2. Té de manzanilla y manipulación

Estaba oscuro.

Las estrellas parpadeaban, guiñándole desde el cielo a los pobres seres que caminaban sobre la tierra. Me estaba moviendo o alguien más se estaba moviendo. Veía el mundo a través de sus ojos.

Si bien se oían susurros del viento y voces de desconocidos, todo lo que podía ver era la carpa de gran tamaño que se agitaba con la brisa. Las ramas y las hojas secas crujían, sin embargo, no les presté atención. Una luz flamante como el fuego se hizo más intensa al mismo tiempo que me acercaba con rapidez, desesperación, y enojo. No era mi enojo. Aun así, la emoción era fría y amortiguada, como si estuviera encerrada en una jaula y nunca hubiera sido explorada de verdad. Entré, corriendo la tela negra y gruesa, y me acogió un entorno penumbroso.

Todo quedó atrás con cada paso metódico y bien calculado que di. Pasé de largo la decoración, los muebles, los planos, y lo demás para dirigirme hacia una mesa pequeña y cuadrada sobre la que descansaba una jofaina junto con un aguamanil de cerámica y una toalla del mismo color que la carpa. Deposité la pistola sobre la toalla, me quité los guantes de piel de los que caían gotas de sangre, y procedí a lavarme las manos a pesar de que lucían perfectamente limpias. Tampoco eran mis manos. Eran más grandes y temblaban. El miedo a perder algo, no, a alguien deshabilitó cualquier protección que puso alrededor de su mente.

El sonido de un jadeo ahogado impactó contra mis oídos. Transmitía saturación, cansancio, y algo tan poderoso que resultaba imposible de clasificar. La sensación me asfixió, me empujó, y me atrajo. Las mismas manos de antes se elevaron, poniéndose a la altura del rostro. No se toparon con piel, sino con algo más duro e impenetrable: una máscara.

Caminé sobre el césped con lentitud, el verde era lo único que aportaba un poco de vida a ese lugar tan apagado. Lo vislumbré debido a que agaché la cabeza para deshacerme de aquello que ocultaba mi identidad, su identidad. Había un espejo de cuerpo completo a menos de un metro de distancia. Solamente se veía parte del atuendo de un tono ónix. Fui subiendo, fue subiendo de a poco y la máscara se fue alejando para destapar el rostro que escondía y mostrar quién se ocultaba detrás de ella.

Justo cuando pude admirar al individuo entero en el espejo y la verdad estaba a punto de ser revelada, los ojos se toparon con su reflejo. Lucían como agujeros negros capaces de atraerte para no dejarte ir jamás. Contemplaron su viva imagen, estudiándola, sorprendiéndose, y maravillándose con lo que hallaron. De repente me di cuenta de algo. No estaba mirando su reflejo, me estaba mirando a mí. Lo podía sentir porque yo era la que se encontraba en su cabeza, del mismo modo en que esa persona se alojaba en la mía. Era una especie de conexión.

Tuve que despertar súbitamente de aquella pesadilla tan vívida.

Mi corazón era un desastre de miedo y emoción. Mi pecho subía y bajaba. Mis músculos estaban un poco entumecidos. Por suerte no sudé. No lo corroboré con un vistazo, aun así, sabía que mi pelo era un desastre distribuido por la almohada y la cama alardeaba de ser un ejemplo claro del caos al tener libros desperdigados por todos lados, mezclados con las sábanas ásperas que me hacían extrañar la seda.

Aquello no me asustó. Lo que realmente me dio miedo era darme cuenta de que todavía descansaba entre las sombras y mi propia mano apretaba el collar que colgaba de mi cuello como si fuera a salvarme de ellas.

Ni siquiera entendía el significado de la pesadilla. No había sido como las otras que me acosaban como terrores nocturnos. Recordaba lo que pasó. No me agradó en absoluto, pero me hizo sentir más tranquila. Recordar era mejor que olvidar; me concedía poder. Recuperé un poco del control que perdí.

Descansé unos instantes, limitándome a vivir bajo el yugo de mi mente. Prácticamente fui exiliada. Me encontraba lejos de mi casa, mi familia, y mi antiguo objetivo. Incluso si volvía, las cosas ya no serían las mismas. Me arrebataron esas tres cosas al revelar las mentiras y los engaños.

Ellos dejaron de ser puntos de referencia y se convirtieron en amenazas que no podía descartar al azar. Eran árboles que crecieron a partir de semillas del mal, no podía podarlos y listo. Tenía que arrancarlos de raíz y deshacerme de todos sus frutos.

Volver a casa y mirar a mi padre como si nada no era una opción. Regresar a Londres y esconderme ahí después de haber visto todos los horrores que andaban sueltos por el mundo tampoco era una. Continuar con un legado marchito que no me representaba en lo absoluto tampoco podía considerarse una alternativa.

Necesitaba armar mis propios planes y rápido. Yo no anhelaba seguir formando parte de la rueda del reino que venía girando hacía varias generaciones, controlando sus vidas, sus destinos, y sus muertes. Las leyes no estaban hechas para protegerme, sino para permitir que ese ciclo persistiera. Había llegado la hora de acabar con cada una de sus fases.

Aunque no conocía en su totalidad las razones de los fundadores para crear un orden tan estricto, sabía que ese sistema no funcionaba para mí. Ser buena y hacer lo que me decían no me sirvió de nada. Cumplí con sus horarios, respeté las tradiciones, y renuncié a mi propio bienestar para que creyeran que era digna. Resultó que ellos no eran los merecedores de tal esfuerzo.

El gobierno de Idrysa era corrupto y la familia real guardaba secretos atroces. Mi perspectiva de las cosas cambió. Perdieron mi respeto, mi lealtad, y mi confianza con pequeños detalles que se fueron acumulando de a poco como explosivos. En consecuencia, yo iba a tomar cartas en el asunto.

No me gustaba cómo manejaban asuntos tan delicados. Hacían mal su trabajo y se llevaban el crédito por los sacrificios. Así que, decidí que aprovecharía el hecho de que me criaron para ser una líder. Un asiento en el Consejo ya no era suficiente, el trono parecía un lugar más apropiado para mí.

Una misión tan grande como esa requeriría esfuerzo, astucia, y paciencia. No podía simplemente tomarlo. Tenía que trazar un plan, ejecutarlo, y luego llevar a cabo mi verdadero plan para que nadie pudiera anticipar ninguno de mis movimientos.

No fue una decisión que tomé a la ligera, sino que era una posibilidad que venía evaluando hacía mucho tiempo y recién me atreví a contemplar de verdad.

Ellos me dejaron sin nada. Lo natural sería que yo me adueñara de todo. A cualquier costo.

La fuerza de un clan no bastaba para obtener lo que yo deseaba. Requeriría más que apoderarme del clan Aaline y encabezar mi dinastía. Necesitaba poder, suministros, y gente que quisiera derrotarlos tanto como yo.

Ahí fue cuando una idea alocada, brillante, y retorcida surgió en mi interior dentro de esa habitación diminuta.

Los rebeldes.

No los conocía a fondo. Solo conocía su ferviente deseo de ver que cayera el reino y eso era algo que teníamos en común.

No confiaba en ellos, sino en el hecho de que podían ser útiles.

Los jefes del pueblo idrysiano querían matar a los rebeldes. Destruidos anhelaba liquidar a los líderes de la nación.

¿Qué mejor idea que hacer que los dos ejércitos de aquellos que representaban amenazas para mí se distrajeran y se destruyeran entre sí mientras yo estaba muy ocupada apoderándome de la corona?

Era tan simple.

El único problema residía en que la resistencia tampoco confiaba en mí. Carecían de motivos para dejarme entrar en su círculo. Por eso tendría que ingeniármelas para ganar su confianza, lo que iba a ser un trabajo tedioso, pero no imposible. Yo podía ser buena, solo si tenía las peores intenciones.

Y luego estaba la realeza. En realidad, ellos eran los menos problemáticos para mí. El príncipe era complicado, frío, astuto, y muy difícil de descifrar, sin embargo, también era la puerta que me permitiría ingresar al palacio sin forzar la cerradura. Ya quería que me uniera a él, me lo había pedido por negocios. Cuando encontrara una forma de salir de la sede, sabía quién sería mi próximo objetivo.

Porque la verdad era que sí me importaba el pueblo, su progreso y su salud, nada más. Los gobernantes actuales simplemente eran un obstáculo en mi camino y uno muy fácil de remover.

Siempre fui a quien traicionaban, era mi turno de ser la traidora.

Ellos me exiliaron de sus vidas, yo los exiliaría de mi corazón. Ya no me importaba romper sus corazones o si se lo merecían o no. Yo decidiría qué merecían. Mi balanza para distinguir el bien del mal había sido pulverizada.

Usaría todo y a todos para mi beneficio porque yo era la única a la que realmente le importaba mi bienestar. Incluso mi hermano parecía haber sido embrujado por la causa de los rebeldes y perdió toda conexión conmigo, la causa era lo que le importaba. Bueno, yo tenía mi propia causa y era más oscura que mis pesadillas.

Después de trazar los pasos necesarios para el plan, quedé en blanco. Las nubes de mi mente se despejaron y mostraron el lugar horrible en el que se hallaba mi corazón. Había cielos oscuros, lagunas oscuras, árboles secos, suelos agrietados, y muerte en todas partes. Así se sentía el interior de mi alma. No sabía cómo estar conmigo misma sin decaer. El caos me carcomía desde adentro y me destrozaba grieta a grieta.

Estar rodeada de libros me remontó a la época en la que viví en la academia, a la época en la que estuve con él. Evocar mis últimos momentos allí fue involuntario. La batalla, la discusión, y la destrucción. Me daba escalofríos pensar en el bombardeo que asustó a todos, el sonido de la voz de Diego al admitir que me había engañado, y la pila de cadáveres y las flores muertas de los jardines que se mezclaron en el recinto. Nada de eso era sencillo de olvidar o perdonar. Vivía conmigo, incluso si me enojaba, reía, o sollozaba.

¿Cómo los rebeldes podían justificar el ataque?

¿Cómo Diego fue capaz de ocultarme eso?

¿Cómo podría perdonarme a mí misma por lo que hice esa noche?

Nada.

El silencio continuó.

Tal vez la rebelión quería buenos cambios y sus métodos apestaban, pero esa era la misma excusa que ponía el gobierno.

Quizás Diego consiguió lo que quería: llevar a cabo su plan para "salvar al reino de sí mismo" y destruir al clan Aaline luego de haberme destruido a mí.

Lo acepté tras leer las noticias. No me estaba buscando. Si de verdad me quisiera al menos un poquito, habría mandado mínimamente un grupo pequeño de soldados y no lo hizo. Se quedó en la comodidad de su ciudad para seguir adelante con su vida. Yo morí esa noche para él; dejé de ser útil para él. Era muy sencillo convencer a alguien de que lo amabas, lo era, y más cuando ese alguien nunca se había sentido amado igual que yo. Idrysa siempre fue un teatro para él y supo manejar mis cuerdas para convertirme en su marioneta preferida.

Siendo sincera, por más que me horrorizaba saber qué clase de atrocidades inhumanas podía llevar a cabo, no me arrepentía de lo que hice esa noche. Si vivías en un ambiente salvaje lleno de bestias inhumanas, te adaptabas. Las atrocidades me sorprendían, no me hacían sentir culpable, eran parte de mi instinto, uno con el que prácticamente nací y ahora planeaba desarrollar más a fondo.

Descansar allí me daba la sensación de que estaba acostada en una tumba. Me había acostumbrado a dormir con Diego. Una locura, sí. Unos meses y logró que lo extrañara tanto que parecía que me faltaba la mitad de la cama y la mitad de la vida que pudimos tener juntos.

Me azotó una certeza dolorosa, ya no dormiría segura sus brazos, ya no lo volvería a besar con pasión, y mucho menos lo volvería a ver con los mismos ojos llenos de afecto. Era una persona completamente diferente para mí. Dejó de ser la persona de la que creí que podría enamorarme. No era nadie. Él también había muerto para mí.

Aun así, extrañaba todo de él. Su rostro, su risa, su perfume, su forma de hacer que me sintiera bien solo con estar presente. Diego había sido como el calor para mí y mi mundo se estaba congelando sin él. Lo odiaba. Odiaba ser la que se sintiera así, como si estuviera desangrándome lentamente. Pero también sabía que me recuperaría algún día, tenía que hacerlo.

Me dolió comprender que aquello que consiguió reconfortarme desde que desperté eran los libros que tenía ahí. Sí, eran preciosos, interesantes, y me distraían de la realidad. No obstante, en cuanto me quedaba sin sus páginas llenas de tinta, me quedaba sin nada ni nadie.

¿Qué clase de vida era la mía?

Una muy mala.

¿De qué servía estar vivo si estabas muerto por dentro?

La adolescencia no era la mejor etapa de todas, sino una de las más intensas y la adultez era aún peor. Quería llorar a todas horas, pero la verdad era que ninguna lágrima podía expulsar todo el dolor que me torturaba minuto a minuto, día tras día.

Cada vez que sentía que podía volver a respirar y ya no me dolía tanto la cabeza o el corazón, otra ola de recuerdos y sufrimiento arrasaba conmigo, llevándose lo poco que construí como si yo estuviera atrapada en un bucle en casa en la playa que estaba en una zona donde había huracanes todos los días.

Lo único que hacía que albergara esperanzas era el futuro, mi futuro, el futuro que yo iba a crear. Por ende, deliberé sobre qué hacer a continuación y decreté que era hora de salir de esa cama antes de que me absorbiera.

Carecía de una forma de averiguar cuánto tiempo estuve durmiendo, sin embargo, no podía ser mucho. En consecuencia, exploraría el predio y recorrería los secretos de la sede de punta a punta con la libertad de un fantasma nocturno. En conclusión, un espía debía espiar o estaría haciendo muy mal su trabajo.

Aparté los libros que descansaban sobre mi cuerpo para despejar la zona. Los pensamientos en mi cabeza formaron una espiral interminable de incertidumbres. Fue mi costumbre de seguir las reglas lo que no me permitió liberar mi angustia. La mitad de mí estaba feliz por la vuelta de mi hermano y la otra se quedó en el internado oscuro. La combinación de acontecimientos me sobrepasaba. Pronto tendría un colapso mental.

Resoplé con frustración y erguí mi postura para sentarme en el colchón. Calculé mal la distancia y mi frente se golpeó contra la horrible litera en la que me abandonaron. Maldije en silencio, apretando los labios al no poder hablar en voz alta para no alertar a cierto individuo. Soporté el porrazo que me di a mí misma y tuve cuidado a la hora de moverme, ya que la cama hacía ruido ante el más mínimo movimiento. Qué irritante. En fin, me las arreglé para agarrar mis zapatos, ponérmelos, y levantarme despacio.

Exhalé al estar de pie. La puerta se hallaba a menos de un metro de distancia. La habitación era muy pequeña. Por ende, me mordí el labio inferior y fui lo más sigilosa posible mientras me dirigía a la salida. Alcancé el pomo e iba a chillar de alegría cuando abrí la puerta poco menos de un centímetro y todo se arruinó de golpe.

―¿A dónde vas? ―preguntó una voz femenina, suave, y conocida a mis espaldas. Clara, quien había estado hablando de fideos con salsa entre sueños, despertó.

No giré por completo, doblé el cuello para mirar hacia atrás y la vi oculta entre cobijas en las penumbras.

―A cocinarte pasta ―susurré, entrando en pánico―. Sigue durmiendo. Esto es un sueño.

Oí que se acomodó en su colchón y suspiró como si estuviera muy cansada para continuar.

―Ah, okay. Agrega un poco de queso.

Respiré de nuevo, agradeciendo que fuera un peso muerto cuando dormía, y regresé a mi plan malévolo.

Parecía que pasaron años en lugar de horas desde que desperté por primera vez. En esa ocasión, los ronquidos de Clara no me dejaron dormir, aunque estuve muy predispuesta a ello de todos modos. Después de la cena que se dio en el comedor junto con los demás integrantes de Destruidos, William me enseñó que todos dormían en habitaciones compartidas y que yo también debía hacerlo.

Por supuesto, me tocó dormir con Clara. Ella había accedido a compartir su cuarto conmigo antes de nuestra pelea, ya que creyó que sería considerado de su parte que yo estuviera con alguien que conocía. Bueno, creyó mal.

No intercambié ni una palabra con mi antigua dama de compañía desde que pisé el suelo gris de ese dormitorio que solamente disponía de una litera, un pequeño armario de abedul para la ropa, y una mesa de luz en el fondo. En mi defensa, ella tampoco fue muy colaborativa, me ignoró por completo, se subió a la litera de arriba y asumió que yo me acostaría abajo.

