077 - ETERNAS PROMESAS


CAPÍTULO SETENTA Y SIETE

DEREK SALVATORE


TRES AÑOS ANTES

MAYO


Vivo uno de los momentos más agobiantes que he experimentado, de estos momentos he tenido varios, aún así, este está a punto de ganarse el primer puesto como no suceda algo en los próximos segundos.

Soraya ha entrado brava con la puerta, ha despedido a la nueva secretaria de un grito, se ha sentado en la silla dejando mis labios secos por falta de un beso y ha formado una frase sacada del mismísimo averno, encadenando tres palabras que unidas producen escalofríos.

"Tenemos que hablar"

¿De qué? ¿Y por qué llega así?

Mis dedos se mantienen flotando sobre el teclado sin presionar ningúna tecla desde que ha llegado. Intento responder su comportamiento, de si soy culpable de algún acto catastrófico, pero he sido el de siempre. Quizás se ha cansado del vocabulario que manejo. Quizás es eso. Espera una evolución que no puedo garantizar desde el incidente del orfanato.

Desde que me arrebataron a Mio no he sido el de antes. El acontecimiento marcó un antes y después. Aún hay días en que pienso en lo que sucedió con la niña, al conocer a Soraya por un instante creí que era ella, por el azul, sin embargo, lo quise descartar rápido para no caer en la obsesión. Además, tiene padres y nunca se ha mencionado que sean adoptivos. Añado a eso que las cucarachas dijeron no haber regalado a mi niña bonita a unos desconocidos.

No puedo deshacerme del recuerdo.

¡Tendría tres amigos! ¡Tres!

¡Ni uno! ¡Ni dos! ¡Tres!

Mejor me centro en el terror presente porque quizás ese dos acaba menguando a uno.

—No me dejes —le suplico —Solo dime que debo hacer para que no me dejes y lo haré. Soy tuyo, Bird.

—Nosotros no somos pareja para dejarte.

—¿Quieres serlo?

—No.

El rechazo me golpea con dureza. Quiero ser mejor que super mega ultra mejores amigos, mi ambición es ser dueño de sus latidos, aún no que es un polluelo, pero si el día de mañana. Sería el mejor novio, me aseguraría de serlo para que no tuviera la ocurrencia de abandonarme.

La necesito para vivir. Es el oxígeno que las cucarachas necesitan, los nutrientes y los rayos de sol. Es mi aliento, mi esperanza, mi sueño. Es la promesa de que cada día será mejor que el anterior.

—Vas a dejarme como amigo.

Se le escapa una risotada y dice;

—Estoy muy segura que no me dejarías hacer eso —cierto, la retendría de querer irse hasta que quisiera quedarse —Veamos, tengo un problema. En estos últimos meses he estado consintiendo a un niño grande al venir a visitarte cada día, pero este mes no podré hacerlo.

—Mejor déjame —le digo agredido.

—Mañana salgo de viaje de fin de curso.

—Cancela. Me da igual donde vayas que yo puedo llevarte a cientos de lugares mejor que ese.

—Voy a Londres.

—Yo puedo llevarte a Londres. Reservaré la suite presidencial del Ritz, vaciaré restaurantes, museos y de ser necesario las calles, te daré las mejores vacaciones soñadas.

—¿En una ciudad fantasma? —se burla.

—Quédate conmigo.

—Solo serán siete días.

—¿Crees que esa mierda me calma? ¿Sabes cómo me sentí en las vacaciones navideñas al creer que no ibas a estar conmigo? Estar más de veinticuatro horas sin ti es una pesadilla.

—¿Y cómo lo hacías antes de conocerme? —hace bailar las pestañas, el gesto me atrapa por una fracción de segundo —Estás muy pegado a mi y me preocupa, tienes que aprender a ser independiente. No quiero que mueras si yo lo hago.

—¡¿Te estás muriendo?! —hiperventilo.

—No, solo me voy de vacaciones con el instituto. Siete días, y cuando regrese tampoco estaré por los exámenes y trabajos finales. Estaré muy ausente durante el mes —estoy por dispararme los tímpanos —No quiero que me sigas a Londres. Ni tú, ni un familiar y ni un posible guardaespaldas. Y luego necesito espacio para estar concentrada con mis estudios. Ya falta poco para que esté más disponible.

—¿Para mí? —me calmo y pregunto ilusionado.

