056 - EL HUEVO
CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS
DEREK SALVATORE
TRES AÑOS ATRÁS
ABRIL
Estoy ansioso por la llegada del pájaro. Tengo un plan al que no puede negarse. No obstante, antes de que aparezca, tengo que deshacerme del bulto sospechoso que le ha salido el sofá.
Ronca tras otra noche de fiesta.
Salir a emborracharse se ha convertido en una rutina. Mínimo una vez a la semana. Cosa que me produce hinchazón en los huevos. No porque no me considere, aborrezco esas gilipolleces, si no que me cabrea porque cada vez que sale incumple su promesa de cuidar a Soraya.
A tragos no se encarga de su seguridad. Menos cuando pone kilómetros de distancia. Como el día en que despertó en costa italiana cuando mi preciosa amiga estaba desatendida mientras dormía en su habitación.
¡Tendría que cuidarla hasta de las pesadillas!
—Gunther —ni reacciona, parece un cadáver.
Estudio la singularidad de su vestuario. La primera vez que lo vi en kimono pensé que había ido a una de esas fiestas temáticas, pero, con la repetición, lo descarte.
Vuelvo a llamarlo y jadea adolorido. Insisto. Le tiro de la manga dejando al descubierto el hombro, descubriendo una segunda singularidad, un moratón más negro que el carbón. Completamente atípico para él.
Sus estúpidas noches están repletas de peleas.
Alcohol y peleas.
Decepcionante.
—Gunther.
Agotado de su educación lo lanzo al suelo, pateo sus costillas y me maldice aún con los párpados bajados. Las quejas se las puede meter por el ojete, lo mismo para las miraditas sádicas y los reclamos.
Joder. Yo no hago tanto drama cuando me vacía el cargador de una Compact de 9mm. Ni cuando me corta. Y no hablemos de las amputaciones.
Si no puede regenerarse que se joda.
Terrible amigo.
—Es Hugo —le doy otra patada y con gusto. Por todas las que me hace pasar —Pegas como nena, estúpido. ¿Cuándo memorizarás el puto nombre que tú mismo me pusiste?
—Me esfuerzo.
—Esfuérzate más —empuja su cuerpo hacía arriba y hace un nuevo nudo al kimono. Espero que lleve algo debajo —Tengo una idea que tal vez ayude, tal vez no. Ese ya es tú problema.
—Dila y esfúmate.
—Un por favor estaría bien.
—Te confundes de hermano.
—No lo ves como un nombre, si no como un apodo —a veces le da por decir más estupideces de lo normal —Un apodo es irrelevante aunque se ofrecen a personas que aportan significativamente. Puede que quieras a dicha persona o puede que te importe una mierda, pero le das un apodo.
—¿Qué lógica es esa?
—Ey, cabrón. Aporto más que tú.
—Yo también sé decir estupideces.
—Veamos el talento —ahora, precisamente ahora mismo, no tengo inspiración para gilipolleces —Recuerda el momento en que pensaste el apodo. Como te importo más que tú vida sé que te esforzaste...
—Ni tanto. Use una página de nombres al azar.
—Serás cabrón.
—Lo primero que salió.
—Si, bueno. Lo que digas. ¿Cuál es mi nombre?
—Gunther.
—¿Y el apodo?
—Gilipollas —sonrío arrogante y dando la cara, porque como me gire me apuñala sin contemplaciones —Lárgate, Hugo. Mi pájaro está por aterrizar. Y como te encuentre nos amputa a los dos.
—¡Aleluya!
—¡Qué te largues, hostia puta!
Al poco de que se vaya, cumpliendo la predicción, entra Soraya triunfante mientras que reparo en su boca. En los labios que me besaron. Mi primer beso. Lo de Hugo no cuenta.
Reclamo una segunda oportunidad.
Quiero un beso porque mi corazón lo anhela, porque una mocosa de quince años me ha conquistado y no se quita de los pensamientos. Pero no. He de ser el gilipollas fingiendo que nada ha pasado, que le contenta con un puñetero saludo de mano agitada, al menos ya se ha recuperado.
Se adueña de la comida. De la misma forma que tiene mis pelotas envueltas en una soga apretada.
Quiero ser más que su mejor amigo.
Igualdad de condiciones.
Quiero que se enamoré de mí. Ya que resulta que el beso no es una confirmación fiable. El buscador dice que existen muchos motivos para besar a alguien y no forzosamente tiene que ser amor. Se dividen en dos grandes grupos. Puritanos y pecaminosos. Apestan los dos.
—Tienes el sábado ocupado —le informo.
—¿Sábado? Creo que no.
—A las diez.
—No.
—Es innegociable.
—¿Tú ves algo aquí? —se señala el cuello y veo, veo las próximas marcas que dejaran mi boca. El sexo es descartado. Es muy niña y es jurado. Pero besar su piel no es sinónimo de follar —¿Algo como un collar de perro? ¿Sabes por qué no? Exacto. Porque no soy tú perra.
