6. ¿Qué es la libertad?
El sol se alzaba sobre esa fría mañana como el único refugio de aquellos que no habían salido muy abrigados al trabajo o la escuela, la gente se amontaba en cada rayo que golpeaba la tierra, entre esos se encontraban un chileno abrazado a sí mismo con ojos cerrados disfrutando de ese calorcito solar. A pesar de que Martín le había advertido la temperatura, había salido sin campera, y ahora pagaba las consecuencias de su rebeldía y su "dejame, weón, soy grande po, no tenes que estar diciéndome que hacer".
— ¿Estas con calor? —Cuestionó un argentino desde dentro de un Ford último modelo, el que se abrazaba en el sol casi le gruñó con la mirada y entró rápidamente dentro del vehículo atrapando entre sus manos la campera que llevaba puesta el contrario.
— Prestamela porfa, muero del frío. —Demando mientras seguía tironeando, el rubio se negaba rotundamente, también tenía frío aunque hubiera calefacción en el auto.
— Solta, boludo, te pasa por gil. Yo te avise, pero no, el niño no me puede hacer caso, ahora jodete. —Arrancó directo hacia donde su padre los había citado a ambos, aunque si llegaba con el chileno así, se llevaría buen sermón de cómo cuidar a su "esposo".
— Mira atrás, boludo, saca esa cara de perro con hambre. —Le dijo sin mirarlo, no lo necesitaba, sentía su mirada casi perforarlo con odio.
El chileno hizo lo mandado y se giro un poco para ver el asiento de atrás, allí estaba su campera exactamente igual a la que llevaba puesta Martín, era un regalo del padre del nombrado, su "suegro". Por alguna extraña razón se le había dado por regalarles ropa u objetos iguales, parecía que lo hacía para que ninguno de los peleara o tal vez para acentuar más el "maldito" hecho de que era una pareja ante la ley.
— ¿Oye weón a donde me estai llevando? —Cuestionó ya con una leve sonrisa en sus labios al recibir el calorcito de aquella campera negra de plumas de ganso, además le gustaba la capucha con piel sintética alrededor.
— Papá nos invito a comer a su restaurante preferido, seguramente comeremos pasta, a vos te gusta, así que todo bien por tu lado, pero yo me voy a cagar de hambre, no sabes la ganas que tengo de comer carne. —Hernández relamió sus labios pensando en un buen lomo al horno con papas.
La semana pasada Martín había tenido su chequeo general de todo los años, pero a diferencia de los otros años donde los resultados arrojaban que todo marchaba bien, este advirtió que su colesterol en sangre estaba bastante alto, aún no pasaba la línea de preocupante, pero debía cuidarse, así que le recomendaron que por dos semanas no ingiriera ninguna carne roja y comiera moderadamente las blancas.
— Sufre conmigo po gil. Al menos podi comer postre, no como yo. —Manuel soltó un ligero suspiro y recordó esos hermosos momentos con su calabaza llena de dulces que le había regalado el mayor, solo le quedaban fotos de esos maravillosos recuerdos.
González de Hernández tampoco había salido bien el chequeo general que debió hacerse a orden de su "esposo", se lo había advertido antes de casarse, le haría un análisis de sangre para saber cuánta glucosa en sangre tenía, y como era esperado por el rubio, estaba casi en el límite de sano y diabético. Manuel ahora estaba estrictamente controlado con el azúcar, y no le importaba a Martín tener que salir antes de la oficina para llegar a su casa y alejar al ojimiel de la panadería que quedaba a dos cuadras de donde vivían.
— ¡Papá! —Exclamó Manuel energético desde la puerta del restaurante, hacía dos semanas que lo había comenzado a llamar así, y es que el hombre de mirada tranquila se lo merecía, se había comportado mejor que su verdadero padre en tan solo unos días.
— Pequeño Manu, ¿cómo estás, che? —Preguntó pasando su brazo por sus hombros para llevarlo a la mesa que había reservado de aquel lujoso lugar, a todo esto un rubio se quedó en la puerta completamente ignorado, no le quedo más que seguirlo en silencio mientras ellos continuaban hablando de los días en que no se habían visto en la empresa.
— Cuenta la leyenda que yo tenía un padre llamado Diego Hernández. —Hablo el rubio cuando tomaron asiento en la mesa, trataba de fingir una expresión de abandono y dolor, pero la risa era más fuerte que él, su actuación no era nada convincente.
— Sos un celoso sin remedio. —Comentó el hombre de avanzada edad tomando el menú entre sus manos ya que un joven camarero se había acercado a ellos. — Unos capelletis de verdura con salsa boloñesa y un vino mendocino de la mejor cosecha que tengan.
