40. Cerca, lejos

A pocos días del estreno de Don Juan Triunfante, se apartó un día exclusivamente para repasar la partitura vocal, ya que no había pasado un solo ensayo sin dudas sobre tal o cual nota y resultaban molestas las interrupciones, tan molestas como estar tan lejos de la imperfección y tan cerca del estreno.
La compañía encerrada en un salón de ensayos sin espejos que desviaran la atención, sólo sillas y un piano, llevaba varias horas repasando, deteniéndose en cada nota difícil.

Y era Don Juan la obra vocalmente más difícil que habían montado jamás. La única que parecía entenderla era Cristina Daaé, pero sentada en una esquina no abría la boca más que para cantar. Todos se encontraban molestos con la chica y su poca cooperación, no escuchaba a nadie más que a los directores, no hablaba con nadie más que con la persona que le diera indicaciones en ese momento, ignorando al resto con sus decenas de dudas mientras ella se mostraba tranquila y segura de todo lo que hacía.

"Tan pronto se cree superior, si no fuera por ese Fantasma de la Ópera seguiría siendo tan inferior como nosotros." murmuraba el resto del elenco.


Gabriel, el maestro de coros, estaba a punto del colapso nervioso cuando una tímida mano se hizo notar sobre la multitud para preguntar por décima vez sobre los cambios de tono en doce compases con los que llevaban media hora.

-¡No, no, es así!- exclamaba uno cantándola a su parecer.

-¡Ya han explicado que es así!- bufaba otro cantándola a su entendimiento.

-¡Me parece que ni siquiera Gabriel lo entiende!- reclamó otro.

-¡Basta! ¡Basta! ¡Baastaaaa!- exclamó el maestro de coros golpeando las notas más altas del piano, obligando a todos a cubrirse los oídos mientras algunos refunfuñaban y unos más se lamentaban.

-¡¿CÓMO SE SUPONE QUÉ ALGÚN DÍA CANTEMOS BIEN ESTAS NOTAS?!- se levantó la voz de La Carlota entre todo el caos -¡HEMOS ESTADO ENSAYANDO A CIEGAS! SI EL AUTOR QUIERE PERFECCIÓN, QUÉ VENGA A ENSEÑÁRNOSLA! ¡NADIE ENTIENDE SU COMPLICADA ÓPERA!

Los reclamos apoyando a la diva perdieron toda discreción, armándose un desordenado escándalo entre los cantantes, dominado por la voz de La Carlota, en medio del cual a duras penas Gabriel trataba de hacerse escuchar para detener semejante locura.


Las voces callaron abruptamente cuando el piano empezó a sonar, todos miraron a Gabriel que se había quedado helado a menos de un metro del instrumento.

Sí, el piano tocaba solo.

-¡Lo llamaste! ¡Llamaste al Fantasma!- chilló Gabriel -¡Ahí está, viene a enseñarnos la perfección que busca! ¡Apréndanla y cántenla o seguramente no saldremos vivos de este cuarto!

Nadie quiso cuestionar la legitimidad del fenómeno que miraban y escuchaban, ni mucho menos tentar a la suerte averiguando lo que sucedía si no cantaban los compases que se repetían una y otra vez.

Después de un minuto, Gabriel hizo de metrónomo con sus palmas indicando que ya habían escuchado suficiente y debían cantar la siguiente repetición, la compañía obedeció sin chistar y por fin las imposibles notas sonaron limpiamente en las voces de todos los presentes.

Una lágrima rodó por el rostro de Cristina Daaé. Erik quería que todo fuera perfecto, todo sería perfecto en la ópera perfecta, alcanzaría la perfección una sola vez en su vida para no volver a pisar un escenario jamás. Estaría lejos de la música, lejos de la ópera, lejos de las luces.

Pero cerca de Raul.


La escena habría resultado divertidísima para la Jefa de Tramoyistas, pero como los aspectos técnicos habían corrido a la perfección en los ensayos generales había decidido dar el día para que tanto ella como sus compañeros descansaran.

