27. La magia de lo encubierto.
"Gran baile de Máscaras en Año Nuevo."
Anunciaba con gran pompa un cartel junto a las taquillas de la Ópera, causando diversas emociones.
-No se verá tan mal que andes con esa máscara el día del baile.- se burló una maquillista al ver pasar a Canelle cerca de su grupito de amigas, quienes no dudaron en secundar la gracia con risitas estúpidas -Aunque tu facha de pordiosera nada la oculta.
La aludida continuó sin inmutarse, o al menos dio esa impresión al tener el rostro cubierto.
-¡Canelle!
Pero se detuvo en seco al escuchar que la llamaban, sin atreverse a dar la vuelta, tal vez ya la habían golpeado tanto que ahora creía oír cosas, no quería voltear y decepcionarse al comprobar que esa no era la voz que creyó reconocer, la voz de...
-¿Qué pasa?- escuchó más cerca, tras unos pasos apresurados hacia ella, ¿podía ser? ¿Realmente?
-¿Le Bret?- preguntó suplicante al girarse por fin.
-Sí...- afirmó el cadete confundido, antes de tomarla por los hombros mirándola con preocupación, estaba muy delgada y en cuanto sus ojos se cruzaron con los suyos, aún a través de los orificios de la máscara negra que ahora le cubría toda la cara excepto los labios y el mentón, pudo ver que sus ojos se llenaban de lágrimas -...¿qué pasa?
La joven se abrazó a él con desespero y se echó a llorar -Regresaste.- musitó.
-Así es, ya volvimos.- confirmó Le Bret correspondiendo el abrazo consoladoramente.
-¿Volvimos? ¿Todos? ¿Terminó el sitio?- como por arte de magia el llanto se detuvo, miró a su visitante ilusionada, si sus cadetes habían vuelto soportaría cualquier cosa.
-Cyrano y yo.- respondió Le Bret notoriamente incómodo, odiaba tener que decepcionarla
-Él fue herido, y por más que renegó, no podía quedarse allá, así que tuve que traerlo. ¡No está tan mal, no te preocupes!- corrigió en cuanto vió la angustia en los ojos de su amiga -El viaje le resultó muy pesado y se quedó en casa descansando, pero ya que estamos aquí, no podíamos hacerte pasar un día más sola.
-Gracias.- suspiró la chica aliviada abrazándose con fuerza a él.
-Veo que habrá un baile de máscaras.- enunció Le Bret después de unos momentos de estrecharse mutuamente en silencio -¿Estarás?
Canelle se apartó y lo miró, confundida -¿Cómo crees que yo iría? Es solo para gente rica, la facha de pordiosera no la oculta una máscara.
-¿Así que te afecta lo que dicen? ¡No debería!- dijo LeBret con una mirada bastante intimidante, notoriamente enojado. Se dio cuenta de que no era la manera de abordar el tema al mirar unos ojos asustados tras la máscara -Tal vez no tengas dinero, o una clase social alta, pero eres una buena y bondadosa chica, y esa es la mayor de la bellezas.- completó con suavidad.
Canelle bajó la mirada.
-Debes ir al baile, seguro que a Cyrano le encantará invitarte.- sonrió encantador el cadete -Para entonces estará bien.
A la joven se le iluminaron los ojos de expectación, bailar con Cyrano en el baile de máscaras sería lo mejor del mundo, pero volvió a bajar la mirada al comprender su realidad.
-¿No quieres?- preguntó Le Bret preocupado, su amiga había perdido la esperanza demasiado pronto, ¿cuánto daño le habían hecho durante el tiempo que se habían ido al sitio para que ahora procediera de esa manera?
-¿Y cómo? ¿Con ésta ropa? ¿Con ésta máscara que hice yo misma de un telón que iban a desechar? No tengo nada más...- preguntó ella sin mirarlo.
-De eso me encargaré yo.- afirmó el moreno regalándole una sonrisa de complicidad.
-¡Canelle!
La aludida volteó, sus compañeros la llamaban desde el otro lado del pasillo, aunque nada tontos, ya no trataban de amedrentarla con sus miradas ni su tono de voz.
-Debo ir a trabajar.- se disculpó Canelle soltándose de los brazos de su querido cadete.
-Gracias por venir, dile a Cyrano que iré a verlo pronto.
-Así lo haré.- afirmó Le Bret antes de tomar su mano y depositando en él un beso de despedida.
