19. Heridas.
Martín se encontraba nuevamente frente a una tumba, un par de rosas y bombones lo acompañaban, ambos dejados sobre la misma. Sonreía con nostalgia y sus ojos se humedecían sin notarlo, el viento soplaba sin prisa y la mañana se hizo lenta. El rubio no encontró palabras, y un pequeño libro sacó de su campera, leyó unos cuantos poemas de un conocido autor argentino, y finalmente lágrimas cayeron por sus mejillas.
— Perdón, perdón, perdón por no venir a verte, mamá. Todavía no logré lo que te prometí y no me sentía en el derecho de venir acá... pero, necesito contarte tantas cosas. — Decía entre sus sollozos viendo el nombre inscripto en la lápida "Mónica Alejandra Britos de Hernández".
— Che, má. Me enamoré, estoy casado con un chileno. Bueno, nos casamos primero, después nos enamoramos... el orden de los factores no altera el producto como decías vos. — Dijo con una sonrisa nostálgica, y alzó su mirada hacia arriba, no podía ver el cielo, un enorme árbol lo cubría todo en aquel sitio.
...
Un muchacho de cabellos rubios y ojos verdes esmeraldas corría por un pasto tan verde como sus propios ojos, la meta era un gran árbol que bloqueaba los rayos del sol y ofrecía una sombra refrescante en aquel caluroso día de primavera, no falta mucho para la llegada del verano, el cantar de las cigarras se lo recordaban.
— Mamá... ¿otra vez leyendo? — Preguntó el adolescente sentándose al lado de una mujer madura de hermosos cabellos rubios platinados y ojos azules semejantes a zafiros preciosos.
— Perdón, ayer tu papá me trajo esta novela romántica y no he podido desprenderme de ella. — Se justificó la mujer rubia acariciando la cabeza de su hijo.
— ¿Me lees un rato? Necesito un poco de paz. — Decía mirando hacia las hojas que se mecían con el viento, le sorprendía como la copa del árbol era tan frondosa que apenas había brillos de sol colados entre ella.
— Martín... todo túnel tiene su fin, no te desesperes, pronto verás la luz. — Le dijo con una dulce voz bajando su mano para tomar la de su niño, porque, aunque estuviera a un paso de convertirse en un hombre, era su bebé.
Un cómodo silencio se apodero de aquella escena, y solo el sonido del viento y el cantar de cigarras los envolvió. El muchacho lentamente recostó su cabeza en el regazo de su madre, y el silencio fue remplazado por la voz de aquella mujer leyéndolo unas cuantas oraciones al azar, pronto sus palabras se volvieron una canción de cuna y en poco tiempo el adolescente tenía sus ojos cerrados.
— Te amo, bebé... — Fue lo último que escuchó antes de caer profundamente dormido.
...
Martín se encontraba ya de regreso, manejar se le hacía pesado, los recuerdos de su madre venían uno tras otros. Sus ojos estaban hinchados de tanto llorar, y en sus mejillas se hallaba crudamente las marcas de sus lágrimas. En ese momento estaba deseando una sola cosa: ver a Manuel. Verlo y abrazarlo como si fuera la última vez que pudiera hacer aquello.
Al llegar ni se preocupó en meter el auto en el garaje, entro a su casa y fue directamente al sillón donde se tiró boca abajo, se abrazó a uno de los almohadones y dejó que el calor de su hogar le fuera calmando poco a poco. Entonces la voz de Manuel buscándolo termino por hacer descansar a su agotado corazón.
— Estoy acá... — Dijo lo más alto que pudo con su voz ronca.
— ¡Martín! — Corrió Manuel de la cocina a la sala de estar al reconocer su voz, al encontrarlo en aquel estado tan lastimoso su corazón dolió más que nunca, las palabras no salían de su boca, no sabía si contarle el encuentro que había tenido, parecía prácticamente destruido, como si todo el pasado le hubiera caído encima de una sola vez.
