4. El animal más cruel
Como escritora, alguien a quien le encantaba inventar historias, siempre pensé que los rumores eran una herramienta poderosa. Los rumores te hacían cuestionar la realidad, la confianza que tenías en las personas que conocías, y sacaban lados de ti que no conocías.
Hubo muchos rumores sobre mí a lo largo de mi vida. Pasé de ser llamada el eslabón débil, alguien que no sería capaz de sostener un arma, y una chica tonta que decoraba su cabello con flores a que me consideraran la mejor de todos, la asesina del reino, y la villana astuta que decoraba su cabello con flores. Existían muchas versiones de mí, sin embargo, me sorprendió la versión que crearon los rumores que comenzaron a rondar por la sede de Destruidos.
En menos de una semana, la conversación entre William y yo que oyeron aquellas rebeldes entremetidas fue pasando de boca en boca, generando resultados interesantes. Para ese día, casi todos los residentes sabían más o menos lo que dije. Creí que me jugaría en contra, creí que me humillarían por eso o que los alejaría todavía más de mí. Sucedió lo opuesto.
Ellos no eran los líderes fríos de Idrysa, eran rebeldes sentimentales y se conmovían con facilidad. Por ende, mi confesión desesperada, el hecho de que abrí mi corazón un poquito y mostré algo más que una coraza, los conmovió por alguna razón. No tenía idea de qué dijeron esas dos chicas, solo que me ayudaron mucho y probaron que tal vez no era tan mala idea expresar tus emociones de vez en cuando.
Dejaron de verme como una forastera, alguien que no pertenecía a su manada, y comenzaron a tratarme con igualdad, como una renegada más que estaba cansada de cómo funcionaban las cosas y una chica perdió a alguien a manos de otros. Ya no era un monstruo para ellos, sino Kaysa, la chica nueva. Ya no era tan diferente.
Me hizo sentir mejor. Me había acostumbrado tanto a las miradas de recelo que toparme con algunas miradas de comprensión se sintió bien para variar. Además, me ahorró tiempo. No tuve que recurrir a ningún tipo de manipulación o juego, ya comenzaban a caer en mis redes y ni siquiera se daban cuenta de que estaban cavando sus propias tumbas.
Pensaba en eso mientras Clara me explicaba el funcionamiento de un dispositivo espía a la vez que los demás conversaban indiscriminadamente en la sala llena de computadoras y otros aparatos tecnológicos que no valían la pena mencionar y me asombraron la primera vez que los vi. No se molestaban en ocultarme nada.
―En teoría, si lo conectas al servidor principal, puedes ingresar a la base de datos y ver todo lo que tienen: archivos, documentos, y miles de otras cosas. Además, puedes controlar de manera remota todo su equipo ―desembrolló ella y sus ánimos se extinguieron al final.
Regresé la vista a su escritorio de madera. Había varios repartidos por la sala, sin embargo, Clara consiguió que le asignaran uno oficial para que nadie más que ella pudiera utilizarlo.
―¿En teoría?
Colocó el dispositivo junto a la computadora portátil que tendía a llevar consigo por toda la sala, ya que le molestaba estar sentada por mucho tiempo. Lo noté. Me venía enseñando hacía unos días. No era lo mismo que pelear con espadas, pero podía ser igual de interesante.
―Bueno, solo lo hemos probado aquí. Si supiéramos donde está su cuartel general, no habría nada que nos detuviera. Entraríamos y sabríamos todo lo necesario. Pero nadie ha logrado acercarse a la tecnología de la realeza. Es imposible. Una pena, lo sé. Sería tan lindo que pudiéramos espiar juntas.
Deposité la mano en el escritorio y lo golpeé con el índice varias veces.
―Le estás hablando al aparato, ¿no?
Se avergonzó de admitir que sí.
―Se llama Martha. ¡Shh, Theo se vengará de mí por molestarlo con Betty! En mi defensa, tenía que nombrar el dispositivo de alguna forma y un par de letras con unos números no me parecía suficiente. Así que, no me avergüenzo. Esto podría cambiar nuestras vidas.
Procedí a sentarme en el borde del escritorio, entretenida.
―Si decirte eso a ti misma te sirve para dormir tranquila por las noches, no te puedo juzgar ―bufé para molestarla.
―Duermo bien. Muchas gracias.
―Lo sé. Es muy molesto.
―Envídiame.
Con el objetivo de mantener mi delicada reputación, me agaché un poco para que nadie más que ella escuchara mis dichos.
―O podría ahogarte con una almohada. Eso también funcionaría de maravilla.
―Recuerda que hacer bromas sobre matar gente no es gracioso ―acusó y solté un bufido.
―¡Pero es tan divertido!
―¿Estás segura de que quieres ir por ese camino?
Ella quería llevarme por el buen camino, un camino con actos bondadosos y prados perfectos para hacer pícnics sin saber que me llamaba más la atención el camino con planes vengativos y montañas imposibles de alcanzar.
―¿Tú lo estás? ―amenacé, apoyando las dos palmas en el escritorio.
Desde que había despertado luego de regresar entre los muertos, dormía bien, todas las horas necesarias, no obstante, mis horas de sueño estaban plagadas de pesadillas muy vividas y llenas de oscuridad. No se lo mencioné a nadie. No había punto. Era la forma que encontró mi mente para descargar el estrés que mi cuerpo sufría por la situación precaria actual. Lo único bueno era que no despertaba con desesperación, sino muy calmada, como si fuera relajante no ser agobiada con tantas luces y emociones turbulentas.
Clara no poseía aquel pequeño inconveniente, sino que dormía como un bebé y solía balbucear entre sueños. Era muy molesto.
―¡No! No puedes decirle a nadie.
No pude ser muy dura con ella. Me sometí a su voluntad.
―Tu secreto está a salvo conmigo.
―¡Wiii! ―celebró, dando vueltas con su silla ergonómica de una forma que me dio ternura, y luego frenó de golpe―. Ahora déjame enseñarte otra forma genial de hackear al gobierno.
Le presté atención en su totalidad, almacenando la información en mi cabeza con mayor facilidad gracias a las pantallas, artefactos, y páginas que me mostró en el proceso. Cada vez que un rebelde me enseñaba algo, me sentía como una aprendiz que venía de un pueblo pequeño y recién ahora conocía los misterios de la gran ciudad.
Siempre me gustó la idea de ser la persona más inteligente en la habitación y, si me esforzaba, algún día lo sería y no solo dentro de cuatro paredes, sino en el reino entero.
Pasaba mis mañanas con Clara, grabando todo en mi memoria y ampliando mis conocimientos. Ella trabajaba y se tomaba momentos para enseñarme en sus ratos libres. A veces no la veía hasta que llegaba la noche. Algo similar ocurría con los demás.
Todos estaban ocupados. Todos tenían sus tareas con horarios diferentes que solían cambiar según las circunstancias. Ellos vivían rodeados de sucesos inesperados y a menudo horribles y siempre con la esperanza de que el mañana fuera diferente.
Tardé en amoldarme a la falta de una rutina y traté de ser de ayuda igual que un aspirante que colaboraba con tareas y trabajos menores para ir escalando.
Aunque Theo insistía en venir conmigo, ya podía ir a la sala de práctica sola y mejorar mi habilidad con los diferentes tipos de armas que poseían.
También dejaban que fuera por mi cuenta al ala médica para atender a pacientes con heridas menores y ponerme al día con los avances médicos, lo que no era mucho, pero me gustaba ver cómo funcionaba el lugar y Maureen aseguraba que lo único que se necesitaba para que incluirme en la investigación era la aprobación de Marlee.
William solía hablarme acerca de qué tipo de futuro planeaba la rebelión a base de sus creencias, las leyes y los acuerdos que implementarían y los siguientes pasos generales que darían. Al final del día, terminaba exhausta mentalmente y los recuerdos me atormentaban. Aquella se había convertido en mi nueva normalidad.
Lo importante era que podía ir a donde quería, excepto a la superficie. Sabía que organizaban patrullas que salían en ocasiones especiales al exterior, nadie lo mencionaba, lo deduje durante mi recorrido matutino por la sede. A pesar de que quería ir y ver qué diablos hacían, la situación era frágil, los vientos podrían cambiar en cualquier momento, y no podía darme el lujo de presionarlos un poco más. Necesitaba tener mucho cuidado y aguardar para sacar el tema en el momento preciso.
En ese instante, seguía en mi lección, prestando atención a la pantalla cuando Clara se estiró para relajar la tensión muscular y dio un vistazo hacia atrás.
―Oh, caracoles.
Sonreí, atónita en simultáneo que acomodaba mi camiseta negra de mangas cortas. La tela era suave y se ajustaba alrededor de mi torso de una forma que gustaba y contrastaba con el cinturón y los pantalones cargo que tenía puestos. Algún día podría tener una de las armas de los rebeldes y ese cinturón dejaría de ser un recordatorio de que no tenía su absoluta confianza.
―Nunca he oído a nadie usar esa expresión en toda mi vida.
Ella giró con la silla y las piernas estiradas para señalar a la salida.
―No, mira quién está ahí.
Primero miré a Clara, luego seguí la dirección de su mirada, y me enfoqué en el pequeño cuadrado de cristal que había en la puerta cerrada por el que se podía ver a Theo saludando con un biscuit en la mano y llamándonos con la otra. Él no podía entrar ahí, su tarjeta de acceso tenía sus límites igual que la mayoría, y por eso se limitó a quedarse ahí.
