071 - LIBERTAD (Parte 1)


CAPÍTULO SETENTA Y UNO

ALESSANDRO SALVATORE


DOS AÑOS ANTES


Aguanto.

Soporto.

—¡Traga! —demanda.

No quiero. Que me golpee, que haga lo que quiera, pero no voy a tragar el líquido que ha salido de su pito.

La obediencia le excita, la desobediencia también, haga lo que haga estoy perdido.

Nací prácticamente aquí, seguiré aquí y moriré aquí. Es mi hogar.

Ojalá ser igual a ellos.

Quisiera...

Quisiera haber muerto antes de pensar, quisiera que mi cuerpo no se regenerá y me dejará morir en paz. Hace mucho que esto hubiera acabado.

—¡Traga!

Mantiene los dedos tapando mi nariz y la mano la boca, no me deja escupir, solo quiere que trague. Y yo persisto en no hacerlo. Aguanto con lágrimas corriendo por las mejillas desfiguradas.

Cierro los ojos como acto reflejo cuando levanta la mano. El golpe nunca llega, al menos no para mí.

Liberado de Agus escupo el semen.

Mi primo tiembla en el suelo asustado después de que el tío al que menos he conocido lo haya derribado. Incluso lo patea. Con la agudeza de mi oído logro diferenciar los huesos que le rompe. Dos costillas y el tabique nasal. Conozco los huesos de tanto que me lo han roto a mí.

Gina le gusta describir las heridas que causa. Cómo y dónde.

—Lárgate.

Agus no discute la orden.

Me preocupa que sea peor que todos los demás. De Angelo sé que no es alguien querido por los mellizos, y los otros, cuando muy extrañamente aparecen, descargándose en mí por un mal día, jamás lo mencionan. Son los Santoro y él, el más pequeño de los descendientes de Raffaello. Hablan más de mi tío muerto que de él.

Aunque no es la primera vez que lo veo.

En alguna de las ocasiones en que me han empleado como espantapájaros para que el sol me quemará la piel, lo he visto. Siempre solo, a excepción de un par de veces en que era acompañado por Lorenzo.

Nunca me ha mirado. No obstante, hoy lo hace.

Se sienta frente a mí dejando... ¿Cómo era? Si, lo tengo en la punta. Dejando una bolsa. Nunca he tenido una tan cerca. Y mi vocabulario, aprendido de escuchar, no es el mejor.

Sin prisa saca un recipiente de la gabardina y bebe, seguidamente se limpia el labio con el final de la bufanda. Siempre la lleva indiferente a la estación y sus diversas temperaturas.

—¿Cuánto tiempo crees que dura el rencor? —su aliento apesta a alcohol. No me atrevo a contestar —El tiempo en que uno tarda en darse cuenta que es estúpido. ¿Y el orgullo? Tú edad.

No sé qué tan importante es eso. Me duele el cuerpo, me duele y voy perdiendo lentamente el escaso razonamiento. Tengo hambre.

—¿Sabes qué edad tienes?

—No.

—Diecinueve.

Los latidos se acentúan.

Jadeo.

Contempló al hombre que hay delante como mi siguiente aperitivo. Cada movimiento que ejecuta es ignorado por mi apetito. No escapará. Solo he de tirar un poco de las cadenas. Un poco.

Un poco más.

—Ha traído algo —de la bolsa saca un pequeño paquete. Desconozco que es, pero cuando lo abre el olor es más apetitoso que mi tío, el cual me quita las cadenas y me entrega la cosa redonda y agujereada en mano —Te gus... —lo que sea que fuera ya ha sido devorado antes de que termine de hablar. Y hay más. Mucho más —Son rosquillas —la primera vez que como más que pan mojado o tripas y es... —No doy para tanto sentimentalismo.

Lloro y no es por dolor, es por... No lo sé. Desconozco la sensación, lo único que sé es que me gusta. Quiero vivir así. Con ella. Además, las heridas se están cerrando más rápido que nunca.

—Dame la pata.

—¿Qué?

—La mano.

Se la doy sin dudar. No pienso en que pueda golpearme, aunque tampoco lo hace, en su lugar me despeina.

—Buen chico.

Me agrada él, me agrada Angelo. Es amable. Me ha traído comida y está tocándome de una forma que me gusta. Ojalá que hubiera venido antes. Lo quiero a él. Solo a él.

—Está comida es basura —me aparto y miro la rosquilla, también la olisqueo sin comprender que tiene de basura —Se llama así. Son alimentos que han sido modificados para... Si nos ponemos técnicos no lo comprenderás. En fin, lo único que te interesa saber es que te harán la vida más fácil.

—Comer basura es bueno.

—Comida basura —recalca.

Como felizmente lo que me ha traído. Aparte de las rosquillas, también hay lo que se llama galletas, chocolate y gofres. También me habla de unos misteriosos frankfurts, hamburguesas y pizzas. El vocabulario es delicioso. Lo quiero probar. Aunque sea por una vez quiero.