—¿Podrías venir conmigo el sábado, pájaro de mierda?
—Las diez es una hora perfecta.
Estamos en la parte trasera de la mansión de Máximo, concretamente, en la división invisible entre el jardín y el bosque. El clima es favorable. Sol con ligeras nubes. Equipado para la ocasión.
He compartido la mitad de mi plan con Soraya, ya que la continuación se la haré saber cuando terminemos la primera parte. Así que, para lo que le representa a ella, esto es una excursión de senderismo. De un o dos días. Claro que ese detalle tan y tan pequeñísimo no se lo he dicho. Igualmente una vez iniciemos no podrá escapar.
—¿Lista?
—¡Lista! —grita entusiasmada.
Espero que le dure.
Iniciamos la sumergida al bosque con todo a favor. Estudio sus pasos, sus emociones. Me aseguro que no tropiece, ni caiga, pues el terreno es irregular y no hay lujos para un percance. Son hectáreas y hectáreas las que recorrer. Sin embargo, a escasos metros del punto de salida, se sienta en una roca y hace uso de sus muecas.
—Cansada —manifiesta perezosa.
—Hemos caminado menos de cuatro minutos contados —digo, revisando la hora.
—Muy cansada.
—Muévete.
—Exageradamente cansada, mejor amigo —intercambia la roca por el suelo.
No sé qué es peor. Si el que me haga tan temprano la rabieta o que use la puñetera palabra que me encasilla. Aspiro más que un mejor amigo.
—Iré solo.
Avanzo un par de metros cuando se añade peso extra al equipaje. Y, podría quejarme por montarme, pero solo un loco se quejaría cuando nuestros cuerpos están tan cerca que huelo su perfume. Vainilla.
Continuamos la aventura.
Se emociona por todo. Señala y grita, a pie de mi oreja. Erróneamente le pido que baje el tono. Grita más. Mañana cuando maldiga la afonía pienso reírme por someterme a sus chillidos.
Solo paramos para comer.
Superamos las ocho horas desde que iniciamos. Son las seis y pronto anochecerá, así que acelero. Apenas hemos recorrido un treinta y nueve por ciento de los terrenos Salvatore. Muy por encima.
Tardaremos más de dos días.
Siempre he sabido que la extensión era enorme, pero nunca me había parecido tanto cuando iba de la mansión a la cabaña, y viceversa. La cabaña, al principio no eran más que cuatro tablones, hoy en día, tras años dedicados a su construcción empleando solo mis manos, es un refugio envidiado. Mi rincón de paz. Pero, ahora, visualizando más allá del presente, resulta insuficiente.
Soraya se descuelga.
—¿Ocurre algo?
Trato de descifrar el azul y creo que el acertijo ha sido resuelto. La brisa es suave, se respiran aires hogareños. La naturaleza habla. Árboles sacuden las hojas, el agua corre próxima y la tierra es amable.
Oigo niños en mi cabeza.
El futuro.
—Me gusta aquí.
—Pues aquí será.
—¿El qué?
—Mi hogar. Estaba pensando que podrías ayudarme a planificar la construcción y el diseño. También que deberías vivir conmigo —hago una pausa reflexiva y corrijo el primer punto —Nuestro hogar.
—¡Un huevo!
¿Qué?
Tengo que tener cara de gilipollas. Llevo días pensando en nosotros y el futuro, prácticamente, desde que me besó y me rendí a los evidentes sentimientos. Y, como resultado, me he llevado la ignorada del año por...
¿Por qué?
¡¿Por un puto huevo?!
Un puto huevo caído del nido y único superviviente, ya que los demás están rotos alrededor.
A medida que se acerca a él, también lo hace una culebra, la cual recibe un pisotón por parte de mi pájaro y tengo que ser veloz para que no la muerda. Recibo el mordisco en su lugar.
Detesto mi existencia.
Frustrado, antes de que la serpiente vuelva a atacar, la hago volar de una patada a un lugar muy lejano.
Soraya no se preocupa ni un segundo de mi. Ni lo más mínimo. Demasiado ocupada alzando el huevo que reventaré. A Pietro le doy un pase, pero no puede ser que un huevo sea más importante que yo.
—¡Suelta esa mierda!
—¡No! —huye.
—¡Una serpiente me ha mordido!
—¡Te jodes!
Tengo que perseguir a la consentida. La muy hija de puta resulta ser más rápida que yo. Incluso la pierdo un par de veces. Aparece, desaparece. Usa los troncos para esconderse y asomarse con muecas.
Asquerosa, mentirosa y pájara.
Tiene sobradas energías después de haber sido su caballo por horas. Me ha usado e ignorado. Soporto sus burlas.
Un disparo y adiós a la pesadilla.
Odio mi estúpido corazón.
¿Por qué la eligió?
¡¿Por qué?!
—¡Está anocheciendo!