―¿Quién? Todo lo que veo es algo dulce flotando por ahí ―bromeé desde la banqueta de madera que había tomado prestada para sentarme junto a ella y así no estar parada todo el tiempo.
―¿Solo eso? ¿No ves que nos está saludando como un niño que se despide de su madre durante el primer día de escuela?
Como no tenía apoyabrazos, moví el brazo para apoyarlo en el respaldo.
―Entonces, ¿qué quieres hacer? ¿Fingir que es un fantasma invisible o saludarlo como un ser humano decente haría?
Ella apartó las manos del teclado que efectivamente tenía colores.
―Bueno, tiene comida.
Exhalé con dramatismo para continuar hablando en broma.
―Ese es el factor definitivo, no la amabilidad.
―Somos personas horribles ―lloriqueó.
―Yo lo acepté hace tiempo. Tú todavía tienes salvación.
―Gracias, necesitaba eso.
―De nada.
―Y no eres una mala persona, deja de decirlo.
Puso sus manos en sus rodillas antes de levantarse. A diferencia de mí, llevaba unas zapatillas normales y un vestido anaranjado que acentuaba el color de su cabello, recordándome que se lo había cortado y ahora apenas le llegaba hasta la nuca con capas gruesas castañas. No planeaba tener un día agitado. Se iba a quedar todo el día en aquella sala, recopilando información sobre casos puntuales y buscando formas de encontrar alguna comunicación entre los trabajadores del proyecto y la realeza.
―Iré a abrirle la puerta.
Tuve que retroceder un poco, corriendo la cara, para no verla mientras pasaba por el espacio que había entre nuestras sillas.
―Tienes tanta hambre, ¿no?
No siguió caminando, sino que se detuvo para discutir conmigo.
―¡Dijiste que no me juzgabas!
Le devolví la mirada.
―Lo decía porque yo también tengo. Llevo aquí horas.
―No se permite comida aquí.
―Nada es tan perfecto, ¿no? ―bufé.
―Lamentablemente.
Clara intentó pretender que no lo hizo, pero sus ojos le pegaron un vistazo a Theo o, mejor dicho, al biscuit que sostenía como si estuviera lista para robárselo. Me levanté de un salto.
―Ni se te ocurra.
―Ya lo hice.
Salimos disparadas hacia la puerta, yendo a través del pasillo que se formaba gracias a la forma en la que estaban acomodados los escritorios. Ella me dio un manotazo con la intención de retrasarme y ganar. Lo evité a pesar de que usaba botas con un poco de tacón, llegué primero y mi espalda impactó contra la puerta, impidiéndole el paso.
―¡Ja!
―¿De qué te sirve ganar si no tienes esto? ―se burló, agitada. Yo estuve tranquila hasta que me enseñó su tarjeta de acceso―. Hazte a un lado.
No tuve más alternativa que moverme.
―Recuerda que sé dónde vives y dónde duermes.
Utilizó el panel junto a la puerta para abrirla.
―Yo también.
Resoplé. Theo nos recibió en el pasillo.
―¡Hola, Theo! ―saludamos las dos a la vez.
Él sonrió, alegre, en un principio y finalmente frunció el ceño.
―¿Por qué están siendo amables conmigo?
―Somos tus amigas. ¿Por qué no seríamos amables?
―¿Te vas a comer eso? ―pregunté sin tacto pese a los intentos de Clara de fingir lo contrario.
―Por supuesto. ¿Para qué crees que lo traje?
Vi que le daba un mordisco al biscuit y supe que había perdido la batalla. No fui la única.
―¿Qué quieres? ―curioseó la chica parada a mi lado.
―Adiós, amabilidad, ¿no? Bueno, tengo un rato libre y pensé que podríamos ir a practicar.
Me señalé a mí misma.
―¿Me lo estás pidiendo?
―Sí, viene a recogerte. ―corroboró él y Clara saltó a decir algo.
―No, no, no. Ella es mía por el resto de la mañana.
―No, es su turno de venir conmigo.
―Soy hija de padres separados y ligeramente dementes ―suspiré, descansando contra el marco de la puerta.
―¿Con quién quieres ir?
Tomé la muñeca de Theo para revisar la hora que marcaba su reloj. Se puso nervioso de inmediato y creyó que lo había elegido.
―¡En tu cara!
Lo solté. El tiempo se había pasado volando y no se me ocurrió mirar la hora hasta ese momento. Tenía que ir con Maureen.
―En realidad, sí, debo irme a otra parte, pero no contigo, sino con mi nueva cuñada.
―¡En tu cara! ―se vengó Clara de Theo.
―¿Para esto me secuestraron? ―refunfuñé, yéndome decepcionada.
La trayectoria hasta el ala médica era bastante larga, por ende, aproveché para estudiar los pasillos y los movimientos una vez más.
Por razones lógicas que implicaban el traslado de pacientes con heridas graves y más, el sector se hallaba cerca de lo que yo sospechaba que podía ser la salida al exterior.
Había un ascensor bien escondido en un pasillo bien vigilado por un rebelde que cambiaba todos los días y siempre pretendía que casualmente pasaba por ahí. Aquel ascensor debía ir hacia arriba, ya que no encontré rastros en las plantas bajas. Sin embargo, no podía arriesgarme a dar un paso en falso y averiguarlo por mí misma. Clara me había advertido que había cámaras de vigilancia repartidas toda la sede, excepto por los cuartos y los baños, para asegurarse de que no hubiera impostores. Mala suerte para mí, claro.
¿Quién me mandaba a espiar a criminales?
Mi cerebro paranoico.
Como no contaba con un pase, tuve que dirigirme a la sala de urgencias donde me puse el uniforme sanitario que utilizaban los médicos y los enfermeros. El orden no era algo popular. Ibas, veías quien esperaba para ser atendido, y lo ayudabas. En ese momento me topé con varias camillas, cortinas divisorias, mesas limpias, bandejas quirúrgicas, carritos con los materiales necesarios, y un batallón de nuevos pacientes. La cantidad me dejó azorada. Casi no vino nadie durante los últimos días. El cambio me revitalizó. Necesitaba tener mi mente ocupada todo el tiempo o no respondería por mis acciones.
Me dirigí hacia Maureen, quien a veces estaba a cargo de organizar y controlar lo que sucedía en aquella área. Ella yacía ocupada cerca de la pequeña recepción que había, escribiendo algo en su tableta. Analicé todos los frentes. La mayoría de los que trabajaban ahí iban y se metían de lleno. Yo tenía que pedir permiso. Era una tortura.
―Qué bueno que estás aquí ―dijo, levantando la vista para repasar la situación actual de gente andando por ahí como si no necesitaran atención médica―. Tenemos quemaduras, laceraciones, y un festín sangriento para la vista. Hubo una protesta pacífica en uno de los Territorios Blancos más cercanos. Los guardias se encargaron de arruinar esa paz. Trajimos a los que pudimos y algunos quedaron atrapados en el fuego. Así que, el objetivo de hoy es curar a los que podemos y mandarlos de vuelta a casa.
Mordí la punta de mi lengua.
―Te refieres a donde casi los matan. Eso debe ser acogedor.
―Podemos curar sus heridas, pero no podemos salvarlos del mundo, no hoy.
―Haré todo lo que pueda para lograr eso ―repliqué, procurando sonar dulce.
Maureen me regaló una pequeña sonrisa.
―Gracias, doctora Aaline.
Me agradó la sensación que tuve cuando dijo eso.
Doctora Aaline, no Asesina de Idrysa. Era alguien que estaba ahí para ayudar.
Justo cuando estaba seleccionando a mi primer paciente, una niña correteó desde el fondo del ala médica, escapando de manera escandalosa del enfermero que trataba de atraparla. Corrí con pasos pequeños para detener su escape. Ella chocó contra mí igual que un huracán infantil.
―Perdón ―se disculpó, temerosa, como si yo fuera el lobo feroz de una fábula antigua.
Dejé de lado mi lado despiadado y la observé con diversión.
―Hola, fugitiva. ¿Qué pasa?
La niña cerró su diminuto puño sobre mi bata médica y se giró para señalar al enfermero.
―Él está intentando matarme.
El hombre se detuvo con la respiración agitada apenas llegó a donde estábamos.
―Estoy tratando de ponerle una inyección.
La fugitiva agregó con un susurro:
―Letal.
Acomodé un sector de mi flequillo pelirrojo para disimular lo graciosa que me resultó la situación.
―Yo me encargó de esto.
Él se despidió una vez que apuntó a la camilla en la que estuvo atendiendo a su paciente.
―Buena suerte con eso.
Tuve que pensar qué hacer mientras la niña me soltaba para estudiarme.
―¿Qué dices? ―inquirí―. ¿Quieres darme una oportunidad antes de huir otra vez?
Sus ojos negros se entrecerraron.
―¿Qué obtengo a cambio?
―Tu vida.
Entonces, ella no hizo más protestas, me siguió hacia su puesto, y ahí pude darle un vistazo al historial recién guardado en la tableta que dejaron en la mesilla.
―¿Tienes ganas de contarme qué te pasó?
―Nada. Estoy bien.
Arqueé una ceja.
―¿De verdad quieres perder el tiempo de las dos?
―Me mordió un perro ―inició y lo corroboré―. Estaba jugando en la calle justo cuando llegaron los guardias a silenciar la protesta y vi un perro que estaba corriendo asustado por todas las cosas malas que estaban haciendo, así que fui para ayudarlo y supongo que él debió pensar que iba a lastimarlo y me mordió. Luego se tranquilizó y se escondió conmigo hasta que me encontraron y me trajeron aquí. No es un perro malo, no es su culpa que solo lo hayan tratado mal.
