084 - EL SEÑOR DE LA GUERRA


CAPÍTULO OCHENTA Y CUATRO

MÁXIMO SALVATORE


Todavía ahora me cuesta asimilar que el chico al que le hice pasar un mal trago sea mi hermano pequeño. Aunque tiene sentido. Tras días quedando con él conozco bien su apetito insaciable.

Me esfuerzo en recuperar el tiempo perdido. Quiero saber cada detalle de él. A veces creo que lo agobio preguntando tanto, pero con él las cosas están bien siempre y cuando haya comida por medio. Tampoco es que le pregunte por lo malo, al pasado ni me acerco esperando la reunión de hermanos, solo busco sus intereses para poder encapricharlo de la misma forma que he hecho con todos.

Aparte de la comida le gusta la ropa. Los tirantes es su prenda favorita, los tiene de todos los colores y los sabe combinar. No le gusta mancharse, cuando lo hace su tristeza es tan profunda que me entran ganas de comprar un equipo de modistas para que no dejen de coser para él, únicamente y exclusivamente para él.

Por otro lado, no siempre voy solo. A veces somos acompañados por Darley, Damián o Pietro. Al pequeño lo solemos ver en sus entrenamientos de fútbol. Deporte que práctica por Hugo. Tío y sobrino sin saber su conexión se llevan formidablemente bien, claro que el motivo principal es porqué sabía que su papel con Darley era una colaboración con el segundo hermano para que estuviéramos juntos.

El caso es que he estado tan ocupado queriendo a mi hermano perdido que había descuidado el encargo del segundo.

El escritorio parece un campo de batalla con los miles de documentos que tengo que revisar. Tengo que organizar todo para deshacernos de ello. Y la verdad es que tengo ganas de que eso ocurra.

Mi nombre dejará de estar vinculado a tratas de mujeres, y el sinfín de negocios que el apellido nos dio y que nunca presté atención, para eso tengo al consejero, el cual hace dos semanas se evaporó.

Tengo un mal presagio.

Aflojo el nudo de la corbata, paso la mano por el cabello y masajeo la piedra dentro del bolsillo, intento aliviar la tensión que se acumula revisando los papeles. Algo no cuadra. Estoy seguro. Algo muy malo sucede con las cuentas. Con el pasar de los meses se vuelven más notarios como si faltarán ingresos de puntos concretos.

Aprieto la piedra que tiembla al descubrir un contrato de traspaso. No, a esto no lo puedo llamar como tal. Más bien es un generoso regalo, y para mi desgracia hay más de uno, cada vez de lugares más importantes.

Como dirían los míos; se han meado en mi cara.

Siento una presión fuerte en el estómago. Repasando cada reunión, cada palabra, cada momento en que estuve confiando en él. Momentos en los que fui un necio firmando sin leer.

Tendría que haber sido más cuidadoso con quién es el hijo del consejero que era de mi padre.

Gaspar no me ha traicionado, yo metí el enemigo en casa. Con ese pensamiento agradezco la limpieza que están habiendo en nuestras filas, aunque esto me da material para desconfiar de Dumb y Skull, la verdad es que todos aquellos que han señalado para ser despedidos ha sido con información contrastada. Me da la sensación que ellos aportarán mucho valor.

Respiro profundo, alargando los tiempos de paz.

Apenas el día termina y mañana tengo un viaje.

Tras horas encerrado y habiendo omitido la cena salgo hacía la cocina. La mansión está silenciosa, casi dormida, exceptuando por mis pasos que resuenan suaves contra las losas.

Al entrar a la cocina, no puedo ignorar a la chica de espaldas a mí, moviéndose con gracia mientras prepara algo. Algún mechón naranja se escapa a las ataduras del moño desaliñado encendiendo la mecha que me deshiela, y si no fuera suficiente está empleando el traje de sirvienta alejando mis pensamientos de la iglesia.

El traje negro ajustado con su respectivo delantal blanco me hace reprimir el impulso de hacerla mía, aquí y ahora, generando una irritación que maldigo al saber el daño que puede ocasionar mi descontrol.

Se gira al oírme entrar, ofreciendo una sonrisa coqueta y un plato con un sándwich que coloca sobre la isla junto a un vaso de zumo fresco.

—Iba a llevártelo. Pensé que ya no saldrías del despacho.

¿Con qué finalidad lo iba a hacer vestida así?

—Quiero que te lo quites.

—¿Aquí?

Se le encienden las mejillas. La garganta se me seca a medida que acerca la mano al primer botón, antes de que me haga perder la cordura engancho sus dedos y nuestras miradas conectan, sus intenciones no tienen misterio, quiere hacerme pecar por todo lo que nos hemos reprimido. Pero debe aprender que no puede ser así.

Tengo antecedentes.

Nací siendo guerra. Me gusta serlo, tengo cualidades que me hacen excepcional, pero en la cama soy un peligro.

Después de dos semanas los mordiscos de nuestro primer encuentro persisten, podría haber sido peor, muchísimo peor. Eleah era abonada al hospital y a las sillas de ruedas, una vez incluso temí que no pudiera recuperar la movilidad porque le ocasioné un par de fracturas destacables.

En la cama tengo la intensidad de una guerra en su punto álgido.

Encontré la solución en el BDSM. Me convertí en dominante para tener control de mí y no traspasar fronteras que lamentar, sin embargo, descubrí un gusto exquisito que compartir con la madre de Pietro y que ahora quiero hacer igual con Darley, ofreciéndole un mundo de dominación y sumisión.

—Mia cara, que seas la llama no debería darte pie a jugar con fuego —le digo con firmeza. Sus manos se pegan a las mías sin mala fe —Voy a comerme el sándwich y el zumo que tan gentilmente has hecho preocupante por mi, luego te alzaré en brazos, te llevaré a la cama y haremos cosas de mayores.

—Papá —se muerde la lengua.

—En todo caso, papi —jadea con mi osadía.

Ya no me molesta que me diga papá, entiendo que han sido muchos años para que pierda la costumbre en un día.

Tomando el plato voy a la mesa de la cocina generando una distancia que tan solo dura el tiempo en que Darley se sienta en la silla adyacente. Aguanto el porte aunque no puedo esconder el deseo, ya no.

Cualquier loco diría que el sándwich es uno más de entre tantos, pero ya por quién lo ha preparado su gusto es excepcional, irresistible. El pan es suave al tacto y cuando le doy el primer bocado, todo encaja. El queso cremoso se funde con el jamón, y la mayonesa especiada por mi amada le da un aporte único. Es perfecto. Sencillo y equilibrado, y lo disfruto cerrando los ojos, centrado en cada textura y en como los ingredientes se mezclan en la boca.

Y el zumo. Beberlo es comer una fruta recién cortada en estado líquido. Después del primer trago tengo la necesidad de más. Al igual que tengo la necesidad de volver a conectar mi cuerpo con la pequeña y hermosa figura que no desperdicia el espectáculo de mis labios moviéndose al masticar.

Ahora lo veo. Su deseo y lujuria.

—¿Has ido a clase? —cuestiono por un tema que esquiva.

Solucione el problema de su matrícula de la misma forma en que lo había provocado, levantando el teléfono. Sin embargo, ella no ha estado acudiendo a la universidad, y no quiere explicarme. Escondida tras una barrera de excusas. Según ella todavía queda sangre de los rusos que limpiar, según yo tengo personal de sobras como para que ella tenga que agacharse al suelo y frotar con un paño. En todo caso, el único escenario en que debería arrodillarse, empleando el uniforme, es en el suelo de nuestro dormitorio y con la boca abierta.

—Iba a ir. Pero. Cuando iba a subir al coche para ser llevada descubrí una terrible mancha que requería de mí. No podía simplemente ignorarla.

—Cara mia, cuéntame en qué piensas.

—Pienso en ti.

—Dudo que yo sea el motivo de tus faltas, y de ser cierto me molestaría mucho conmigo por arruinarte los estudios —olvido el sándwich en la mesa, acerco posturas y acaricio el tejido negro —Dile a papi lo que le pasa a su nena.

—Es que no puedo dejarte solo. Una lagarta podría robarte —dice con determinación, pero no es el motivo —Eres guapo y rico, tienes muchas interesadas detrás de ti.

—No hace falta mencionar el dinero.

—¡¿Lo ves?! —se exalta.