El hecho de que naciéramos en condiciones de vida opuestas no fue un conflicto para desarrollar una especie de amistad hasta ese día. Ella siempre había sido simpática conmigo y eso cambió apenas reveló su identidad secreta.

La verdad era que no estaba tan enojada con Clara o Theo, por ejemplo, ellos no me debían tanto, solo trabajaron para mí y fueron amables conmigo durante su misión destructiva. No era personal, si hubiera sido personal, los habría destripado y salteado con cebollas. Como ese no fue el caso y tenía que infiltrarme entre los rebeldes, me propuse ser gentil con ellos. Simplemente, no sabía cómo actuar cuando no estaba enojada y en esos momentos estaba enojada con el mundo entero.

―Espera ―habló Clara de nuevo y gruñí por dentro―. Tú no sabes cocinar.

Arrugué la nariz a sabiendas de que me atrapó en el acto. No premedité lo que hice y abrí la puerta para huir sin mirar atrás. El impacto de la luz del pasillo me cegó por un segundo, aun así, me alisté para correr con tal de saciar mi curiosidad. Conseguí vislumbrar el final del pasillo igual que alguien que veía la libertad en la otra esquina y mi sonrisa se borró enseguida. Algo jaló de mí, arrastrándome hacia la oscuridad. Tuve que despedirme de la ilusión.

Clara necesitó de sus dos manos para sujetar uno de mis brazos y así tener la fuerza suficiente para hacerme trastabillar para atrás. La habitación me recibió por más que yo no deseaba regresar ahí. Recuperaba la compostura, entre tanto, la persona que debería estar roncando cerraba la puerta y daba un giro en busca de encararme con su pijama que constaba de una camiseta grande de color rosa que casi cubría por completo sus pantalones cortos y violetas.

―Casi me haces cagar del susto. ¿A dónde ibas en plena madrugada?

―Fuera de aquí, eso es seguro ―contesté, yendo por un segundo intento.

Ella bloqueó mi camino, andando con sus medias largas y azules.

―No puedes ir ahora. Ya te lo explicamos. Todos están durmiendo. Si vas sola, te perderás porque el lugar es muy grande. Además, el juicio...

Tuve que interrumpirla.

―Dices todo eso como si me importara algo de lo que dices.

―No puedo dejar que te vayas, ¿lo sabes? ―remarcó Clara, inclinándose hacia un lado en cuanto traté de ir por ahí para esquivarla.

Bajé la mirada debido a que ella era más baja que yo.

―Créeme, no quieres pelear conmigo.

Tragó grueso y su postura se solidificó.

―Puede que no me quede otra opción.

―No malinterpretes las cosas ―advertí, perdiendo los estribos―. Que te haya perdonado la vida, no significa que haya perdonado lo que has hecho. Lo mismo va para los demás que viven en este sitio. Te aconsejo que empieces a distinguir las diferencias entre mostrar compasión y ser estratégica. Así que, sal de mi camino o yo te eliminaré de él. Lo puedo hacer sin problemas.

Fue divertido el hecho de que noté su miedo a pesar de su tono valiente.

―¡Lo sé! Aun así, no me iré a ninguna parte y tú tampoco.

Para variar, me acerqué con la intención de pasar por encima de ella si era necesario. No me importaba en absoluto.

―Tú te lo buscaste.

Golpeé a Clara con el hombro al dar dos pasos adelante y mi altivez agotó su paciencia o eso supuse a causa de su reacción tan peculiar.

Ella se hartó de mí. Primero agarró ese hombro como si la hubiera sacado de quicio y luego el otro para empujarme en la oscuridad y hacerme tropezar. La próxima vez la iba a matar mientras dormía.

Agradecí que mi cabeza no chocara contra la litera de arriba. Un poco más de la mitad de mi cuerpo cayó sobre el colchón en el que descansé y parte de mis piernas quedaron afuera mientras Clara se subía encima de mí. Tardé en procesar lo que hacía. Sus piernas se ajustaron a mis costados para impedir que me moviera y sus manos me agarraron por los codos para que no serpenteara los brazos. Podría haberla aplastado como un insecto odioso, sin embargo, me repetí que el plan era ser amigable. Para mí, ser amigable era no liquidarla.

―¿Qué carajos estás haciendo?

―Impidiendo que te vayas ―masculló tan agitada que su pecho se movía al compás de su respiración―. Aparentemente, esta es la única forma de que te quedes quieta.

Pataleé solo para probar un punto.

―Se me ocurren otras formas y esas no implican que me agarres así. Me estás lastimando.

Me miró como si esa fuera su venganza por todas las cosas malas que le dije.

―No quiero problemas, pero parece que a ti te encanta encontrarlos.

―Podrías deshacerte de ellos si me dejas ir ―sugerí con egoísmo.

―Olvídalo.

Controlé mi furia por el bien de la misión.

―Tienes tanta suerte de que decidí venir en son de paz.

―¿Estás siendo pacífica? ―bufó Clara, torciendo la boca―. ¿Cuál es tu concepto de paz? ¿Pelear hasta morir?

―Bueno, sí. Es como ir a tomar el té.

―Bueno, no hay té aquí.

―¿Qué crees que nos enseñaban en la academia?

―Cómo ser malvados.

―No era una escuela para villanos ―aclaré ante su exageración.

―¿Estás segura?

―Lo dice la rebelde traidora.

―De nuevo con eso. ―Clara suspiró sin entender mi perspectiva―. Además de todas las mentiras que te han dicho que hacemos, ¿qué tienes en contra de nosotros?

―Para empezar, para ser un grupo que lucha por la libertad, parecen empecinados en mantenerme encerrada.

―Es solo por hoy. Unas horas más y serás libre como un ave.

―¿Un ave en una jaula? ―inquirí, arqueando una ceja.

―¡No! ¡Cielos, eres imposible!

―Tú quisiste que fuera tu compañera de cuarto. Si no lo hubieras hecho, sería el problema de alguien más.

―¡Estaba tratando de ser buena! ―exclamó como si fuera suficiente.

―Como lo fuiste cuando ayudaste a que pusieran explosivos en el lugar donde vivía. ¡Qué lindo de tu parte!

―¿Nunca vas a dejar esto ir?

―¡No es algo sencillo! ―repuse con obviedad―. No es como si te hubieras olvidado mi cumpleaños.

―Tu cumpleaños es el treinta y uno de diciembre.

―¿Qué?

―No olvidé eso ―susurró ella, aflojando su agarre con sutileza.

―¿Y qué? ¿Quieres que te felicite por hacer tu trabajo?

―Quiero que seas menos agresiva y más comprensiva.

―Lo estoy siendo ―aclaré―. Podría haberte ahogado con la almohada antes de que te despertaras o podría romperte el brazo por haberme agarrado así, ya que dolió mucho, y no lo hice. Me estoy comportando de maravilla.

―¿Acaso te escuchas a ti misma?

―Sí, y sueno muy encantadora.

―No, suenas aterradora ―corrigió y hubo un silencio incómodo y doloroso que la hizo reflexionar en voz alta―. Pero lo entiendo. Estás asustada. No nos conoces. No realmente. Lo siento. No espero que actúes como si todo estuviera bien, solo te pido que nos des este día y luego puedes hacer lo que quieras.

Una cosa era saber en el fondo que estaba asustada, una muy diferente era oír a alguien decirlo con ese tono que sugería que me comprendía y sentía pena por mí.

―¿Incluso si es robar su biblioteca?

―Holly intentará matarte antes de que hagas eso.

―Se ganaría mi respeto con eso.

Una sonrisa se asomó por su rostro vagamente iluminado por la diminuta lámpara que había en la mesa de luz y me soltó para descansar las palmas sobre sus muslos.

―¿Llegamos a un acuerdo?

―Veinticuatro horas ―corté para hacerme la difícil. No podía hacerles creer que de un momento para el otro me había pasado para su bando, conocían mi personalidad arisca, tenía que convencerlos de verdad y eso requería tiempo y esfuerzo―. Eso es todo.

―Veinticuatro horas. Es todo lo que pido.

Aproveché que me había liberado para acomodarme debajo de ella y apoyar mis codos sobre la cama en busca de algo de ventaja.

―Y deja de montar un espectáculo.

―No estoy montando un espectáculo, solo a ti ―respondió y me tocó la punta de la nariz con el índice a modo de broma.

―Qué graciosa. ¿Eres una vaquera ahora?

Meneó las caderas en forma de burla.

―Sí, solo me falta el sombrero.

Puse los ojos en blanco, molesta.

―Entonces, ¿te vas a levantar de encima de mí o vas a hacer algo?

Clara señaló a los libros desperdigados por el colchón.

―La posición es cómoda. Quizás lea un libro. Parece que te trajiste la biblioteca entera.

―No hay suposiciones. Si pudiera traerla, lo habría hecho ―enfaticé.

―Lo sé, cerebrito.

―Tú también tienes un cerebro. Aunque no lo parezca.

―Oí eso ―destacó, enfadándose.

―Ese era el plan.

La chica tiró la cabeza para atrás buscando paciencia.

―Por cierto, ¿cuál era tu plan para cuando salieras de aquí? ¿Cómo planeabas escapar?

La analicé.

―No iba a escapar, iba a dar un paseo.

―Ya.

―Y no peleas tan mal ―confesé. Iba a ganarme la confianza de los rebeldes uno por uno y empezaría por ella―. Quizás en unos veinte años puedas llegar a mi nivel.

Le dio risa.

―Lo haré.

Me ofendí tanto que me vi en la obligación de poner mis manos sobre su abdomen para intentar empujarla otra vez. Clara resistió al colocar las suyas sobre la estructura de la litera de arriba, teniendo cuidado de no subir mucho y conseguir que su coronilla impactara contra la madera.

―Sigue soñando.

Acabé sentada sin saber dónde poner mis manos. Tuve que ponerlas entre nosotras.

―Lo haría si no te escaparás a la mitad de la noche ―replicó Clara, contemplándome directamente ahora que estábamos cerca y, como ella estaba a horcajadas, con unos centímetros de ventaja.

La situación se puso engorrosa.

―Deseo que te golpees la cabeza contra la cama.

―¿Por qué?

―¿Alguna vez me preguntaste si quería estar arriba? ¡Quizás me gusta estar arriba! ―bramé para variar.

―¿Te molesta tanto que esté arriba de ti?

―Sí.

―Bien, yo me acostaré aquí ―accedió finalmente―. Tú puedes tener la litera de arriba.

―Gracias.

―Pero a partir de mañana.

Si el juicio salía mal o si yo decidía irme, no habría mañana. Lo decía como si esperara que me quedara en la sede con los locos de Destruidos.

―Muévete, Clara ―solicité de mala gana.

―Será un placer.

Dicho eso, ella procedió a levantarse para pisar el suelo con libertad.

―Y deberías ir a cepillarte los dientes.

―Tú también ―replicó y marchó a su armario para buscar algo―. Vamos, ya me despertaste con tus locuras. No debe tardar en amanecer.

No tardé en ponerme de pie de un salto.

―¿Solo puedo salir si tengo un perro guardián?

―Sí, pero yo no soy tu perro guardián. Ese es Theo. Yo solo soy tu amiga, si quieres que vuelva a serlo.

El plan funcionaba.

―A partir de mañana.

No fue una broma. Clara agarró un par de elementos que guardó en una bolsa traslúcida, me prestó una idéntica sin permitirme revisar el contenido, y me arrastró hacia el baño a través de los pasillos de los dormitorios. No encontré ninguna novedad. Eran puertas y puertas de cuartos similares al que nosotros compartimos y se podía escuchar algunos de los ronquidos de sus residentes.

El trayecto no fue muy largo. El baño parecía una copia exacta del que vi anteriormente. Debido a que era de madrugada, no había mucha gente y lo consideré un éxito. No tardamos mucho y regresamos a nuestro punto de origen.

Transitamos en silencio. Para ese punto yo había cambiado mi ropa por una camisa verde pino que lucía formal en ese contexto y unos pantalones de tiro alto que eran un poco más claros junto con unas botas que se asemejaban a las que usó mi antigua dama el día anterior. Mi vestuario era lo de menos. Todavía me estaba matando no saber nada.

Clara se hallaba muy distraída, organizando sus pensamientos a pesar de que dijo que se había encargado de poner para lavar nuestras prendas anteriores y yo no sabía dónde o cómo. Vestía una blusa deportiva y unos leggings oscuros que acentuaban su figura. Por más que ya vi las instalaciones, me asombraba el hecho de que ahí todos podían ponerse lo que les venía en gana y no seguían los estatutos de Idrysa. Si pudiera, ¿qué me pondría? Había tantas posibilidades y todas sonaban asombrosas. Elegir era asombroso.

―¿Qué estás pensando?

―Nada ―respondí, regresando a la cruda, aburrida, y artera realidad.

En realidad, todo.

A veces tenía momentos en los que mi mente se iba volando y para cuando regresaba ya me había perdido de una conversación entera y no tenía idea de cómo seguirla.

―¿Acaso no estás elaborando estrategias en nuestra contra? ―consultó, regalándome su atención.

En teoría, no mentí.

―No por el momento.

―Entonces, ¿lo estabas haciendo antes?

―Me atrapaste. Estaba planeando cómo destruirlos a todos y quedarme con los dulces que espero que guarden en eso que llaman cocina ―dije con una expresión ecuánime que la amedrentó hasta que solté una carcajada falsa y ella se relajó con una pequeña risa―. Deberías haber visto tu cara cuando dije eso.

―Apuesto a que lucía aterrorizada.

―Sí. Fue entretenido.

―Trata de no hacer chistes de ese estilo cuando estés en el juicio o, bueno, te creerán ―aconsejó Clara, asumiendo que era una broma.

―¿Los rebeldes no tienen sentido del humor?

―No cuando pones sus vidas en juego.

―Suena tan tedioso ―suspiré con pena.

Las mejillas de Clara se marcaron como si creyera que todo lo que yo decía era raro y gracioso a la vez.

―Sé buena, por favor.

El sonido de mis botas retumbó en el pasillo silencioso.

―No lo sé. No puedo actuar bajo presión.

―Te las arreglarás o espicharás. Bum, muerta, serás comida para los gusanos ―balbuceó ella, siendo cada vez más gráfica, y puse cara de asco.

―Qué linda imagen para imaginar a la hora del desayuno.

―Para ti, es almuerzo. Técnicamente.

―En ese caso, estoy técnicamente asqueada. ¿Por qué debo ser buena con ellos si no van a ser buenos conmigo? ―protesté.

―Porque ellos no van a ser buenos contigo si tú no eres buena con ellos primero.

―Eso no tiene ningún sentido.

―No se supone que seas buena porque quieres algo a cambio. Tienes que hacer lo correcto porque es lo correcto ―explicó con su actitud optimista.

―¿Y quién decide qué es lo correcto?

Se quedó callada por un rato, planteándose la pregunta con seriedad.

―Cada persona tiene una versión diferente de lo que es hacer lo correcto. Nada bueno puede implicar dañar a los demás.

―Sí, pero, ¿qué pasa si realmente se lo merecen? ―destaqué, vengativa.

―Es complicado. Por ejemplo, por más que repudiamos a los gobernantes que hicieron esas atrocidades desde sus asientos en el Consejo, no deseamos matarlos ni nada por el estilo. Si triunfamos, los enviaríamos a prisión. Ese es el castigo. No matamos para vengarnos y sentirnos ganadores. Le damos una pena que se ajusta al daño que causaron. Eso es justicia.

―¿No sería más sencillo liquidarlos a todos?

―Sí, sin embargo, serían muchos cadáveres para limpiar ―contestó con franqueza y se adelantó a agregar algo más―. Y está mal. Morirán de todas formas. No son inmortales. No hay necesidad de mancharnos las manos de sangre y convertirnos en culpables. Los metemos en una celda para que piensen en lo que han hecho. Solo impedimos que sigan lastimando a más gente. Lastimarlos no nos sirve de nada y sería un pésimo ejemplo cuando intentas construir una nueva sociedad que esté libre de violencia innecesaria.

Recapacité, reflexionando acerca de sus teorías. Me gustaba la idea de un castigo que se ajustara al crimen. Matar era breve, simple, y predecible, pero torturar era un arte prometedor y duradero que me gustaría maestrear.