No supe si fue porque lo dijo una niña de siete años o la historia cruda que se escondía detrás de aquel breve relato, pero no pude evitar sentir una tristeza grande.
―Bueno, lo importante es que ya pasó, estás aquí y a salvo, y nosotros podemos ayudarte.
No se rindió.
―¿Qué hay del perro? ¿Quién lo va a ayudar a él si solo ven a un monstruo rabioso?
Su pregunta rondó en mi cabeza como el fantasma de una mansión embrujada.
―Haces preguntas muy difíciles de contestar.
―La tía Margaret dice lo mismo.
El nombre me resultó familiar.
―Siéntate en la camilla, por favor ―le indiqué y la ayudé a subirse a la camilla―. Eso es. ¿Tu tía está aquí?
―No, está esperando afuera. Vino un par de veces. Ella no quiere que nos quedemos aquí porque dice que quiere que pueda jugar libre como los otros niños. Creo que esta vez cambiará de opinión y solicitará permiso para que podamos mudarnos a la sede por un tiempo.
Estudié la herida de su brazo, no era tan profunda y al parecer ya la habían desinfectado y arreglado. Lo único que le faltaba la pieza clave: la vacuna contra la rabia.
―¿Quieres hacerlo?
Ella agitó sus pies.
―Quisiera vivir en una casa llena de cachorritos que adoptamos, pero esto no está tan mal.
Le di un vistazo al lugar.
―No, no lo está.
Revisé los elementos que había abandonado el anterior enfermero. Ya tenía todo listo, solo que no pudo contra el ingenio de la niña con trenzas.
―Mi tía te ha visto ―comentó de repente y sabía que quería distraerme para que no le pusiera la inyección.
―¿Si?
―Hace unos días vino aquí por unas quemaduras.
Asentí y señalé a mi cabeza con las manos enguantadas.
―Sí, lo recuerdo. Tengo una buena memoria.
―¿Qué tan buena?
―En resumen, tengo algo que se llama memoria fotográfica ―revelé y me observó como si le hubiera hablado en otro idioma―. Más o menos, recuerdo todo lo que veo.
Sonrió con admiración.
―¡Eres un genio!
Acepté el comentario.
―Se podría decir que sí.
―Debe ser genial ser así.
Agaché la cabeza, siendo capaz de recordar los peores momentos de mi vida sin problemas.
Mi memoria era una maldición disfrazada de bendición. Ni siquiera me ayudó con mis estudios. Siempre me presionaron para ir más lejos y eso empeoró mi condición. Sí, era capaz de hablar varios idiomas, crear cosas imposibles como el suero de la verdad, y recordar cada cosa que leí, sin embargo, también podía revivir cuándo me rompieron el corazón, cuándo me hicieron sentir miserable, y cada vez que quise cortarme la cabeza. Tal vez hubiera sido algo bueno si no hubiera nacido siendo quien era. Tal vez. Nunca lo sabría. Por eso tendía a evitar mencionarlo o siquiera pensar sobre el tema. Pocas personas lo sabían.
―¿Sabes que sería genial también? Acabar con esto de una vez, así puedes regresar con tu tía y discutir tu plan sobre los cachorritos.
―No ―se rehusó y fui paciente―. ¿Sabes algo? Mi tía me contó que después de que la atendieras, oyó a gente hablando sobre ti.
Me puso nerviosa la idea de todas las cosas malas que pudieron andar diciendo sobre mí. Siempre eran cosas malas.
―Ella dice que eres como Rapunzel.
―¿Rapunzel?
―Mi abuela solía contarle un cuento sobre una princesa de cabello muy bonito que había estado encerrada toda su vida y jamás había salido de su casa. ¿Eres tú?
No supe qué decirle, por ende, continuó hablando.
―En la historia, la rescató a un príncipe y así consiguió su final feliz. ¿Te pasó lo mismo a ti?
―Un príncipe no es mi final feliz ―declaré con seguridad.
―Tal vez una princesa, entonces.
Quise sonreír.
―Salí por mi cuenta.
―Eso es mejor.
―Porque fui valiente igual que tú debes serlo ahora.
―No me gustan las inyecciones ―se negó, adivinando a donde iba.
―¿Por qué no? Son para ayudarte, te prometo que no te harán daño.
Sacudió la cabeza.
―No, me dan miedo.
―Lo sé. No le digas a nadie, pero esta es una inyección especial ―mentí con un susurro.
―¿Por qué?
―Te da superpoderes.
Sus ojos se agrandaron.
―¿En serio?
―Sí. Cada vez que estés en una situación donde no sepas qué hacer, esto te va a dar un poco de valentía extra.
―Eso no es cierto.
―Es como la adrenalina. ¿Has oído que le dé fuerza a la gente en ocasiones especiales? Bueno, funciona parecido.
―Dámela ―pidió tras reflexionar un poco y me tendió el brazo que estaba al descubierto, ya que vestía una camiseta rosa―. La necesitaré para proteger al reino.
―Muy bien. El reino necesita a todos los héroes que pueda tener.
Ella respiró.
―¿Eres una de ellos?
No contesté su pregunta. No le gustaría la respuesta. En cambio, le puse la vacuna con una expresión vacía.
―Me parece que terminamos.
Saltó de la camilla una vez que finalicé con mi tarea.
―¿Listo? ¡No dolió nada!
―Te lo dije.
La niña se abalanzó sobre mí para darme un abrazo y quedé congelada.
―¡Eres la mejor doctora del mundo!
Me sentí como los monstruos gigantes de las historias a los que les sacaban una espina y se volvían un rayito de sol. Me agradaban los niños. Ellos no mentían, no manipulaban, no trataban de matarme ni querían corromper reinos enteros o hacer experimentos raros. Ellos simplemente querían vivir una vida alegre en paz como yo. Los respetaba por ser capaces de sobrevivir en Idrysa en esos tiempos a tan corta edad. Yo apenas lo lograba.
―Gracias ―dije apenas se apartó―. Ahora ve con tu tía. Debe estar preocupada.
Ella me saludó con la mano a medida que se marchaba para despejar el área.
―¡Adiós, Rapunzel!
Estaba llenando los datos necesarios en la tableta que aprendí a manejar con una rapidez sorprendente gracias a Clara cuando Maureen pasó por ahí de casualidad, haciendo sus rondas.
―Eres muy buena con los niños.
Me encogí de hombros sin darle importancia.
―Sí, pero soy terrible con los adultos.
Mi familia. Diego. La realeza. Todos ellos.
―La mayoría lo somos ―consoló.
―Si tú lo dices.
Alguien llamó a Maureen en la distancia. Antes de irse, me dijo:
―Una vez que terminemos con los pacientes de aquí, espérame a la salida. Te mostraré algo.
Pasé el resto de la tarde atendiendo a los pacientes, procurando ser amable y curando sus heridas como me gustaría que alguien sanara las mías. Salvarles la vida a otros me hacía sentir útil en los instantes en los que no tenía idea cómo reparar la mía. Me consolaba saber que ellos saldrían de ahí. Yo acepté mucho atrás que no tendría un final feliz, los villanos no lo tenían, pero me agradaba devolverle el suyo a los demás.
Más tarde, alcancé a quitarme mi uniforme médico y volver a mi ropa de civil para el momento en que Maureen me interceptó en el umbral de salida de la sala de urgencias. Nosotras no conversábamos mucho más allá del área laboral y si lo hacíamos, discutíamos cosas triviales relacionadas con nuestro interés en común: la medicina. Sin embargo, era una buena relación. No éramos las mejores amigas de un día para el otro, solo nos llevábamos bien.
―¿Lista?
Aunque tenía mis sospechas, no quise hacerme esperanzas.
―Lo sabría si me dijeras para qué.
―Marlee me autorizó para que te dejara entrar en la investigación sobre los experimentos ―reveló ella en voz baja.
Me sorprendió. Fue el primer contacto lejano que tuve con la líder de la rebelión.
―¿Hablaste con ella?
―No en persona, solo a través de uno de los comunicadores portátiles. Se marchó de la sede hace unos días. Volverá pronto. No puede quedarse por mucho tiempo o sospecharán acerca de qué hace en su tiempo libre y no nos conviene que lo averigüen.
―Lo entiendo ―respondí, aun así, había conseguido parte de lo que quería: acceso al conocimiento sobre el proyecto de la realeza―. ¿Qué vas a mostrarme?
―Todo. De ahora en más, tienes acceso total a la información que obtuvimos.
―¿En serio?
―Estarás bajo supervisión ―aclaró algo nerviosa―. Todavía no te daremos una identificación, pero sí. Podrás ver todo.
―Paso a paso.
Apretó los labios para sonreír antes de señalar al pasillo de la izquierda.
―Sí, y los daremos en esa dirección.
Tuve que seguirla mientras trataba de que los engranajes de mi cabeza no hicieran ruido para no alertar a nadie. Era duro guardar un secreto de esa magnitud. Sentía que era el reloj de un pueblo y sonaba a cada hora, retumbando por todo el lugar con sus campanadas estruendosas, poniéndome más impaciente con el tiempo.
―¿Hay algo que deba saber antes de entrar?
Asintió a medida que caminábamos por aquella zona que se tornó más despoblada y se llenó con más cámaras de seguridad.
