10. Contigo

Su camino se diferenció mucho del mío. Nos introdujimos en un bosque que se convirtió en nuestro pequeño reino verde. El pueblo nos borró de su memoria y nosotros eliminamos al pueblo de la nuestra. Las abundantes precipitaciones nos atacaron en menor medida gracias a la flora compuesta por los majestuosos robles que nos protegieron. Si bien carecía de un reloj en mi muñeca para saber cuánto tardamos en llegar al famoso campamento, lo vislumbré enseguida entre los arbustos y las hierbas.

—Llegamos —me susurró Lucien, mirándome por encima del hombro.

Fue la primera cosa que me dijo en horas. No me había dirigido la palabra en todo el trayecto. Puso una especie de distancia invisible y asfixiante entre nosotros. Tenía una forma de hacer que te sintieras lejos de él, incluso cuando lo estabas abrazando con todas tus fuerzas. Su cuerpo me mantuvo caliente, no obstante, su presencia fue capaz de congelar el país entero con una mirada.

Yo tampoco le hablé. Nunca me topé con alguien con muros más grandes y resistentes que los míos. No sabía qué hacer. No quería derribarlos, no como lo haría con un rival, sino que deseaba que me dejara entrar y eso ponía un desafío para los dos.

¿Qué clase de adversarios éramos?

Admiré las tiendas de campaña que eclipsaban la oscuridad natural del atardecer que se desvanecía sobre nuestra piel. No había muchas, solo una colección de pequeñas tiendas que debían pertenecer a los guardias al estar unidas y una apartada y gigantesca. También había restos de una fogata bien construida. Lo más importante eran los vigías que permanecían en sus puestos en caso de que a algún demente se atreviera a asaltarlos.

La arboleda tapaba cualquier indicio de la presencia humana en la profundidad del bosque y las tierras altas colaboraban para que nadie intentara meterse con ellos. El paisaje que dibujaban me dio la impresión de que no tuvieron la asistencia de ningún elemento tecnológico más allá de las armas fáciles de cargar.

¿Por qué?

Por otro lado, los jinetes que nos custodiaban fueron los primeros en detener la marcha y saludar a los miembros de la guardia real que se quedaron para proteger sus pertenencias. Ellos nos observaron desde sus puestos. Alcancé a levantar la mano con la intención saludar y el hombre que lideró la cabalgata se bajó con rapidez y arruinó mi acción con sus modales similares a los del tronco de un árbol, es decir, nulas.

¿Dónde quedaron los príncipes caballerosos?

Resoplé, exasperada.

Me estaba preparando para bajar y caer directo al barro cuando Lucien abandonó lo que fuera que estaba haciendo para ayudarme, tomando mi cintura y depositándome en una zona donde la tierra estaba más seca. Lo hizo como si lo hubiera hecho miles de veces; casi por memoria muscular. Saqué las palmas de los hombros que sujeté, arrepintiéndome de decirle bruto.

¿Acaso leía mi mente?

¿Acaso se comportaba con bondad cuando yo decía que era malo solo para contradecirme?

Malo, pero bueno con quienes elegía serlo. Qué raro espécimen.

No eligió serlo conmigo.

Él ni siquiera esperó lo suficiente para escucharme decirle lo siguiente:

—Gracias.

Mis suposiciones se desvanecieron en cuanto se largó con una elegancia militar para ir hacia el campamento, obtener un reporte de sus súbditos.

Trabajo. Trabajo. Trabajo. Él prefería el trabajo antes que a mí o cualquiera.

¡Ni siquiera era el tipo del trabajo que valía la pena espiar!

A veces me trataba como si fuera un príncipe de cuentos de hadas y otras, actuaba como si yo no existiera.

¿Cuál era su problema?

Una mujer fue la única en reparar en el hecho de que no me moví desde que abandoné el caballo que ya se había sido llevado por otro hombre con el propósito de dejarlo con los demás.

—Hola, soy Vanessa Devon, soy la mano derecha de su Alteza Real —se presentó una de las uniformadas. Tenía los ojos marrones como las nueces, el cabello castaño y rizado, la piel bronceada, las facciones angulosas y unos diez centímetros más que yo—. Él me ha concedido el honor de mostrarle el lugar y guiarla mientras él se ocupa de otros asuntos.

¿Mano derecha?

Estupendo.

La importancia de la charla cobró un nuevo sentido para mí. De pronto, apareció un cartel que decía «información» en su frente. Todo lo que no podría averiguar a través de Lucien a causa de sus problemas de comunicación, lo obtendría mediante ella.

Chasqueé la lengua, dándome cuenta de que mi objetivo me abandonó apenas llegamos a destino.

—Por supuesto que lo hizo. ¿Puedo preguntar qué asuntos?

—Puede, pero yo no puedo responder o...

—O él hará que te corten la cabeza —deduje ante la expresión de la chica joven de alrededor de veinte años que se quitó su máscara antes de hablar conmigo—. Le gusta decir eso, ¿no?

—Sí, es su amenaza favorita.

Me abracé a mí misma, tapándome con la capa para no ceder ante el frío que venía con el viento que me calaba hasta los huesos debido a la lluvia que me empapó durante el trayecto.

—¿Tiene favoritas? Qué hombre encantador.

—Y eso es si está de buen humor.

—¿Hoy lo está?

—De hecho, es la primera vez que lo he visto más feliz desde que comenzamos la búsqueda —delató Vanessa, diciendo algo que no tenía sentido para mí al ver a Lucien soltando orden tras orden mientras caminaba.

—¿Ese es él siendo feliz?

Ahora desapareció en su tienda desmontable. Alejada de las otras. Protegida con dos guardias ubicados en la entrada. Su propia fortaleza. Decía mucho de él.

—He estado al servicio de su Alteza por más de un año y he aprendido a ver las señales. Están ahí si prestas atención a los detalles.

Le di un segundo vistazo a la tienda, como si pudiera averiguar qué sucedía dentro de ella o de la mente inaccesible de Lucien, y terminé agachando la cabeza con desilusión.

—Lo conoces más que yo. Tendré que tomarte la palabra —me limité a contestar.

—Y apuesto a que tiene que ver con encontrarla a usted.

—No creo que sea por la razón que implicas.

—No conozco muchos hombres que crucen continentes y viajen durante semanas en pésimas condiciones solo para encontrar a una chica. —Ella subió un hombro con un aura misteriosa—. Así que, nunca se sabe.

—No, nunca se sabe con él.

—Despreocúpese. Ahora es su turno de cumplir con su promesa y acompañarme a visitar al médico. ¿Le parece bien?

Mis labios no se separaron. Le indiqué que sí con un asentimiento y nos adentramos al campamento. No hubo novedades más allá de las miradas que recibí. No fueron recelosas, solo curiosas. Yo también me las daría si pasara tanto tiempo intentando localizar a una persona por un capricho de mi jefe. Eran las mismas miradas que yo les daba a su jefe. Quería saber si merecía la pena.

Vanessa me guio hacia la última tienda de la colección. Entramos sin aviso previo a una especie de consultorio médico improvisado y móvil. Camilla para pacientes. Mesa en el fondo. Hierbas medicinales en frascos. Maletín con instrumentos médicos para emergencias sobre ella. Doctor de alrededor de treinta años que acababa de cambiarle el vendaje a un guardia que se fue apenas nos vio. Tenía todo menos las herramientas modernas que esperé. Qué extraño. Tal vez querían mantener la fachada y esconder con cuidado cada pieza fabricada para la realeza.

—Nos vemos más tarde. Confío en que el doctor me llamará una vez que finalice el examen y así continuaremos con nuestro tour —me avisó ella, colocándose la máscara, y se retiró.

El examen fue riguroso y nada intrusivo comparado con otros que tuve el pasado. El doctor se mantuvo profesional sin hacer charla casual, lo que aprecié porque no me apetecía hablar sobre el clima, y me recetó lo que necesitaba. Aun así, no me gustó la expresión que realizó al ver las marcas de mordidas en mi cuello. A esa altura, se habían convertido en cicatrices que todavía estaban sanando, pero su consternación me demostró que su conocimiento acerca del peligro que venía con obtener una.

—Ahora espera aquí. Iré a buscar a la capitana Devon. Más allá de lo que discutimos, estás bien, pero ven a verme en un par de días para monitorear tus heridas. ¿De acuerdo?

Él dio por hecho que obedecería y partió sin un pestañeo de duda. Todos daban por hecho que su autoridad intimidaría a cualquiera, no era solo Lucien. Aunque sabía que sería molesto en el futuro, resultó algo reconfortante saber que no era un demente con aires de grandeza.

Incorporé la capa negra a mi conjunto y aguardé hasta que oí una voz grave y conocida que me atrajo como la luz a una polilla. No salí, simplemente escuché la conversación desde el interior de la tienda.

—Quiero un reporte completo y detallado —solicitó Lucien.

Bien podría ser un autómata. Su voz carecía de subidas y bajadas. No revelaba ninguno de sus intereses.

—No sé si esto prueba que la mantuvieron bajo cautiverio, pero sí, la señorita Aaline se encuentra bajo terribles condiciones —informó el doctor—. Ya no tiene heridas internas o profundas, solo múltiples moretones, cortes, y cicatrices por todo el cuerpo. Algunas nuevas, hace menos de un día, y otras un poco más viejas. Yo diría que si su historia es cierta, la vida no fue gentil con ella en estas últimas semanas.

Hubo un momento de silencio.

—¿Estará bien?

No tuve que ver su cara para saber que le aterraba estar en la presencia del príncipe. Titubeó y soltó varios sonidos nerviosos que lo comprobaron.

—Hay algo que me preocupa. Encontré mordidas recientes en su cuello. Mordidas humanas. Y también una marca apenas visible en su muñeca.

Para mi sorpresa, Lucien fue quien se quedó callado.

—¿Está infectada?

La mención del virus me puso la piel de gallina y más por parte de él.

—Necesito mis instrumentos, mis verdaderos instrumentos para confirmarlo.

—Hice una pregunta —cortó con ese tono asesino que hizo un nudo en mi estómago.

—No, ella no está infectada.

No ahora, corregí tras volver a respirar.

—¿Ella estará bien?

La charla recobró su luz.

—Con tiempo y cuidado.

Nunca resultaba agradable escuchar a gente hablar de ti a tus espaldas, aun así, ¿qué más podía hacer? Iba a suceder de todas formas y más después de la situación que vivimos.

Mis cavilaciones se fugaron al igual que una persona. Sus pasos lo pusieron en evidencia.

—¿Pudiste escuchar todo o quieres que te repita alguna palabra por si te lo perdiste? —consultó Lucien y vislumbré su silueta al otro lado de la tienda.

Un mohín cargado de vergüenza se apoderó de mí.

—¿Cómo te diste cuenta?

Él corrió la cortina de la tienda sin atreverse a entrar. Se mantuvo afuera y yo, dentro.

—Tengo un poder especial que me permite saber cuando estás cerca.

Arrugué la cara, divertida.

—Ya, en serio.

