2. Verde Oscuro.


Manuel se encontraba haciendo ejercicio en la caminadora de la casa, si, su casa tenía su propio gimnasio, a veces pasaba horas encerrado allí, al menos aquello lo hacía perderse un poco de su realidad por un rato. Se secó el sudor de su frente con la toalla de mano que se encontraba en su cuello, y apagó el aparato, bajo de este y cuando se dispuso a salir de ese salón su hermano mayor le bloqueó el camino.

— Échate pa el lao, weón. — Le dijo sin siquiera dirigirle una mirada, no es como que su presencia le agradara, y tenía por demás sabido que tampoco él le agrada al primogénito del matrimonio González.

— ¿Sabes? Podrías tener algo de respeto hacia mi persona, soy quién te mantiene. —Escupió sus palabras sobre el rostro de Manuel, este solo pudo ignorarlo mientras sus manos se cerraban en fuertes puños que casi le hacían daño a las mismas.

— ¿Nos vas a decir nada? Ja. Ríndete, weón, nunca vas a lograr nada de lo que tu cabeza hueca sueña, en esta familia los sueños no existen, la felicidad no es más que un cuento de hadas para nosotros. — Continuaba hablando el mayor acercándose al ojimiel hasta poder inclinarse hacia su oído y susurrar. — Vas a ver qué papá sabrá darle uso a tu miserable existencia.

Manuel apretó más sus puños y la sangre en sus palmas se hizo presente, el contrario se retiro del salón, y el ojimiel comenzó a llorar mostrando toda la debilidad de su alma, no tenía las fuerzas mentales para simplemente ignorar aquel trato por parte de su propio hermano. ¿Por qué le había tocado nacer allí? Si existían los antepasados, ¿qué hizo tan mal en otra vida para estar ahora viviendo de esa manera? Estaba rodeado de oro, más él era infeliz como ninguno.


— Che, no te duermas acá, te vas enfermar, boludo. Vení, dormí en mi cama. —Le dijo Martín tirando de uno de los mechones castaños del chileno, este ni recordaba como se había quedado dormido en el sillón del rubio.

— ¿Cuándo me trajiste a tu departamento, weón? —Cuestionó viendo el lujoso lugar, los sillones blanco, una gran pared de vidrio que daba a una amplia galería con vista a la cuidad, los pisos de madera reluciente, y en el techo colgaban luces de diseñador de la última tendencia que acaparaba las revistas de hogar.

— Vinimos hace una hora después de que termine mi trabajo en la oficina, te quedaste dormido en el auto, te desperté, pero apenas llegamos te tiraste en el sillón y seguiste durmiendo sin importante un carajo que te estaba gritando. —Explicaba el rubio bastante divertido de las actitudes de su "prometido".

— ¿Y porque chuchas me estabaí gritando, weón? —Replicó el chileno quitando sus mechas de las manos del mayor.

— Te pregunté si querías comer, si tenías ropa, si necesitabas que te compre algo, si... —El chileno tapo la boca del rubio, le hacía doler la cabeza hablando tanto, se llegó a preguntar si todos los argentinos eran de hablar tanto. —Ma...nu... —Se llegó a entender en medio de todo lo que balbuceaba Martín aún con su boca tapada.

— ¡¿Qué?! ¿Siempre erí de hablar tanto, weón? — Le quitó la mano y se cruzó de brazos sentándose mejor en el blanco sillón, el contrario bufeo como un niño y se levantó de allí hacía otro cuarto que seguramente era la cocina. — Este weón... — Quería seguir y saber que hacía, pero de pronto el sueño volvió apoderarse de su cuerpo.

— ¡Che, dale, andate a mi cama! ¡Estas re deprimido, pelotudo! — Gritó un rubio bastante molesto, tanto que no iba a esperar a que el contrario se levantara, lo cargo en su hombro como si fuera una bolsa de papas y lo llevó a su habitación, en todo el pasillo el chileno no dejo de insultarlo en el habla coloquial de su país mientras se removía como un pez fuera del agua.