―Tenemos poco personal en esa zona. Somos tres y, contigo, cuatro. ¡El equipo soñado! ¿A quién engaño? No lo somos. Hay muy poca gente con el conocimiento para lidiar con el tema. Algunos de ellos apenas pudieron asistir a las escuelas de tu clan. Todos son doctores. Hacen todo lo que pueden. Avanzar es complicado. Los creadores del proyecto tenían expertos y les llevó años aprender cómo actuar. No sé qué será de nosotros.
―Nadie sabe qué le depara el futuro.
Excepto si planeabas cada detalle, murmuré en mi interior.
―Nosotros necesitamos un milagro. Tú eres uno.
Me dejó desorientada.
―¿Por qué?
Balbuceó.
―Más concretamente, necesitamos tu cerebro.
Me toqué la cabeza.
―¿Por qué? ―repetí, espantada. Ya quisieron agarrarme para ser el sujeto de prueba de un experimento antes, no me pasaría dos veces.
―Son tus conocimientos. Will es de gran ayuda y avanzamos mucho gracias a su colaboración, pero sabes que él se enfocó en otros aspectos de tu clan. Tú, tú te sumergiste en la ciencia experimental y en los ensayos clínicos e hiciste cosas que nadie logró a tan corta edad. Eso es lo que necesitamos. ―Maureen suspiró con una emoción que no sabía de dónde venía―. Mierda, yo todavía estaba estudiando cuando tú ya habías creado cosas imposibles como el suero de la verdad y eres dos años menor que yo. Eres un modelo a seguir para las personas que quieren estudiar ciencia y medicina.
Mi ego no sabía qué hacer con tantos elogios. Mi autoestima se encargó de aplastarlos.
―Creí que me odiaban.
―No te voy a mentir. Algunos lo hacían. No era personal. Eras parte del enemigo. La nobleza. No obstante, ninguno puede negar los avances que hiciste en los estudios y el progreso que generaste para que más personas tuvieran la posibilidad de aprender. Por eso Marlee cree que será buena idea que te unas al equipo.
En conclusión, ellos me toleraban. Toleraban quién y cómo era porque necesitaban mis habilidades, nada más.
―¿Qué piensas tú?
―Tienes que estar a la altura de la leyenda.
―Lo estoy ―dije a sabiendas de que mi única arma, mi único sustento, y mi única fuente de confianza era mi mente.
―Grandioso.
Nos detuvimos frente a unas puertas corredizas de vidrio blindado. Maureen se colocó frente al panel de acceso. No sacó su tarjeta. Primero pausó todo para contarme algo.
―Ahora, acerca de la información vital que debo compartirte, debes saber que la protesta que te mencioné antes no fue una del montón. Al parecer hubo un incidente grave en una de las zonas cercanas a la sede.
―¿Qué clase de incidente?
Regresó a su tono serio.
―Asumo que Marlee ya te contó acerca de que secuestraron gente a lo largo del tiempo para forzarla a formar parte del experimento. Bueno, por alguna razón comenzaron a traer de vuelta a algunas personas que fueron sus participantes. No nos dimos cuenta hasta que fue muy tarde. Fue un desastre. Se pusieron violentos. Por eso los guardias tuvieron que intervenir. Ejecutaron a los participantes y se llevaron a algunos nuevos. Las personas que viven ahí lo notaron y decidieron pelear. Pero no tenemos idea de por qué regresarían a los participantes.
Mi deducción fue simple, corta, y eficiente.
―En realidad, tiene sentido. Es una investigación de campo. Aunque los Territorios Blancos no son parte de Idrysa, son controlados por el gobierno. Son sus lugares de prueba. Han experimentado con ellos de manera individual, pero no saben cómo interactuarán las personas en una sociedad, no de verdad.
―Si están probando eso ahora, significa que están más cerca que nunca de lanzar el experimento de manera oficial ―expuso.
No había nada optimista que pudiera mejorar el ánimo actual.
―Sí.
―Bueno, será mejor que nos pongamos a trabajar. Solo falta Will. A veces nos visita e intenta ayudarte, pero hoy es tu día, así que decidió darte tiempo para que te adaptes por tu cuenta. No te preocupes. Te dejarán trabajar tranquila.
Una vez que el panel le concedió el permiso, las puertas se abrieron, ingresamos, y se cerraron detrás de nosotras. Primero había un breve corredor donde hubo una explosión de aire y algo similar a humo que luego Maureen me explicó que servía para asearnos cada vez que entrábamos y salíamos. En el siguiente sector había otra puerta corrediza, sin embargo, no se necesitaba un código para acceder a la sala de investigación. Maravilloso.
Se trataba de un lugar amplio, un piso entero con un techo muy alto del que colgaban luces blancas largas. Tres mesas se encontraban distribuidas pintadas de negro, cada una se utilizaba para algo diferente, según Maureen. Una tenía una colección de elementos de laboratorio como tubos de ensayo, vasos de precipitados, y demás, la segunda parecía una pantalla gigante que dibujaba fórmulas y diseños con un holograma, y la tercera tenía a los miembros restantes del equipo sentados a su alrededor con taburetes. Lucían agotados y perdidos, como si hubieran intentado todo y fallaron de todas formas.
―Aquí traigo a la nueva recluta ―saludó Maureen con un suspiro.
Los tres giraron sus cabezas para analizarme.
―Buenas tardes, soy...
―Sabemos quién eres ―interrumpió una mujer alta de mediana edad con el cabello oscuro atado en una coleta y una tableta en mano.
Lo dudo, dije en un rincón de mi mente.
―Genial porque yo no tengo idea de quiénes son ustedes.
―Ella es Sheila ―masculló Hiro menos formal―. Ya sabes mi nombre, creo.
Sheila habló de nuevo.
―Basta de presentaciones. No tenemos tiempo que perder con nimiedades. El futuro de la humanidad está en nuestras manos.
―Sin presión, ¿no?
De pronto, se escuchó un golpe seco que provino de la habitación contigua que estaba sellada.
―Hay algo más que no te ha contado ―me dijo Maureen.
―¿Qué?
Entonces, alguien apareció en la habitación blanca que pensé que estaba vacía. Una mujer asestó sus puños blancos contra el cristal que le impedía salir. Su expresión me dio mala espina. El sudor cubría su frente, mojaba parte de su pelo negro y largo, y poseía una mancha oscura en su pantalón anaranjado a la altura del tobillo. Era sangre. También se veía que tenía una venda temporal para detener la hemorragia. Su persistencia y sus gruñidos impacientes cargaron mi sistema nervioso de preocupación. Estaba rogando que la dejaran libre a su manera.
―Eso.
Exigí una explicación.
―¿Qué le pasó?
Maureen se adelantó a responderme.
―Como te dije, llegamos justo a tiempo. Ellos asesinaron a todos los participantes, excepto a ella.
Requerí de unos segundos para procesar aquel dato.
―¿Cómo están seguros de que es una de ellos?
Hiro se colocó a mi lado mientras los cuatro mirábamos en dirección a lo que dejó de lucir como una habitación para parecerse a una celda de contención.
―Porque ni siquiera parpadeo cuando le dispararon.
―Ya le hicimos un escaneo y los resultados de los análisis clínicos que hicimos con las muestras de sangre que le sacamos estarán listos en una hora ―informó Sheila con sus brazos cruzados. Ella también vestía una bata de laboratorio―. Más allá de la herida de bala, ella está bien. No somos capaces de detectar qué le hicieron para que su organismo cambiara y no fuera capaz de sentir. Es un misterio.
―Ella no siente nada y no recuerda quién es. Es la primera vez que salvamos a alguien en mucho tiempo.
―¿Le dices «salvar» a eso? ―planteé, notando como la desconocida era como un mar frío y tormentoso a la vez. Peleaba para escaparse, sin embargo, su expresión se mantenía neutral―. La tienen como a una prisionera.
A Sheila no le agradó mi tono.
―Ella es peligrosa. Atacó a todos en el camino.
―¿Por qué?
―¿A qué te refieres? ―inquirió Maureen.
―Tal vez si la trataran como una persona, ella no se comportaría como un animal. El experimento le quitó sus emociones, no su habilidad para razonar. Que no la entiendan, no significa que no tuviera una razón para atacar.
La desconocida pareció entender lo que dije y me observó desde su celda.
―¿Cómo cuál? ―curioseó Hiro, estudiando mi teoría.
Le devolví la mirada a la mujer en cuestión.
―Preguntémosle.
Sheila intervino.
―Ya intentamos interrogarla.
―Con todo respeto, ¿alguno de ustedes fue torturado? ―pregunté de repente.
Mi pregunta los dejó azorados. Intercambiaron miradas y negaron con la cabeza.
―Hemos peleado, pero no.
―Bueno, yo sí y apuesto a que ella también. Ellos la soltaron y, aunque dicen que no quedó nada en su memoria, tu cuerpo no lo olvida, no de verdad. Así que, debe seguir en estado de alerta. Debieron tenerla encerrada por mucho tiempo y, justo cuando finalmente consiguió algo de libertad, ustedes la atraparon. Sé que sus intenciones son buenas y solo quieren investigar, pero tienen que darle algo de espacio. Ella no confía en ustedes, no tiene por qué hacerlo. Por lo que ella sabe, ustedes van a torturarla igual que ellos.
―No lo haremos ―expresó Maureen con un delgado hilo de voz lleno de culpa. No lo había pensado de esa forma.
Fui dura.
―¿Se lo dijeron o no esperaron para meterla ahí dentro?
―No voy a dejar que me dé una lección de moralidad ―repuso Sheila con algo de frialdad.