—Si, para ti. También puedes hacer videollamadas, una al día que no puedo estar pendiente de ti —asiento conforme. Solo será un mes, un puto mes que ya he empezado a odiar —Aprovecha mi ausencia para aprender a bailar.

—Ya sé bailar.

—Espero que así sea porque serás mi pareja en el baile de graduación.

Al fin el beso de llegada alcanza mis labios una vez que la amarga conversación se cierra. Maldito mayo.

Han pasado cuarenta y cinco horas, treinta y tres minutos y diez segundos desde la última vez que inhale compartiendo el espacio con Soraya, desde entonces me duele la cabeza, el estómago y cada molécula. Las videollamadas a las que había puesto esperanza no me llenan.

—¿Hasta cuándo estarás ahí castigado? —me pregunta Adrián mirándome desde su silla y sin trabajar, distraído conmigo que estoy ocupando un espacio esquinero en el suelo de su despacho —No se ha ido para siempre.

—Ni para temporal debería irse —digo irritado.

—No puedes ser así, hijo. No quieras privar un pájaro de su vuelo, si encierras a un pájaro nacido en libertad lo que conseguirás es que muera de pena.

—Pero es muy difícil.

—Intenta distraerte con tu hermano.

—Es muy aburrido. Tampoco puedo estar con su hijo porque tiene que ir a la estúpida escuela y mi amigo está en Londres.

—¿Qué hace tú amigo en Londres? —cuestiona con una entonación molesta —¿Le has colocado un espía a mi hija?

—Guardaespaldas, y fue él quien después de una discusión en la que pedía que no fuera pasó de mi puta cara. Dice que a distancia no la puede proteger —y es obvio que no se puede, sin embargo, solo fue para estar siete días lejos de Laura y follar, lo sé por seguro porque estando aquí son más las horas en que se la pasa rascándose los huevos que cumpliendo su cometido —Proteger de cualquier otro que no sea yo —defino para que no piense en que su hija está en peligro por mi —Él quiere que siga siendo feliz.

—Espero que Soraya no se entere —exhala exagerado —Lo que te queda por hacer es trabajar. Al menos el tiempo se te pasará más rápido que estando en la esquina de morros.

—También podemos ir a pescar.

—Tengo trabajo.

—Acepta por las buenas, a malas puedo despedirte para que no tengas excusa para rechazarme. Vamos, papá. Consiente un poco a este hijo tuyo abandonado.

—¿Y qué le digo a Sara? Me dirá holgazán y me mandará al sofá diciendo que me aprovecho de que mi jefe está enamorado de nuestra hija para escaquearme de las responsabilidades laborales yendo a pescar.

Estoy marcando a Sara mientras que sigue con la excusa, ella me atienda al segundo toque con una amabilidad que me hace sonreír y que lastima una parte de mí al saber que en persona la maldición impide ser recibido con uno de los buenos abrazos que por mensaje confiese querer darme. Ojalá que algún día se cumpla, ojalá que algún día pueda abrazarme y que yo me vuelva adicto a esa clase de recibimiento, sería el hombre más completo gracias a esta especial familia. También me gustaría tener una relación con Laura. Hugo dice que es tonta, que apenas tiene una neurona intacta, pero su opinión no es válida. Quiero conocerla por mí.

—Buenos días, Sara —saludo educado por integridad.

—Buenos días, cielo. Espero que hoy no estés tan triste por la ausencia de mi pequeña.

—Estoy peor que ayer. El alma me pesa, cada paso es más torpe que el anterior y quiero llorar, llorar mucho —hago énfasis en lo último, aunque no miento, compartir mis emociones es algo extraño.

—Ay, no. Eso es muy malo.

—Quisiera poder distraerme.

—Vete con mi marido a pescar. No creo que a su jefe le importe que se ausente por una buena causa, ¿cierto?

—Ordenaré una caja de bombones para ti.

Es el tercer día consecutivo en que la oficina, el ordenador y las vistas a edificios son reemplazadas por el barco, la caña y las vistas al mar, también disponemos de cervezas. Un buen día de pesca pueden faltar los peces, pero nunca, bajo ningún concepto, las latas plateadas en las que se refleja el sol. Y, por último, todo lo que transcurre en el día de pesca queda entre los pescadores, a excepción de los peces que hay que presumir, menos los pequeños. A los pequeños hay que regresarlos al mar.