Vuelve a asomarse. Me observa, luego al huevo que sigue intacto, solo hasta que retire la mirada de él. Cenaremos tortilla. La venganza será servida con patatas y pimientos asados.
—¿Jugamos a papá?
—¡¿Cuántos años crees que tengo?! —me limita la paciencia.
—Cierto. Eres muy viejo. Mejor juego con Pietro.
No, con el mocoso no.
—Juego.
Sabiendo que a la mansión no llegaremos, la llevó a la cabaña, mi primera y única invitada.
Pega el culo al sofá sin quitar el ojo del huevo. A mi declarado archienemigo. Seré el padre que se le caiga al hijo de la cuna. Ganaré. Recuperaré la atención de Soraya retomando el asunto de la casa, ansioso a que le dé el visto bueno y quiera tener un futuro a mi lado.
—¿Cómo se empolla un huevo? —pregunta con ojos brillosos.
—Yo me encargo.
Investigo todo lo referente, ordeno la compra inmediata de la incubadora y su entrega en una hora. Dicho y hecho. Una hora después, la puñetera incubadora estorba dentro la cabaña. A capricho de la cría en la habitación.
Finalizo la instalación y lo mete.
Los huevos que debería manipular son los míos.
Joder, mierda.
¡Tiene quince!
—Tengo hambre.
—Ni en tus sueños hago la cena.
Hay algo en sus expresivos ojos que me esclaviza a cumplir el capricho de su cena. Casi podría jurar que el cuerpo y la cabeza no pertenecen al mismo dueño, pues el cuerpo se mueve a la cocina sacando los ingredientes. Es el impulso del corazón.
Nunca imaginé que iba a nombrar tanto ese órgano.
Hago algo simple y superior a cualquier comida suya. Le doy el plato mientras está embobada con el estúpido huevo.
—¿Cómo está el mordisco?
—Bien.
Abandonada la comida para hincar las rodillas al suelo y frente a mí. Y yo juro. Joder, claro que juro. Juro que algún día, en unos años, volveremos a estar en está situación, no para revisar un mordisco, si no para... Alto. Santa mierda. Estoy enfermo de pensamientos lujuriosos.
Es una fruta inmadura, aún así tengo el atrevimiento de fantasear en un delirio que no me hace mejor que Enzo. A mi esto no me pesaba. Nunca, ni un mísero pensamiento sobre el género opuesto y una cama.
Soraya me enloquece.
—¿Te la chupo? —pregunta sugerente.
—¿Qué dices? ¿Cómo dices?
El calor es tan elevado y asfixiante que termino quitándome la camiseta sin considerar lo que piense de mí. Culpa suya. De la chica que sonríe con picardía y humedece los labios, dejando un ligero rastro brillante.
Me urge esa boca sobre la mía.
Descubrir el sabor, experimentar el choque de lenguas y dejar una bonita marca que la haga sentir mía.
—Hay serpientes que tienen veneno —como mi polla.
—Estoy bien.
Estoy bien jodido.
Pongo distancia porque quiero sobrevivir, respetar su inocencia y cumplir la promesa a Adrián.
—¿Quieres algo de beber? —yo, no, pero necesito escapar.
—Antes has dicho algo de una casa.
¿Y ahora refresca la memoria?
Que oportuna.
—Construiré una casa para mí. Si te aburres puedes participar en el proyecto con tu opinión. Aunque no pienso hacer caso al gusto de un pájaro de mierda que ni sabe cocinar —arrastra las manos al pecho y abre la boca —Escuchaste bien. Tú comida es asquerosa.
—Te la comiste.
—Porque hay otra cosa peor que esa basura.
—¿Qué cosa?
—Es personal.
No me rebajare. Una cosa es saberla y otra proclamar en alto que muero si su rostro le cubren las lágrimas, que soy incapaz de no cumplir sus caprichos por el sueño de sus sonrisas.
¡A la mierda!
No soy un cursi.
—Entonces no opino.
—Perfecto.
¿Me podría ir peor?
De la habitación al minibar del salón a por un trago de grappa mientras que la madre custodia al huevo como si fuera abrirse ya.
Vuelvo a subir muy entrada la noche.
Soraya duerme cara a la incubadora.
Me quito los zapatos, entro en la cama y nos cubro con la nórdico, seguidamente, la abrazo contra mi. En sueños también sonríe.
Al intruso le advierto:
—Exterminare tú especie como la decepciones.
El domingo lo pasamos encerrados. Seré más precioso. Ella se lo pasa encerrada vigilando al dichoso huevo mientras yo vuelvo a la ubicación donde será construida mi vivienda. Un día ese mi se transformara en nuestra. Tengo esperanzas impuestas por una niña. De una familia. Casarme. Tener hijos. Darles la buena crianza que jamás recibí de mi padre.
Celebrar cada fiesta del calendario. Incluso las inventaría.
Soy capaz de lograrlo.