—Tú madre te quería —lo miro con la boca llena y trago —Le dije una y mil veces que abortará. Debería haber escuchado.

—¿Tampoco me quieres?

—Ella te quería.

Algo en mí se mueve.

—Yo sabía que mi mamá me quería —le digo con esa sensación que no logro entender —Lo siento aquí —toco en mi pecho —Los primos dicen que aquí es donde están los sentimientos, aunque ellos dicen que yo no tengo, pero yo sí tengo, lo que no los entiendo.

—A mi también se me complican a veces —vuelve a beber de la botella —Vale la pena cuando lo descubres.

Me siento triste cuando acabó con la última rosquilla y con una energía que no reconozco. Es el mejor día de mi vida. Ni la buena sensación se me quita cuando las cadenas regresan a mi.

Hasta que su tono ya no es igual.

—Eso que sientes es felicidad. Y la felicidad debe ser compartida —me hace daño clavando los dedos en mi cabeza y empujándome a él. Maltrata mi nariz con su aliento borracho —Eres un mal chico.

—No, yo soy un buen chico —él lo ha dicho.

—Un buen chico hubiera compartido la comida.

La felicidad se va y me siento peor que en manos de los mellizos cuando algo atraviesa mi piel en el costado lateral izquierdo. A continuación, arrastra mis manos sobre la pequeña empuñadura y dice:

—Concédeme el placer de que te la quites y te desangres. Demuestra que el asesinato de tú madre fue por nada.

Hace mucho que nadie viene.

El charco de sangre va creciendo mientras que mantengo el arma clavada a tal punto que me obsesiono. Tiene que permanecer ahí. Mi madre no murió por nada. Algún día estará orgullosa.

Seré un buen chico.

Jadeo dolorido.

La oscuridad es más nítida. Nunca había logrado diferenciar las separaciones que hacen las piedras que forman las paredes, en medio hay una especie de tierra que las une con fuerza. También huelo. Huelo muchas cosas. Por ejemplo, sé cómo huele el moho y las ratas, hasta puedo reconocer a mis familiares por el olfato, pero hoy huelo lo desconocido y no se parece a la nueva comida. Por último, oigo más allá de mi habitación, oigo voces y pasos que, a cada segundo, empiezo a distinguir. Ninguno se acerca.

Aúllan los lobos.

El silencio aparece antes de que se desate el caos. Gritos y disparos, mucho ruido que ensordece.

Pego la espalda a la pared. Me quema el pecho.

Tiemblo.

Alguien viene.

El olfato me perjudica cuando rompe la puerta, los oídos me sangran por el infernal ruido y quedó cegado por la luz.

Faltado de visión noto que me quitan el arma. El dolor es insufrible, grito enloquecido, aunque es algo corto, ya que la herida es calmada enseguida y un pequeño bocado me estabiliza.

—Aguantará —habla el hombre. Y se toca el oído, hay algo en él —Tengo el objetivo. Despejad el camino.

—¿Quién eres?

—Dante.

—¿Eres primo mío?

—Insúltame una vez más y te dejo aquí —está loco, mientras arranca las cadenas de la pared no puedo evitar pensar en su falta de cordura. Es imposible salir de aquí, aunque también debería serlo entrar sin pertenecer a la familia —Harás lo que yo diga, sin cuestionar y sin delatarme.

—¿Qué es delatar?

—Significa que no dirás mi nombre.

—¿A quién?

Suspira con fuerza.

—Levanta —me ayuda a hacerlo y tambaleo, me cuesta entender qué hace él aquí y quién es. Se llama Dante, no es familiar y sueña —Tenemos que salir. Ahí afuera hay mucho caos. No te distraigas.

—No puedo.

—¿Qué no puedes?

—Salir de aquí. Ellos me cazaran y será peor.

—Niñato de mierda. Tengo a mis hombres derramando sangre, así que espabila o el que va a joderte seré yo. No sé qué te habrán hecho esos hijos de la gran puta, pero será incomparable a lo que haré si me dejas sin paciencia. ¡¿Entendido?!

Haga lo que haga seré dañado. Nunca es bueno para mí, siempre es malo. Siempre igual. Fui castigado de nacimiento, sigo siendo castigado y lo seguiré siendo en manos de cualquiera. Los Santoro, Angelo y ahora él.

¿Acaso el mundo es así? ¿De qué sirve escapar?

Estoy cansado.

—Oh, joder. Tranquilo, no llores.

—No quiero irme.

Vuelve a hablar pegando la mano a la oreja solicitando que prolonguen el ataque y que si matan algún Santoro, ya pasará cuentas él. Aunque por él como si matan a todos los presentes.

—Tienes que venir conmigo. No me jodas.

—El mundo es malo.

—¿Acaso has estado en él? ¿Has conocido el mundo más allá de estás paredes? —sacudo la cabeza —El mundo es divertido. Hay cosas malas, pero hay más de buenas. Ven conmigo y te lo demostraré.

