9. Sin arrepentimientos.
Martín y Manuel se encontraban caminando por el barrio donde vivían, pronto el mayor debía volver al trabajo, por ello se encontraba trajeado, tampoco se veía raro, en aquel barrio de clase alta era algo común que hombres andarán de traje casi todo el día. Por otro lado, el castaño vestía casual, pero esta vez con una campera, el frío cada vez era mayor en el país, por suerte aún no había cogido un resfriado.
— ¡Weón! ¡Rucio! —Llamó la atención de su "esposo" que se encontraba viendo algunas vidrieras de las tiendas de la calle principal del barrio.
— ¿Qué queres? —Cuestionó alzando una ceja, por alguna razón tenía el presentimiento de que su respuesta sería un no rotundo.
— ¡Helado! Hace caleta que no como, mira, es Grido, tienen nuevos sabores, quiero probar frutilla al agua, ya po', porfa, no me digai que no.—Manuel nuevamente estaba arrugando su traje, estaba apretando demasiado su brazo, como amenazándolo de no dejarlo ir hasta acceder a su petición.
— No. —Sentenció zafando su brazo del agarre, continuó caminando un poco más y se metió en una tienda de mascotas, el menor estaba casi por hacer un berrinche, pero se contuvo, ya tenía diecinueve años, debía mostrar algo de madurez.
Dentro de la tienda de mascotas el rubio se puso a mirar unos cobayos, le gustaba ver como jugaban entre ellos y esa manera que tenían de mover los bigotes, hasta una sonrisa aparecía en sus labios por aquello. Manuel llegó a su lado sin darse cuenta, no le reclamó nada, no pudo al ver la expresión tan pacifica que llevaba al ver aquellos roedores.
— Deberías comprar uno po. —Finalmente hablo el castaño cruzándose de brazos.
— ¿Debería? Nah. Suficiente con vos en la casa. —Respondió con eje divertido metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones.
— Weón, hoy me estai buscando. —Golpeó el hombro del mayor frunciendo sus labios y ceño, relajo su expresión al ver unos cachorritos de la raza caniche toy a unos pasos de él.
— Mira Rucio, ¿no son lindos? —Cuestionó alzando uno de ellos, el cachorro enseguida dejo algunas lamidas en la mejilla derecha de Manuel, este ni siquiera tenía problemas, siempre le habían gustado los perros, supo tener uno, uno que fue su única compañía por muchos años, pero desgraciadamente los perros no viven demasiado.
— Y al lado tuyo es precioso. —Nuevamente Martín estaba con una sonrisa burlona en su rostro, ese día se había levantado con única menta: molestar al chileno, y este ya se había dado cuenta de eso.
— No voy a caer en tu cagá de juego como siempre Rucio. —El castaño afilo su mirada y dejó al cachorro de nuevo en la vitrina, aunque en realidad tenía muchas ganas de llevárselo con él, su mirada lo delataba, sus labios casi abultándose lo confirmaban, el vice presidente de las hotelera Hernández ya estaba sacando su tarjeta para comprar al cachorro.
Dos horas más tarde Martín se encontraba en su oficina luego de una reunión, Manuel estaba con él corriendo por todo el lugar junto al cachorro, trataba de concentrarse en los inventarios que controlaba, pero los ladriditos del pequeño can lo volvía algo bastante difícil, más aún la risa del menor que iba formando una sonrisa en sus propios pares.
— ¿Te molestamos mucho weón? —Cuestionó el chileno al darse cuenta que el mayor continuaba en la misma hoja hacia veinte minutos.
— Un poco no más, pero no importa. —Soltó los papeles que tenía en sus manos y se reclinó en su sillón de escritorio vicepresidencial. — Che, respondeme algo, ¿por qué el perro se llama Tincho? —Preguntó golpeando suavemente una lapicera sobre uno de los brazos del sillón.
— Porque tiene el pelo clarito como vo' po'. —Tras responder la pregunta tomó al cachorro y se sentó sobre el escritorio de su "esposo" donde estaba vacío, sabía que lo iba a matar si aplastaba alguna de sus carpetas con su "culo de vieja chota" como le dijo aquella vez Martín cuando se sentó sobre su celular.