— Sos pesado, boludo, eh. — Dijo el rubio tirándole sobre su cama ya abierta, le quitó los zapatos, y el chileno no pudo evitar sonrojarse en gran manera por aquello, no estaba acostumbrado recibir tal atención de parte de otra persona. — ¿Te parece frío el cuarto? —Cuestionó tapándole con las sabanas y mantas de la cama, el otro solo negó y se fue más hacía abajo.

— Gracias... —Dijo el ojimiel tapado hasta la cabeza, aquello lo había dicho tan bajo que el rubio ni por cerca le había oído, así que simplemente apagó la luz y se retiró de su cuarto, dormiría en la sala, tenía otra habitación en aquel amplio departamento, pero simplemente pensó que sería mejor dormir allí por esa noche.


A la mañana siguiente el chileno se despertó al oír la voz de Martín, ya podía reconocerla luego de haberla escuchado por un día entero. Se salió de la cama, y recorrió el lugar bastante curioso, había un par de fotos esparcidas por lo que entendía como un chifonier, abrió el primer cajón y se puso colorado al ver que era donde guarda sus bóxers el dueño del departamento. Lo cerró, y siguió su investigación, no encontraba más que cosas de la empresa, y extraños archivos que hablaban de fraude, les resto importancia y decidió abrir su propia maleta para buscar unas prendas y entrar al baño de la habitación a tomar una ducha.

— Rosa, prepara todo para dos, y varias infusiones de lo que sea, no sé que le gusta al pibe. —Decía un Martín atareado con el papeleo del proyecto en Inglaterra, su "suegro" ya lo había presentado como familia a la empresa constructora con la que tenían relación en dicho país, así que todo volvía a su marcha planeada.

— Rosa, pronto seré el presidente de las empresa multinacional Hernández, mi padre no dudara en jubilarse al ver que bien le va a mi proyecto. —Decía mientras tiraba todos los papeles en la mesa, la mujer de avanzada edad le dedicó una sonrisa orgullosa estando de acuerdo en cada cosa que decía el rubio.

— Buen día... —Saludó algo tímido Manuel a los dos presentes en el comedor, ya estaba bañando y con nueva ropa para las cosas que debiera hacer ese día.

— Hola, pibe, te presentó a Rosa, ella se encarga de malcriarme. —Martín presentó a su ama de llaves, y luego le señaló al ojimiel la silla al lado suyo, el contrario hizo caso y tomó asiento en la mesa junto al rubio. — ¿Dormiste bien, che?

— Si, si, dormí bien. —Respondió observando los papeles que tenía cerca, nuevamente, no entendía casi nada de ese idioma "económico" que utilizaban para redactar aquellos informes de lo que sea que se estuviera haciendo en la empresa del más alto.

— Tu padre ya hizo que la empresa empiece a trabajar en la construcción de mi hotel, pronto seré el empresario con más plata y facha de este país, y tendré el poder que necesito. —Le contaba el ojiverde viendo los números en su cabeza, parecían hacerle un tipo de sinfonía en sus oídos dándole un gozo comparable al gozo de escuchar las cuatro estaciones de Vivaldi.

Manuel al escuchar la mención de su padre bajó su cabeza, le molestaba y le dolía la simple mención de él, el contrario lo notó y se quiso golpear mentalmente por aquello, a veces reconocía que era un idiota insensible que ignoraba el mundo a su alrededor. Le hizo una seña a su empleada para que sirviera el desayuno, tomó el platito donde se encontraban las media lunas con jamón y queso, y las paso por delante del rostro del ojimiel.

— Che, ya esta, trata de olvidar eso, seguro no pasabas una buena vida junto a ese hombre, se le notaba en la mirada. —Dijo el rubio lo más delicado posible, no quería generar una mala relación entre ellos, vaya a saber cuánto tiempo estarían juntos.

— Si... —Tomó el platito que el mayor hacía girar en frente de su rostro y mordió una de las medias lunas, sonrió apenas un poco, y se dedico a tomar su desayuno en silencio. Silencio, que extraño que era para él aquello, desde hacía un día que estaba en paz, en su casa jamás conoció aquella palabra.