Aparte de los bombones a Sara le he regalado perfume, sesiones de spa y un día de compras por prestarme a su marido, las dos actividades las hará con Laura porque la madre está preocupada por la relación de la hija, la cual está decaída con la ausencia de Hugo. Ella ni videollamadas recibe con el pretexto de que Hugo está exageradamente ocupado sin disponer de cuatro minutos para ello y ella no se ha quejado, solo espera su regreso ignorando los cuernos. Es buena, tal vez más que Soraya y a consecuencia sufro un sentimiento extraño por usarla.

—Me alegro que seas tú —habla Adrián.

—¿Qué sea yo el qué?

—El hombre que le gusta mi hija. Y en el fondo no me sorprende que haya elegido a alguien más mayor, ella, desde el principio, ha tenido una mentalidad avanzada para la edad. Recuerdo el día en que la adoptamos.

—Disculpa, ¿qué?

Mio. Si, joder, es ella. No fue un producto de la soledad, siempre existió. Tengo permitido quererla más, convivir con una obsesión que nació desde el día en que me pego un chicle en la frente.

Mi niña, mi ave bonita, la que en este instante agradezco que fuera adoptada lejos de mi apellido mientras Adrián palidece. Sara y él son los padres soñados, los que le han dado una infancia tranquila, algo que en el fondo sé que yo no le podría haber dado poniéndola en peligro. Más que cabreado por que me la robaron lo que siento es una gratitud inmensa.

—Ignora lo que acabo de decir.

—¿Soraya es adoptada?

—Acogida —suspira —Oye, no se lo digas. Es un tema que nosotros sus padres debemos tratar con ella, en su debido momento, tal vez cuando su padre regrese nos sentaremos a hablar. Tiene el derecho.

—¿Aparecer? ¿Qué te hace creer que está vivo? Joder, que abandono a mi niña en aquel apestoso lugar —escupo sin tapujos —Además, ella dijo que era huérfana.

—¿A qué lugar te refieres? ¿Y cómo qué ella dijo ser huérfana si no lo recuerda?

—¿Cómo no va a recordar?

—Era muy niña.

—Cierto, tenía cuatro años —concluyo, ciertamente molesto porque haya perdido ese recuerdo —Yo la salvé en nuestro cumpleaños y la regrese al orfanato, pero ella dijo que se llamaba mío, bueno, no, ella dijo que yo era suyo y yo creía que me estaba diciendo el nombre.

—Te confundes de persona. Soraya no estaba en un orfanato, estaba con su padre biológico.

—Cuéntame más.

—Fue pocos días después del incendio del orfanato. Nosotros no podemos concebir hijos y ya en su día adoptamos a Laura, pero deseábamos ser padres por segunda vez. Teníamos una cita para conocer por primera vez a la criatura, pero en el incidente murieron todos, no había quien adoptar, solo un dolor profundo que provocó una pelea con Sara aquel día. Lamentaba nuestro problema, aún cuando le decía que no había culpables, ella se odiaba y aquello me destrozaba, los gritos llegaron de mi parte incapaz de soportar lo que se decía.

—¿Sara es la del problema?

—Ambos somos el problema. Ni en tú vida te atrevas a señalar a mi esposa o nuestra amistad termina. Una vez encuentras a tú alma gemela el problema de uno pasa a ser de los dos.

—Entonces peleasteis.

—Fue horrible. No hay cosa peor que ver sufrir a quien juraste amar y proteger de cualquier adversidad y ser incapaz de hacer algo. Me sentía impotente, actué incorrectamente y acabé huyendo en mitad de la noche, pero como nunca he sido de ahogar las penas en alcohol fui al parque. Lloraba ahogado en la mierda, me sentía quemado y podrido, quería liberarme de cualquier pensamiento, sin embargo, cuanto más luchaba era peor. Mi peor momento. Me avergüenzo mucho de pensar en desaparecer de la vida de mis chicas, pensé también en engañarla para que el motivo fuera otro que el que dolía, pensé muchas cosas, pero, entonces, en el momento más amargo, una diminuta mano interrumpió sobre la mía. No sé como explicar esto, fue un momento mágico, pisoteo mis problemas, los ridiculizo, de pronto las lágrimas estaban en el pasado para corresponder su sonrisa.

—¿Y estaba el biológico?

—Si, compartían el mismo color de ojos, aunque él... Él provocaba el terror que su hija mataba. No era porque actuará agresivo conmigo, a pesar de que tenía un vocabulario ofensivo como el tuyo, es que él, ese hombre... Sentía que podría destruir el mundo si algo malo pasaba con su hija.