Canelle había pasado la mañana en el cuartel de los Cadetes de Gascuña, dormitando en brazos de Cyrano, escondidos en la cocina donde nadie asomaba la nariz a menos que fuera su turno de preparar los alimentos de la compañía después de la práctica a mediodía y en esa ocasión le había tocado a Le Bret y Cyrano. Pero en uno de sus clásicos juegos, Cyrano había ganado dejarle todo e trabajo al otro, así que se arrinconó con su amada en brazos a dormir entre el calor y los aromas de la cocina.

El moreno hizo una pausa antes de empezar a lavar lo que había utilizado para cocinar y suspiró al voltear a mirarlos, preguntándose cuanto más soportarían ese romance oculto.

Al menos entre los Cadetes podrían hacer notoria su relación, seguramente harían algunas burlas inocentes pero guardarían el secreto como sus propias vidas. Aunque tal vez se sentirían celosos quienes al regresar de Arras no tenían más que algunas "amigas" esperándolos, mientras Cyrano empezaba una relación estable. La primera relación amorosa estable en su vida.

Se preguntó si alguien le tendría la paciencia que ahora sus amigos se brindaban caritativamente entre todo el desastre a su alrededor y la confusión del primer amor correspondido.

Era obvio que ninguno tenía mucha idea de cómo proceder, pero también tenía su encanto ver como dos personas tan adultas en otros aspectos se profirieran un amor casi infantil.

También era inevitable notar que su amigo estaba cambiando. Lo notaba más sereno, más absorto en sus alegres pensamientos sobre Canelle que en alborotar caballeros, hasta se atrevía a aseverar que más prudente.

Cyrano de Bergerac siendo prudente, le resultaba aún más increíble que mirarlo ahí, abrazando a una dama, sin importarle el ruido de los aceros de la práctica chocando a lo lejos.



Le Bret sonrió, se acercó a la pareja sigilosamente, se arrodilló frente a ellos y muy despacio acercó la mano con el dedo pulgar y el índice tensados en un círculo, para catapultar el dedo índice en la frente de su amigo durmiendo.

-¡EMBOSCADA!- gritó Cyrano despertando de golpe con el impacto, secundado por una exclamación de Canelle despertada por el grito sin entender qué sucedía.

La risa de Le Bret los hizo despertar completamente y recordar dónde estaban, tras lo cual pudieron mirar acusadoramente al Cadete que se burlaba impunemente de ellos repitiendo en el aire el movimiento de sus dedos que había causado la escena.

-Lo siento.- dijo por fin sonriendo –Tardé más de lo esperado y todavía me falta lavar, ¿me ayudan?

-¡Claro que no! ¡Mucho menos después de despertarme así!- reclamó Cyrano amenazante –

¡Fue una apuesta de caballeros que yo no hiciera nada del trabajo en la cocina hoy!

Canelle sonrió, no sabía porqué pero le encantaba verlos pelear.

-Yo te ayudo.- declaró levantándose.

-¡Oooooye!- se quejó Cyrano jalándola de la manga como un niño pequeño –¡No lo defiendas! ¡Fue una apuesta de...

-De caballeros, lo sé.- dijo Canelle volteando y acariciando el rostro de quien se aferraba a su manga –Pero le recuerdo que yo no soy un caballero.

"¡Qué marrullera!" pensó Cyrano entre molesto y cautivado, soltándola por fin.


-¡COMIDA! ¡COMIDA! ¡COMIDA!- se escucharon gritos a coro a una distancia incierta.

-¡De verdad te atrasaste!- obvió Cyrano mirando la cocina hecha un desastre.

-Calla y vamos a servir.- atajó Le Bret imperativamente tomando unos trapos mojados para cargar la olla.

-Yo me encargo.- asintió Canelle dejándolos salir.

Después de que los hambrientos Cadetes quedaron satisfechos, Cyrano y Le Bret encontraron la cocina impecable, hasta sintieron pena de traer más cosas sucias y se apresuraron a limpiar.

-¿Y la apuesta de caballeros?- susurró Canelle al oído de su novio.

-No te dejaría trabajar más mientras yo miraba.- farfulló él sonrojándose.

Le Bret los miró habiendo escuchado perfectamente, en verdad su amigo estaba cambiado.

