personas que fueron antes de morir. Era complicado odiar a todo el mundo y comprender a la humanidad al mismo tiempo.

Más adelante, el camino desolado fue ocupado por una selección de partes inservibles de coches y motocicletas que apenas reconocí por las imágenes que estudié y debieron haberse estrellado desde las alturas. En aquel instante me di cuenta de que los diez cadáveres anteriores fueron solo los primeros de un valle lleno de ellos. No podías avanzar un metro sin ver pilas de huesos y metales. No me resultó difícil entender por qué esa era la ruta más segura acorde a los rebeldes. Nadie que estuviera en sus cabales pondría un pie allí.

—Odio esta parte —confesó Clara, guiándome sin realizar contacto visual con el suelo.

Yo no lo hice. Me obligué a mirar para no olvidar que debía haber decenas de lugares así y la gente pasaba por ahí, esquivando la mirada, y luego pretendían que no vieron nada. Las personas que escogían la ignorancia eran tan malas como las que ocultaban la historia para manipularla a su conveniencia.

Pero Clara no era como yo, no tenía que serlo, me agradaba por eso. En consecuencia, puse los ojos en blanco al notar que se tropezaba con todo por tratar de evitar ver los restos.

—Puedes mirar por donde vas —mascullé—. Te abrirás el cráneo por no abrir los ojos.

Una porción de animosidad fue espolvoreada sobre el brillo apagado de sus ojos.

—Discúlpame por no querer tener pesadillas todos los días como tú.

Frené por un segundo, dolida por el comentario, y luego continué.

Clara pareció arrepentirse de sus dichos en cuanto escaparon de sus labios.

—Disculpa, no quise decir eso —agregó con rapidez.

No quise iniciar una pelea durante una misión que sería filmada.

—No tienes por qué. Es cierto. Solo ten cuidado. No te voy a cargar en el viaje de regreso.

Ella realizó un pequeño movimiento con su cabeza antes de avanzar.

—¿Cómo lo haces? Caminar por aquí como si fuera un jardín. ¿Cómo toleras verlo?

—He visto cosas peores.

—¿Qué se puede ver peor que esto?

—Tu mamá —respondí solo para devolverle el golpe y su primera reacción fue una mueca de sorpresa seguida por una risa.

—Y yo soy una huérfana. Es muy gracioso. Lo dejaré pasar porque yo empecé esto.

La tensión se disolvió por sí sola.

—Relájate, no le diré a nadie —juró—. Palabra de rebelde.

—¿Eso existe?

—No tengo idea.

Me enfoqué en el frente.

—Sigamos.

Minutos más tarde y con las caras cubiertas por pañuelos gastados, nos acercamos a la población viva del Territorio Blanco con el objetivo de mezclarnos con la muchedumbre. La fosa común quedó en el pasado. Nos ocultamos detrás de uno de los pilares del puente. La gente caminaba libre en terreno elevado, sin embargo, nos faltaba un modo seguro de escalar sin llamar la atención.

—Tengo que informar que estamos por entrar a la ciudad —reportó Clara con su hombro pegado al mío.

Vigilé las esquinas, entre tanto, ella utilizaba el auricular. A pesar de que solo era una calle de muchas, la presión se acumuló en mi estómago, advirtiéndome otra vez que estaba por entrar a un lugar peligroso.

Decenas de exiliados sin clan transitaban por lo que parecía un mercado improvisado sobre aquel callejón de tierra y cemento. La distancia me impidió ver algo más allá de las telas, las tiendas ambulantes fabricadas con maderas rotas, cestas llenas con objetos misteriosos, y las personas magulladas y empobrecidas de todas las edades. Las voces fuertes se sobreponían unas sobre otras, haciendo que fuera imposible distinguir sus conversaciones. Aun así, sus transacciones no se parecían a las que presencié durante mis paseos en Londres.