—Tu sombra te traicionó.

—Seré más cuidadosa la próxima vez.

La incredulidad se marcó en su lenguaje corporal. Se había desasido de sus armas y, con ellas, se quitó el escudo invisible que lo protegía de lucir como una persona normal.

—De acuerdo, gracias por la advertencia.

—Soy bastante chismosa. Te lo aviso de entrada —dije con franqueza.

—Tenía el presentimiento de que lo serías.

—¿Te lo dijo otro de tus reportes sobre mí?

—No, tus ojos de loca.

Se me escapó una carcajada sincera y tonta. Intenté silenciarla con mi palma. Luego, me rendí y quise darle un golpe en el hombro. Me retracté a medio camino al recordar que no estaba bromeando con un hombre cualquiera.

—¡Retráctate!

—¡Y ahí están otra vez!

Arqueé una ceja.

—No has visto qué tan loca puedo ser.

—Ojo, puedo llamar a mis guardias en cualquier momento. ¡Guard...! —inició y me vi obligada a interrumpir su falso llamado de ayuda.

—Eres el único que salvaría a alguien solo para arrestarlo horas más tarde.

—Es una cualidad necesaria para ser de la realeza.

Le creí.

—Muy bonito. Deberían ponerlo en un discurso. Conmovería al pueblo en un santiamén.

—Lo hicieron. No funcionó.

—Me pregunto por qué —bufé con ironía.

—Yo también. Era un buen discurso.

Traté de no dejarme llevar, no demasiado. En mi defensa, no imaginé que platicar con él sería tan sencillo y saldría de manera tan natural. Pensé que tendría que preparar discursos y sacar tarjetas con diversos temas de conversación. Me equivoqué. Mucho. Eso me preocupaba.

¿Cómo podía pasarla bien con alguien como él?

Yo no era un ángel, como dijo él. Me veía tentada ante las olas llamativas del mal. Pero él ya había caído a las profundidades de donde nadie era capaz de volver a la superficie como una buena persona. No estábamos al mismo nivel. No todavía.

Así que, ¿por qué sonábamos como si fuéramos amigos? ¿De dónde provenía la confianza?

Nos metimos de lleno en una mina sin preparación alguna.

¿De qué cueva milenaria excavamos para extraer aquel material que brillaba como un diamante oscuro cuando hablábamos?

Qué locuras se infiltraban en mi cabeza. Me predispuse a actuar con seriedad.

—Volviendo a lo que nos compete, ya estás familiarizado con mi estado actual. ¿No me vas a contar sobre por qué creías que estaba infectada?

Modo autómata de nuevo.

—Eso es información clasificada.

—¿Cómo puede ser clasificada? ¡Era mi reporte médico!

—¿Quieres hablar de todas las injusticias del mundo o solo esta en particular?

—No. Si me uno a tu proyecto, ¿me lo dirías?

—Tal vez.

—Oh, vamos, hombre. ¿Qué más quieres de mí?

Su pecho se hinchó al debatir igual que un torturador que no sabía si elegir una cuchilla o fuego para atormentar a su víctima.

—No lo sé. Hay tantas posibilidades.

Humedecí mis labios con los nervios crepitando por todos lados.

—¿Qué piensas hacer conmigo?

Lucien se arremangó ambas mangas de su camisa. Algo me decía que se estuvo ejercitando en las semanas que estuvimos lejos.

—Ven a mi tienda —demandó sin más.

Por un instante, desconfié de mis oídos.

—¿En serio?

El príncipe se dio la vuelta para irse.

—No lo repetiré.

Levanté mi capa para que no se llenara de barro mientras lo seguía.

—Ya voy, no me apresures.

Cruzamos los escasos metros del campamento, ignorando las miradas ajenas, y nos metimos en la tienda más grande del lugar. Nadie nos recibió. Estaba allí solo para nosotros dos.

Poseía lo que imaginé. Exactamente lo que imaginé. Parecía sacado de un sueño antiguo que tuve a inicios de otoño. Los muebles, en especial. Había una cama plegable y humilde, un bolso grande, abierto y lleno de ropa a su lado, una mesa en el centro con mapas y las armas de Lucien, otra mesita con toallas limpias y un neceser con elementos de higiene nuevos, y una tina de madera con agua cerca de un espejo de cuerpo completo. Incluso el césped bajo mis pies me dio una sensación de déjà vu.

Me cuestioné a mí misma si podía ver el futuro.

Entonces, Lucien se volteó a verme con los puños cerrados sobre su mesa central y una energía intensa se clavó en mí.

—Quítatela.

—¿Qué? —pregunté, confundida.

Fue certero y autoritario. Sin dudas. Sin timidez. Directo al grano. Directo a mí.

—La ropa. Quítate la ropa.

Estuve a punto de desmayarme sobre la cama que él me quería tener. O eso me dio a entender.

¿Quién lo hubiera predicho?

No me dio ninguna señal de ser ese tipo de hombre. Era un príncipe, por ende, asumí que sería más calmado y no tan caliente.

Me acaloré como si llevara un vestido que era solo transparente a sus ojos penetrantes.

—¿Aquí? ¿Ahora?

—Sí. Supuse que no querrías hacerlo en medio del bosque —bromeó y la imagen mental que fabriqué me escandalizó.

El señor "sigo los protocolos y cumplo todas las reglas" quería hacerlo conmigo en el bosque.

Le gustaba duro. Bueno, ¿a quién no? Aun así. Qué salvaje.

—No. Pensaste bien.

Ya no tuve más frío.

—Entonces, ¿estás lista?

Tuve que planteármelo bien y ser franca.

Aunque podría decirse que él no se parecía a nadie que conocía y resultaba difícil de abordar en los términos normal, no iba a negarme.

Si lo veía bien, no estaba nada mal.

Listo. Lo admití. Me iría al infierno por eso.

Más allá de que los historiadores podrían considerarnos personas de bandos opuestos, ya había cruzado esa línea en el pasado y el tenía algo que no podía describir que resultaba atractivo a simple vista.

—Bueno, no lo sé. Esto es algo precipitado, pero... —accedí tan segura de lo que deliberábamos que me desabroché la capa.

Por alguna razón, Lucien se enderezó y actuó confundido.

¿Juego previo raro? Ni idea.

—¿De qué hablas?

Entrecerré los ojos.

—¿De qué hablas tú?

—Iba a decirte que no tienes que dormir en el bosque. Puedes usar mi tienda, darte un baño aquí en vez del mar como los guardias, y hacer lo que se te plazca —comunicó de manera profesional—. ¿Qué pensaste?

Quise ahogarme en la tina que mandó a preparar para mí.

Señalé a mi cabeza.

—Algo que jamás sabrás. Todo está seguro aquí.

Podría jurar que él sonrió. Nunca lo sabría debido a su estúpida máscara.

—Sí, sí, sí.

—Además, ¿qué quieres que pienses si me pides que me desnude? —protesté, tropezándome con las palabras—. ¿Acaso vas y le pides eso a todas las mujeres que conoces?

Le fascinó cada sonido nervioso que brotó de mí.

—¿Por qué lo preguntas? ¿Te pone celosa?

Negué con efusividad. Tal vez demasiada.

—No. ¿Por qué lo haría?

—No lo sé. Hace un minuto estabas dispuesta a tener sexo conmigo —comentó con un punto válido.

Me adelanté un paso, estando a la defensiva.

—¡Yo no dije eso!

De hecho, lo dije, acepté en mi interior.

Permaneció en su sitio. Tranquilo, pero entretenido.

—¡Tampoco lo negaste!

Retrocedí a la vez que me pasaba una mano por el pelo desordenado. Tuve que respirar profundo y buscar la madurez en mí.

—Gracias por tu hospitalidad. Voy a aceptar la oferta.

Sus ojos me deslumbraron con malicia.

—¿Cuál?

No pude evitar sonrojarme. No pude hacerlo. Fue una reacción corporal que no tuvo nada que ver conmigo.

—Vete antes de que haga algo de lo que me arrepienta —pedí, señalando a la salida.

Pese a que se quejó, él se dirigió a la misma.

—Oye, sigue siendo mi tienda.

Empujé al príncipe a la vez que empujaba esas emociones inapropiadas y fugaces por un precipicio.

—Ya no. Me la diste.

Una vez que la soledad se hizo innegable, me desnudé y me metí en la tina. Necesitaba un momento para mí misma con desesperación. Codearme de tanta gente desconocida y peligrosa me ponía los pelos de punta y necesitaba pausar el runrún paranoico que se hacía más fuerte en la presencia de los demás.

La misión había iniciado de manera oficial. Progresé. Ya me infiltré en su campamento. Ya me acerqué a Lucien. Mucho. Hice todo lo que pidieron. Era por una buena razón, no todo sería egoísta, ¿verdad?

El agua tibia se movió a causa de que apreté mis rodillas contra mi pecho. Allí giré el cuello de casualidad y mi atención terminó en el espejo. Deseé haberlo tapado antes de bañarme porque mi reflejo parecía una sombra en vez de lo que yo era en realidad. Lucía tan infeliz y dañada. Otra vez. Qué pesadilla repetitiva.

En consecuencia, relajé mis músculos adoloridos, me estiré y tomé aire antes de hundirme bajo el agua. Casi me quedé dormida por el agotamiento de la cabalgata y lo demás. No quería ser el fantasma que deambulaba y sollozaba en el bosque que usaban para asustar a los niños que acampaban. Todavía estaba viva, así que iba a hacer lo que los vivos hacían. Reírme. Vengarme.

¿Qué más?

No lo sabía, pero averiguarlo era mi trabajo como espía.

Minutos después, aseada y con el aliento fresco, revisé la tienda útil envuelta en una toalla en busca de información. No había cosas escondidas en ningún lado. Lucien no guardaba ningún plano importante, libro entretenido o bebida alcohólica de preferencia. En serio deseaba encontrar esa última. Podría decirse que la tienda de Lucien estaba como nueva. Sin apegos emocionales. Fácil de desechar o transportar en el carromato que vi al entrar. Hecha para seguir adelante con rapidez.

El único dato que hallé estaba en los mapas que marcaban todos los sitios a los que viajaron con la esperanza de encontrarme. Vi muchos en muy poco tiempo. Viajaron ante el mínimo rumor de que yo podía estar en cierta aldea o atrapada bajo las garras de cierta banda criminal. Me puse a pensar en todas las personas que debieron enfrentar y probablemente matar en el camino. Me dio pena y luego escalofríos. Una buena intención que dejó huellas de sangre a su paso.

Cielos, me volvía loca no saber por qué le importaba tanto.

¿Por qué?

¿Por qué?

¿Por qué?

Escribiría esa pregunta una y otra vez en mi diario si tuviera uno conmigo.

En fin, revisé el bolso con ropa, intuyendo que vestiría algo con aires principescos, y me sorprendí al toparme con una selección pequeña de vestidos y demás pequeñeces. Tomé mi favorito y lo apreté contra mi cuerpo frente al espejo.