Con todo limpio y ordenado, el moreno fue guiando a sus amigos por el cuartel asegurándose de que usaran pasillos despejados y salieron rumbo al siguiente destino del día: la casa de Roxana, viuda de Neuvillette.


A unas calles de la casa de su prima, Cyrano, que había ido bromeando todo el camino, guardó silencio y tomó a Canelle de la mano sin mirarla.

Se sentía abrumado con la idea de tenerlas juntas, pero a fin de cuentas se habían hecho amigas en su ausencia y era importante para ambas acompañarse aquel día.

Esperaba que ambas tuvieran claro lo que había sucedido con Christian y no afectara su amistad, pero de alguna manera le atemorizaba la idea de tener a la mujer que había amado fraternalmente toda su vida y a la mujer que ahora amaba más que a nadie en el mismo lugar al mismo tiempo.

No sabía si a Canelle le afectaría: Le Bret le había contado sobre las pláticas en las que ella manifestaba sentirse inferior ante Roxana y posiblemente aún se sintiera así. Aún se sonrojaba y bajaba la mirada cuando le decía lo hermosa que era para él y era inevitable notar como miraba melancólicamente los vestidos en los aparadores o a las damas y señoritas ataviadas con elegancia.

El silencio finalmente se rompió cuando Cyrano tocó a la puerta de su prima y los recibió Ragueneau vestido de negro, igual que sus tres visitantes.

-¡Ya están aquí!- anunció después de saludarlos con una sonrisa cargada de recuerdos agridulces.

Los visitantes se apartaron un paso mientras Ragueneau bajaba el escalón de la entrada y mantenía abierta la puerta desde afuera. Tras unos tensos segundos apareció la viuda, saludándolos con una inclinación de cabeza, que los tres replicaron respetuosamente y Ragueneau volvió a entrar a la casa.

-¡Primo!- exclamó la joven en un suspiro, abrazando a Cyrano por los hombros. –Estás conmigo, como siempre. Sabía que no me dejarías sola hoy.

-Nunca.- susurró Cyrano, abrazándola también por los hombros-

-Gracias por haber venido.- agregó Roxana soltándose del abrazo, avanzando hasta Canelle y tomando las manos entre las suyas.

-Mi querida Canelle, me acompañaste cuando mi marido se fue a la guerra, pero no puedo pedirte que me acompañes a donde voy ahora, porque en adelante tienes que amar y cuidar a mi primo. – dijo sonriendo entre lágrimas -Tienen que hacerse felices.- completó tomando la mano de Cyrano y juntándola con la de su amiga.

La pareja sonrió, estrechando sus manos.

-Así que deje de estar siempre detrás de mi primo cuidándole los pasos. Ahora tiene a Canelle y no los puede estar importunando. - agregó mirando a Le Bret, quien no pudo evitar sonreír ampliamente.


Rageuneau regresó con un veliz y un carruaje se detuvo en la reja.

Caminaron en silencio. Canelle abordó el carruaje, Cyrano tomó el veliz y se lo pasó a la castaña antes de subir mientras Roxana se despedía de un abrazo de Ragueneau, agradeciéndole por sus servicios y cuidados. Le Bret la tomó de la mano para ayudarla a subir al carruaje y se despidieron con una simple sonrisa.

-¿Quieres un trago, amigo?- preguntó Ragueneau.

-Definitivamente quiero un trago.- respondió Le Bret.


Mirando el camino sin que nadie hablara, el vehículo atravesó Paris hasta llegar a un convento.

El Cadete bajó del carruaje y ayudó a bajar a su prima y a su novia. Ya los esperaba una monja frente a la reja abierta.

-Dios los Bendiga, hermanos.- saludó la religiosa.

-Buenas tardes, hermana.- contestó Cyrano incómodo.

-Los esperábamos, por favor pasen.- continuó la monja haciéndoles una seña de que la siguieran.

Los pasos de los visitantes resonaban en esa enorme iglesia mientras se adentraban cada vez más.