Algo en mí causó que se activara la compasión. No me agradó la diferencia causada por simples títulos. Criminales o no, eran seres humanos. Aquel día nosotras pretendíamos pasarnos por ellos. Ellos siempre vivirían así a menos de que algo cambiara.

¿Qué debía pensar respecto a los metros y metros de destrucción a mi alrededor?

—Maureen y su compañero ya entraron a la ciudad. A Theo y William todavía les falta un poco. Nuestra salida todavía está asegurada.

Volví a encarar a Clara al oír su voz.

—¿Y Jason?

—Él no se reportó. Debe estar ocupado.

Por más que yo no estaba preocupada, Clara, sí.

—Si necesitara ayuda, lo diría —dije.

Ella volvió a respirar.

—Sí, tienes razón. Ahora tenemos que pasar por el Mercado de los Muertos.

Parpadeé.

—¿El qué?

—Así es cómo llaman a esta zona.

No resultaba muy difícil adivinar que lo nombraron a causa del cementerio que lo rodeaba.

—Se mataron pensando el nombre.

—Sí. —Sonrió—. Hay uno en casi todos los Territorios Blancos, casi siempre cerca de las fosas de cadáveres para que solo los valientes o verdaderamente necesitados vengan. Hay pocos recursos aquí, así que distribuyen lo que encuentran como pueden mediante el trueque. Comida, agua, armas. Si tienes algo valioso, puedes venderlo.

Los exiliados murieron socialmente y los artículos que adquirían era la basura de los poderosos.

Quise vomitar.

Por más que desde joven intenté crear fundaciones, hacer donaciones, y gobernar mis sectores con justicia, nunca tuve acceso a los Territorios Blancos. La ayuda nunca sería suficiente si no se solucionaba el problema de raíz.

—¿A cambio de qué?

—Lo que sea.

El tono siniestro con el que lo dijo no aplacó mi imaginación.

—Por cierto, cuando me explicaron el plan, no mencionaron eso —dije, señalando a la diferencia de altura—. ¿Cómo vamos a ir sin que lo noten?

—Eso es lo divertido de un lugar lleno de criminales, nada es ilegal.

—Por favor, dime que no estás diciendo lo que creo que estás diciendo.

—Depende de si lo que crees que voy a decir es lo que yo pienso que tú crees que voy a decir.

—No vamos a ir a simple vista, ¿no?

—Eso es exactamente lo que vamos a hacer —respondió Clara como si fuera un desafío divertido.

—Te olvidaste de la parte donde no debemos generar sospechas.

—No nos vieron venir desde el bosque. Estoy segura. Por ende, pensarán que caímos aquí y solo estamos tratando de subir.

—No soy tan torpe.

—Ellos no tienen que saberlo.

—¿Cómo sobrevivieron hasta ahora? —pregunté retóricamente.

Cada uno de los miembros de la rebelión estaba loco.

—Bueno, la mitad de nosotros muere a diario.

—Las estadísticas no mienten.

—Yo tampoco. No en este preciso instante —aseguró—. Confía en mí.

Cerré los ojos, odiando aquel pedido con todas mis fuerzas. Todos los traidores me pidieron lo mismo.

—Solo no hagas que me maten.

Bastó un intercambio de miradas para que me indicara que debíamos trepar el pilar para subir hasta el puente y así acceder a la ciudad.

—Y la trama se complica —suspiré en voz alta.

—¿Qué trama?

—Deberías agarrar un libro de vez en cuando.

—Hablas como si tuvieras setenta años.

—Tanta tecnología te va a freír el cerebro.

—Por eso, vas a subir después que yo.

Una vez oyeron que los niños del Territorio Blanco se retaban entre sí para ver quién se atrevía a ir a los bordes de la ciudad y los rebeldes utilizaron eso para mandar a los jóvenes y entrar sin ser detectados.

