046 - HOGAR, DULCE HOGAR


CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

SORAYA AGUILAR


Tiro el desayuno a la basura sin apetito, lleno el cuenco de Boss, el cual me da los buenos días a través de leves cabezazos y el movimiento alegre de la cola. Le doy mucho amor antes de ir al sofá y escribir. Se tumba con la cabeza sobre mis piernas. 

Hace días que no nos despegamos.

Después de los dos días que no tuve horarios, Derek volvió a la rutina, aunque no he cumplido ninguno. Menos con su excusa. Según él se olvidó porque salió de fiesta, según yo, no soy estúpida.

Escribo la historia que descubrió Damián. Admito que de todas las historias que he escrito es la más rara, no por los personas, aunque sean peculiares, sino porque no hay un orden. Salto de una escena a otra sin continuidad. Párrafo por aquí, párrafo por allá. Lo que leyó el Salvatore era lo que había en aquel momento, aunque la extendí plagiando la escena que me dio en la mansión. También le he dado las mismas heridas.

Si me detengo a pensar sacaría similitudes con los personajes y los Salvatore. Sin embargo, unos son cinco y los otros cuatro. Además, Dietrich no se parece a Derek. Ni loca. Mi adorable niño. Mi pequeño. Su amor es grande y puro. Nunca dañaría a Amira, ni la compararía con otras. Aunque ella es una traviesa que le apasiona desquiciar al bebé empresario del mal, detalle robado de Derek. 

Hago un café. Es lo único que puedo hacer en la cocina.

Vuelvo a enfocarme en el escrito.

Amira tiene un nuevo plan en marcha. Ella, aún no me explica su finalidad, aún así ya sé que entristecerá a Dietrich. A veces es demasiado manipuladora, también me hace creer que no lo ama, que solo lo usa, sin embargo, luego hay escenas en que ella muere de amor. No hay mundo sin él. Adora la forma en que la besa, los detalles que recibe, los instantes suyos y su bocaza.

Algunas veces ella tiene miedo de que él la odie.

Hay cosas de las que le gustaría arrepentirse, secretos que algún día deben ser dichos. Nunca es el momento. Sabe que se lo debe. Tal vez por eso ella le empezó a enseñar cómo detectar cuando le manipulaba, si a él le hacía daño, cabía la posibilidad que se lo dijera y tratará de hacerlo distinto. Aunque, cuanto más unidos estaban, era más complicado seguir callando.

Me llama Damián.

—¿Cómo está mi diva empoderada?

—Distraída.

—Tan distraída que olvidas que tú ardiente instructor de kick boxing ha regresado —cierto, a esta hora es mi clase de golpes —Abel comentó que no vienes desde que me fui. Mis mujeres lo confirmaron.

—Estoy rebelde.

—¿Segura que es eso?

—¿Por qué no lo iba a estar?

—Porque cierta diosa me confesó que ama el gym —se queda con cualquier cosa. Mi excusa para no ir es que estoy desanimada y enfadada, aunque no se lo confieso —¿Comité de rescate?

—¿Qué?

—Si, creo que sí —cuelga sin despedirse.

En menos de cuatro minutos soy invadida por Kora, Liang y Samiya, entrando sin usar el timbre.

Tengo que delimitar.

—¿Ocurre algo?

—Somos el comité de rescate para gobernantas divas y empoderadas con los ojos más bonitos que una noche de tormenta eléctrica —responde Liang y parpadeo. Tampoco hay que exagerar porque tenga los ojos azules. Entre el ocho y diez por ciento los tiene. Son más raros los verdes —Samiya está de servicio. Pero hoy sí tendrá que hacer el cambió de guardia si no quiere nalgadas. Iniciamos la reunión de cuñadas.

—Divinas, glamurosas y sexys —participa Kora.

—Faltan Daniela y Darley.

—Están estudiando —hace saber Samiya —Al igual que yo no tienes derecho a negarte. Estamos aquí para protegerte, también para cuidarte. Y si tú ánimo está decaído nosotras lo volvemos a subir. ¿Entendido?

—Si, Señora —le hago el saludo militar.

—Será fabuloso, Soraya. Iremos a los grandes almacenes. Quemaremos las fortunas de nuestros esposos en ropa, maquillaje, perfume y joyas. Aprovecharemos para ir al restaurante más trending de la ciudad.