Canelle miraba interesada a su alrededor, no había entrado en una iglesia desde que había llegado al Palacio de la Ópera. Roxana intentaba familiarizarse de vista con el que sería su nuevo hogar. Cyrano se despedía mentalmente de su prima, sabía que nunca podría verla de la misma manera aunque no fuera a convertirse en una monja y un ciclo se estaba cerrando.


Finalmente se detuvieron frente a una austera puerta de madera negra.

-Estos serán los aposentos de la viuda.- indicó la hermana –No espera entrar con ella, ¿verdad, caballero?

-No.- respondió secamente el aludido.

-Yo me encargo del equipaje.- se ofreció Canelle quitándole el beliz al cadete, abrió la puerta y entró cerrando detrás de ella.

La monja también se retiró.


-¿Estás segura de esto, prima?- preguntó Cyrano mirando a la rubia, que lloraba en silencio.

-Mi amor murió.- asintió Roxana –Nada me importa ya, me quedaré aquí a guardarle luto.

-Espero que encuentres paz.- deseó Cyrano tomando el hombro de su querida prima.

-¿Vendrás a verme?- preguntó la joven.

-Cuando quieras.

-¿Cada sábado?

-Cada sábado al anochecer, con todas las noticias de la semana.- sonrió él.

-Ya puedes salir, Canelle.- exclamó Roxana mirando a la puerta que se abrió y la chica se asomó tímidamente.

-¿Te cuidarás mucho, amiguita?- preguntó la rubia abrazándola.

-Claro, tengo que cuidar a Cyrano.- respondió Canelle correspondiendo el abrazo.

-Vengan a visitarme juntos a veces.- pidió Roxana.

La pareja asintió.


-No alarguemos más esto.- dijo Roxana sonriendo tras su velo –Hasta luego, y muchas gracias por venir.

-Cuídate, Roxana.- se despidió Canelle.

-Si quieres que te saquemos de aquí, envíame un mensaje.- hizo lo propio Cyrano.

Sin pensar nada más, se tomaron de las manos y salieron del convento, tomando el carruaje de regreso.


-¿Cuándo estrena Don Juan?- rompió Cyrano con el silencio en que se habían sumido una vez más.

-Este fin de semana.- respondió Canelle sin darle mucha importancia.

-¿Fue incómodo acompañarme a dejar a Roxana?- preguntó él acercándose más a ella.

-No.- respondió sonrojándose al sentirlo cerca.

Sintió los dedos de Cyrano rozando su barbilla y dejó que dirigiera su rostro hacia el suyo, recibiendo un suave beso.

-Quiero estar junto a ti para siempre.- susurró él, abrazándola.

Ella se acurrucó en sus brazos, respondiendo un "yo también" apenas audible.

Regresaron al Palacio así de cerca uno del otro, deseando que esos momentos nunca terminaran.


-Le debemos una disculpa, señorita Canelle.

Pero el momento terminó y más pronto de lo que hubieran querido, Canelle ya estaba en la oficina de los directores que la hicieron llamar en cuanto supieron que había vuelto.

-¿Perdón?- soltó la chica sin entender.

-A decir verdad, pensábamos que era usted cómplice de EL Fantasma de la Ópera.- explicó Richard –Porque en cada golpe estaba usted presente.

-Pero hoy sucedió algo muy curioso en su día libre.- agregó Moncharmin.

-Así que nuestras sospechas de que usted ayudaba al Fantasma en todas sus apariciones ha desparecido.- concluyó Richard sin más ceremonia.

-Vaya, pues muchas gracias.- dijo Canelle comprendiendo, dio las buenas noches y se retiró.


-Qué lástima que no estuvo, señorita Jefa de Tramoya, les metí un buen susto.- escuchó un susurro a través de un agujero en la pared, habiéndose alejado unos cuantos pasillos de la oficina de los directores.

-Todo está listo y despejado, nos divertiremos mucho en el estreno.- continuó el susurro.


Canelle sintió un escalofrío, el estreno y el telón final de ese ciclo en su vida estaba tan cerca y el día en que escuchó por primera vez la voz de trueno de El Fantasma de la Ópera le parecía tan lejano como si hubiera sido una vida anterior.

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