Clara subió primero. Luché un poco contra la forma del pilar y sus enredaderas con flores silvestres, utilizando mis piernas y mi propio cinturón como ancla en algunas partes. Recé para que mis armas no se cayeran de sus fundas durante mis movimientos a la hora de escalar. Habría sido más rápida si no fuera por las breves pausas de mi compañera. Se agitaba más que yo. Supuse que las lecciones de la academia sirvieron para algo después de todo.

Una vez que Clara subió una pierna para apoyarse en el cemento de la ruta del puente, consiguió el empuje suficiente para rodar sobre el piso. Imité su acción cuando llegó mi turno. Me recosté y miré el cielo por un ínterin antes de que su rostro me tapara la vista y ella me tendiera la mano para ponerme de pie. Llegamos.

No tuvimos una gran recepción, pero la falta de interés se consideraba una bendición en nuestro caso. El tiempo era escaso, por ende, nos pusimos en marcha. El puente no se hallaba completamente vacío. Ignorando la basura que constaba en su mayoría de botellas de vidrio, había vagabundos tirados en las esquinas, descansando como si el piso fuera una cama caliente y cómoda. Fue una noción desoladora. A pesar de su avanzada edad, me aseguré de tener cuidado y evitar hacer contacto visual con ellos luego de que uno me lanzara una mirada cruda. Yo lo miré peor. Tenerle pena y miedo era confuso.

Clara soltó un suspiro de relajación, como si no estuviéramos en medio de un desfile de presas y depredadores.

―Diría que ya pasamos lo peor.

Arremangué las mangas de mi abrigo.

―¿En serio?

―Solo actúa como si estuvieras en el mejor momento de tu vida ―solicitó ella, golpeándome el antebrazo.

―Eso es tan fácil cuando puedes morir al siguiente instante.

Una mueca corrompió su rostro cuando le devolví el golpe con más fuerza.

―Gracias por el recordatorio.

―Es un honor prestar mis servicios ―dije, mirándola de soslayo.

La conversación ayudaba a quitarle peso a la misión. Teníamos que actuar como civiles tontos que creían que caer de un puente era una fuente de diversión. Estar tensas no serviría de mucho.

―Ahora iremos al mercado. No hables con nadie. Finge que estás de compras. Tratarán de venderte y robarte cualquier cosa. Así que, no bajes la guardia.

Me ofendió el último pedido.

―¿Alguna vez me has visto hacerlo?

Hizo un ligero movimiento de cabeza.

―Buen punto.

―¿Debería saber algo más?

―Mientras esperamos la llegada de la nave que mencionó Abigail o alguna señal para variar, iremos a hablar con un informante. No es de confianza. Se vende al mejor postor. Aun así, su siempre cuenta con información valiosa ―informó. Frenamos en el último metro del puente―. Yo seré la que hable. No le digas nada.

―¿Por qué me estoy empezando a sentir como un perro con una correa?

―Esto es serio.

―Lo sé ―mascullé, reflejándolo con mi tono de voz.

―Ten tus armas a la mano por las dudas.

―Solo hace falta que digas "Kaysa al ataque".

―Ahora sabes cómo me sentía cuando era tu sirvienta ―se burló mientras caminábamos.

—Dama de compañía.

—Semántica.

Arrugué la frente y sacudí la cabeza antes de defenderme.

―Yo era una buena jefa.

Ella hizo una reverencia falsa.

―Sí, mi amada jefa.

No lo toleré.

―¡Deja de hacer eso! ―protesté ante su comportamiento servicial.

Las tonterías cesaron en cuanto pusimos un pie en la acera con hoyos y marcas del tiempo en el asfalto. El aroma desagradable del río de cadáveres fue reemplazado por una coalición formada por humo, sudor, y comida, siendo asada en medio de la calle. No calificaba como una gran mejora, pero la fragancia era más tolerable, según los estándares de mi olfato. El tránsito pesado originó una especie de ruido blanco que confundía mis oídos. Podrías gritar por ayuda a plena luz del día y nadie te oiría.

Si debía elegir entre comer y ser la cena, mi respuesta era evidente. Yo no era carne fresca, sino la carnicera.