—Tú te bastas con la belleza. Si no fuera porque yo siempre he sido tu único interés hubiera tenido trabajo. El motivo por el cual no apunte a matar a Alessandro fue porque lo hacía amigo de mis hermanos, sin embargo, de haber seguido vuestro juego no hubiera durado mucho más.

—Les dije que quería parar.

—Cara mia, solo tenías que venir a mi. Estoy seguro que no lo hiciste porque quieres tenerme celoso —apoyo el dorso del índice en su mentón y rozo su comisura labial con el pulgar, el cual se mancha por el labial rojo —Esa conducta es inapropiada, igual que lo es faltar a clases. Me obligas a corregirte.

La saliva pasa por su garganta y los dedos se flexionan sobre la falda larga, subiendo ligeramente la tela, quedando expuestos sus tobillos.

—Yo no hago eso, papi —me sigue la travesura.

Me inclino hacía ella apoyando el brazo en el respaldo de su silla, dejo que mi nariz entre en contacto en el contorno de su oreja, despacio, como si un movimiento precipitado pudiera romper el momento.

La piel, algo roja junto al sonrojo en sus mejillas, calienta al igual que lo hace el fuego. Paso la punta de la nariz por el borde de su oreja, ascendiendo, sintiendo su cuerpo estremecerse y sonriendo cortés por el leve suspiro que no puede esconder. Me detengo un instante, alargando el contacto, presionando con gentileza, y luego desciendo marcando el camino con delicadeza.

Mis labios están cerca, tanto que podrían reclamar el espacio que mi nariz explora, y lo hacen. Un beso corto que la empuja a subir más la falda. Podría seguir hasta que separara las piernas. Primero la izquierda, luego la derecha, dándome una oportunidad para palpar su feminidad. Sin embargo, hasta aquí llego, formulando una petición susurrada que ni plantea discutir.

Abandona la sala dejándome a solas con el sándwich y el zumo. Después de terminar de cenar aún me quedo cuatro minutos antes de ir a limpiar el plato y acudir al dormitorio con paso firme.

Empujo la puerta sabiendo lo que espera detrás.

De rodillas en el suelo, de espaldas a mí y con las manos unidas detrás por el punto en que pase la columna vertebral, conservando el uniforme, así me espera Darley cumpliendo la petición.

Contemplo la escena mojando los labios, empezando por el contorno de su figura perfectamente enmarcada por el traje de sirvienta que ha sido incontables veces motivo de mi perdición.

Sus pezones marcándose en el tejido blanco del delantal me hace saber que al igual que el recibimiento ha cumplido al completo, y que debajo del uniforme se encuentra directamente su piel. Sin lencería. Aunque no sería yo quien se molestaría si en otra ocasión decidiera sorprenderme con un conjunto pensado en mí.

Doy un paso dentro del dormitorio y cierro la puerta, con seguro.

—Cara mia —mi voz suena baja e intensa.

No responde de inmediato. Solo gira un poco la cabeza, lo justo para que un mechón me recuerde su moño desaliñado, el cual queda muy lejos para ser apto para mis pensamientos y que tengo la seguridad de proclamar que ha sido creado con el afán de provocarme una ligera irritación, ya que ella siempre ha sido más de melena suelta o trenza.

Acorto la distancia quedando detrás de ella. Seguidamente, desciendo hasta que mis rodillas encuentran las láminas que forman el suelo de madera. A esta altura rozo sus mechones con las yemas. Ella sigue quieta, pero su respiración cambia, pausada y entrecortada, sin poder fingir serenidad a lo que le causo.

Deshago el moño cuidadoso, tirando de la goma y disfrutando de la fantasía que causa su cabello al caer libre. Cada uno de los mechones es una llama a la que deseo dominar al igual que a su propietaria.

Desenredo suavemente con los dedos antes de dividir la melena en tres partes iguales. Me gusta hacerlo, quisiera volver a repetirlo, cuidar y mimar cada detalle de quién un día portará mi apellido de forma correcta. También quiero tener de estos momentos íntimos a diario.

Entrelazo los mechones con cuidado, despacio, disfrutando de la textura suave entre mis dedos. Cada cruce es firme y delicado, perfecto. Al terminar la ato con la misma goma que sujetaba el moño.

—Permíteme cada día peinarte —superficialmente, deposito un beso ligero en la base de su cuello.

Me incorporo lentamente, doy un paso atrás, observándola por una instante desde donde estoy. Queriendo más. Contemplarla desde cada ángulo hasta retener la información sin riesgo a perderla.

Mis pasos son lentos, estudiados. Camino hasta colocarme frente a ella. Un espectáculo en todos los sentidos. Todavía de rodillas, con la espalda recta y la mirada fija en algún punto del suelo, aunque consciente de cada uno de mis movimientos. La trenza que acabo de hacer descansa sobre su hombro, una línea perfectamente trazada que enmarca su cuello y parte del pecho.

La luz del dormitorio la ilumina de tal manera que parece haber sido instalada para ella, para resaltar cada rasgo. Mis ojos viajan por su figura pausadamente, deteniéndose en los detalles que me atraparon; la curva de su mandíbula, la suavidad de su piel, la forma en que su pecho se mueve en cada respiración, la melena de fuego... Y, principalmente, las pecas que cabizbaja me oculta.

—Mírame —ordeno, con un tono demandante.

Darley, mi preciosa, complaciente levanta la mirada, pero, a su vez, lo hace despacio, como si buscará mi tortura. Cuando sus ojos se encuentran con los míos, desde esa postura sumisa, la realidad es que soy yo quien está a sus pies, listo para satisfacerle en todos los sentidos.

No digo nada más. No necesito hacerlo. Todo lo que quiero está frente a mi, y por un instante, simplemente la admiro, soñando despierto que este momento dura eternamente, sueño del cual me obligo a despertar deshaciendo la corbata y dejándola caer al suelo junto la chaqueta sin importa que se arrugue.

Desabrocho los gemelos y doblo las mangas. Viendo la fascinación en sus ojos voy a más desabotonando la camiseta que me dejo puesta, dejándole la visión de mis músculos incompleta para ella.

Su jadeo mal acostumbre mi pene.

Al quitarme el cinturón, a este lo dejo cerca en la cama, teniendo planes ya para él sujetando las muñecas lechosas de Darley.

Bajando la cremallera, a segundos de liberar la erección, hago la pregunta infaltable antes de buscar nuestro placer:

—¿Cuál es la palabra de seguridad?

—Vapore —responde, empleando un tono fogoso.

—Sin usar las manos —le hago saber, al ver la leve contracción de los hombros, manifestando que tras su espalda ha habido movimiento, justo cuando mi miembro ha quedado servido —Empléate a fondo adornando mi pene con esos bonitos labios tuyos.

Su rebeldía se presenta desde el primer segundo, manteniendo las manos tras ella y la boca cerca de la glande, se inclina para que sea su nariz la primera en entrar en contacto con el grosor. Juguetona, recorre el tronco, con la misma lentitud que le ofrezco, de la punta a la base, y viceversa.

Jadeo estremecido. Y sé que ella es consciente de lo que provoca.

En ningún contexto desafiar a la guerra es bueno.

Envuelvo la mano con su trenza y tiro, le levanto la vista y miro fijamente esas dos motas de color indómitas. Sonríe con picardía, antes de mordisquear el labio inferior, atentando contra mi cordura.

—No quiero lastimarte. Y todavía no pisas el gimnasio —me sincero y le recuerdo su falta —Te quiero poseer, mia cara. Para ello necesito que cumplas mis términos. No sopotaría hacerte daño.

—Perdóname, señor. Es que no lo puedo evitar.

—Evítalo.

—Tus expresiones son muy bonitas —estos golpes dañan mi estabilidad. No puede decir y esperar que me mantenga indiferente, desde que dispare por celos perdí parte de la rigidez de mis facciones, haciéndome más gesticular. Mi hermano y cuñada sabían muy bien lo que se hacían —Oh, más bonito. Te has sonrojado.

Suelto la trenza y me voy a sentar a un lado de la cama, la dejo en el suelo sin intención de regresar. Recupero el cinturón, lo acaricio como si la textura de cuero me pudiera devolver la paz, pero, por más que lo intento, tengo pensamientos tan fuertes que de seguir las sábanas serían teñidas en rojo.

Tiempo atrás hubiera lavado su boca con jabón de haber empleado una mala palabra, ahora quiero ensuciársela. Silenciar cada halago, enchufando el miembro hasta que el líquido se derrame por los laterales de su comisura. Pero, de la forma en que estoy, apunto de detonar una nuclear, si hiciera tal acción acabaríamos en el hospital por una mandíbula quebrada.