— ¿Cómo van tus clases? —Preguntó el mayor golpeando levemente la rodilla del castaño.
— Bien, aprendí cosas que no sabía para captar mejor un cuadro, y algo de edición en el compu. —Mientras hablaba ponía el cachorro en la cabeza de Martín, el pequeño mordía sus brillantes cabellos rubios. En un descuido del menor el cachorro cayó y por suerte en el regazo de su "esposo".
— A ver... hola. —Dijo Martín alzando al pequeño. —Tincho, que mala suerte que tenes, tu papi está loco, hoy está de buen humor, mañana te va a sacar la chucha como él dice.
— No le digas esas cosas weón, no soy así. —El rubio alzo las cejas en una expresión de "¿enserio lo decis?", el castaño enseguida le propino un golpe en la cabeza. — Pucha, solo no siempre me levanto con una sonrisa po.
— Decime, ¿te crees tus propias mentiras?
— ¡Voy a matarte, weón!
Nuevamente comenzaba una divertida pelea entre ellos, Manuel trataba de golpear a Martín, y este solo se cubría con las manos mientras reía hasta que le doliera el estómago, pero esta vez eso no pudo ser, una persona había entrado sin permiso en su oficina, el rubio contempló a esa persona como si contemplara una fantasma, y finalmente tomó el cachorro que había puesto en su regazo para ponerlo en las manos del castaño.
— Manuel, ve a casa o a donde quieras, pero sabes que debes avisarme o me preocuparé, ¿sí? —El menor no hizo más que asentir y mirar a la mujer rubia de ojos verdes que se encontraba parada en frente de ellos, se bajó del escritorio y emprendió su camino para salir de allí.
— ¿Para qué estas acá, Martina? —Cuestionó el vicepresidente Hernández una vez su joven "esposo" abandonó el lugar.
— Vine porque estoy cansada de encontrar tu nombre en las facturas del cementerio. ¡Basta, Martín! ¡Ella está muerta! ¡Vos no tenes nada que ver ya! ¡¿Cuándo carajo lo vas a entender?! —Exclamó más que molesta la mujer tirándole al rubio un montón de papeles en la cara.
— Dejame en paz, solo quiero hacer algo por ella. —Respondió despreocupado mirando hacia a otro lado, los ojos esmeraldas de la mujer le incomodaban.
— Martín, Lourdes está muerta y no fue tu culpa, ella decidió terminar con su vida, ella era lo bastante mayor para saber lo que hacía, vos no tenes la culpa de nada, vos no te tenes que hacer cargo de nada, menos quitarle cuentas a esa arpía de su madre. Ella era mi mejor amiga, pero fue una pelotuda y muy grande.
La joven mujer tomó asiento en uno de los sillones para agarrar sus sienes y masajearlas, el mayor se levantó de su sillón y se acercó a ella con un vaso de agua fresca, la mujer no dudo en recibirlo y darle un buen trago, su garganta estaba seca del nudo que se le había formado por tener que revolver temas tan viejos como el suicidio de su mejor amiga, su hermana del corazón.
— Si yo no la hubiera abandonado... ella jamás hubiera hecho eso. Tenes que entenderme Martina, ¿cómo la puedo olvidar de un día para el otro? —Dijo casi en un hilo de voz ya sentando en frente de la joven.
— ¿Un día para el otro? ¡Pasaron seis años, Martín! No podes seguir cargando con algo de cuando eras pendejo, los dos eran unos pendejos de mierda, nada más, ¿qué iban a saber de la vida o de la muerte? Nadie es culpable nada. —La mujer suspiró, la expresión del vicepresidente no parecía cambiar dijera lo que dijera.
— ¿Sabes cuándo voy a estar tranquilo? Cuando tenga a mi hijo, me voy a sentir por siempre en deuda con ella hasta que no tenga a nuestro hijo conmigo. —Los ojos de Martín se habían cristalizado a pesar de su expresión dura, fría y culpable.