—Aún así te la dejo.

—Dijo que tenía algo importante que hacer y que lo mejor para su hija es que estuviera con una familia vulgar —menudo estúpido —Me distraje con la risa de Soraya y ya no estaba, lo siguiente que pasó es que ella me llamó papá y cuando llegue a casa con Sara, sabiendo que lo correcto era llevarla a la policía nos desviamos del camino por tenerla. Investigue un poco, rompí la hucha, toque malas puertas y conseguí papeles que a día de hoy mantienen la mentira.

—¿Cómo se llamaba antes?

—Siempre fue Soraya. El padre pidió que conservará el nombre, es la promesa que le hizo a su pareja y que quería respetar. De la forma dolida en que lo mencionó entendí que fue de las últimas voluntades de la madre biológica, quizás la última.

—¿Y cómo se llamaba el padre?

—No lo dijo.

A la mierda quien sea el maldito. Lo único importante de está conversación es saber que siempre tuve razón, que Mio es Soraya y que estuvo en lo correcto en señalar que le pertenecía. Han pasado los años y no hay día en que no haya sido suyo, no ha habido espacio en que no la haya pensado y añorado, porque ella nació para mí, porque el destino así lo dictamino.

—Me alegro que tú seas su padre.

—Pican.

—Cabrón, me pongo emotivo y me ignoras. Eso no es lo que hace un buen padre —protesto.

—¡Menos queja y más recoger sedal! ¡Es de los grandes!

—Ya voy, ya voy —y voy con toda la calma.

Concentrado estoy ubicando el último detalle al penúltimo plato antes del vomitivo postre de chocolate al que también he consentido para cuando llegue la invitada de honor reciba lo mejor. Soraya llegó anoche, y aún cuando ganas no me faltaban por presentarme me convenció de dejarla descansar a cambio de que hoy comiera conmigo, en el jardín de Máximo y antes de iniciar el segundo infierno, el cual por una simple resta sé que será más largo todavía.

Odio el quinto mes del año, odio mayo.

A un milímetro de construir la presentación alabada por los dioses soy sorprendido con la entrada triunfal de Soraya. El desequilibrio arruina el plato que aterriza en el suelo generando una lágrima ficticia.

—Uy, te asustaste. Te convertiste en gallina a falta de mi extraordinaria presencia —ya me hacía falta su veneno —¿Ahora qué haré contigo? Irresponsable, que a mi no me gustan los cobardes.

—Estaba concentrado.

Imita a la gallina. Con las manos pegadas en las axilas simula el movimiento de las alas mientras avanza y cacarea.

—¡Co, co, co!

—Suficiente burla, pajarraca —digo contenido de reír. Su actuación le aporta más adorabilidad y dulzura a un ser que por sí nació con esos atributos, es mi chica buena y yo soy su chico malo, somos el bien y el mal —Nos quedamos sin un plato del menú por una de tus estrambóticas entradas.

Se queda quieta al frente conservando la graciosa actuación moviendo la cabeza como el ave de corral. Seguidamente, me ataca picoteando mi labio, recibo rápidos picos a la vez que río, hasta que en uno de los picotazos la retengo por la cabeza alargando la unión.

—Me extrañaste mucho —afirma.

—Ni un poquito.

—¡Miserable!

La comida transcurre sin incidentes y escuchando las aventuras que el pequeño pájaro ha vivido en Londres. Cada lugar que presume yo le digo que sé uno mejor, que estoy dispuesto a demostrarlo, a pesar de que no soy viajero y que de España apenas he salido para ir a Italia. Total, creía no perderme nada ya que en todas partes soy temido por la maldición, sin embargo, me apetece viajar si es con Soraya, quiero vivir a través de sus ojos.

En el postre el ambiente animado se apaga.

—¿Sabes qué ha pasado con mis padres?

—¿De qué hablas?

—Mamá no le dirige la palabra a papá. Laura dijo que hace unos días discutieron.

—A mi no me han dicho nada.

—Espero que no seas culpable de la situación —entorna la mirada.

—Averiguaré que ha pesado y lo solucionaré, pero desde ya te informo que no tengo nada que ver.

Observo el oleaje furioso en una nueva mañana en que por culpa del temporal queda suspendida la pesca. No me hace puta gracia a sabiendas que en la oficina el pájaro no aparecerá. Hasta que no finalice el mes de mierda no pienso regresar a ese horrible lugar.