—No.

—Me dejas sin opciones, cachorro.

Agacho la cabeza tembloroso esperando que me pegue. Cuando tarda en llegar el golpe y percibo el olor de una rosquilla, lo vuelvo a contemplar recibiendo la mitad de la comida basura. Soy incapaz de resistirme.

—Te daré la otra mitad y mucho más cuando estemos a salvo.

Lo persigo subiendo por las escaleras y saliendo por primera vez sin cadenas, justo al hacerlo la mezcla de olores, ruido y luz me castigan como nunca lo hizo las anteriores veces. Mis sentidos están mal.

—Te acostumbrarás.

—¿A qué?

—Al instinto de supervivencia —todo gira, absolutamente todo. Dante hace que lo mire enganchado a mis mejillas —Tus sentidos están agudizados. Tienes que aprender a controlarlos ya, no hay tiempo, y si por casualidad te descontrolas vamos a tener problemas con tu lado cabrón.

El suelo tiembla.

Dante aumenta el ritmo, también lo afloja, va según yo puedo, se lo estoy poniendo muy difícil. Él me ayuda y yo lo complico, sin embargo, estoy dando todo mientras trato de conservar la cabeza.

Alcanzamos la zona de disparos.

Grito histérico llevando las manos a la cabeza. Está siendo demasiado para mí a la vez que Dante se incorpora a disparar y los suyos, licántropos, atacan ignorando los proyectiles que los alcanzan. Ordena a matar.

Uno de los lobos cae ante mí. Se transforma en una chica que deja de respirar en segundos. Muere por mi.

¡¿Por qué?!

—¡Alessandro! —grita Lorenzo.

Tengo que ir con mi tío. Tengo que hacerlo, tengo que...

Dante apoya la mano en mi pecho y niega con la cabeza, en ese instante dos licántropos saltan por encima y van directos hacia el padre de los mellizos, el cual no duda en disparar con dos pistolas. Un tercero logra alcanzarlo.

Al ataque llegan Matteo y Leonard. También su padre Grayson. Y, por último, solo de pensar su nombre tiemblo, Angelo.

Angelo pilla por sorpresa a Dante. Atraviesa su hombre desde la parte de atrás hacía delante con una de las espadas habitualmente colgadas y que hoy varios de los trabajadores están empleando junto a armas de fuego.

—¿Creías poder salirte con la tuya, saco de pulgas? —le arranca la hoja de la piel produciendo el aullido de Dante —¡¿Quién te envía?!

—¡Cómeme el rabo, Santoro!

Ambos hombres pelean.

Sangre, hay mucha sangre. Mucha sangre.

Estoy bloqueado sin moverme del lugar aún cuando varios de los compañeros de Dante gritan que corra. Simplemente, no puedo. Y cuando ya doy todo por perdido la cosas empeoran.

Matteo logra llegar a mí abriéndose camino con una hacha. Leonard lo cubre de lejos con un rifle.

—Tendrían que haberte matado al nacer —Matteo, dice lo que ya sé —Voy a enmendar el error de los mayores.

Destroza mi pecho con la gran arma.

Abro los ojos al sentir gotas de agua caer sobre mí.

Encima de mí está el cielo gris y no un techo invadido por el moho que dañaba mi nariz cada vez que respiraba. Tampoco están las cadenas. Me quedo tumbado mientras permanezco confundido y huelo la sangre mezclada con la vegetación mojada, la vegetación que no forma parte del patio.

¿Dónde estoy?

La sangre no es mía, a pesar de estar cubierta por ella en mi desnudez.

Intento recordar.

Los lobos atacaron el lugar, Dante me sacó de la jaula, luego Angelo le cortó el paso y de últimas, Mateo abrió mi pecho. Estaba sangrando cuando perdí el control. Ya no era yo.

Asesiné a muchos. Mejor dicho, los devore. Y los restos al poco se levantaban del suelo a atacar.

Lobos y humanos.

Yo no quería.

Tendría que haber muerto. Ojalá que Matteo hubiera estado más acertado con el ataque.

¿Qué clase de monstruo soy?

Yo no quería, yo no quería, yo no quería... Intento comprender porque estaban ellos ahí. No deberían haber estado. No valgo la pena.

—¿Estás bien?

Giro hacía la voz encontrando a una anciana cubierta bajo el paraguas, en su hombro hay un cuervo que se resguarda de la lluvia. Sonríe reconfortante.

—Parece que has tenido una mala noche.

Me incorporo preguntándome porque no sale huyendo. Estoy lleno de sangre. Sin embargo, quizás sea lo normal. Quizás el mundo está compuesto por asesinos y víctimas. Ver a alguien en mi estado debe ser normal.

—Acompáñame.

—Señora, debería regresar a su hogar y dejarme aquí. Tal vez consigo que la tierra me trague —de pronto huele rico, vuelvo a ver a la anciana y en la palma tiene algo que mi estómago reclama —¿Qué es?