—No estoy casa...

—No, ni hablar. Iremos a la librería, luego a la cafetería y tal vez nos quedé tiempo para un masaje.

—Ya tienes muchos libros.

—Y tú mucha ropa.

—¡Jamás es suficiente! —se gritan.

Enloquecen. Se pelean. Empiezo a dudar que estén de acuerdo con compartir a Damián. Tal vez se hayan adaptado a su forma de amar. Sin embargo, él dijo que la culpable de tantas mujeres era Samiya.

Me acerco a ella y le susurro:

—Arréglalo.

Samiya pone paz. Tras una pequeña bronca por inmadurez, les hace saber que iremos alternando. Hay tiempo para todo. Aunque nada más llegar al centro las chicas vuelven a discutir. 

—Quiero comprar un bolso nuevo, hippie.

—¿Un bolso para qué? Ya tienes muchos. La nueva novela de Stephen King es más importante que tus despilfarros en belleza.

Las dejo yendo a por un par de donuts y chocolate caliente pagado con el dinero de Derek. Ya que ha tenido el descaro de mentirme es hora de que pague con intereses. Si no le gusta lo próximo que pienso despedir de mi vida es a él.

Vuelvo tras el desayuno. Siguen igual.

—A mí me gustan los libros —interrumpo.

—Como debe ser —Liang sonríe triunfante, Kora tuerce los labios.

—Luego podemos ir a la peluquería. Hace mucho que no me hago un cambio de look. Será un placer que me guíes Kora.

En la librería conozco los gustos literarios de Liang por más de una hora. El terror es lo que más le gusta, tiene de sus autores favoritos, como; Stephen King y Antoan Regolso. El primero goza de fama desde hace años, el segundo es más reciente, aunque después de su primera publicación, hace cinco años, es conocido por todo el planeta. Escribe sobre criaturas oscuras con desenlaces trágicos. Nunca ha dado una firma. Tampoco hay la clásica fotografía suya en las novelas, ni siquiera la biografía, siendo su identidad un auténtico misterio. Algunos sospechan que es mujer.

Continuamos la ruta tras la compra de diez libros para Liang y uno para mi, ya que tampoco quiero abusar del dinero del demonio.

Ya en la peluquería, Kora me enseña varios cortes y colores:

—Te recomiendo un rubio platino. Y este corte —muestra la foto de un estilo corto —Aunque si un cambio de color es demasiado violento siempre puedes optar por unas mechas que den vida a tú castaño.

Al final escojo un ligero corte de puntas, muy ligero.

Ignoro la llamada de Derek a gusto con el masaje capilar.

La excusa no sirve. No porque sea una gran mentira, sino porque no me cuenta la verdad. Sé que algo malo les pasó. Estoy preocupada. Por los dos. Aunque él no merece saberlo.

—¿Qué clase de champú es ese? ¿Lleva químicos? Espero que no. No querrás cabrearme —dice Liang a mi peluquero.

—Quejas. quejas y más quejas. Relájate mujer —se burla Kora.

—¿Quieres que te hable de las consecuencias negativas de los químicos que disfrutas?

—Ay, no. Calla. Tus monólogos producen pesadillas.

—¿Le dejarías algo importante a Derek? —pauso la pelea.

—Al tóxico ni una barra de labial —responde Kora.

—Una vez le presté un libro. Creí que lo cuidaría ya que tiene un montón en perfectas condiciones. No obstante, me lo devolvió escrito y marcado en fluorescente. Damián me estuvo consolando por días —explica Liang horrorizada.

—¿Y tú Samiya?

—¿La cuestión es que le has dejado tú?

—Alessandro.

Espero las malas caras de Kora y Liang, después de todo, el tema de odiarlo es algo que comparten, pero sucede lo contrario.

—Ay, no. A él no le puedes dejar —expresa Kora.

—¿Cómo te atreviste? Hablamos del rey de los celos. Olvídate de él que ya no lo volvemos a ver, pobrecito —corrobora Liang.

—Confirmo —se limita a decir Samiya.

No las creo ni un poco. Se mueven según la corriente. Kora y Liang un día odian a Alessandro, otro lo adoran. Algo me dice que, tras las palabras de Damián, Derek está actuando. Ellas son sus compinches, al igual que Máximo y Pietro.