Si tan solo fuera una niña bien portada no estaría sufriendo anticipando desenlaces catastróficos.

La cama se hunde en su subida, sin darle le cara, guiado por los sentidos, sé que ella gatea en mi búsqueda. Me mantengo al sitio cuando está detrás, clavo con fuerza los dedos en el pantalón y ahogo el jadeo que producen sus labios al besar en el enlace entre el final del cuello y el principio del hombro.

—¿Me perdonas, papi? —deja otro beso en su ascenso, y al llegar el mentón, con los dientes, atrapa los pelos de la barba y da un leve tirón empeorando drásticamente la situación —Lo siento, no quería...

Volteo hacía ella, con la línea cruzada, tomando de su cintura en un movimiento salvaje. Tumbándola sobre la cama y colocándome sobre ella. Uno nuestras bocas en un beso desenfrenado.

Introduzco la lengua bravo.

Enloquecido por tenerla hago trizas el uniforme, y ella en su maldad injustificada separa las piernas, haciendo más rápida la penetración, la cual empujo hasta lo más hondo con el deseo de entrar completo. Quiero que acoja los más de veinte centímetros cuando ni siquiera la he preparado.

Sus manos libres se aferran a mi pectoral. Clava las uñas con la misma intensidad que la penetro, sucesivamente, generándome heridas sangrantes que gotean encima del uniforme destrozado.

Los besos empiezan a serle difícil de corresponder. Las embestidas cada vez más crudas, bombardean sin cesar, cargas que el sonido de sus explosiones son nuestros gemidos más profundos.

Abandono sus labios para disparar su piel. Los proyectiles son los dientes que causan daños superficiales con munición recargada mediante más gemidos. Gemidos de placer, pero entre ellos empieza a infiltrarse el enemigo, el dolor, manifestado en lágrimas.

Es demasiado tarde para detenerme. Y ella está siendo peor que yo.

Creyéndose la heroína del conflicto, entre espasmos, su cuerpo se libera y me regala la visión y el sonido de su orgasmo femenino.

Suplicante ruega por mi detención, suplicante ruega por más.

Los testículos golpean con fuerza en el monte.

Después de la primera eyaculación dentro de ella no tengo la necesidad de un descanso, ni una tregua. Aferrado al deseo de derribar a mi oponente, de hacer mío su territorio y gobernarlo, sigo atacando.

—Vapore.

Toda acción queda bloqueada.

Recupero el juicio, la respiración frenética y el pulso alterado van volviendo a la normalidad mientras aparecen las maldiciones.

Darley llora víctima de mi lado oscuro, llora por el dolor infringido, llora por ser amada incorrectamente. Mientras lo hace el inmenso peso de la culpabilidad contada en toneladas me aplasta.

Me tumbo dándole la espalda lleno de remordimientos.

El llanto perdura en la miseria.

Sufre un ataque de hipo al obligar al llanto detenerse y, por como respira, sé que cubre su boca. Al final logra su cometido.

Segundos después me abraza, en silencio. Ninguno de los habla ni con el paso de los minutos. Mantenemos la postura, incluso después de que ella se duerme agotada tras sufrir la guerra. Y, de mi parte, yo no puedo conciliar el sueño a lo largo de toda la noche en que solo me odio.

La cafeína infusionada en su punto preciso me ayuda a despertar la cabeza en el desayuno.

Leo el diario mientras Pietro juega con los cereales, estoy atento a cada uno de sus pequeños movimientos, aunque solo retiro los ojos al completo de las palabras cuando Darley cruza el umbral de la puerta.

Pietro y yo la vemos dar pasos desiguales.

Mi hijo, próximo a los once años, demasiado corrompido por Gunther y mis hermanos, suelta la cuchara y procede a reñirme con la mirada.

—No me hagas sentir más culpable de lo que ya me siento —le ruego en un susurro lamentable.

—Buenos días —nos sonríe cálidamente.

Considerando que Pietro siempre ocupa la silla de mi izquierda, Darley se sienta en la derecha. Quitando lo malo contemplo una preciosa estampa familiar.

—Buenos días —le correspondemos el saludo.

Desayunamos con la calma de un nuevo día.

—Saldré de viaje unos días —les informo, mis cortos viajes por negocios no son algo novedoso —Antes de ir al aeropuerto pienso darme el gusto de llevaros personalmente a vuestros centros educativos.

—Uy, eso es por tus faltas —indica Pietro correctamente a Darley.

Observo el movimiento de la aguja larga dentro de la esfera del reloj de colección suizo, Pietro me imita. Nuestra chica favorita nos está haciendo esperar más tiempo de lo acordado.

—Hará que sea un pésimo villano —se queja Pietro, sería la primera vez que falta a su impuntualidad de los cuatro minutos, y eso es algo que parece estar mosqueandolo, aun si el motivo es Darley.

Silbo limpio y mi fiel amigo, alfa de mis perros de caza y mi compañero en los viajes, el mastin italiano, Napoleón, aparece.

—Encuentra a Darley.

Habiendo baboseado en incontables ocasiones a la pelirroja, sin dudar de a quien debe buscar, familiarizado a la perfección con su olor, se adentra en la mansión. El trayecto es corto. Muy pronto se cuela en el viejo dormitorio de Darley y ladra enfocado en debajo de la cama, desde donde lo maldicen:

—Traidor —Darley sale del escondite.

—Una última oportunidad, mia cara. ¿Hay algún motivo por el cuál estás faltando deliberadamente a la universidad?

—Se acumuló polvo bajo la cama.

—Una última por última vez.

—Tengo que limpiarlo.

La cargo al hombro como nunca considere llevarla y desfilo rumbo al coche familiar de alta gama. En el recorrido no patalea, pero lo que sí hace es señalar excusas que ordeno a solucionar a otros; una huella en el cristal, una hoja marchita en la punta, una partícula de polvo en una esquina, una gota de sudor caída de mí... Lo más absurdo se convierte en una urgencia que atender en su boca.

Mi hijo abre la puerta del copiloto. Mientras que yo la siento, le cierro el cinturón y le pongo el seguro de niños, Pietro y Napoleón suben a la parte de atrás.

Enciendo el motor y nos vamos.

—Te gusta provocar a papá —se mofa Pietro.

Darley une las manos en la división de sus muslos, rozando superficialmente con las yemas el tejido vaquero. Silenciosa y entretenida con el paisaje. Quisiera escudriñar sus pensamientos.

En la entrada del colegio de Pietro esperan su grupo de amigos, a pesar de la tardanza. Entre ellos están sus mejores. Íker y Gala, ambos hijos de trabajadores que han decidido quedarse.

Tras besar nuestras mejillas y apachurrar a Napoléon, Pietro se une a sus amigos. Hasta que no entran no vuelvo a encender el automóvil rumbo a la universidad de Darley. Ella sigue evadida de la realidad.

—Aprovecha el tiempo en que me ausentare para concienciar tus actitudes rebeldes durante la práctica sexual. Lo de anoche no puede volver a repetirse bajo ninguna circunstancia.

Asiente de cabeza.

—Contactare con el médico para que te recete algo para el dolor. También he estado hablando con el instructor de Soraya, Abel. Te va a condicionar físicamente. Necesito tenerte en buen estado físico. Sin embargo, nos queda otra opción, que me dejes, debes ser tú porque yo no lo haré.

—¿A dónde te vas?

—A la fábrica.

—Entonces no te irás mucho tiempo —se le ilumina la mirada y gira la cabeza hacia mi, entusiasmada pregunta: —¿Cuándo vuelves? Ya te estoy extrañando.

—No digas esas cosas que me quedo.

—Quédate.

—No puedo —suspiro resignado —Tengo que ir a la fábrica, y más importante aún debo encontrar a Gaspar.

—Quizás se murió. Hubo muchos muertos —balbucea.

—No estaba entre los fallecidos.

—Que pena.

Freno frente al semáforo en rojo, y sigo parado una vez se pone en verde ignorando el tránsito exterior. Aunque Darley me dice que arranque no puedo hacerlo. No, no puedo contemplando como sus dedos se han vuelto rígidos sobre sus muslos tensos, su respiración pesada y sus pupilas dilatadas por un pensamiento turbio.

Darley no es la clase de persona que desea la muerte de otros.

