13. Vuelo hacia Inglaterra.

En la compañía Hernández más de uno volvía su mirada hacia atrás para observar, aunque sea por un momento más, el increíble trasero de un joven rubio de mechas turquesas. Los pantalones de cuero negro que llevaba puesto marcaban más de lo necesario aquella parte, y el suéter azul que ocupaba tampoco se quedaba atrás, el hilo marcaba su cintura de manera exquisita. A su paso cualquiera quedaba babeando.

Al joven rubio de envidiables rulos no le molestaba la atención, es más, era obvio que le gustaba llamarla, por detrás de alguien fruncía su ceño más que molesto por esa típica actitud de aquel muchacho, chasqueo la lengua y luego soltó el aire en su estómago, se giró y se fue por el lado contrario de a donde se dirigía el joven rubio.

—¿Dónde está Martín? —preguntó al llegar hasta la oficina y no encontrar a nadie, dos jóvenes que lo seguían por detrás se miraron algo asustados y sin saber que responder. - He preguntado donde está el weón, contesten ya. -Ambos jóvenes de traje negro solo movía su boca como buscando que decir, pero al fin de cuenta no tenían ni la menor idea de que responder.

—¡Para que chucha son mis secretarios! ¡Deberían al menos saber eso! ¡¿No le avisaron que hoy vendría?! ¡Son inútiles! —molesto salió de la oficina, la secretaria de Martín lo detuvo antes de retirarse del edificio.

—El señor Hernández esta con carpeta médica, se encuentra descansado en su domicilio. Volverá mañana, haré una cita para primera hora —le dijo la mujer con respeto, aunque se notaba como contenía una mueca de molestia en el fondo de su fingida sonrisa.

—¿Una cita? ¡Soy Francisco Javier Makenna Cox! ¡Yo no necesito eso! —exclamó con prepotencia y arrogancia, sus dos secretarios negaron más que avergonzados del típico comportamiento de su jefe. - Avísale que iré a verlo a su casa.

La mujer trató de decir algo, pero la mirada del rubio le hizo saber que le gritaría un rosario completo de garabatos si no hacia lo que le había ordenado, se mordió el labio inferior con molestia y finalmente se dirigió de nuevo a su escritorio para tomar el teléfono y marcar al vicepresidente de la compañía.


—Ese pibe es secante, contenete de putearlo o se va poner peor... no te preocupes Jazmín, lo atiendo acá, total extraño trabajar, no sirvo para esto de tomarme días libres.... Si, dale, enserio, vos no te preocupes, dale... sí. Nos vemos. —Martín cortó la llamada y soltó una muy ligera carcajada que llamó la atención del castaño que se encontraba leyendo a su lado.

—¿Qué pasa? —preguntó bastante curioso mientras cerraba el libro, el rubio elevó su mano y despeinó sus cabellos en unas caricias, Manuel no se quejó, estaba demasiado tranquilo para hacerlo, hacía más de una hora que estaban los dos sentados en el sillón de dos cuerpos del living cada uno en lo suyo, pero acompañándose.

—Tenemos visitas... trata de ser paciente, por favor, es una persona especial... en carácter, no para mí —le explicó con una ligera sonrisa sobre sus labios pidiendo piedad para el que pronto llegaría a su hogar—. Ah, che, me acordé justo, en una semana nos vamos a ir a Inglaterra, desde que se inauguró mi shopping no he podido ir a verlo.

—¿Inglaterra? Está bien... —Cerró el libro que estaba leyendo y en un atrevimiento apoyó su cabeza en el regazo ajeno, estaba algo cansando, podría dormir un día entero, pero deseaba seguir cuidando del rubio, por más que este le dijera que estaba bien.

Martín se coloreo, hacía tres días que sonrojarse se le hacía especialmente fácil gracias al menor, su corazón se alocaba un poco, se golpeaba mentalmente para calmarse, quería volver al trabajo lo más antes posible. De algún modo deseaba escapar de las sonrisas de Manuel y de sus gestos amables hacia él; prefería continuar teniendo al caprichoso y golpeador chileno, que a este tan preocupado y amable que lo volvía loco.

Dudo bastante, pero finalmente su mano cayó sobre los cabellos ajenos, los acarició un poco, eran jodidamente suaves, por poco y parecía cabello de bebé, aunque a su parecer Manuel no cuidaba demasiado de sí mismo, así que su cabello era naturalmente de ese modo... y seguramente su piel también lo sería.

"¡Deja de pensar pelotudeces, loco!"

Se gritó mentalmente mientras desvía la mirada sin dejar de acariciar los cabellos castaños del menor, luego tuvo que quitarlo con pesar, debía decirle que preparar para la cena a su ama de llaves, Manuel terminó decidiendo, aunque nadie se lo pregunto, el castaño se había vuelto bastante demandante últimamente, aunque no podía negar que le gustaba así.