Pasó tanto tiempo desde que me preocupé por temas banales que admiré la pieza con un estilo similar al de las chaquetas militares repletas de botones que poseía las mangas largas y abrigadas y una falda con cola que permitía que mis piernas respiraran. Se coronó como el elegido. 

Me uní al campamento de noche con una manta cubriendo mi espalda a causa de las bajas temperaturas. No llovía. Una fogata con llamas controladas fulguraba, siendo el centro de atención. Allí cocinaron algo que no me gustaría saber de dónde provino para no ponerme sentimental. Los guardias reales estaban sentados a su alrededor, devorando sus porciones, conversando en voz baja, o entrando y saliendo de la tienda principal. Todos estaban sin sus máscaras, excepto el hombre al que yo me dirigí sin pensarlo dos veces.

Lucien no tuvo que levantar la vista para sentir mi presencia desde atrás.

—Largo —soltó él de repente y me entristecí al pensar que me lo estaba diciendo a mí—. Estás en su asiento.

Acto seguido, se levantó el sujeto que se había puesto a su lado en el tronco en el que se sentaban frente al fuego. El asiento era para mí. La ternura regresó.

—Perdón —me disculpé con el desconocido antes de concentrarme en el príncipe—. No tenías que ser tan descortés.

Él se limitó a palmear el lugar que quería que ocupara y me senté de mala gana.

—De nada.

Chisté.

—¿Se le ofrece algo para cenar, señorita Aaline? —intervino el guardia que repartía los platos de aspecto rústico y acepté lo que me entregó con una sonrisa amable.

—Sí, muchas gracias.

Pude notar que Lucien volteó los ojos, por ende, agregué lo siguiente en un susurro:

—Así es cómo se hace, su Alteza.

—¿Tú no deberías descansando? —preguntó él, harto.

Incliné mi cuerpo sutilmente en su dirección.

—¿Por qué? ¿Estás preocupado por mí?

Su respuesta fue seca y directa.

—Sí. Eres mi inversión, ¿recuerdas?

Me enderecé.

—¿Cómo olvidarlo?

—¿Y?

—Tengo problemas para dormir —confesé, apenada—. Soy sensible al ruido y no estoy acostumbrada a esto.

De pronto, Lucien se puso de pie, aplaudió para llamar la atención del campamento, y gritó lo siguiente:

—¡Mi invitada no puede dormir! ¡Todos dejen lo que están haciendo y váyanse a sus puestos!

Mi boca se abrió ante la escena que montó. Miré a los guardias, avergonzada, dejé mi manta en el tronco y me levanté en busca de apaciguar las aguas.

—¡Estoy bien! ¡Todos continúen con sus actividades con tranquilidad!

El príncipe me enfrentó con la mirada sin saber qué hizo mal y yo lo guie con el brazo para que se volviera a sentar conmigo y así salir del escrutinio público.

Los presentes nos miraban como si yo hubiera roto todas las reglas del príncipe y se sorprendieran de que no me mandara a la horca. Yo también estaba sorprendida. Le desobedecí, lo toqué, y él me terminó haciendo caso a mí.

—¿Qué haces? —inquirió Lucien—. Creí que eso era lo que querías.

Contemplé con incredulidad, después me di cuenta de que hablaba de verdad, y liberé una pequeña risita.

—¡Por todos los clanes! Nunca conocí a nadie cómo tú.

Parpadeó sin extraviar la confusión inocente que irradiaba.

—¿A qué te refieres? ¿Un príncipe?

No supe qué contarle. Me quedé sin palabras.

—Sí, un príncipe.

Entonces, me aclaré la garganta y puse un poco de distancia entre nosotros.

¿Acaso me acababa de dar ternura el hombre al que llamaban "la bestia"?

No, no, no.

—Bueno, el doctor te recetó descanso. Te ordeno que vayas a tu cama después de la cena —exigió él, exudando una autoridad repentina, y lo estudié desde la cercanía.

—¿Vendrás conmigo?

—¿A tu cama?

—Sí —corroboré.

Quería vengarme por el malentendido de antes.

El nerviosismo ecuánime parecía una contradicción imposible, sin embargo, Lucien lo ostentaba en ese instante y por mi causa.

—¿No deberías estar sola si quieres dormir?

Me aseguré de ser precisa, incluso entre líneas.

—Tal vez no quiero dormir.

—Eso no importa —cortó, deshaciéndose del primer botón de su camisa como si tuviera mucho calor—. Las órdenes del doctor son las órdenes del doctor.

—Yo soy una doctora.

Las estrellas de la noche brillaban a pesar de que las nubes querían cubrirlas.

—Rose.

—Y está científicamente comprobado que la compañía de otros ayuda a mejorar a los pacientes —añadí, tirando de mi labio inferior—. ¿No quieres que mejore?

—Eso no está científicamente comprobado.

—Soy una científica y digo que es cierto.

Arruinando el momento de nuevo, Lucien se estiró para darle el plato sucio al guardia que se encargaba de lavarlos. Ya había perdido el apetito o quizás deseaba comer otra cosa.

—Yo soy el futuro rey, supero a todos en rango, y te digo que te irás a dormir sola.

Me metí el tenedor a la boca, frustrada.

—Como sea.

—Y partiremos al alba —informó con rectitud, tapándome con la manta—. Te lo aviso en persona, como quieres. Los demás ya lo saben.

—Como sea.

Su necesidad imperial de una confirmación resurgió.

—No es un chiste.

Apreté los dientes.

—Lo sé. Estaré lista.

Transcurrió alrededor de un minuto y no pronuncié una palabra. Un silencio pesado habitó entre nosotros. Aproveché para comer el estofado hecho con pocos ingredientes, ignorando los vistazos fugaces que Lucien me daba, como si esperara a que yo iniciara la conversación. Pues, eso no iba a suceder.

—¿Te gustó la comida?

Jugué con la cuchara.

—¿Por qué lo preguntas? ¿Tú la cocinaste?

—No, yo solo... —Él suspiró con frustración—. Olvídalo.

Cuando el guardia de antes vino a recolectar mi plato sucio, decidí acompañarlo para ayudarlo y lavarlos con él.

—¿Está segura? No deseo molestarla, señorita.

Pese a que percibí su miedo por una posible reprimenda, me aseguré de hacerle saber que no sufriría ninguna.

—No es una molestia. Todos deberían ayudar en el campamento.

Entonces, escuché unos pasos acercarse.

—Todos, ¿no?

Mis ojos se suavizaron al ver a Lucien.

—Sí.

El gesto apaciguó mi mal humor.

Aunque la estación que prepararon para acumular y lavar era precaria y se ubicaba en el medio del bosque, no protesté ni una vez. La sede me enseñó mucho. El guardia real se dedicó a ir y venir con las cucharas y los platos sucios mientras Lucien y yo nos turnamos para realizar la labor.

Creí que él sería cruel y grosero con sus empleados como la mayoría de los nobles. Lucien solo era Lucien. Mantenía una distancia prudente, nada más.

Tampoco fue torpe y poco experimentado al trabajar. Me sorprendió al ver que tenía las habilidades básicas de un adulto. Al menos sabía hacer algo, además de dar órdenes.

Entre plato y plato, brisa que sacudía las hojas, y voces lejanas, capturé sonidos del crujido de unas ramas. El sonido de una pisada.

Intercambié una mirada con Lucien, quien pareció tener el mismo pensamiento que yo. No tuve que preguntarle si lo escuchó, sino que asintió como respuesta al anticiparse a mis dichos.

Sin embargo, la alerta pasó de largo. El campamento seguía estando libre de atacantes. Resultaba tan extraño decir eso, teniendo en cuenta que días atrás yo habría sido considerada una atacante. Cambiar de bando tan rápido jugaba con mi mente y mi corazón.

—Sé que eres más que una inversión —declaró él con burbujas y jabón en las manos—. Yo solo no sé cómo decir este tipo de cosas.

Frené por unos segundos.

—¿Cosas amables?

Le costó admitirlo.

—Sí.

Yo tampoco quise ser muy dura.

—De acuerdo. Puedes aprender.

Navegando entre confesiones valientes, él agregó:

—Y supongo que es bueno que no estés muerta.

—Me alegra que hayas venido —declaré, afable—. En serio.

Y eso fue el inicio de algo raro y bueno.

Nuestra tarea nos dejó exhaustos o al menos a mí. El guardia real regresó para encargarse de guardar los platos y utensilios secos donde correspondían, liberándonos de la actividad. La mayoría de las personas se habían ido a dormir. Las luces del campamento se redujeron a puntos brillantes como luciérnagas. La fogata acabó siendo cenizas. Se movían rápido. Les di crédito por eso.

―Ha sido un día largo. Si me disculpas, me iré a la cama. ―Me encaminé hacia la tienda que me cedió el príncipe y luego lo miré de reojo―. Sola.

Dos segundos. Tardó dos segundos en reflexionar y perseguirme.

―No tan rápido.

Esbocé una sonrisa triunfal y luego borré cualquier rastro de ella al encararlo.

―¿Vas a venir conmigo?

―Sí, pero por el interrogatorio que me debes ―aclaró Lucien con una obviedad altanera.

El interrogatorio. El interrogatorio que podría acabar con mi cuerpo quemándose en la hoguera o con un anillo de compromiso de la dinastía Black en mi dedo. Todo o nada. Mi vida dependía de ese interrogatorio.

Peiné mi cabello suelto con una mano y lo acomodé encima de un hombro, relajada.

―Me olvidé de eso.

Reanudamos la caminata.

―Pues, yo no.

―¿Acaso todo tiene que ser cuándo y cómo tú quieres? ―cuestioné, alargando la charla.

―Es una de las ventajas de ser quién soy.

¿Ser quién?

¿La última máscara que vieron miles de inocentes antes de morir?

¿O el rostro que todos los nobles juraban que querían ver en el trono?

Me daba miedo la respuesta. Me daba miedo estar con él a la vez que me asustaba no sentirme tan aterrorizada como pensé que lo estaría.

―¿Has contado la cantidad de veces que mencionaste tu título?

Puso las manos en los bolsillos de sus pantalones, mostrándose tranquilo y casual.

―¿Has contado la cantidad de veces que me has desafiado?

Recuperé mi manta previo a ir a la tienda. Los guardias reales endurecieron su postura. Nosotros continuamos hablando al estar acostumbrados a tener conversaciones que debían ser privadas en medio de una multitud.

―Me detendré si tú te detienes.

―No creo que pueda ―susurró él, inclinándose un poco hacia mí antes de enderezarse como si no hubiera hecho tal cosa.

Algo me decía que su Alteza no era tan ingenuo y sabía lo que hacía.

Llené mis pulmones de aire, incrédula, y separé la cortina pesada de la tienda.

―Buenas noches, caballeros ―saludé a los guardias.

Lucien vino detrás de mí.

―Pueden retirarse. Nosotros estaremos ocupados.