Había sido la presa por mucho tiempo, corriendo, escondiéndome de todos los arqueros que me apuntaban con sus flechas para atraparme, despellejarme, y comerme viva. Quería ser la cazadora, la que sostuviera el arma, y sentirme fuerte por una vez en mi vida.

Ya no podía vivir con el miedo, la ansiedad, y el dolor que venía con no poder dormir porque ningún sitio se sentía seguro, temiendo alertarlos con cada movimiento, y sufriendo porque en el fondo esperaba que me capturaran para terminar con mi agonía.

―En serio le diste vueltas al asunto.

―Realmente creo que lo que hace Destruidos es lo correcto para mejorar la calidad de vida de la gente. Si no fuera así, no estaría dispuesta a morir por ello.

―¿Cómo llegaste eso? ¿Cómo terminaste aliándote con ellos? ―curioseé a medida que llegamos a la puerta de nuestra habitación.

No respondió de inmediato, en cambio, abrió la puerta, entró primero y permitió que yo la cerrara. Me arrojé a la litera, detectando un dejo de desazón. Ella por fin volteó cuando estaba tan inquieta que me había puesto a ordenar los libros en una pila perfecta.

―Como sabes, me trasladaron aquí desde Chile luego de que mis padres murieran cuando era muy pequeña. Caí en una casa de acogida y entrenamiento muy precaria. Nos hacían trabajar desde niños. Iba de trabajo a trabajo. Nos pagaban un par de centavos y nos dejaban vivir ahí por lo que durara la tarea. Algunos lugares fueron decentes, por así decirlo, y hay otros que preferiría no recordarlos.

La analicé a medida que se sentaba a mi lado.

―¿Extrañas a tus padres?

Se encogió de hombros.

―No los recuerdo. Así que, extraño la idea de ellos. ¿Entiendes lo que digo?

Asentí en silencio.

―Un día me echaron de uno de los empleos porque robe un pedazo de pastel. En mi defensa, era mi cumpleaños y tenía mucha hambre. Les dejé lo que valía la porción. Creí que no lo notarían y, bueno, lo hicieron y dijeron que la nobleza no podía comer lo mismo que la servidumbre. La jefa de la casa de acogida me pidió que no volviera hasta que consiguiera un trabajo por mi cuenta. ¿Quién contrata a una niña cuando hay trabajadores más grandes y más fuertes? Nadie.

En busca de distraerla, pregunté lo siguiente:

―¿Cuándo es tu cumpleaños?

―Dieciséis de noviembre ―informó y sus cejas castañas se unieron en el centro de su frente―. ¿Por qué?

―Para conseguir un pastel.

―¿Es tu forma de decir que te vas a quedar?

―No, te conseguiré un pastel y te lo aplastaré en la cara ―bufé.

―Tan cómica.

Estaba impaciente. Quería ir al juicio y sacarme ese peso de encima para poder iniciar mi plan.

―Sigue con la historia. No sé cuándo Will se va a dignar a aparecer.

Una risa repentina brotó de ella como si se hubiera acordado de algo gracioso en medio de la anécdota triste.

―Bien. Deambule por ahí hasta que me topé con un niño raro que también estaba en la calle, pero había organizado sus ropas para que pareciera que tenía un traje del clan rojo. Era Theo.

―Tienes que estar bromeando.

―Imagina a un mini Theo extendiéndote la mano y diciéndote con mucha seriedad. ―Aclaró su garganta para sonar refinada―. "Soy Theodore Dawson, seré un soldado del ejército más grande que hay algún día, pero ahora necesito mi propia tropa, ¿quieres ser mi amiga?".

Imaginarlo me dio ternura y pena, mucha pena.

―Supongo que le dijiste que sí.

―Al principio, no. Sin embargo, es imposible deshacerte de él. Lo has visto. Una vez que dice que va a ser tu amigo, lo será para toda la vida sin condiciones.

Me pregunté cómo sería tener una amistad así.

―¿Han sido amigos desde entonces?

―Sí. El punto es que no volví nunca a esa casa de acogida. Theo y yo sobrevivimos como pudimos por un par de meses hasta que nos topamos con Maureen en un mercado. En ese tiempo ella vivía en el palacio como una dama y estaba comprando algo ahí y vio que yo estaba discutiendo con un vendedor mientras Theo se llevaba algo de comida de su puesto. En vez de entregarnos a las autoridades, se nos acercó, dijo que no podía creer que alguien de su misma edad tuviera que hacer eso para sobrevivir, y nos llevó al castillo.

―Ahora Maureen ―suspiré.

―Obviamente, no nos dieron trabajo ahí. Ella no tenía tanta influencia, aun así, nos mandaron a la escuela. Sí, no habíamos ido a la escuela hasta ese punto. Todo para que aprendiéramos cómo servir en la academia. La persona que accedió a enviarnos ahí, con quien habló Maureen para pedirle que nos ayudara, trabajaba ahí y era la líder de la rebelión. Ella tiene la costumbre de adoptar perros callejeros y a veces, niños. El punto es que estuvo durante todo nuestro aprendizaje, nos recibió en su casa, nos enseñó muchas cosas, y nos dio esperanzas y pruebas de que esas esperanzas valían la pena. Ella es una de las mejores personas que he conocido.

Entendí de dónde venía su lealtad irrompible. La líder de la resistencia fue como la madre que tuvo y perdió en una tragedia. Odié que me conmoviera un poco. Ellos no simplemente conectaban con ella de forma política, sino a un nivel personal y emocional que no se conseguía con facilidad. No como los jefes de los clanes que soltaban órdenes frías e inspiraban miedo si no los obedecían. Me cuestioné cómo habría sido mi vida si, en vez de usar el látigo, me hubieran dado abrazos como método de crianza.

―Tendré que conocerla para corroborar eso.

―Supera el juicio y lo harás ―recalcó ella con simpleza.

La conversación se vio interrumpida por dos golpes en la puerta. Puse mis manos en mis rodillas antes de levantarme y dirigirme hacia la salida.

―Deséame suerte.

―Suerte.

William se presentó en el pasillo con su expresión natural y amable que contrastaba con mi cara neutral y amargada. Éramos hermanos, pero muy diferentes.

―Estás despierta ―destacó él como si fuera una sorpresa.

―No, estoy durmiendo en mi cómoda y cálida cama.

―Otra vez con la socarronería. Vamos. Desayunarás luego de...

―Lo sé ―corté y comenzamos a alejarnos de la habitación―. ¿Ni siquiera tendré una última comida? Eso es crueldad. El tratamiento que le dan a sus huéspedes es cuestionable.

―No exageres. No vas a morir.

―Hay otras fuentes que difieren.

―Confía en mí.

El tránsito por los pabellones aumentó con la llegada del amanecer que no pude ver debido a obvias razones. Él me guio hacia una zona que no vi con anterioridad. Allí los pasillos eran más anchos, concurridos, y no mostraban ninguna entrada o salida. Doblamos, zigzagueamos, y fuimos reduciendo la velocidad ante el sonido de voces cuchicheando.

Una sala amplia del tamaño de la cafetería apareció ante mis ojos, solo que sin mesas y con más individuos acomodados contra cada pared, excepto por una donde había un hombre que me resultó vagamente conocido con pelo castaño, barba al ras, ojos claros, y postura militar.

No entramos de inmediato, quise averiguar algo primero.

―¿Quién es él?

―Jason Kyle ―reveló mi hermano, lo que resumió todo.

Jason Kyle era el padre de Aspen Kyle, el instructor de combate que tuve en la Academia Black. Se suponía que él había muerto en el incendio junto con mi hermano. Al parecer, no lo hizo.

―Espero que me digas algo más que su nombre.

―Conoces a Aspen, su hijo. Él no sabe que su padre es parte de la rebelión, mucho menos que es el amigo de nuestra líder. Hace años que trabaja con el pueblo y estaba con Destruidos mucho antes del incidente. Es el tercero al mando aquí.

―¿Quién es el segundo? ―curioseé, mirándolo de reojo.

―No lo sé.

―¿No lo sabes o no puedes decirme?

―No lo sé ―repitió, franco―. De verdad.

―¿Y es una costumbre de los rebeldes ocultarles a sus familiares que están vivos?

―Aspen sabe que Jason está vivo, solo piensa que su padre es prófugo de la justicia, lo que es cierto. Nosotros tenemos comunicadores. Hablan a través de ellos y raramente se ven. Creo que lo sabe en el fondo. Es complicado. Jason no quiere que se involucre con la causa.

―¿Por qué? ¿Es muy peligrosa?

―Su esposa participaba en la resistencia y murió en uno de los enfrentamientos. Supongo que no quiere perder a su hijo también. No olvides que seguimos siendo humanos.

―¿Puede poner en peligro a los demás y no a su preciado hijo? Me parece que hay un doble estándar ―objetó sin miramientos.

―No es doble estándar. A veces es más sencillo arriesgar tu propia vida que poner en peligro la de las personas que amas. Cuando amas a algo, lo quieres proteger, es un instinto.

―Seguro ―bufé.

―Es una de las razones por las que no quería contarle a nuestra familia sobre todo esto. Es una carga pesada. Pero ya es demasiado tarde para retractarme.

―Prefiero la verdad. No me importa el precio.

―No todos los precios son fáciles de pagar. La verdad puede ser un castigo ―comentó él y yo sabía que se estaba refiriendo a nuestro padre.

En el último año, me había acostumbrado a estar tan sola que fue como si me hubiera convertido en hija única. Ya no lo era. Él también había sufrido a manos de nuestros padres y a veces necesitaba una palmada en la espalda que dijera que todo estaría bien, incluso por segundo.

―Entremos.

En cuanto notaron nuestra presencia, la algarabía de los rebeldes se redujo a cero y se convirtió en miradas hostiles dirigidas a mí. A diferencia de los individuos que me vieron en el camino y desconocían quién era yo y las razones por las que iría a juicio, no fueron tan indiferentes. La mayoría se mostró neutral, algunos emocionados por alguna razón desconocida, y unos pocos reflejaron su descontento en sus facciones. Me concentré en los últimos. Siempre me fijaba en lo peor.

Maureen se ubicaba en la hilera cercana a Jason Kyle y me dio una sonrisa de apoyo antes de que William se parara a su lado luego de que me susurrara que fuera con aquel hombre. Desde que entré Jason me pareció distante e inexpresivo hasta que llegué y su actitud cambió en un chasquido. Él destiló una amabilidad desconcertante y la dirigió hacia mí cuando me tendió la mano para saludarme.

―Buenos días, señorita Aaline. Es bueno conocerte.

―Espero que los demás aquí opinen lo mismo ―destaqué, aceptando su saludo con extrañeza.

―No te preocupes. El juicio es una mera formalidad. Tenemos que ser justos y oír las opiniones de todos. Luego le daremos una bienvenida apropiada.

Me cuestioné qué consideraban como una "bienvenida apropiada".

―De acuerdo.

Nuestra interacción fue breve. Jason caminó un par de pasos hacia el centro, aplaudió para llamar la atención de los presentes, y respiró profundo antes de empezar.

―Hoy nos reunimos brevemente en esta ocasión especial para discutir la llegada de un miembro de la nobleza ―inició él y me esforcé para no lucir intimidada por los demás. Estaba acostumbrada a tener todos los ojos depositados en mí―. La reunión de esta mañana es para decidir el futuro de la señorita Aaline en nuestra sede. ¿Estamos de acuerdo?

Hubo murmullos, aun así, accedieron a la votación y Jason pudo proseguir.

―Para los que no saben, su presencia aquí se debe a que resultó herida durante el ataque a la Academia Black y por fin se recuperó lo suficiente para asistir a este juicio. Respetaremos la opinión, pero la decisión final se basará en qué opción tenga más votos. Votaremos para ver si ella se queda y aprende lo que todos aquí hemos aprendido en algún punto. Recuerden que todos se merecen una oportunidad. ¿Alguien tiene alguna pregunta? Estoy seguro de que a la señorita Aaline no le va a molestar responderlas.

Tuve que caminar hacia el centro y les di un saludo cordial a pesar de que no tenía idea de qué iba a pasar. En el proceso, vi algunas manos en alto, desperdigadas entre la multitud, y me vi obligada a calmar sus dudas. Por suerte, no fueron muchas.

―¿Por qué deberíamos permitir que otra noble esté entre nosotros? ―preguntó una mujer que no vi―. Sus padres son un ejemplo de las personas que queremos destruir.

A una parte de mí le molestó que dijera que mi vida fue buena, porque mi miseria luciera más cara y bonita que la suya no hacía que dejara de ser miseria. Era como una gema, preciosa o no, seguía siendo una piedra que podrías agarrar para matar a alguien con un golpe en la cabeza

―Porque yo no soy como mis padres y, si creen que ellos son injustos con desconocidos, imagina lo que es crecer en la misma casa que ellos ―respondí y noté que William me reprendía a mis espaldas por el tono que utilicé―. Estoy aquí para ver su versión del mundo. No los conozco. Pero soy una persona curiosa. Me gusta ver las cosas por cómo son. Ustedes piensan que soy la hija de monstruos, sin embargo, por mucho tiempo, ustedes fueron los monstruos para mí. Los invito a dejar de lado esas suposiciones para conocernos de verdad.

Un hombre en el fondo fue el siguiente en hablar.

―¿Qué nos garantiza que no nos vas a vender o denunciar si te dejamos con vida?

―Si van a hacer esa pregunta, yo puedo preguntar qué me garantiza a mí que no me van a usar como rehén. Estamos iguales en ese sentido. Seamos honestos, no estarían haciendo todas preguntas si no fuera por mi título y está bien que tengan dudas. Tienen que ver más allá de eso, como lo hicieron con mi hermano.

―Tu hermano no lastimó a algunos de los nuestros ―recalcó una mujer que emergió entre la multitud―. ¿Cuál es tu excusa para eso?

―Defensa propia. Ustedes estaban atacando el lugar en el que vivía, donde estaban mis amigos y mi familia con explosivos y armas. Quizás para ustedes son monstruos, pero en ese momento yo estaba protegiendo a la gente que conozco. No estoy diciendo que sean buenos o perfectos, del mismo modo en que no sé si ustedes lo son o no, solo estoy explicando los hechos de esa noche.

Un chico más joven escupió la última pregunta.

―Si no crees en lo que hacemos, ¿para qué quieres quedarte aquí?

Le di un vistazo fugaz a William, regañándolo, ya que no había sido mi elección quedarme en un primer lugar.

―Porque las leyes actuales han lastimado a muchas personas, incluyéndome a mí. Yo también quiero ser libre de decidir qué hacer con mi vida y, según lo que oí, eso es lo que quieren ustedes con sus métodos ligeramente cuestionables. Y tienen razón, no conozco su causa a fondo, por eso no puedo creen en ella como ustedes. Si me muestran de qué se trata, tal vez lo haga ―expuse y me contemplaron en silencio―. Me mantuvieron encerrada en mi casa por años y por eso no pude ver lo que sucedía en el mundo, pero hace poco pude hacerlo. He presenciado las terribles cosas que son capaces de hacer aquellos que están a cargo del reino y no quiero ser parte de ellas. Idrysa necesita esperanza y quiero dársela porque yo también la necesito.

Mantuve la frente en alto. El futuro de mi plan se reducía a su veredicto.

Me sobresalté cuando alguien vino aplaudiendo desde la entrada a la sala para acabar colocándose con William y Maureen.

―Ese fue un gran discurso. Muy conmovedor. Casi me hace llorar con el final ―comunicó Theo, mirando a los presentes―. Además, ella estudió muchas cosas que pueden ser útiles para nosotros y, si puede pelear tan bien contra nosotros, puede pelear aún mejor contra nuestros enemigos si la convencemos con amabilidad de que somos los buenos. Así que, yo voto para que se quede.

Sumándose a su amigo, William lo secundó con afabilidad.

―Yo también.

Maureen también.

Y, así, los votos se fueron sumando. Incluso Jason Kyle votó para que me quedara, lo que me sorprendió. Supuse que lo vio desde un ángulo político. Como dijo Theo, yo podía ser de utilidad para ellos tanto como ellos para mí. Aunque no lo supieran.

―Es oficial ―concluyó Jason al concluir la reunión. Los votantes comenzaron a irse―. Señorita Aaline, le damos la bienvenida a la sede de Destruidos. Espero que tu estadía te resulte agradable y podamos trabajar juntos.

Acepté su recibimiento.

―Gracias por el voto de confianza.

Mientras él se fue, la carcajada de Theo capturó nuestra atención.

―El voto de confianza. Ella es tan graciosa. ¿Lo entienden? Estuvimos en una votación. Es divertidísimo.