—Bocconotti —sucumbo a la tentación de un bocado —Tengo más Si vienes podrás comerte todos ellos.

Soy incapaz de negarme.

Después de diez minutos andando sin que la lluvia afloje y que la señora se haya presentado, Ginerva, llegamos a lo que ella menciona como cabaña. En la mesa hay una montaña de bocconotti. Dulce bocconotti rellenos de chocolate.

Babeo de verlo.

Antes pero me visto con la ropa que me da Ginevra. Me queda grande, aún así es agradable para la piel y se lo agradezco a la mujer.

Cojo el primero y recuerdo las palabras de Angelo, así que el primero se lo ofrezco a Ginerva porque es lo que hacen los chicos buenos. Yo no quiero ser un mal chico al que castigar. El segundo se lo doy al cuervo. Y el tercero es para... Dos niñas iguales entran corriendo. A ellas les doy el tercero y el cuarto, entonces me sorprenden cortando por la mitad y dándome el trozo.

—¡Que aproveche! —gritan al unísono.

Estoy tentado a preguntar qué significa eso, pero decido mantener las preguntas quietas porque no quiero ser más sospechoso de lo que soy. He salido al exterior, y el primer tiempo está siendo... Angelo dijo el nombre del sentimiento. Felicidad.

—Yo soy Luna —se presenta una de las niñas.

—No, yo soy Luna. Tú eres Lucille.

—No, tú eres Lucille.

—Si, yo soy Lucille.

—No, Lucille soy yo. Tú eres Luna.

Me gustan las niñas. Son buenas. En segundo lugar de mis gustos está la gente buena, el primero es para la comida.

—Niñas, no mareen al chico —ambas se giran hacia la mujer.

—¿Quién es quién, abuela? —preguntan sincronizadas y haciendo pucheros, yo sería incapaz de diferenciarlas.

—Tú eres Luna, y tú Lucille —las señala al decir cada nombre y las niñas arrugan la nariz —Ay, niñas. El olfato no me traiciona a pesar de los años.

Estoy un rato entretenido con la comida, las niñas y la mujer que resulta ser la abuela de las dos traviesas. La abuela dice que las personas traviesas son las que hacen travesuras, y que ellas son expertas. El pueblo se infarta cuando se revolucionan. Ella me explica que el pueblo es un sitio donde vive gente en distintas casas, pero no tanta gente como en las ciudades y sus altas casas, más grandes que los árboles. Ella me descubre muchas cosas. Igual que también aclara que el pueblo está a unos kilómetros, ya que la cabaña es un puesto avanzado desde donde se vigila, aunque hace años que lo ocupa un nieto suyo.

La puerta se abre y es mi salvador, Dante.

—Así que estás aquí.

—¡Primo! —las gemelas se lazan a sus pies —¿Y los regalos? ¿Dónde están nuestros regalos? —buscan algo en él, incluso escalan por su cuerpo con el objetivo en mente hasta que se decepcionan —No hay. Nos prometiste traer regalos del concierto de anoche si nos portábamos bien.

—¿Acaso os habéis portado bien?

—¡Si! ¡¿A qué sí, abuela?!

—Muy bien —les ayuda la abuela.

—Nicolás los tiene.

Las niñas abandonan la cabaña con prisa, les sigue Ginevra después de recibir un beso en la frente por parte de Dante. Nos quedamos el cuervo, él y yo. El pájaro no tarda en chillar al lobo.

—A tú dueño que lo revienten —le responde y el cuervo sale por la ventana tras un picotazo —¡A la próxima serás mi cena, estúpido pájaro!

Agacho la cabeza mientras que Dante hace cosas, no sé qué cosas, solo escucho ruido de líquido mientras pienso en los lobos que comí. Al mínimo despiste me castigará por comerme a los suyos. Yo sé que es así. Incluso hay la posibilidad de que reciba mi deseada muerte.

—Mi ropa no te queda —procedo a quitarme la camiseta cuando me detiene —Tranquilo, cachorro. Solo hay esa talla. Aquí somos muy grandes.

—¿Cuándo me castigaras?

—¿A razón de qué?

—Me comí a los tuyos.

—¿Así que tienes los recuerdos confundidos? Es cierto que trataste de morder el culo a alguno de mis lobos, pero somos más rápidos. Lo que si comiste fueron a alguno de los suyos. Gracias por ello —alza un enorme vaso que contiene un líquido dorado y bebe a fondo.

—¿Qué es?

—Cerveza. Y tú no puedes beber. Nada de alcohol para un tipo que no es capaz de controlarse. Eso sería muy jodido.

—Oh.

—Hablemos de anoche.

—¿Por qué lo hicisteis? ¿Acaso soy un lobo? ¿El violador de mi madre está aquí? ¿Yo lo puedo ver?