Me intrigó el tinte misterioso que coloreó su voz. Su voz era todo lo que yo tenía. Yo sentía que tenía que andar con los ojos cerrados a su alrededor y mi guía hacia él era su voz y cómo lo delataba en raras ocasiones, tocando melodías intensas, casi agresivas, o algunas tan suaves que venían con un código oculto que debía descifrar. Él era un mensaje secreto que no sabía cómo leer. Aún.

Deposité la manta en la cama y me senté en ella con las piernas cruzadas.

―Antes de que empezamos, quiero darme una idea de cuánto durará el interrogatorio.

―No lo sé ―respondió Lucien, estando de espaldas, y finalmente se fijó en mí―. Quizás nos llevará toda la noche.

No supe si alegrarme o decirle cómo quería que fueran mis arreglos funerarios.

Por suerte, alguien irrumpió en la tienda tras anunciarse.

―Perdón por la intromisión. Vengo por el reporte final ―comunicó Vanessa, la mano derecha de mi acompañante. Me intrigó ver cómo interactuarían―. Los vigías ya iniciaron su turno. Los guardias reales y yo nos iremos a descansar. Ya tenemos su lugar preparado en la tienda número uno. El campamento está seguro y listo para partir mañana.

Fue aburrido. Lucien no tuvo una reacción en particular.

―De acuerdo.

Me puse de pie para tener una vista de cerca.

―Solo por curiosidad, ¿cuántos reportes le das al día? ―indagué con una actitud bromista.

―Unos cien ―contestó ella, agotada― y esos son solo los reportes que me pide a mí. Me da pena el cocinero. No quieres saber cuántas veces le pregunta cuándo estará la comida. Es como un niño.

El príncipe levantó el índice para decir algo, cerró el puño con arrepentimiento, y bajó la mano.

―El punto de cocción es importante. Además, les sorprendería saber la cantidad de veces que han intentado envenenarme con una sopa. Vamos, con la comida no.

Abracé mi estómago con un brazo y mordí las uñas de mi mano libre, observándolo, entretenida. Él cambiaba de humor con una facilidad emocionante.

Por otro lado, Vanessa relató la versión real de los hechos.

―Fue una vez y no lo envenenaron, sufrió una intoxicación por comida en mal estado.

Chasqueé la lengua.

―Qué exagerado.

―Es lo que dije yo ―soltó Vanessa, poniéndose de mi lado, sonriente.

―¿Sabían que una vez pusieron veneno en mi jugo de naranja?

Lucien apartó la mirada y agachó la cabeza en silencio. Vanessa ni lo notó, en cambio, me respondió.

―Sí, salió en el periódico. Lo siento.

―Fue vergonzoso, pero al menos fue real.

―Siento que hay un complot desarrollándose frente a mí y no me gusta ―declaró él, cruzando los brazos.

A Vanessa le causó risa.

―Son muchos reportes, hombre.

Sostuve mi posición y le puse una mano en el antebrazo para no sonar demasiado brusca.

―Tienes un problema.

Ni siquiera lo negó.

―Tengo muchos. Ese no es el punto.

Asentí varias veces.

―Ajá.

Él se defendió con ahínco.

―¡Me gusta saber lo que sucede en mi reino!

―¿Todo? ―presioné.

―Soy bueno en lo que hago o no lo hago en absoluto.

Guardé su respuesta para mí.

A continuación, me dirigí a Vanessa con compasión.

―Él debe hacerte pasar por tantas molestias.

Ella suspiró como si trabajar para él fuera el peor trabajo del mundo.

―Lo hace.

Lucien sacudió los brazos.

―Ni siquiera tienen la decencia de hablar a mis espaldas. Qué descaro.

―¿Quién dice que no lo hago? ―recalcó Vanessa. Parecían hermanos. Por ende, ella definitivamente tendría un montón de información jugosa que yo podría extraer más tarde.

―Puedo hacer que les corten la cabeza.

Vanessa y yo intercambiamos una mirada cómplice ante la amenaza específica que usó. Tal vez ella podría caerme bien en un futuro. Claro, dentro de mi trabajo encubierto.

―Bien. Me retiraré. Sigan con sus asuntos. Buenas noches. Su Alteza. Señorita Aaline.

Una vez que la chica se retiró, la tensión se instaló en mi anatomía. Cada palabra era un movimiento destinado a ganar el juego más grande de Idrysa. No podía fallar.

―Te aconsejo que te pongas cómoda, estaremos aquí un rato largo ―me avisó Lucien, reanudando el interrogatorio como si nada.

Estaba muy inquieta para sentarme, por ende, me dirigí a la mesa central y apoyé los codos sobre la misma.

―Pregunta lo que quieras.

Él empezó a dar vueltas alrededor de mí con lentitud, acechando igual que un depredador que ya había capturado a su presa y la estudiaba antes de consumirla.

―Cuéntame todo desde el inicio.

―Bueno, nací una fría y tormentosa noche de invierno ―respondí, sincera.

Lucien dobló el cuello, molesto porque eso no fue lo que pidió, y se acercó a la mesa, descansando las palmas sobre la misma.

―Aunque sería muy interesante oír la historia de cómo llegaste a este mundo, eso no es lo que pregunté y lo sabes.

Arrastré los dedos sobre los mapas, desanimada.

―Entonces, tienes que ser más específico. Comunicación, su Alteza.

―Préstame atención ―pidió, tomando mi mano para detener mis movimientos. Aunque lo hizo con suavidad, me tomó por sorpresa. También me llevó a cuestionarme por qué usaba guantes, además de la máscara. Entonces, él me liberó.

Descansé mi mentón sobre mis manos perfectamente alineadas una sobre la otra para contemplarlo directo a los ojos.

―Si insistes.

Carraspeó la garganta, destilando nerviosismo a través del muro que puso entre nosotros.

―Lo último que se supo de ti fue que te perdimos durante el bombardeo de la academia. Me informaron que regresaste al ataque, incluso cuando tus padres ya habían obtenido una forma de escape. Puedes empezar por ahí. ¿Qué hiciste después? ¿Por qué regresaste a un lugar tan peligroso?

Me congelé en un instante. Perdí mi chispa. Real o no.

La pregunta trajo de vuelta muchos sentimientos que ya no eran bienvenidos a mi corazón.

Revivir esa noche era como volver a una casa embrujada que una vez estuvo repleta de recuerdos y cosas que solían amar tan solo para darme cuenta de que todo había adquirido un tono grisáceo por la falta de alegría y las grietas que se generaron con cada vez que rompió mi corazón. Ya nadie volvería a vivir feliz allí. Yo no lo sería con él.

La persona por la que yo regresé a una batalla campal murió para mí. No quería hablar con o de él. No quería mencionar su maldito nombre.

Diego Stone.

Gracias a la distancia pude fingir que no existía, que nunca formó parte de mi pasado, y que lo vivimos juntos fue un sueño de verano que no olvidé al despertar. Sin embargo, pronto estaríamos en la misma ciudad, donde no lo podría evitar a él o el hecho de que el amor que sentía por él todavía coexistía con el daño que me causó. Tendría que enfrentarlo tarde o temprano. Por suerte, sería más tarde.

Lucien no podía saber de mi relación con él. Siempre quedaría como un secreto que jamás debió suceder y un error que no se volvería a repetir.

―Volví a buscar algo en la Torre de Construidos. Ya ni recuerdo qué. Sucedió muy rápido. Me di cuenta de que el edificio iba a colapsar e intenté salir lo más rápido que pude, pero no lo logré ―informé sin mentir ni confesar que volví para asegurarme de que el hombre al que quería estuviera a salvo.

Lucien no entendería lo que era amar tanto a alguien que arriesgarías tu vida y sacrificarías todo por esa persona. Él era el príncipe del reino sin corazón. Su dinastía mataba a la gente que entregaba su alma a otra sin esperar nada a cambio. El concepto del amor le resultaba repugnante, ¿no?

―No debiste haber regresado.

Hundí mis cejas ante la reprimenda.

―Lo sé ahora. No puedo cambiar el pasado.

―No, nadie puede ―murmuró él, bajando sus defensas justo antes de alzarlas bien alto―. ¿Y después? ¿Cómo terminaste a manos de la rebelión?

―No sé esa parte. Lo último que recuerdo es cerrar los ojos en esa batalla brutal y luego abrirlos en un sitio completamente diferente.

―Descríbelo.

El heredero al trono nunca pedía. Siempre ordenaba.

Aun así, no protesté. Su mal genio y su personalidad áspera y molesta como la arena me sacaban de mis penas húmedas como lágrimas.

―No logré ver mucho, solo lo que me mostraban. Pero sé esto. Estaba en una zona desértica. Lejos de la capital. No tengo la ubicación precisa. Estaba cerca de un Territorio Blanco justo como la aldea en la que me encontraste.

Le emocionó atrapar los hilos sueltos con los que lo envolví para caer en mi red de mentiras.

―Así es cómo deben operar. Eso es de mucha ayuda, en realidad.

Recuperé mi chispa. Despacio.

―¿No te alegra todavía más haber venido por mí?

Realizó un asentimiento, no uno bueno, sino uno sarcástico.

―Te gusta recibir muchos cumplidos, ¿no?

―Porque soy buena en muchas cosas ―afirmé, acunando mi rostro con las manos. La confianza era un estado de ánimo―. Y muy bonita. ¿Por qué crees que llamo la atención a donde sea que voy?

―Porque estás loca.

Le di un golpe a la mesa.

¿De dónde sacaba esos datos tan correctos?

Por todos los clanes.

―Oye, el doctor te dijo que seas bueno conmigo.

―El doctor no puede darme órdenes, soy... ―inició y empezó a agobiarme otra vez.

―¡Lo sé! ¡Lo sé!

El señor enderezó su postura y sacó pecho.

―No puedes hablarme así. ¡Yo no soy cualquiera! ¡Soy tu príncipe!

Cielos, bufé en mi interior.

―¿Mío?

Me rompió la burbuja.

―Del pueblo, en general.

―El príncipe de las repeticiones, eso es lo que eres ―mofé―. ¿Cuántas veces más vas tengo que oír esto?

Se cubrió con los mapas igual que un cachorrito regañado y luego los bajó para actuar con coraje.

―Es mi título.

Fue mi turno de ser severa. Él me dijo loca. Yo le dije aburrido. Estábamos a mano.

―Se está volviendo aburrido. La palabra está perdiendo impacto.

―Tengo un reino y el mundo entero a mi disposición ―declaró Lucien con toda la seguridad posible―. ¿Eso no es suficiente para ti?

―Eso no significa que serás un buen esposo, solo uno rico.

Una carcajada de incredulidad brotó del hombre.

―¿Desde cuándo estamos hablando de matrimonio?

Fingí contar con los dedos.

―No lo sé. ¿A qué hora empezamos a hablar? ¿Tienes un reloj?

Su orgullo le impidió dar por finalizado el tema.

―Aun así, soy el mejor partido que se puede tener. No me lo puedes discutir.

Festejé en broma.

―Creo que se acaba de presentar un reto.

El desafío brilló en sus ojos.

―Adelante, dime.