—¿Qué más te gusta hacer, papá?

—Trabajar. Es hora de regresar a la oficina, hijo.

—Ya sé, te presumiré de la humilde casa que me están construyendo las cucarachas.

Dicho y hecho, aparco el todoterreno a cien metros de la obra plagada de insectos trabajadores. La planta baja está cumpliendo los plazos, a finales de verano la mitad podría ser usada, pero con el ruido y el polvo solo un mediocre lo haría a riesgo de padecer migraña.

—¿Y la humildad? —pregunta Adrián.

—Es una cuarta parte del tamaño de la principal —defiendo y la señalo en la lejanía —Desde aquí no se aprecia bien —también le señalo la de Máximo —Esa es la de mi hermano mayor, Máximo. Donde vivo actualmente —y finalizo la señalización con el pueblo —Ahí viven los empleados. Todo el valle y un poco más forma parte del patrimonio Salvatore. Ordenaré una mansión para ti.

—Que sean dos.

—Luego no digas que no eres ambicioso.

—Por Dios, hijo. No lo necesito, lo único que quiero de ti es que nunca hagas llorar a mi niña.

—Disculpe, señor. ¿Cómo acaba de llamar a mi hermano? —Máximo ha llegado a su visita diaria en la obra para que bajo ninguna circunstancia haya retrasos o errores de diseño —¿Hijo?

Máximo lo mira con su típica mirada helada que hace contraer los hombros de Adrián y se defiende despreocupado:

—Es que llamarlo jefe no me sale. Además, no le faltó a la verdad, de un momento a otro será mi hijo político.

—¿Usted es el padre de Soraya?

—Lo soy.

—Entonces le doy mi más sincero agradecimiento por tan bella creación que hace sonreír a mi hermano. A usted y a la madre, le agradecería que esa admirable mujer le hiciera saber de mi gratitud.

—¿Seguro sois hermanos? Y tutéame, soy Adrián.

—Máximo, un gusto conocerlo —le ofrece un apretón de mano —Y comprendo que tenga dudas con nuestro parentesco. Mi hermano tiene un nivel de educación precario al que no sé dar solución gracias a su amigo. Antes de él era un hombre correcto.

—Ya, el adolescente e ingenuo Derek murió —confirmo sin pena.

—Si eres peor que un niño —dice Adrián.

—Hablemos de tú próxima mansión.

—Ya te he dicho...

—Lo primero es encontrar una ubicación, luego hablar con el arquitecto, montar el equipo de albañiles y pedir el material a nuestros proveedores. Hay que empezar ya.

—Olvidas a nuestro padre —me recuerda Máximo.

—Me da igual su aprobación.

—Cabrearlo no es bueno.

—A un par de kilómetros empezaremos a pensar la ubicación porque no quiero que me destrocen el entorno natural de la mía —le hago saber a Adrián.

—Te he dicho que no necesito una mansión —refunfuña.

—Quizás tú no, pero seguro que a Sara si. A tú esposa le tienes que dar un castillo digno de una reina. Es tú obligación...

—Me ha pedido el divorcio.

—Si quieres a alguien debes entregarle la vida... Espera, ¿qué has dicho? —debo haber escuchado mal.

—Discutimos, no me quiere en casa. Hoy mismo me ha pedido que me vaya. Tendría que estar buscando un lugar para quedarme.

—Mientes —digo escéptico.

—Ojalá.

¡Mis padres no se pueden divorciar!

Esto no puede ser verdad. Imposible. Son el claro ejemplo de unión a la que aspiro. Son un equipo, comparten los problemas, se dan apoyo y nunca había escuchado de una pelea entre los dos, hasta ahora. Soraya estaba en lo correcto.

—¡Maldito estúpido, que le has hecho! —le grito del nervio.

—No le grites a tú suegro —Máximo me riñe.

—Le dije que te lo conté.

—Concreta, me cuentas muchas cosas.

—Prefiero que no haya más oyentes —Máximo nos da el espacio sin que ninguno se lo pida —Tienes mucho que aprender de tú hermano —resoplo —Le dije a Sara que estás al corriente que no somos sus padres reales.

—Sois sus padres reales, el otro es un capullo que la abandonó y de la madre no hablo con la esperanza de que esté muerta, porque hay que ser muy miserable para permitir lo que hizo.

—Desconocemos las circunstancias.