―Alguien tenía que hacerlo.
―Bien. ―Hiro resopló―. Nosotros ya hicimos nuestros intentos. ¿Qué quieres hacer?
―Quiero entrar y hablar con ella.
―¿Estás loca? Ella te matará.
―Puede intentarlo ―respondí y le di un vistazo a la mujer que paró de golpear el cristal―. Pero no creo que lo haga.
Maureen me dio una palmada en el hombro.
―Y dicen que no eres optimista.
Entonces, me dirigí a la celda.
―Es tu funeral ―murmuró Sheila.
No me asustó la frase. La muerte era mi mejor amiga, caminó junto a mí tantas veces, haciéndome preguntar cuándo me tomaría la mano y me llevaría con ella. Sobreviví a tantas cosas que era un poco molesto no haber muerto de una vez. Nadie podía hacer nada bien, ni siquiera matarme. Qué fastidio.
Una vez que la mujer abrió la puerta con su tarjeta de acceso, tuve unos escasos segundos para ingresar a la celda para que la participante del experimento no pudiera escaparse. En cuanto estuve dentro, me di cuenta de que tal vez no fue una idea tan brillante. Había entrado a una celda por voluntad propia. Pero, si lo miraba con otros ojos, era astuta. Mostraba mi supuesta confianza en ellos y, si mostrabas confianza, la gente tendía a confiar en ti o en que actuarías de cierta forma.
Aun así, tuve que ser valiente. Estaba a menos de un metro de distancia de una persona que consideraban muy peligrosa. Inhalé, exhalé, y aguardé unos segundos para que ella se acostumbrara a mi presencia allí. No dijo nada. Me vi en la obligación de iniciar la conversación o mi monólogo, mejor dicho.
―Hola, soy la doctora Aaline, solo quiero hablar contigo si te parece bien ―formulé―. Primero que nada, tienes que saber que no tenemos la intención de lastimarte o usarte para ningún experimento. Te prometo que te dejaremos ir. Ellos te pusieron aquí porque estaban asustados, tanto como tú desconfías de ellos. Así que, podemos ayudarnos mutuamente para que esto se termine pronto. Solo necesitamos que cooperes con nosotros.
Ella se pegó a la pared. Transcurrieron varios segundos hasta que dijo lo siguiente:
―¿Con qué?
Abandoné la voz fría y autoritaria que tendía a usar para emplear una más calmada.
―Todo. Te haremos algunas preguntas, tú las respondes y listo.
Un error y ella me odiaría. Un error y ella me atacaría.
―¿Qué me asegura que eso es cierto? ―preguntó con suspicacia.
―No voy a lastimarte. No tengo razón para hacerlo. Viste cuando llegué, ¿no? Oíste nuestra conversación. Si alguien en este lugar quisiera lastimarte, no habrían curado tu herida. No hay prisioneros aquí y tú no serás la primera. Para entrar aquí, tuve que confiar en ti y en qué eres capaz de entender que lo que te digo es cierto. Así como también tú sabes que necesitamos algo y puede que tú sepas algo al respecto.
No tragó grueso. No se vio asustada. Estaba maquinando y poniendo sus piezas con cuidado igual que yo.
―¿Y si no sé nada?
Le di un vistazo a los tres individuos que se ubicaban al otro lado del cristal.
―Estarás bien. Te liberarán de todas formas, ¿verdad?
Asintieron.
―De acuerdo.
Fui despacio.
―Empezamos con lo básico, ¿recuerdas quién eres?
Se lamió los labios, buscando entre sus recuerdos.
―Mi nombre es Abigail.
―De acuerdo, Abigail. ―Asentí―. ¿Qué más recuerdas? ¿Cómo era tu vida?
Se frustró consigo misma.
―No lo sé. Todo lo que recuerdo es mi nombre, si es que es mi nombre.
Puse mis manos sobre mis caderas, sintiendo mi cinturón debajo de mis dedos. Para mi mala suerte, el interrogatorio sería breve.
―No lo es. Sabes cómo hablar, cómo caminar, y claramente cómo dar pelea.
―¿Estás diciendo que miento?
Procuré relajar mi postura.
―No, solo dime qué más sabes.
Sonrió a medias.
―No sé cómo, pero sé escribir, cocinar bien, y tejer.
Significaba que elegían qué recuerdos borrar de alguna forma. Impresionante.
―Eso es bueno. ¿Sabes cómo llegaste a esta zona?
Se notaba que se estaba esforzando para recordar.
―Cuando desperté, estaba en una nave. Los oí decir que era una nave.
Me interesó el dato.
―¿A quiénes?
―Los hombres. Más tarde, descubrí que les dicen guardias. Ellos me trajeron aquí junto con otras personas. No hablaron con nosotros, simplemente nos arrojaron aquí. No sabía dónde estaba, tuve que preguntar. Tampoco conocía a nadie allí. Estos últimos días estuve aprendiendo a sobrevivir en este Territorio Blanco ―explicó.
―¿Sabes lo qué es?
―Sí. Sé cómo funcionaba Idrysa y el reino. No me preguntes cómo.
Le mostré comprensión.
―Está bien. Lo entiendo.
Abigail dio un paso en mi dirección.
―¿Lo haces? ¿Alguna vez te borraron la memoria?
Abrí la boca sin saber qué decirle.
―No estamos haciendo preguntas sobre mí. Tú eres lo que importa.
―Ni siquiera sé quién soy.
―Intentaremos ayudarte para recordarlo o, al menos, intentaremos hacerlo ―expresé, suave.
―Después, estaba en la calle y los mismos hombres uniformados me obligaron a ir con ellos. No fueron amables. Tampoco se esforzaron para esconder lo que hacían. Nos llevaron a un lugar abierto y los habitantes del lugar se enojaron porque algunos reconocieron a las otras personas que atraparon antes y quisieron defenderlos. Ahí se desató el fuego y decidieron matarlos con rapidez. Como estaban ocupados lidiando con los demás, intenté escapar por mi cuenta. Justo en este instante aparecieron ustedes, creo que fueron ustedes. No sabía quiénes eran. Pensé que estaban con ellos.
Me entristeció escuchar su historia. Estar en una situación semejante sin nadie debió ser horrible.
―Créeme, no lo estamos.
―Eso es lo que dices ―susurró con un tono irrespetuoso.
No me afectó en lo absoluto.
―Es la verdad.
―¿Alguna otra pregunta?
―Solo una ―resumí―. ¿Cómo te sientes?
Ella observó sus manos y finalmente la herida de su pierna.
―Ese es el punto. No siento nada. No me duele nada. Incluso si me tocas, nada. Sé que lo estás haciendo, pero no lo siento, lo proceso diferente, es como verte a ti y saber que estás ahí sin la necesidad de tocarte.
Recordé las reacciones de los experimentos fallidos de la academia. Sonaba diferente. Sonaba como un experimento exitoso. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
―¿No te molesta?
―No, estoy bien. Físicamente, claro. ¿Eso es todo?
Intercambié una mirada con los presentes en la sala de investigación para cerciorarme de que todo estuviera en orden.
―Sí. Ahora, si prometes estar tranquila, puedes salir de aquí.
―Gracias ―masculló tras unos instantes. No hubo emoción en sus palabras. Eran letras acomodadas para expresar un pensamiento.
Aguardé a que Sheila se aproximara con duda a la celda de contención para abrirla de nuevo. Salí primero.
―Bien hecho.
Tomé el crédito por mi éxito con un gesto.
Por otro lado, Abigail se movió despacio.
―Fui racional. Cumplí con el trato. ¿Pueden enseñarme la salida? Quisiera volver a mi vida, mi nueva vida.
―Me temo que eso no será posible ―comunicó Sheila y cerré los ojos a sabiendas de que cortó el hilo de mi delicada conversación con la participante con esa frase y arrojó todos mis esfuerzos por la borda para que se hundieran en una isla de basura―. Tenemos que dejarte en observación y hacerte algunas pruebas, entre otras cosas.
Suspiré.
―Mierda.
―¿Cómo que no? ―protestó Abigail, descarriándose.
En cuanto quiso irse, Sheila le bloqueó el camino y la agarró de los dos brazos para formar un gesto tranquilizador que solo la alertó más. No debió haberla tocado sin permiso.
―No podemos dejarte ir así como así.
La mujer dirigió su mirada hacia mí una vez que se deshizo del agarre de la doctora.
―Tú prometiste que me dejarían ir.
Puse la punta de mi lengua contra mi paladar, pensando en lo que iba a decir.
―Lo sé y no te mentí. Vamos a hacerlo. Ella cometió un error. No te preocupes.
―No fue una equivocación ―se defendió Sheila por orgullo.
―No estás ayudando.
―Eres una mentirosa. ¡Todos ustedes lo son! ¡Tienen que dejarme ir! ¡Hicimos un trato! ―les gritó a los otros tres presentes y luego regresó a mí para ir circulando alrededor de mí como un buitre―. O...
Ella saltó detrás de mí para empujarme contra su cuerpo y sujetar mi cabeza de tal modo que le resultaría sencillo romperme el cuello.
¡¿Acaso no podía pasar un mes sin que alguien tratara de matarme?!
Todos contuvieron la respiración, genuinamente aterrados. Aunque sabía que les preocuparía igual si fuera cualquier otra persona, me sorprendí. Yo no estaba asustada, no de verdad. Personas mejor entrenadas quisieron deshacerse de mí y no lo lograron, ella no lo lograría tampoco.