—Tengo que reunirme con él para recuperar los negocios que descubrí que nos ha estado robando. Estaba pensando en dejarlo ir después. Si él pudó hacerlo fue porqué yo le dejé, porqué yo lo usé para no cargar con el peso familiar, pero si hubiera un motivo por el cual la palabra fuera insuficiente, sería mejor que lo supiera.

—Siempre decía que debía alejarme de ti para no acabar siendo tú puta —confiesa en un tono bajo, como si tuviera miedo de que yo pudiera culparla —Al principio solo era eso. Pero... —una lágrima impacta en el dorso de su mano —Después... Decía que debería considéralo a él. Qué si yo... Qué si yo... Si extrañaba el amor que me daba papá podía acudir a él... Y... y... y...

Acuno sus mejillas en mis manos, detengo el camino de las lágrimas, limpiándolas, y hago que me mire a mis ojos, directamente, aunque en los primeros segundos quiere escapar de ellos.

—Quiso for... forzarme para que le hiciera una fe... felación —se rompe. Le quito el cinturón y la llevo contra mí. Sus temblores son pronunciados mientras que le acaricio la espalda con pensamientos violentos —Me hice pi...pis del miedo...No llegó a suceder gracias a Hugo, y luego dejó de molestar en ese sentido, aunque seguía diciendo que yo no era importante para ti.

—Ocupas el mismo puesto que mi hijo. Justo por encima de mis hermanos.

Un insolente pega el cristal. Manteniendo el abrazo giro lo suficiente para mirar el sujeto que cae al suelo de la impresión. Después de eso, nadie vuelve a interrumpir, ni los pitidos de conductores irritados.

Tan pronto se recupera, le doy un beso y retomo la conducción.

Aparcados frente la universidad desbloqueo el seguro para niños.

Darley se mantiene quieta.

—¿Hay algo más que deba saber? —sé que la respuesta es sí —Darley, serás una profesora amada por sus alumnos, pero antes necesitas acabar los estudios, y si hay algo que te impida seguir deberías informarme, solo así puedo poner solución al conflicto que te está atormentando.

—Gracias por traerme.

Abre la puerta, saca una pierna y la agarro de la muñeca antes de que abandone el coche.

—¿Te puedo pedir un beso?

—Aquí no —emplea la única respuesta que no esperaba. Aunque se arrepiente a medias. No recibo el beso que yo quiero, pero recibo uno en la mejilla que expresa lo mucho que me ama —Ten un buen viaje.

—Estudia mucho, mia cara.

Anda directa a la puerta con sus pisadas de ciervo. Me concentro en el entorno mientras lo hace. Conecto enseguida. Memorizo cada rostro sacando una pistola de la guantera y su respectivo silenciador, el cual acomodo en la boca del arma para seguidamente esconderla bajo la chaqueta.

Abandono el coche cuando el público es menor.

Queda un grupo de veinteañeros que no han recibido educación, fumando marihuana pura, riendo y hablando de una dama que en sus bocas está completamente prohibida. Mi cercanía provoca que estos comentarios sean más impertinentes.

—¿Te la chupa fino? —me pregunta.

—Cada vez le van más viejos. Sin ofender, colega —se pronuncia otro.

—¿Cómo se maneja la guarra? —un tercero me ofrece del porro.

Recuperando años de universidad doy una calada a la yerba. Su origen natural, considerando la química de otras drogas y su letalidad en inhumanos, la hace apta para el consumo. En realidad el alcohol es más peligroso para nosotros, pues, aún cuando el proceso de la fermentación es natural el resultado es químico, pero sigue sin compararse con los narcóticos.

Ruedo el porro en los dedos.

Las pastillas recetadas por un doctor pueden ser mil veces peor. Afortunadamente, mejor dicho, por orden de nuestro padre, con el afán de que actuáramos algún día bajo sus condiciones, siempre que alguno de nosotros caía enfermo nos trataban con remedios naturales. Nunca supimos la razón de ello, sin embargo, una vez estuve lejos de su sombra seguí la costumbre. Ya sea en infusiones o en capsulas estás siempre son hierbas.

Estamos muy desinformados, y así quiere mi hermano plantar cara a una organización de siglos.

Necesitamos tiempo.

—Darley va uno detrás de otro. Primero el que interrumpió la clase que llegó con un Lamborghini, el rubio del Porsche y ahora tu —se fije en mi coche —Nada mal. Un Maserati. ¿Me lo prestas?

Me brinda la información que me oculta Darley. Resumiendo, mi chica no quiere venir a clase porqué la creen una escort de lujo, por qué no quiere ser comentada y mirada como tal.

Tiro el porro al suelo y lo pisoteo.

—Qué loco, tío. Aun quedaba la mitad —se lleva las manos a la cabeza el que me lo ha ofrecido y llamado guarra a Darley —Esto cuesta un pastizal, colega.

Con un movimiento brusco, le cubro la boca con la mano impidiendo que pueda emitir sonido alguno, lo hago a la vez que lo estampo contra la pared de ladrillo visto y sus amigos quedan en el lugar, chocados con la violenta reacción.

—A los que mencionan son sus cuñados y al que se lo contáis es a su futuro marido —entrando en el bolsillo, con la ligera molestia de la tela y rozando la piedra con los nudillos, sujeto la pistola quieta en el cinturón. Apunto el dedo gordo del pie. Disparo silencioso. Sus gritos se ahogan en mi mano desde el instante en que su zapatilla deportiva queda agujereada y la sangre salta —Haréis que los rumores cesen o la próxima visita no seré tan correcto.

Conduciendo dirección al aeropuerto realizo la última llamada antes de subir al jet privado.

—Buenos días —la voz de Alessandro suena por los altavoces.

—Buenos días, pequeño. Era para recordarte que hoy salgo de viaje y comunicarte con pesar que mi ausencia será algo más larga de lo que calculé.

—¿De regreso me llevarás a ese buffet de carne argentina que mencionaste?

—Cuenta con ello.

—Pues no tardes.

—Vale, y tú dedícate a darle afecto a Hugo. Por lo que me has contado puedes ir cuidadosamente que te estará esperando. Incluso se detendrá si se lo pides. Es parte del amor —muerdo la parte interna de la mejilla recordando lo que hice —Puedes pedirle tener una palabra de seguridad.

—A él le gusta que le diga Gunther.

—Eso no es una palabra de seguridad. La palabra de seguridad es algo que de forma común no emplearías. Si a él le gusta que lo llames por su nombre en la cama podrías emplearlo para que supiera de tus intenciones de intimar.

—Hablar contigo de esto se siente bien.

—Haría cualquier cosa por tu felicidad.

Nuestras quedadas no se resumen en simples comidas, compras o ir a ver a mi hijo a su entreno. También hay temas cruciales que tratar. Sin tocar el pasado le hago entender que los principios que le implementaron son incorrectos, que el amor es sano y que lo sigue siendo indiferentemente al sexo.

Al principio tocar el tema era un terreno pantanoso, pero a medida que los días avanzaban se volvía más fácil de tratar, a tal punto que en ocasiones me pregunta qué debería hacer si quisiera dar el primer paso, me pregunta por citas y de cómo se disfruta el sexo.

—¿Es por qué me disparaste?

—Olvídemos ese espantoso momento, por favor. No hago esto por el suceso, lo hago por ti.

—¿Pero por qué?

—Tengo que subir al avión. Espero que te vaya bien con Hugo, y que no se te olvide que a mi regreso vamos al argentino. Te quiero, pequeño.

—Yo quiero a Hugo.

En la terminal me espera Dumb. Solo él, ya que Skull me genera migraña con su larga lengua y alguien debía quedarse para seguir el curso intensivo de cómo superar el miedo por Dumb y Skull. Ninguno ha aprobado todavía y ninguno se ha salvado de múltiples desmayos. Los gritos de terror son el pan de cada día.

Eso me recuerda que aún no sé en que punto mi dulce dama perdió el miedo a mi hermano, y tampoco me quiero acordar de cierta noche en que por razones desconocidas acabo en el hospital. Prefiero quedarme en la ignorancia.

El exceso de información es igual de dañina que la ausencia de esta.

En el vuelo repaso en el portátil los diseños que discutiré con el equipo de ingenieros en la fábrica.

Tras despegar me indican cuándo puedo usar el móvil.

Si quiero encontrar a Gaspar solo conozco una persona que puede ayudar, así que lo llamo al nuevo número, ya que el habitual está en manos de Damián, el cual se lo quito para generar una disputa, eso fue antes de saber que la intención de nuestro hermano era moverse por Europa.