— ¿Paso algo? — Preguntó con cuidado dejándose atrapar por los brazos de su esposo que lo hicieron caer sobre su cuerpo. — ¿Martín? — Repitió ya más preocupado al sentir como los brazos del rubio se cerraban sobre su talle con fuerza, como si quisiera asegurarse de que estaba ahí con él, que no era un producto de su imaginación, como queriendo asegurarse que realmente no estaba solo.
— Mi mamá... murió hace cinco años atrás... — Soltó Martín de entre sus resecos labios buscando controlar esas nuevas ganas de llorar que se avecinaba en sus ojos. — Y ella pidió una sola cosa el día antes... no sé, es como si supiera lo que iba a pasar, me dijo que me amaba y que solo quería que cuidara de mi padre, porque... no sé... ella creía que algo malo estaban haciendo en la empresa.
— ¿Algo malo? — Cuestionó escapando un poco de los brazos de su marido para llegar a su rostro y así poder tomarlo con sus cálidas manos, las lágrimas ya estaban nuevamente corriendo por las mejillas rojas de Martín. A Manuel se le hizo pequeño el corazón y sus ojos se cristalizaron, sus labios no tardaron en repartir besos por el rostro del rubio para calmar al menos un poco su dolor.
— Ella... no sé, le insistía a mi padre que desconfíe hasta de su mano derecha... pero... pero mi papá es un buen tipo, no se sentía capaz de hacer eso, me pidió que yo lo hiciera por él... he estado investigado. — Martín respiraba erróneo en lo que hablaba, se movieron un poco y se acomodaron de otro modo, ahora el rubio podía ocultar su rostro en el pecho de su chileno.
— Entonces... ¿encontraste algo? — Preguntó casi en un susurró, no quería molestar a su esposo que poco a poco estaba calmando su respiración entre sus brazos, al parecer las caricias en el cabello lo relajaban.
Si... pero no puedo determinar nada, pero si hay algo raro. Muchos balances no me cierran... — Respondió tras unos largos minutos de silencio.
Finalmente, se quedaron allí abrazados dejando que el tiempo pasara hasta que la luz prestada de la luna lo cubrió todo. Martín estaba dormido, el castaño lentamente se salió de entre sus brazos y fue a la cocina a preparar algo de comer, no era muy bueno en ello, pero como siempre, le ponía todo su empeño.
Sirvió dos platos de ravioles con una salsa roja muy simple y le agregó mucho queso de cabra rallado por encima, sabía que su marido amaba la pasta tanto como la carne, y que era especialmente fanáticos de los ravioles, así que tal vez aquello le levantara el ánimo. Llevo todo a la sala estar en una bandeja, la dejó sobre la pequeña mesa de café y movió un poco al rubio para que despertara, no era bueno que estuviera tanto tiempo sin comer.
— Mmh... ¿Manu? — Dijo algo adormilado Martín abriendo sus ojos, o intentando aquello. Manuel se estiró un poco para dejar un beso en su frente, y acarició sus mejillas, esas acciones hacían sonreír al rubio naturalmente, se sentía bien sentirse querido y adorado por alguien, así la soledad no podía golpear duramente su corazón.
— Sientate, weón, vamos a comer. — Le dijo antes de depositar un corto beso en sus pares algo resecos.
— Ravioles... pero no tengo ganas de comer. — El mayor desvió su mirada hacia otro lado, no quería ingerir alimentos aún, su estómago estaba cerrado.
Manuel rodó sus ojos, y se sentó sobre la pelvis de su esposo, comenzó a mover sus caderas rozando con descaro su trasero sobre el bulto ajeno, su mirada se volvió lasciva, y las manos del rubio no pudieron escapar a los encantos del chileno, pronto estaba buscando tocar aquellos muslos que se marcaban tanto por lo posición en la que se encontraba, pero de allí pasaban apretar los glúteos firmes que le provocaban múltiples deseos lujuriosos.