―O se quedan sin la pelirroja.
―Déjala ir ―suplicó Maureen con la respiración más acelerada que yo.
Abigail estaba errática y recurrió a lo único que recordó y creyó que la sacaría de esa situación: violencia. Error. Medí cada uno de mis movimientos. Llevé mi mano izquierda al brazo que yacía bajo mi mandíbula, cerca de mi garganta, como si intentara quitármelo de encima y no pudiera.
―Gracias por el intento, cuñada ―expresé antes de golpear el plexo solar de Abigail con mi codo derecho para cortarle el aire por un segundo, desorientarla, y finalmente agarrar uno de sus brazos con mi mano izquierda―. Lo tengo.
Justo cuando iba a realizar otro movimiento para reducirla, Abigail hizo algo poco racional y, en vez de intentar batallar o apartarse, giró sobre sus talones para morder mi brazo tan fuerte que la sangre emergió de inmediato y manchó su boca. Quizás fue su forma extraña de intentar que la soltara, ya que mi agarre fue firme. Arrugué mi expresión, sufriendo a causa de la herida, y no perdí el tiempo. Usé mi puño libre para darle un golpe que la noqueó y terminó con ella en el suelo encerado de la sala de investigación. Traté de ser amable, pero no me gustaba la idea de tener más cicatrices.
Gimoteé, adolorida, y la observé de pie mientras cubría la mordedura con mi otra palma.
―¡Por todos los clanes! ―suspiró Hiro, esquivando a Abigail como si fuera una bestia dormida, y se encaminó en mi dirección junto con los demás―. ¿Estás bien?
Señalé lo que me sucedió y gesticulé «auch».
―¿De verdad tengo que contestar eso?
Maureen se aproximó a mí.
―Se ve grave. Tendremos que revisarlo.
Sheila chasqueó la lengua.
―No digas "te lo dije" ―solicité.
Apuntó a Abigail.
―Yo tenía razón.
Negué con la cabeza. Defendí mi caso a pesar de mi dolor.
―No, yo la tenía. Ella estaba bien hasta que prácticamente le dijiste que la ibas a usar para otro experimento. Cualquiera habría peleado. Deberías haber dejado que siguiera manejando la situación.
No dijo nada.
―Ella tiene un punto ―comentó Hiro y se calló ante la reacción furiosa de Sheila―. Me callaré.
Por otro lado, Maureen señaló el camino a la salida.
―Tenemos que llevarte a la sala de emergencias.
―Bien. ¿Qué harán con ella?
―Ella volverá a la celda de contención hasta nuevo aviso. Qué gran trabajo ha hecho para ser su primer día, Kaysa ―se despidió Sheila con aspereza.
Los presentes sabían quién era yo. Lo supuse, considerando que dirigían el equipo que pretendía combatir el experimento de la realeza.
―Es doctora Aaline para ti ―corregí a secas.
Tiempo más tarde, yo yacía sentada sobre una camilla de la sala de urgencias con la herida tratada. Estuve todo el tiempo con Maureen hasta que de pronto regresó con el grupo entero: William, Clara y Theo. Era raro que pasaran tanto tiempo juntos.
―¿Quién les dijo?
―Tenía que decírselo a tu hermano y ellos estaban ahí también ―se excusó Maureen.
William parecía haber venido nadando desde el otro lado del océano por lo agotado que lucía.
―Con razón. ¿Qué ocurrió? ¿Cómo estás?
Columpié mis pies, ya que colgaban de la camilla. Me parecía muy irónico que ese día traté a una niña por la mordedura de un perro y, en la actualidad, estaba ahí porque me mordió un ser humano.
―Estoy bien. Estoy absolutamente bien.
En realidad, quise gritar como una loca cuando sucedió, no obstante, me tragué el grito. Yo decía que estaba bien porque no me apetecía hablar de ello. Si hablaba, me pondría a llorar y mi voz se ponía aguda, mis mejillas rojas, y era un desastre. Así que, nunca lo hacía. No en público.
―Dice la chica que casi muere hoy ―replicó mi hermano.
Alcé los brazos hacia arriba como si estuviera animando una fiesta.
―¡No morí! ¡Estoy viva!
Juzgaron mi comportamiento con sus expresiones. Maureen aclaró algo.
―La atacó la participante del experimento y le di algo para el dolor. Por eso parece estar...
―¿Drogada? ―terminó de decir Theo, ubicándose cerca de la cortina que separaba las camillas―. Descuida, te cuidaremos. ¿Te duele mucho?
Tragué grueso y bajé los brazos de sopetón.
―La semana pasada me regalaron muchas paletas, me las comí y no te dije nada porque no quería compartirlas. Pero no se supone que sepas eso.
Theo suspiró, ofendido.
―Traidora. Si no estuvieras así, estaría muy enojado contigo.
Clara se paró junto a la camilla.
―Dale un descanso. Hoy tuvo un mal día.
Estaba cansada y no tenía almohadas, así que descansé la cabeza en su abdomen.
―Ella es tan dulce que podría comérmela ―balbuceé―. Tranquila, me mordieron, pero no soy un vampiro.
William rio.
―¿Qué le diste?
―Se le pasará en un rato ―comunicó Maureen―. Estará bien. La mordedura fue más o menos superficial. Solo necesitará cambiarse las vendas. Lo que sí, le quedará una cicatriz.
Hice un berrinche.
―¡¿Por qué, mundo?!
Mientras los demás continuaron hablando, Clara me acarició el pelo.
―¿Escuchaste? No serás un vampiro sin sentimientos ―dijo.
―Quisiera ser uno.
Para nuestra sorpresa, Hiro se presentó en la entrada de la sala de urgencias tras haber estado corriendo.
―¡Tienen que ver esto!
Maureen caminó en su dirección, aun así, todos le prestamos atención.
―¿Qué ocurrió?
Hiro depositó las manos en sus rodillas para recuperar el aliento.
―La participante.
―¿Qué? ¿Le sucede algo? ¿Volvió a atacar a alguien? ¡¿Se murió?!
―No, ella está bien.
―Entonces, ¿por qué viniste así? ―bufó Theo.
―Porque ella está bien ―repitió él y se hartó de que no comprendiéramos a qué se refería―. ¡Ella recuperó sus emociones!
Gastamos un segundo para ajustarnos a la nueva información. Acto seguido, el grupo giró sus cabezas hacia mí con una pregunta clara.
¿Qué diablos sucedió?
Creí que había escuchado mal. Una parte egoísta de mí esperó haberlo hecho. Se lo adjudiqué a mi estado actual.
Seguí pensando que se trataba de un error colosal cuando mucho tiempo más tarde regresé a la sala de investigación con Maureen, Hiro y William. Sheila se encontraba hablando con Abigail a través del cristal de la celda de contención, sin embargo, la participante del experimento lucía alterada, no de manera violenta, sino emocional. Lloraba. Una lágrima tras otra rodaba por sus mejillas enrojecidas mientras se abrazaba a sí misma. Su conducta había cambiado radicalmente desde la última vez que la vi.
―Se los dije, ella está bien, es decir, está devastada y traumatizada, pero está bien, volvió a ser la de antes, como cualquier otro ser humano ―explicó Hiro a medida que nos adentrábamos al lugar.
Clara y Theo no tuvieron más alternativa que quedarse aguardando en el pasillo. Maureen sabía que a Sheila no le encantaría la idea de que dos rebeldes entraran a una zona sin una tarjeta de acceso que les diera permiso. Al parecer, yo no le caía bien por eso, no por ser yo. Era muy protectora de sus secretos. La rebelión también tuvo infiltrados en el pasado. Por eso cuidaba muy bien la información que compartía y con quién lo hacía.
―¿Cómo? ―preguntó William, quien caminaba muy cerca de mí, como si tuviera miedo de que yo me desmayara en cualquier momento.
El analgésico que me dieron era potente y me había dejado un poco atontada, así que mi andar se había vuelto un torpe. Sentía que caminaba sobre agua y los peces flotaban a mi alrededor. Por supuesto, no lo mencioné. Yo no era lo importante.
―Esa es la razón por la que fui a avisarles. No lo sabemos. Después de que Kaysa la noqueara con amabilidad, ella recuperó la conciencia y volvió a la normalidad. Sus emociones, su capacidad de percibir el tacto físico y sentir sus heridas. Todo regresó. Es un milagro.
Maureen me miró de reojo ante aquella palabra.
―¿Le han hecho estudios para comprobarlo?
Hiro no perdió tiempo a la hora de responder.
―Sheila ya la revisó. También repetimos los análisis que le hicimos antes para comparar los resultados. Aunque dudo que algo nuevo aparezca, tengo la esperanza de que obtengamos alguna pista. Tiene que haber una.
No fue una gran sorpresa. William concordó.
―Si podemos replicar lo que sucedió, tendríamos una forma de combatir el experimento. Ganaríamos la guerra.
Una ilusión espolvoreada con tensión pululó en la sala, en ellos. Si era verdad, podía significar muchas cosas y no todas eran buenas. Ninguna carta ganadora venía sin un pozo oscuro. Nadie ganaba una guerra sin mancharse las manos de sangre y temía que esa sangre podía ser la mía.
Idrysa me odiaba y mi corazón. Los renegados me tenían a mí y mi veneno. Pero, si tenía las cosas que los dos querían más que nada en el mundo, nada podría detenerme. Nadie podría y la idea de ser imparable me asustó.
No me atreví a decir nada. Tampoco pude. En cuanto Sheila oyó sus voces, volteó, y se encaminó en mi dirección con prepotencia.