—Muchas preguntas y todas no, exceptuando la primera, a la que voy a responder de la forma más obvia. No eres humano. Mientras yo pueda ayudar a alguien que no lo es, lo haré. De haber sabido que estabas ahí, hubiera actuado antes, pero la información nos llegó recién.

—Gracias.

—Aunque el plan no fue un éxito. Hubo más bajas de las deseadas y heridos de los que tú no tienes culpa —dice y me pican los ojos, no deberían haberme sacado al precio de otras vidas —Alessandro, no llores. A diario mueren muchos sin que logremos nada, pero anoche conseguimos sacarte, para mi manda es un gran motivo por el cual hoy festejan.

—Aún así murieron —balbuceo.

—Mis primas perdieron a sus padres recientemente en una emboscada organizada por La Orden. Aquel día fue un golpe duro. Nos matan a diario por no ser como ellos, así que al menos buscamos un motivo por el que morir, ya sea por salvarte a ti o por tratar de acabar con esos cabrones.

—Has dicho que no fue un éxito.

—Cierto, es que no deberías estar aquí.

—¿Y dónde debería estar? No conozco otro lugar que mi habitación, no conozco el mundo y no sé cómo actuar.

—Esperábamos que tú instinto de supervivencia te ayudará a llegar.

—¿A dónde?

—Con los tuyos.

—¿Y quiénes son los míos?

—Con eso no te puedo ayudar.

Han pasado cuatro meses desde que fui liberado y he estado viviendo en la cabaña de Dante, durante este tiempo, el líder de la manada, y ayudado por su abuela, han estado enseñándome del mundo.

También juego mucho con las gemelas.

Dante se responsabilizó de sus primas al quedar huérfanas. Ya poca familia de sangre le queda. Tiene un hermano, aunque nunca habla de él, dice que está ocupado jugando a ser el mejor amigo. No le reprocha que lo haga, lo que le molesta es que hace meses que no se comunica con él. Le cabrea tanto que después de cuatro meses aún no sé como se llama porque cuando hace referencia a su existencia siempre lo hace a través de insultos.

Otra cosa que hace es mentir bastante a las gemelas. Cuando tiene un operativo lo llama concierto. Usa el término porque es cantante. Con las ganancias que logra con su grupo mantiene la manada.

Por otro lado, a la semana de estar aquí, trataron de que conviviera con la manda en el pueblo. No funcionó. Era incapaz de mantener contacto con los demás, a pesar de que intentaba hablar la voz no me salía y me sentía mal, muy mal, tanto que salí corriendo y me perdí en el valle.

Dante dice que soy introvertido. Que soy reservado y evito las situaciones en las que hay muchos individuos. Un efecto colateral a mi encierro.

Intentó ayudarme sin éxito.

De últimas, cada vez que duermo tengo pesadillas. A pesar de no estar encerrado revivo cada tortura y despierto en mi pis.

Dante me riñe si intento no dormir.

—¡Escúchame tú a mí! —el grito me pone en alerta.

Voy despacio a averiguar a quién está gritando Dante, subo la ventana ya que él está fuera y trato de concentrarme en su conversación. No sé con quién habla porque usa el aparato ese... Móvil. Eso mismo. Habla por móvil y con quien sea que hable es culpable de su cabreo.

Odio que se enfade. Cuando lo hace no se descarga conmigo, en su lugar se pone a cortar leña y no habla con nadie. Y si alguien lo intenta con mucho esfuerzo acaba logrando que grite.

Sus gritos son feos.

—¡Solo es un niño! ¡Tú siempre has defendido que ellos son unos niñatos! ¡Yo puedo encargarme de él! —hace una pausa con una respiración pesada —¡Claro que no me he encariñado! —otra pausa el pecho se le hincha y deshincha con rapidez. Sus ojos están dorados —¡Sé que el imbécil de tú hijo está con ellos!

Tira el móvil en el apoyo de los troncos, agarra el hacha de leñador y lo parte por la mitad. Seguidamente se pone a cortar leña.

Cierro la ventana muy despacio y miro al frente, y lo continúo haciendo por las siguientes horas sin nada mejor que hacer.

A la noche Dante entra.

Sirve carne para los dos y llena su jarra de cerveza, a mi me da agua limpia del río cercano. Sin escupitajos, ni mocos.

—Tengo que pedirte un favor, cachorro.

—¿Hice algo malo?

—Maldita pregunta la tuya. Claro que no. Aunque podrías llegar a hacerlo si no me cumples lo que te voy a pedir —corta un gran trozo del filete y se lo traga, apenas mastica a pesar de que le molesta si yo no lo hago —Nunca puedes decir quien te salvó de aquel apestoso agujero. Amigos o enemigos no se lo digas. Tengo una manada a la que cuidar y proteger.

—Pero yo solo hablo contigo y la abuela.

—Nada es seguro.

—¿Hablas de mi familia?

