39. Lo sé
-Tengo un problema.- expresó Le Bret sin mucho ánimo esa mañana en el Cuartel.
-¿Un problema? ¿Tú?- preguntó Cyrano abriendo los ojos como platos -El de los problemas aquí soy yo, no quieras quitarme el puesto. Que yo no te ando quitado el puesto de "el encantador", ¿eh?
El moreno rió, dándose cuenta de que aunque pasara por la más trágica situación, su amigo la haría ver de lo más sencilla.
-Problema de faldas, tú no tienes problemas de faldas, querido.- se burló
Cyrano gruñó cruzando los brazos y pidiéndole con la mirada que soltara el problema en menos de dos segundos o daba la vuelta para largarse.
-¡Bien, bien!- continuó Le Bret después de carraspear la garganta –Es sobre Fleur, creo que no ha podido evitar caer ante mis encantos.
-Sobre todo ante tu modestia, ¿verdad?- interrumpió el otro socarronamente.
-¡Es en serio!- se quejó el moreno, empezando a acariciarse la cola de caballo, como solía hacer cuando estaba nervioso –Y es preocupante porque tiene un niño bajo su custodia.
Cyrano se quedó pensativo unos segundos.
-¿Ya lo hablaron?- preguntó al fin.
-Cuando la dejé en su casa, después de trabajar en la Ópera.- respondió asintiendo con la cabeza –Esa tarde yo había saludado a unas amigas y me dijo que tal vez se había puesto celosa.
-¿Ella inició el tema?- volvió a preguntar Cyrano.
-No, fui yo. Pensé disculparme por coquetear con amigas enfrente de ella y del niño.- respondió.
-¿Te importó tanto como para aclararlo sin que ella dijera nada?- sonrió malicioso Cyrano.
Los ojos de Le Bret se abrieron de par en par y sus mejillas tomaron un tono rosado muy incómodo.
-En realidad fue por el niño.- respondió golpeadamente desviando la mirada.
-¡Vaya!- exclamó su amigo divertido -El reloj biológico hace tic, tac, tic, tac, tic¡AU!- fue interrumpido por un puñetazo en su hombro.
-Como sea pierdo contigo, ¿verdad?- suspiró Le Bret frotándose los nudillos.
-¿Perder?- preguntó Cyrano sobándose –¿Porqué perder? No debería avergonzarte si tus prioridades han cambiado, aunque por ahora te veo más bien confundido, tienes que bajarle a la paranoia de que todo acabará mal y pensar con calma. No es que vaya a dejar de ser tu amigo o algo así. Sólo me burlaré un poco, pero sabes que no es en serio. Lo sabes, ¿verdad?
-Claro que lo sé, gran tonto.- suspiró el moreno, sin nada más que decir.
-¿Pasó algo interesante anoche, Fleur?- preguntó Gabriel en la oficina de la periodista, haciendo a un lado con fastidio la hoja con sumas y restas que su tutora le había encomendado.
-En realidad no, pequeño.- respondió ella sin mirarlo.
-¿Te enojaste con el señor Le Bret? ¿Por eso compraste comida para comer aquí y no salir con él?- siguió interrogando el niño. -¿De verdad no pasó nada? ¿O fue por las señoritas que se encontró afuera del restaurante?
Fleur lo miró sorprendida –Niño, deberías aprender a ser más discreto preguntando.
-¿Porqué, Fleur? ¿No nos contamos todo?- siguió preguntando, confundido.
La chica soltó una risita –Sí, pero a muy pocas personas les gustan las preguntas personales tan directas.
-Aaaah.- exclamó el niño, comprendiendo –Tengo que practicar contigo, ¿verdad?
-Así es.- confirmó la joven –Anoche trabajamos, ni siquiera Erik pareció estar cerca. Traje comida para no perder el tiempo saliendo, iremos a casa temprano y dormiré un poco para volver de madrugada al Palacio.
-¿Vas a ir muchos días?- preguntó el niño bajando la mirada, apenado –Anoche desperté y mientras me acordaba porqué no estabas, me asusté.
-¿Quieres ir conmigo?- preguntó Fleur –Dijiste que no querías, porque te daba mucho sueño.
Gabriel negó con la cabeza –No quiero ir, quiero mi camita.
-¿Quieres que yo no vaya? Serán dos noches más, avanzamos mucho más rápido de lo esperado. Pero si no quieres.-
-¡Sí, debes ir!- interrumpió el pequeño -¡Ibas a ayudarle al señor Erik! ¡No puedes romper tu palabra!
-¿No quieres que esto pase?- preguntó Fleur, acercándose al niño y abrazándolo.
-No quiero que estrenen Don Juan, no quiero que el señor Erik se vaya, no quiero que te pase nada.- respondió el niño abrazándose a su tutora, empezando a llorar bajito.
Fleur sonrió –Por mi no te preocupes, sé cuidarme. Pero tienes que aprender que nada es para siempre, pequeño, y a veces tenemos que despedirnos de personas que queremos.