— No te preguntes si querías comer, te dije que vamos a comer, weón. Necesitar comer. Y sino... podemos hacerlo algo de ejercicio para que te baje el hambre. — Dijo el extranjero con un tono de voz algo más provocativo, no creía que el chico de aura sombría y triste ahora estuviera siendo la persona más provocativa y sensual que haya conocido, el chileno nunca iba dejar de sorprenderlo.
— Dame mucha hambre, mi amor. — Soltó Martín con una sonrisa en sus labios, su esposo extrañamente ya tenía la cara completamente roja, y el aire sensual se había esfumado, murmuró con labios temblorosos un "me dijiste mi amor", y luego comenzó atacarlo con besos necesitados que terminaron por hacer desaparecer todo el autocontrol al rubio.
...
— Ya sos casi un pibe de veinte años. — Decía Martín antes de llevarse un raviol a su boca, aunque termino por caerse por su torso desnudo, la salsa mancho la sábana que había traído el chileno para ambos, además de su abdomen marcado. Manuel se contuvo de gritarle un y mil garabatos al argentino, y tomó una servilleta para limpiarlo.
— Pronto seré legal en todos los países weón. — Dijo ya algo más divertido olvidado las estupideces de su marido, tomó también un raviol de su plato y lo saboreo con gusto, la comida sabía extrañamente mejor que la de los restaurantes italianos que había ido a comer, tal vez la pasta que había comprado Martín era muy buena, o bien, comerla justamente con él después de tener sexo era lo que le daba su buen sabor.
— Espero papá no exagere con la fiesta. — Agregó tras recordar que su suegro se encontraba planeando una fiesta en su honor.
— Mi viejo te adora, así que olvídate, el evento va a ser eso, va invitar a medio mundo, te juego lo que sea que hasta la Mirta va estar ahí. — Respondió completamente despreocupado, su esposo le propino un golpe en el brazo que hizo nuevamente a un raviol caer en su torso, lo miró algo molesto y el castaño rápidamente robo un beso de sus labios.
— Vos estas re loco. — Concluyó la conversación limpiándose la salsa del cuerpo, aunque en sus pares ya se asomaba una sonrisa, le gustaba esas acciones contradictorias del menor, la mayoría de las veces lo hacía como acto-reflejo a causa de los nervios.
En la mañana Martín llamó a su secretaria para avisar que ese día no se presentaría al trabajo, no se sentía muy bien aún, quería darse un tranquilo día en su casa. Manuel se fue al taller, aunque tuvo que casi echarlo para que asistiera, pero había prometido volver apenas saliera, y él prometió esperarlo con muchas cosas dulces y unos mates, ¿hace cuánto no se relajaba y tomaba unos mates dulces con menta?
Suspiró y camino por su estudio, tenía tantos papeles desordenados que de solo verlos le hacían doler la cabeza, luego llamaría alguno de sus secretarios para que ordenara todo. Estaba a punto de irse a ver la tele, cuando un portafolios negro abandonado junto a las repisas llenas de libros llamó su atención, dejó su taza de café sobre su escritorio, y se agachó para tomar aquel portafolios, lo abrió y de él cayó un pesado sobre tamaño oficio de papel madera.
— ¿Qué es esto? — Se preguntó tomando el sobre del suelo, el cachorro de Manuel llegó en ese momento y Martín aprovechó de darle unos cuantos mimos, Tincho estaba cada vez más grande, aunque tampoco crecería mucho. Finalmente, se sentó en su silla y abrió el sobre tratando de recordar quien se lo había dado.
— Bueno, acá dice... ¿Manuel González? — Dijo algo extrañado tras leer algunas líneas de la primera hoja, entonces recordó que aquello se lo entrego el inglés Arthur, ese que habían conocido en su shopping en Londres, no sabía si sería correcto husmear en el pasado de su esposo sin su consentimiento, pero la curiosidad era más fuerte que él.