Solo necesito un si.
Lunes, siete de la mañana.
Hay riesgo de que Soraya se despierte a causa de una llamada procedente de su móvil. Compruebo quien es y decido actuar. Saliendo de la cabaña, contesto:
—Hola, papá.
—¿Cómo que hola? —a continuación, procede la riña —¿Dónde está mi hija? Irresponsable. Tienes veintisiete años. Aunque supongo que contigo no podemos contar con ese factor debido a tú inmadurez.
—Estamos en el bosque.
—Tiene clase.
Cierto. Se me ha pasado por alto. Soraya, aunque no lo parezca, ya que pasa mucho tiempo en mi empresa, sigue yendo a clase. Vuelvo a ser inocente en el asunto, pues culpable el tiempo, la medida que le gusta vacilar corriendo en minutos cuando el pájaro está conmigo.
—Tiene una explicación.
—Que sea convincente o dimito —idolatro a este hombre y sus amenazas —¿Sabes lo importante que son los estudios?
—Desde luego. Tengo carrera y master —y con la máxima puntuación —Veamos cómo lo explico. Soraya vio un huevo...
—¿Cómo qué vio un huevo?
—Si, un huevo. Y lo agarro.
—¡¿Cómo que te agarro un huevo?! ¡Ay, Sara! ¡Infarto!
—No mis huevos, sino un huevo. De un pájaro —imito lo que creo que es una urraca. Tiene que calmarse. Vamos, joder. La agitación se pausa, momentáneamente —Tu brillante hija tiene un defecto cerebral. Quiere empollar un huevo caído del nido. Y, bueno. Estamos en ello. Ya sabes lo caprichosa que es.
—Eres el culpable de dicho comportamiento.
—Ya venía defectuosa de fábrica.
—Desde el primer segundo no te has negado a ninguno de sus caprichos. Así que de culpable solo estás tú.
—¿Alguna vez le has dicho que no?
—Centrémonos en ti.
—Entiende que estoy en tú misma posición. Que cualquiera que cae en la trampa de su mirada se convierte en esclavo. Esos ojos azules son hechizantes.
—Y muy bonitos.
—¿De quién los sacó? Está claro que de sus padres no.
—Tiene que ir al instituto —vuelta a empezar.
Soraya sale de la cabaña habiendo usurpado una de mis camisetas de traje y frotándose las lagañas. Le cae un hilo de baba. Toda perezosa, despeinada y más dormida que despierta. Una exquisitez.
Tapo el micrófono y le pregunto:
—¿Quieres ir al colegio?
Sus pupilas caen al brazo que fue dañado, arruga la nariz que quiero mordisquear y cambia de tema. Acorde a la reacción aún piensa en el ataque, en el agresor o múltiples de ellos:
—¿Mi desayuno?
—Termino la llamada y voy —vuelve a meterse adentro —Malas noticias —buenas para mi —No quiere ir. Es inapropiado, lo sé, pero ahora creo que lo del huevo es una excusa para alejarse de las clases una temporada. Alguien la dañó y ese alguien le causa malestar.
Negociamos un descanso para Soraya. Los dos sabemos que no necesita ir estrictamente a clase para aprobar, que sus notas dan para la media, aún así coincidimos que no debe perder un examen. De su parte, hablará con el centro por el acoso escolar y tratará de que le retrasen las pruebas. Por mi parte, cuidaré de Soraya. Y, sin decirlo, voy a pisar cucarachas.
Al cortar escribo a Máximo para que me traiga un portátil con el que trabajar y provisiones para una semana.
Mientras desayuna soy incapaz de pensar en otra cosa que los hijos de puta que me la dañaron. Necesito nombres. A los puñeteros culpables. Al que atacó y los que aplaudieron.
—¿Quién fue?
—¿Eh?
—El que te atacó.
Se repite la misma conversación que acaba en un callejón sin salida, ella mintiendo y yo insistiendo. Hasta que su mirada se encharca. Nunca acaba de llorar frente mía porque huye antes. Sin embargo, estamos en mi territorio, así que antes de que escape la retengo de la muñeca.
La abrazo sirviendo de refugio. Y llora. Llora quemando mi corazón, llora animando mis ganas de matar.
—Solo pido un nombre —responde negativa de cabeza. La rabia me consume, no puede ser tan complicado obtener el nombre, pero parece que vuelvo a fallar sin la respuesta —Apuntalo en un papel.
—Quiero ir con nuestro hijo.
Que bien suena esa unión de palabras.
Hoy un huevo, mañana esperemos que un plumoso y en el futuro cuatro hijos a los que deleitar con nuestro afecto.
Cuando reacciono ha regresado al dormitorio.
Después de recibir el pedido y almacenar los bienes, me pongo a trabajar. No es hasta que el pájaro se asoma qué descanso.
Me entrega un listado de nombres, regresa con el huevo y yo vuelvo a molestar a mi hermano mayor.