— Para mí el menú del día. —Agregó el chileno entregándole la carta al muchacho, solo faltaba el rubio que peleaba consigo mismo, debía dar el ejemplo y cuidar su salud como se lo demanda al menor.
— El menú día... odio mi vida. —Suspiró y miró por la ventana a la gente pasar, al menos sentía que Manuel en ese momento estaba sonriendo, sonriendo porque no era el único teniendo que abandonar lo que más le gustaba por no morir en un par de meses o semanas tal vez.
— Solo será hasta que ambos se compongan, luego podrán volver a comer lo que más les gusta, pero esta vez teniendo algo más de control y cuidado. —Comentó el presidente Hernández al recibir el vino pedido ya abierto, él mismo les sirvió un poco a ambos jóvenes.
— Un brindis por sus dos meses juntos. —Dijo levantando su copa, los otros dos imitaron su acción y con una leve sonrisa sobre sus belfos chocharon aquellos delicados vidrios.
Dos cortos meses habían pasado, y fueron cortos porque Martín sintió que pasaron tan rápido como un fin de semana, los días no se le habían hecho monótonos y grises como generalmente lo eran estando solo. Cada mañana tenían una nueva discusión con el chileno que a los pocos minutos arreglaban para reír y compartir algo juntos, porque aunque no estuviera dentro del trato, les gustaba buscar actividades para hacer juntos y conocerse más.
— Supe que hacen pintura juntos. —Habló el padre luego de beber todo su vino, el rubio no lo miro con agrado, no le gustaba que tomara vino, tampoco le gustaba que Manuel tomara alcohol aunque supiera que lo adoraba, no quería cargar con un borracho hasta la casa.
— Es divertido, aunque por lo general creo que dibujo muchas weas sin sentido recordando mi país. —Decía el chileno llenando su copa de vino nuevamente, no le importaba los ojos esmeralda que estaban sobre él. —El aweonao de su hijo vive dibujando flores, tan fleto el rucio.
Manuel y Diego rieron, pero Martín solo los miró con una leve sonrisa en sus labios, pero pronto desapareció en amargos recuerdos, amargos que una vez fueron dulces. Su mirada se poso sobre la ventana y se dedico a mirar a la misma nada.
— ¿Por qué siempre flores, mi amor? —Cuestiono el rubio abrazando por detrás la esbelta figura de la mujer en frente del lienzo donde se podía admirar unos hermosos tulipanes sobre una mesa de roble junto algunas rosas blancas.
— Porque simplemente me gustan, no tengo otra respuesta para darte. —Le respondió la joven de cabellos rubios caramelo con un tono de voz demasiado dulce para los oídos del rubio.
Martín hundió su nariz en aquel cabello que siempre olía a coco, le encantaba, cerraba sus ojos olvidando el mundo mientras ese aroma inundaba sus pulmones. Dejó un beso en su hombro, y pasó con suavidad su mano por el delicado brazo de la mujer hasta tomar el pincel con el que antes la misma había estado pintado, lo llevó hacia el hermoso solero floreado que llevaba puesto y lo mancho para luego salir corriendo ante las amenazas de muerte de la joven que ya no hablaba con dulce voz.
— ¡Rucio! ¡Rucio! ¡Martín Hernández! —Le gritó una voz que en ese momento ni siquiera reconoció, tuvo que volver su vista hacia la persona para darse cuenta que era el chileno tironeando de su caro traje, frunció su ceño clavando su vista en aquellas manos. ¡Por Maradona! Se lo estaba arrugando.
— ¿Oye weón, donde estai? —Quitó las manos que maltrataba su ropa, y negó con su cabeza dándole a entender que no se preocupara por él. —La comida se te enfría, aweonao. —Manuel odiaba cuando el rubio se encerraba en su mundo y encima lo traba como si fuera una molestia.
Diego, el padre de Martín no comento nada, pero su rostro denoto preocupación, tal vez tenía una ligera idea de lo que cruzaba la mente ajena en ese momento. Se dedicó a comer pensando en ello, y el rubio de igual manera lo hacía, seguía mirando por la ventaba mientras metía aquella pasta del día en su boca. El chileno comía sin ánimos, a duras penas, su estomago dolía de pensar tanto, de desear tanto que su "esposo" le dijera algo.
El almuerzo termino pronto, solo habían hablado Manuel y Diego, Martín continuamente en otro lado, luego solo se levantó para ir a fumar afuera y de paso ya sacar el auto del estacionamiento, el ojimiel tenía sus clases de cine en una hora, y sabía que no le gustaba llegar tarde, entre otras cosas él tenía una importante reunión de negocios dentro de hora y media.