Después del desayuno ambos fueron a la empresa en un coche conducido por un chofer, Martín se negaba a manejar ese día, estaba muy concentrado en los papeles del proyecto, todo el  viaje se le había pasado hablando en inglés. Manuel entendía dicho idioma, pero como antes, no entendía el lenguaje técnico que utilizaban, se tuvo que dedica a solo mirar por la ventaba suspirando una y otra vez.

— Buenos días, mujeres hermosas.—Saludó el vicepresidente de la compañía a todas las recepcionistas, cuales suspiraron como fans en frente de su ídolo, casi todas las mujeres de la empresa estaban enamoradas de Martín; era rico, inteligente y apuesto, la combinación perfecta a ojos de cualquiera.

Manuel que iba por detrás miraba algo entre sorprendido y divertido toda aquel revuelo de féminas, de igual manera estaba el secretario del rubio que llegaba al lado de ellos, le saludo solo con la mano, y siguió caminando, pero ambos se dieron contra la espalda del vicepresidente cuando este paro en seco tras ver algo o alguien.

— ¡Primo! ¡¿Qué mierda haces por acá?! —Cuestionó Martín con una sonrisa viendo a un rubio de misma altura que él de ojos verdes muy opacos, tanto que hasta se podían decir que era un tanto peculiares para un humano. — ¿Hacías negocios con mi padre?

— Si, en eso estaba, quiero utilizar en hotel que tienen en Mar de Plata para un desfile de los nuevos productos que mi empresa tiene. —Le respondió el joven de rasgos casi indenticos a los de Martín, pero este tenía un expresión seria, y su peinado de igual forma lo era, todos sus cabellos estaban rígidos hacía un costado, mientras el otro se notaba algo rapado. —Supe de tu hotel en Inglaterra, luego podríamos planear todo para un desfile de productos algo más económicos, le dará más fama al hotel si van muchos estilistas importantes.

— Si, me parece una idea esplendida, sabes que siempre puedes hacer negocios con nosotros, tu vendes productos, nosotros tenemos más gente en nuestros hoteles, me agrada siempre verte aunque tengas esa cara de culo todo el tiempo. —El rubio, aparentemente mayor, rodo sus ojos, pero en ello vio al chileno que se encontraba al lado del secretario de su primo.

— Oh, ese es Manuel, es de Chile. —Presentó inmediatamente Martín al notar la mirada del contrario sobre el susodicho. —Y Manuel, este es mi primo-hermano, Marcos Hernández, presidente de la compañía multinacional de productos de belleza "Vaiolet". —El ojimiel estiró su mano y la estrechó con el rubio de ojos opacos, este lo veía como si hubiera visto un fantasma.

— Tu mirada me hace pensar dos cosas: Manuel te trae el recuerdo de algún muerto o te has enamorado a primera vista, pero como todos aquí sabemos que careces de esa cosa llamada "corazón", me quedo con la primera opción. —Acotó el rubio viendo a su primo, soltó una leve risa y vio a su padre a los lejos. —Bueno, es hora de retirarnos, hay mil cosas que hacer este día jueves, chau-chau.

Manuel quedo confundido, pero se despidió moviendo su diestra en el aire y siguió a los dos mayores que habían comenzado a caminar con rapidez hacia el presidente de la empresa. El rubio mayor se quedó allí parado con sus ojos algo atónitos y sus labios levemente abiertos como si se hubiera atascado una palabra en su garganta, miró luego hacía donde había desparecido el castaño, y soltó un leve suspiro volviendo a su expresión seria y sin emoción alguna; acomodó su saco y salió junto a su secretario de aquel edificio.


— Tu primo es realmente joven para ser ya presidente de su empresa. —Comentó el ojimiel cuando ya estaban tranquilos en la oficina, se encontraba sentado en el sillón más amplió de allí mientras el rubio seguía trabajando, el secretario le trajo un cortado y algunas masas dulces.

— Es joven, pero tampoco es de la edad que te seguro estas pensando. Tiene 28 años, nueve años más que vos, sé que no lo parece ni por cerca. —Hablaba Martín algo perdido en los papeles, hizo algunas llamadas luego, mientras el menor se había levantado del sillón a ver los libros que había en la oficina, siempre le intereso la lectura, así que no dudo en tomar un que le diera un poco más de conocimientos en términos técnicos de economía.

