16. Sentimientos.
Sus ojos se abrieron incomodos por la claridad de la habitación y por un frío que golpeaba su costado, palmeó el lado donde debía estar su esposo, más nada encontró, se sentó en la cama despabilándose por completo, miró a su alrededor y tampoco lo halló. Se levantó y se tapó su cuerpo desnudo con las sábanas para caminar hacía el balcón que se encontraba con sus puertas abiertas, allí encontró a Martín fumando mientras miraba perdido el paisaje que la ciudad de Londres le regalaba desde aquel lugar.
Manuel lentamente se acercó a él para abrazar su torso, pero su esposo se alejó. Levantó su mirada con algunas lágrimas amenazando con rodar por sus mejillas, Martín se dio cuenta de aquello, pero, aun así, miró para otro lado. El castaño entendió el mensaje, lo de anoche había sido un error de debilidad, entró de nuevo al cuarto comenzando a llorar en silencio, tomó algo de ropa y entró al baño para tomar una ducha, una que duro más de tres horas, tres horas donde se quedó abrazado a sus rodillas sollozando como hacía muchos años no lo hacía.
Martín se tuvo que bañar en el cuarto de su primo Jeremías, en una hora más debían abordar el avión, así que volvió al cuarto que compartía con Manuel para acomodar la valija de ambos. Golpeó la puerta del baño y le recordó que debían volver, sinceramente, él tampoco quería cruzar palabra con el castaño, la vergüenza y el odio a si mismo lo invadía. ¿Cómo pudo aprovecharse de alguien tan bueno y frágil como Manuel? Ese chico que se quedó a su lado en el hospital, ese chico que sonreía para él, aunque estuviera destrozado por dentro.
Serían duros días a partir de ahora...
En el aeropuerto no cruzaron palabras, ni siquiera se miraron por un momento, todos notaron el extraño ambiente entre ellos, pero no se animaban a preguntar, se veía la atmósfera negativa entre ellas. Manuel se sentó con Jeremías y Martín quedó junto a un desconocido, aunque aquello fue para mejor, porque a mitad del vuelo no pudo retener las escenas de la noche pasada y sus mejillas se tiñeron de rojo, tapo su boca con su diestra y mirando las nubes trato de contener ese frenesí de sentimientos que se generan dentro suyo, no entendía nada, pero dolía, pero se sentía bien, pero se sentía de tantas maneras. ¿Qué era exactamente lo que trataba de decirle su corazón?
Nunca le pareció tan eterno un viaje como aquel, nunca le había parecido tan incomodo ir en un taxi hasta su casa como el de esa madrugada ya en suelo argentino. Al llegar a la casa entraron casi como desconocidos, quería decirle algo, pero nuevamente la vergüenza a si mismo lo invadió, su corazón latía muy rápido y le dolía en su pecho, dejo de mirar la puerta de Manuel y entró a su cuarto, sentía que era un buen momento para suicidarse y no fallar, pero ya había prometido no hacerlo más, así que solo tiro todas las maletas y se tiró en su cama para intentar dormir y no despertar más.
Manuel por su lado estaba destruido, sus ojeras lo delataban, no había dormido nada en el vuelo, solo pensó y pensó, y con fuerza detuvo las nuevas lágrimas que trataron de dejarlo en evidencia en frente del primo de su esposo. Ya metido en su cuarto se sentó, o más bien se tiró, al suelo apoyando su espalda contra la puerta, allí volvió a sollozar cuanto necesitara, esta vez no podía ocultar el dolor que sentía, quería tener a Martín a su lado otra vez, la distancia emocional con él lo estaba matando como un cruel veneno de lenta acción.