Martín rápidamente se arrepintió al pasar hoja tras hoja, había múltiples informes de internaciones por abuso físico cuando el chileno tenía entre nueve y trece años, secciones en distintos terapeutas por abuso psicológico, hasta la anotación de un médico que sospechaba de abuso sexual. Y todo tapado por distintos abogados como aclaraban los informes del investigador, Martín no podía creer en todo aquello, los papeles cayeron de sus manos y sus lágrimas volvieron a destrozar sus mejillas con aquella agua salada que hacía arder su piel.
— Manuel... Manuel... ¿cómo podes sonreír para mí todos los días? ¿Cómo? Manuel... ¿cómo podes entregarme tanto amor? Manuel... la concha de su madre, Manuel... Te amo... — Decía el rubio en medio de sus amargos sollozos, su corazón dolía, dolía tanto como cuando le dijeron que su madre había sido atropellada y falleció en el acto, o como cuando le dijeron que la madre de su hijo se había tirado desde la azotea de uno de sus hoteles.
...
— ¡Rucio! ¡Rucio! ¿Dónde estai, weón? Traje unas cosas para prepararte un té muy rico, te va encantar, weón. — Decía el chileno buscando a su esposo en plata baja, no lo veía por ningún lado, supuso estaría en el primer piso en alguna de las habitaciones, pero antes de subir por las escaleras recordó que no había revisado el estudio, así que rápidamente fue hacia allí, y su sonrisa despareció al encontrar a Martín desvanecido en el piso, todos los recuerdos del intento de suicidio de este volvieron a su cabeza haciéndole temblar como cual hoja contra el viento.
— ¡Martín! — Gritó obligando a su cuerpo a moverse para llegar hasta el rubio, acomodó la cabeza de este sobre su regazo, y su mano temblorosa acariciaron la fría mejilla de su esposo. Estaba muy frío, ¿hacía cuanto llevaba ahí? ¿Qué debía hacer? Solo estaba allí tiritando con miedo y su corazón casi destrozándose por lo acelerado que palpitaba.
— Mierda... ¿qué me paso? — Oyó la ronca voz del rubio que iba abriendo sus ojos poco a poco, el mundo pareció volver a llenarse de color al ver que se encontraba bien, su cuerpo dejó de temblar, y lo acomodo mejor sobre sus piernas, se inclinó y dejó varios besos por su rostro, los necesarios para que su esposo volviera a sonreír.
— Manuel... Manu... bebé... — Nuevamente cientos de lágrimas se acumulaban en los bordes de sus ojos y el amargo llanto no se hacía esperar, el castaño no entendía lo que sucedía, pero solo optaba por abrazarlo, mimarlo y de algún modo hacerle saber que estaba ahí, que todo estaba bien.
— ¿Qué paso, Martín? Tienes que calmarte... dime que está pasando. — Le pidió ayudándole a sentarse, luego el rubio lo abrazó con fuerza, lo había tomado por sorpresa, pero respondió en lo que pudo cerrando sus manos en la camisa de su marido, este no dejaba de llorar, le estaba partiendo el corazón, no quería oírlo así. Lo separó un poco y tomó su rostro para dejar unos cuantos besos en sus salados labios.
— ¿Cómo podes darme todo este amor con todo lo que te hicieron? — Cuestionó Martín ahora él tomando el rostro del castaño. Manuel estaba confundido, no entendía muy bien la pregunta. — ¿Qué te hicieron esos hijos de puta? ¿Alguien te tocó? Manuel... por favor, tenes que contarme, ¿qué te paso en la casa de tu viejo? — Completó su pregunta luego de calmarse un poco.
— Martín, ¿cómo...? — Manuel no sabía que responder, frías lágrimas comenzaron a caer de sus preciosos ojos miel, esos que tanto le gustaban al rubio.
— Por favor, tenes que decirme... — Insistió, aunque tal vez aquello no fuera bueno, cualquier profesional indicaría que era un error forzar a alguien de ese modo, pero necesitaba saberlo. Era su esposo de quien hablamos, de la persona que amaba, tenía que saber cuánto daño le habían hecho antes de llegar hasta sus brazos.