―Seguro, Theo ―aseguró Maureen por más que no fue un chiste y ninguno de nosotros se rio.

William señaló a la salida.

―¿Quieres comer tu primer desayuno formal como parte de la resistencia?

Me encogí de hombros.

―No soy parte de nada todavía, pero tengo hambre, así que, sí.

―Oí que hoy sirven tartas de manzanas. No suele haber muchos dulces por aquí, tendremos que apurarnos para conseguir algunas ―notificó Maureen, conversando casualmente, y todos se anotaron para un trozo hasta que me preguntó a mí―. ¿Tú quieres una porción?

Recordé mi historial con las manzanas. A pesar de que solían encantarme, en la actualidad me hacían acordar a alguien más. El rojo, lo prohibido, y las manzanas me llevaban directo a él. El problema con que alguien de quien te enamoraste te rompiera el corazón era que lo terminabas odiando y todo aquello que se relacionaba con él. Por ende, dudaba que fuera a comer manzanas otra vez.

―No, gracias. Comeré cualquier otra cosa que tengan.

En cuanto comenzamos a caminar en grupo, sentí que alguien aparecía detrás y me rodeaba a la altura del cuello y los hombros para abrazarme mientras seguíamos andando.

―Yo puedo hacerte lo que quieras ―comunicó Theo, sonriendo al ver que no le di un puñetazo en la cara por acercarse tanto.

Su peso me hacía tambalear a medida que continuábamos.

―¿Como qué?

Satisfecho con mi pregunta, se agachó para poner su cabeza en línea con la mía, ya que era más alto que yo.

―Lo que sea, solo tienes que pedirlo.

―Suéltame o te tiraré al suelo ―pedí con una amenaza para darle el toque final.

―No vas a realmente tirarme al...

Detuve mis pasos de golpe para emplear su agarre en su contra, dar vuelta la situación y a él, y finalmente hacer que aterrizara de espaldas en el duro suelo del establecimiento. Jadeé ante el esfuerzo. Theo gruñó molesto ante el impacto doloroso que causó un ruido seco. Nuestros acompañantes, quienes habían estado delante, voltearon y se rieron al ver la escena en lugar de espantarse.

―Alguien ayúdeme.

―No sé qué hayas dicho, probablemente te lo mereces igual ―comentó mi hermano para molestarlo y su amigo puso los ojos en blanco.

―¡Ya no eres mi mejor amigo! ¡Mentira! ¡Vuelve!

William y Maureen reanudaron su camino hacia la salida y los perdí de vista una vez que se metieron al corredor.

Me apenó un poco ver a Theo de ese modo, pese a que yo fui la que lo tiró y me paré cerca de donde cayó.

―Te dije que iba a hacerlo.

Él depositó un brazo detrás de su nuca para simular que se estaba relajando en la comodidad del piso. No se enojó conmigo.

―Lo sé, solo esperaba que no lo hicieras.

―¿Por qué?

―Porque a nadie le gusta que lo tiren al suelo.

―Te ves muy cómodo desde donde estoy parada ―señalé y Theo me estudió, subiendo desde mis piernas hasta mi rostro.

―Es porque luces preciosa desde este ángulo.

―Cuida tu boca.

―¿Por qué? ―consultó él, divertido, y se humedeció los labios.

―Porque te la romperé si sigues así.

―¿Cómo planeas hacer eso?

Sacudí la cabeza sin saber qué decir y pasé sobre él, dando un pequeño salto con la intención de irme. Entonces, se sentó con rapidez para agarrar mi muñeca con suavidad, apenas percibí las yemas de sus dedos sobre mi piel.

―Tienes que ayudarme a levantarme.

―¿En serio?

―Caí por ti. Es lo mínimo que puedes hacer por mí.

Saqué el brazo, riendo.

―Esa es una línea terrible.

―Te hizo sonreír.

―Lo que sea ―mascullé, recuperando mi imparcialidad―. Puedes levantarte solo.

―Lo sé, quería tener una excusa para que me dieras la mano.

Me quedé en blanco. Theo se puso de pie de un salto y limpió de manera superficial su camiseta negra y su pantalón holgado con las manos para alzar la vista y encararme.

―Me alegra que no te echarán a la mierda ―añadió.

―Qué linda forma de ponerlo.

―Te prometo que te divertirás aquí. Hay muchas armas. Por tu personalidad, asumo que te gustan.

―En realidad, sí ―confesé entre dientes.

―Puedo enseñarte a disparar.

―¿A cambio de qué?

―¿Qué estás dispuesta a darme? ―inquirió Theo, interesado.

El doble sentido estropeó el momento.

―Y lo arruinaste.

―No quiero nada, solo pasar tiempo contigo. No tuvimos mucho tiempo para conocernos en la academia. Siempre estabas tan, tan ocupada. Aunque era divertido acompañarte a todos lados, no es lo mismo.

Ni siquiera confié en mi propia voz cuando accedí.

―Bien. ―Apreté los dientes―. Pero lo hago solo por el aprendizaje.

―Será interesante. Podré decirte qué hacer. ―Se vio intimidado―. O no, puedes hacer lo que quieras.

―¿Qué tan bien disparas?

―Excelente. Yo le enseñé a Andrea. ¡Yo!

Todavía me sorprendía que alguien pudiera expresar tan bien su emoción con libertad en ese lugar. Era tan diferente de la academia y de mi casa.

―Te apuesto a que puedo aprender el doble de rápido.

―Y yo apuesto a que lo harás.

―Eso espero ―mascullé con un tono burlón―. ¿Cómo aprendiste a ser tan excelente?

―No es para presumir. La mayoría de los rebeldes sabe disparar, sin embargo, yo estoy entre los mejores. Me enseñaron desde que era muy pequeño y por eso tengo más años de experiencia. Clara también sabe, solo que no le gustan mucho las pistolas o ese tipo de arma. A mí sí.

―¿Qué las hace tan interesantes para ti?

―Sé que las armas son peligrosas y todo eso, pero mi padre solía tener un rifle cuando era pequeño y lo veía practicar con él y siempre me dijo que podría enseñarme cuando creciera. ―La tristeza se notó en su relato―. Aunque no pudo hacerlo, siento que estoy cerca de él cuando uso uno para entrenar o proteger a alguien en el campo de batalla. Me da coraje. Aun así, no utilizo las armas a menos de que sea un asunto de vida o muerte. No deben caer en las manos equivocadas.

―¿Te llevabas bien con tu familia?

―Sí, eran los mejores. Si las cosas iban mal, mis padres siempre encontraban una forma de hacerte reír con una payasada. Decían que incluso si el mundo se estaba terminando, no dudará en tratar de hacer sonreír a alguien. Es como ponerle una venda a una herida, no la curará, aun así, no puede hacerle más daño.

Si bien supuse que la mayoría de los rebeldes contaba con un pasado trágico igual que el resto de los mortales, escucharlo en vivo y en directo era otra cosa. Te hacía empatizar. También me resultaba extraordinario que compartieran sus historias tan abiertamente. No había trampas o dobles intenciones, simplemente el deseo de conocer a la otra persona.

No quería plantearme cómo fue crecer sin padres y mudarte tan lejos. Pese a eso, él lucía contento con la vida que construyó.

―Suena a que fueron buenos padres ―comenté, abatida.

―Sí, lo fueron. Lo fueron hasta que murieron.

La naturaleza con la que lo dijo me sacó de órbita.

―Clanes.

―Está bien. Fue hace años en España, mucho antes de que llegara a Londres ―contó―. No me pone triste. Me agrada recordarlos. Así siento que no los olvido y esto vale la pena.

―¿Cómo acabaste en Inglaterra?

Titubeó, respiró hondo, y ahí me di cuenta de que la historia era más profunda y personal de lo que pensé.

―Es una historia larga. Mi padre era un soldado de bajo rango y mi madre fue dada de baja de sus deberes después de casi morir durante el parto de mi hermana. Sí, tengo una hermana menor.

Animarlo fue todo lo que quise hacer.

―Una rebelde también, imagino.

―No lo sé. Hace una década que no la veo. No sé si está viva o muerta, bien o esclavizada en algún lugar.

Se me partió el corazón. Pasé poco más de un año sin William y sentí que algo se murió por dentro, no tenía idea de cómo Theo se levantaba de la cama todos los días y nos sonreía así.

―Lo siento tanto ―comuniqué y le acaricié el hombro de manera fugaz.

―Así que, entiendo cómo te sentiste después perder a Andrea.

―No tienes que seguir contándome si no quieres.

―No, quiero hacerlo. Es bueno recordar ―refutó. Su mente estaba lejos de aquí, estaba con su familia―. Nací y crecí en Madrid. Viví allí hasta que mi padre murió nueve años atrás sirviendo al reino, por así decirlo. Fue durante una de las muchas peleas por territorio de los clanes. Tú sabes cómo son mejor que yo.

Agaché la cabeza, un poco avergonzada. Me recordó la cantidad de veces que la dinastía Stone y mi clan luchó por el dominio de cierta tierra.

―Sí.

―Entonces, empezamos a sobrevivir con los trabajos que mi madre podía conseguir. Mientras tanto, yo abandoné la escuela para quedarme en casa a cuidar a mi hermanita. No fue la mejor solución, sin embargo, funcionó. Funcionó hasta que todo se cayó a pedazos por una maldita oferta de trabajo.

Lamenté haber tocado un tema sensible.

―Eres un buen hermano ―dije sin hablar en pasado.

―Tras meses de miseria y cansancio, varios hombres uniformados vinieron ofreciendo un trabajo sobre un experimento científico en Inglaterra, donde les pagaban a los participantes. Como los científicos siempre hacían este tipo de cosas, nadie sospechó nada. Muchos se ofrecieron como voluntarios. Y, como realmente necesitábamos el dinero, ella también. Así fue cómo nos mudamos a Londres.

Culpa. Culpa. Culpa.

―No fue uno de los experimentos de mi clan, ¿verdad?

―No, no lo fue. Marlee te contará o te habrá contado de él ―informó―. Lo peor es que no hubo necesidad de secuestro. Se aprovecharon de personas desesperadas y lo lograron. Obtuvimos dinero. No mucho, el necesario para sobrevivir. Pero no valió la pena el costo. El costo fue mi madre. Las pruebas primero le causaron pesadillas, luego alucinaciones aterradoras y finalmente la muerte. El proceso fue inhumano y estuvo acompañado de autolesiones, momentos en los que no nos reconocía, y tantas otras cosas. Ver cómo se perdió así misma lentamente fue terrible.

Se me hizo un nudo en el estómago. Las palabras me golpearon como cachetadas de información dolorosa y empatía.

―No sé qué decir. Es horrible. No sé cómo lidiaste con todo eso.

―Ella murió cuando tenía once, casi doce, y mi hermana diez. Entonces, el sistema entró en nuestras vidas y el gobierno nos separó. Me criaron como a un soldado y lo último que supe de mi hermana antes de perderle el rastro es que, a diferencia de mí, cumplía con los requisitos para el experimento al igual que mi madre. Debió ser por algo genético, no sé. Deseé tantas veces que me llevaran a mí en su lugar porque ya no tengo idea de dónde está. Sé que está viva, tiene que estarlo ―formuló, convencido de la última parte.

Quise darle esperanzas.

―¿Conexión de hermanos?

Él recuperó la compostura a su tiempo.

―Sí. Más tarde, sucedió lo que te contó Andrea. Yo pude volver a la academia porque nadie tiene en cuenta a un guardia insignificante, cosa que sabes que no soy.

Apreté los labios, forzando la sonrisa que sabía que pretendía sacarme.

―No, seguro que no.

Los aires de grandeza aparecieron de la nada.

―¿Me considerarías un héroe?

Hice un gesto con el índice y el pulgar.

―A una pequeña escala, quizá.

―Soy muy valiente.

―Lo supongo ―respondí, basándome en su relato.

De repente, Theo se acercó a mí de una forma que él pensaría que era natural y no lo era en absoluto.

―¿Puedo besarte?

Me esforcé para no soltar una carcajada nerviosa ante el extraño giro que tomaron las cosas.

―Cambiamos de tema muy rápido, ¿eh?

Sus ojos se desviaron a mi boca.

―Eso no es una respuesta.

Aunque a mí siempre me gustó la espontaneidad de otros, fue lindo que preguntara.

―No.

Negué con la cabeza de inmediato. No tendría comparación con besar a alguien que amaba, a Diego. Los besos de esa clase eran una mezcla de lujuria y sentimientos, de deseo e intimidad, y yo no compartía todos esos elementos con Theo. Era como si mi corazón necesitase un trasplante y rechazaba a todos los donantes ser incompatibles y Diego fuera el único que con él compartía un noventa y nueve por ciento de compatibilidad.

Theo me dedicó una sonrisa vacía.

―Bueno, esto es incómodo.

Me dio pena.

―Sí, mucho.

―Me arrepiento de esto ―murmuró.

Le di una palmadita amistosa. Amistosa, cabía aclarar.

―Calma, un poco de vergüenza no mató a nadie.

―Perdón por preguntar.

―Sería más sencillo si estuviera enamorada de ti, pero no lo estoy ―confesé, pensativa.

Gracias a mi estadía con Destruidos entendí algo: leer y tener pareja era algo parecido, a pesar de que no parecía. No dejabas de leer porque un libro no te gustó, como así no dejabas de creer en el amor porque un chico te traicionó.

―No tengo ni idea por qué.

Porque yo no me enamoré de Diego porque me convenía, lo hice porque quería, porque antes había sentido que mi corazón se había detenido al punto de que creía que había muerto, que no servía para nada y que necesitaba desecharlo, hasta que lo conocí y volvió a latir como nunca y me enamoré otra vez.

―No eres tú, es que ya tengo a alguien.

―Da igual, quien sea que sea es un tipo con suerte.

Sería inmadura de mi parte brindarle esperanzas a alguien cuando, a pesar de todo y gracias a todo, seguía queriendo a Diego y mi alma se negaba a dejar de hacerlo

―No sé por cuánto tiempo ―dije―. ¿Amigos?

―Hasta que surja otra opción.

―Lo único que te puedo ofrecer ahora es comida.

―Algo es algo ―bisbiseó, animado. Me cambió por la comida en un parpadeo

―Como digas.

Una especie de silencio se estableció entre nosotros.

―¡Oh! ¡Tengo que presentarte a Betty!

Hundí las cejas.

―¿Betty?

―No hay ninguna como Betty. Ella es asombrosa, grande, resistente, rápida y gentil ―habló él, expresando su afecto con intensidad.

―Esos son muchos adjetivos.

―Y los que me faltan.

―¿Quién es Betty? ―curioseé―. ¿Es tu novia o algo por el estilo?

Soltó una risa.

―No, ella no es mi novia.

―Perdón, hablas de ella como si lo fuera.

Theo ladeó la cabeza, se acercó a mí, quedé congelada, y luego recuperó la distancia entre nosotros.

―¿Soy yo o te acabas de poner celosa?

No entendí de dónde sacó eso.

―Eres tú.

―Estás celosa ―afirmó, equivocándose a más no poder―. Es fascinante.

Fui firme a la hora de negarlo.

―No lo estoy. En absoluto. Fue una deducción basada en cómo hablabas de ella.

―Me habría encantado si lo estuvieras.

―¿Por qué? ―planteé sin comprender nada.

―Tú sabes por qué.

Negué con la cabeza varias veces.

―No sé qué es lo que tienes conmigo.

―Con suerte, algún día, algo más que una amistad ―dijo, manipulando mi comentario.

―No somos tan cercanos.

Me guiñó un ojo con humor.

―No, pero podríamos serlo.

―No, y, para probar que no nos conocemos tanto, puedo llamarte señor Dawson en lugar de Theo.

Él tiró de su labio inferior, encantado.

―Adoro cuando dices mi nombre con ese acento británico que tienes.

―¿Cuál? ¿Theo? ¿O Dawson? ―dije, confundida.

―Puedes llamarme cómo quieras. Yo vendré de todos modos.

Todavía no podía descifrarlo.

―¿Por qué quieres eso?

Él se fijó en que no nos estuvieran mirando y se inclinó ligeramente para susurrarme algo breve.

―Porque no he podido sacarme ese beso de la cabeza desde que me lo diste.

―Yo puedo hacer que te olvides de él.

―¿Dándome otro?

―No, con una cachetada ―respondí para reventar su burbuja.

Corrí la cara para ponerme en marcha. Creí que ya había superado ese tema.

―Realmente te pone nerviosa.

―¿Qué cosa?

―Que nadie sepa lo que pasó entre nosotros ―reveló Theo, apareciendo a mi lado.