Martín, su esposo, era el único que lo alejaba de la realidad, de ese pasado que no podía quitarse de encima, había sido su salvación, su luz en la oscuridad. Y ahora, ahora ni lo miraba, si pudieran entender lo que a él le costaba contenerse las ganas de correr y esconderse en su pecho, llorarían con él. Si pudieran solo oír de su propia boca lo que significa el vicepresidente de las compañías Hernández en su vida, todos tendrían una herida en el corazón, como ahora él mismo la tenía, y sangraba, sangraba demasiado.
Por la tarde Martín se fue, se escapó, de la casa para ir a la empresa, tenía unos cuantos proyectos atrasados y quería revisar por sí mismo los balances de la compañía. Manuel aprovechó de quedarse encerrado en su cuarto jugando en su computador, aunque luego de un rato se aburrió, las lágrimas volvían acumularse en sus ojos, ojos que se encontraban hinchados y rojos de la mañana, sentía la necesidad de continuar durmiendo, si era por él dormiría una semana entera, a ver si despertaba y se da con que todo había sido un hermoso y horrible sueño.
Se tiró en la cama mirando al techo, su ante brazos tapo sus ojos, pero aun así se podía ver como varias lágrimas se hacían camino por sus mejillas, ya dolía demasiado soltar aquellas gotas de agua salada, su rostro ardía por tanta sal. Se dio la media vuelta y cerró sus ojos tratando de llegar a sus sueños, para tal vez así estar en un mundo mejor, aunque sea por un momento. Pero contrario a lo que deseaba, muchas imágenes de lo sucedido en Londres volvían a su mente, su corazón se aceleraba, y con dolor sentía su cuerpo calentarse lentamente.
Se levantó de la cama, sacudió su cabeza tratando de olvidar todo aquello, pero era realista, no había forma, había sido su primera vez, y con la persona que amaba hasta el punto de sentir que su corazón se detenía cada vez que lo tenía cerca. Otra vez quería deshacerse en lágrimas, tiró sus propios cabellos para parar de una vez, daba tanta lástima que se odiaba más de lo que ya lo hacía, porque al fin y al cabo él le había besado primero, él lo incentivó hacer aquello, él no lo detuvo, él era quien no podía reclamar absolutamente nada.
Perdido en sus pensamientos no se percató de que había entrado en el cuarto de Martín, al darse cuenta quiso irse, más sus pies no fueron hacía la puerta, se movieron hacia el ropero de algarrobo que el rubio tenía en su cuarto, lo abrió lentamente repitiendo una y otra vez en su cabeza que debía irse de allí, pero ahora sus manos eran las que no le hacían caso, se movían por sí sola y tomaba una de las camisas favoritas de su marido, que luego abrazó con recelo y con ella se tiró sobre la cama ajena que estaba llena del aroma de su dueño.
Antes de darse cuenta estaba abrazando la camisa de Martín y su mano se encontraba cerrada sobre su erección, subía y bajaba por ella recordando cómo se sentía ser una sola carne con el dueño de la prenda que ensuciaría en poco con su propio semen, aunque también estaba siendo manchada por sus nuevas lágrimas, no creyó que podía verse más miserable que antes, pero estar ahí masturbándose con las cosas de quien le extendió la mano cuando el mundo lo había olvidado, simplemente para él no tenía comparación con ningún otro momento de mierda en su existencia.
En la noche ya había desaparecido todo rastro de lo que había hecho, otra vez se encontraba encerrado en su cuarto, Rosa le había traído una bandeja de comida, había notado su humor, había notado sus ojos rojos de tanto llorar, pero era una mujer sabía, así que nada pregunto y solo en silencio deseo que la alegría que ella conocía desde que Manuel llegó allí volviera pronto.
Martín aún se encontraba en su oficina cuando ya era más de las once, tenía que volver, pero no quería enfrentar a Manuel, a los sentimientos que le revolvían la mente y el estómago. ¿Por qué lo había tomado? ¿Por qué el chileno se había dejado? Debió detenerlo, encima estaba seguro que había tomado su primera vez, más mierda no podía sentirse, aunque... estaba feliz por eso, y eso lo hacía sentir peor, cómo podía sentir aliviado habiendo tomado la virginidad de alguien tan hermoso e increíble cómo Manuel.