―No salgas de mi vista ―pidió Clara con un suspiro de cansancio.

Levanté las manos y giré sobre mis talones para encararla.

―Entonces, mírame.

Yo era la que había venido a cuidarle las espaldas, no al revés. Bueno, esa era la misión que Marlee pensaba que me dio. Ella no lo sabía.

El suelo inestable me sacó de quicio. El gentío me obligó a salir de mi zona de confort. A pesar de que no me agradaban los empujones y los arrebatos de los desconocidos, tuve que adaptarme a las sacudidas bruscas de la multitud mientras me adentraba al callejón junto con mi compañera. La fuerza de las idas y venidas eran tan intensas que podrían arrastrarte o pisotearte. Debido a que todavía me dolía un poco el cuerpo a causa de los incidentes anteriores, mantuve mi mandíbula apretada y aguanté las palabrotas que quería soltarle a cada individuo que me golpeaba el hombro o me tiraba en la dirección opuesta. Las disculpas no existían.

Me vi obligada a mirar atrás en busca de Clara en más de una oportunidad para cerciorarme de que seguía ahí y los caminantes no se la habían tragado como pirañas. Sin embargo, una vez que dejé de concentrarme tanto en las dificultades, pude unirme al ritmo agitado y ver realmente lo que ofrecía el Mercado de los Muertos. El encanto no estaba en el entorno, ni en los objetos, sino en las personas. Aquellas personas se levantaban cada día y seguían luchando, buscando una razón para vivir por más que la sociedad les había dicho que no servían para nada. Su encanto era su fuerza de voluntad. Yo necesitaba eso más que nada en aquellos momentos.

A la par, noté algo en casi todas las muñecas de los exiliados: una cinta blanca iridiscente. Me arriesgué a asumir que se trataba del dispositivo del que había oído meses atrás. El clan White lo creó para identificar a los renegados. Jamás entraron en muchos detalles acerca de cómo funcionaba tal aparato por motivos de seguridad. Dijeron que sería lo mejor para que la información no se infiltrara a filas enemigas. Su truco funcionó. Clara y yo no teníamos una cinta. No entendí cómo los rebeldes no se percataron de ello. Si alguien nos agarraba, si un oficial del clan White nos revisaba y se daba cuenta de que no teníamos una, estábamos muertas.

La ansiedad socavó mi corazón. La duda se repitió una y otra vez en mi cabeza. Tenía que desecharla.

Localicé un hueco para escapar de la aglomeración, tiré del brazo de Clara y la conduje hacia allí sin disculparme con las personas que tuve hacer a un lado. Ella sacudió el brazo para deshacerse de mi agarre apenas estuvimos en un rincón apartado.

―¿Qué estás haciendo?

―¿Qué son esas cintas? ―pregunté directamente.

Su actitud defensiva decayó.

―Sí, esperaba que no lo notaras.

Una antigua farola era la única capaz de escuchar nuestra charla. No funcionaba.

―Hice una pregunta.

―Comenzaron a colocárselas a los exiliados hace unos meses. Son cintas de identificación con geolocalización para marcarlos como ganado y así saber cuándo alguien escapa y quién no pertenece aquí.

―Eso fue muy inteligente de su parte, pero, ¿qué hay de nosotras?

―Cada una transmite un código único registrado en la base de datos del gobierno y se apaga en cuanto el portador no muestra signos vitales. Si intentan quitarlas, matan al portador con un impulso eléctrico.

―¿Han intentado fabricarlas?

―¡Oh! ¡¿Cómo no se me ocurrió eso?! ―exclamó con ironía―. Claro que sí, pero no lo hemos logrado. Las colocan personalmente. Si nosotros intentáramos hacerlas, se darían cuenta enseguida que son falsificaciones.

―¿Por qué se esfuerzan tanto?