La tramoyista corrió al ensayo, sintiéndose segura y feliz después de un tiempo que le había parecido eterno.
-¡Ayesha, si fuera rico te compraría una capa y una máscara de terciopelo, y te llevaría al baile!- exclamó el pequeño Gabriel dando vueltas con la gata persa en brazos.
-¡En el baile cargando a tu gato, como todo un señorito de sociedad!- rió Fleur divertida, le sorprendía la paciencia que Ayesha le tenía al niño, él dándole vueltas hasta marearse y caer de espaldas, y a ella a veces le soltaba un arañazo con solo acercarse.
-El baile de máscaras será divertido para muchos.- se les unió una voz profunda -Podría serlo para Ayesha también.
-¡Señor Erik, hola!- saludó Gabriel desde el suelo, con Ayesha dándole golpecitos en la nariz como pidiendo que se levantara para dar más vueltas.
-Buenas tardes, jovencito.- respondió Erik apareciendo en el umbral de la puerta.
Fleur volteó. No terminaba de comprender porqué el temible Fantasma de la Ópera había decidido revelarse ante ellos, pero le encantaba la idea. Un día la voz se convirtió en una sombra, y un día la sombra salió a la luz.
Una figura delgada y alta, pero imponente, un eterno frac, cabello azabache tan pulcro como el resto de su persona, con la mitad del rostro cubierta por una máscara blanca que resaltaba la profunda mirada de ojos dorados siempre alertas, siempre abiertos.
No se había planteado siquiera la idea de averiguar qué había debajo de la máscara, no podía poner en riesgo tan peculiar "amistad" y la idea era clara desde el mismo principio: "si estoy ocultando algo es porque no quiero que lo veas".
Tampoco fue necesario aclararle tal punto al niño, en realidad no parecía interesarle mucho el personaje. De repente se sentaba en silencio a escuchar sus conversaciones o como tocaba el órgano cuando Ayesha ya se había dormido.
Una de las pocas veces que había abierto la boca fue para preguntar un inocente: "¿Cómo te llamas?", argumentando después que "Señor Fantasma" no le parecía un nombre.
El Fantasma había sonreído condescendiente y apenas abriendo los labios pronunció: "Erik".
A estas alturas, Fleur y Gabriel estaban mucho más acostumbrados a pasar las tardes en la Casa del Lago que en la propia, el niño jugaba con Ayesha, y si Erik no tocaba el órgano sostenía sobrias charlas con la periodista sobre los asuntos de Paris, le contaba historias sobre Persia, le hablaba del arte y arquitectura italianas, debatían acerca de mitología griega (tema favorito de Fleur) y sus similitudes con la romana.
Un par de veces asustó tanto a Gabriel contándole las leyendas que se oían en boca de los gitanos que el niño apenas y pudo dormir durante las tres noches siguientes, aún así pidió que le relatara esas historias una vez más, teniendo que retractarse ante la mirada de reproche de su tutora. Desde entonces sólo escuchaba las conversaciones de los mayores.
Fleur se preguntaba porque un alma tan instruida, artística y cortés debía esconderse del mundo, pero mientras Erik no mencionara nada acerca de su propio pasado no pensaba preguntar. Cada noche al volver a su casa a dormir, se descubría un poco más fascinada con ese misterioso hombre que tantos creían un fantasma terrorífico. Justo como ésa noche.
-Estoy harta- dijo Cristina mirando por la ventana hacia el puerto frente al caserón viejo que ahora era su "hogar".
Odiaba vivir ahí, con el eterno olor a pescado, los espantosos hombres que subían y bajaban de los barcos pesqueros y la miraban lascivamente cuando ella se asomaba por la ventana, ese cuartucho con humedad, la asquerosa comida de la casera (que además no le quitaba los ojos de encima a Raúl) y sobre todo odiaba haberse vuelto un ama de casa cuando estaba a punto de volverse una estrella de la Ópera.
Sólo se quedaba ahí, esperando, no sabía cocinar y la única cocina de la casa era dominada por la casera y no había mucho que limpiar en un cuartito, su martirio terminaba cuando Raúl regresaba con unas cuantas monedas y un horrible hedor a pescado. Lo soportaba con tal de mirar esos ojos cada día un poco más tristes y esa carita angelical cada día un poco más curtida por el sol.