No hablaron más, Martina no sabía que responder a eso, solo se levantó y se retiró de allí ya habiendo dicho todo lo que debía decir. Martín también se levantó tras unos minutos, tomó su saco, se lo puso y se retiró de la oficina dejando su celular sobre el escritorio, paso por al lado de Manuel que jugaba con el cachorro a las afueras del edificio, ni siquiera le dirigió la palabra por más que este le preguntó que ocurría, subió a su auto y salió con prisa hacia solo Dios sabe dónde.
— Rucio... —Murmuró el castaño con el pequeño entre sus brazos observando el rastro de las llantas del auto en el pavimento, suspiró y sin más se dio la vuelta para caminar para donde sus pies lo llevasen, tal vez así doliera menos su pecho, tal vez así doliera menos sentirse nada importante para el rubio en aquellas ocasiones.
El auto iba a demasiada velocidad, casi podía oírse como resbalaban las ruedas sobre el húmedo pavimento por la lluvia que había caído en la mañana, las lágrimas de Martín no le permitían ver del todo bien la carretera por la que iba, pero realmente nada de eso le importaba, varios recuerdos se estaban arremolinando en su cabeza. La primera vez que la vio en la escuela, la primera vez que la tomó de la mano, la primera vez que la beso y la primera vez que lo hicieron el amor... y la primera vez que la dejo sola.
Llegó hasta una escuela primaria privada religiosa, se estacionó en frente del patio rejado de esta y bajó del auto. Se acercó a la reja negra con unos lentes de sol marrones claros, no debía ser reconocido fácilmente, por suerte no había ningún profesor cerca en el patio; en este había niños corriendo de un lado a otro, debía ser el receso, había tenido suerte, sería más fácil encontrar al niño que buscaba.
— ¿Busca a alguien? —Le cuestionó una vocecita cerca suyo, se quitó los lentes y giró un poco su rostro encontrándose con un niño rubio y de ojos verdes mirándole expectante desde el otro lado de la reja, Martín tuvo que hacer fuerza para no llorar sin consuelo alguno en ese mismo momento.
— Si, pero no está... ¿vos por qué estas acá y no jugando con los demás? —Le preguntó agachándose un poco para llegar a la altura del pequeño, ambos se sostenían de los barrotes negros que los separaba.
— Ellos dicen que mi padre me abandono, pero mi padre no me abandono, él me está buscando, vendrá por mí, ellos no me creen. —Decía el pequeño mirando hacia abajo abultando sus labios, Martín no lo soportó, tapo su boca con una mano y soltó algunas de lágrimas que se habían estado acumulando en los bordes de sus ojos.
— Tu papá vendrá por vos, te lo aseguro, jamás en la vida podría abandonarte, papá vendrá. —Dijo con la voz quebrada y el niño alzo su mirada sonriendo por sus palabras, asintió varias veces y cerró con más fuerza sus manos sobre los barrotes, sus esperanzas habían sido renovadas, al menos una persona estaba de acuerdo con él, eso era más que suficiente.
— Decime... ¿Cómo te llamas? —Cuestionó Martín casi con un hilo de voz mientras sus piernas se flexionaba aún más dejándolo por debajo de la altura de los ojos del pequeño.
— Soy Lucas Diego Hernández... —Respondió el niño con una sonrisa algo tímida, el vicepresidente no soportó más y lloro cuanto quería, cuanto necesitaba, el pequeño no entendía, pero paso su mano entre los barrotes y acaricio la cabeza de Martín tratando de consolarlo, pero había hecho el efecto contrario, ahora casi moría en lágrimas, su corazón dolía, le estaba dando una taquicardia.
Una mujer grito, era una profesora, los ojos de Martín se horrorizaron, pero antes de salir de ahí tomó la pequeña mano el niño y dejo un beso sobre ella, era la primera vez en su vida que podía estar tan cerca de su hijo, la primera vez que podía tocarlo. Se quedó un momento más guardando cada detalle del rostro de su niño en su cabeza y finalmente salió corriendo cuando casi la mujer llegaba hasta a ellos, subió a su auto y salió hacia su casa lo más rápido que pudo, a pesar de que tendría muchos problemas ahora, no se arrepentía de nada.