―El clan White hace censos de manera constante y fabrican los dispositivos con ayuda de la tecnología que recibieron de Patrick Black mediante un trato secreto. La realeza tiene la información y Matthew White tiene su apoyo para ascender como el futuro líder del clan. Es política.

Pensé en Finley White, el hermano menor de Matthew. Me apenó. Dudaba que estuviera involucrado con aquel pacto turbio.

―Y así les resulta más fácil capturar víctimas para su proyecto, ¿verdad?

―Sí. ¿Satisfecha con la información? ¿Podemos continuar?

―No y sí ―respondí.

―Por eso fui insistente. Si nos capturan, no será algo bonito.

―No tienes que continuar regañándome, dije que sí. ¿Desde cuándo eres la malhumorada y yo la buena?

—No lo sé. Es agotador ser tú.

Nos unimos nuevamente al circo de los desterrados. En aquella ocasión, Clara tomó la delantera. Por suerte, la densidad de la muchedumbre se fue reduciendo con cada paso que dimos hasta que llegamos a una zona poco concurrida donde había un par de puestos destartalados. Ella me regaló una mueca para señalarme el camino hacia el último de ellos. Un hombre que vestía una combinación extraña de prendas estaba acomodando los brazaletes hechos con cuencas diferentes o dulces peculiares. Los joyeros de Londres se desmayarían al ver su mercancía, no obstante, su información era mucho más valiosa.

Como una mujer pasaba por el área, Clara esperó a que se marchara para ir con él. Tuve que seguirla. Por primera vez, ella no fue amigable. Todavía me resultaba extraño encontrar tantas facetas en aquella chica. Todos los rebeldes tenían mil vidas diferentes.

―Buenas tardes, Jeff ―saludó con sequedad.

Él levantó la vista de las tablas de madera que simulaban ser una mesa llena de bisutería falsa. Su altura no era muy superior a la mía. Un hombre de alrededor de cincuenta años se ocultaba detrás de la capucha anaranjada que cosió a la chaqueta desaliñada que cargaba sobre un suéter que solía ser blanco y perdió su color original por el polvo ambiental. Mantenía su barba al ras. Su cabello canoso no ayudaba a ocultar la cicatriz que iba desde su oreja a la base de su cuello. No me pregunté qué le había ocurrido, sino por qué colaboraba con la rebelión y les brindaba información acerca de lo que sucedía en los Territorios Blancos. Ser parte de la resistencia implicaba luchar contra el gobierno y la mayoría se daba por vencido antes de intentarlo.

¿Qué motivaba al tal Jeff a arriesgarse?

No podía ser algo tan simple como el dinero. Si fuera eso, todos los exiliados intentarían algo similar y no lo hacían porque preferían morir por algo conocido que arriesgarse a buscar algo novedoso.

―Chica, sabes que es Jeffrey para ti. Hace tiempo que no te veía por aquí ―respondió Jeffrey por lo bajo. El nivel de secretismo me trajo de vuelta a la Corte Real―. ¿Dónde habías estado? ¿Te estuviste divirtiendo en la capital mientras el resto de nosotros se pudre en este basurero? ¿Le parece justo a los de tu clase?

Ella puso su índice en la mesa y la golpeó para resaltar su punto.

―No quieres hablar conmigo de justicia. Concéntrate en el negocio.

Cuando Jeffrey se inclinó unos centímetros para sujetar el brazo de Clara, vi que tenía una navaja pequeña sobresaliendo del bolsillo de su pantalón.

―Lo haré en cuanto me digas quién es ella. ¿Es tu nueva mejor amiga o tu nueva novia?

Levanté ligeramente mi abrigo para buscar una de las armas que escondía y apunté a su cuello sin tocarlo.

―Soy la que tiene un cuchillo más grande que el tuyo ―respondí para que no se propasara.

Clara señaló su muñeca con sus ojos.

―Yo te recomendaría que me soltaras.

―Ya iba a hacerlo. ―Jeffrey alzó los brazos a modo de rendición―. Linda arma. ¿Te interesa venderla?

