8. Una mente revuelta.
La tarde se hacía lenta, el sonido de los autos en la calle se volvían una molestia, la música no acompañaba el momento, más ninguna letra parecía acompañar las emociones que se desprendía de su corazón una vez la imagen de Manuel se hacía presente en sus memorias, ¿Cuánto ha repetido esto? ¿Cuántas veces se ha visto tan miserable aferrado a recuerdos que se escabullen entre sus dedos como arena fina en la playa?
Suspiró, volvió a darse vuelta en su inmensa cama, no había a nadie que molestara, a nadie que empujara, su cama siempre había estado vacía, ni siquiera alguna vez había conocido el peso de otro cuerpo que no fuera del de su dueño, el dueño de aquel lujoso departamento en plena capital porteña. ¿Podía ser aún más miserable?
Sus rubios cabellos, ahora mostrando sus naturales hondas, taparon su rostro como ayudándole a ocultarse del mundo, tomó una sábana con brusquedad y se enredo en ella pareciendo más una oruga en pleno crecimiento que un humano a cargo de una empresa argentina de cosméticos multinacional.
Pero el silencio se acabo, una voz con un acento parecido al suyo pero con un toque particular se hizo presente en su recamara, se colocó una almohada en la cara para probar si así no lo oía, pero en vano fue, no solo aún escuchaba sus gritos buscándole por el departamento, sino además que cuando llegó a donde estaba su aroma a tierra húmeda y yerbas naturales penetraron en sus fosas nasales obligándole a por lo menos dedicarle una mirada.
- Hoy no quiero saber nada de nada... dejame. -Le pidió volviendo a colocar la almohada en su rostro, soltó una gran cantidad de aire sobre ella y se dio vuelta una vez más quedando boca abajo en la cama.
- No, patroncito, tiene que ir a laburar che... ¿Qué pio le está pasando? -Cuestionó bastante preocupado sentándose sobre la cama, hacía tres meses que trabajaba bajo las ordenes del joven presidente Marcos Hernández, pero era la primera semana en que lo veía tan decaído y ajeno a lo que sucedía en las finanzas de su empresa.
- ¿Qué me pasa? Me pasa todo y nada, lo que quiero y lo que no, lo que debo olvidar y lo que debo recordar. Es más sencillo leer un libro de Julio Cortázar que un montón de palabras sueltas de mi boca. -La respuesta del rio negrino no había aclarado en nada las dudas de su secretario paraguayo, más bien, se lo notaba más confundido que antes.
- Le voy a preparar algo muy rico de comer, patroncito. -Dio una palmada en su rodilla y se retiró del cuarto, no iba rendirse en su misión de levantarle el ánimo a su jefe.
No podía quejarse a pesar de todo, Daniel era el único capaz de ver ese lado débil del gran Marcos, era el único capaz de presenciar como la sonrisa de este iluminaba todo una vez salía mal dibujada de su rostro, porque aunque suene gracioso, al presidente Marcos le costaba sonreír, tan poco ha sonreído en su vida que no tiene en claro como es la forma de esta, pero aún así poco a poco iba copiando la del paraguayo.
Se podría decir que De Irala había hecho pequeños, pero grandes cambios en la vida del rubio, desde que ahora todo los días vestía bien y a la moda, como ahora en su dieta había más que manzanas a cada hora, y creerme, eso había sido la parte más difícil de todas, más difícil que hacerle hablar sobre cómo se sentía eventualmente con cada suceso en su día a día.
Su madre, su querida madre que estaba allá en el Paraguay siempre le decía que los psicólogos estaban al pedo básicamente, con un poco de amor, con un oído y dos brazos cualquier persona encerrada en sí misma naturalmente saldría al mundo exterior, y siempre agregaba con su acento característico: y ay mi Dios de cuando esas personas suelten todo lo que tienen guardado en su pecho.
Daniel pensaba que tal vez esas cosas y otras, era lo que tenía enamorado de su patroncito, porque entre todas sus preocupaciones como pagarle la escuela a su hermanito y mandarle plata a su vieja, tenía que preocuparse en que nadie se diera cuenta cuáles eran sus inclinaciones sexuales, porque aunque viviera en un supuesto país libre, las malas lenguas nunca cesaban, y arriesgar su lugar al lado del dueño de sus pensamientos, estaba entre sus muy últimas opciones.