Tengo que confirmar. Aunque de ser cierta la teoría tendré que buscar el motivo que le empuja a ser un estúpido descerebrado.

A partir de ahora solo haré caso a su lado racional, las demás versiones se pueden ir despidiendo de mi atención.

Intercambiando de actividad se genera otra disputa. Esto no es un comité de rescate, es un comité de como sufrir estrés y querer conseguir un arma para acabar con ellas.

Escapo, aunque Samiya me sigue. Regreso a casa donde en la puerta, antes de entrar, se disculpa por la actitud de Kora y Liang. Son muy intensas. Viven en una constante tensión palpable. Me da igual. Yo tengo otras cosas a las que centrarme como tener que añadir a dos locas.

Alessandro, Derek y Hugo son mis preocupaciones, aunque el último está bien cuidado.

Soy bienvenida por Boss. Está plantado en mitad del recibidor como si me hubiera estado esperando desde el mismo momento en que me he ido. Doy todo el amor para el saludo y voy a retomar la escritura al sofá. Sin embargo, Boss me tira la libreta con la cabeza.

Mira fijamente y ladra.

—¿Qué pasa? —ladra —¿Tienes hambre? —vuelve a ladrar mientras compruebo el cuenco. Antes de volver a preguntar, tira de mi manga como si tuviera algo urgente que enseñarme —Espero que no haya ningún desastre —sale corriendo escaleras arriba, vuelve a bajar y ladra —Ya voy, ya voy.

Soy guiada a mi habitación.

Pietro está al final de la cama. Sus ojos expresivos están apagados y algo irritados por las lágrimas.

Boss lo lame y el pequeño trata de empujarlo lejos.

—Perro estúpido.

—El perro no tiene la culpa —su llanto empeora al percibirme. Estira de los brazos y voy a abrazarlo. Es un demonio manipulador y triste, quiero que esté feliz —¿Qué te pasa?

—Mi papá, mi papá, mi papá...

—¿Qué ha pasado con tú papá?

—Idiota.

—¿Habéis peleado?

Niega y asiente, contrae los hombres. Sin ser claro sigue llorando mientras hunde la cara en mis pechos y juego con su cabello. Lo consiento. Me moquea el jersey restregándose. 

Más calmado explica que su padre tenía intención de presentarle su prometida, Ivanna Sokolov. Y él no quiero. No obstante, su padre ha tratado de justificar su próximo matrimonio por el bien familiar, obligaciones de líderes y bla, bla, bla... No hay excusa que lo justifique.

Pietro ya ha elegido. Quiere a Darley. Se lo ha hecho saber, y su padre ha sido tajante cortando de raíz la ilusión de su hijo. La pecosa es su hija por bla, bla, bla... Aburrido. Y de no ser así, como mucho, lo que podría ser para la familia, es trabajadora.

Apoyo a Pietro al decir que su padre es idiota.

Discutiendo Pietro se ha encerrado en su habitación, Máximo ha tratado de entrar y se ha escapado por la ventana. A ordenado uno de los trabajadores que lo trajeran conmigo sin que revelara su paradero.

Máximo no tiene razón, pero lo que ha hecho Pietro no está bien, ya que es hijo de una poderosa organización criminal.

El enemigo podría aprovechar estos momentos para atacar.

Vamos al salón mientras pienso qué hacer. Enciendo la televisión para que se distraiga con dibujos, pero lo cambia a una película de terror con contenido no apta para menores y sumamente violenta. Dice que la ha visto mil veces con su tío y lo demuestra diciendo de memoria los diálogos más importantes. Voy a tirarle de las orejas a su tío en cuanto lo vea.

Voy a fumar a la terraza y llamar a Máximo.

Varios cuervos custodian la barandilla.

—Buenas tardes, pequeña.

—Hola, Máximo. Tú hijo está conmigo.

—Estoy informado, gracias —obviamente, no le iban a guardar el secreto a Pietro —Estarás pensando mucho de mí, pero no me visualices como un mal padre, por favor. Es que no tengo elección.

—Siempre hay elección.

—Este mundo es muy complicado, pequeña. Y tú no sabes nada de él.

—Cierto. Pero sé a quien amas.