Abrió de golpe la puerta de su casa, subió las escaleras sudando demasiado, una mano lo sostenía del barandal y la otra se encontraba en su pecho, cada latido era sumamente doloroso para él. Llegó al baño y con sus manos temblorosas saco un frasco de pastillas del cajón de debajo de la pileta, saco casi todas las que estaban dentro y las llevó a su boca, abrió el grifo y con ambas manos tomó el agua necesaria para pasarlas a todas por su garganta.
Manuel nuevamente estaba jugando su juego preferido, Don't Starve. Al fin le había agarrado la mano, ahora podía construirse una casa rápidamente, iluminarla y ya no temía de los perros salvajes, estaba orgulloso de su partida, solo le quedaba enfrentarse al rinoceronte de metal, tenía todas sus armas preparadas, pero justo cuando iba atacar el sonido de un golpe seco lo distrajo, guardo la partida y se levantó de su cama donde había estado acostado con su computador portátil.
— ¿Martín? —Llamó mientras caminaba por el largo pasillo del primer piso de la casa de ambos, vislumbró una puerta media abierta al fondo de este, y sin hacer ruido se acercó hasta allí.
El horror se dibujó ante su rostro, su esposo yacía sobre el frío cerámico del baño inconsciente, unas pastillas lo acompañaban como adornando su cuerpo. Sus piernas flaquearon, su mente se aturdió, pero aun así llegó a marcar al número de emergías, tartamudeaba, ni siquiera lograba recordar la dirección de la casa, entre lágrimas logró decirla, cortó y se acercó al cuerpo de Martín para tratar de despertarlo, pero todo eran en vano, lo único que había con vida en el rubio, era el débil latir de su corazón.
La ambulancia llegó, los paramédicos se hicieron camino en la casa del vicepresidente Hernández a gran velocidad, dieron con el baño donde estaba inconsciente con un castaño abrazándole como si no fuera a dejar que nadie lo arrebatara de sus brazos; pero debieron quitárselo para subirlo en la camilla, otro paramédico se encargó de Manuel para que los acompañara al hospital, costó hacerlo decir su nombre, pero finalmente en un murmuro dijo: González de Hernández.
En el hospital Martín fue trato de urgencia, le practicaron un lavado de estómago, lograron neutralizar la mayor parte de la drogada, pero lo que su cuerpo ya había absorbido era suficiente para mantenerlo dormido al menos cuatro o cinco días. A Manuel también lo atendieron, le administraron un cálmate intravenoso que lo dejo dormido en una de las camillas de sala común, en tanto los médicos se encargaron de llamar a los familiares más directo del rubio.
— Ese qliao de Martín otra vez cago todo. —Escuchó el castaño a alguien hablar muy molesto a su lado. — Aunque... es su hijo la concha de su madre, nadie debería prohibirle verlo, ¿qué vamos hacer loco? —Continuaba la persona desconocida hablando en un acento que no reconocía realmente, aún no podía abrir sus ojos, sentía sus párpados demasiado pesados para ello.
— Eso, vamos a recurrir a la compasión, es su hijo, solo fue un momento de debilidad, en cuanto a este intento de suicidio, paguen lo que sea para que sea borrado de los historiales médicos de Martín, solo nos dejara en desventaja si se sabe esto en el juicio. —Dijo otra voz, pero un tanto mayor a comparación de la anterior.
— No soy pelotudo che, ya me encargué todo loco. Estos médicos cobraron más caro de lo usual... por cierto, ¿cómo vas a utilizar al chileno en favor del negro?
— Dejamelo a mi che, confía en su abogado. ¿Pensa en esto, qué más quieren los jueces que una familia feliz para el niño?
Nota: Perdón por tardar tanto, pero nunca vayan a creer que dejaré esta historia, la re amo personitas ;;
Se vienen muchas cosas ahora, empezamos la parte candante de la historia (?)
Espero les haya gustado el cap, dejarme sus comentarios por favor y además decirme el nombre más "cuisco" que conozcan, es para una tarea (?)
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