―No eres una buena persona ―expuse sin miedo.

Su voz bajó al igual que la luz de las velas que iluminaban la tienda. Alguien debió ponerlas.

―Eso no significa que no seré un buen esposo.

Me entró algo más que curiosidad.

―Explica.

Negó con la cabeza.

―Solo lo sabrá mi esposa.

Puse los ojos en blanco.

―Dale con el misterio.

―Deja de distraerme del interrogatorio ―regañó Lucien, alejándose para imponer autoridad.

Levanté las manos de manera inocente.

―No es mi culpa que caigas en mis encantos.

Me corrigió con aires de profesor estricto.

―Trampas, diría yo.

―Ja, admitiste que eres fácil de distraer.

Él tragó grueso y su nuez de Adán se marcó.

―No lo soy.

―¿Por eso te molesta? ―pregunté, siendo yo la que circulaba alrededor de él como si fuera mi presa.

A pesar de que la rigidez en sus hombros me lo confirmó, Lucien nunca lo haría.

―¿Qué sucedió durante tu captura?

Tuve que seguirle el juego.

―Mucho. Poco. Me llevaron de aquí para allá. Todo en el mismo sitio y sin dejarme salir. Me hicieron muchas preguntas, casi tantas como usted, su Alteza.

Cuestionarme era parte del protocolo. Yo también lo habría hecho si fuera él.

―¿Les dijiste algo?

Suspiré, divirtiéndome con la situación. Coquetear para mí era una cacería improvisada y él se había convertido en la presa de la que todos hablaban y nadie había podido atrapar jamás.

―No, no todos tienen tu encanto, cariño.

El tiro que le lancé pasó de largo una vez más.

―¿Ellos te hicieron daño? ―preguntó Lucien y no pude salir del asombro.

Pensé en las acusaciones de traición, la noche de los caníbales, y las agujas, entre otras cosas. Las heridas físicas sanaban, pero las invisibles no cicatrizaron.

―¿Qué piensas?

El viento se alzó de nuevo, sacudiendo la tienda con ligereza y llenando el vacío que dejaron nuestras voces apagadas. No sobreviviríamos la noche sin otra tormenta.

―¿Había más personas en cautiverio?

―Nadie que yo conociera.

―¿Qué me puedes decir de la gente? ¿Cómo estás segura de que fue la Resistencia quien te raptó?

―Para empezar, ellos me lo dijeron. En ese aspecto, son como nosotros. Les gusta repetir quiénes son y lo que quieren ―contesté y mi voz fue tan seria como la suya.

―Además de información, ¿qué querían de ti?

Rasqué las cutículas de mis uñas, sintiendo la presión que ejercía en mí.

―Que me una a ellos. Justo como tú, ¿no?

―¿Los rechazaste también? ―indagó en un tono neutral que dijo muchas cosas.

Un tipo diferente de tensión rebotó entre nosotros como una pelota. Miedo y maldad. Algo que solo la política y sus intrigas podía despertar. No más Rose y Lucien. Solamente dos fuerzas que se contenían y luchaban para agarrar al otro desprevenido.

―¿Qué te puedo decir? Solo soy leal a mí misma. ¿No es lo que nos enseñaron?

―Sí. No sabía que también eres una fiel seguidora de las reglas.

―Estoy llena de sorpresas ―comenté en busca de aligerar la situación.

Lucien rodeó la mesa para acortar la distancia y colocarse a mi derecha.

―Apuesto a que lo estás.

Cambié mi postura para mirar hacia él y descansé un brazo en la mesa.

―¿Algo más?

Rebuscó en su cerebro para terminar con la lista de preguntas que creó para mí.

―Esta no es una zona desértica en absoluto. ¿Sabes cómo terminaste aquí?

Tragué grueso, ya que la pregunta no me resultó fácil de digerir.

―Una noche hubo un problema. Yo estaba durmiendo cuando inició. Los rebeldes se atacaron entre sí. Fue un baño de sangre. Perdieron a muchos. Incluso yo casi muero esa noche.

―¿Qué pasó?

―Ellos mencionaron que habían sido infectados. Por eso insistí en que me contaras al respecto. No es la primera vez que he oído sobre el tema.

Meditó acerca de la verdad venenosa que puse a la luz.

―Lo siento.

Me emocioné ante el progreso.

―Todos tienen una historia. Nunca sabes lo que tuvo que atravesar la otra persona para poder estar hablando contigo en ese instante.

―No, nunca lo sabrás ―repuso Lucien, como si ocultara tantos secretos que no existían suficientes números para contarlos. Quise contarlos con los dedos.

Por otro lado, ahora venía la parte complicada, la que estaba tan llena de mentiras como una copa de vino que le serví mientras yo bebía una vacía.

―Y ellos perdieron seguridad y personal. Supongo que decidieron reducir sus pérdidas. Ya no me necesitaban. Se rindieron conmigo y me vendieron a ya sabes quién y terminé en ese barco para que ustedes no pudieran rastrearlos si alguna vez me encontraban.

Se negó a aceptar el engaño que le obsequié y me interrogó sin un ápice de empatía.

―No tiene sentido. Si los rechazaste, ¿por qué te mantuvieron viva?

Mi lengua viperina lo mordió igual que una serpiente.

―¿Qué? ¿Preferirías que me hubieran matado?

Desde su perspectiva, no hizo nada malo.

―Estás tergiversando mis palabras. El Consejo de Clanes te entrevistará y te hará preguntas mucho más duras. Te estoy preparando para eso.

Mi ceño se frunció a la velocidad de la luz.

―¿Se supone que debo agradecerte?

―Estoy siendo realista.

―Nunca vas a ser gentil, ¿verdad? ―deduje, mirándolo con pena y decepción.

Él tenía la habilidad de hacer que bajara la temperatura del aire con su actitud.

―Soy lo que soy.

Nuestros puntos de vista chocaron como dos espadas en un duelo.

―No, somos lo que somos porque elegimos serlo. Puedes cambiar.

A veces buscaba algo en Lucien y en cada oportunidad terminaba con las manos vacías.

―Yo no.

Hice una mueca, apretando los labios para abajo.

―¿En serio?

Mi gesto lo encolerizó y todos sus disparos se dirigieron a mí.

―Bueno, discúlpame, no todos podemos cambiar lo que somos como se nos venga en gana.

Intenté no enojarme. Él me lo puso muy difícil.

―¿Disculpa? ¿Qué me dijiste?

―Tu manera de tratarme cambió por completo en el momento en que te dije que formaba parte de la realeza.

Busqué excusas en libros de etiqueta y protocolos.

―En mi defensa, existen reglas y leyes, no puedo tratarte como a cualquiera.

―Preferiría que lo hicieras ―murmuró Lucien con la suavidad con la que un veneno se deslizaba por tu garganta.

―No se nota.

Quise creerle y no pude. Él siempre sería un príncipe, no solo un hombre. Lo demostró ese día.

―Clanes, eres igual que todos los demás.

Desde niña deseé oír eso, pero no de esa forma. Dolió.

¿Por qué todo parecía ser tan personal con Lucien?

Mi escudo tenía agujeros que crearon los demás cada vez que me dispararon con sus palabras dañinas y él parecía encontrar la manera de entrar a través de esos puntos sensibles, esas heridas, sin la necesidad de hacer que yo bajara la guardia.

Él me derribaba desde la cima.

¿Cuándo desarrolló esa habilidad?

¿Acaso yo era tan transparente ante sus ojos?

Mis sistemas de defensa me gritaban que lo detuviera antes de que me conociera de verdad. Los siguientes meses serían una tortura a su lado.

―¿A qué te refieres?

Nos acercamos a medida que la conservación se calentó igual que agua a punto de hervir.

―Solo te acercas a mí por quién soy.

Cerré los párpados, siendo incapaz de refutar la acusación.

Él no se equivocaba.

El plan entero se basaba en ello.

Era la maldición de mis relaciones. Uno de los dos siempre tenía que estar mintiendo o no funcionaría. Antes me engañó Diego y, en la actualidad, yo intentaba embaucar a Lucien. Me sentí horrible y debía hacerlo o no sería humana. Aun así, no podía admitirlo en voz alta.

―No es cierto.

―Cuando nos vimos, me llamaste un monstruo y luego, empezaste a flirtear conmigo.

Oh, entonces, sí se daba cuenta de eso.

―En mi defensa, así es como coqueteo. A muerte o nada ―reconocí, destilando honestidad pura.

Lucien no se quitó su máscara de seriedad brutal.

―Te volviste una persona completamente diferente.

―¿Entonces qué? ¿Prefieres que vuelva a decirte lo horrible que eres? Puedo hacerlo. Es lo que pienso de ti ahora mismo.

―¡Ahí está! ―exclamó con emoción. Al fin―. Esa eres tú, la verdadera tú.

―¿Cómo lo sabes?

Silencio total.

―Simplemente lo sé.

―¡Me estás volviendo loca! ―confesé―. Tú haces preguntas, pero no me das ninguna respuesta.

Odiaba estar del otro lado de la puerta. No estaba acostumbrada a ser quien debía contestar. En el pasado y con cada persona que conocí fui la que perseguía a los demás y ellos me respondían a mí. Con él, todo era diferente.

―¡Así es cómo funciona un interrogatorio!

―¡Sé cómo funciona! ¡Tú no los inventaste!

―¡Deja de gritar!

―¡Haré lo que quiera!

―Hazlo, pero todavía no he acabado contigo ―repuso Lucien, serenándose un poco más rápido que yo.

No pensé antes de hablar.

―¿Acaso lo has hecho con alguien?

Me señaló con el índice y después me subió la barbilla con él, burlón.

―Te sorprenderías si te dijera con quién.

Aparté la cara.

―Dime. ¿Fue tu mano?

El muro subió. Fui demasiado lejos. No le agradó.

―Te estás pasando de la raya.

No iba a soportar nada que yo no quisiera y en ese momento no toleraba ni un poco al individuo parado frente a mí.

―¿Y qué vas a hacer al respecto?

El sonido de su respiración sonó tan desesperado como los vientos en el exterior.

―Cuidado.

―¿Con usted, su Alteza? ―planteé sin bajar la mirada.

―Sí.

Un trueno estalló y mis latidos asustados también. No me gustaba la idea de estar atrapada bajo una tormenta en medio del bosque. No había lugar seguro.

Volteé y me topé con un Lucien menos alterado. Las nubes se alteraron más que nosotros.

―Yo no deseo que la gente esté conmigo solo porque me quiere por mi título.

Consideré válido el pedido. Yo también viví como una noble. La gente podía ser tan tóxica como un perro que te mordía una y otra vez y, aun así, lo cuidabas y alimentabas.

―¿Y cómo pretendes que te conozcan si no nos dejas hacerlo?

Doble estándar. Yo tampoco dejaba que nadie lo hiciera.

―No lo sé.

Por un momento, olvidé que a Lucien también debieron decirle tantas veces cómo debía ser que aquello lo moldeó, incluso si su forma de ser era muy diferente. La sociedad te influenciaba, por más que tú rara vez tenías un impacto real sobre ella.