-¿Me vas a dejar despedirme? ¿O va a pasar como con mi papá?- preguntó Gabriel entre sollozos.
-No dejaría que perdieras a alguien más sin despedirte, Gabriel.- dijo la joven acariciando su cabeza con cuidado –Si quieres ir al estreno de Don Juan, irás. Y harás todo lo posible por despedirte de Erik.
El niño asintió llorando.
-Yo no me iría sin despedirme, ¿lo sabes?- preguntó Fleur.
-Sé que no te irías.- sollozó.
El tiempo pasa tremendamente lento cuando esperas que los relojes de Paris den la una de la mañana, Fleur llegó al escenario de la ópera encontrando a Canelle acomodando herramientas sintiendo que había pasado una semana sin verla.
-¡Hola!- saludó saltando para aterrizar abrazándola por detrás.
La chica que recibió el abrazo soltó un gritito de sorpresa, reconociendo después la risa de la reportera.
-No es gracioso.- farfulló la jefa de tramoya.
-Perdón.- se disculpó la morena entre risas -¿Qué hacemos? ¿Esperamos?- preguntó caminando a grandes zancadas por el escenario. Le gustaba estar ahí, el olor, la obscuridad, el silencio.
-¿Me ayudas a medir?- preguntó sacando una cinta métrica.
La periodista asintió contenta y se ofreció como puntero.
-Oye, Canelle.- dijo tras unos segundos en silencio. -¿Qué opinas de Le Bret?
-Hum...- pensó Canelle -...me agrada mucho. Me apenaba mucho al principio porque me daba ese trato de gran dama que le da a todas las mujeres, tú sabes.
-Sí, lo sé.- murmuró Fleur un poco adolorida por las estrictas palabras "a todas" –Creo que yo siento lo mismo.
Tal vez eso era, simplemente era tratada de esa manera por muy pocas personas, la mayoría de ellas simplemente por fingir que una mujer reportera no es bienvenida en ninguna parte. Le Bret era el único que parecía de caballerosidad legítima hacia ella.
Estaba impresionada, eso era todo.
-¿Qué sientes cuando ves a Cyrano? Quiero decir... ¿cómo sabes que es amor?- siguió preguntando la reportera.
-¡Señorita Fleur Blanche!- exclamó Canelle -¿Acaso esta atraída por el Cadete Le Bret?
Fleur se sonrojó totalmente.
La castaña rió pícaramente. -¿Cuándo lo ves sientes que todo está más iluminado a su alrededor? ¿Cuándo piensas en él deseas más que nada tenerlo a tu lado? ¿Piensas que nada tiene sentido cuando no está?
Fleur la miró sorprendida. –Cielos... no.- musitó –No... aún... podría pasar... supongo.
-Entonces está usted deslumbrada, señorita Blanche.- rió Canelle –Es normal, él es tan guapo y encantador que todos los cadetes le tienen envidia. Excepto Cyrano, claro, a él no le importa.
- Tampoco lo incluyo en todas mis conversaciones.- se burló la morena mirando a su amiga.
Canelle se sonrojó.
-Habría sido lindo.- continuó Fleur tras una risita –Tú con Cyrano y yo con Le Bret. Seríamos como una familia o algo así.
-Sí, algo así como cuñadas.- aceptó Canelle riendo.
-Al menos ellos no se irán, como lo hará Erik.- balbuceó para si misma la reportera.
-¿Erik?- preguntó Canelle, sorprendida -¿El Fantasma?
Acorralada, Fleur asintió.
-A todo esto, ¿cómo sabes lo que planea?- preguntó la castaña.
-Pueeeeeeesssssss...- siseó la otra -...resssssulta, queeeeee... he estado ennnn.... su casa.
-¡¿QUÉ?!- gritó Canelle -¡¿Cómo?! ¡¿Cuándo?! ¡¿Porqué tú...
-¡Shhhh!- acalló Fleur cubriéndole la boca estrepitosamente. –Le regresamos a su gata y nos dejó ir a visitarlo, el único tiempo que nos prohibió ir fue cuando estaban ustedes.
-¿Entonces lo veías seguido?- preguntó la tramoyista cuando se vió liberada, un poco menos histérica pero igual de sorprendida.
Su amiga se limitó a asentir.
-¿Y no será que Le Bret no te gusta porque es otro el que...
-¡NO!- atajó Fleur –Para mi es como... la figura paterna que siempre quise. Sé que es raro.
-Nada es más raro que verte tan segura de que lo conoces muy bien.- aseveró Canelle.
-En todo caso, con Cristina o sin ella no se quedará aquí.- concluyó la reportera.
Las chicas nuevamente se dispusieron a trabajar cuando el sonido de un muro girando las hizo voltear.
-Perdón por la tardanza.- escucharon a Le Bret asomando la cabeza. –Cierta persona intentó dormir un poco antes de venir y tuve que ir a despertarlo.
-¡Pues vaya, si duermo antes o no duermo antes, nada les parece!- replicó Cyrano.