A pesar de mis ganas de soltar una amenaza intimidante, Clara negó con la cabeza como si lo supiera y me limité a guardar mi cuchillo en su funda.

Me restringían mucho al no dejarme hablar. Todo lo que podía hacer era regalarles expresiones crueles.

―¿Tienes información que valga algo o no?

―Sí y, como siempre, vale cada moneda ―respondió Jeffrey, dejando que la marea se llevara el mal momento―. Pero primero tienes que comprar algo.

―¿Eso es totalmente necesario?

―Después de todo, solo vendo joyas de la mayor calidad.

―Bien. ―Clara deslizó su atención hacia mí―. Elige una.

Suspiré, adelantándome un paso para estudiar la mercancía, y agarré una pulsera rústica hecha con cuencas de madera. Quedó más o menos bien en mi muñeca.

―Excelente elección. Ahora dame mi paga.

Tras ahogar un sutil gruñido, Clara se acuclilló con el objetivo de meter la mano en su bota derecha y sacar una bolsita que tintineaba como contuviera monedas de oro. Jeffrey estiró la mano para robársela una vez que se enderezó y ella la tiró en el aire para volver a agarrarla como burla.

―No tan rápido. Todavía no terminamos de comprar.

Me pregunté en qué instante Clara se volvió tan asombrosa.

―Tengo dos noticias que van de la mano. ¿Cuál quieren oír? ¿La mala o la horrible? ―inquirió Jeffrey, codicioso.

―Todas.

―El menú usual, entonces.

―Solo habla ―cortó.

―Los sujetos de trajes blancos vinieron hace poco. Ya sabes lo básico, se llevan gente, traen gente, como si fuéramos peces que están devolviendo al mar después de un buen lavado de cerebro. Pero oí que ya no dejarán pasar semanas entre ida y venida. Días. Vendrán cada semana. Los lunes, para ser específicos.

Los sujetos de los trajes blancos eran los miembros del clan White que la realeza compró y se llevaban personas para el experimento. La nueva información era la repentina necesidad de ir más rápido. Necesitaban más participantes involuntarios y con urgencia. Algo había empeorado.

―¿Sabes por qué?

Jeffrey asintió con seguridad y luego me apuntó con el dedo.

―Por supuesto que sí, pero primero quiero su nombre. Nada de mentiras.

―¿Para qué lo necesitas?

―¿Cómo piensas que me volví una fuente tan confiable de información?

―Rosa. ―Me aclaré la garganta―. Mi nombre es Rosa.

―De acuerdo. Ya te di la mala noticia, ahora viene la terrible. Han estado sucediendo algunas cosas que probablemente se escaparon de su radar de rebeldes porque a simple vista no parece nada extraordinario, sin embargo, los sujetos de los trajes blancos lo notaron enseguida.

Clara se puso a la defensiva. Su fe en el poder de la rebelión hizo que desconfiara de sus palabras.

―¿Y eso vendría a ser qué?

Se me ocurrió una opción desagradable.

―Su aumento de visitas sucedió justo cuando empezaron los incidentes.

―¿Qué clase de incidentes?

―¿Puedes dejarme hablar?

―Oh, parece que tienes la idea equivocada de que tú eres quien toma las decisiones aquí. Nosotras lo hacemos ―replicó Clara y sonreí debajo de mi pañuelo―. Ahora tienes permiso de hablar.

―Las cosas que hago por oro ―suspiró Jeffrey con cansancio―. La gente ha estado enloqueciendo últimamente y no me refiero a locura cotidiana que se puede alcanzar bajo la opresión de este reinado, sino a una clase de locura que no se parece a nada que hayan visto antes. No es natural.

―Sorpréndenos.

El hombre tragó saliva antes de hablar.