―¿Por qué me pondría nerviosa eso?

―Porque así nadie te puede decir que deberíamos parar.

No le di importancia.

―Puedes contárselo a quien quieras. Me da igual. Fue hace mucho tiempo.

―Hace mucho tiempo que estoy deseando tener esta conversación.

―¿No dijiste que éramos amigos? ―apunté en simultáneo que caminamos muy lento.

Él inhaló profundo, buscando coraje.

―Los amigos no se besan del mismo modo en que tú me besaste a mí.

Fui escéptica y frené de sopetón.

No podía creer que acababa de decir eso.

―Esa noche no fue lo que piensas que fue.

―¿Qué fue entonces?

―Una distracción momentánea y algo que no se va a volver a repetir ―confesé con sinceridad.

―¿Por qué no se va a volver a repetir? Ya no soy tu guardaespaldas.

―Esa no es la razón.

La razón era un rubio con ojos diferentes, un terrible sentido del humor, y una excelente sonrisa que todavía tenía mi corazón, incluso si lo rasgó como si fuera seda.

―No estoy nerviosa, estoy molesta ― agregué para aclarar las cosas.

―¿Qué te hice?

―Nada y eso es precisamente lo que significa ese beso para mí. Nada.

―Tal vez para ti fue así. Pero no es así para mí ―confesó con la cabeza agachada.

Me mordí el labio, viéndolo. No tenía idea de cómo finalizar la conversación de manera exitosa.

―¿Y qué fue para ti?

―No lo sé. Sé que fue algo e intento descifrar qué y por eso deseo conocerte en serio.

―Puedes conocerme de una forma amistosa.

―Ya tengo muchos amigos.

―¿Y no tienes espacio para uno más?

―Siempre lo tengo.

―Eso es bueno porque ser tu amiga es lo máximo que podré ser para ti ―expuse, siendo honesta desde el inicio.

Demoró unos segundos en darme su respuesta final. Doblamos una esquina y vi que William y Maureen caminaban a un par de metros de distancia, conversando con tranquilidad. Al menos no nos habíamos perdido.

―De acuerdo. Amigos ―soltó Theo, esbozando otra sonrisa que no lucía falsa ni nada por el estilo―. Pero tenemos que apurarnos para llegar al desayuno. Yo sí quiero esa tarta de manzana y planeo comerme la porción que tú no quieres.

Me alegró que no se decepcionara.

―Es toda tuya.

―Para que seamos claros, ¿ahora puedo decir que eres mi amiga?

―Ya ―corregí―. Aún estoy molesta con todos ustedes por ocultarme esto.

―Estamos a un solo paso de que seas mi mejor amiga.

―¿Cuántos mejores amigos tienes?

―Dos. ―Hizo una pausa―. Millones. Básicamente, cada persona que has visto en la sede es mi amiga.

―Me siento tan especial.

―La otra opción sigue disponible. Yo estoy disponible, mi lady.

―Ajá. Vamos a desayunar. No puedo esperar para conocer a tu adorada jefa.

―Ella te va a encantar.

―¿Hay algo que deba saber de ella? ―indagué en busca de ser meticulosa y no meter la pata.

―Nada en particular. Solo no le mientas. En eso se parece a ti, por lo que me han contado. No le gusta que le escondan cosas.

No sonaba esperanzador, considerando la enorme cantidad de secretos que almacenaba en mi condenada mente. Odié tener el presentimiento de que algo iba a salir mal, no obstante, triunfar y conseguir lo que quería era lo único que me importaba. Mi vida personal pasó a ser secundaria y mi único objetivo era el mismo que el de los rebeldes: el trono.

Durante el desayuno, no pude evitar realizar una lista de todos los posibles escenarios sobre cómo podría resultar mi primer encuentro con aquella mujer tan misteriosa, como siempre hacía en cada momento trascendental. Apenas escuché las voces de los amigos de William o me percaté de la circulación de rebeldes alrededor de nuestra mesa. A diferencia de la ocasión anterior, la cafetería estaba llena de gente. El ruido no disminuyó mi productividad, ya estaba acostumbrada a trabajar bajo presión.

Estaba moviendo mi pierna con nerviosismo debajo de la mesa a causa de la impaciencia cuando anunciaron que se terminó el desayuno y William me notificó que había llegado el momento tan esperado.

―Vamos, si sigues haciendo eso, vas a romper el suelo y cavar un hoyo a China ―formuló él, guiándome hacia los pabellones que me mostró en el pasado―. Ella debe estar esperándote en su oficina.

―Al fin.

Finalmente, me guio hacia los pabellones que visité en el pasado y fuimos hacia el lugar que no tuve el privilegio de pisar. La oficina se ubicaba en el fondo de un largo pasillo que nadie transitaba. Había un panel junto a la puerta y William no tenía una tarjeta de acceso válida para entrar. Él se limitó a llamar a la puerta y esperar a mi lado. El corazón me latía con fuerza, amenazando romper mis costillas, mientras oía que se acercaban unos pasos al otro lado. Tragué grueso cuando la puerta se fue abriendo para revelar a la única persona en su interior.

―¿Marlee? ―suspiré incrédula y quise gritar por dentro.

―Oye, no uses ese tono de sorpresa. No soy tan vieja para encabezar una revolución ―bromeó, en un matiz afable a medida que se quitaba los lentes―. Estoy jugando contigo, señorita Aaline. ¿Puedo llamarte Kaysa? Bueno, supongo que tienes algunas dudas.

Parpadeé. El resto de mi cuerpo se congeló ante el giro inesperado de eventos.

―Como un millón.

Ella sonrió con suficiencia.

―Yo responderé un par.

Ahí me di cuenta de que guardaba un secreto, un secreto horrible que me carcomía por dentro y por varias razones, y lo que significaba para las dos. Yo había matado a Luvia Cavanagh, la amante de la mujer que estaba parada frente a mí y sostenía mi destino en sus manos.

Aunque fue en defensa propia y tuve mis motivos para vengarme, dudaba que ella fuera tan comprensiva conmigo porque ni siquiera yo lo sería. Estaba en aprietos. Si Marlee se enteraba no solamente arruinaría mi plan, sino que existía la posibilidad de que buscara venganza al igual que yo. Después de todo, tampoco le gustaba que le ocultaran cosas. Por primera vez en mi vida, no tenía idea de qué sucedería más tarde. No sabía cómo sería mi futuro, pero sabía que no sería bueno.

Él me dejó sola. William se despidió de nosotras con un gesto obsequioso y cerró la puerta antes de irse. Sería una conversación privada entre la dueña de la oficina y yo. Me quedé mirando el suelo por un segundo, aclimatándome al hecho de que estábamos solas. Tendría que pensar muy bien lo que haría a continuación o si no fracasaría de entrada.

La oficina estaba atrapada entre dos tiempos

Una serie de aparatos de varios tamaños con funciones distintas yacían acomodados sobre un escritorio amplio y algunos de ellos estaban conectados al enchufe de la red eléctrica a través de unos cables enredados y había una pantalla adosada a la pared que mostraba una serie de datos que desaparecieron en cuanto ella tocó algo. Todo ese lado gritaba tecnología avanzada y secretos que todavía no gané, sin embargo, el fondo daba la impresión de ser humilde, rústico, y hogareño.

Una mesa pequeña con un plato lleno de galletitas, dos tazas vacías y una tetera que desprendía un aroma a manzanilla se ubicaba entre dos sillas del mismo tipo de madera, una estantería con varios libros con títulos revolucionarios estaba detrás del conjunto, y un archivador metálico estaba en la esquina con un bonito florero con un ramo fresco. No tenía sentido que estuviera ahí. Nada tenía sentido.

―¿Quieres sentarte a tomar el té conmigo? ―invitó Marlee, apuntando con su brazo―. Tengo galletitas con chispas de chocolate. Son mis favoritas. ¿A quién no le gusta el chocolate?

A tu sobrino, respondí en mi mente sin olvidar la aversión del príncipe Lucien hacia los dulces en general. Ella era su tía, la hermana de su padre, la princesa exiliada de Idrysa, y la líder de la rebelión.

Alcé la vista para examinar a quien podía ser mi aliada, mi contrincante o una mezcla de ambas.

Mi cerebro se negaba a aceptar que era Marlee, no porque desconfiara de las aptitudes que claramente tenía, sino porque había creado la imagen de una profesora amable que me dio lecciones de piano y quería tomar el té conmigo y me costaba trabajo fusionarla con la mujer feroz y manipuladora que debía ser para desafiar a una nación.

No era alguien que venía desde abajo y apareció de la nada. Aun así, si me ponía a maquinar acerca de cómo había obtenido sus recursos, sus seguidores, y su respeto, no me asombraba tanto la idea de que fuera ella. Por más que fuera considerada la peor integrante de la familia real, ella disponía del dinero, la reputación, y la educación para encabezar un grupo semejante.

Leí artículos sobre que vivió viajando de un sitio al otro y casi nunca visitó el palacio real. Se desconoció gran parte de su vida personal durante las décadas previas a que se uniera al internado para convertirse en una profesora como condición del perdón que le adjudicó el rey para que pudiera regresar a tener su título.

La prensa atribuyó su ausencia a su pasado escandaloso y a la relación precaria que mantuvo con su dinastía, sin embargo, la revelación que acababa de recibir echó esa teoría a la basura. Estuvo ocupada incitando a los ciudadanos a rebelarse contra las autoridades.

Pese a que no conocía su historia en profundidad, estaba segura de que sus deseos de derrocar al gobierno no solamente venían de la bondad de su corazón como todos los demás creían.

Sí, salvó a algunos nacionalistas de destinos peores, les dio asilo en un lugar que ella construyó desde cero, y propagó sus creencias sobre el derecho a la libertad y nadie lo podía negar. Si bien parecía ser sincera y tendía a inclinarse a la benevolencia y generosidad, ocultaba algo más.

Su familia la repudió, la echó de su casa, y todo porque los desobedeció. Estaba convencida de que una parte de ella quería venganza y no le importó tardar años en elaborarla. Por eso no iba a matarlos directamente, quería que ellos vieran cómo los vencía y tomaba lo que le correspondía.

Un rincón de mí presentó mis respetos hacia Marlee. Pensé que no podría comprender a la persona que orquestó todo aquello, no obstante, entendí un poco su punto de vista. Yo también me habría buscado justicia con manos propias. Lo estaba haciendo en ese momento. Aun así, ese respeto no desvió mi meta. Mi objetivo principal era el mismo y ella sería otra pieza en el tablero de ajedrez que jugaría mientras creaba mi propio juego.

―Ya desayuné, pero puedo aceptar una taza de té ―contesté, neutral. No demasiado cortante, no demasiado afable.

Las dos nos encaminamos hacia la mesa para ocupar una silla cada una. Una tensión confusa como la niebla condensaba la habitación que tenía la temperatura regularizada gracias al aire acondicionado que William mencionó en mi reciente visita guiada por la sede.

―Esto una tradición para mí. Cada vez que tengo una reunión importante, la celebro con un algo dulce ―comentó Marlee, sirviéndome un poco de té.

―Mi madre hace lo mismo. Sus fiestas del té son todo para ella. ―Sujeté mi taza con propiedad y le di un sorbo suave a mi bebida caliente―. ¿Puedo saber por qué considera que esta reunión es crucial?

Disimulé con una expresión cordial el hecho de que noté un sabor amargo y poco habitual que conocía muy bien, ya que yo fabriqué la fórmula que le dio aquel gusto tan peculiar. Era suero de la verdad. Estaba muy bien diluido con el té de manzanilla, pero estaba ahí y no lo habría notado de no ser porque pasé horas experimentando con él para obtener el resultado final. Fue un movimiento audaz de su parte. Se notaba que ella no sabía que yo era inmune a sus efectos porque ni siquiera William estaba al tanto de todos mis experimentos.

Marlee me observó como si esperara algún cambio en mí, por ende, me dije a mí misma que debería seguirle el juego y hacerle creer que estaba siendo sincera. Su pizca de desconfianza resultó ser a mi favor. Ella confiaría en cada palabra que saliera de mi boca y yo podría mentirle a la cara si me apetecía.

―Por favor, niña, puedes tutearme. Lo sabes ―habló finalmente―. Y esta reunión es importante por muchas razones. Yo pienso que cada encuentro que tenemos con alguien sucede por una razón.

―¿Destino?

―¿No crees en él?

―No, y, si existe, me odia ―mascullé, abandonando mi taza por el momento.

―¿Qué te hace pensar así?

―Imagino que no me citaste aquí para hablar de mis desgracias personales, ¿cierto?

―Tal vez. Usualmente los objetivos políticos de una persona están ligados a sus deseos y experiencias personales. No pretendo invadir tu privacidad, solo me gustaría entenderte un poco mejor. Todos tienen derecho a conservar sus secretos siempre y cuando no lastimen a otros.

―¿Y?

―Me veo en la obligación de asegurarme de que tus intenciones sean buenas, yo también tengo que proteger a la gente bajo mi cuidado. Después de todo, te invité a lo más parecido que tengo a un hogar. Eres más que bienvenida a quedarte y ser parte de esa gente.

―Yo no necesito protección.

―No dije que lo hicieras. No cuestiono tu habilidad para protegerte a ti misma. He visto lo que puedes hacer. Eres tan capaz de crear cosas maravillosas y únicas como de matarlas con el mismo talento ―aclaró Marlee, pausando para darle un mordisco a una de sus galletitas―. Pero incluso las personas más poderosas no pueden sobrevivir solas.

―¿Eso te incluye?

―Sí. No tengo un complejo de Dios. Necesito a estas personas tanto como ellos a mí y eso está bien. Es parte de lo que nos hace humanos y nos mantiene humildes. ¿De qué sirve el poder si no tienes con quién compartirlo?

Para muchas cosas, recalqué en mi cabeza.

Ya no le haría el favor de darle un pedazo de mí a alguien, mucho menos le daría el poder que gané peleando con uñas y dientes. Podía entregarle mi corazón a alguien, sin embargo, jamás le daría lo más valioso que yo tenía: una forma de entrar a mi cabeza. El poder lo era todo y la ambición era solo el camino para llegar a él. No se necesitaba a nadie cuando lo tenías todo.

―Todavía no sé qué hice para merecer tal invitación. Estoy segura de que había candidatos menos... ―Bebí otro trago del té para que no sospechara― complicados que yo.

Había tantos miembros del gobierno de Idrysa que contarlos sería una pérdida de tiempo. Cualquiera de los otros Construidos sería más afable que yo. Así que, había otra razón por la que ella me quería allí. El incidente en el ataque de la academia resultó conveniente para ella, podría haberle dicho a William que me tratara y me dejara en Londres y yo nunca me habría enterado de su participación en la resistencia. Me inquietaba desconocer su propósito.

―Todos los seres humanos son complicados. Además, estoy segura de que tu hermano ya te contó lo que te pasó durante el ataque. William me informó que estabas muy malherida y que iban a tratarte en una locación segura hasta que estuvieras bien y luego te llevarían a casa sin que te enteraras de nada. Temían que fuera a decirles que no. Pero tu condición era muy riesgosa y acepté que te cuidaran aquí.

―¿Por qué?

―La tecnología que tenemos aquí es mucho más avanzada de lo que el reino permite que se use y si no la usamos para salvar vidas, no tiene sentido que la tengamos. Entiendes cómo es. Eres una doctora. Salvas vidas sin importar de quién sean.

Crucé un pie sobre el otro, manteniendo mi postura recta.

―Así que, permitiste que me trajeran aquí, arriesgando todo lo que has construido por años, supongo, y, ¿por qué? ¿Para mostrar amabilidad?

Su galletita se volvió más pequeña tras otro mordisco.

―Sé que esto es difícil de entender para ti. A mí también me criaron para desconfiar de todos. Pero es verdad. Yo solo quiero ayudar y crear un mundo en el que las personas puedan confiar sin temer. No tengo dobles intenciones.

Olvidé que ella tenía el tipo de voz dulce y amable que hacía que quisieras creerle porque casi nunca venía acompañada de engaños.

Mi voz natural era más profunda y fría, lo que era útil cuando intentabas seducir a alguien para que cayera en tu trampa sin importar que supieran que era una trampa, sin embargo, en ese momento marcaba una diferencia entre nosotras. Aunque las dos formábamos parte de la política, teníamos formas distintas de obtener lo que queríamos.

―Ese mundo no existe todavía, ¿no es cierto?