—Es un lujo que nunca podré tener. Ni siquiera me corresponde como para detenerme a pensar. Aunque era de esperar.

—¿Por qué? —no responde, ni balbucea. Simplemente se lo reserva para él —¿Qué hago con Pietro?

—Verás, esperaba que pudieras ser su canguro. Tengo un compromiso con Ivanna y Darley está ocupada con la universidad —pillado. Podría mandar a cualquiera, sin embargo, solo hay una posibilidad para él, la futura mamá —Irá a buscarlo cuando esté libre. Lamento si te estoy ocasionando un problema.

—Está bien para mí.

—Gracias.

—Una advertencia. No conozco a esa cucaracha rusa de la que tanto estoy escuchando hablar, pero no la acepto y no la voy a aceptar ni después de conocerla. Sigue así y tendremos algo que celebrar. Spoiler. No será tu boda.

—¿Disculpa?

—¿Qué ocurre?

—Eso que has dicho...

—Te digo que está bien para mí. Cuidaré de tu hijo.

—Gracias, pequeña.

Al colgar observo la doce de cuervos y me desahogo:

—Afortunados que sois. A veces me vuelven loca, todos ellos, los Salvatore, Alessandro y Hugo. Tengo que tener mucha paciencia. En serio, no los pateo porque los quiero, porque si no los quisiera... Uy, si nos los quisiera. Esos hombre se la pasarían llorando si no me tuvieran.

Un cuervo grazna.

—¡Exacto!

Estoy enloqueciendo. Ya hablo con pájaros. Queda muy poco para ingresar a un centro mental.

Voy con Pietro. Me espera con la película pausada y con la pregunta preparada:

—¿Viene a por mí?

—Tiene una cita.

—¡Maldita y sucia cucaracha rusa! —igual que su tío, segunda cosa porque lo pienso reñir.

—Yo creía que te alegraría saber que la pasarás conmigo —se le suaviza la molestia y le regresa la calidez. Sonríe con los ojos vivos —¿Preparado para la mejor tarde noche?

—¡Si! —grita energético.

Considerando que es un pequeño maestro sobre el lienzo, la primera actividad que propongo lejos de películas de terror, es dibujar. Solo necesita de un lápiz y una hoja para crear. No deja que vea el proceso. Me pone la mano, se aleja, trata de cubrir con la espalda, hasta que me rindo y espero. Al finalizar, revela la pieza. Un retrato mío. Quedo boquiabierta. Más que un dibujo, parece una impresión en blanco y negro, menos mal que lo he visto hacerlo o no le podía dar el crédito.

Encargo un marco y guardo la pieza hasta que pueda ser expuesta. Continuamos haciendo una cometa con una sábana, después de que haya pedido una compra rápida de colores a uno de los seguratas del edificio.

Enseñamos al cielo nuestro trabajo conjunto. Un ente demoníaco, aunque no dura mucho porque Pietro corta la cuerda y cae en picado, se asoma a ver si hay la fortuna de que golpeé a alguien. Decepcionado, acabo pidiendo globos. Los llenamos de agua, afinamos puntería y los lanzamos contra los transeúntes, los cuales escuchamos maldecirnos mientras nos escondemos riendo.

Es culpa de Derek. Él lo educó así.

Al cansarnos del exterior vamos al interior. Subimos la música a niveles aptos para sordos. Cantamos a pulmón.

Tiene la mala ocurrencia de cocinar. Le advierto de la cancelación que sufro con las sartenes, sin embargo, él le quita importancia. No hay fogón que se le resista a un Salvatore.

Hacemos galletas de Halloween, aún cuando apenas acabamos de superar la Navidad y quedan diez meses. Explica el proceso ejecutándolo. Es muy bueno haciendo ambas cosas, no obstante, mis neuronas se asoman con percatas y manifiestan su inmenso desacuerdo en querer retener la información. Intento luchar contra ellas en vano.

Elabora dos masas. Una dulce y otra salada. La salada me la da a mí para que haga las formas, algo que sí puedo hacer, quedan feas, pero considerando la temática las bautizó como nuevos monstruos. Mientras tanto, Pietro precalienta el horno y da formas espectaculares. Todo listo introduce las dos bandejas en el horno.

—¿Cuántos años tenías?