Descartamos que sea por Giovanni, a él le desactivo el chip de rastreo y se lo llevó a una localización que solo él conoce.

Tengo que reconocer que por un segundo creí que lo iba a matar. Pero en el momento en que Nana se confesó y encendió la furia de mi hermano, entendí que en ningún momento él pensó en asesinar a Giovanni. Sin embargo, en mi defensa, el temor nació por el desconocimiento de ciertas acciones en estos últimos meses.

Damián me informó que acudió a un equipo de psicólogos antes que sus propios hermanos. Entiendo que nosotros no somos expertos en la materia, pero también ha estado realizando otras acciones sin contar con nosotros. Saber que combate a solas con sus demonios duele.

Me preguntó en qué momento fui un mal hermano como para que crea que únicamente puede luchar solo.

Por ese motivo, ignorando que sea un pésimo plan, no me importa estar en el bando de Damián. Tras el último evento nuestro hermano no podía esconder estar afectado por lo que pudo pasar, a tal punto en que Damián sospecho en una posible fuga, supuestamente, queriamos evitarlo, sin embargo, se produjo tan rápido que cuando nos hemos dado cuenta ya casi estamos en el siguiente mes. El plan inicial era un mensaje ilógico para que Soraya despertará con ganas de pelea, demostrando que no le tiene ningún miedo y que el suceso no era para que él se rindiera, pero dado que despertó tarde Damián aumentó el nivel.

Damián dice que soltará a la bestia cuando este en el punto máximo. En otras palabras, Soraya es una bomba de relojería, en cualquier momento explotará y la víctima será nuestro hermano. Ambos sabemos que seremos daños colaterales, pero vale la perna arriesgar.

Además, sin rencores, llegados al caso pienso defenderme con que ellos también jugaron con mi relación.

Tal vez después de ser niños podamos ser adultos.

—Buenos días, hermano —lo saludo en paz.

—Serán para ti —refunfuña.

—Todavía no te llama.

—Estoy segura que te equivocaste al darle mi número. Vuelve a pasárselo —ordena, aun así diré que pide con educación —Voy a hackearla.

—Tú sabrás lo que haces. Yo de mi parte le pasó el número cada vez que me lo pide, pero ella sigue enfada. Igual que el primer día. Ya deberías saber como es ella cuando se le enciende el genio.

—¿Y vosotros qué hacéis? Intentad calmarla.

—Ayudaría saber en que andas metido.

—¿Para qué has llamado? ¿Para amargarme más? Empiezo a creer que detrás de ese escudo de hielo tuyo te meas en mi cara.

—Busco a Gaspar.

—¿Ahora quién cojones es ese mierdecilla?

—Mi consejero calvo. Disculpa, mala elección de palabras, mi ex consejero calvo al que mi rifle le busca el gusto. Estuvo haciendo prácticas cuestionables con mi querida chica.

—Hugo mencionó algo.

—La próxima vez que sepas algo que yo debería considerar ten la cortesía de informarme. Te podría devolver el favor de no ser así —con la risa tras la línea se me quita la amargura del plan de Damián —Hazme la petición con carácter urgente, por favor. Quería regresar a casa sin tener que volver a salir después.

—Ya voy. Total, no tengo nada mejor que hacer hasta la noche.

Centro de desarrollo armamentístico, Eleah, norte de Italia.

Bajo un pie del todoterreno, ajusto el botón de la chaqueta larga y respiro los fríos aires de los Alpes a principios de primavera. Los picos más altos conservan la nieve que enfría la zona.

Owen Cooper, amigo de la facultad canadiense, mi hombre al mando de las instalaciones, tío de Pietro y cuñado de por vida, me recibe con los brazos abiertos. Su primera pregunta está enfocada en su sobrino; a su estado de salud, a sus estudios y un poco de todo en general.

Owen se licenció en la misma licenciatura de ingeniería que yo, con la especialización de balística. Desde que era un niño mostró interés por averiguar hasta el mínimo detalle sobre la historia tras la guerra, afición que nos unió desde el principio, más tarde lo hicimos políticamente, el día en que me casé con Eleah.

Al principio de conocer a mi fallecida esposa, durante semanas, estuve hablándole de ella sin saber que era su familiar y él me animaba a ir a por ella, aunque él sí sabía de quien le hablaba.

Era un pieza, sigue siéndolo. Era el centro de atención de todas las fiestas, y si bien sus calificaciones eran menores por cargar resacas durante los exámenes, la realidad es que sabe lo que se hace.

Ordeno a Dumb, a Napoleón, a los pocos hombres que he traído y a algunos de los trabajadores de la fábrica que han salido a recibirme, que se adelanten.

—Hay algo que quiero que te enteres por mí.

—Estás saliendo con Darley.

—¿Cómo lo has sabido?

—Digamos que soy adivino, que a ti disimular nunca se te ha dado bien y que cierto demonio de Tasmania llamó. Espero qué no busques mi aprobación.

—Eleah siempre será especial para mi. Fue mi primer amor, mi primera esposa y la madre de mi hijo. Ocupa una parte importante de mi corazón, pero...

—Vamos, no seas mamón. Esas cosas no se dicen, se saben. Siempre me preocupó que no remontarás tras la muerte de Eleah. Se hubiera odiado mucho de que fuera así. Ahora ella pueda descansar en paz —hace una pausa, seguidamente suelta una risa ligera tras imaginar algo gracioso —El que se va cabrear soy yo como me niegues una cerveza.

—Será luego de la reunión.

—Ya podrías venir una vez por diversión, demasiado trabajo tampoco es bueno, cuñado. Además, Pietro ya debe ser alto como yo, haber si un día de estos me lo traes también. Y la Darley que no me falte.

—Se avecina un cambio de aires.

El ambiente animado minora a la vez que crece la seriedad. Las sonrisas son intercambiadas por líneas rectas.

—¿Qué tan grave es?

—La guerra siempre es grave.

Discutimos los diseños de armas por más de cuatro horas con el equipo de ingenieros. Pros y contras, más contras que pros, pero que me pongan contra la pared es, en definitiva, algo bueno, ya que desde la presión, inspirado por una buena musa, mi amada Darley, soy capaz de dar el cuatrocientos por cien.

Ya no estoy en blanco. Cada contratiempo lo resuelvo. Compondré una obra maestra de la ingeniería balística. En los libros de historia habrá un temario para mi. Denso, complejo. Un enigma, fuente de inspiración para las siguientes generaciones.

El ego es un rasgo habitual en los Salvatore, yo no iba a ser menos. El mio se encuentra en cada proyectil. En cada bala atravesando la carne, en cada misil caído en ciudades.

—Hace media hora que salimos de la fábrica, diez minutos que te pedí la cerveza y un minuto desde que está caliente. Suelta la hoja y el lápiz de una vez, señor de la guerra —Owen habla con seriedad.

—Estoy a esto de revolucionar la industria —le hago la indicación de algo minúsculo con los dedos.

—Tocamos techo con la nuclear.

—Y lo atravesaremos por mi.

—Cuando te activas no hay quien te detenga —da un trago generoso a la cerveza y va a por la mía, cambiando la opción para mi al pedir una copa de grappa —Maldita sea, suéltalo ya.

Le hablo de la Orden, ya se la había mencionado al saber de su existencia, pero esta vez me centro en hablar de las armas y la cura que consiguió mi hermano. Necesito conseguir una. Estudiar el proyectil. Buscar una nueva fórmula para que las armas vuelvan a ser peligrosas para los inhumanos, a falta de que la cura sea definitiva ya tengo la necesidad de anticiparme.

Al igual que entre los humanos es imposible que los inhumanos no combatan entre ellos. No necesito ejemplo para hacer validar mi razonamiento, el ser que muestra signos de lógica quiere siempre estar en la cima, porqué justo en esa posición es dónde uno puede ser libre.

La libertad de uno empieza dónde acaba la de los demás.

—Se puede conseguir todo en el mercado negro. Consígueme una arma de la Orden. Un solo proyectil será suficiente.

—Dalo por hecho. Pero por hoy se acabó el trabajo —me arrebata los garabatos provocándome una involuntaria mueca, una pequeña y casi invisible, pero noto el espasmo con cierta molestia —¿Eso ha sido lo que creo? Esa chica tuya te hace bien.

—¿Qué hay de ti?