...
El hombre de cabello canosos que alguna vez fueron castaño tenía a un niño de no más de once años tomado del cuello, su mano cerrada en un puño bajaba una y otra vez hacia el rostro del pequeño, controlaba su fuerza, pero igual el pequeño se encontraba ya con los vasos de su nariz rotos, y sus ojos morados e hinchados.
El niño le rogaba a su padre que dejara de golpearlo, su madre entró a la habitación, y no hizo más que dirigirle una fría mirada e ignoró los gritos de auxilio. Solo cuando la noche cayó, el pequeño pudo escapar de los golpes, pero ahora se encontraban debajo de las frías y blancas sábanas de un hospital, tan solo un enfermero, con lastima, dejaba caricias en su espalda, eso era lo más reconfortante que tenía en su vida.
...
— No quiero recordar... no quiero recordar... — Decía Manuel perdido en sus memorias, su cuerpo le volvía a doler, era como si cada herida que su padre le había hecho de niño re aparecieran sobre su piel, buscó los brazos de Martín y así escapó del dolor, cada herida se volvió lejana, y solo el amor de su esposo estaba en él.
— Puedo sonreír porque tu me curaste, cada golpe, cada marca, cada hueso roto, todo lo curaste con tu preocupación, con tus pequeñas muestras de afecto, con esta casa cálida, con tu padre que me abraza, que tus primos que me cuidan, con todo este mundo que me mostraste. ¿Cómo no iba a sonreír con todo eso, Martín? ¿Por qué iba a ser tan estúpido de no disfrutar esta increíble vida que me das? ¿Cómo no iba a no amarte? — El chileno no notaba que decía todo entre lágrimas, y sin hacer pausa entre sus oraciones, todo salía enredado desde el fondo de su corazón, todo salía desde lo más sincero de su ser.
— Te amo, te amo como nunca pude amar a nadie. No voy a perder tiempo llorando por lo que paso, preguntándole al cielo porque tuve que pasar por todo eso. Como dicen acá: ya fue, ¿para qué seguir dándole vueltas? Tu eres mi nueva vida, la luz al final del túnel, todo lo que deseaba. Sinceramente, me casaría contigo todas las veces que fuera necesarias, porque yo sé que a tu lado soy feliz. — Los labios de Manuel no dijeron más, y a cambio de más palabras, se posaron sobre los cerezos de su esposo y se movieron lentos, como queriéndole trasmitir todo lo demás que iba decirle, porque lo demás era simplemente: te amo como no puedes imaginarlo.
Martín solo podía llorar y entregarle besos salados, no podía creer lo mucho que estaba amando a ese chico que llego de forma tan sorpresiva y descabellada a su vida, siquiera tenía idea de que aún pudiera su corazón latir por alguien de que al modo que latía por Manuel. Estaba feliz, feliz como hacía muchos años no lo estaba, pero aun así se sentía en la responsabilidad de hacer algo por Manuel, de algún modo les haría pagar a todos por el daño que le habían ocasionado.
— Se van arrepentir... — Murmuró sin que el chileno lo oyese mientras lo apretaba con fuerza entre sus brazos.
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Notas: Muchas gracias por todo el apoyo que me dan, por los votos y comentarios. Espero no molestarlos, pero podrían recomendar esta historia si les gusta? Me sería de mucha ayuda ;;
Igual muchas gracias, porque siempre están acá comentando y esperando por un nuevo cap, enserio, esto no tendría tanto sentido, si no estuvieran acá esperando por esto.
Me puse sentimental, pero no, no termina, no se cuando carajo termina (???)
Por otro lado, yo amo a mi Manuel de este fic, no sé... Es bebé precioso.
Confieso que lloré al final. Siempre me emociona que exprese esos sentimientos tan fuertes que destrozan amorosamente el corazón del Martín.
En fin! Gracias, trataré de no tardar tanto con el 20. ;;
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