Todo era demasiado silencioso sin su voz, la noche parecía eterna, en cierto punto le daba risa como estaba pensando, tan solo un día sin hablarse y sentía el mundo destruirse a su alrededor; pero de la risa pasó al llanto en un solo instante, sus manos cubrieron su cara y se fue queriendo hacer una bolita ahí mismo en el sillón de su oficina donde se encontraba sentado, gritó muchas cosas, total en el edificio no había más que los guardias. Se puteó una y otra vez a sí mismo, puteó a su corazón que aún se encontraba alocado y no le decía lo que realmente quería. ¿Cuánto duraría aquella tortura?
—Perdona... realmente no he tenido ánimos de venir —le decía Martín a una tumba con la estatua de un ángel femenino llorando como esperando ser abrazado por su persona especial, no recordaba haber mandado aquel diseñó, tal vez el escultor sintió que sería lo mejor para la persona que dormiría eternamente debajo de ella.
—Lourdes... ¿nuestro hijo está bien? —preguntó hincándose para dejar un ramo de rosas a los pies del ángel de piedra—. ¿Te acordas cuando nos conocimos? Me acuerdo que cuando te vi en la cantina de la escuela dije: es una diosa, una diosa en la tierra. En ese momento pensé que jamás podría volver a ver algo así en la tierra, que jamás podría enamorarme, menos cuando te fuiste —hablaba mientras sus ojos se cristalizaban, un viento indiferente soplaba en el cementerio de Recolecta que ligeramente azulaba sus labios en aquella mañana.
—Lourdes, yo te entregué mi corazón, sé que me fui un día como si hubiera olvidado todas nuestras promesas, pero no había olvidado ninguna, solo que... tenía otra promesa que cumplir que la hice antes de las que te hice a vos. Lourdes... ¿me devolves mi corazón? Creo que necesito dárselo a alguien más, te juro que es una buena persona, y si me dan a nuestro hijo, te juro que él sabrá cuidar de él, ambos vamos a cuidar de Lucas. —Martín no soportó más, terminó arrodillado para sollozar en silencio, sin importarle arruinar su caro traje negro que se había puesto al ir solo por unos minutos a su casa sin cruzarse con Manuel.
—¡Chileno loco! ¿Qué te pasa hoy, che? Te ves re mal, boludo —le decía su compañero llamado Gastón, no había podido concentrarse en sus clases en todo el día, se arrepintió de haber ido, pero no quería que Martín tuviera una razón para dirigirle la palabra, aunque... tal vez podría ser eso lo que quería.
—Estoy bien, no te preocupes por mí, weón —trató de quitárselo de encima, no tenía ganas de explicarle a nadie cómo se sentía—. ¿Te parece si vamos a ese lugar donde querías llevarme? Eso para jugar creo que dijiste —esbozó una sonrisa falsa mientras se agarraba de su brazo solo para no caer, se sentía débil, no había comida nada desde ayer.
—¡Si, boludo! ¡Te va encantar! —exclamó con sonrisa brillante su compañero, en ese momento era bueno tener uno que otro amigo.
—¡Manuel! —escucharon ambos al salir del establecimiento, el rubio que quería, y no, ver, estaba ahí—. Vamos, te tengo que llevar a un lugar. —La mirada de Martín era fría, y estaba clavada en el compañero que tenía el castaño del brazo—. ¿Vos quién sos?
—¿Eh? ¿Yo quién soy? —repitió el joven bastante intimidado—. No sé quién soy, ya me olvidé —respondió abultando sus labios, la mirada penetrante del rubio casi que lo hacía temblar.
—Gastón, se llama Gastón. Y él se llama Martín, él es... —Manuel no pudo terminar la frase que el mayor tiró de él para abrazarlo, al castaño se le aflojaron las piernas, tuvo que agarrarse con fuerza del torso ajeno para no caer en ese mismo momento.