―No, lamentablemente no ―aceptó Marlee, percatándose de que yo intentaba que se enredara con sus palabras del mismo modo en el que ella me estudiaba para ver si no estaba manipulando mi verdad―. No tenía un plan para ti cuando te trajeron aquí. La mayoría de los rebeldes son solo ciudadanos comunes que buscan una mejor vida. No tienen razones para traicionarte. En cambio, las personas poderosas como tú suelen tener una agenda propia y son leales solo a sus propios intereses.

Curvé la esquina izquierda de mi boca.

―Hablas como si no vinieras de la realeza.

―Tengo el título por sangre, no por poder. Hace tiempo que dejé de ser una princesa. Mi familia cortó lazos conmigo. Desconozco sus objetivos, sus negocios, sus vidas personales del mismo modo en que ellos no conocen nada sobre mí.

―¿Les guardas rencor por eso? ―curioseé, tomando un poco más de té.

―No, solo me dan pena.

―¿Por qué?

―Llevan atrapados en este juego de guerra, traición, y miedo tantos años que olvidaron cómo ser humanos. El reino entero lo olvidó. Ya no saben lo maravilloso que es tener la libertad para ser tú mismo y sentir todo lo que el mundo te puede ofrecer ―expuso con sentimiento―. La rebelión le ofrece una salida a aquellos que se cansaron de vivir encerrados en ese bucle de violencia y opresión.

―¿Cuántas veces has dicho ese discurso?

―Me lo aprendí de memoria.

―¿Es una broma? ―planteé ante su expresión apacible.

―A medias.

―Ya he oído sobre sus intenciones.

―No has visto la realidad en persona. Ves a Idrysa cómo es y no cómo puede ser. No todo es negro, blanco, verde o rojo. No puedes seguir un manual de instrucciones, así no funciona el universo. Todos tienen derecho a elegir cómo serán sus vidas. Merecen poder elegir qué pensar, qué estudiar, con quién casarse, qué legado dejar. Si no, estás viviendo la vida de alguien más.

―No digo que no.

Pausó para respirar.

―De ahí sale mi invitación para que te quedes en la sede el tiempo que sea necesario para que veas por ti misma el reino, la gente, y lo que han tratado de ocultar y también descubras qué quieres realmente. Con algo de suerte, será la libertad por la que yo también lucho.

Ella me ofrecía ser un peón más en su movimiento. Qué error más grande.

―Quizás no tuve el privilegio de viajar por el mundo todavía, no obstante, estoy consciente de que Idrysa necesita un cambio y pronto. Lo sé desde antes de que terminara aquí. De hecho, como dijiste, tenía mi propio plan para llevar a cabo esos cambios. Por supuesto, no involucraba nada de esto, era simplemente ganar la competencia y un asiento en el Consejo de los Clanes. Ya sabes, nada grande, solo para lo que me prepararon durante toda mi vida.

Asintió, creyendo que era honesta y lo fui. Al principio, ese era mi plan. Ya no.

―Puedo verlo. No te olvides de que fui tu profesora. Conozco a mis estudiantes. Además, veo las noticias e investigo a todos los miembros del Consejo. Has creado fundaciones que ayudan de verdad, evitaste batallas cuando a tus delegados no les interesaba que murieran personas, y has pasado por cosas que ninguna niña de tu edad debería pasar. Se nota cuando un político hace las cosas para ganar y cuando lo hace porque realmente le importa lo que le pase a la gente. A ti te importa. Se nota en tus ojos. Puedes ser complicada, como tú dijiste, pero hay esperanza para ti.

Quise reír. Una parte de mí sentía que había muerto en esa explosión y otra deseaba seguir ahí porque al menos estaría rodeada de muros y tomando la mano de la persona que fue mi última esperanza. Ya no había esperanza para mí. Aun así, no tenía que ser una buena persona para hacer cosas buenas, solo tenía que hacerlas.

―¿Esperanza para qué? ―pregunté, inhalando y exhalando profundo para combatir el nudo que quería formarse en mi garganta.

―Para hacer que esos cambios sean una realidad.

―Cambiar el mundo no es fácil.

―No, no lo es. Por eso me llevó décadas reunir a esta gente. En un inicio, estaba sola con esa idea loca de libertad y ahora cada día estamos más cerca de alcanzarla.

―¿Lo están?

―¿Disculpa? ―masculló Marlee, frunciendo su ceño.

―Dices que quieres sacar a las personas que siguen trayendo violencia y corrupción al reino, pero, ¿qué es lo que te hace tan diferente a los gobernantes actuales?

―Muchas cosas. Yo no hago esto para mí misma.

―Supongamos que lo logras. Ganas. Se van los "malos". ¿Quién quedará a cargo? ¿No serás tú? ―planteé con sequedad.

―No.

―¿No?

―No quiero el trono ―contestó ella para mi sorpresa―. ¿Has oído de algo llamado democracia?

Separé mis labios sin saber qué decir, luego hundí mis cejas, cerré la boca, y tragué grueso. El concepto me sacó de eje.

―¿Me estás diciendo que harás que las personas elijan al candidato que quieren que los gobierne? ¿Esas mismas personas que han apoyado a tus enemigos por años? ¿Qué pasa si escogen a alguien peor?

Marlee descansó las manos sobre sus piernas cubiertas por el pantalón azul que tenía puesto.

―Sí. Esas personas no los apoyaban, sino que no tenían opción. Y esa es la magia de la libertad, no puedes obligar a alguien a hacer lo que quieras, y obviamente habrá reglas que impedirían que los candidatos sean genocidas sedientos de poder. Será difícil, no voy a mentirte, quizá lleve años, pero al menos será mejor que lo tenemos ahora.

En eso tenía un punto. Le concedería eso.

―¿Realmente piensas que lo lograran? ―curioseé, tomando un último sorbo de té antes de depositar la taza en su lugar.

―Lo intentaremos con todo lo que tenemos. Nos has visto en acción.

―Sí, lo he hecho.

―¿No concuerdas con nuestros métodos? ―consultó al detectar mi no tan sutil aspereza.

―No.

Les había dicho eso a todos. William, Clara, Theo. Cambiar mi declaración de un día para el otro causaría sospechas.

―¿Te molestaría explayarte?

―Son salvajes, incluso para mí.

―Damos lo que recibimos.

―Tengo un gato llamado Karma. Creo en el concepto ―recalqué, alegrándome al mencionar a mi único amigo―. Pero si en serio quieren cambiar el mundo y convertirlo en un lugar donde no esté normalizada la violencia, tienen que parar.

―¿Parar qué? ¿Nuestro movimiento?

―No, sus ataques. Tienen que encontrar otra forma de llegar a la gente y parar a los demás. Seguir así no mejorará nada, sino que traerá más muerte y más odio. El pueblo entero no les agradecerá. No los recibirán con los brazos abiertos. Puede que sus intenciones sean buenas, sin embargo, incluso los asesinos pueden tener sus buenas razones.

―¿Qué sugieres entonces? ―preguntó ella sin enojarse. Le dio curiosidad mi discurso. También fui sincera al decir eso.

Era un juego. Decir dos verdades y una mentira.

¿Cuál era cuál?

―Tendría que ser parte de la rebelión para decírtelo ―repuse, descansando la espalda en el respaldo del asiento.

―¿Y quieres serlo?

―No lo he decidido todavía. Necesitaría más información para poder tomar una decisión.

―Era de esperarse ―articuló Marlee, partiendo su segunda galletita a la mitad para meditar mientras comía una parte―. ¿Qué quieres saber?

―Todo. No es negociable.

―Deberías haber conocido a mi padre. Le hubieras caído bien.

―¿Por qué hablas del rey como si estuviera muerto? ―planteé a pesar del cumplido mezclado con un insulto.

―Es parte de la historia. Qué bueno que traje té y galletitas. Esto va a llevar un rato largo. Será mejor que te pongas cómoda.

Me preparé mentalmente para recibir la información. Ya no había buenos ni malos. Dijera lo que me dijera, yo seguiría estando de mi propio lado, izando mi propia bandera y recitando el himno de la nación que yo misma planeaba crear dentro de mí. Mi mente, mi universo, mis reglas. Las traiciones, las verdades, todo ya me daba lo mismo. Me vengaría, pero mi prioridad era el futuro y no permitiría que me cegaran mis emociones.

―Ya lo hice.

―Empezaré desde el principio, si no, ¿de dónde más lo haría? ―habló, acomodándose en su asiento―. Mi familia tiene secretos, secretos que te pondrían los pelos de punta, y secretos que ni siquiera yo sé. La dinastía Black no está a la altura de las historias que cuentan. No somos dioses, somos asesinos.

Los dioses eran asesinos. Miraban a sus pequeñas creaciones desde los cielos, veían sus guerras, sus crueldades, sus esperanzas, y se reían porque sabían que ellos tenían el control, el poder necesario para hacer y deshacer a su antojo, y mucho más. Por eso el pueblo creía que los Black eran dioses. Decidían quién vivía, quién moría, y cada cosa que querían que quedara en la historia. No eran como los antiguos reyes, sino mucho más aterradores.

―Ese no es un buen inicio.

―No, créeme que no. Conoces la historia de la fundación de Idrysa. Quizá fuimos buenos en un inicio. Quizás Thomas y Rosemary fueron héroes y salvaron al planeta de un destino peor en su momento. Pero su legado no es tan bueno como lo hacen parecer.

Thomas Black y Rosemary, su esposa, fundaron Idrysa, fueron los primeros reyes de la nación y quienes crearon gran parte del sistema en el que nos regimos en la actualidad. Probablemente, deberíamos culparlos del desastre actual.

―¿No?

―No todo es real. Si la historia se puede tergiversar, los libros históricos también pueden mentir. Cuentan lo que quieren, desde su perspectiva, y olvidan muchas cosas importantes.

Lo sabía. Era una escritora.

―¿En qué sentido? ―indagué.

―La codicia está en los genes de la familia Black y el mundo es solo otra más para poseer. Se aseguraron con las leyes y un montón de otras excusas que nadie se los quitara. Por eso opté por la democracia. Nadie debería tener tanto poder para siempre. No lo veía cuando crecí. Solo me importaba salir de ahí y salvarme a mí misma. No me di cuenta de qué tan dañada estaba la sociedad y los que la dirigían hasta que regresé a casa luego de perder a mi primer esposo.

Recordé su nombre con vagancia.

―Mateo.

Marlee sonrió con nostalgia y mucho afecto.

―Sí. Justo un poco antes de que Raven, la única hija de mi hermano y heredera al trono, muriera en circunstancias desconocidas. Eso devastó a Edmund, él solía ser amable y lleno de esperanza ―mencionó Marlee, hablando de Edmund, el actual rey de Idrysa, y la princesa muerta que nadie en el reino tenía permitido mencionar por un decreto que se hizo hacía años.

―Okay. Esto va a llevar un rato ―balbuceé.

―Durante el luto se dejó influenciar por Patrick, quien siempre tuvo ideas cuestionables y deseaba el trono para sí mismo. Cambió el dolor por ira y venganza. Jamás fue un hombre emocional, solo lo era con ella, y cuando murió, perdió la cabeza.

Su resumen me pareció simple. Un hombre orgulloso, portador de tal fortuna y poder, que fue lastimado iba a llenar ese vacío alimentándose de la vida de los demás. La existencia de las leyes actuales se debía a ese motivo, egoísmo, no supervivencia. Toda esa historia se basaba en alguien que no supo manejar el dolor y eligió dejar de sentir.

―¿Qué quieres decir?

―Nunca se encontró el cadáver de Raven, era muy joven, algunos dicen que escapó o la secuestraron. La idea enloqueció a mi hermano. Esto lo sabe muy poca gente, pero Edmund fue diagnosticado con una enfermedad terminal luego de su muerte. Su estado se deterioró lentamente hasta que ahora depende de una máquina para respirar. Lo descubrí muy tarde.

Compadecí al rey.

―Oh.

―Por supuesto, la realeza tenía que dar la impresión de que seguíamos siendo fuertes para que nadie pudiera desafiarnos, por ende, no lo anunciaron al público. Sin Raven no había un heredero de sangre. Ni siquiera tuve hijos. Pero Patrick vio una oportunidad en ese desastre. Se aprovechó de su puesto como el segundo en la línea al trono para hacerse cargo de los asuntos de la Corte Real y Edmund le firmó su permiso antes de perder todas sus facultades porque fue cuando Patrick adoptó a...

―Lucien ―nombré, saboreando un gusto metálico al pronunciar su nombre como si fuera a cortarme la lengua por eso.

―Wesley, sí. A él no le gusta que le digan por su primer nombre.

―¿Por qué no?

―Es su verdadero nombre ―reveló Marlee sin rodeos―. Antes de que lo adoptaran y lo transformaran en el monstruo que es, era niño que perdió a toda su familia, un huérfano más. Sus padres biológicos le dieron un nombre antes de morir. Era Lucien. Es todo lo que sé. A Patrick le gustó y quiso conservarlo. Decía que era irónico. Significa luz. Sin embargo, él no deja que nadie le diga así.

A mí me había permitido hacerlo.

Pensé en todas las veces en las que lo llamé por su nombre.

Una vez leí que los demonios solo podían ser convocados por aquellos que sabían su verdadero nombre y por eso elegían con cuidado a quienes se lo decían. Lucien encajaba perfectamente en la descripción. Era un demonio enmascarado que usaba trajes negros, aspiraba a tener la corona que sería mía, y me atormentaba en mis pesadillas.

―Me preguntó por qué.

Entendía por qué. De seguro anhelaba dejar su pasado atrás y aceptar su lugar en la familia real. Usualmente no importaba si las familias de los clanes adoptaban, ya que lo fundamental era el apellido. Era diferente para la realeza. Por alguna razón, para ellos siempre fue clave que tuvieran descendientes de sangre. Algunos creían que él no debería haber sido elegido para ser el futuro rey. A mí me daba lo mismo. Le cortaría la cabeza antes de que se atreviera a agarrar la corona.

―El punto es que yo permití eso. Vivía bajo el mismo techo y no me di cuenta de que uno de mis hermanos estaba enfermo y el otro se había convertido en un bastardo sin escrúpulos. Supongo que también es mi culpa porque no hice nada cuando agarraron a ese niño inocente y lo convirtieron en uno de nosotros. En consecuencia, es mi trabajo arreglarlo. Mi familia le ha hecho mucho daño al mundo, es justo que uno de nosotros trate de repararlo.

―Así que, es personal ―resumí.

―Mis motivaciones personales no ciegan mi buen juicio.

―Déjame ser quien juzgue eso.

―Lo que estoy tratando de decir es que Idrysa es un reino sin un rey. No uno oficial, al menos.

Miré los alrededores y después a la mujer frente a mí.

―Por ahora. Lucien ascenderá al trono pronto. Pero no quieres eso. Quieres llevar a cabo un ataque final antes de eso o será demasiado tarde.

―Aunque me ofende un poco que adivinarás mi estrategia tan rápido, sí. Eso es parte del plan ―confirmó Marlee y devoró la última parte de su galletita.

―¿Me vas a decir el resto?

―Eventualmente. Todavía voy por el inicio. Eso es para el gran final.

―Odio el suspenso ―mascullé sin sonar inquieta y ella se encogió de hombros con inocencia.

―Perdón. Me gusta el drama.

―Bien. ¿Qué tienen que ver tus problemas familiares con esto?

Yo no era insensible, sino muy directa y a veces la gente se confundía. Por suerte, Marlee no se confundió. Mis problemas familiares me esperaban en una mansión en Londres.

―Tenías que saber eso para entender lo que te voy a contar ahora. Patrick no solo se apoderó de la Corte Real en estos últimos años, sino que quiso llevar las leyes supremas a un nuevo extremo.

Tragué grueso, replanteándome en mi memoria la información que me brindó Luvia Cavanagh acerca del proyecto clandestino que manejó con él.

¿Qué tanto sabía Marlee Black sobre el experimento?

Por fin despertó mi interés.

―¿Qué hizo? ¿Enmarcó carteles de sí mismo y los colgó en las paredes de su habitación para mirarlos?

―Siendo sincera, no me sorprendería si lo hubiera hecho ―dijo ante mi burla―. Y no. Hizo algo menos vergonzoso, pero más perjudicial para el resto de la humanidad.

Me obligué a callar el siguiente comentario burlón que se me ocurrió.

―Esto va a ser interesante.

―Entre los secretos de mi familia, está la posesión de la tecnología. No se perdió, simplemente se escondió para que únicamente los miembros de la realeza y sus allegados tuvieran acceso a ella. La sociedad cree algo que no es cierto. De hecho, han estado desarrollando armas y muchas cosas con esa tecnología a lo largo de las décadas. No me enteré de ello hasta hace unos años.