—Tengo los culpables —los nombro, uno a uno, los vuelvo a repetir como si el problema con los nombres fuera suyo —Que parezca una accidente.
Trabajando, por la tarde, Soraya vuelve a acordarse de mi existencia. Se sienta al lado, se apoya en mi brazo y alarga una libreta.
—Quiero tú opinión.
Leo las primeras páginas mientras ella suelta todos los spoilers escritos y no. Narra la historia de un chico, en primera persona, con gustos simples porque recién ha salido de un pasado trágico. Ha vivido cohibido a causa de su familia religiosa. Ni siquiera le dejaban salir a la calle. Sin embargo, tras ser ayudado, ha logrado escapar, haciendo que ahora se tenga que adaptar a la sociedad. En el proceso conoce a un chico del que se enamora sin saberlo. Su amor es correspondido. La única pega es que el chico le han sometido tanto a la religión que cree que es enfermizo. También hay que añadir que la historia contiene una elevada dosis de sangre y vísceras.
—¿Qué te parece?
—Una mierda.
—No es para ti. Es para quien lo necesite.
—¿Entonces para qué me haces leer esta basura? —me muerde tras quitarme le libreta —¡Joder! Los pájaros no muerden, picotean. Compórtate como lo que eres. ¿Tienes otra cosa?
—No para ti.
—No quiero rogarte.
—Has dicho que es una mierda —llena las mejillas como ardilla. Otro animalejo que no es —Te burlas de mi gran arte. No leerás más. Estúpido, bambino.
—¿Son historias completas? —me interesa de verdad. Todo lo que la implique y haga me interesa.
—Tal vez.
—Me gustaría hacer la maqueta e imprimir un ejemplar de cada. Así siempre podré decir que fui tú primer lector serio —miro hacia la estantería vacío como si hubiera estado ahí para un gran propósito, propósito que he encontrado —Quiero leer lo que escribes. Te juro que tendrán un merecido lugar.
—Meditaré la respuesta.
Dos cortas semanas después tengo un diminuto, insignificante, del que no se tiene que hablar, afecto hacía el huevo. Nunca antes había pasado tantas horas con Soraya y es gracias a él.
Todos los días me levanto primero para ejercitar en el bosque, supervisar la preparación del terreno y hacer el desayuno a la consentida.
Después de una ducha y un cambio de ropa, trabajo como si estuviera en oficina mientras Soraya sigue durmiendo. Cualquiera pensaría que trasnocha, la realidad es que parece tener el cansancio de una embarazada en la recta final, aunque su único esfuerzo es mirar un huevo.
Se levanta a las doce a desayunar.
Ha creado una rutina. Casi siempre con el huevo, muy pocas conmigo. Comparte el avance de su escritura. Tiene ese estilo que emociona, que provoca que hasta yo pueda empatizar con el personaje, el cual llega a caerme bien, aunque es un efecto colateral de por quién lo creó.
Otra cosa que hacemos es el proyecto de la casa. La primera queja de la niña fue que era muy pequeña. Metros, metros; no dejaba de repetir. Así que, sin permiso alguno, tome más terreno familiar. Por otro lado, sigue pendiente la propuesta, más bien no acepto su rechazo. No vale que venga a visitarme mucho. Quiero anochecer sabiendo que está protegida y amanecer con la primera imagen de ella. Un desastre pequeño con babas que me fascina.
Este enamoramiento me tiene fatal.
A la tarde, solemos ir a pasear, a no ser que el clima no acompañe y nos quedemos mirando una película al portátil. El género predilecto es la acción y el suspense, pero no faltan las románticas, a las que, por razones obvias, les estoy cogiendo cariño a causa de su aportación. Más que pelis, son un manual de instrucciones, dando ideas de conquista.
Al irse al sol, llega la cena y la hora de ir a dormir. Reunidos en la cama conversamos hasta que se rinde al sueño.
Quiero comprenderla. Rechaza vivir conmigo, pero resulta que ya estamos conviviendo y nos va bien.
Envío un correo con las últimas modificaciones, percibo la hora y me extraña de la nula presencia de Soraya. Casi las una. Algo anda mal.
Acudo al dormitorio.
Centrada en la cama ha hecho un ovillo con el nórdico y ella dentro. Cuando la llamo agita el trasero, vuelvo a repetir y me invita a irme a un lugar del cual no pueda regresar con facilidad.
—¿Qué tienes?
—Monstruo. Soy un monstruo —solloza.
—Eso ya lo sabíamos —deslizo el nórdico descubriendo sus ojos irritados. Me mira un instante antes de volver a meterse y llorar —No sé que tienes, aún así para monstruo ya estoy yo —nada más lejos de la realidad. Me regala la visión de sus preciosos iris y sonrío —Dime qué le pasa al pájaro de mierda.
—Te burlaras.
—Quizás no. Solo lo sabremos si me cuentas.