—Ya me conoces, estoy casado con las armas. En lo demás voy dando tumbos por aquí y por allá, sana diversión. Menos cuando toco una puerta incorrecta —se toca el área del ojo. Ya me había fijado antes que tenía un moretón en su último día de existencia —A mi defensa no sabía que tenía novio.

—Una lástima, eres el único que le podría dar una prima a mi hijo.

Recibo por parte de Derek un mensaje con coordenadas.


48º12'30"N 16º22'21"E


Me incorporo al instante, al hacerlo, Dumb, atento a cada movimiento abandona la barra y su zumo de naranja, es lo que ha pedido, a pesar de la insistencia de mi cuñado ha declarado por escrito su nulo fanatismo al alcohol.

—Ha llegado el momento de irme —me incorporo y le doy la mano.

—Cuida de los tuyos. Y deja de trabajar tanto.

—Tranquilo, me voy de caza.

—Con lo que fuimos y ya no me invitas —reniega.

—Será en la siguiente ocasión.

Centro de Viena, Austria.

La capital nos recibe con aires elegantes y majestuosos, como una melodía clásica que nunca pasa de moda. Historia y arte por sus amplias calles. Una sensación de grandeza tranquila.

Sufro con ella un amor a primera vista, apenas la conozco y ya quiero adquirir una viviendo aquí. Lo curioso es que ya debo tenerla. Sin saber el alcance de nuestros bienes por mi ausencia en la apertura del testamento, por palabras de mi hermano, no sería extraño que uno de los tantos edificios por los que paso pudiera estar vinculado legítimamente a nuestro apellido.

Nos detenemos frente la Catedral de San Esteban, hermosa en su conjunto, con su tejado colorido y su aguja gótica apuntando el cielo. Quisiera tener el tiempo necesario para explorar su interior, así que le hago una promesa silenciosa, regresaré en otro momento con Darley y Pietro.

—Viena es demasiada gloriosa como para ser el escondite de una rata —digo en voz clara para mi acompañante. Dumb asiente —Quédate a la espera.

Aproximándome al destino el aroma a café se convierte en mi guía hacía uno de los tradicionales cafés vieneses, ahí en la entrada, una madre hace malabares, entre el carro y la puerta.

Apresurando el paso alcanzo a ayudarla, con una mana sosteniendo mi maletín y la otra en la puerta, aguantándola.

—Ladies first —le digo respetuoso.

(Las damas primero)

La madre, de poco menos de treinta años, me corresponde el gesto con una sonrisa tímida, aún cuando en sus ojos se denota un espíritu decaído, el cual la hace ver mayor de lo que es. Tampoco ayuda el vestuario prestado con el que confiesa pertenecer a la clase baja. Por otro lado, el bebé, cómodo en el carro, no le falta de nada, nutrido y con los mofletes rosados. Un gorro de lana le da un toque especial.

—Thanks —me agradece con acento torpe.

Avanza tras otra sonrisa sin darse cuenta que la hace desaparecer demasiado pronto. Decido retirar la vista demasiada centrada en ella, lo hago una vez ocupa una de las sillas vacías.

La cafetería es una oda a la elegancia clásica; techos altos con molduras doradas, lamparas de araña y mesas de mármol perfectamente dispuestas, haciendo que, en cada segundo que estoy en este país, me enamoré más.

Estudio los clientes y los trabajadores, avanzando a la par que me desabrocho el abrigo largo, el cual dejo que repose en el respaldo de la silla elegida, seguidamente la ocupo y deposito el maletín en la mesa, solo el instante de abrir los cerrojos y sacar el dossier ante los ojos de Gaspar. Los hago deslizar sobre la superficie hasta que está a su altura.

—Ambos sabemos que es —le digo sin hostilidad —Pero me parece bien si quieres darle un vistazo. Quizás así aprendo y no vuelvo a cometer los mismos errores del pasado en el futuro.

A la camarera solicito la especialidad de la casa, con ese gesto quiero aprender más de lugar y diferenciar, quiero que antes de que la acción inicie tener definidos ambos lados; los civiles y mercenarios. Y es que Gaspar, después de todo, sabía que aparecería en algún momento.

Cuento un total de cinco mercenarios dispersos, perfectamente camuflados, cada uno en su rol y a la espera de una orden que inicie el caos.

Uno, vestido con un traje oscuro y gafas de sol, sentado cerca de la ventana para controlar el movimiento en la calle. El segundo, una mujer, está más próxima a nuestra posición, hojeando distraídamente el periódico, al menos es lo que intenta hacer creer danzando la mirada entre nosotros y las dos hojas abiertas que nunca llega a pasar, está fuera de lugar, es conocida en el mundillo por el desempeño de su cuerpo para acabar con el objetivo, se dice que nunca ha matado vestida al completo, y hoy no resultará la excepción.

En la barra, se ubica el tercero, quitándome las ganas de probar el café que sirve con la práctica de un novato. Faltando el respeto al lugar. El cuarto le da conversación sentando en el taburete.

La quinta es una decepción y un recuerdo de que la limpieza que se está ejecutando era necesaria. Más si considero lo cerca que estuvo de mi cuñada, de estar mi hermano aquí ya no estaría respirando, afortunadamente, no hubo nada que lamentar en lo poco que Diana duró siendo la instructora de boxeo de Soraya.

Antes de regresar la vista a Gaspar vuelvo a llevar la atención a la madre. Ha escogido un café solo, aún así, deduzco que es un pretexto, ya que en la mesa hay una carpeta abierta que contiene copias de currículum vitae.

Contando con ella y el bebé hay quince civiles; once clientes y tres trabajadores. La capacidad del local es superior, pero estamos en hora baja.

—Tienes amigos peculiares —le menciono.

—Los pagados con las ganancias de tus regalos —cierra el dossier y lo empuja hasta que choca en mis dedos —Deberías saber que no se devuelve lo regalado.

—Robado, y estoy siendo generoso. Tu vida y la de tus amigos por beneficio a cambio de que firmes el regreso de las pertenencias.

—Yo diría que si te dejo salir de aquí deberías regalarme algo más.

—¿Buscas mi risa con tanto chiste?

—Morirían civiles.

Observo a Gaspar con la calma anterior al primer misil que declara la guerra, una calma insólita, en la que no sucede nada, pero que a su vez reduce corazones con nuestros latidos, guiados por la naturaleza que no escuchamos, tratando de hacernos saber que en un segundo la forma de vida a la que estamos acostumbrados seré cambiada y que ya no regresará jamás.

Hace un gesto y el chico de la barra da el primer paso, rumbo a la puerta trasera, siendo una señal al inicio que ya me adelanto un segundo por mis reflejos, y ese segundo es suficiente para equilibrar mi desfavorable posición.

Saco la pistola y el primer disparo rompe la paz, directo al pecho del muchacho que intentaba cerrar una vía de escape para los civiles. El café parece pactar un duelo de un minuto de silencio. Nadie reacciona, hasta que el pasar los sesenta segunda el caos nace entre el miedo.

El mercenario que aguaba los cafés, se gira velozmente y me apunta. El disparo retumba en el aire, pero yo ya he abandonado mi posición, una vez más mis reflejos son más rápidos.

Me agacho y de un movimiento limpio, perforo su pierna. No cae de inmediato, pero tropieza y cae al suelo, gritando. A la tercera no le va mejor, intenta rodearme, pero antes de que logre disparar, le disparo en la mano, haciendo que su arma caiga al suelo. Se agarra de la muñeca embravecida, buscando su pistola caída, pero presionando el gatillo nuevamente la mandó al suelo.

Todo esto ocurre en segundos entre gritos ensordecedores.

Tampoco logran anticiparse los dos restantes. El hombre de gafas de sol se lanza hacía mí y yo lo empujo hacía un lado, haciendo que se estampe sobre una silla. Su pistola se dispara con la bala apenas rozando mi camisa. Sin darle tiempo a reaccionar, lo finalizo, perforando su cráneo.

Queda uno, mejor dicho, una. Diana. Es la más preparada, lo sé. Por algo era cualificada para entrenar a Soraya. Sabe moverse, coordinar el ataque. Utilizo las mesas para cubrirme, esquivando cada bala, distrayéndome con un segundo por la madre que temblando cubre a su hijo con el cuerpo, una distracción que me cuesta el roce de un proyectil en la mejilla.

Aprovecho cuando debe intercambiar el cargador para saltar y desarmarla, remplazando el fuego armado por un combate cuerpo a cuerpo, intercambiando golpes y patadas. Pero, por más que se esfuerza, no es suficiente, ninguno de ellos lo es para el jinete de la guerra.