―¿Qué hiciste? ―Ella se paró frente a mí y su tono de voz no hizo más que subir―. Tienes que decirme qué mierda hiciste y cómo lo lograste.
William se puso entre nosotras. A pesar de que él tendía a ser mucho más tranquilo que yo, se parecía mucho a mí cuando se enojaba.
―Esa no es la forma de hablarle a mi hermana.
La desesperación de Sheila aumentó. Se notaba en sus músculos tensos, su ceño fruncido, y su dedo índice, ya que me estaba señalando con el mismo.
―¡Ella sabe algo!
Debido a que sonaba como una locura, él soltó una carcajada falsa.
―¿Qué?
El enojo se coló en el sistema de Sheila.
―¿Crees que es una coincidencia que sucediera esto en su primer día?
―No lo sé ―suspiró con cansancio―. A veces pasan cosas que no podemos explicar. Lo importante es que ocurrió. ¿Por qué lo dices cómo si fuera algo malo?
―No sabemos qué es.
―Todos vimos lo que hizo con nuestros propios ojos. No hizo nada que merezca que la acuses. Así que, ¿por qué no hablamos con Abigail? ―sugirió Maureen en busca de calmar las aguas.
Sheila se cruzó de brazos.
―Ya lo hice.
―Creo que es mejor que lo hablemos todos juntos ―aconsejó Hiro.
El resto de los presentes asintió. Se movieron hacia la celda de contención como un rebaño de ovejas sin saber que yo los vigilaba desde atrás igual que un lobo. A causa de que no me encontraba en mi mayor potencial, procuré mantener silencio para no meter la pata y decir algo que me costara la operación entera.
La historia de mi venganza y mi corazón roto estaba escrita en mi cara y debía esconderla. Tendría que usar una máscara invisible para camuflarme. Me sentía como una criminal y, siendo sincera, había dejado la moral atrás hacía bastante y ahora resultaba tan divertido como estresante.
―Cuéntales lo que me dijiste ―le pidió Sheila a Abigail.
La mujer exhaló, temblorosa.
―Todavía no recuerdo nada, no sé qué es lo que me hicieron, eso no cambió, pero puedo sentir. Todo. Aunque no me gusta, es cierto. Me duele mucho la pierna y la cabeza, ¿alguien puede darme algo?
No nos dio la oportunidad de pronunciar una sílaba, Sheila se adelantó.
―No podemos darle nada hasta saber qué pasó.
―Tampoco podemos dejar que sufra ―comentó William con firmeza.
―Si acabamos de toparnos con una cura y lo arruinamos porque la señorita tiene un pequeño chichón en la cabeza, será nuestra culpa que millones mueran solo para no incomodar a una.
―Lo sabemos, aun así, podrías cuidar mejor tus palabras ―dijo Hiro con un poco de timidez―. Ten algo de empatía.
―Díselo a la que le rompió la cabeza.
Yo.
Al parecer, yo le reinicié el cerebro de un puñetazo.
―¿Por qué susurran tanto? ―Abigail golpeó el cristal con su palma―. Necesito que alguien me diga algo. No sé qué está pasando.
Apreté los ojos, aceptando que nadie iba a responder su llamado de ayuda mientras estuvieran ocupados peleando entre sí. Esquivé al grupo de debate para hablar con la mujer. Me apenaba su situación. Si dependiera de mí, la liberaría, le daría una manta calentita, y llevaría la investigación de otra forma. Los rebeldes no eran monstruos, pero eran muy humanos y los humanos tendían a cometer errores que generaciones enteras debían pagar.
―Hola, soy yo de nuevo. Nosotros tampoco lo sabemos y también estamos preocupados.
Abigail tragó grueso al recordar cómo resultó nuestro último encuentro.
―Eres tú.
―Desearía que no ―respondí y pasé mi lengua por el labio superior antes de morderlo.
―Perdón por la mordida.
―Perdón por el puño volador.
Ella rio, secándose las lágrimas con torpeza.
―Está bien. Traté de matarte.
Miré mi brazo vendado.
―Me pasa todos los lunes. No es nada.
―Espero que eso no sea grave ―deseó, imitando mi visaje.
―Yo también.
Recién ahí los demás se percataron de la conversación secreta que no era tan secreta que sosteníamos.
―Dijiste que querías ayudarme, ¿puedes hacerlo?
Abrí la boca, esperando que un discurso mágico y poético emergiera de ella, sin embargo, no había escrito nada desde que había llegado a la sede. Estaba perdida, apagada, prácticamente desconectada de quien solía ser y lo que solía amar. Ya no era la misma. Nunca lo sería. Mi vida nunca fue perfecta por más que lo intenté, no obstante, ahora parecía estar arruinada para siempre.
Yo era un cuerpo sin alma y mi alma amaba la escritura, así que perdí mi pasión y ya nada se sentía igual. Sabía que necesitaba hacerlo, solo que no podía. Mi corazón al igual que mi mente había quedado en blanco y no existía ninguna tinta o pluma para llenarlo con palabras. Mis poemas se habían ido como algo que escribí en la arena y la marea los robó.
―Lo haré.
La única que se molestó en reaccionar fue Sheila.
―Aléjate ahora mismo de esa celda, no quiero tener otra sorpresa.
Levanté las manos y las puse detrás de mi cabeza antes de usarlas para peinar mi cabello a modo de burla.
―No hice nada, pero si sigues tratándome como si fuera tu perrito faldero, lo haré.
Hiro, William y Maureen se pusieron incómodos. Sheila se encolerizó.
―¿Me estás amenazando, niña?
Estaba harta de las figuras de autoridad. No ayudaban en nada, no eran mejores, y su experiencia hacía que fueran peores personas. Así eran todos los líderes de Idrysa y Sheila no parecía diferenciarse mucho de ellos.
―No, si lo fuera, ya estarías corriendo y ya te dije cómo puedes llamarme ―recalqué, cometiendo un ligero desliz. Nada que no pudiera ser reparado.
―No sé qué pensó Marlee cuando aceptó que te unieras a nosotros.
Mi cuello se puso tenso.
―En cómo ganar la guerra. En eso pensó.
Hiro vino trotando para interrumpir la disputa antes de que escalara a niveles feos.
―De acuerdo. No hay razón para discutir. ¿Podemos enfocarnos en lo importante?
―Sí ―contestó Sheila en un tono sospechoso―. Me gustaría hacerle unos estudios a la doctora Aaline.
―¿Para qué?
―Porque existen tres posibilidades aquí. Uno, el experimento falló, cosa que dudó porque Abigail estuvo días sin un cambio y sería extraño que llegara aquí y todo se vaya al carajo. Dos, el impacto del golpe que le dio el nuevo miembro del equipo acomodó algo en su cerebro. Tres, hay algo en su sangre que pudo curarla.
En ese momento, la única incómoda fui yo. Tuve un destello de mi futuro. Si la tercera opción era cierta, lo que dudaba mucho, los rebeldes no serían muy diferentes de la realeza.
Si había un antídoto o algo remotamente parecido en mi sangre, no tardarían en verme como un sujeto de prueba para un experimento. También a William. A mi familia en general. No nos dejarían ir nunca, nos mantendrían dónde querían y probablemente sería encerrados en algún sitio para controlarnos, usarnos como ratas de laboratorio y matarnos lentamente. Si éramos una cura, moriríamos por ello.
Aunque estaba dispuesta a hacer lo posible para ayudar al reino, no iba a morir desangrada por ello. Existían alternativas que ellos no se molestarían en ver. Era una chica contra millones. Una vida contra millones.
¿A quién le importaría?
―Ya le hicimos estudios cuando llegó aquí ―enfatizó Maureen―. No tiene nada especial.
Chasqueé la lengua.
―No sé si debo ofenderme o alegrarme.
Sheila se justificó.
―Sí, pero no sabían qué estaban buscando.
―No vas a usarla ―intervino William en mi defensa―. No puedes.
―A él también. Debemos hacerles pruebas a los dos.
―Sheila, está mal actuar sin su consentimiento ―repuso Hiro, viendo que estaba mal―. No lo haré.
―Cobarde.
Examiné el platillo de alternativas que me sirvieron. Mis opciones se habían reducido a «sí» o «no». En consecuencia, decidí no alterarme hasta obtener los resultados. Tal vez me estaba preocupando por nada.
―Lo haré.
―Kaysa ―nombró William sin comprender mis motivos.
―Sé lo que estoy haciendo, no tienes que "Kaysarme" con ese tono ―repliqué, haciéndome cargo de mis acciones―. Lo haré si la sacas de ahí. Esa es mi única condición. Es la única forma en la que tendrás mi consentimiento.
Sheila quedó rodeada.
―Bien. La sacaré de la celda de contención, pero solo será libre de deambular por la sala de investigación. No me importa si tiene sentimientos o no, no podemos darnos el lujo de perderla por la sede.
Me rasqué el cuello con sutileza antes de mirar a Abigail.
―¿Te parece bien?
Sus mejillas se enrojecieron un poco más.
―Lo que tú digas está bien.
Encaré al grupo.
―Ya la oyeron.
―Si ella se hace los estudios, yo también ―masculló mi hermano. Él tendía a protegerme siempre, excepto cuando lo necesitaba.
―No, no. No harás nada antes de tener mis resultados. Si no encuentras nada raro, no tienes ninguna razón para causar tanto alboroto.