Lo amaba, a pesar de todo, a pesar de la pesadilla sin final de vivir alejada del mundo y sin posesión alguna, cada moneda que Raúl ganaba era para largarse de ahí en cuanto pudieran.
Eso se había ganado el muchacho al desobedecer a su familia y llegar a casa declarando que Cristina era el amor de su vida y la tomaría por esposa. Que el Vizconde de Chagny quisiera enlazar su vida y su destino a una corista era la peor vergüenza para la familia y en un momento se encontró como alguien no deseado en su propia casa.
Pero amaba a Cristina, y que lo echaran de casa le pareció lo mejor, no tendría que quedarse en Paris, se la llevaría tan lejos que nadie los encontraría jamás, ni siquiera ese farsante "Ángel de la Música". Era Suya. Toda suya.
Aunque no pudo llegar muy lejos: esperaba tomar cualquier barco de la marina para irse con Cristina al otro lado del mundo, pero descubrió que había perdido su puesto el cual tenía por recomendación familiar. Así que se quedaron en el puerto, tuvo que trabajar como cargador y Cristina lo esperaba encerrada en un cuartucho.
Así las cosas, le cayó cual balde de agua helada que su amada lo recibiera esa noche exigiendo volver a la Ópera, declarando a gritos que no quería seguir soportando ese muladar.
Raúl se negó rotundamente, no quería que Cristina tuviera ni el más mínimo acercamiento a Erik, porque sabía que la joven caería de nuevo en sus garras. Era tan débil, su Cristina.
-¡Quiero ir!- insistió la chica, a punto del llanto -Quiero dejar ésta vida, quiero regresar a la anterior, quiero caminar por la Ópera al menos una vez más.
Raúl suspiró -Nos verán, Cristina. Erik te verá y no te dejará ir esta vez, no volveremos a estar juntos.
-No nos reconocerá.- dijo Cristina convencida -Iremos ocultos.
-¿Ocultos?- preguntó el chico previendo que lo siguiente era una mala idea imposible de sacar de su cabeza.
-Iremos al baile de máscaras de Año Nuevo.- sentenció la joven.
Al día siguiente, los empleados de la Ópera miraban con recelo al Cadete de Gascuña que se paseaba con aire de superioridad por los pasillos, ahora era Le Bret buscando a Canelle, la joven tenía protector de nuevo y les resultaba tan intimidante como el mismo Cyrano. Ninguna mirada podía evitar posarse curiosa sobre el enorme bulto que cargaba al hombro envuelto en un saco. Con mucha imaginación hasta podría ser un cadáver.
Todos se dispersaron prestamente al encontrarse Cadete y tramoyista, dejándolos solos.
-¿Cómo estás?- preguntó Le Bret tomando la mano de su amiga.
-Mucho mejor, gracias.- contestó Canelle sonriendo.
-Te traje algo.- indicó el moreno bajando el bulto y poniéndolo frente a ella -¿Quieres que lo lleve a tu habitación?
-¿A mi habi... ¡no!- respondió rápidamente la chica, no quería que él viera el pedacito de ese imponente lugar al que la tenían confinada, sería demasiada vergüenza -Yo puedo llevarla, gracias.
-Está bien.- aceptó él ahorrándose las preguntas que le habían brotado inmediatamente
-Entonces vendré mañana, si no te gusta o no te acomoda lo cambiaré.
La joven lo miró confundida, no se imaginaba qué podría ser.
-Debo irme, he dejado a Cyrano solo y debo vigilarlo para que no salga y haga tonterías.- sonrió Le Bret coqueto antes de besar la mano de la chica como despedida.
Canelle llevó la carga a su "habitación", lo dejó sobre el catre y lo abrió, soltando una exclamación de sorpresa al descubrir el contenido.
Ayesha se paseaba por la casa del Lago pomposamente, no quisieron preguntar cómo, pero Erik le había conseguido un antifaz y una capa a su medida de estupendo terciopelo rojo.
-Y esto es para ustedes.- indicó señalando un bulto cubierto por una manta sobre el sofá mayor.
Gabriel no pudo evitar un arranque de curiosidad corriendo a destaparlo y soltando un gritito de asombro al ver lo que era.
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Después de unos capítulos que me resultaron agotadores de escribir, por fin un respiro. Espero que también lo sea para ustedes.
Y... espero que no haya fans de Raúl y Cristina por aquí.
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