Mientras cortaba unas verduras para la comida de su patroncito, pensaba en cómo este al final de su jornada laboral se veía cansado, y como el gel que utilizaba para su cabello desaparecía y varios mechones se ondulaban cayendo sobre su rostro enmarcándolo como a una preciosa obra de arte, y ahí era cuando se enamoraba un poquito más. Si se lo ponía analizar, no era novedad que alguien estuviera enamorado de él, de su patroncito, porque él era hermoso a vista de cualquiera.
Su patroncito era un hombre que medía más de un metro noventa, poseía ojos verdes tan oscuros como un pantano, parecía que en cualquier momento se harían negros. Su piel era blanca, tan blanca como la nieve de los picos de andinos de la Argentina. Y sus cabellos eran como hilos dorados obligados a verse rectos hacia atrás cuando poseían unas hondas que asemejaban haberse dibujado a mano, a veces quería decirle a su patroncito que no usará gel, que igualmente se veía formal sin él.
Describir al patroncito a su manera era un deporte para él, lo hacia todos los días, cada día volvía detallar con descripción objetiva y subjetiva cada rasgo del rubio. Le encantaba sonreír solo porque él estaba cerca, no importara que todo le estuviera saliendo mal, si su patrón palmeaba su hombro se volvía el día más feliz de su vida, pero como así como podía ser el chico más feliz por algo tan simple, por algo tan simple podía volverse él más infeliz de todos.
De Irala no era estúpido, podía parecerlo a veces cuando gritaba cosas en el idioma de su pueblo originario, pero él se daba cuenta de las cosas, él podía ver como los ojos del rubio se iluminaban cada vez que veía a ese joven chileno que se encontraba bajo las alas de otro rubio de rasgos casi idénticos al de su patroncito, pero aún así ambos eran muy diferentes, un extremo y otro.
Pobre corazón paraguayo, se encogía cada vez que veía aquella escena, y era la única vez en su vida que sentía envidia, porque su madre le enseñó a jamás desear nada del otro, que siempre fuera feliz con quién era y con lo que tenía. Pero en ese momento, en ese pequeño instante de su vida deseaba con fervor ser aquel chileno, tener aquella posición social, tener a Marcos Hernández mirándole como si fuera lo más precioso sobre este mundo.
- Tenemos una reunión en una hora, comemos y nos vamos. -Le informó Daniel apenas sintió al presencia del mayor tomando asiento junto a la isla de la cocina, se dio la vuelta mientras la comida se cocinaba, el contrario lo miraba algo curioso mientras despeinaba sus ondas rubias.
- Esta bien. -Respondió sin darle muchas vueltas, sabía que no podía escapar de sus responsabilidades por más que quisiera. Se levantó y se acercó hasta el paraguayo que cuidaba la salsa, ya se había vuelto a dar la vuelta, así que no sintió al rubio hasta que este se apoyo sobre él para robarle la cuchara y tomar un poco de la salsa para probarla.
- Esta muy buena. ¿Te enseñó tu mamá a cocinar? -Rodeó su cuello con un brazo para sostenerse mejor de él y así robarle otra cucharada, ni siquiera se daba cuenta de cómo las mejillas de Daniel competían contra el rojo de la salsa, ni como su corazón estaba acelerado como si fuera a darle un pre infarto en cualquier momento, bueno, eso es algo exagerado, pero así se sentía más o menos.
- Si... ella es muy buena en esto. -Soltó algo de aire sin hacerlo notar como un suspiro y apagó la hornalla, quiso tomar la olla olvidando que las azas de la misma estaban calientes por el reciente calor, pero no llego a quemarse porque el rubio había tomado sus manos, pero por ese movimiento lo tenía básicamente abrazado por detrás, podía sentir hasta su respiración sobre su nuca.
- Tenes que tener más cuidado che... -Le susurró sobre su piel erizándole al instante, es como si pudiera percibir lo que provocaba en el paraguayo, una sonrisa ladina no tan mal formada como otras, se apareció en sus labios y se alejó para que pudiera servir la comida.
El corazón De Irala quedo colgado de sus manos, de los tres meses que trabajaba con el rubio era la primera vez que habían estado tan cerca, donde había sentido el calor de su cuerpo sobre él. Respiró hondo aprovechando que su patrón había salido de la cocina, acomodo sus cabellos y su ropa como un mero reflejo para calmarse.
Sirvió la comida a duras penas, se sentó en frente del mayor en el comedor y comió en silencio los ravioles con salsa. El rubio solo le dirigió una mirada entre divertida y curiosa del porqué de su silencio, no comentó nada y también comió su plato en silencio. Finalmente cuando ambos terminaron el paraguayo se levantó y tomó la vajilla para lavarla antes de irse, se retiro a la cocina para hacer aquello, pero el mayor lo siguió por detrás.