—Excusas de mierda.

—No quiero debatirlo en este instante. Ahora mismo lo único que me preocupa es mi matrimonio.

—Tendrías que haberte callado. Rompiste las reglas de los pescadores al decirle que me lo habías contado. Lo que pasa en la pesca se queda en la pesca. Tú me lo enseñaste.

—Me queda mucho por enseñarte. La principal es no mentir, ni guardar secretos a tú pareja —demasiado tarde para el consejo.

—Salvaré tú matrimonio.

—Mantente al margen.

El barco amarrado en el puerto se balancea por el pequeño oleaje después de haberse calmado y con la llegada de la noche. He ofrecido la casa de mi hermano, una suite, una penthouse en la calle más cara... He dado varias posibilidades rechazadas al instante hasta llegar al navío, el cual ha aceptado aguantando la primera lágrima que ahora deja ir a solas en su camarote.

Escucharlo llorar me fastidia.

Gran parte de ese llanto es por mi culpa, porque de no estar tan unidos él no me hubiera confesado un secreto tan importante, si no fuera por nuestra amistad paternal su matrimonio estaría bien.

¡Joder!

La ligera pisada notifica la llegada de Soraya. Mastica chicle como las dos veces en que creí conocerla por primera vez, en la verdadera uso la masa pegajosa para reparar inútilmente la brecha de mi cabeza y, en la falsa, lo abandonó en mi mano para adueñarse de mi antebrazo escribiendo una dirección a la que acudí, afortunadamente acudí dando pistolazo a nuestra amistad.

—Voy a suspender —masca con fuerza, hace una burbuja y la revienta —No soy capaz de pensar en otra cosa que en mis padres. Ellos no pueden divorciarse, ¿cierto?

—De poder... —absorbe con fuerza el invisible moco —Hasta que la muerte los separe —nunca fue tan cierto —Estudia, yo lo solucionaré.

—¿Cómo lo harás?

—Por cuestiones que no vienen al caso, así que no preguntes por ello, he estado estudiando el amor —se le escapa un "oh" y esconde, bien escondida, la mueca de burla —Tengo varias estrategias que aplicadas en una buena inversión generarán un beneficio que nos salvará de la quiebra.

—El cupido empresario.

—Ve a estudiar que yo me encargo.

—Fracasa y te quedas sin baile.

Instruyo a Adrián en el arduo mundo de las citas perfectas durante los siguientes cuatro días y negocio con Sara para que acepté cenar con él, es una ardua negociadora, de ella aprendió Soraya, finalmente, después de varias llamadas alcanzamos a un acuerdo medianamente aceptable.

Sara colabora más que Adrián.

Quise comprar un Ferrari blanco para que el príncipe fuera a recoger a su princesa en lomos de un caballo blanco, sin embargo, tras reiteradas negativas, al final, por el bien del plan, ordene que pintará la carrocería de uno de los Alfa Romeo de la compañía y pusieran cuero nuevo.

Espero movimiento en la entrada de la casa de Soraya mientras que Adrián está en el Alfa y yo a cien metros dentro de mi todoterreno. Estamos conectados por pinganillo. Soy incapaz de fiarme de su cualidades románticas, aunque yo las haya entrenado lo aprobaba con un suficiente raspado.

El equipo de estilismo sale, al cuarto de hora lo hace Sara seguida de Hugo y de sus hijas. Los tres transmiten sus ánimos levantando los pulgares cuando la madre y suegra les mira.

Adrián abandona el coche para recibir a su esposa obteniendo una fría ignorada que lo congela impidiendo que le abra la puerta. No le regañó por falta de caballerosidad viéndome retratado en la misma situación que aconteció en la primera cita con mi pájara loca.

Sara y Soraya son gotas de agua.

La sangre no define.

Se ponen en marcha hacia el restaurante de lujo sin que dentro del vehículo se produzca un intercambio de palabras, todavía. Imposible que el silencio se alargue mucho más.

Soraya golpea la ventanilla.

—Hugo va contigo.

—¿Quién diablos es Hugo? —mi amigo, lo sé, pero dado que ella es consciente de que se me dan mal los nombres es necesario fingir.

—El novio de mi...

—Yo soy Hugo, comepollas —Hugo se sube.

—¿Por qué una cucaracha está infectando mi vehículo con su hedor?