—Me carga cuando se pone así... digo, él es el que habla de que tenemos que ser más abiertos para que podamos aguantarnos el tiempo que vayamos a estar juntos, pero de pronto se pone así de cerrado el weón y me da ganas de sacarle la chucha. —Decía el extranjero cruzándose de brazos.
— Él siempre es así, creo que hay algo que él recuerda o piensa, realmente no tengo idea, nosotros estuvimos un tiempo separados, y cuando volvió... él volvió con ese extraño carácter bipolar, de a momentos es como siempre ha sido, un chico sonriente y luego se mete en su cabeza y parece odiar a todos los que respiran. —El hombre decía cada cosa con gran seriedad mientras miraba su copa con el ceño ligeramente fruncido.
— Me sorprende saber que usted papá estuvo separado del Rucio, ustedes se llevan muy bien.
— Si, siempre fuimos de llevarnos bien hasta cierto momento en nuestras vidas, hoy en día creo que me equivoqué demasiado, pero el daño ya está hecho...
— Papá...
Manuel por puro reflejo tomó la mano del hombre mayor, Diego se veía mal, sus ojos se habían humedecido, su corazón se había acelerado y todo su cuerpo había perdido fuerza. Una voz dentro de su cabeza lo estaba taladrando, dolía, dolía demasiado; tuvo que ponerse una mano en el pecho porque sentía que el órgano encargado de bombear su sangre iba a salir de su lugar.
¡Vos sos un hijo de puta, todo es tu culpa, su muerte es tu culpa! ¡Viejo hijo de puta! ¡Cagate muriendo! ¡Te quiero muerto! ¡¿Me escuchaste pedazo de mierda?! . . .
— Martín... Martín... —Comenzó a llamar el hombre tratando de pararse para buscarlo, pero desvaneció apenas hizo el intento de dar un paso lejos de la mesa, el ojimiel horrorizado se levantó para auxiliarlo.
La gente se comenzaba a preocupar, el mozo que antes los había estado atendiendo rápidamente llamo a una ambulancia desde el teléfono del restaurante. Martín, que luego de encontrar el auto se había quedado fumando en la puerta del lugar, advertido por las personas tiró aquella droga legal y entró rápidamente encontrándose con algo que no creería volvería a pasar, los médicos habían dicho que ya estaba bien. ¿Por qué?
— "¿Qué recordaste viejo?" — Se preguntó mentalmente mientras lo levantaba del suelo para sentarlo en una silla que le acercó Manuel.
La ambulancia arribo al lugar, unos enfermeros cargaron al hombre mayor en la camilla y el chileno quería ir con ellos la hospital, pero el rubio no le dejo, se lo llevó al auto y de ahí solo siguieron el transporte de emergía hasta la clínica privada que les indicó antes de empezar aquella persecución por decirlo así.
Una vez en la clínica el presidente Diego Hernández fue internado en sala común, no había tardado mucho los doctores en estabilizarlo, había sido un desmayo por estrés excesivo, su presión bajo abruptamente por ello, unos medicamentos y suero lo habían arreglado todo. Pero el chileno no estaba tranquilo, no quería irse del lado de ese hombre que le abrió los brazos enseñándole que era tener un padre realmente.
— Dijeron que está bien, te estás haciendo la cabeza, pibe. Dale, tenemos que irnos, tu clase va empezar en diez minutos, les vas explicar lo que paso para que no te reten por llegar tarde. —Le decía Martín apoyado en el marco de la puerta.
— No, no quiero irme, puedes irte si es que necesitas hacer algo, yo iré después a casa. —El rubio solo se encogió de hombros y se acercó al menor, este levantó su rostro y el mayor se inclinó para dejar un beso en su frente, tal vez había sido una forma de pedirle que se calmara, pero igual el chileno no pudo evitar ponerse algo nervioso, era la primera vez que su "esposo" hacia algo como aquello.
— Luego toma algo, nos vemos. —Martín revolvió un poco los cabellos ajenos apenas volvió a erguirse, salió del lugar mientras llamaba a su secretario para confirmar su asistencia a la reunión, de paso aviso a sus primos la situación de su padre.
Manuel suspiró y se quedó mirando al hombre que yacía en la cama, odiaba aquella habitación blanca, sabanas celeste, y algunos muebles de roble, no tenía buenos recuerdos en lugares así, el olor a químicos desinfectante le enfermaban. Suspiró nuevamente. Se inclinó hacía la cama y tomó la mano del hombre, se sorprendió cuando esta respondió al agarre, unos orbes cansado comenzaron a observarlo, sonrió apenas vio despierto a su "suegro", quien también curvo sus labios hacia arriba al verlo allí con él.