- ¿De qué es la reunión? -Cuestionó nuevamente acercándose demasiado a su secretario, este no respondió de primera, lo estaba pensando un poco, había muchos lugares en su cabeza que deseaba mostrarle a su patroncito. Terminó de lavar los platos y se dio la vuelta para responderle, pero al hacer se encontró peligrosamente cerca del rostro ajeno, ¿qué le pasaba a su jefe hoy que insistía con dejarlo con el corazón pendiendo de un hilo?
- Disculpa, el perfume que hoy llevas es muy rico, por eso me estaba acercando para olerlo mejor.
- Si... ah... me lo regalo su secretario principal... ya sabe... yo... debo ser imagen... de usted. -Los nervios en Daniel crecían segundo a segundo, un deseo incontrolable por abrazarse al cuerpo en frente de él se instalaba en su pecho, pero lo resistió, no podía arruinarlo ahora, para su suerte su jefe se alejo asintiendo levemente con la cabeza y sus manos en sus bolsillos.
Salieron ambos para el trabajo nuevamente, esta vez Marcos no se puso su gel, dejo que su cabello se enredara tanto como quisiera, no le importaba, no tenía realmente deseos de nada, su cabeza estaba hecho un lío. Al llegar a la empresa caminó junto a su secretario, quien no entendía porque parecía querer ocultarse detrás de su espalda, no notaba cuantas miradas estaban sobre él, su imagen cambiaba completamente con los cabellos ondulados.
- Veni para acá, che. -Lo tomó de la muñeca y lo llevó a su lado a pesar de sus protestas silenciosas, llegaron hasta la sala de reuniones y solo allí lo soltó, entro a la sala donde fue recibido por sus empleados y gerentes. Su secretario espero afuera como siempre, pero en vez de quedarse junto a la puerta, se fue del edificio, necesitaba aire, demasiado aire.
La reunión termino, Marcos se quedo solo en la sala sin deseos de levantarse de su lugar en medio de la mesa, se reclino en su silla y cerró sus ojos tratando de relajarse por un momento, pero nuevamente percibió ese olorcito a tierra húmeda y yerbas de campo. Abrió sus ojos y se encontró con una manzana verde en frente de él, la miro por un momento y luego la atrapo en sus manos para darle un gustoso mordisco.
- Oh... Es rionegrina. -Comentó tras tragar el pedazo de manzana.
- Si, las encontré en el mercado de acá cerca, pensé que le gustaría.
- Pensaste bien...
El paraguayo se sentó sobre la mesa en frente de su patrón a disfrutar de su manzana también, por un rato no dijeron nada y solo comieron aquella fruta, compartían rápidas miradas e imperceptibles sonrisas. Finalmente fue el presidente de Vaiolet quien suspiró como dando a entender que tenía algo que decir, aunque se tardo un poco como teniendo pocos deseos de romper el cómodo silencio entre ellos.
- ¿Queres tomar un helado conmigo? -Preguntó tirando el corazón de la manzana al tacho de basura, lo mismo había hecho el extranjero.
- Si, aunque está un poco frío para eso. Digo, es casi invierno. -Abultó un tanto sus labios jugando con sus dedos, realmente no quería rechazar la oferta de su patrón, pero no era fanático del frío.
- En mi tierra suele haber temperaturas muy bajas casi todo el tiempo, realmente me da lo mismo en que época del año coma helado. Vamos, podrás disfrutarlo mejor che. -Le guiño el ojo derecho y se levantó de su silla para irse con su secretario, cual con ese gesto no pudo decir nada, solo estaba preocupado en ocultar el rojo que estaba adornando sus mejillas.
Subieron en el auto, ya que la heladería estaba algo lejos de la empresa, no comentaron más que un par de cosas sin importancia en el breve viaje. Se estacionaron frente a una heladería "Bariloche", una de sus heladerías preferidas, ya que dicho lugar venía de la ciudad donde él había nacido. Entraron y se pusieron a ver lo sabores que había en el cartel detrás, en lo alto, de donde se tomaban los pedidos, pero ambos sabían que solo estaban gastando tiempo; ya que no importa cuántas veces leas el cartel de sabores, siempre vas a pedir lo mismo.
Marcos pidió un helado de dos bochas, manzanas verdes rionegrinas y chocolate Bariloche, el más rico chocolate de la Argentina, bueno, al menos para el rionegrino. El paraguayo pidió uno de dos bochas también, dulce de leche y granizado, nada especial. El mayor pago por ambos helados y tomaron asiento al fondo de la heladería, ya que afuera por poco la temperatura se leía en negativo.