Imagino que ellos llegan desde los árboles en mitad de la noche y empiezan a atacar a la manada. Imagino que mueren, que soy encadenado de nuevo y llevado a la habitación que llamaba hogar. Imagino un castigo distinto en manos de cada familiar, imagino el peor con Angelo. Él fue el primero que me dio felicidad, también el primero en quitármela. Me asusta lo retorcido que es.

El líder de la manada me abraza controlando los temblores. Sé que odia cuando tiemblo y lloro, pero no me castiga. Siempre me ayuda. Así es él. Es de los buenos.

Al tranquilizarme, dice:

—Ve a dormir. Mañana vamos de viaje.

—¿Vamos? ¿Iré contigo?

—Si.

Estamos en... Pregunto a Dante. Estamos en el aeropuerto y el corazón late desbocado. Tengo pánico. Yo creía que la manada era gigantesca, pero aquí y sin conexión hay más... Vuelvo a preguntar a Dante. Humanos. Son humanos igual que mi familia. Humanos que me ignoran, aún así hay mucha gente y somos custodiados por varios lobos mientras el líder va tapado al completo.

Según él es malo que descubran su presencia por los fans.

Los fans son individuos que lo aman mucho. Los que siguen su música con mucho amor, corean su nombre en los conciertos, le lanzan bragas y que estarían dispuestas a ser madre de sus hijos, al menos las mujeres. Los hombres no tienen hijos porque es antinatural, solo pueden las mujeres.

Los hombres follan con las mujeres. Mujer y mujer es medio aceptable, hombre y hombre es estar enfermo. Una vez lo dijo Matteo. Y yo le doy la razón porque nunca me gustó lo que hacía Agus.

Dante se para frente a una chica tras... Un mostrador. Otra palabra nueva para mi corto diccionario. Eso me alegra.

Muestra dos tarjetas y señala una con mi foto, para ser más preciso señala dos de los tantos dibujos que hay.

—Alessandro Santoro —dice.

—¿Mi nombre?

Explica que la utilidad del plástico es identificarse. Cosa que no comprendo, al igual que no comprendo porque la gran mayoría de los humanos no saben de la existencia de otras especies con el mismo nivel de razonamiento. Me lo dijo Dante. También que los humanos son la especie mayoritaria y que por nuestra seguridad nosotros no contradecimos a la estupidez humana.

Entramos en las pistas. Según Dante las pistas son necesarias para que los aviones despeguen, en otras palabras, que se desenganchen del suelo y que vuelen igual que los pájaros. El tipo de pájaro de hierro que nosotros usamos es un jet privado. Exclusivo para nosotros. El mismo que usan en las giras.

Dante se ríe de mí cuando grito al despegar.

Todo se vuelve pequeñito, muy pequeñito. Y mientras lo hace en lo único que pienso es que la comida está ahí abajo, lo pienso antes de que Dante abra el equipaje de la comida basura. Mi comida favorita.

Comparto todo con él y los lobos que nos acompañan, a ellos solo les estiro la mano con la comida y regreso al lado de Dante.

Estamos en el parque de Barcelona.

La abuela se quedó corta al decir que las casas eran más altas que los árboles, yo hubiera dicho que eran más grandes que las montañas. Además, también hubiera mencionado el ruido y que, en general, son estresantes. Y por último está el idioma que me impide entenderlos.

Dante no me ha dicho que hacemos aquí, pero viajar no me está gustando y ya quiero regresar a la cabaña.

—¿Recuerdas lo que te pedí?

—Que no diga quien me salvó.

—Aunque puedes decir que fueron licántropos. Lo único que no quiero es que identifiquen la manda que lo hizo, pero si mencionas que fueron hombres lobos harás que nos veamos más fuertes.

—Sois muy fuertes.

—Gracias.

—Pero yo no entiendo muy bien porque lo he de esconder. Yo estoy feliz de vosotros y los Santoro debieron avisar a La Orden.

—Ellos permanecerán callados, ni siquiera te buscarán. Al fin y al cabo eres el secreto que los podría destruir. Si La Orden supieran de tú origen dejarían de respaldar a la familia italiana.

—No quiero problemas, yo solo quiero vivir.

—Y vivirás bien. Te lo prometo.

Una pareja discute no muy lejos de nuestra posición. Una chica rubia y uno rubio tatuado que pone los ojos grises al cielo. La que grita es ella, mientras que él lo que hace es suspirar intenso.

—¿Quieres un helado?

—¿Qué es eso?

—Te gustará. Voy a por él —me da una mochila y promete: —Espérame aquí. Será solo un segundo.

El tiempo pasa y Dante no regresa, llega la noche y Dante sigue sin aparecer, llega el día y aún no ha regresado Dante. Durante la espera me entra hambre, hambre que solvento con la comida que hay en la mochila, también hay ropa, un móvil que no se usar y la tarjeta de plástico con mi nombre.

Las personas vienen y van, ninguna cara es igual a la de ayer, menos el rubio que hoy aparece sin la gritona. Se sienta a mi lado. Saca algo del bolsillo que se mete en la boca y produce humo. Toso a consecuencia de él.