Le doy un giro violento y la arrojo contra la silla, derribándola. De un disparo en el pecho pongo fin a su lucha. Seguidamente, voy a por los que han quedado malheridos para darles el mismo final.

El caos ha sido servido. Y yo he ganado.

Trabajadores y clientes, asustados, no se atreven a moverse, pero mientras que el bebé rompe a llorar parece que ninguno ha resultado herido.

Gaspar está en el suelo. Con las manos en la cabeza. Ha sido muy patético de su parte infravalorar al enemigo que ya conocía, tanto que ni siquiera iba armado, facilitándome las cosas.

Apunto mi pistola hacia su cabeza.

Su respiración es rápida, se nota que está asustado imaginando un escenario en el que deja de existir. Un disparo y se acabo, esa no es la formula correcta.

Dumb, Napoleón y varios de mis hombres entran. El perro viene tranquilo a mis pies al igual que ha estado en todo el viaje. Guardo la pistola, y arreglando una arruga en la corbata me acerco a la madre.

Ella grita en su idioma.

Cubriendo a su pequeño con el cuerpo está en la misma posición en que yo encontré el a Eleah, murió cubriendo a nuestro hijo, poniendo más valor en él que en su propia vida. Tal vez tuvo miedo de morir, tal vez no, pero, pasará lo que pasará, no puedo perdonar a otras madres que no procuran por sus hijos. Si tan solo la niñera hubiera implorado mirando a los ojos de mi hermano la hubiera defendido, le hubiera dado la oportunidad de explicarse por no revelar antes su relación con Giovanni.

—Disculpa mi osadía. ¿Cómo os llamáis? —le hablo en inglés.

—Kath...Katharina, y mi bebé es To...Tobias... No lo matéis, por favor. Haced lo que queraís conmigo, pero a él no —llora desolada.

—Dumb, quiero que te encargues de ellos —le entrego un fajo de billetes y una tarjeta al escolta, para que se lo entregue cuando se calme —Asegúrate que se ponga en contacto conmigo.

Dumb asiente.

Gaspar permanece en el suelo tras que lo haya liberado del maletero del coche alquilado, atado, amordazado y con los ojos vendados. Ignorando que nos encontramos al inicio de Prebersee, uno de los bosques más frondosos del país.

Napoleón da círculos a su alrededor.

Con un cuchillo lo libero y tiro el dossier con un bolígrafo al suelo, los cuales quedan a su disposición.

—La noche está llegando y me gustaría estar en casa como máximo mañana por la tarde. Es fácil, Gaspar. Me devuelves lo robado y te dejo vivir, solo debes firmar el contrato que te he traido.

—¿Crees que me lo trago?

—Te doy mi palabra como Salvatore, hasta tú no eres tan necio como para ignorar que nosotros nunca le faltamos a una de nuestras promesas. Por otro lado, demórate un minuto más y pongo punto final a nuestro encuentro. Tengo otras vías para recuperar los negocios.

Acorralado opta por la única opción, su única esperanza, firmar. Y acorde a la promesa le doy la libertad.

—Eres libre de vivir.

De inmediato se incorpora y empieza a andar, a través de esos pasos precavidos y tensos que se dan antes de echar a correr, como si buscará una segunda confirmación al cumplimiento de la promesa.

—Siempre me ha gustado el juego de cazar a Santa Claus, y más de una vez me he resistido a participar para no arruinar la diversión a familia, pero, aún cuando hoy no es Navidad me apetece jugarlo. Tú eres Santa y yo el cazador —se gira aterrorizado.

—Has prometido por tú apellido.

—Y he cumplido. Una tragedia para ti que no fuera el único conflicto abierto que tenías conmigo, ¿cierto? —le muestro una sonrisa falsa y siniestra con el único propósito de incrementar su terror —Tendrías que haberte mantenido alejado de la mujer de otro, más cuando el otro soy yo.

—Yo nunca lo haría, señor. Esa muchacha no le hace bien —Napoleón le gruñe percibiendo que a quién ofende es a Darley.

—Tienes un cuarto de hora para esconderte. El terreno de juego es el bosque. Si después de cuatro horas sigues vivo seré yo quién te dé un regalo. Te dejaré vivir para siempre. Ni yo te buscaré, ni nadie de mi familia —inicio el temporizador.

—¡Era ella quién me buscaba!

—El tiempo ya corre, Gaspar.

El ex consejero sale a esconderse.

Con la calma que me caracteriza regreso al coche, tiro el dossier adentro, me quito el abrigo, tras trasladar la piedra en el bolsillo del pantalón, y también me quito la corbata.

Desabrocho el primer botón de la camisa y me remango.

A Napoleón le doy una gominola.

Todavía con diez minutos por delante antes del inicio de la cacería me dispongo a preparar el rifle. Un modelo único en el mundo. En el mercado algunos de los rifles de caza con mayor alcance son los CheyTac, Lapua Magnum, Browning Machine Gun, Winchester Magnum, etc. Mi rifle triplica el alcance con disparo efectivo, diseñado específicamente para mi visión, la cuál se activa cuando entro en modo caza.

Dependiendo de las condiciones de luz y el terreno, puedo detectar presas pequeñas a distancia de tres a cinco kilómetros, y mi agudeza visual es ocho veces mayor a la de un humano. En simples palabras, tengo la vista de un águila, pero como he dicho se activa cuando manejo un arma. También se me agudizan los demás sentidos.

Esta es una de las razones por las que arruinaría la caza de Santa y por la cual me abstengo de participar. Acabaría con el señor y sus elfos nada más iniciar el juego.

La alarma suena a los quince minutos. Vuelvo a programar el reloj con cuatro horas, las dos últimas serán de noche, para entonces mi visión se adaptará a la oscuridad sin interrumpir la caza.

Otra de las razones por las que no juego a la cacería navideña es que calculando el desempeño de la presa predijo el siguiente paso.

Alzo el rifle, adelantado a su siguiente movimiento, disparo. El sonido de la bala saliendo e impacto en su muslo izquierdo me hace saber que ha recorrido apenas un kilómetro. Su pésima condición física lo ha hecho detenerse después de salir corriendo a una velocidad imposible de aguantar para él.

—Napoleón, hora de cazar a un jabalí.

El mastín sale a gran velocidad hacía la presa. Apenas necesita la mitad del tiempo que ha dispuesto Gaspar para alcanzarlo, haciendo que aúlle de dolor al clavarle los dientes en la misma zona en que yo he disparado. Mientras camino, Gaspar gasta energías tratando de no recibir un segundo mordisco peor, sin embargo, Napoleón solo juega con él, al igual que un gato, pero sin la intención de que sea su comida, más bien lo hace para que se cansa, no solo físicamente, sino también mentalmente.

Al reunirme con ellos premio al mastín con una segunda gominola, aunque no la necesita. No hay mayor premio que vengar a Darley.

Apunto y disparo quemando su oreja.

—Qué afortunado eres, parece que he fallado —vuelvo a disparar, esta vez a la izquierda y de nuevo fallo, igual que con la tercera —Aún me queda una bala. ¿Te quedarás ahí, Gaspar?

Nada más disparar el cuarto proyectil inicio la recarga, más lenta de lo habitual, ofreciendo una oportunidad a la presa para escapar que no desaprovecha, olvidando que no hay presa que huya de mí.

Destruyo su estabilidad mental en cada metro que le permito correr, en cada mordisco que recibe de Napoleón y en cada bala que fallo a propósito.

La noche estrellada es hermosa.

Hemos completado la tercera hora y el sonido calmado de la noche es apenas interrumpido por los cuervos que han llegado. Desde España a Austria, pasando por Italia.

—Te pedí que hicieras algo si se metía con lo mío —le recuerdo, aunque nunca he tenido la garantía de que su amo esté de nuestro bando —Ahora ya es tarde, hazte a un lado y no interrumpas.

Disparo haciendo volar una oreja a Gaspar. Se retuerce por el suelo, chilla agonizando en su miseria, derramando lágrimas, cubierto de sangre y suciedad recogida tras innumerables caídas.

—Cuarenta y seis minutos y treinta y ocho segundos para vivir o morir —le comunico —¿Vas a rendirte tan cerca del final?

Vuelve a escapar.

Va en dirección a una carretera que corta el bosque, a los lejos se escucha un coche, aunque más lo hace la música pop del país, y muy pronto se silencia tras colisionar con Gaspar.