Se había vuelto al sillón con el libro, se acomodó de modo que quedó acostado con su cabeza sobre el apoyabrazos, la lectura de aquel libro resultaba estresante y aburrida, así que a las pocas páginas lo dejo sobre la mesa de café. Suspiró. Cogió su teléfono móvil y buscó un buen libro web de poemas para leer, pero cuando lo estaba abriendo, un apurado rubio tomó su mano y se lo llevó hacía el escritorio, quería quejarse, mandarlo a donde todo chileno lo mandaría, pero Martín estaba en una llamada, y por sus expresiones, era muy poco grata.

— Busca pibe universidades de lo que vos queres estudiar, yo me voy a una reunión, nos vemos más tarde, cualquier cosa le hablas a mi... no sé a quién quieras. —Le dijo rápido tomando su saco, salió casi corriendo de la oficina, al parecer la persona al otro lado del teléfono no le estaba dando las mejores noticias, al chileno le dio curiosidad, pero sabía que no estaba en posición de preguntar sobre sus negocios.

— Veamos... —Se dijo el chileno buscando en el buscador Google, había varias universidades privadas, tal vez se decidiría por alguna de ellas, total podía pagarla con su parte del dinero de su padre, no era una pequeña cantidad ni por cerca, tenía buena cantidad de dinero disponible a su nombre, fue lo único que pudo llevarse de esa familia que hizo de su existencia un error de Dios.

— ¿Qué hace aquí el hijo menor del presidente de la compañía constructora González? —Cuestiono el rubio de ojos opacos dentro de su auto a su secretario que lo acompañaba.

— Oh, es el prometido de Martín, mañana se hará oficial, lo nece... —No pudo terminar de responder a su jefe, que este estaba con la mirada desencajada, jamás lo había visto así, era bastante preocupante. — ¿Joven presidente, se encuentra bien? —Preguntó colocando una mano sobre su hombro.

— Si, lo estoy, no te preocupes... —El rubio trató de volver a su expresión fría, pero sus manos se cerraron en puños sobre sus muslos, otra vez en su vida envidiaba a su primo menor, siempre tenía todo lo que él deseaba.


Un gran auto negro de elevado costo se paró frente a una gran mansión de diseño europeo, un hombre de cabellos oscuros y rígida expresión bajó primero de la parte de atrás, le siguió un adolecente de unos dieciocho años, de expresión fría y calculadora al igual que la persona de antes; los cabellos de este eran tan rubios que brillaban como risos de oro al encontrarse con el sol, pero sus opacos ojos no parecían hacerse más claro a pesar de ello.

Entraron en aquella casa, y estando en la sala una pelota roja bajó picando por las escaleras, los ojos del adolescente la siguieron en cada pique que hacía, la esfera era bastante brillante; llegó a sus pies, la observó un momento y luego se agachó a recogerla, si, aquella pelota era muy bonita.

— ¿Puede dármela? —Le preguntó un niño de aparente siete años, pero no, si observaba con más detenimiento podía deducir que el pequeño debía tener cerca de sus nueve o diez años.

Al igual que con la pelota, el rubio se quedó mirando un momento al niño de pelo castaño y ojos miel, su tez no era tan blanca pálida como la de él, pero era de un tono blanco que iba perfecto con todo sus demás rasgos. No dijo absolutamente nada y le entregó la bonita esfera roja de goma, el pequeño asintió en agradecimiento y se quedó mirándole como si esperara algo, luego tomó la punta del saco de su traje negro, afiló su mirada buscando lo que quería en sus ojos brillantes, y pronto entendió lo que quería, miró a su padre, este asintió levemente, y sin más se dio la media vuelta y tomó la mano del niño para salir a jugar a los jardines de la mansión.


Los ojos verde oscuro tan peculiares se dejaron ver una vez el rubio elevó sus parpados, miró una foto sobre su escritorio que mostraba a un joven él con un niño tomando de su mano y una esfera roja brillante a sus pies, parecía esta llevarse toda la atención de aquel retrato, pero las perlas miel del infante terminaban por llevarse todo el protagonismo sin en el más mínimo esfuerzo.

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