―¿Cómo es eso posible? ―protesté―. Eres uno de ellos.

Agachó su cabeza antes de encararme.

―Lo era. Además, mi familia tiene la tradición de pasarle los secretos familiares solamente al heredero al trono y yo nunca fui su candidata favorita. Mientras el pueblo se ahoga con escasos recursos y el retraso de los avances tecnológicos, ellos se quedaron todo para su beneficio y han logrado tantas cosas que algunos de sus artefactos van más allá de lo que uno pensaría que es posible.

Señalé a la oficina en la que nos encontrábamos.

―¿Algo como esto?

―No, me temo que nos han superado en eso. Sí, hemos conseguido un sinfín de dispositivos y máquinas que nos permiten intentar igualar esta batalla, no obstante, protegen muy bien cualquier tipo de información relacionada con su progreso para que nadie pueda enterarse de su existencia, mucho menos replicar su trabajo.

―Y yo que creía que paranoica.

―Lo que tenemos aquí llevo años de prueba y error. La mayoría de nosotros no somos científicos o ingenieros. Ellos tienen generaciones entrenadas en secreto para desarrollar y ampliar los conocimientos en física, informática, robótica, nanotecnología, mecánica cuántica, y muchas otras cosas que no comprendo ―enumeró―. Poseen los medios suficientes para destruir y construir ciudades enteras. Por eso no es tan simple como ir y matarlos.

Permanecí inmóvil durante unos instantes. La información me enloqueció, encendió mi curiosidad, y se derramó sobre mí como ácido. Mi plan acababa de sufrir varias complicaciones.

―¿Me estás diciendo que son invencibles?

―Nada es invencible, ni siquiera ellos.

―Y lo has sabido por años. ¿Por qué revelarse hasta recién? ¿Qué hace la diferencia? ―cuestioné, recordando las fechas de los incidentes.

―La gente no soporta un día más. Están, estamos cansados de ser simplemente números en sus listas.

Yo también estaba cansada. Era un número, un nombre, un vehículo, un territorio, una enemiga, una hija, una futura esposa, o cualquier otra cosa en la que les apetecía que me transformara. No estaba segura de ser humana. Reprimí por tantos años mis pensamientos y necesidades que me olvidé de ser yo misma y me convertí en una masa que ellos amoldaban a su gusto. Era hora de salir del molde.

Aun así, mostrar mis emociones nunca fue mi fuerte.

―Puedo entender eso.

Por más que no le fascinó mi tono, me respondió.

―La diferencia es que existe un proyecto secreto que empezó hace dos décadas y recién ahora está por ser presentado ante la sociedad.

Evité removerme en mi silla.

―¿Un proyecto? ¿Con qué objetivo?

―Recuerda que para el sistema la parte emocional que nos aferra a nuestra humanidad es una debilidad y que la parte racional es la mayor fuente de inteligencia ―reveló Marlee, confirmando mi temor―. Puedes hacer lo que sea sin empatía y ese es el plan.

Tuve que actuar desconcertada. Qué agotador.

―¿Cómo es eso posible?

―Esa es la pregunta del millón. Lamentablemente, nuestros recursos y conocimientos están muy lejos de igualar a los suyos. Es duro de admitir, sin embargo, es la verdad. Todavía no entendemos la mecánica del proyecto, solo tenemos conceptos básicos de lo que hace.

―¿Y qué es? ―pregunté, tensando mi mandíbula de modo que parecía más afilada.

―Harán algo más que solo imponer leyes que prohíban los sentimientos. El proyecto se encarga de quitarle la capacidad de sentir en todo el sentido de la palabra a sus participantes y así tener un mejor manejo de la población mundial.

Reaccioné con incredulidad.

―¿Quieren controlar a las personas?

―Más o menos. ―Percibí su pena al hablar―. El individuo que se somete al proyecto tiene control total de sus facultades mentales y de sus acciones, por lo que sabemos. Pero no es lo mismo. Algunos también dejan de sentir físicamente. Si los tocas, si tocan algo no lo sienten. Es como ser un fantasma.

―Eso suena...

―¿Demencial?

―Sí ―ratifiqué.

Me puse a pensar en los suicidios que hubo en la academia. Tenía sentido. Ellos se hirieron a sí mismos como si estuvieran desesperados por sentir algo, incluso si era dolor. Por más que no sonaba tan terrible, lo era.

―Por supuesto, supongo que los creadores creen que es una ventaja. Si no sientes nada, puedes pelear en una guerra sin que te importe ninguna de tus heridas. Nada los detendría.

Ante la mención de una guerra, mis cavilaciones viajaron para toparse con la situación actual de la Corte Roja.

―¿Los soldados del clan Stone se sometieron a eso?

―No, por ahora la Corte Real no ha involucrado a ningún clan, mucho menos al que cuenta con un ejército capaz de pararlos si se esfuerzan lo suficiente ―dijo y cerré los ojos, agradeciendo no tener que oír sobre otra traición más―. Patrick jamás le cedería el control de algo tan importante a alguien más. Como somos de la realeza, nos criaron con la idea de que somos superiores a los demás. Ellos son súbditos, nosotros, reyes. Está mal, lo sé. Pero él cree en eso, el poder es en lo único que confía al igual que su hijo.

Lo pude confirmar. Aún recordaba la mirada que tenía Lucien la noche en la que nos conocimos. Él tenía el tipo de mirada que te hacía pensar que estaba muerto por dentro y quería quitarte la vida a ti. Sin corazón. No dejaba entrar a nadie. No parecía sentimental en absoluto.

―¿Entonces? ¿Quiénes son los creadores?

Marlee le dio un vistazo a la gran pantalla que había en su oficina.

―No lo sé. Sé que uno de los lugares en el que desarrollan todo es en los terrenos del palacio, sin embargo, la tecnología les permite disfrazar todo o volverlo invisible. Tienen escudos, pantallas, hologramas y muchas cosas que te harían cuestionar qué es real. Es aterrador e impresionante. Además, tienen muchas otras cosas de las que no sabemos. Eso los hace muy difíciles de encontrar.

Mi imaginación estaba a punto de estallar.

―Ahora entiendo por qué te llevó bastante tiempo construir esto ―bufé.

Ella me regaló media sonrisa.

―Aprecio la comprensión. No ha sido una tarea sencilla mantener la fe de las personas y aceptar las dificultades.

Me aclaré la garganta.

―Así que, ¿el único objetivo es eliminar los sentimientos? ¿Por qué?

―Tenemos la teoría de que ese es su proyecto principal, pero hay otros de los que no sabemos con certeza.

―Qué esperanzador.

―Aquellos participantes que hemos tenido la suerte de encontrar solo han perdido esa capacidad. En cuanto al porqué, es complicado ―manifestó, apenada―. Si las personas no sienten, pierden parte de su individualidad, y dejan de ser libres, no tendrían razones para vivir o morir, se someterían ante sus órdenes sin cuestionar, y serían como máquinas que jamás se cansan o se quejan. Les dan una habilidad, pero ellos son quienes tienen el poder de decirles qué hacer con ella. En su imaginación, están haciendo supersoldados o algo así. Todo para protegerse a sí mismos. Desean asegurarse de ser una dinastía indestructible.

Jamás podrían jactarse de ser indestructibles mientras yo siguiera con vida.

―¿Quiénes son los participantes? ¿Ellos?

―Oh, no. Los participantes son nacionalistas, ellos nunca arriesgarían sus preciosas vidas para algo semejante. Buscan liderarlos, no ser como ellos.

―En ese caso, ¿cómo los seleccionan? ―indagué―. Dudo que agarren a alguien de la calle y listo.

―Es un experimento científico. Digamos que iniciaron con "ratas de laboratorio" hasta llegar a lo que consideran merecedores de tal cosa. Creo que primero agarraban a personas descartables como criminales, vagabundos, o, de hecho, secuestraban a gente y luego fueron evolucionando, mejorando su fórmula y su proceso de selección con las pruebas.

―Bien por ellos.

―Así comenzaron a darse cuenta de que había personas con ciertas características que tenían más chances de serles útiles. He oído que hasta tienen voluntarios, es decir, personas cegadas por la causa o personas que están desesperadas porque necesitan dinero para sobrevivir y se ofrecen sin realmente saber en qué se están metiendo. Hay de todo. Pero a la mayoría los agarran sin su consentimiento. Es terrible.

Toqué mis muñecas. Lo había vivido en carne propia. Aquella noche en el laboratorio se presentó en mi cabeza. La camilla, las ataduras, el bisturí, y mi miedo al no ser capaz de liberarme. Fue horrible. Sería mejor no pensar en ello.

―¿Qué les hacen? ¿Los torturan?

―Supongo que es parte de su proceso. Sus pruebas son brutales. ―Marlee agarró la tetera para llenar mi taza de nuevo―. Pero tú lo sabes.

Me hice la desentendida.

―¿Disculpa?

Ella también se sirvió un poco de té con el objetivo de no generar desconfianza.

―Los incidentes que ocurrieron en la academia, ¿recuerdas?

Mi corazón no iba a soportar aquella agonía. Sentía que pasaba de estar cómoda con mis mentiras, como si estuviera descansando en una hamaca de vacaciones, a ser arrastrada y empujada por una barranca.

―Oh, sí. ―Simulé que su acotación refrescó mi memoria. Una presión se estacionó en mi pecho―. Intenté investigar al respecto. Jamás quisieron revelarle los detalles al público. Asumieron que fueron suicidios.

―Técnicamente, lo fueron. Sin embargo, viste el estado en el que se encontraban, nadie merece ser tratado así. Los torturan de las peores maneras y no solo físicamente. Les quitan sus identidades y su libertad y los tratan como si no estuvieran vivos. Todo para obtener los resultados que quieren y ver si su querido experimento es un éxito. Luego se deshacen de sus cadáveres para que nadie se entere.

―¿Aún no es un éxito?

―No, les falta algo. No sé qué. Hay algo que causa que fracasen. Aun así, con cada día que pasa están más cerca de alcanzar su meta y no sé qué es peor, la cantidad de personas que murieron como ratas de laboratorio o las que morirán en un futuro si ellos ganan. Sus efectos secundarios son muy perjudiciales para la salud.

―¿Qué tan malos?

―Malísimos ―cortó, sujetando su taza y creí que bebería un sorbo, pero se limitó a disfrutar del aroma de la bebida y el calor de la cerámica.

―Lo supuse.

―Por la poca información que sabemos es bastante complejo y, antes de tenerlo listo para ser utilizado globalmente tuvieron que hacer pruebas, ¿cierto? Bueno, al intentar apagar ciertas funciones neuronales las consecuencias como ellos pretenden, cualquier error puede ser terrible.

―¿Qué clase de errores?

―Hay miles de casos a lo largo del planeta de personas que tienen alucinaciones, terrores nocturnos, ansiedad constante y esos son los casos leves. Algunos terminan con parálisis cerebral, sufren problemas cardíacos, demencia prematura, entre muchas otras cosas. La lista es interminable. Les hacen de todo en las pruebas, incluyendo amputarles extremidades, jugar con sus mentes para analizar qué químicos producen, no recuerdo muy bien. En la mayoría de los casos, mueren o terminan suicidándose al no poder soportarlo.

Un escalofrío horrible causó que me sacudiera.

―¿A qué te refieres con qué juegan con sus mentes? ―curioseé pese a que no me apetecía averiguar la respuesta.

―Los ponen en simulaciones en realidades virtuales y por tanto tiempo que ya no recuerdan que lo que están viendo es falso. No suelen ponerles cosas buenas, sino que tienden a alimentarse del miedo y la adrenalina. ¿Puedes imaginar lo horrible que es creer que tu peor pesadilla es real y tener que revivirla hora tras hora sin saberlo?

Estuve en silencio por un rato, aguardando a que se pasara el nudo en mi garganta.

―Sí, puedo.

―¿Estás bien? ―preguntó Marlee, suavizando su mirada mientras yo endurecía la mía.

―Yo no importo. Ellos, sí.

―Todos importan.

A pesar de que nunca fue una madre, Marlee tendía a hablar como yo había oído que las madres les hablaban a sus hijos. Corté de raíz tal opinión.

―En fin...

―La peor parte es que se dieron cuenta de que el experimento es más sencillo con niños y jóvenes que con adultos ya formados. Usan a gente de todas las edades, no obstante, sé que pretenden que la siguiente generación de idrysianos sean sometidos desde pequeños al experimento. Dejará de ser un experimento y será parte de nuestra normalidad. No podemos permitir que eso pasé.

―Entonces, ¿por qué no le has advertido a la gente? ―inquirí―. Si sabes esto, ¿por qué no les muestras las evidencias que has encontrado? Al menos les darías una razón para sospechar.

Marlee se atrevió a beber un poco de su té, aun así, la dosis no era lo suficientemente alta como para que anduviera escupiendo la verdad.

―Como dije, son muy buenos ocultado y eliminando la evidencia. Tenemos muy poco. No nos creerán. Pensarán que estamos locos. Además, no mencioné algo importante. Cabe destacar que una vez que logran su objetivo con los individuos que sobreviven sin efectos secundarios, estos no recuerdan haber participado jamás ni tampoco el proceso, lo que hace imposible conocer con precisión los detalles del proyecto, es decir, ni siquiera sabemos el nombre del mismo con exactitud.

Una carcajada incómoda hizo eco.

―¿No lo recuerdan? Perdón, estaba más o menos bien aceptando todo lo anterior, pero, ¿borrar la memoria? Eso no es posible.

―Has creado un suero capaz de hacer que las personas digan la verdad. ¿Me vas a decir que no crees que haya uno para bloquear ciertos recuerdos? ―replicó ella con un buen punto. Me callé―. Aunque sí, por ahora es una teoría. Hemos podido localizar a unos pocos participantes y hemos enviado a algunos voluntarios falsos para ver y, aunque durante el proceso recibimos algunos datos, al final olvidaron todo lo relacionado con el experimento. Un día están bien y al siguiente, nada. No hay otra explicación.

―¿Acaso no han enviado a rebeldes bien entrenados?

―Sí, lo hicimos. Solo algunos siguen en sus puestos. Incluso yo lo he intentado, pero es muy difícil y la Corte Real nunca confiará en mí lo suficiente como para dejarme entrar dado mi prontuario. Los que han ido, no han vuelto. Los descubren y los asesinan o los vuelven parte del experimento.

―¿En serio? Una creería que son los mejores en mandar a espías.

―Olvidé que Clara y Theodore fueron asignados contigo. No lo hicieron con mala intención. Su misión no se relacionaba contigo. Estás molesta al respecto.

―Bueno, sí. Eso pasa cuando violan tu privacidad.

―El plan era averiguar qué sucedía en la academia. Las pruebas que Lu... Cavanagh creó para estudiantes no eran simples exámenes trimestrales, sino pruebas relacionadas con el experimento. Toda la academia era una prueba. Por eso hacían que todos tuvieran una revisión médica cada mes.

―¿Qué?

―Revisaban los resultados. Produjeron un ambiente estresante, competitivo, y violento donde nadie estaba a salvo. Ustedes estaban en un constante estado de alerta, lo que es necesario para su análisis. Ahí fueron eligiendo a qué individuos someter al experimento. El primero de los delegados fue Koen Steiner. Viste cómo terminó.

Sí, no me sentía tan mal respecto a su muerte. Lo que hizo que se me retorciera el estómago fue la verdad acerca de mi estadía en el internado oscuro. Se suponía que ahí estábamos seguros porque ese era el lugar que nos moldearía para convertirnos en quienes debíamos ser. Otra patética y elaborada mentira.

Tenía sentido. Nos dieron los roles, las armas, las herramientas, y las llaves del conocimiento, sin embargo, ellos siempre tuvieron el verdadero dominio sobre todo.

Controlaron todo. Nuestros horarios, nuestras comidas, y nuestras actividades. Dormimos, despertamos, y lentamente morimos allí. Planearon hasta el último detalle. Las sábanas, las decoraciones, las habitaciones, los libros y lo que haríamos con ellos.

Después de todo, los humanos estaban obsesionados con el control. No podían vivir sin reglas. El tiempo, el dinero, y los sentimientos eran formas de decirnos cómo comportarnos.

¿El reloj era tan necesario? ¿A quién le importaba a qué hora te fuiste a tomar una siesta?

Dormiste y listo.

¿Acaso no podían darle lo que necesitaba a alguien?

No, tenían que cobrarle por eso.

¿Se sentían vacíos?

¡Bum!