- ¿Qué pio hablaron en la reunión? -Preguntó curioso Daniel antes de darle el primer bocado a su helado.
- Oh, los aumentos de la luz y el gas de Macri. Son un golpe a nuestro déficit, pero tampoco es el fin del mundo para nosotros, tendremos que aumentar el precio de algunos productos muy populares de la compañía. -Tras responder le dio un buen mordisco a su helado, tembló ligeramente ya que su cerebro se enfrío ligeramente, pero no dijo nada.
- ¡Koré! ¡La luz está muy cara! -Se quejó el paraguayo frunciendo los labios, el rubio quiso hasta reír por esa expresión, pero como no sabía cómo se expresaba aquello, no hizo más que sonreír a duras penas.
- Patroncito... tengo una pregunta que hacerle. -Dijo en tono serio. Marcos dejo de comer su helado, su secretario nunca le había hablado con tanta seriedad. - ¿Usted puede ser que conozca de antes al esposo del patroncito Martín?
El rubio abrió sus ojos en grande, estaba sorprendido por la pregunta, ¿tanto se le notaba? Por otro lado, saliendo del primer shock, ¿Qué era eso de "patroncito Martín"? Él era el único que debía ser llamado así, suficiente con que su primo le había sacado al chileno. Soltó un suspiro, y comió un poco más de helado antes de responder, sentía que estaba haciendo un berrinche en su cabeza por una estupidez.
- Solo... si... lo conozco de antes... no vuelvas a llamarlo patroncito. -Volvió a llenarse la boca de helado hasta que casi se lo termino en un par de mordiscos.
- Oh, disculpe, es que fue tan amable, hasta dijo que era lindo, su primo es muy simpático. -Y esa fue la gota que derramó el vaso, Marcos destrozo el cucurucho con su mano, rápidamente el uruguayo buscó algo con que limpiarlo, el traje de su jefe se había manchado de helado.
- Te prohíbo que lo veas sin mí, ¿entendido? -Sentenció tomando la mano de Daniel que estaba sobre su pierna tratando de limpiar el helado, sus ojos verdes oscuros se clavaron en los verdes brillosos, algo asustado el paraguayo asintió con su cabeza, le soltó y se levantó para salir del local.
Daniel otra vez tenía el corazón tan acelerado como si estuviera corriendo el maratón más importante de su vida, ¿su jefe estaba solo? Ni siquiera podía imaginarlo, ni siquiera podía levantarse, solo reacciono cuando gotas de su helado cayeron en el dorso de su mano, lo llevó a su boca y terminó de comerlo, su mirada estaba ligeramente apagada, apagada porque las recientes actitudes de su patrón lo ilusionaban y eso dolía más que ser ignorado.
Marcos se encontraba sentado en su lugar de conductor, ya que por ese día no andaba con chofer. Suspiró tomando el volante entre sus manos, no entendía que estaba sucediendo con él. ¿Por qué temía de que le arrebataran al paraguayo? ¿Por qué siquiera le intereso que se diera cuenta de que conocía de antes a Manuel? ¿Por qué había estado tan estúpido todo el día?
Se golpeó la cabeza contra el volante, trato de relajarse y recordar aquello que lo calmaba, la pelota roja brillante rebotando por las escaleras, pero ese recuerdo no se proyecto en su mente, sino que apareció la imagen de una vieja bicicleta debajo de su auto, luego el puchero de un paraguayo, después la sonrisa del mismo, después la mirada de la misma persona, y después... y después... seguía apareciendo la misma persona con diferente expresiones, la más repetida era sin duda alguna, el paraguayo sonriendo, no había una sonrisa más bonita que esa.
- ¡No, para! -Exclamó Marcos levantándose de golpe, se hizo los cabellos hacia atrás con los ojos que casi se le salían de sus cavidades. - ¿No era la sonrisa de Manuel la más linda? -Se auto cuestionó mirándose en el espejo retrovisor.
Volvió a tirar su cabeza contra el volante, definitivamente no entendía nada de lo que estaba pasando, su mente era un lío y por más que quisiera, en cada rinconcito de su cabeza estaba el paraguayo preparándole un mate o trayéndole una manzana.
Necesitaba dormir al menos una semana...
Nota: Perdón por la tardanza ;; y Perdón su hay errores en gran manera, no lo he corregido, lo haré, pero quería ya subirlo ;;
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