—Diez.

—Eres un genio.

—Soy Salvatore —dice orgulloso.

El timbre suena. Cosa extraña. Aquí todos ya se creen con derecho de invadir el espacio. Tiene su propia copia de la llave. Incluyendo a Pietro.

Abro encontrando a mis hombres.

—¿Acaso no tienes llave? —le cuestiono.

—¿Olvidas quién me la quitó?

Ignoro el gruñido que le provoca el hecho que abracé a Alessandro, aunque lo percibo extraño, más cuando en primera instancia no me corresponde bloqueado a mi efecto. Mi mordisquito no es así. Lo hago entrar.

Derek se apoya en la puerta.

Ejerce presión al marco.

—¿Celoso?

—Ridículo.

—¿Entonces a qué esperas para entrar? —rueda los ojos con fastidio y entra. Centro mi atención a Alessandro y le ordeno: —Quítate la camisa.

—¿Qué?

No debería ser qué, debería ser comentario hot.

Sujeto mi cadera y cuestiono:

—¿Ya no sabes quitarte la camisa? Si de verdad habéis ido de fiesta no te importará que compruebe si sigues de una pieza.

Se quita la camisa dejando ver el espectacular cuerpo que tiene intacto, a excepción de la zona que sigue tapada, disimulando la falta de herida después del apuñalamiento de Hugo. Hago un chequeo profundo. Sabiendo que Derek no me quita la vista palpo el cuerpo de Alessandro, me sobrepaso tocando los músculos, deslizando el dedo por los abdominales, la uve y... Derek lo agarra haciendo que retrocede lo suficiente como para que se rompa el contacto.

—¿No me lo contarás? —pregunto a Alessandro.

—Estoy bien —miente.

—¡Tío! —Pietro, corre a recibir a Derek.

—¿Qué haces aquí, enano? —lo alza en sus brazos.

—Papá le importa más la cucaracha rusa, así que he venido a jugar con tía Soraya que si me quiere —le cuenta toda la historia. Exagera, viéndose él como un ser angelical al lado de su padre —Ahora hacemos galletas. Hicimos saladas para ti.

—¿En serio fue capaz de priorizar a esa cucaracha? —al pequeño le saltan las lágrimas. Derek mira a Alessandro y este le asiente. Están tramando algo y estoy fuera del chisme —Que lo jodan. No podemos hacernos cargo de todos los defectos mentales de esta familia.

—Pero Darley...

Antes se la menciona, antes llega.

Darley se tiñe de rojo viendo el físico de mi amigo, el cual parece recuperar la arrogancia por segundos, chupándose el labio superior y sonriendo sabiendo que es un espectáculo visual.

—¿Algo de tú interés, pelirroja?

—No.

—¿Segura?

Pietro contempla a Alessandro como asesino de película antes de sacar el cuchillo y descuartizar a su víctima. Aunque se le quita la expresión cuando su tío le susurra secretos.

¡Quiero el chisme!

—Tengo un plan para vosotros —habla Derek entregando su sobrino a Darley —Iros a tomar por culo. Quiero estar solo con mi mujer. También va para ti Boss.

Su mirada no pronostica cosas agradables. Sin embargo, no detengo a nadie en su marcha por el temor de lo que pueda pasar. Tengo consejos, teorías. Es mi momento de brillar.

—¿Cómo te atreves a humillarme con tú mascota? Y que quede claro, no me refiero a Boss.

—¿Cómo fue la fiesta?

—Excelente. Casi fui devorado.

—Lástima. Con la excusa de los cuernos podía dejarte —tenemos guerra de miradas. No sé cómo deben verse los míos, pero los suyos son tan intensos que provocan mi derrota bajando la cabeza —Mierda.

—No tengo que decirte lo que pasó. Sabes que con otras no me voy y Alessandro aún conserva la cabeza. He cumplido —se aproxima y le suplicó a las neuronas que se mantengan firmes —Merezco un premio de mi mujer.

—Detente —da otro paso.

—No cumplo las peticiones de una niña.

—¡Es una orden! —se detiene. Recupero la lejanía pensando en lo que dijo Damián. Haría cualquier cosa por su mujer —Todo lo que diga son órdenes.

—¿A qué juegas?

—¡Desnúdate!