Paso una hora donde ambos se arreglaron como debían, ya que andaba por la casa casi en pijamas o, mejor dicho, de vagabundos, aunque tampoco se pusieron demasiado formales. Martín se vistió con jean negro que asemejaba a un pantalón de vestir y una camisa color salmón, paso de la corbata, no quería sentirse en la oficina. Manuel por su lado prefiero un atuendo moderno, pero se animó por unsuéter que marcara un poco más su cintura de color rojo.

El timbre sonó, Martín enseguida bajó atender, aunque antes se detuvo y se preparó mentalmente para sonreír a cualquier cosa, soltó el aire en su estómago y por fin abrió la puerta sonriendo con elegancia, aunque su visita le dirigió una mirada de molestia y entró empujándolo con su cuerpo, Hernández apretó sus puños y no perdió la sonrisa.

—Oye weón ¿Por qué chucha no estabai en tu oficina? ¿Qué tení? ¿Tu wea de pintura para el pelo te enfemó? —escupió agrió cruzándose de brazos en el recibidor, sus dos secretarios también entraron a la casa pidiendo permiso con sus miradas y disculpas a la vez, sabían lo descortés que estaba siendo el rubio de mechas turquesas.

—Solo ocurrió algo y necesitaba descanso, no sabía que vendrías. Supongo que venis hablar de algo, pasemos al living para conversar. —Martín estiró su mano señalando el lugar nombrado, su invitado no deseado hizo una mueca, y tras hacer sus rulos hacia atrás con su diestra, se encamino al sillón más grande, se sentó en el centro, y sus secretarios se sentaron uno a cada lado.

—Y contame, ¿qué pasa? —preguntó mientras su ama de llaves Rosa traía café para todos los presentes, Manuel bajo del primer piso y tomó asiento en el sillón individual junto a Martín, miró de arriba abajo al rubio de mechas turquesas y luego volvió su mirada a su "esposo", quién se sonrió de solo imaginar lo que estaría pensando.

—Francisco Javier Makenna Cox te presentó a mi esposo Manuel González de Hernández. Te invité a mi boda... raro que no te hayas aparecido che. —El castaño se sonrojo levemente, eran contadas con los dedos las veces en que Martín lo presentaba como esposo y no como hermano, su corazón estaba estúpidamente alegre.

—¿Manuel? —Miró al castaño que enseguida alzo su vista, ahora que lo veía bien sentía que lo conocía de algún lado, el rubio de mechas turquesas sentía aquello igual modo, pensó un momento y luego lo señaló como habiendo recordado lo más importante de su vida—. Ay, weón...si tú estabas en el carrete ese. ¡Claro que te recuerdo! Apartadito de todos, Manuel González... quién creería que ahora eres esposo del vicepresidente de una las compañías más grandes de Argentina... Obvio... Si así va el dicho: "los calladitos son los peores". —Manuel bajó su mirada sintiéndose un tanto humillado.

—¿Qué decís? —Martín no pudo mantener su falsa sonrisa, su molestia se reflejaba en cada facción de su rostro, no podía permitir que alguien atacara de esa manera al menor—. Nos casamos por arreglo. Además, ¿qué si me habría casado con él por amor? ¿Qué tiene que ver? ¿Eso lo hace una mala persona? Retira tus palabras.

—¡Bien! ¡Retiradas! —Francisco rodó sus ojos, aunque no podía negar que muy dentro suyo le parecía tierno como Hernández defendía a su esposo, le hacía extrañar a alguien que también lo defendía de cualquiera. —Vine aquí por negocios, quiero abrir una tienda de mis dulces en tu nuevo shopping en Inglaterra, queremos entrar a ese país... y antes de que me digas algo, aunque sea chileno no tengo conexiones influyentes en aquel país... aunque podría tenerlas, pero tengo algo de lealtad hacia ustedes po.

Martín sonrió, el enojo de antes ya se la había esfumado, Francisco a su manera era un buen amigo, a pesar de siempre parecerle tonto el odio de los argentinos hacia los ingleses, lo respetaba por él y sus primos.

—Mañana nos iremos a Inglaterra, acompáñanos, será más fácil tratar todo con el gerente de aquel shopping, enserio será más fácil tratarlo con Bruno. —Manuel se quedó mirando a su "esposo", ni siquiera le había avisado que el viaje sería mañana, tenía que correr hacer la maleta, pero encima no podía moverse por la visita.