―Creo que los raptos tienen que ver con los ataques que ha habido en el territorio. También he oído que hubo algunos en los demás sectores de Idrysa, eso no lo puedo asegurar, pero sé con seguridad todo lo que sucede en este perímetro. Antes había un incidente cada tanto, no obstante, han estado aumentando. Esta semana más de cinco personas perdieron el control y atacaron a cada ser vivo a su alrededor. De repente. Sin piedad. Nunca presencié algo tan sangriento. Ninguno de ellos paró o siquiera reaccionó a las palabras de los demás hasta que alguien tuvo el coraje de ponerle un fin a sus actos de violencia. Hasta que los mataron.

—Entendí el mensaje.

Cerré los ojos a sabiendas de que se trataba de los infectados. Luvia Cavanagh me advirtió de ellos. Decapité un infectado en Londres. No quise creerlo. No quise creer que había una razón para los experimentos más allá de la ambición. Sus viles acciones poseían una semilla de verdad.

Los infectados eran aquellos que cayeron enfermos ante la nueva cepa del virus que carcomía algunas partes del cerebro que estaban ligadas a las emociones fuertes y causaba que perdieran todo tipo de célula racional y se transformaran en monstruos que vivían solo para satisfacer sus necesidades básicas como alimentarse sin nunca poder saciarse. Según mis conocimientos, el virus se esparció globalmente y se conoció como el causante de la caída del mundo anterior y su existencia fue borrada de la historia por la dinastía Black. Pero había vuelto para cobrar vidas en la actualidad y ya no tenían forma de ocultarlo.

―¿Conoces el motivo?

―Nada que indicara que serían capaces de semejante masacre.

Me sentí un poco culpable ante la reacción de Clara. Se notaba que compadecía a las víctimas y deseaba haber sabido lo que sucedía con anterioridad. Yo lo sabía y no lo dije. Aun así, decirlo no habría hecho la diferencia. Si la realeza no encontró una cura y tenían un equipo más calificado que la rebelión, no albergaba muchas esperanzas para la humanidad.

―¿Y estás seguro de que hay una conexión entre los ataques y las visitas?

―Si no lo estuviera, no estaría tan preocupado y te habría cobrado el doble ―confesó Jeffrey y le creí. Sus ojos marrones demostraban su miedo tanto como su voz rasposa―. Siendo sincero, espero que tu gente haga algo para variar o todos terminaremos siendo cadáveres en una ciudad olvidada.

Mi estómago se contrajo. Aunque mi vida no era espectacular, no deseaba acabar tirada en un río. No deseaba que eso le ocurriera a nadie.

Clara llenó sus pulmones de aire con cierta pena en sus facciones y le entregó la bolsita de dinero al informante encubierto.

―Buenas tardes, Jeffrey.

Mientras él se quedó, contando las monedas para cerciorarse de que su pago era correcto, nosotras abandonamos el Mercado de los Muertos para internarnos en las calles de la ciudad de aquel Territorio Blanco. Una larga serie de casas consumidas por el tiempo y el maltrato fue lo que tuvimos por delante. A diferencia de lo que había unos metros atrás, no nos topamos con muchos individuos. El silencio hizo que mis oídos descansaran hasta que mis latidos preocupados reemplazaron al escándalo.

―¿Le crees?

Me dediqué a mirar los alrededores y estudiar cada curva y línea con tal de no evidenciar el hecho de que le estaba ocultando algo. Trabajar sola era agotador.

―¿Tú lo haces?

―No quiero ―dijo Clara, aferrándose a su maletín cuando vio a un grupo pequeño de exiliados en una de las casas a través de una ventana abierta―. Nunca ha mentido y debo confiar en eso. No lo sé, tienes más experiencia lidiando con mentirosos, ¿qué dices?

Suspiré ante la insistencia de esa mujer para saber lo que opinaba.

―Creo que está desesperado y no miente al respecto.

―Medidas desesperadas.

―Confía en la información que tienes ―mascullé en busca de datos―. ¿La rebelión ha recibido reportes acerca de incidentes de ese estilo?

Ella se puso a pensar.