El chico me observa y me pongo nervioso. Hay algo en su forma de mirarme que me tensa y no me deja respirar hasta que se va.

Pasa otro día.

Dante sigue sin aparecer y me he quedado sin comida, de momento soy capaz de aguantar.

Hoy el rubio me mira desde otro banco. Tiene algo grande que cubre sus orejas. Se pasa mucho más rato que ayer, incluso llega la noche y sigue. Creando humo y metiéndose algo por la nariz. Me incomoda que esté ahí.

Otro día más.

Aún puedo aguantar sin comer. Un poco. Solo un poco más.

Dante tiene que estar por llegar.

El olfato es el primer sentido que se agudiza. Huelo rico. El olor proviene de un cubo de metal que está plantado en una esquina del parque como si fuera una planta, hay más como él. Todos desprenden olores diferentes pero el que me gusta es el que está delante de mí.

Tras meter la mano consigo la mitad de una rosquilla. Hay pegado en él lo que tira el rubio cuando acaba de sacar humo. Me lo como de una. No tiene el mismo sabor que los otros. Estoy algo triste.

Hoy el chico no aparece.

Sin embargo, vuelvo a estar feliz. He descubierto que a los humanos les gusta lanzar comida en cubos de metal. Tengo el estómago lleno. Creo que es su forma de compartir.

Sobrevivo otro día sin rastro de Dante, ni del chico. Aunque este último vuelve a aparecer al siguiente día.

Vuelve a sentarse conmigo.

—Hueles a pura mierda —habla, pero no lo entiendo. De su mochila me da un paquete plateado —Come —al ver que no hago nada me lo quita y baja lo plateado, es pan con algo más. De regreso a mis manos lo parto y le ofrezco —Es para ti. Aprovecha que no tengo más.

¿Por qué me rechaza?

Soy un buen chico. Lo quiero ser.

Al no aceptar decido no comer. Si él no come, yo no como. Mi decisión parece que lo hace cabrear, y quisiera comprender la razón, pero la diferencia de idioma me impide saber que hago mal. Finalmente, acepta su mitad. Ambos comemos.

—Soy Hugo —¿qué es un Hugo? —¿Entiendes algo de lo que digo? ¿Acaso eres sordo? —de pronto hace gestos lentos y raros —Me lo estás complicando y me siento payaso —se señala el pectoral —Hugo. My name is Hugo.

Intento hablar sin que salga nada de mi boca. Quiero que sepa que no lo entiendo, sin embargo, vuelvo a padecer el mismo problema que tuve con la manada al tratar de comunicarme con ellos.

—Te follaré tan duro que aprenderás a hablar.

—¡Hugo! —tapo las orejas tras el horrendo chillido de la gritona —Hace rato que te estoy espiando en casa. Ya te hacía con la boca de mi hermana ahí abajo.

—Otra vez —el chico inspira. Aparta la mano de mi oreja y pega su boca, susurrante —Algún día despertaremos y la habré matado. Ese día me voy a dar un homenaje contigo, cachorro.

Ojalá lo entendiera. Parece importante.

A los siguientes días me alimento con más comida compartida de los humanos, sin embargo, el estómago ya no le es suficiente.

Durante este tiempo me he acostumbrado al idioma. Ya puedo entender a los humanos de este lugar. Más o menos. Conceptos básicos. Por ejemplo, cuando dos se encuentran usan "hola" para saludar.

El chico no ha vuelto desde que se fue el otro día con la gritona, Dante tampoco y me preocupa. Quizás debería moverme. Tal vez haya tenido un accidente y necesita mi ayuda urgente.

Soy un mal chico al no hacer nada.

Mamá no estaría feliz.

Salgo de la zona segura. Me adentro en el bosque de ladrillo con la esperanza de encontrar a Dante. El ruido aquí es más fuerte y el olor me repugna, principalmente, el del humo que producen los coches. Ni siquiera me agradan los que manejan. La gran mayoría me insultan.

—¡Está en rojo, imbécil!

¿Qué está en rojo?

Uno de ellos me embiste a varios metros. Los humanos gritan mientras que quedo tendido al suelo. Me duele. Mucho. No entiendo porque me ha atacado, yo no me estaba metiendo con él. Yo intento ser un buen chico.

¿Cuál es mi error?

Se acercan algunos de ellos y el corazón me duele con miedo. Ellos tienen planeado encerrarme. Volveré a sufrir.

Huyo antes que eso ocurra.

Escondido en un lugar oscuro espero que nadie me encuentre mientras que el dolor se vuelve más intenso. La sangre ha estropeado la ropa y me molesta, era la última camiseta de Dante. Tendría que haberla cuidado. Eso es lo que hubiera hecho si fuera un buen chico. Empiezo a creer que no lo soy, que nunca lo fui y que mi familia tenía razón al decir que era un monstruo que nunca tuvo que existir.