—Entonces iré mañana con ustedes —dijo tras pensarlo un momento, sin darse cuenta sus manos se removieron nerviosas, estaba peleando consigo mismo para no preguntar lo que deseaba, pero antes de darse cuenta las palabras escaparon de su boca por si solas—. ¿Jeremías irá? —Mordió su labio inferior tratando de disimular lo avergonzado que se encontraba.

—Si, obvio, Marcos también, ellos abrirán negocios de sus empresas dentro del shopping... hasta creo que Rubén y Nicolás ya están allá. —Francisco no sabía cómo ocultar la sonrisa que se había formado en sus rosados cerezos, pero logró ocultarlo al levantarse de pronto asustando a sus secretarios, se cruzó de brazos recobrando su actitud de diva fría.

—Tengo hambre, espero hayas preparado algo digno de mi paladar weón —habló con su típico tono de voz lleno de superioridad, Martín rodó los ojos y luego asintió con su cabeza, se levantó del sillón y ofreció su mano para ayudar a Manuel a levantarse también, el castaño lucho para no colorearse nuevamente, el rubio de mechas turquesas sintió un poco de envidia, sus secretarios solo miraban con amor aquella escena.

Los cinco se fueron para el comedor de la casa, cual era por demás amplio, estaba preparado para servir como un salón de reuniones. Rosa ya tenía todo servido, cada uno tomó asiento, pero otra vez Martín no permitió al menor hacer las cosas solo, le corrió la silla, y le acercó algunas cosas, ni siquiera Manuel entendía porque el rubio estaba especialmente atento con él en ese momento, aunque, para ser sinceros y pensando un poco más, desde que volvió de la clínica estaba de aquella manera.


Unos ojos tan claros, que de pura casualidad se notaban que eran verdes, se encontraban observando un punto fijo de aquella pared rosa pastel, de tanto mirarla se dio cuenta de dos cosas. La primera, el diseñador de aquel hotel definitivamente no tenía buen gusto, el color era una mierda. La segunda, extrañaba a ese capricho con patas llamado Francisco Javier Mackenna Cox... y por más que tratara de negarlo una y mil veces.

Por otro lado, el ojiverde pensaba en su primo Martín, pensaba en todo lo que había ocurrido en sus pocos años de vida, había conocido tantos Martín que casi no podría recordarlos a todos, pero justo ahora, el Martín casado era lo más próximo al verdadero de Martín Hernández que él conoció.

—Aunque aún le falta ese orgullo que lo caracterizaba —dijo a la nada caminando con un cigarrillo en sus labios mientras buscaba un encendedor en sus pantalones, al encontrarlo encendió el cigarro y salió al balcón de la habitación de hotel donde se estaba hospedando.

—¿A quién? —le preguntó el joven de cabellos rojizos que ya se encontraba fumando en el balcón.

—Al boludo del Martu, ¿quién más, gil?

—Y qué se yo, podes estar hablando del chilenito diva...

—¿Por qué hablaría de ese pelotudo?

—A ver... porque estas re muerto por él, ¿te parece una razón suficiente o tengo que darte otras?

—Te odio.

—Comparto el sentimiento.

Ambos se quedaron callados por un momento, solo inhalando nicotina y luego dejando salir el humo acumulado en sus pulmones por ello, el pelirrojo fue el primero en terminar con el silencio al liberar una ruidosa carcajada, el pelinegro alzó ambas cejas medianamente sorprendido con la reacción de su socio, pero luego también rio, y tal vez, hasta más escandaloso que el susodicho.


—Me parece que lo vi en alguna parte a ese weón—comentó Manuel una vez estuvo solo nuevamente con Martín.

—Si, dijo que te veía en las fiestas, ¿no? —dijo con labios abultados el rubio echándose en el sillón, estaba cansado, al parecer su cuerpo aún no estaba en condiciones óptimas y se agotaba con bastante facilidad.

—No... estoy seguro que lo vi en otro lado weón. —Se tiró junto al mayor con rostro pensativo, estaba esforzándose para encontrar en su cabeza en donde lo vio antes, tal vez ahora el rubio de mechas turquesas tenía algo que antes no tenía y por ello no terminaba de reconocerlo.

—Deja de quemarte la cabeza, lindo —soltó Martín con una media sonrisa en sus labios, pero se le borró al reproducir en su cabeza lo que había dicho, miró a Manuel rápidamente, este se encontraba con su cabeza gacha, el flequillo no le permitía ver su rostro. ¿Debería pedir disculpas por como lo llamo?

—Yo... —Su boca se movía, pero realmente en su cabeza aún no se había formulado nada para justificarse o excusarse.