Existían los sentimientos, eso les iba a dar la sensación de que estaban llenos de algo.

Patrañas. Trucos, en realidad.

Fuimos como hámsteres que corrían en sus rueditas y ellos nos miraban a través del cristal, anotando la información que les servía antes de deshacerse de nosotros para llegar al próximo. Apostaba a que se burlaron de nosotros, pensando que nuestras vidas eran tan insignificantes como los bolígrafos que usaban para escribir sobre ellas.

Por eso yo tenía que evolucionar. El mundo seguía girando y torturando. No podía quedarme en esa piel para siempre, necesitaba cambiar igual que una serpiente y así poder clavar mis colmillos en ellos para regalarles un poco de mi veneno.

―¿También nos usaron a nosotros?

―Por supuesto. Los profesores no lo sabían, excepto Erin Connolly. Está de su lado. Me di cuenta de ello muy tarde. No es una científica oficial del proyecto, sino que le fascina la causa o eso es lo que deduje.

―Si te enteraste de que nos iban a manipular de esa forma, ¿por qué no hiciste nada? ―sondeé, fría. Mis preguntas se basaban en la escasa información que me cedió.

Se puso a la defensiva.

―No me hables así, jovencita. Lo hice. Mientras los demás investigaban los medios por los que llevaban a cabo sus fechorías, hice todo lo que estaba en mi poder para detenerlos. Han matado a miles antes. ¿Por qué crees que se detuvieron luego de unas pocas muertes?

Hice un mohín.

―No lo sé. ¿Por qué crees que pregunto?

―El punto es que pararon para no llamar la atención de los delegados. Viste el revuelo que hubo después de que anunciaron la muerte de un delegado, imagina si hubiera más. Pero pararon temporalmente. En algún momento iban a reanudar sus actividades extracurriculares y no podía permitir eso. Apenas descubrimos que había un laboratorio ahí, hicimos planes para demoler la academia y destruir lo que representaba.

Temblé ante los recuerdos.

―Y lo hicieron de una manera igual de violenta y aterradora.

―Es una lástima que lo veas así ―se atrevió a decir y apreté los dientes.

Era extraño. Ella se mostraba tan empática con los demás y a la vez tan cruel con ciertas personas.

―Es un hecho. Puede que tu causa sea buena, pero has estado con rebeldes tanto tiempo que has olvidado que solías ser una de nosotros. Si tú creaste esto y lo eras, significa que no todos nosotros somos monstruos. Pudiste mostrar un poco de piedad. Seguimos siendo humanos. ¿Cómo crees que nos sentimos esa noche?

―Igual de mal que los demás.

―No es una justificación válida ―repliqué, aguantando las ganas de levantarme de sopetón. Cerré las manos sobre el apoyabrazos de la silla―. Un segundo estábamos bien y al siguiente, estábamos temiendo por nuestra vida. Supongo que no es tan aterrador cuando sabes lo que va a ocurrir, pero yo pensé que iba a morir esa noche. De hecho, lo hice, según Theo.

―No es eso.

Alguien había apretado algo dentro de mí y no podía parar. El horror del ataque fue demasiado por muchos motivos.

―No, es mi turno de hablar. Aún puedo recordar el sonido de las bombas explotando, la vista de los edificios cayendo, y las caras de las personas que me importan corriendo por sus vidas. No puedes combatir violencia con violencia. No cuando la vida de millones está en peligro. Así que, no trates de vender esta imagen de té y galletitas y pretender que eres inocente cuando tú eres la razón por la que creí que...

Me callé a mí misma antes de mencionar a Diego. Era la razón por la que creí que el hombre que desafortunadamente quería estaba muerto.

―¿Qué?

―El punto es que no puedes declarar que quieres mejorar el mundo y también decir con orgullo que veinte personas murieron porque tú quisiste mandar un mensaje. Sí, leí las noticias. Que ellos sean monstruos no los convierte a ustedes en santos.

Esperé que me reprochara y me mandara al infierno, en cambio, ella respiró profundo y asintió.

―No te equivocas. Lo siento. Fue insensible de mi parte.

Tanta calma resultó inesperada.

―Okay.

―Y no lo decía con orgullo. Me alegro de que cerraran la academia, no de lo demás ―agregó Marlee.

―No se van a dar por vencidos, ¿no?

―Tampoco nosotros.

Se avecinaba una guerra inevitable. No creí que viviría para ver algo así. El futuro me aterrorizaba.

―Antes me dijiste que intentaste investigar acerca de las muertes, ¿qué tanta información conseguiste?

―No mucha ―aseguré, procurando no exhibir mis conocimientos acerca de mis idas y venidas por los pasadizos secretos de aquella institución derrumbada―. Te lo dije. Nadie quería hablar.

La líder de la rebelión no soltó el tema.

―Luvia les prohibió hablar, como muchas otras cosas. ―Su tono de voz cambió notoriamente al hablar de ella igual que yo solía hacer con el innombrable―. Vamos, sé que sabes.

―¿Sobre qué?

―Sobre nosotras. Ella me dijo que nos viste. Aquí no lo saben porque nadie suele divulgar su vida privada, pero no es un secreto.

―Sí, lo sé ―admití con una sonrisa nerviosa.

―¿Quieres saber esa historia también?

―Bueno, yo...

―Escucha. Sabes que te la voy a contar de todas formas ―repuso y nos sentamos más relajadas―. Sé lo que dije sobre ellos y que ella es uno de ellos. Sé que ha hecho cosas imperdonables, cosas que yo tampoco le perdonaré nunca, y entiendo que pienses que es un monstruo por ser parte de algo así. Sin embargo, no siempre fue así.

Ella tenía razón. Desde mi perspectiva, hubo momentos en los que Luvia Cavanagh dejó de ser humana y fue un monstruo para mí. Cielos, no sabía cómo podría quedarme ahí a escuchar el resto de su historia de amor a sabiendas de que yo fui quien la mató cuando ella intentó asesinarme.

―Sé que tu vida privada no es de mi incumbencia y no quiero importunarte con esta pregunta, pero, ¿cómo pudiste estar con ella sabiendo que era el enemigo que tratas de destruir?

Le divirtió la ironía de mi pregunta.

―¿Y tú cómo pudiste salir con Stone? Oh, yo también sé cosas. Es bastante obvio. Lo supe en el instante en el que los vi entrar a esa sala esa noche.

La declaración me cohibió. Ni siquiera debería estar sorprendida. Estábamos conversando sobre recursos y espías, claramente los usó para investigar a los Construidos. Aun así, no me gustaba que supiera de nosotros y lo dijera así como así. Era muy personal, como si ella siguiera siendo mi profesora y le hubiera dicho a la clase cada equivocación que tuve en un examen. Diego fue el peor error que cometí.

Por otro lado, era justo. Las dos sabíamos sobre las relaciones prohibidas de la otra. No me molesté en esconderlo.

―No es lo mismo. Estuve con él por menos de un año. Se acabó hace tiempo. Fue una aventura de verano. No significó nada ―mentí en la última parte―. Tú la conociste décadas atrás y creaste una organización para derribarla.

―Tienes razón. No es lo mismo. Ningún amor es igual al otro. La conozco y la he amado desde hace más años de los que tú has estado con vida. Pero al principio no era así. Ella solía ser buena y divertida y estaba tan llena de vida antes de que dejara que la Corte Real la corrompiera. Cuando llegó solo quería enseñar, solía emocionarse igual que una bibliotecaria organizando los libros que ustedes leerían años más tarde.

La forma suave, dolorosa, y afectuosa con la que hablaba me conmovió un poco.

―¿Qué le pasó?

Un indicio de lágrimas surgió en sus ojos verdes claros.

―Lo que nos pasa a todos. Cambió. Puedes amar a alguien toda tu vida, pero no será la misma persona de la que te enamoraste en un primer lugar. La gente cambia todo el tiempo y a veces esos cambios son muy grandes para ignorarlos.

Nuestra charla tomó un rumbo diferente.

―¿La seguiste amando después de todo lo que hizo?

―Sí. Lo gracioso es que estuvimos separadas más tiempo del que estuvimos juntas ―confesó con una sonrisa triste―. Sé que piensas que estoy loca, sin embargo, sabes lo que es querer a alguien que no debes. Ella estaba casada con Patrick, mi hermano. Pero nunca lo quiso, sus padres la obligaron, y a él tampoco le interesó mucho ella, era como un adorno para él. Es una de las razones por las que los rebeldes luchan para quitar la costumbre que impulsa a las alianzas y aplicar la ley que prohíbe el divorcio. Los matrimonios arreglados no deberían existir.

―No.

―Todavía me pregunto qué hubiera pasado si hubieran permitido que me casara con ella en vez de ponerla con él. Él pudo haber sido su esposo, pero ella era el amor de mi vida.

La última frase quedó rondando en mi cabeza.

Amar durante tanto tiempo a alguien que te hizo tanto daño y tener que esconderlo era algo con lo que podía identificarme.

La última vez que nos vimos él dijo que se había enamorado de mí y yo guardé silencio. No se lo dije. Fue como un beso que no devolví. Grité, sollocé, y me enojé, pero no recordaba haberle dicho sinceramente a Diego que yo también lo había hecho. Quizá fue para mejor que no se lo dijera.

―Apuesto a que las cosas hubieran sido mejores ―destaqué.

Su pelo cayó hacia delante al agachar la cabeza.

―No lo sé. Siempre fuimos y venimos, no porque no nos quisiéramos, sino por nuestros sueños respecto a Idrysa. Peleamos muchas veces por eso. Nuestras diferencias nos superaron. No puedes ser una cosa o la otra. No puedes ser la amante o la enemiga dependiendo del momento. Eres las dos siempre y puede agotarte lentamente.

Intenté ser la amante y la enemiga. No funcionó. Por eso elegí ser la enemiga.

―Lo sé.

―Mientras Luvia decidió colaborar con el experimento porque pensaba que mejoraría la condición del reino, yo vi las atrocidades que hicieron y elegí crear esto para detenerlos. Ella no sabe que yo soy una de las líderes de la rebelión del mismo modo en que yo no conozco la mayoría de sus secretos ―aclaró por las dudas―. Eso no impide que cada tanto tengamos momentos, momentos muy pequeños en los que dejamos de lado nuestras diferencias y somos felices antes de volver a alejarnos.

―¿Valen la pena?

―No te voy a mentir. Duele. Duele cada día. Pero sí, vale la pena. Y sé que nunca vamos a estar juntas, no después de lo que pasamos todos estos años. Pretender que sí no servirá de nada. Sin embargo, no puedo evitar sentir lo que siento y no quiero hacerlo. Puedes amar a alguien y no estar con esa persona porque lo mejor que puedes hacer por ti es alejarte. Cuando te enamoras, nunca sabrás si esa persona se convertirá en un monstruo o no en el futuro.

―Entonces, ¿qué haces?

―Esperas. Esperas que no lo haga. Si lo hace, es su decisión y no tiene nada que ver contigo.

―Es horrible ―expuse, pensando en lo doloroso que sonaba esperar constantemente para ver si alguien te rompía el corazón o no. Ya lo había experimentado.

―En ocasiones, los monstruos del presente solían ser inocentes que nadie supo amar en el pasado. Así que, haces lo que puedes y si no es suficiente, tienes que empezar a preocuparte por tu propia supervivencia.

―¿Por qué?

―Los monstruos comen y duermen, ¿por qué no podrían amar igual que nosotros? ―expresó Marlee―. Aun así, siguen siendo monstruos y nunca vas a estar a salvo por más que intenten protegerte.

Aunque me apenó darme cuenta de que ella no sabía que Luvia Cavanagh había muerto, no podía decírselo. Me mataría y con una buena justificación. No obstante, oírla resultó tan emotivo que tocó una fibra sensible de mi alma. Me sentí culpable. No arrepentida, simplemente culpable. Era retorcido.

―¿Ella te rompió el corazón?

―Todos los días. ¿Él te rompió el corazón?

En vez de jugar con mi anillo, llevé mi mano a mi collar para apretarlo con fuerza.

―Lo sigue haciendo ―se me escapó.

Marlee apartó las tazas y las galletitas para estirar sus brazos y sujetar mi mano con las suyas.

―El amor es como los seres humanos, puede ser tan bueno como malo. Pero si seguimos luchando por la humanidad, estaremos luchando por el amor también. No existe una cosa sin la otra.

―Repito: es horrible.

Fue lindo y cómodo poder discutir sobre ello con alguien que entendía el sentimiento y no tener a gente que me dijera palabras vacías sobre que todo iba a mejorar. A veces sentir que te habían roto el corazón era la única forma de aceptarlo para poder ir reparándolo y seguir adelante.

―Sí, lo sé ―coincidió, liberándome―. Todos tenemos razones para ser parte de la rebelión. Familia, libertad, amor, o independencia. Ya conoces los míos. Son todos esos. Quise a mi familia, a mis hermanos cuando eran pequeños, pero mi verdadera familia está en este lugar. No los odio. Tampoco mi relación con Luvia me impedirá seguir con mi misión y ya sabes por qué. Lo que busco es paz y darle a la gente lo que yo siempre quise y no pude tener. Tú puedes tener tus propios motivos.

Restauré mi antigua posición. La plática no eliminó mis aspiraciones políticas.

―Los tengo.

No me presionó para averiguar cuáles eran. Debería haberlo hecho.

―Bien. Sé que no te he contado todo, pero, ¿qué te pareció lo que te he dicho?

―No lo sé. No lo he procesado todavía ―mascullé con menos seriedad―. Me gustaría quedarme para averiguar más.

―¿Aceptas mi invitación?

―¿Tengo otra opción?

―Puedes irte si es lo que deseas. Nadie te va a retener aquí contra tu voluntad.

―¿No te preocupa que te traicione al final?

―Solo dímelo. ¿Eres capaz de hacerlo? ―indagó Marlee, buscando que confesara gracias al suero de la verdad.

Sonreí con una malicia disfrazada de diversión.

―Claro que sí. Pero no lo haré.

―Eso es todo lo que necesitaba saber.

―Todavía no me has dicho por qué me invitaste ―mencioné.

―Cuantos más aliados, mejor. Se acerca una guerra. Confía en mí, nadie quiere estar solo en una guerra.

Mi mente repasó los detalles para no olvidar ningún dato beneficioso.

―Oí que no eres la única líder. Conocí a Jason, vaya sorpresa. ¿Quién es el otro líder? Es una celebridad anónima hecha y derecha. Dicen que es para mantener su imagen libre de cualquier sospecha.

Se negó a responder con un nombre.

―Será así hasta que sea el momento apropiado y no me creerías si te lo dijera.

―Pruébame.

―No me corresponde revelar su identidad. La resistencia se hace cada vez más grande. Hay rebeldes desperdigados por todo el mundo. Un nombre no hará la diferencia. Lo importante es quienes somos como conjunto y nuestra meta en común ―discurrió.

Me crucé de brazos con una pierna sobre la otra.

―¿Y entonces cómo planean acabar con todo un sistema? Cielos, nunca pensé que haría esa pregunta.

―Hay muchos planes, no solo uno. Por ahora toma las cosas con calma y recorre el lugar, conoce la sede y a las personas. Hay mucho para aprender. Hasta puede ser divertido.

Pese a su amabilidad, ella estaba siendo precavida conmigo por las dudas. Claro que no me regalaría todas las respuestas en un día. Tendría que obtenerlas y lo haría de un modo u otro.

―Supongo que tendré que ganarme tu confianza ―expuse, guiándome con la lógica.

―No es personal. Todos aquí han tenido que ganarse su lugar. Tranquila, te prometo que seremos buenos contigo.

Para salvar al mundo no se necesitaba ser bueno, se necesitaba ser poderoso.

―Gracias.

Culminado con la reunión, Marlee se puso de pie y yo la imité.

―Bueno, por más que me gustaría quedarme charlando contigo, tengo asuntos urgentes que atender ―notificó ella, yendo hacia la salida.

―La maldad nunca descansa.

―No, ojalá se tomen un día libre. Espero que tengas un buen día. Nos veremos pronto.

En cuanto Marlee me abrió la puerta, salí con una tonelada de estrategias nuevas. La maldad nunca descansaba y yo tampoco.

🤍🖤

|PREGUNTITAS|

¿Sobrevivieron a todo el drama?

¿Quién diría que la tierna de Marlee sería la jefa de los rebeldes?

¿Creen que Kaysa podrá perdonar a los que le mintieron o quieren vengaza🔥?

¿Van a seguir leyendo?

💙 METAS 💙

2k de lecturas ✔️

40 comentarios ✔️

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top