—Soy su esposo, Martín Hernández. Discúlpame, me lo tengo que llevar. —El joven no pudo decir nada, ni se hubiera imaginado que su amigo estaba casado, pero al cabo de un rato cuando los dos desaparecieron de su lado pegó un grito de felicidad.
—Ay, chilenito, no te imaginaba así. Mierda, se buscó alto macho. Es un capo, chau —dijo con una sonrisa estúpida en sus labios y finalmente él también se fue de allí, tenía que llegar rápido a su casa y meterse en el computador para contarle a sus amigos lo que había sucedido.
Manuel fue prácticamente arrastrado dentro del auto del rubio, se sobo su brazo, el agarre de Martín había sido muy fuerte, podría jurar hasta que marcó su piel, soltó un largo suspiro y miró hacía la ventanilla, aún no estaba preparado para enfrentarlo, si quiera para escucharlo decir lo que sea que tuviera que decirle respeto a lo que pasó en Londres.
—Disculpa, no debí comportarme así. —Rompió el silencio el mayor con su voz en tono suave, el castaño solo se encogió de hombros, no sabía que decir.
—Tendremos que ir a la oficina, quería llevarte a... bueno, termino las cosas rápido y nos vamos ahí. —Agregó colocándose el cinturón de seguridad, arrancó el auto y comenzó a conducir hacia su empresa.
El chileno no dijo nada, no quería hablar, no sabía para que carajos lo llevaba a su trabajo, bueno, siempre era de estar mientras trabajaba, pero en este momento no deseaba ser él de siempre, nuevamente el deseo de volver el tiempo atrás se apoderaba de él, aunque tenía en claro que repetiría la misma estupidez, como antes pensó, estar enamorado era una mierda, una completa desgracia y ya había demasiada desgracia en su vida.
En poco tiempo se encontraron en la oficina, Martín en la computadora revisando sus cosas, y Manuel jugando con su celular sentado en los sillones, sería agradable aquel instante sino tuvieran tanto en medio que hablar, pero que ambos parecían tratar de ignorar, pero... ¡eso cansaba! El castaño tiró su celular contra los cojines, mordió con rabia su labio inferior y se levantó yendo hacia donde su esposo no despegaba la vista del monitor.
—Martín, yo... enserio me entregue esa noche, al menos responde bien mis sentimientos. —Soltó de pronto enfrentándolo en su escritorio, el rubio quitó la vista de sus planillas Excel y observó los temblorosos labios ajenos.
—¿Podrías esperar a que termine de revisar estos asientos? Tengo miedo que un número este mal y pierda... —trató de explicar Martín, pero fue interrumpido con el fuerte golpe que dieron ambas manos del chileno en su escritorio.
—No, yo siempre espero y espero, me comporto y sonrió solo para ti, tienes que darme una respuesta ahora. ¿Sabes cómo me siento en este mismo momento weón? —Otra vez las lágrimas de Manuel amenazaban con hacerse camino por sus rojizas mejillas.
Martín se pasó la mano por sus cabellos rubios, soltó algo de aire y luego se levantó de su silla de vicepresidente, se acercó a Manuel, quien dio un paso hacia atrás sintiendo como todo su cuerpo se estrujia en nervios y sensaciones extrañas que solo su esposo le podía hacer sentir, ahora mismo se estaba arrepintiendo de su instante de valentía, pero cuando los brazos del rubio se abrazaron a su cintura, aquel arrepentimiento desapareció.
—Te dije que esperaras... no quería que te confesaras primero —dijo Martín inclinándose para que su rostro llegara a solo escasos y peligrosos centímetros del rostro de su menor, podía jurar que el rostro colorado de Manuel era lo más hermoso que había visto en su vida luego de su hijo, aún no podía creer que pensara esas cosas de un hombre, pero ya no tenía vueltas atrás, aquel chileno se había metido muy hondo en su cabeza... y en su corazón.