Asoma la cabeza al completo y no sé de qué tengo que burlarme, más aún diré, su estado cubre los cupos de preocupación. Los labios con los que sueño han padecido un percance. Agrietados e hinchados, con manchas negras por dentro de la membrana que los envuelve.
Retrocedo mis intenciones de tocar cuando antes del contacto su expresión es el reflejo del dolor. Se queja y vuelve a introducirse en el ovillo.
—¿Qué les pasa?
—Delicados.
—Pero nunca pasó antes.
—Apareció tras besarte. Creo que me das alergia —no me jodas. Me mira desde el agujero —Tú haces pupita a mis labios. Feo asunto, bambino.
—Lo siento —no sé qué más decir.
—Mentira.
—Claro que lo siento. Estoy que muero por besarte —de apoco va saliendo y me centro en sus labios. Cada vez odio más el legado maldito. Ahora, gracias a ello, ni siquiera la podré besar. Tengo una vida injusta, no había razón para que fuera a peor —Cuando me besaste sufrí una caída del sistema. Quise corresponder. Aún así. Yo... Es que, en aquel momento...
—¿Quieres besarme?
—Sabes que sí.
—¡Pues no puedes! —de nuevo, acude al refugio y ríe como villana de un mal cuento. Me gustaría que compartiera la gracia. Tampoco se lo he de pedir, ya que, al cese de la risa aclara: —Tengo los labios pochos desde pequeña, tonto del culo. El problema es que se me ha acabado el bálsamo.
Algún día la mato.
—¿Qué ha sido eso de la alergia?
—Para que reconocieras lo idiota que eres.
Se me rompe la paciencia, la arranco del nórdico y asalto su cuerpo con un ataque de cosquillas. Sin piedad. Ignorando sus súplicas. Hasta que le duela la tripa. Son las consecuencias de su descaro.
Me detengo en una posición en que la podría besar. No obstante, entiendo que por el actual estado, besarle le dolería. Y no quiero que duela.
Suspendo las intenciones.
—Te conseguiré el bálsamo.
Controlo a distancia la preparación del terreno. Máximo está a mi lado.
Hoy es el último día de despeje, mañana llega el material e inicia la base de la próxima mansión según los planos aprobados por Soraya. Se han estipulado plazos. Ella los ha estipulado. La construcción finalizará en un año y medio, aunque a los seis meses ya podría vivirse.
—¿Cómo van las cosas con la pequeña?
—¿Cómo van las tuyas con la cucaracha pelirroja?
—¿Otra vez buscando donde no hay? Es mi hija, hermano.
—Es mi mejor amiga, hermano —le doy la misma respuesta estúpida.
—¿Y por eso la construyes una mansión?
—Es para mi.
—¿Qué hago aquí?
—Espero que lo supervises y hagas de intermediario, ya que soy un hombre más ocupado que tú.
Acepta porque sabe que estoy mejor que nunca. Además, conoce al jefe de obra por ser el mismo que le construyó la suya. Repasamos los planos, los plazos y acabamos de debatir los materiales. No admito otra cosa que lo mejor. A continuación, sin dar pie a preguntas, me largo. Aún tengo que hacer el desayuno.
Camino por el bosque pensando en el plato cuando un grito horrorizado activa las alarmas. Me precipito a llegar a la cabaña, saco la pistola, sin señales de Soraya, hasta que vuelve a gritar y derribo la puerta del baño.
Está descompuesta. Vestida con otra camiseta usurpada y nada más, pues la braguita está manchada de sangre en una esquina.
Guardo el arma.
Grita histérica, grito imitador, gritamos para el manicomio.
—Tus intentos de matarme de un infarto no funcionarán. En fin, ¿necesitas compresas?
Incomprensiblemente, llora. Igual no entiendo porque gritaba. Debería estar acostumbrada, una vez al mes, a sangrar como una cochino degollado por su pequeño coñito.
La única víctima aquí es la braguita. Y es reemplazable.
Soraya balbucea.
—No hablo pájaro.
—Es que...
Le da hipo.
—¿Qué compresas usas? —grita a ensordecer, la silencio y recibo el mordisco de una mala bestia —¡¿Qué puta neurona se ha muerto?! ¡Intento ayudarte! ¡Solo dime qué cosa usas en tú coño!
—¡No sé!
—¡¿Cómo qué no sabes?!
—¡Es que nunca había pasado! —me golpear la cabeza, una y otra, le empeora el berrinche y recojo toda la paciencia global —¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota! ¡Hazte responsable!
—¿Es la primera vez que la tienes? —bajo el tono.
—¡¿Estás sordo?!
Soy expulsado del baño, casi también de la cabaña, aunque es casi porque no se digna a salir del lavabo. Encerrada con cerrojo.
El pájaro está furioso causando problemas a los que yo debo poner solución como su... Ah, no. Ni loco. A la mierda la amistad. Esa palabra no la emplearé. Amigo. Me cago en el insulto. Soy aspirante, luchador.