A pesar de las quejas de William, Sheila fue lógica por primera vez y coincidió conmigo. No era necesario que también lo trataran como si fuera parte de un experimento. Quise salvarlo de aquella experiencia.
―¿Estás segura de esto? ―Maureen se colocó junto a mí en simultáneo que Sheila utilizaba su tarjeta de acceso para abrir la celda de contención―. La última vez no salió muy bien.
Me encogí de hombros.
―Sí, pero si no sale bien, tengo un puño libre y ella todavía tiene una cara, la ecuación sirve y da buenos resultados.
Todos permanecimos en fila, bloqueando la salida por las dudas, entre tanto, Abigail salía de la celda de contención y Sheila se hacía a un lado.
―Espero que no tengamos que llegar a eso ―retó William.
Hiro se unió a él.
―Estamos por averiguarlo.
Abigail arrastró sus ojos por cada uno de los miembros del equipo una vez que estuvo a menos de un metro de distancia de nosotros. No sabíamos qué haría o cómo reaccionaría, sin embargo, estaba bastante segura de que ninguno de nosotros esperó que se lanzara a darme un abrazo.
Quedé congelada otra vez. Esperé una cachetada, un grito, u otra mordida. Siempre estaba preparada para que me lastimaran, a veces lo esperaba. Mi historia estaba llena de pequeñas guerras, emociones muertas como especies extintas, y apocalipsis que sucedían todos los días. Así que, mi mente era incapaz de procesar que alguien podía hacer otra cosa que no fuera odiarme luego de cometer un error.
―Gracias ―masculló Abigail, separándose de mí―. Gracias.
Me tembló la voz.
―De nada.
Sheila reapareció con sequedad.
―Ya cumplí con el trato. Prepárate para pasar el resto del día aquí.
Repetí el proceso. Viví durante aquellas horas como un cascarón vacío, mi mente disoció todo. Permití que me obligaran a cambiar de roles y me hicieran pasar de ser la doctora a la paciente, la científica al experimento.
Tuve que cambiar mi atuendo por una bata sanitaria similar a la que tenía puesto cuando desperté el primer día, mantuve mi mirada neutral, e hice todo lo que me pidieron sin procesarlo de verdad. Utilizaron todas sus máquinas, monitores, me quitaron tanta sangre como pudieron, y revisaron todo lo que no revisaron cuando me tuvieron inconsciente. Me tragué mi orgullo hasta el final.
Cedí. Cedí a pesar de que sabía que me pondría muy incómoda, nerviosa, y asqueada. Yo era una buena doctora, trataba a los pacientes como quería que me trataran a mí, pero me trataron a mí como los médicos que lidiaban con los presos de la Corte Roja, como si no mereciera ni siquiera el cuidado básico humano.
Tras haber concluido con sus estudios, Maureen y Sheila me dejaron sola en aquella habitación vacía del área médica para poder cambiarme. No había rastros de elementos médicos allí, solo paredes, un archivero y un escritorio con cajones cerrados y llenos de información que no me apetecía revisar y que funcionaba como una versión pequeña y extraña de un consultorio.
Estaba colocándome la camiseta negra, la última pieza de mi ropa, justo cuando alguien tocó la puerta.
―¡Toc, toc!
A pesar de que mi corazón parecía estar atrapado bajo una nube tormentosa y deforme, puse una buena cara al oír la voz.
―¿Quién es?
Ella no entendió mi pregunta, sino que frunció el ceño una vez que se apoyó contra el marco de la puerta. No vi a nadie más en el pasillo.
―Es Clara. ¿Recuerdas?
Su ingenuidad me obligó a explicarme.
―Es parte del chiste.
Parpadeó sin entender nada igual que un venado bebé. A veces era tan inocente que me recordaba a uno.
―¿Qué chiste?
―No importa ―Procedí a colocarme los zapatos con rapidez―. ¿Qué haces aquí? Creí que te habías ido con Theo.
Una vez que accedí a realizarme las pruebas, perdí de vista a Clara y Theo. Pasó tanto tiempo que di por hecho que se trasladaron a cualquier otro rincón de la sede.
―Lo relevé en el puesto de guardaespaldas ―bromeó―. Todos siguen en la sala de investigación, pero los resultados de tus estudios tardarán en llegar, así que William me pidió que te acompañara a nuestro, tu cuarto para que descanses un poco.
Puse los ojos en blanco.
―No necesito descansar. Estoy bien.
En realidad, necesitaba descansar, lo que hizo que me hirvieran las venas. Mi cuerpo tambaleó un poco a causa de la pérdida de sangre y el hecho de que aquel día simple no salió como esperé.
―Dijo ella y luego se desmayó ―repuso, ofreciéndome su brazo.
Rechacé la oferta, me enderecé y caminé por mi cuenta, tratando de no lucir demasiado avergonzada.
―Ahora sabes un chiste.
Dejamos atrás el consultorio para irnos.
―Sé muchas cosas. Tú no las escuchas.
Arqueé una ceja.
―¿Sabes si tienen alguna novedad?
Giró sus ojos color caramelo.
―No.
Le conferí una sonrisa torcida.
―¿Ves? Yo escucho.
Me agarró el brazo de todas formas.
―Lo que quieres, sí.
Arrugué la nariz.
―Sí, ¿y sabes qué quiero oír ahora?
Me esquivó la mirada.
―No digas «silencio».
Seguimos caminando.
―¡Silencio! ―le grité en el oído e hizo un mohín―. ¡Muy bien! Te doy diez puntos por adivinar.
―¿Sabes algo más? A veces tienes pinta de princesita tierna y otras pareces recién salida de la cárcel después de diez años.
Me costó descifrar cuál usaría ella como un insulto.
―¿Y cuál soy ahora?
―Te dejaré con la duda.
Fue un receso largo, aburrido, y lleno de ansiedad. Por más que mi cuerpo agradeció la holgazanería, mis cavilaciones se mantuvieron inquietas, como hormigas escapando de su hormiguero.
Salté de mi litera cuando William apareció en la puerta. No se veía bien. Lucía perdido y confundido, como si le hubieran dicho que el viento en realidad era de color rosa.
―Tenemos los resultados.
No hablé enseguida. Su expresión no me decía nada bueno. Tuve un mal presentimiento. Mi estómago se contrajo. No me agradaba aquella sensación. Sucedió algo malo. Terrible. William siempre trataba de suavizar las noticias con una cara amigable. En consecuencia, debieron decirle algo horrible para que reaccionara así y no fuera capaz de esconder la cruda verdad.
―Pues, bien. Habla, hombre ―masculló Clara, quedándose. Ella había estado sentada en canastas junto a mí en la litera, hablándome de circuitos, pasta, y hardware para distraerme―. El futuro de la humanidad depende de lo que vayas a decir.
Pisé el suelo de la habitación y di dos pasos lentos hacia él.
―Y, más importante, mi futuro. ¿Cuáles son los resultados?
Él se aclaró la garganta y respiró hondo antes de hablar.
―Es cierto.
Le temí a la respuesta con todas mis fuerzas.
―¿Qué cosa?
Quise sacudirlo por tardar tanto en contestarme.
―Es cierto. Eres tú. Tú la curaste ―reveló William y sentí que mi alma se escapó de mi cuerpo―. Algo en tu sangre contrarresta los efectos del experimento, así que cuando Abigail la bebió por accidente, volvió a ser ella misma. Están tratando de descifrar cuál es el factor y cómo es posible que tú lo tengas. Pero, sí, tú eres lo que nos va a ayudar a ganar la guerra.
El shock de la noticia no me permitió aceptar lo que dijo. No me interesó aquel detalle. Me importó otra cosa. No detecté ni la más mínima alegría en la voz de mi hermano. Pese a que intentó hacer que sonara como algo positivo, se notaba que estaba pensando en otra cosa, algo más importante que la guerra.
¿Qué demonios podía ser?
Por otro lado, Clara se bajó de la litera durante los segundos en los que el mutismo se adueñó de la habitación y se dedicó a festejar y señalarme como si yo estuviera hecha de polvo de hadas y estrellas.
―¡Es asombroso! ¿Quién diría que hay tanto poder en estas venas? Ahora te van a dar tratamiento de princesa y tu propia suite. No te olvides de mí cuando estés salvando al mundo.
William y yo no dejamos de mirarnos. Él sabía que yo sabía que me estaba escondiendo algo.
―¡Eh! ―masculló Clara al percatarse de la energía rara entre nosotros―. ¿Por qué las caras largas?
Me alejé de la chica para dirigirme a él.
―Hay algo más, ¿no? ¿Qué es?
William se llevó una mano a la cabeza para pasársela por el pelo. Dejó de mirarme a los ojos.
―Sé que no querías que lo hiciera, pero accedí a que me hicieran unas pruebas también.
Clara rio, contenta.
―¿Tú también eres una mina de oro genética?
―No, no lo soy ―respondió, tenso.
―¿No? ¿Por qué no?
―Cuando compararon tu muestra de sangre con la mía, descubrieron algo más.
―¿Qué? ―mascullé y lo obligué a encararme―. ¿Qué es lo que descubrieron, Will?
Se hartó de esquivarme, alzó la mirada, y expuso lo afectado que estaba por la noticia que no tenía ni idea de cómo darme.
―Tenemos cero por ciento de compatibilidad. No somos hermanos.
🤍🖤
| PREGUNTITAS |
¿Se esperaban tantas revelaciones de una?
¿Cura al experimento?
¿Will no es su hermano?
¿Les volé la cabeza?
¿Qué más temen que pasará?
💙 METAS 💙
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