Y nuestro mundo se caracterizaba por ser cruel, desapegado, y autoritario, es decir, todo lo que vi representado en su comportamiento. También lo vi intentar ser cosas que no iban acorde a los estatutos de su dinastía: amable.

La realeza se enorgullecía de sus títulos, no obstante, él quería que lo tratara como a cualquier otro. Si bien podía ser una extraña maniobra, me sacó de eje, de la atmósfera del planeta con semejante petición. Había más cosas para averiguar de él y quizás no todas eran malas. Pero jamás podría confiar en alguien así.

En consecuencia, di un paso atrás. Analicé las circunstancias y el destino al que anhelaba llegar. Se notaba que Lucien estaba siendo sincero. Aunque yo todavía no creía ninguna palabra que saliera de su boca, ¿qué otra opción tenía más allá de fingir?

Además, no me enojé. Me frustré y mucho. No me enojé. Por lo tanto, dejé mi orgullo de lado y me abrí paso por el camino de la comunicación mutua.

―He pasado todo este año peleando por sobrevivir cada minuto, solo quiero parar. Así que, pensé que mi regreso a casa podía ser mi oportunidad para empezar de cero con todo y todos y eso te incluye a ti, monstruo.

Esperé recibir rudeza y frases sacadas de los manuales de comportamiento ancestral de Idrysa, en cambio, obtuve algo real, algo gentil.

―No más peleas ―formuló Lucien, depositando su mano en mi hombro. La miré, sintiendo un hueco en mi pecho, y luego a él, llenándolo con la sutil alegría que me transmitió.

―No más peleas.

La promesa no duró ni cinco segundos.

Volteé debido a que la mirada de Lucien se perdió detrás de mí. Se me helaron las venas al entender por qué. El viento frío había soplado con la suficiente fuerza para agitar la cortina de la tienda y exponer nuestras posiciones actuales dentro de la misma y enseñarnos el grupo de invasores que se ubicaba en medio del campamento con las intenciones de entrar mientras dormíamos y hacer cosas inimaginables.

El hombre que ya sostenía uno de los fusiles normales que debió robarle a los vigías caídos apuntó su arma en nuestra dirección. Su objetivo éramos nosotros.

Segundos antes de que la primera bala atravesara la tela negra que nos ocultaba, Lucien reaccionó de una forma muy diferente a la que yo hubiera hecho. En vez de usarme de escudo humano o salir corriendo, trasladó su mano de mi hombro a mi espalda para atraerme, apretarme contra sí, y girar con torpeza a la par que se apresuraba a cubrir mi cabeza con la otra palma y se tiraba conmigo al suelo. El impacto contra la tierra dura me quitó el aire y el hecho de que su cuerpo terminó encima de mí me robó el aliento. Aun así, conseguimos evitar la lluvia de balas que pronto cayó sobre la tienda.

Yo podía manejar a hombres peligrosos, pero jamás encontré a uno que corriera riesgos por mí, no de modo innegable e instintivo.

Tardé en procesar lo que ocurría a mi alrededor. El ruido me aturdió y destruyó mis tímpanos sensibles. Demasiados disparos. Solo pude contemplar a Lucien por un nanosegundo con los ojos bien abiertos y el corazón temblando. No me dijo nada, sino que permaneció firme en su posición, como si me dijera que sería más seguro esperar a que todo terminara. Mis piernas se mantuvieron fijas en su lugar y cerradas mientras las suyas, con las rodillas a cada lado de mí. No pude huir. Pero estaba a salvo y fuera de la línea de impacto que se formó, dañando cada mueble y objeto que había en la tienda.

Él me estaba protegiendo.

Eso no era una mentira.

Tal vez no tenía nada que ver conmigo, tal vez haría eso por cualquiera. Lo dudaba. Aun así.

Aguardé a que pasara lo peor. Soporté la violencia, el saber que había alguien queriendo matarme de nuevo, y la turbulencia que residía en mis huesos por el temor. Me sumí en la oscuridad y me concentré en diferentes detalles de la escena. El aroma del césped y de la piel de Lucien, la calidez que se presionaba contra mí y contrarrestaba el frío de la noche, la textura de la camisa que apretaban mis puños, y la noción de que no estaba sola frente al peligro inminente. Así hasta que la llegada de los proyectiles cesó.

El príncipe y yo esperamos un poco más, en caso de que estuviera recargando y gracias a los clanes, no fue así. A continuación, saqué la cabeza que había enterrado en su hombro, lo enfrenté, y ahí él eligió iniciar su venganza. Se despegó de mí y se levantó sin darme tiempo a nada, ya que en el proceso jaló mi brazo para que ayudarme a levantarme. Las condiciones habían cambiado.

―Ahora irás al bosque y te esconderás hasta que vaya a buscarte ―ordenó Lucien, entregándome la colección de cuchillos que le pertenecía mientras él conservaba su pistola moderna. Teníamos estilos distintos.

―Puedo pelear.

―Lo sé, pero esto no es una negociación. Ve.

Ignoré los gritos de pelea, el choque de espadas, y los disparos que nos rodeaban de repente.

―Iré a donde tú vayas, ¿recuerdas? ―le recordé nuestro trato.

Exhaló, exasperado, a medida que se dirigía a la parte trasera de la tienda.

―¿Alguna vez haces caso?

Me puse el arnés. Me quedaba un poco grande, así que lo ajusté, y ya estuve lista para lanzar los cuchillos que cargaba.

―Sí, cuando lo que me piden tiene sentido.

―Solo no hagas que te maten ―dijo, accediendo justo después de darle un vistazo al exterior.

―Tú tampoco.

Él no podía morir. No todavía. Por desgracia, me servía más vivo que muerto.

Salimos con pasos sigilosos. No alcanzamos a dar una vuelta por la tienda y ya nos topamos con dos cadáveres que no tenían el color de la dinastía Black. Murieron a manos de los guardias reales que defendían el campamento. Maldije. Me enfoqué tanto en las amenazas misteriosas como los infectados que no pensé que las personas ya eran una grande de por sí.

Las batallas parecían ser infinitas. Un hombre corpulento y alto vino a atacarnos desde nuestra izquierda con seguridad y una espada. El desconocido no notó que Lucien cargaba la pistola hasta que él alzó el brazo con aburrimiento y fue demasiado tarde.

―Bueno, eso fue demasiado fácil.

El universo quiso probarle que no sería sencillo, ya que la caída de un cuerpo fresco llamó la atención de los dos atacantes y portadores de armas de fuego que habían estado ocupados desmantelando la tienda donde me atendió el doctor horas atrás. Nos echamos a correr en cuanto nos empezaron a disparar.

―¡Vamos! ―oí que animó alguien y reconocí la voz, era la voz de uno de los tipos que me gritó obscenidades en el muelle. Hice la conexión y comprendí cómo los saqueadores encontraron el lugar. Ellos nos siguieron―. ¡Roben todo lo que puedan y maten hasta la última escoria noble para recuperar lo que es nuestro!

Esquivar balas resultaba mucho más difícil que espadas, en especial cuando te adentrabas a un campo de batalla tan ajetreado y rústico. Muchas caras que yo no conocía. Muchas armas diferentes. Muchas emociones a la vez. Cada individuo se mezclaba con las sombras, batallando no solo con humanos, sino con el viento y la lluvia que se presentó en el peor momento posible.

―¡Protejan a su Alteza Real! ―gritó uno de los guardias para avisarle a los demás que el príncipe estaba ahí.

Yo solo me tenía a mí para defenderme.

No podía correr para siempre. Me entrenaron para ese tipo de situaciones. Supe que debía recomponerme.

Dejé que Lucien se encargara de lo suyo a su modo y yo me ocupé de lo que podía a mi modo. Los cuchillos que tenía fueron fabricados para ser lanzados y eso hice. Empecé a arrojarlos con la mejor puntería posible sin permitir que las gotas de lluvia nublaran mi vista o el aroma metálico de la sangre unido con el rocío me impresionaran para mal. Luego, me moví a través del campamento, mojada y enfadada, esquivando golpes y luchas ajenas, para recuperarlos y ayudar mientras mi brújula moral me susurraba cosas en el fondo.

No estaba peleando por ellos.

Hacía eso para mí y el reino.

Pero no era lo que parecía en realidad.

Luché al igual que el resto sin perder de vista al príncipe que nunca se alejó más de un metro de mí. Su estilo de pelea era muy diferente al mío. El suyo daba la impresión de ser calculado y circunspecto, no se acercaba demasiado y se movía como un ente al que nadie podía tocar. El mío era agresivo, feroz y con la intención de no parar hasta que mi contrincante cayera de la peor manera. Supuse que mostraba nuestras diferencias.

Me libré del arnés y lancé el último cuchillo que me quedaba a uno de los atacantes que se aproximó desde atrás mientras él estaba peleando con dos más. Lucien le abrió las extrañas a uno, decapitó al siguiente, y se dio vuelta al escuchar al cuerpo del que yo maté desplomarse. Todo en un giro único, preciso, y violento. De una asesina despiadada a otro, tenía que decir que me impresionó y me asustó.

Lo contemplé a la vez que yo extraía un cuchillo del pecho de uno de los atacantes y él me devolvió la mirada a través de la distancia. Había desechado su pistola para poder cambiarla por una espada que había entre el suelo tras quedarse sin carga en los minutos previos. Solté un chillido gutural inesperado al sentir un ardor profundo en el brazo derecho que provocó que se me resbalara el cuchillo de la mano. Su origen fue una quemadura precisa y lineal. Alguien con mala puntería falló, alguien que no estaba acostumbrado a las pistolas láser.

―¡Rose! ―gritó Lucien desde lejos antes de venir en mi dirección con su aura oscura e intimidante.

La lucha se puso en su camino y le impidió hacerlo.

No entendí su desesperación hasta que volteé y eludí un disparo de milagro, logrando que el agujero quedara en la tienda frente a mí y no en mi cabeza. Mis ojos batallaron para descubrir de dónde provenía, entre tanto, me ponía de pie con rapidez después de haber tropezado con el cadáver y arrojado de rodillas a la tierra húmeda para no morir en el acto. La pelea quería venir a mí.

No obstante, no di más de dos pasos y ya me atacó un desconocido desde atrás con una gruesa vara de madera, apretándola contra mi cuello y forzándome a hincar una rodilla de nuevo. Él puso un brazo debajo de ella para ejercer más fuerza. Gruñí, furiosa y desesperada por respirar.

—Las personas como tú no deberían existir, así que no te resistas tanto y muere de una puta vez —me susurró el extraño, evidenciando su odio.

¿Quién sabía?

Tal vez yo no debería existir. Pero lo hacía y pelearía por mi miserable vida hasta el último aliento.

Me arrodillé por completo, me aferré a la vara para recuperar control sin enfocarme en el dolor, y utilicé su pobre equilibrio y su peso para darlo vuelta y tirarlo al piso. Pronto, me deslicé con elegancia y la vara en mano y clavarle la punta en el ojo, bien hasta el fondo, hasta que muriera sin poder defenderse.