—Porque la última vez que te dejé a mis padres casi destruyes el matrimonio que tratamos de salvar. Es por eso y porque Laura necesita que mi padre acepte de una buena vez a Hugo.

—Tú haces todo el trabajo y yo pongo mi nombre también —dice mi amigo con toda la desfachatez que existe.

—Está en peligro el baile —me recuerda.

—Uuuuuh, la jefa amenaza a su churri —se burla.

—Si lo mato será culpa tuya —le hago saber a Soraya.

Hace media hora el objetivo entró a la sala privada del glamuroso restaurante, el mismo que está microfonado a consciencia dándome una conversación completamente nítida. Retengo cada palabra que dicen, las cuales apenas son las que comparten con el camarero a medida que presenta los platos.

—Me aburro —fastidia Hugo.

—Cómprate un perro.

—Ya te tengo a ti, gruñón —apoya los zapatos sucios en el salpicadero y se enciende un cigarro —Que suerte tienen de ser los padres de Soraya y que esta los quiera, un par de cortecitos y solucionado.

—Son buenas personas.

—Tengo mucha paciencia con el viejo.

—Veamos, culpa suya no es. Tú no eres el prototipo de yerno ideal, eres la pesadilla. Adrián huele estás cosas.

—¿Y qué hay de ti, genio?

—Soy un buen chico —se ríe —En serio, lo era hasta que llegaste tú a corromperme. Eres un mal amigo.

—Me chuparás la polla, Death.

—¿Te duelen las verdades?

Hunde los dedos en la parte trasera de mi cabeza bruto, empuja hacia su entrepierna a la vez que baja la cremallera y yo saco la pistola de la guantera apuntando al amigo.

—Atrévete, ten pelotas. Dispara mi polla y me follaré al falso angélico que veneras. Ganas no me faltan.

—Mía. Es mía.

—Los buenos chicos comparten.

—Ah, no, yo no soy un buen chico. Soy el peor —exagera con la risa y aprovecho para reincorporarme lejos de la desagradable virtud de Hugo, todo lo que permiten la separación de los asientos —Soraya es mía, tú eres mío, eso no significa que vaya a permitir que os mezcléis.

—Llegas tarde. Estamos mezclados y agitados.

—¡Es virgen!

—¿Seguro?

Entro en pánico imaginando que han abusado de mi inocente niña, de mi hermoso polluelo. No quiero creerlo, sin embargo, si algo tengo por seguro es que la sociedad destruye a criaturas excepcionales. Pasé la infancia y adolescencia siendo víctima por ser único, Máximo perdió a su mujer por ser único y Soraya... La cabeza me tortura con distintos escenarios que matan la razón. El mundo es cruel con mi chica, el que fuera víctima del bullying es una prueba irrefutable, hasta tuvieron la maldad necesaria de destruir la mano que no se levanta en son de guerra. Así que sí, lo que insinúa Hugo es tan probable que me falta el aire sin necesitarlo.

—No fastidies. La puta que te parió. ¿Estás sufriendo un ataque de ansiedad, cabroncete amargado?

—¡Solo sé que se siente horrible! —hago un quejido de dolor.

—Igual no importa. No morirás.

—¡Ayúdame!

—Era broma. Soraya es un ángel. Inocente y virgen, ni por asomo es una lunática fiestera que se emborracha, no tanto como sus víctimas. No, para nada, ella no es así. Mientras yo estoy de fiesta ella duerme con el dulce angélico que es.

—Por supuesto, a ella no le gustan tus movidas.

—Totalmente cierto.

Sonrío feliz cuando de repente la palabra divorcio dicha por Sara me recuerda que estamos haciendo. Al fin, después del silencio y los platos, a falta del postre, la madre de Soraya usa el conjunto de letras maldito que debería ser suprimido inmediatamente del diccionario junto a sus sinónimos.

—Mi abogado se pondrá en contacto con el tuyo por el divorcio —dice agravando la herida de sus corazones —¿Alguna objeción?

—No tengo abogado.

—¿Y si matamos al abogado? —le propongo a Hugo.

—Eso no solucionará el problema —esperaba que se ilusionará —Ni siquiera se lo tenemos que solucionar. Son adultos y humanos, exageran todo. Si quieren divorciarse es su estúpida decisión. Soraya sobrevivirá.

—Pero yo no.

—Ellos no son tus padres.

Le hago saltar una muela del puñetazo que hace rato estaba buscando por insensible y salgo del vehículo. Si los adultos no pueden solventar el problema entonces lo haré yo.