Un chico joven sale del vehículo, mientras que su pareja se queda en el copiloto, a socorrer al atropellado que, recibe su gratitudes mediante un golpe, pues en un intento a lo desesperado el ex consejero lo ataca. Seguidamente corre a la puerta abierta, pero agoniza cuando otra bala lo alcanza y después Napoleón lo vuelve a morder, el perro que se ha vuelto rojo por el pelaje manchado.

Camino por el pavimento mientras Gaspar retrocede por el suelo dejando atrás al muchacho que permanece asustado en el suelo y le digo, en inglés:

—Go away.

(Vete)

Se arrastra por el suelo, sube al coche y se marcha, mis siguientes palabras ya vuelven a ser en español para mi amigo.

—Volvemos a estar los cuatro —Napoléon, Gaspar, yo y un hombre de poder que ha llegado poco después de los cuervos —Veinticinco minutos y siete segundos, ya casi te salvas.

Un último kilometro de agonía y llegan los diez segundos finales, cae al suelo.

—Diez —vuelvo a cargar el rifle.

—¡Por favor, déjame vivir! —ruega a moco tendido.

—Nueve —pongo la última bala —Ocho —cierro el cargador y compruebo el seguro —Siete —doy un paso por los centímetros que se ha movido —Seis.

—¡Desapareceré!

—Cinco —ahora si, disparo su brazo de acerca —Cuatro —sigue escuchando sus ruegos —Tres —chilla —Dos —cada vez peor, disparo nuevamente en la herida del muslo —Uno —y vuelvo a disparar, esquiva la bala y la alarma suena finalizando la persecución —Felicidades, has ganado.

Me hago un lado con el sujeto que sin creérselo necesita de unos segundos para procesar lo que está pasando. Tiro el rifle descargado al suelo. Igualmente ya no me quedan más balas con las que cargarlo.

Gaspar se incorpora. Con lágrimas ahora de alegría. Saborea la libertad tras cuatro horas de infierno mental y físico, lo hace hasta que la bala atraviesa su palma, disparada por la pistola que he sacado del cinturón.

—¡¿Por quéeee?! —agoniza, sujetándose la muñeca —¡Prometiste, diste tu palabra!

—Te di mi palabra por firmar, pero nunca te la di por este juego y por tocar a mi bella dama de fuego —vuelvo a disparar, cerca de su pecho —Nunca me ha gustado hacer prisioneros, pero no podía matarte sin más, ni ahora puedo todavía dejar que mueras por revivir el pasado de Darley. Nunca tendré suficiente.

—¡Espera, espera! —cae al suelo dando un paso atrás —¡Tengo información que te interesa! ¡Sé quién asesinó a Eleah!

—¿Cómo dices?

Los cuervos salen de las copas de los árboles directos a su boca, lo picotean mientras que me quedo quieto, procesando que el hombre a quien deposite mi confianza supiera el culpable tras la muerte de Eleah y no fuera capaz de decirme. Estuve tan cerca de la respuesta durante todo este tiempo, tanto.

¿Cómo fui incapaz de ver la rata que era?

¿Cómo me negué a verlo?

Y, ahora que estoy tan cerca, una vez me quedo sin poner rostro al asesino después de que los cuervos le hayan devorado la lengua y destrozado la boca, dejándolo aun en vida.

—Hay respuesta que son mejor no buscar —habla tras de mi el hombre que nos ha estado contemplando, el dueño de los cuervos.

—¿Tú mataste a mi esposa? —cuestiono mirando a Gaspar, más le pregunto al extraño.

—De haber previsto ese acontecimiento hubiera impedido que se produjera. Me agradaba Eleah al igual que lo hace Darley, era buena para ti. Sin embargo, no soy un dios que pueda estar en todas partes.

—Ahora estás aquí.

—No quise perderme el espectáculo.

—Tu voz me resulta tan familiar.

Al girarme el hombre ya ha iniciado su marcha rodeado de cuervos que me impiden distinguir la figura. En el corazón se me instala un sentimiento de añoranza, como si en otra vida hubiera sido alguien importante, y una lágrima lo confirma.

¿Quién es ese hombre?

Algo dentro de mi me impide a ir por él.

Vuelvo la atención a mi presa que ya no le queda mucho. Avanzo mientras que el apenas puede retroceder arrastrándose por el suelo. Me coloco encima suyo plantando las rodillas en el duro terreno.

Del bolsillo recupero la piedra con forma de corazón, la mimo con la misma ternura que me gustaría estar aplicando a la chica que me lo regalo, para que eso suceda antes tengo que terminar el trabajo.

—Cuando Darley me tiro la piedra me causo una herida. Justo aquí —le señalo con exactitud el lateral en la zona de la cien —A pesar de sus contornos ovalados me daño porque hay una punta. Me pregunto cuántas veces he de golpear a alguien con el canto afilado para matar, y sé que la respuesta solo la obtendré con una demostración. Gracias por ofrecerte tan gentilmente.

Alzo la piedra y procedo al primer golpe en su frente, usando de toda la fuerza. La sangre me mancha. Sigo con otra. Y así sigo mientras que somos iluminados por la luna que hoy brilla de forma especial.

Darley y Pietro están en la parte delantera del jardín. En uno de los bancos, con un libro de matemáticas. Darley le explica una operación con la ilusión de una maestra que ama su profesión. Nacida con el don de enseñar.

—Al fin lo entiendo, mamá.

—Ya te he dicho que no me llames así —le riñe Darley con un tono dulce.

—Cuando te cases con papá serás oficialmente mi mamá —le suelta, escuchar el manifiesto me emociona. Mientras Darley ruborizada trata de taparle la boca —Mamá y papá se casarán, y me darán un hermanito.

—¡No digas eso! —tímidamente, se escandaliza.

Napoleón les interrumpe tras un gesto mío. Los baña con sus babas a la vez que se dan cuenta de que ya hemos llegado.

Espero que mi hijo venga a saludarme, muy contrario a ello se marcha sujetando el collar de Napoleón y riendo travieso, después de comprobar que Darley sigue con el rojo en sus mejillas pecosas. Nos da un atrevido momento para los dos. Me asegurare de agradecérselo más tarde.

—¿En algún momento piensas venir a darme un beso de bienvenida?

Se recupera del sentimiento afligido y viene decidida a entregarme un beso que calienta el atardecer. Agradable, calmado y senzillo, como los tiempos de paz.

En el proceso la chaqueta se abre e inevitablemente se percata del nuevo color rojizo que ha adquirido la camiseta blanca. La preocupación enmarca su rostro.

—Estoy ileso, y Gaspar no regresará a atormentarte —le hago sabe —Pero. Hubo un pequeño percance que no puedo arreglar —sus ojos se agrandan cuando del bolsillo saco la piedra partida y llena de sangre —Lo siento tanto.

—¿Es la misma piedra qué te lance? —pregunta avergonzada —No sabía que la conservaras. Ay, no. Que vergüenza.

—Siempre guardo todo lo que me das.

—¡No te la di, te golpe!

—Tu dirás que me golpeaste, yo defenderé que me la regalaste y nunca llegaremos a un acuerdo sobre ese hecho —beso su frente y vuelvo a guardar la piedra en su lugar —Necesito un baño urgente. Si estás disponible sería agradable que te unieras conmigo.

—¿Nuestro primer baño? —sus mejillas vuelven encenderse.

—Quiero mimarte con la esponja y cuando te descuides cambiarla por mis labios sobre tu piel. Si te comportas podríamos volver a unir nuestros cuerpos, solo si eres una buena niña.

—¿Puedo poner velas?

—Lo que necesites.

Llena de fantasía se gira con la ambición de preparar nuestro primer baño junto, antes de ello, todavía no la dejo ir, sujetando suavemente su muñeca vuelvo a hacer que nos enfrentemos.

—Antes de irte hay una última cosa —me espera expectante mientras que llevo su melena hacía atrás —No hemos hablado de métodos anticonceptivos, ni entra en mis planes hacerlo. He esperado mucho por esto, y mientras lo hacía, amarte y perder la caballerosidad en la cama no era lo único que imaginaba. Considera darme un hijo. 


***

Me quedé sin palabras, literalmente, lo hice. Este es el capítulo más largo que os he entregado hasta la fecha de hoy, y espero que a través de este hayan podido conocer más a glaciar. 

La paz es tranquila, la guerra cruel. 


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