Acudo a la Biblia en la red.
Ordenó los suministros necesarios para que podamos sobrevivir los siguientes días sin que el período nos devore. Hay información a la que temer. Uno afirma que las mujeres se vuelven demonios ensangrentados, otro que para exorcizar a las parientas se necesitan kilos de chocolate... Consideraría que estoy apunto de vivir una pesadilla si no fuera porque hay quien les contradicen.
Recibida la entrega voy a picar en la puerta del baño.
No responde.
—Se está abriendo el huevo —ni con esas. Recurro a la vía que más se repite como la más inteligente. El asqueroso chocolate —¿No quieres ver lo que tengo? Es dulce y empalagoso, dispongo de kilos —saca el brazo y se lo doy, vuelve a encerrarse —Deberás salir para más.
Alrededor de la media hora, milagrosamente, sale. Gira la cabeza hacía un lado, hacía el otro y se sonroja al ver el chocolate en mi mano. Acecha como un ave de presa. Cuando decide atacar, falla en su misión, ya que la altura es su mayor desventaja y yo puedo levantar el brazo por horas.
Es pesada hasta que le habló de la menstruación. Su rojez aumenta, más cuando le muestro el catálogo de compresas sobre la mesa, explicando las características particulares de cada una. También hay tampones, aunque no son de mi agrado. Me resultan muy intrusivos.
Se hace con una braga, la compresa ultrafina y corre a realizar sus cosas de chica, aunque a mis ojos debe seguir siendo una niña. Exactamente, por dos años y seis meses.
—¿Aún quieres chocolate? —le cuestiono cuando regresa.
Abre los brazos y le doy lo que busca, un abrazo.
Si mi ley es consentirle, por estos días, seré peor. A mi no me salen los no que me ha dado la sociedad durante años.
—Gracias.
—Todo por el pájaro —le beso la coronilla.
Cumplo sus caprichos todo el día.
Por la tarde, a diferencia de las otras veces, el portátil que reproduce la película está sobre la mesa baja, habiendo desocupado el regazo del aparato para ser servido de almohada de Soraya. También la he tapado con mi chaqueta, aunque quería hacerlo con el nórdico, ella quería que fuera mi prenda, la cual huele, de vez en cuando, produciendo un agradable cosquilleo en mi.
Ni siquiera presto atención a la película. Estoy muy ocupado acariciando al pájaro, y no pienso detenerme, a no ser que quiera escuchar sus gruñidos.
—Me duele la rodilla.
—También se de eso —me ganó su atención. Si, soy más importante que la película y el huevo —Se ve que que la señorita roja le gusta ser cabrona y recordar viejas dolencias del pasado.
—¡Oh!
—Exacto, oh.
—Me fracture la rodilla esquiando —la observo, sin saber que creer y soy leído, ya que añade: —Mi papá estaba ahí. Se lo puedes preguntar a él.
—Tranquila, fiera —pido, si, pido permiso para dejar el trabajo de almohada un segundo y darle medicina para el dolor. También le traigo más chocolate —No dejes de abusar de mí, Bird. Que hoy soy tú siervo y parar lo que te duré esa terrible maldición femenina.
—¿Y si me dura para siempre? ¿Serás mi esclavo eterno?
—Tampoco abuses, pajarraca.
Mimo con la yema sus labios ya recuperados mientras se vuelve a centrar en la película, aunque no dura mucho.
—¿Qué haces con una pistola?
Mierda, se ha fijado. Creía que había pasado el detalle por alto.
—Un hobby.
—¿Es un hobby ir armado?
—Aprovecho cuando duermes para practicar.
—¡¿Mataste a los papás de nuestro huevito?!
—No.
Nunca he cazado en el contexto en que la sociedad se lo imagina cuando se emplea la palabra, aunque si he cazado humanos, cosa que es mal vista, sin embargo, lo importante aquí es que yo no he matado a los padres biológicos del huevo.
—¿Y Máximo?
Cabe la muy elevada posibilidad.
—Hagamos algo si te parece bien. Como eres pájaro declaremos en esta tierra la prohibición de la caza de aves.
—¿Entonces que cazará, Glaciar?
—¿Liebres? No sé. Discute con él.
—¿Y tú quién matas? —a quién te toque.
—Práctico con latas. El mundo informático genera sus propios enemigos. Si alguien intenta atacarme quiero poder defenderme.
—Yo también quiero —forma una pistola con los dedos y provoca mi sonrisa —Piu, piu, piu, piu. ¿Me enseñas a disparar?
—¿Qué obtengo yo?
—Un beso.
—Mejora esa oferta.
—¿Dos? ¿Tres? ¿Uno diario?
—Uno cada vez que llegues y otro para cuanto te vayas, siempre en la cuarta despedida. No bajaré de eso.