— Me preocupo mucho, debe tener más cuidado. —Le dijo con voz suave acariciando con su pulgar la vieja mano que sostenía.
— Perdona, solo recordé algo que no debía, pero ya estoy bien, hijo. No tenías que quedarte conmigo, pero te lo agradezco.
— No agradezca, papá. Martín no está aquí por asunto de trabajos.
— Me lo imaginaba, y es en lo que debe preocuparse ya estando el hotel de Inglaterra en su última etapa para ser inaugurado.
— Si, será todo un éxito seguramente. —Mientras sostenía una sonrisa muy ligera en sus labios bajó su cabeza jugando con sus dedos.
— Manuel... —A ese llamado levantó nuevamente su mirada hacia el hombre en la cama de hospital. —Gracias. —Quedó confundido, ¿por qué le agradecía ahora? —Que mi hijo tenga el colesterol alto solo significa que no se ha saltado ninguna comida desde que estas a su lado, antes tuvo varios episodios de anemia, verlo lleno de color y con sus cachetes más regordetes me trae una alegría que no podría describirte fácilmente.
— Pero yo no he hecho nada po... —Decía el chileno sintiendo como sus mejillas otra vez se coloreaban como cuando el rubio beso su frente hacia un momento atrás.
— El solo llenar su vida y no dejarle hundirse en esos recuerdos que le hacen daño lo ayuda inmensamente. Le das una responsabilidad, a él le gusta cuidar de alguien, y no tenía a nadie, aunque él no te lo diga, le gusta mucho tener que llevarte a tu taller, encargarse de encontrar los materiales que necesitas, cuidar de tu salud, entre otras cosas. Le gusta sentirse útil para alguien.
Manuel no creía en que ese rubio vicepresidente en realidad tuviera problemas de seguridad en sí mismo, se lo veía tan alto, tan grande, muy por encima de él, pero tal vez entendía como se sentía, y por eso era el único que lo sabía hacer reír y olvidar de todo ese pasado de mierda que lo seguía, de todo ese pasado donde vivió siendo humillado por sus hermanos mayores, menos preciado por su padre e ignorado por su madre.
— Llegas tarde. —Pronunció con frialdad su madre mientras sostenía un vaso pisco en su diestra, tomó un sorbo y se acercó al pelicastaño que mantenía la mirada baja.
— Solo estaba grabando unas cosas. —Se explicó cuando el olor a alcohol se coló por sus fosas nasales abruptamente, su madre estaba en frente de él, levantó la mirada esperando que lo dejara pasar a su cuarto.
— Encima que no sirves para nada weón te das el lujo de llegar a la hora que quieras. —Tras decir eso le dio un cachetazo al ojimiel, luego se corrió para dejarlo ir.
Manuel subió las escaleras lo más rápido que podía, sus ojos estaban rojos, pero no lloraría, estaba harto de llorar, solo quería olvidar a esa alcohólica que tenía por madre, quería olvidar esa mierda de familia que le había tocado, solo quería ver esa hermosa escena de los niños jugando bajo la luz de luna que tenía en su cámara de video.
— Por favor... solo quiero ser libre... —Finalmente murmuró derramando las lágrimas que trato de contener mientras miraba la sonrisa de esos niños en el video.
— Martín hizo más por mí que yo por él. —Dijo Manuel una vez salió de aquel amargo recuerdo.
— Los dos se están ayudando... traten de no separarse aunque encuentren novia. —Las palabras del hombre hicieron pensar a chileno, aún no se había planteado que haría separado del rubio, aunque aún faltaba mucho, apenas hacía dos meses que estaban juntos, seguramente estarían juntos por uno o dos años... o al menos eso esperaba.
— "¿Por qué de pronto estoy inquieto con la idea de separarme de él?" —Se preguntó en su cabeza mientras salía del hospital, se puso los guantes y paro un taxi para ir a su casa.
En el camino de vuelta su mente divago un poco más en aquello, y finalmente solo opto por pensar que aún era muy temprano para preocuparse en esas cosas, más adelante podría ver que haría, ahora era libre, podían elegir hacer de él lo que quisiera, y eso le hacía feliz, pero a la vez le daba cierto sentimiento de tristeza, la libertad no estaba siendo como la imagino.
— "¿Qué es la libertad?".
Nota: Muchas gracias por los comentarios y los votos, perdonen la tardanza.
¿Quieren qué sea ArgChi el siguiente cap o ArgPara?
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