Paz, por favor, supliqué y ningún dios respondió.

Me levanté una vez más y me remojé los labios con sabor a lluvia para continuar. La pelea de un guardia real con tres atacantes que se había estado desplazando hacia la zona donde me hallaba llegó. De acuerdo, me molesté y apagué la brújula moral. Por el momento.

Una mujer abandonó a su grupo para enfrentarme con su espada goteando un líquido rojo. Ella empezó a dar estocadas que esquivé hasta que me acerqué demasiado a los otros dos atacantes que luchaban contra el guardia a menos de un metro de distancia. Empleé la vara como arma y bloqueé una estocada, logrando que ella alzara los brazos para mantener su posición y desprotegiera su cuerpo por completo, y le di una patada en el abdomen que hizo que cayera al suelo junto con su arma. Avancé antes de que recompusiera, le pisé la mano, consiguiendo un grito, deseché la vara y le robé su arma. Para mi mala suerte, no conseguí matarla antes de que intentara asesinarme otra vez.

El guardia real había estado detrás de mí luchando hasta uno le dio con su espada en el torso durante un mal giro, abriéndolo a la mitad y exponiendo sus entrañas, previo a que él se desplomara. Por ende, el otro hombre libre corrió hacia mí y no tuve más alternativa que girar mi cuerpo y la espada para evitar su estocada. Luego, retrocedí en busca de analizar mis alrededores. La mujer tomó la vara con su mano sana y se unió a sus dos compañeros. Enseguida los tres me rodearon igual que buitres. Mi única salida sería mediante una pelea.

—¿No creen que podríamos encontrar una solución más pacífica que liquidarnos entre nosotros? —consulté. No me respondieron—. ¿No? Bueno, tenía que intentarlo.

Los giros y las estocadas al aire no tardaron en empezar. Guardé mis fuerzas y cuidé mi respiración agitada. Ataqué a uno, después esquivé al siguiente, y así hasta que dos se unieron junto con sus espadas para formar una especie de tijera y la mujer se puso a mis espaldas para empujarme hacia ellas con la vara. Ellos pensaron que me tenían acorralada y se equivocaron. Avancé con mi espada, usando su forma a mi favor, las uní a las demás y empujé hacia delante. Ellos se trastabillaron a causa del terreno irregular y retrocedieron. En ese breve instante, di una vuelta, le corté la garganta a la mujer, y les devolví mi atención a los demás sin molestarme en presenciar su muerte. Prefirieron arremeter uno a la vez.

Aunque el primer hombre poseía más altura y peso, probó que carecía de entrenamiento oficial cuando se abalanzó con golpes sin sentido y nuestras espadas se enredaron a la misma altura. Aproveché eso, tomé el brazo con el que él pretendía esquivar el filo de mi arma, y hundí de un tirón tanto su espada como la mía, una en su pierna y la otra a través de su abdomen. Las salpicaduras rojas no se notaron gracias a mi ropa negra.

El último del trío tenía ganas de vengar a los fallecidos. No tuve tiempo para extraer ninguna de las espadas. Me volví para atrás con tal de que no me rebanara la cara en el instante en que él empuñó su espada y cortó el aire. Él caminó más y más hacia adelante y yo caminé más y más atrás. Regresamos al centro de la batalla. Arriba. Abajo. Frontal. De costado. Nunca paró de atacarme y yo jamás fallé a la hora de sortear.

Entonces, entre toda la muerte y el odio, vi al príncipe combatiendo a un último atacante e ignoré el círculo de cuerpos que se formaba a su alrededor.

―¡Lucien! ―llamé con la esperanza de que me oyera. Se me quebró la voz.

Él lo hizo en simultáneo en que atravesaba el pecho de su contrincante. En esa ocasión, no vino hacia mí y nadie se lo impidió. Como si pensara en lo mismo que yo, recuperó la espada y me la arrojó con fuerza para que yo pudiera atraparla. Lo conseguí. Obvio. En cuanto la capturé, bloqueé una estocada de mi adversario a la altura del cuello, provoqué un ruido metálico al hacerla girar durante la pelea por el dominio, y mientras él fue torpe y bajó su arma, yo me mantuve firme con las dos manos y le clavé la que me cedieron en el corazón.

Acto seguido, busqué a Lucien en el campamento y me preocupé al no verlo por ninguna parte. Las personas que se cruzaban en el camino. Respiré de nuevo apenas apareció a mis espaldas. Casi me mató de un infarto, pero yo no lo asesiné con la espada que chorreaba sangre que la lluvia limpiaba. Luchar así se sentía diferente, visceral y mucho más adrenalínico que al estar por mi cuenta.

―¿Sigues viva? ―preguntó él con el pecho subiendo y bajando a gran velocidad por la desesperación que generaba el ambiente.

Asentí y lo examiné de arriba abajo, imitando su accionar.

―¿Y tú?

Pero los atacantes no dejaron de llegar. Uno por uno. De a pares. En consecuencia, Lucien y yo nos mantuvimos cerca del otro para deshacernos de ellos mediante combate cuerpo a cuerpo o pasándonos la espada entre nosotros cuando la necesitábamos con urgencia. Parecía una danza de la muerte. Movimientos certeros, coordinados, y destructivos. La pareja perfecta para matar.

Pronto, la tormenta bajó su intensidad y el número de guardias reales equiparó el del numeroso grupo de atacantes. Aun así, el cansancio era demasiado brutal y, de todas formas, ellos lograron destruir el campamento y robar las pertenencias de sus miembros. Ellos se organizaron muy bien. Nada parecía suficiente.

En un momento, Vanessa, a quien yo di por muerta, trajo un caballo y lideró un equipo de guardias que debieron agruparse en otro sitio. Yo estaba ocupada en un extremo con la espada y un par de hombres. Lucien se había distanciado, ya que una pelea se metió entre nosotros, y quedó encerrado entre sus caballeros negros a medida que lo protegían de las amenazas. No oí lo que le dijeron, solamente pude ver cómo discutían y cómo él se sentaba en el caballo sin parar de negar con la cabeza.

Me bloquearon el paso. Por más que lo intenté, no logré ver bien o llegar a tiempo para cuando alguien le dio un golpe al caballo para que se alejara sin más. Lo perdí de vista en el bosque y me invadió una aflicción extraña que no me gustó.

―¡Serviremos al reino! ―vociferó Vanessa, alzando su espada. Reconocí su voz.

A modo de respuesta, los guardias continuaron defendiendo el campamento y gritaron al unísono lo siguiente:

―¡Hasta la muerte!

Los caballeros negros se reagruparon y me rodearon de la misma forma que hicieron con Lucien. Nadie me dijo nada. Todos se ocuparon de sobrevivir. No pude hacer nada más que seguir peleando con la intención de atravesar el campamento y seguir el rastro del príncipe. No podía separarme de él. No podía perderlo de vista o la misión desaparecería con él. Tenía que asegurarme de que estuviera bien.

Mi esperanza regresó con el relinchido de un caballo y el sonido de su galope en nuestra dirección. Luego, vislumbré a Lucien cabalgando de vuelta al campamento desde terreno elevado. Él volvió, por más que le dijeron que debía irse.

Me sorprendí todavía más cuando empezó a gritar mi nombre y llamarme con la mano que tenía libre. Sonreí para mis adentros. Nadie sabría esa parte. Me predispuse a correr a toda velocidad en su dirección y nos acercamos como si fuéramos dos pobres locos atrapados en un tornado.

Sin embargo, los atacantes me persiguieron igual que a todos. Su sed de sangre me aterrorizó y me incitó a ir más rápido. Tiré mi espada, llegué a una roca tan grande que parecía escombro que marcaba la entrada al campamento y salté sobre ella para ganar impulso en el momento en que Lucien se acercó lo suficiente y estiró su brazo para ayudarme a subir al caballo sin parar la marcha. Me aferré a él de la misma manera en que lo hice cuando me rescató. No me di cuenta de que me temblaba el cuerpo hasta que sentí el tacto de alguien que no quería hacerme daño.

No me di cuenta de que nos habíamos adentrado demasiado en el bosque hasta que ya no me aturdían los ruidos de guerra y volteé para comprobar que el campamento se hacía cada vez más pequeño entre los árboles.

―¿Y qué hay de los demás? ―le pregunté a Lucien y, como no me contestó, insistí, sacudiéndole el hombro―. ¡Vuelve! ¡Tenemos que ayudarlos!

Aunque yo sabía que él me escuchó esa vez, ni siquiera me regaló una palabra o una mirada, sino que endureció su cuerpo para que dejara de tocarlo, agitó las riendas y le ordenó al caballo que fuera más rápido. Minutos antes estuvo luchando con el fervor de alguien que quizás se merecía la lealtad de sus servidores y ahora se había convertido en una persona distante y cerrada. Rodeé su torso sin entender cómo podía dejar atrás a sus guardias, las personas que estaban muriendo para protegerlo, y se me hizo un nudo en el estómago. Pasé de sentirme segura a quedar desconcertada por su comportamiento hostil.

¿Quién diablos era Lucien Black?

En un día experimenté con él más emociones de las que podía contar.

Miedo.

Confusión.

Curiosidad.

Frustración.

Pena.

El ciclo se repetía.

Me asustaba, me confundía, me decía algo y despertaba intriga en mí para luego cerrarse por completo, provocar que me frustrara con él, y al final me confesaba algo que me hacía entenderlo. Demasiado. Poco. Era un maldito sube y baja que no paraba nunca, como lanzarte de un paracaídas una y otra vez, y yo no podía dejarlo, no podía. Siempre que lo veía me cuestionaba por qué carajos acepté la misión.

Cabalgamos sin un destino aparente y no paramos hasta que cierta persona creyó que pusimos suficiente distancia entre los atacantes y nosotros. Terminamos cerca de un despeñadero muy alto con vista al mar sacudido por olas salvajes. Aunque era hermoso y poseía un roble grande, con ramas que sobresalían de la tierra justo cerca del precipicio, tenías que estar loco para ir allí y Lucien lo estaba. En definitiva.

Me bajé del caballo sola y en primer lugar. Él suspiró al notar que estaba molesta, hizo lo mismo y mandó al animal devuelta a las profundidades en caso de que rastrearan sus huellas. Quedamos solos, mirando al abismo y con el abismo devolviéndonos la mirada.

Di vueltas por el terreno, exhibiendo mi cabello mojado, mi ropa pegada a mi piel, y mi ansiedad, en contraste con el príncipe que permaneció debajo de la protección del árbol igual que una estatua.

¿Cómo estaba tan tranquilo?

Lo iba a matar en cualquier momento.

―Deja de mirarme así ―pidió debido a los vistazos furiosos que le daba.

Iba a controlarme, pero él habló primero y me sacó de quicio.

―Así que, ilumíname. ¿Cuál es tu plan? ¿Sentarte y esperar para ver si los demás sobreviven? ¿Ese es el gran que tu gran cerebro real creó?