Mis cosas no se divorcian. Se lo prohíbo.

Usurpo el postre del camarero y me encargo de la presentación invadiendo la sala privada. Dejo el plato sobre la mesa describiendo el dulce por mi experiencia culinaria mientras hago un gesto para que se mantengan en silencio y con un vaso de agua ahogo los micrófonos.

Sin un oyente extra los enfrento.

—Me niego al divorcio —expreso serio —Vuestra opinión es inválida porque no permitiré esa mierda. Y, Sara... —ella me mira gracias por la distancia que le mantengo —...si al final me hicieras cambiar de opinión, debes saber que nunca encontrarás a un hombre mejor que Adrián. Siempre llega puntual al trabajo, tolera mis caprichos, da sabios consejos, me enseñó a pescar y el significado de los domingos en familia, también me cubre mis cagadas con Soraya. Lo mejor de lo mejor.

La sonrisa de Sara es prueba de que mi defensa es convincente.

—Perdónalo, Sara. El muchacho me quiere mucho.

—¿Qué hice yo? Encima que te ayudo.

—Deberías decir lo bueno que hago con ella.

—Ah, ya. Pero resulta que no soy ella. Yo no vivo en su piel, yo no sé si vives cagándola, si eres un dios del sexo o si se quedo contigo por pena —protesta por lo último —Lo qué sé es que eres muy bueno conmigo, y si lo eres conmigo es imposible que no seas mejor con ella. Es la persona que amas, a la que cuidas y respetas. El único error que cometiste es haberme conocido a mi. Fuera de la ecuación no habrías compartido vuestro secreto y el divorcio no estaría presente. Así que puede alejarse de mí, cosa que tampoco le permito, pero de ti no.

—Soraya eligió bien —halaga Sara y sonrío arrogante —Quisiera decir que tiene el gusto de su madre.

—Adrián es el mejor.

—Oh, cielo. Lo sé. Igual que tú sabes que las chicas no son mías, que no son nuestras. Mi incap...

—La sangre es insignificante. Soraya es lo que es por vosotros, sus padres, no por quien la abandonó. Soraya tiene el buen gusto por ti, por su madre, y la impertinencia por su padre, Adrián.

—También tiene la paciencia de mi marido —añade Sara.

—Y el juego de mi esposa —participa Adrián.

—¿Qué juego?

—Oh, cielo. La única razón por la cuál yo me divorciaría de mi marido sería por engañarme con otra. ¿Me enfadé que te lo dijera? Si. ¿Lo suficiente para que quiera a mi marido lejos? No.

Adrián suelta el aire que estaba conteniendo desde hacía días mientras somos absueltos de un crimen inexistente. Entrando en detalles Sara confiesa que era un castigo diseñado con Soraya y del que Laura no estaba al corriente, porque a la mayor no se le da bien encubrir fechorías.

—Si mi cercanía no te causará terror te abrazaría —le confieso.

—Hagamos un abrazo psicológico.

—¿Y eso qué es?

—Abrazarse uno mismo, pensar que está siendo abrazado por la persona que quisiera poder abrazar y que la distancia no permite —se abraza con una agradable sonrisa y hago lo mismo imaginando su calor, aún cuando es una ilusión la siento entre mis brazos por primera vez. Es agradable, reconfortante. Es mi madre, son los padres que siempre he soñado —Lamento que me intimides. No entiendo porque me sucede cuando eres un chico tan bueno.

—Considerando que habéis compartido un valioso secreto de vuestra familia lo justo es que yo os cuente uno de la mía. Espero que me prometéis que no se lo diréis a Soraya porque se lo quiero decir yo, al igual que yo jamás le diré que no es vuestra hija biológica. Ni a ella, ni a nadie.

Hugo entra pateando la puerta. Adrián le dedica una mala mirada que me recuerda la petición de Soraya.

—Hay otra cosa que debemos hablar. 


****

Para entender el presente y el futuro lo primero es saber el pasado, porque el pasado nos define, por más que algunos digan que hay que olvidarlo, creo que lo que debemos hacer es convivir con él y sin agobios. Olvidar es de perdedores. 

Dicho esto, se vendrán dos capítulos más del pasado. Otro narrado por Derek y otro por....

(SI OS ESTÁ GUSTANDO LA HISTORIA NO DEJEN DE APOYARME DEJANDO SU VOTO, ME AYUDAN MUCHO)

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