Estoy llorando hasta que el hambre me reclama.

Asomo la cabeza y estudio lo cercano.

Hay mucha comida. El que más me llama la atención procede de un lugar en que los humanos salen cargados con bolsas de ella. Sé que por cantidad es ahí donde debo ir a comer. Tengo una herida que cerrar.

Los humanos despejan el camino. Les asusta mi aspecto, no entiendo muy bien el porqué, no estoy transformado y mi figura es igual que la suya.

Entro en la casa compartida y lloro de felicidad al ver estantes llenos de mi querida comida. Corro a por ella. A por la comida basura. Están envueltas con una cosa transparente sin olor. No le doy asco. Es raro pero comible, me gusta más que la de los cubos para compartir.

—Deja de hacer eso. Y acompáñame —me dice un hombre.

Entiendo lo que quiere. Atrapo la siguiente rosquilla y la parto por la mitad, ignorando que lo transparente se caiga. Está más delicioso sin él. Ofrezco el dulce como un buen chico.

El hombre dice a una chica que llame a la policía. Sé que es llamar, lo que no sé es que es policía. Muy pronto lo descubro y lo odio.

He vuelto a los días en que estaba encerrado.

Doy pelea a los barrotes, aunque no estoy solo, también hay otros encerrados que deben estar como yo. Ellos ya se han rendido, tanto que no paran de burlarse y llamarme loco por tratar de romper los barrotes. Por otro lado, los policías dicen que me detenga o será peor para mi. Sin embargo, es imposible que eso suceda.

Un hombre, el más mayor y que tratan con respeto, se acerca a la jaula.

—¿Algún familiar que pueda llamar?

—Comisario, él no dice nada.

No es mi culpa, es que no me sale la voz.

—Él debe tener un nombre.

—Alessandro. Eso pone en el carnet. Aunque no podemos estar seguros, hemos comprobado la dirección y es falsa.

—Comprobémoslo —me mira fijamente y dice —Alessandro, si ese es tú nombre asienta de cabeza —asiento —Ahora sabemos que nos entiendes. Veamos, si es sí vuelves a asentir y si no niega. ¿Algún familiar o amigo al que podamos contactar? —niego —¿Y la sangre de quien es? —me señalo.

—No está herido —lo estaba.

—Ambos conocemos a un hombre que se regenera. Así que no me vengas con esas —el otro agente suspira y el mayor prosigue: —Te voy a dejar ir. A cambio tú me prometes que evitarás los problemas.

Asiento feliz.

Las siguientes semanas ir al calabozo se vuelve una costumbre mientras que en mis robos he aprendido que lo transparente no es comida, me lo dijo el comisario que siempre me deja ir a las horas.

Me hace prometer que seré bueno, yo acepto, pero cuando el hambre aparece no puedo cumplir la promesa.

Ha dicho que tengo muchas causas pendientes. Que los establecimientos me han denunciado y que deberé responder ante la justicia. A pesar de mi falta de comprensión creo que es algo malo.

—Eres un caso perdido —dice, mientras que doy giros con la silla. Hoy me ha pedido que me quedará después de liberarme —Pero al fin he podido contactar con el único que te puede ayudar. Él cuidará de ti —me quedo quieto —Con él no deberás preocuparte. Te dará una buena vida y se encargará del juicio, tiene mucha experiencia ayudando a los demás, hasta me ayudo a mi.

La puerta se abre dejando pasar a tres hombres, dos enormes y un tercero en traje que no para de llorar.

—Nana me gritó feo.

—Hace semanas que te busco, amigo. De no ser urgente te hubiera dejado al margen con lo que pasó, pero él no es humano y tú eres un experto ayudando a causas perdidas —mantiene la distancia con él, aún así entrega una servilleta a uno de los grandes y este se la da al hombre —Por favor.

—Vale —deja de llorar —Pero no vuelvas a llamar a Nana. Me da mucho miedo cuando se pone brava.

—Es este chico.

El comisario vuelve a usar uno de los hombres grandes para que el hombre reciba mi tarjeta de identificación que dura en sus manos lo que tarda en pronunciar en voz alta mi nombre:

—Alessandro Santoro.

El hombre recupera las lágrimas mientras me observa un momento, al otro estoy atrapado entre sus brazos. Llora más fuerte que yo.

—Alessandro. Yo soy Enzo. 


****

He tenido que cortar por la mitad porque entonces iba a tardar una semana más en escribir el resto. Y mira que llevo 6.500 palabras. En fin, Alessandro me duele, en una gran parte del capítulo he sentido que escribía los sentimientos de un perro que ha sido abandonado por su dueño.

Si por costumbre es nuestro chikito, este es otro nivel. 

Oh. Esperen. Y llego el padre. 

(SI OS ESTÁ GUSTANDO LA HISTORIA NO DEJEN DE APOYARME DEJANDO SU VOTO, ME AYUDAN MUCHO)

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