No cedió bajo ningún motivo.

―No podemos volver.

―Corrección, tú no quieres.

―Bueno, somos dos aquí, ¿o no?

Cerré los ojos, buscando la paciencia que perdí en mi vida pasada.

―No por mucho tiempo ―repliqué y me encaminé hacia el bosque―. Tú quédate aquí. Volveré después de que me asegure de que las personas de nuestro reino estén bien.

Lucien no tardó en venir a buscarme y ponerme una mano en el antebrazo para detenerme.

―No vas a ir a ningún lado.

Lo encaré, parpadeando rápido a causa de la lluvia.

―Mírame.

Aunque su voz sonaba ronca y más grave de lo usual por las experiencias recientes, me sorprendía cómo podía pasar de ser tan severa a suave.

―Jamás dejé de hacerlo.

En cambio, yo lo contemplé con propiedad por primera vez desde que salimos de la pelea. Sus ojos lucían cien mil veces más oscuros y no solo por el efecto de la noche, sino por toda la sangre que bañaba sus manos. Pero no pude descifrar qué era lo que me decían. Por otro lado, su camisa se había pegado a su torso de tal manera que delineaba los músculos definidos debajo de ella y también los cortes que él sufrió durante la batalla. Se mostraba tan entero que no se me ocurrió que podía estar herido. Sin duda, no era el tipo de persona que confesaba si le dolía algo o no. En eso, nos parecíamos.

―Me voy a ir. Puedes venir conmigo. Eso depende de ti.

―Estás siendo impulsiva ―dijo, deslizando su mano hasta mi muñeca y parte del dorso de mi mano.

Me deshice de su agarre.

―Y tú estás siendo imposible.

Se escandalizó.

―¿Yo? ¡¿Yo?!

Pasé la lengua por los dientes, molesta.

―Oh, sí, su Alteza Real. ¿Acaso nadie te dijo que puedes ser un poco imbécil?

Se enorgulleció bastante de lo siguiente:

―No, en realidad, no.

―¡Por supuesto que no o tú los amenazarías con decapitarlos! ―contraataqué, descargándome, y él comenzó a replantearse su relación con sus conocidos.

―Oh, ahora tengo dudas.

―Deberías.

―¡Ese no es el punto! ―Descartó el tema, agitando las manos con teatralidad―. ¿Por qué me atacas? ¡Te saqué de ahí para salvarte! ¡Otra vez!

―No necesitaba que nadie me salvara.

―Claro que no, eres Kaysa Rose, eres invencible, las espadas no te atraviesan y tienes la cabeza tan dura que no te la pueden cortar.

Esperé a que terminara con su discurso. Casi me hizo sonreír. Casi. Fui tan terca como él.

―El punto es que no te necesito.

―¡No importa! Siempre voy a hacer lo posible para salvarte si estás en peligro.

Puse mis manos en mis caderas y reí con ironía.

―¿De qué? ¿Príncipes malhumorados?

Pese a que no dije ninguna mentira, el príncipe malhumorado tuvo que limpiar su nombre.

―Claro, porque tú eres un rayito de luz. No sé ni para qué me molesto.

―Yo tampoco. ¿Por qué? ―indagué y necesitaba que me respondiera casi tanto como que el sol volviera a salir al día siguiente―. ¿Cuál es la diferencia entre ellos y yo? Mi vida no vale más que la suya.

―Lo hace para mí.

No quise hacerme ilusiones. Lucien hacía que las palabras fluyeran tan bien que te preguntabas si eran una declaración especial y, en realidad, escondían una interrogante siniestra.

Ni siquiera me molesté en preguntarle la razón. De seguro me repetiría la excusa de la inversión. Quizás era una buena, quizás creía que yo sería la científica con la clave para crear una cura que salvaría el mundo, no sabía mucho sobre el proyecto y claramente él no estaba de humor para decirme más. Pero de tener un motivo grande, lo tenía.

―No te entiendo.

―Te tengo noticias, princesa, soy un hombre complicado. Los seres humanos son así ―recalcó con ese tono austero que aprendí que ponía al subir sus defensas.

¿Qué tanto temía que viera la gente?

¿Qué podía darle tanto miedo a alguien que fue entrenado para no sentir?

―Sí, tan complicado que abandono a sus guardias para salvar su propio trasero.

―Yo no los abandoné.

―Es lo que parece.

―Tú y yo no somos tan diferentes. Aceptaste mi mano en el segundo en el que te la ofrecí.

―Lo hice porque no quería que te perdieras en el bosque.

Lucien vio a través de mi mentira.

―¿Esa es la verdadera razón?

Me arrepentí de usar su excusa en el momento en el que la dije.

―No tengo que contarte todo.

Él saboreó con gusto sus dichos.

―¿Ves? No tan diferentes.

Me mordí el labio con fuerza. Yo no quería oír o admitir eso. Para nada.

―Lo hice porque me importas ―confesé solo para llevarle la contraria.

―¿Se puede saber qué hice para merecer tal honor?

―Tú me salvaste una vez. Tengo que devolverte el favor.

―¿Eso es todo? ―curioseó.

¿Detecté decepción en su voz? ¿Estaba loca?

Tragué grueso, esforzándome para ver algo de su alma a través de su mirada.

―Sí. Te dije mi razón. Ahora dime la tuya o seré impulsiva y me iré. Puedes quedarte. No te forzaré a hacer lo correcto, solo creí que vi algo bueno en ti, no sé qué.

Tomaron varios segundos y pasos de mi parte para que él reuniera coraje y dijera algo a mis espaldas.

―No los abandoné. Ellos me pidieron que me fuera.

―Sigue ―le pedí sin ser tan prepotente.

―Durante la pelea, descubrieron que los atacantes pertenecían a un grupo de saqueadores que se unieron a una tripulación que debió vernos y seguirnos desde el muelle. Su objetivo principal era robar, pero también encontrar al hijo de puta con corona, es decir...

―A ti.

―Sí. Qué brillante uso de palabras ―rio, apenado, y se llevó una mano a la barbilla, rozando su máscara negra con ella―. Nadie sabe cómo luzco, cómo luce el heredero al trono, así que decidieron lidiar a todos lo que podían para no quedarse con las dudas.

Por más que deseaba estar enojada con Lucien, comprendí su razón para abandonar el campo de batalla. Tal vez sentía culpa después de todo. Un poco. No lo iba a consolar. El debate sobre si él merecía morir o no seguía presente en mi mente.

―Aun así, tus guardias están dando su vida por ti y tú estás aquí ―Hice una pausa, tanteando el terreno―. ¿No quieres volver?

―Lo que quiero no depende de mí, sino del reino.

―El reino eres tú. Tú vas a reinar. ¿No se supone que eres el que tiene todo el poder? Puedes elegir ayudarlos.

―No soy un soldado. Soy un príncipe ―aseveró, marcando las diferencias―. Ellos pelean guerras. Yo me aseguro de que no haya una. Si ellos mueren, siempre hay otro guerrero para reemplazarlos. Si yo muero...

Si él moría, la dinastía Black moría con él. Si moría, no habría un heredero designado al trono y se desataría una guerra mundial entre los clanes en busca del trono. Eso sin tener en cuenta a la rebelión y el virus en la ecuación.

―Lo sé.

―No lo parece.

Detestaba cómo usaba mis propias armas en mi contra porque yo hacía lo mismo con las suyas.

―Estoy intentando.

―Tienes que ver el panorama completo. Tú deberías entenderlo mejor que nadie. También tienes personas a tu cargo. Sabes lo que implica ser un verdadero líder, ser la persona en la que la gente deposita sus esperanzas al punto de que morirían por ti porque saben que no hay nadie mejor preparado para eso que tú. No hay grandes victorias sin grandes sacrificios. Ellos están haciendo su trabajo y yo el mío. Así funciona el mundo.

Honor.

Perdidas.

Una carga muy pesada.

Pensé en las responsabilidades que me atormentarían al regresar a casa. El clan, mi familia, y mucho más.

―No tiene que hacerlo ―me atreví a murmurar.

―No.

Me quedé muda ante esas dos letras unidas y pronunciadas por su boca.

¿Él quería que el mundo funcionara diferente? ¿Cómo?

―¿Aún te quieres ir?

Separé los labios con la intención de responder y fracasé. Cuatro hombres salieron de entre la maleza con rastros de sangre en sus prendas coloridas. Dos portaban espadas. El pánico retornó a mi organismo que no se había recuperado por completo del susto anterior.

―¿Qué pasa? ¿Interrumpimos a los tortolitos? ―bufó uno de ellos mientras los demás nos acorralaron cada vez más contra el precipicio.

Lucien y yo dejamos de pelear ante la aparición de enemigos externos.

No pude evitar voltear y pensar en la caída mortal que estaba a centímetros de distancia.

―El que descuartiza al futuro rey se gana el premio mayor.

―El premio para mí será la pelirroja ―dijo uno, frotándose las manos, y quise vomitar.

―Recuerda enterrar su cadáver cuando acabes con ella, ¿quieres?

―Les conviene volver por donde vinieron antes de que me encargue de borrarlos de la existencia ―vociferó Lucien, extendiendo un brazo delante de mí como si eso fuera a protegerme de algo. No me di cuenta de que yo había hecho lo mismo con él hasta ese instante.

Tuve escalofríos.

El intercambio de palabras finalizó. La lucha violenta fue una mezcla confusa y rápida de ataques, robos, espadas perdidas, cortes, y puñetazos. Peleé tantas veces en las últimas veinticuatro horas que mi cuerpo se había puesto en modo automático y reaccionaba sin más.

―Aquí tienes tu premio ―le dije al que me insultó en simultáneo que lo atravesaba con una espada desde la entrepierna hasta el torso. Dejé el arma en el cuerpo en cuanto noté que quedó atascada. Yo no daba para más.

Volví para ver a Lucien. Ya había tres muertos en el suelo. Le quedaba uno solo.

―¿Te apetece darme una mano?

Me fui corriendo en busca de no meterme en la pelea.

―No, es todo tuyo.

Desvié mi atención por un segundo en la charla y fue un error grave. Justo cuando el príncipe logró regalarle una herida mortal a su adversario, el desconocido siguió sangrando y viniendo en mi dirección y no me di cuenta de que estaba muy al borde hasta que se tambaleó y lo quise esquivar para que no se desplomara sobre mí que no hubo vuelta atrás.

Caí directo al abismo.

El acantilado me reclamó con su fuerza de gravedad y, por más que manoteé el aire y me esforcé para regresar a tierra firme, no hubo forma de salvarme de la caída mortal que tanto me asustaba.

Volé una vez más. El cielo tormentoso, el ruido de las olas impactando contra las rocas, y la sensación de que estaba a punto de morir me abrazaron. La naturaleza hacía sus bromas y esa era una de ellas.

Los segundos se hicieron infinitos hasta que el tiempo se detuvo por completo en el momento en que Lucien se lanzó de cabeza y saltó del precipicio para venir por mí sin siquiera dudarlo.

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