—¡Me voy armar la maleta! ¡Buenas noches! —exclamó el castaño asustando al rubio, luego lo vio desaparecer en las escaleras. ¿Le habría incomodo el adjetivo? Se encogió de hombros y soltó un corto suspiro para después levantarse también e ir a su cuarto, la maleta la podía hacer por la mañana, total había sacado los pasajes para la tarde pasada las cinco.


Cuesta explicar las razones porque la que Manuel a eso de las cinco y diez de la tarde estaba sobre la espalda de Martín bastante cómodo a simple vista, los que se encontraban a su alrededor también tenía un conflicto en su cabeza al tratar de entender como habían terminado viendo aquella escena tan de película de romance, viste de esas que terminan todos felices y con los protagonistas casándose, la diferencia acá es que ya estaban casados.


Una hora y media atrás...

Llegaron al aeropuerto de Ezeiza, habían llegado mucho antes de la hora fijada para encontrarse con sus primos y los otros, y mucho antes del mismo vuelo. ¿Y por qué? El rubio no se había dado cuenta que su celular tenía la hora adelantada, seguramente se le desconfiguró cuando se cayó de sus manos en la mañana, al parecer había perdido el control de las mismas cuando se quedó embobado mirando por una pequeña luz que había en la puerta del cuarto de Manuel, como este se cambiaba de ropa.

Sacudió su cabeza tratando de olvidar la perfecta silueta del castaño alzando sus brazos por encima de su cabeza para quitarse un abrigo rojo que se había puesto. Se golpeó en la cabeza ganándose una mirada extrañada del menor, sonrió nervioso como tratando de arreglar sus estúpidos impulsos y cuando todo volvió a la "normalidad", Manuel se tropezó con una valija abandonado a mitad de camino y termino como alfombra humana en el piso.

Algunos de los transeúntes se rieron, otros hicieron lo posible de continuar como si nada y a otros simplemente ni gracia les hizo, entre ellos, al parecer, estaba Martín, quien solo lo miraba como preguntándose qué hacía el menor en el piso. El castaño logro levantarse, su cara estaba más roja que nunca, miró al rubio y sin pedir permiso, y por un extraño impulso, se subió a su espalda para abrazarse con fuerza a cuello y además ocultar su avergonzado rostro allí mismo.

Martín sufrió... el aliento del castaño estaba especialmente tibio ese día tan frío de octubre.


Para cuando Manuel se bajó de su espalda, sintió que algunas vertebras ya no le servían, el menor se veía delgado, pero pesaba bastante y no es por exagerar. El rubio caminaba como cual embarazada sobando su espalda, su primo Jeremías, el cordobés, no podía evitar reírse y burlarse de él. Su otro primo, Marcos, solo estaba interesado en las cosas que le contaba su secretario Daniel, aunque de tanto en tanto, sus ojos buscaban el perfil del chileno.

—¿Por qué no habla con él? —le cuestionó el paraguayo con un tono de voz especialmente bajo y desganado, el presidente de Vaiolet lo notó, miró hacia otro lado buscando que responder, finalmente solo alzó su mano y la paso por los cabellos ajenos al notar que nadie les prestaba atención.

—Por ahora no tengo nada que decirle... —Daniel alzó su mirada hacia él, sus mejillas estaban levemente coloradas, Marcos cerró en puño su mano libre, tenía que hacer un gran esfuerzo por no irse encima de su secretario, desde el beso de aquella noche se hizo muy débil a todas las acciones del moreno.

Francisco por su lado estaba ajeno a todo lo que pasaba, solo caminaba mirando fijamente la espalda de cierto cordobés que parecía que nunca iba a parar de reír. Sus secretarios, Marcelo y Camilo charlaban amenamente de cualquier tema, aunque de tanto en tanto, Camino le decía a Marcelo que no iban a quemar nada en Inglaterra, y ahí era cuando aquel secretario suspira con pesar abultando sus labios.


Abordaron al avión, Martín se sentó con Manuel como era sabido, Jeremías con su socio chubutense, Francisco con uno de sus secretarios y Marcos con Daniel, quien no podía dejar de mirar los labios de su jefe, aun recordaba el calor de ellos sobre los suyos. Nuevamente se encontró sonrojado por sus pensamientos, el pobre presidente de Vaiolet otra vez tenía que luchar consigo mismo.

A todos les esperaba largos días en el país más odiado por Argentina, la innombrable Inglaterra...


___________________________

Nota: Perdón por tardar, ando con problemas personales, prometo esforzarme para solucionar todo pronto y poder volver activamente con todas mis historias. <|3

Muchas gracias por todos sus comentarios (que amo leerlos así que por favor deja uno) y además por los votos. Realmente gracias. <3 <3 <3

• En mi insta pueden ver un dibujo de Francisco Javier Makenna Cox.

Instagram → @ZomBelGress.
Twitter: Zombel_Gress

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top