―Recuerdo las noticias que salieron sobre algunos ataques en Londres. Creímos que nos estaban incriminando por cosas que no sucedieron. No sería la primera vez. Quizás debimos investigar un poco más. Si no son experimentos fallidos, no sé qué son. Cielos, ya tenemos suficientes problemas, ¿qué vamos a hacer si es cierto?

Coloqué mis brazos detrás de mi espalda mientras caminaba.

―No te castigues por eso. Créeme, no sirve de nada castigarte por cosas que no están bajo tu control. Primero obtén toda la información necesaria y después preocúpate por tomar acción, es lo que hago yo.

―Una vez una líder, siempre una líder, ¿no? ―bufó Clara con un tono difícil de interpretar.

―Te doy un consejo y tú me das una crítica. No es un intercambio justo.

―No es una crítica. Eres demasiado difícil de convencer.

―Se debe a mi experiencia con mentirosos, Clara Silva ―dije, utilizando sus dichos para contraatacar.

Sus ojos casi salieron de sus órbitas en cuanto pronuncié su nombre real.

―¡No! ―Ella corrió para taparme la boca y yo fruncí el ceño―. ¡Vas a arruinar mi identidad secreta!

Me deshice de su brazo con un empujón.

―Nadie aquí sabe tu nombre.

En definitiva, le cayó mal mi respuesta.

―Gracias a ti, ahora lo hacen.

―Perdón ―dije con falsedad―. Clara Silva.

―¿Lo repites para demostrar que recuerdas mi apellido o para vengarte porque no te conté acerca de las cintas blancas?

―No hagas preguntas si quieres una respuesta que no sea vengativa.

―Harás que nos maten.

Pese a la escasez de presencia humana, un perro labrador deambulaba por la zona con una actitud sospechosa.

―Uy, de hecho, ese perro se ve sospechoso. ¿Crees que nos va a delatar?

Ella siguió caminando y se olvidó de mí tras mostrarme el dedo del medio sin molestarse en voltear.

―Tienes problemas ―notificó y tuve que acelerar el paso.

―Lo sé.

Por más que estaba muy involucrada en nuestra conversación seria, noté que unas campanillas que colgaban de una casa vacía comenzaron a sonar tan fuerte como el viento que creció de repente. No me habría puesto nerviosa de no ser por el zumbido aturdidor que fue un anticipo. Pronto, la arenilla del suelo se arremolinó y nubló nuestra visión, la estructura débil de las construcciones tembló casi tanto como nosotras, y las personas empezaron a correr para esconderse de algo que no era una simple tormenta de polvo.

Clara y yo levantamos la vista en cuanto las nubes grisáceas del cielo desaparecieron a causa de lo que supuse que era la nave de caza. Mi corazón dio un vuelco cuando dejó de ser invisible de un segundo a otro. Su distinguible color negro no camufló el hecho de que fue fabricada con alta tecnología, ni que resultaba tan estremecedora como los ventanales que tenía en el frente y exhibía a una tripulación todavía más aterradora. Su sombra era tan colosal como su tamaño incalculable. Había visto imágenes basadas en descripciones de testigos en las computadoras, sin embargo, no estaba preparada para que volara sobre mi cabeza o que el ruido de su propulsor fuera tan imponente. No reaccioné hasta que sentí la mano de Clara cerrarse sobre mi muñeca para jalar de mí.

―¡Vamos! ―chilló, sosteniendo la pequeña versión de una tableta que había traído consigo en su maletín―. ¡Tenemos que movernos e ir tras la nave!

―Odio este plan.

―¡Tú ayudaste a crearlo!

―¡Lo sé!

🤍🖤

| PREGUNTITAS |

¿Se les escapó una lagrimita con la historia de mini Clara y mini Theo?

¿Se emocionaron con la misión?

¿Les encantó la vibra (full) distópica del cap?

¿Cómo se imaginan la nave?

¿Van a decirle a todo el mundo que lea Convocados?

💙 METAS 💙

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