Las jóvenes rieron y en un momento todos estaban trabajando.
-¿Me castigas por dormirme?- susurró Cyrano deteniéndose junto a su novia un momento.
-No. ¿Porqué?- respondió ella al mismo volumen.
-Nos saludamos algo lejos.- explicó él tomándola por la barbilla y robándole un furtivo beso.
-¡Ya basta, que de por si es tarde!- regañó Le Bret mientras Cyrano sonreía victorioso y Canelle se sonrojaba, volviendo a sus labores.
Algunas cuadras lejos de Palacio, en la habitación de hotel donde Cristina y Raul dormían, la cabecita rubia se levantó de la almohada, escuchando, reconociendo...
...un violín, un violín a la distancia. El violín de su padre llamándola.
Debía ir al cementerio.
Se levantó con cuidado y caminó sin hacer ruido, como si estuviera a punto de flotar, de ir volando hasta un carruaje que la llevó al cementerio en Perrós.
La Luna alcanzaba a iluminar su camino entre las sombrías lápidas, las estatuas que cuidaban el descanso de quienes partieron y los árboles que murmuraban lastímeras nanas para las almas descansando.
Ella seguía escuchando el violín de su padre, cada vez más potente mientras se acercaba al mausoleo Daaé, iluminado entre toda esa obscuridad, con esa luz cálida emanando entre la frialdad de la muerte.
Era su padre llamándola a sus brazos, a su protección, donde nadie más podría dañarla nunca y sería libre de tomar sus propias decisiones en vez de seguir las órdenes de un mocoso exvizconde ni de un tétrico asesino obsesionado con ella.
Descanso eterno, paz eterna, en los brazos de su padre.
Escuchó una voz, la voz del Ángel de la Música, el verdadero Ángel de la Música estaba junto a su padre, ¿dónde más? ¡Qué tonta había sido al creer que le cantaría en El Palacio de la Ópera, mientras esperaba que la viuda de Valerius regresara por ella! ¡Qué tonta al creer que un ser divino le enseñaría a cantar con métodos humanos!
Quería unirse a la voz angelical, cantar a dueto las melodías del violín de su padre, para siempre.
-¡Cristina!
Escuchó otra voz, llamándola apremiante a lo lejos.
-¡Cristina! ¿A dónde vas?
-¿Raúl?- reconoció, girando, a menos de un metro del mausoleo.
-¡No es tu padre! ¡No es el Ángel de la Música!- gritó el muchacho que corría hacia ella.
La joven sonrió, entendiendo su confusión, entendiendo que su amado venía a rescatarla.
Al dar el primer paso para correr a sus brazos, una mano helada y delgada la tomó por el brazo, dirigiéndola violentamente al mausoleo entre un grito aterrado de la rubia.
Raúl alcanzó la mano que se estiraba suplicando rescate, sacando con la mano libre la espada que cargaba en el cinto y atacando con ella el fantasmal miembro que trataba de alejarla una vez más.
Con estrépito la chica cayó entre sus brazos, mientras la cálida luz del mausoleo se tornaba tan roja que Raul creyó hallarse frente al mismo infierno, abrazó a Cristina antes de echar a correr con sus manos aferradas, mientras llamas los perseguían y les cerraban el paso, hasta hacerlos topar con una pared.
La joven gritó de horror: el muro estaba levantado nada más que de osamentas humanas, que empezaron a temblar y un instante después a caer, ella sintió como él la empujaba mientras escuchaba el indescriptiblemente aterrador sonido de los huesos derrumbándose, chocando unos con otros.
Volvió a sentir que una mano cálida la tomaba por el brazo y la azuzaba a correr, encontrando finalmente la salida del cementerio y deteniéndose después de correr lo suficiente para sentirse lejos.
-¿Porqué lo hiciste, Cristina? ¿Porqué?- le reclamó a gritos el joven, mientras ella miraba aterrada su hombro sangrante, alcanzado por alguno de los restos humanos que intentaron sepultarlos vivos.
-Escuché a mi padre.- sollozó la chica arrepentida, sin saber qué hacer.
-¡No era tu padre, tonta! ¡Era ese hombre! ¡Volviste a dejarte engañar por él!- siguió reclamando, con tanta ira, tanta decepción, que por un momento deseó dejar de luchar por ella y abandonarla.
¿Porqué no? Llevársela de la Ópera sólo le había causado problemas. Si tanto quería seguir cayendo ante ese sujeto la dejaría irse con él, volvería a casa, Felipe volvería a reconocerlo como de la familia, volvería a la marina, abordaría un barco y no volvería a tocar tierra francesa jamás.
-Lo lamento.- lloriqueó Cristina abrazándolo.
¿Cómo podría dejarla? ¿Tan frágil, tan joven, tan inocente, tan hermosa, en manos de ese monstruo?
¡Cuánto dolía amar a Cristina Daaé!
-Siempre te perdonaré, ¿lo sabes?
La joven asintió entre gemidos y lágrimas.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Se siente muy estraño.... saber que todo terminará pronto.
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