—¿Qué confesión aweonao? Me entregué a ti en bandeja de plata, ya era bastante obvio po. —Su pequeño esposo no lo dejaba de sorprender, podía ser dulce e inocente como un niño, pero cuando quería decía cosas demasiado atrevidas, simplemente era la combinación perfecta—.¿Me das una respuesta? —Volvió a cuestionar tomando valor para elevar sus manos y apoyarlas en la nuca del rubio.
—Que directo que estamos che. —Soltó una pequeña risa que ceso rápido por la mirada fulminante del menor—. Esto me ha sido complicado, digo, soy un desastre, solo disfrazó el quilombo que tengo en mi cabeza con mi sonrisa, pero... todo ese quilombo que no se entiende nada, pero... todo el quilombo está de acuerdo en algo, desde que llegaste a mi vida se llenó de luz, me sacaste del pozo donde me encontraba —tomó una de las manos del menor y la llevó hacia su boca para dejar un beso en la palma de la misma, si era posible, Manuel estaba más rojo que antes.
—Eso es un sí, ¿no? —cuestionó el castaño con la sonrisa más tonta que pudo aparecer en sus labios.
Su esposo volvió a reírse y asintió, no pudo esperar a que dijera algo más, se estiró hacía sus labios y los tomó con la necesidad que tanto había estado conteniendo en las dos noches que se pasó llorando, ni siquiera le importaba si lo asfixiaba en ese mismo momento.
—Weón, si tu eri un desastre, no sé, yo soy peor que la caga que dejo el peor terremoto de Valdivia —dijo Manuel cuándo se separaron para recuperar algo de oxígeno, Martín sentía que respirar quemaba sus pulmones, el castaño era increíble, le ardían hasta los labios—. Quiero... —Manuel sintió que hasta sus orejas se pusieron coloradas por lo que iba a decir—. Quiero hacerte tan feliz como tu a mí, sé que tienes un pasado turbio y muchas heridas, pero si me dejas... yo dedicaré todo mi tiempo a sanar cada una de tus heridas, como tú lo hiciste conmigo.
Martín sintió que su corazón volvía latir, se sentía nuevamente vivo, era como si hubiera despertado de un sueño letargo, las palabras del chileno habían movido todo en su interior, sentía miles de mariposas adueñarse de su estómago y una escalofrío se desencadenó por todos su cuerpo hasta expresarse en lágrimas que caían por los bordes de sus ojos sin control alguno, las manos suaves de Manuel se apoyaron en su rostro y sus pulgares trataron de detener aquellas gotas de agua salada, pero no podía controlarse, estaba feliz, feliz como hacía años no lo estaba.
—Gracias... y yo no sané aún todo, pero me esforzaré cada día por hacerte muy, pero muy feliz. Quiero darte los días más felices de tu vida, Manuel. -Dijo desde el fondo de su corazón aferrándose a su cuerpo, temía perderlo, perderlo como a los otros seres que amo.
—Eso no es necesario aweonao, ya me has dado los días más felices de mi vida, en este momento me estás dando otro. -Decía con voz suave acariciando su espalda, se sentía un mismísimo sueño, pero ni siquiera en su imaginación era aquella tan perfecto como lo estaba viviendo.
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Nota: ¡Que yo me estoy muriendo tanto como ustedes! <3
Pero no se crean que estamos cerca del final, queda mucho más!!
Gracias por seguir esta hermosa historia, realmente disfruto muchisimo escribirla, siempre me llena de emociones cada capitulo, y me encanta ver que ustedes pueden sentir lo que yo siento. Realmente gracias, si estoy muy emocionada es que... vi que hay muchas nuevas y nuevos lectores esta semana y fue como asdlñasd. Eso, bueno, ya. Los amo, dejarme su comentario y voto por favor. <3
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