Aparte la chaqueta y sube en mi regazo, obtengo la repetición que he estado soñando desde la primera. Es lo más glorioso. Mejor que cualquier regalo. Suave y agradable. Sin embargo, listo para la ocasión, evolucionó el contacto en un gesto desbocado. Salvaje.
Beso guiado del instinto.
Saciando a la bestia.
Enloquezco a cada segundo. Infiltro la lengua, saboreo cada rincón de uno de los frutos prohibidos. Bueno. No tanto. Su boca es piedad. Un tentempié de lo que un día será un gran banquete.
¿Quién fue el insensato que prometió?
Fuí yo. El lado razonable. Estoy seguro que si le diera pie tampoco le haría gracia el beso. Es una niña.
¡No!
¡Una chica madurando! ¡Mi chica!
Amo. Y quiero que me ame. Yo creo que ya lo hace. No quiero ser el primer juguete de una larga lista. Es bonita, inteligente. Trágicamente, puede tener a cualquiera. Quiero ser ese cualquiera. Solo yo.
Después de veintisiete se me ha otorgado el mayor placer, aún cuando en el proceso me volví cabrón, desde niño hasta la adolescencia, fui lo que muchos catalogarían como ángel. Soportando la maldición, aguantando el rechazado. No obstante, esa época ha quedado atrás. Tengo la oportunidad de tener a la chica.
Al día continúo de que finalice el período, inician las clases de puntería y las de defensa personal. La segunda idea la cogió como la primera. Entusiasmada. Quiere ser fuerte. Y yo quiero que lo sea. Solo porque ella lo quiere, aunque es fundamental que por mi doble identidad ella aprenda.
Es mi debilidad. Y no soy idiota. Sé que los enemigos no dudarán en atacar.
Llegará un momento en que hable con verdad, en que le confiese los negocios ilícitos de la familia y la maldición, aún no. A falta de una reacción, a la cual tengo respeto, quiero seguir así.
Una semana desde el inicio de los entrenamientos, estoy sorprendido con los resultados. El nivel de aprendizaje es altísimo. Quizás podría rivalizar conmigo. Eso es mucho decir.
Los golpes son preciosos, la puntería perfecta.
Me genera incertidumbre. Como si hubiera recibido adiestramiento militar de antemano. Pero. No la visualizo como soldado. Ni por edad, ni por personalidad. Tampoco hay la opción de una maldición. Hugo ya lo descartó.
Es especial.
Empezando que su inteligencia es más que la de su edad, creo que el primer paso que debería hacer, si quisiera saber que tan especial es, sería realizar la prueba que detecta a superdotados.
Salgo de la ducha después del turno de Soraya. Estoy secándome de camino a pillar una bebida energética cuando inician los gritos.
Soraya tiene la mitad del cuerpo por delante de la barandilla que deja ver toda la estancia inferior desde la habitación.
—¡Bambino! ¡Bambino! ¡Bambino! ¡Bambino!
—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?
—¡Abriéndose!
Apresuro a subir los escalones, aunque me quedo en el umbral, pues me he informado y, lo primero que vea el ave, será lo que identifique como mamá. Cosas de la naturaleza. No le quitaré el puesto a mi chica.
Aprovecho la ilusión que irradia para conseguir un nuevo fondo de pantalla. Espero que reciba igual a nuestros futuros hijos.
Estará agotada tras parir, pero será feliz. Nada que ver con la puta que me parió y se suicidó en el paritorio, ni siquiera quiso verme. Al igual que los médicos, obviamente. Todo por la maldición.
Dudaría de la historia de haber sido contada por Enzo. Sin embargo, fue Nana. Hablar de ello le causa pena.
Ella me quiere. De haber sido mi madre, estoy convencido que no se hubiera quitado la vida. Afortunadamente, en aquella época, Enzo tampoco la hubiera considerado por ser mayor a él.
El polluelo se abre camino rompiendo la cáscara y descubriendo a su madre, la cual le da ánimos. Un águila.
Soraya babosa por él, pega la mejilla al cristal de la incubadora y les saco otra fotografía.
—Mi Odas ha nacido. Mi bebé Odas.
—¿Odas?
—De sadomasoquista. Lo que es su papá.
—¡No soy esa mierda!
Un disparo. Certero en su cabeza. Solo uno y las humillaciones finalizarán No obstante, es imposible. Jamás le podré hacer un mal.
Presente y futuro. Es mi mundo, mi universo.
Por ella agradezco mi existencia.
Estoy enamorado de una loca.
***
¡Uy! ¡Odas! ¡Mi bebé Odas!
Resulta que me encanta escribir el pasado. Más cuando lo que escribo es la relación de Derek y Soraya. Derek era toda lo correcto. Mal hablado, si. Pero, su hermosa paciencia como la cuidaba. A día de hoy, también la cuida, pero en el presente tiene una gran facilidad para cagarla.
Por otro lado...
Ahora. Si que si. Lo que más desean...
En el siguiente capítulo...
¡SE VIENE!
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