Se quita la gabardina, el jersey.... Las neuronas dejan sitio para que las hormonas vengan a contemplar. Sabemos lo que queremos. Queda en bóxer. Hago un gesto para que comprenda que quiero un desnudo integral.

Ya nos vamos conociendo, pero siempre se siente como la primera vez y sé que jamás tendré suficiente. Calor, palpitaciones. Tiemblan las piernas, se me derrite la vagina, empeora cuando agarra a la inmensa bestia y se la sacude.

No tengo que preguntar, no tengo que preguntar...

¡A la mierda!

—¿Cuánto te mide?

—Ven y averígualo.

¡Un metro! ¡Necesito un metro!

Corro por toda la pent-house. Entro en todas las estancias, abro todos los armarios y cajones. No hay espacio que no revise. Ni el más grande, ni el más pequeño. Después de un largo rato me doy por vecina.

—No hay metro —regreso decaída.

Estoy llorando por dentro.

No importa. Por ahora. Ya conseguiré el metro. Esto no quedará así, el chisme será saciado.

Le practicó la misma exploración que he realizado a Alessandro, siendo esta mucho más lenta. Hago un trabajo de investigación acerca de la anatomía perfecta. Mis palmas se calientan bajando por el abdomen, las caderas, los muslos, los gemelos... Quedo de rodillas tocando sus tobillos.

Combino el azul de mis ojos con su marrón. Sin dejar de tocar el suelo con las rodillas asciendo, su respiración se vuelve pesada cuando llego a su dureza y mi frecuencia se arruina. Envuelvo y recorro su tronco. Despacio. Gozando su suspiro, la forma que se muerde el labio sin retirar la mirada. Aguanta las ganas de someterme mientras le masturbo.

Lamo y froto los labios en su grosor. Doy un besito en la punta.

Tengo el poder. Y me gusta.

—¿Quieres ensuciar mi boquita?

—Joder. Eso ni se pregunta.

Me incorporo y de pie no permito que nuestra diferencia de altura me intimide, menos cuando recorro sus labios, usando los dedos que han estado en contacto con su pene, que terminan dentro de su boca. Espero que reaccione con rechazo, pero consigo el efecto contrario. 

Chupa sucio. Calienta las yemas, genera olas de calor que viajan por todo mi cuerpo hasta azotar el clítoris.

Me retiro antes de perder la cordura.

—Estaba preocupada —confieso.

—Claro que lo estabas. Al muerto de hambre le tienes cariño, cosas que a mi n...

—Por los dos.

Agarra mi cabello en un puño y me besa. Desesperado, bruto y sucio, busca mi lengua urgido de una conexión profunda. Hace que retrocedamos entrando en la cocina sin despegarnos. Esclavizada con su pasión primitiva.

Libera el cabello y, cogiendo la cintura, me sube a la isla. Entre besos candentes, al borde de necesitar una máquina para respirar, destroza el botón del pantalón, casi rompe el pantalón, ni siquiera lo retira. Abandonado a la altura de los tobillos su urgencia es enterrar los dedos.

—Llevas mucha ropa —se queja.

—¿Querías que te recibiera desnuda?

—Hubiera sido un detallazo.

—Avísame para la próxima.

Domina la parte baja con la boca. Toca botones reproduciendo los sonidos sucios y grotescos que solo él conoce.

—¡Oh, joder! ¡Bambino!

Impido sus quejas por el apodo agarrando su cabello, anclando su boca y su diabólica lengua en mi coño. Su trabajo no debería ser el de un mafioso de mierda, sino el de puto, mi puto. Tendría que centrar los pensamientos criminales en mi, convertirme en el crimen que escandalizará puritanos y envidiarán transgresores de la lujuria.

Estiro el cuerpo sobre la isla y los restos de harina.

Ofrezco más accesibilidad ardiendo en intensas llamas, recibiendo la exquisitez de las combinaciones; dedos, labios y lengua.

Huelo las galletas del horno caliente, no más caliente que yo.

Adoro tanto su boca que le haría un altar, no cuando escupe veneno, pero sí cuando calla en mis piernas. Vuelvo afirmar de mi disposición cuando alcanzo el orgasmo, prosigue y me da dos más.

Me levanta por la cintura.

Facilito su necesidad de verme desnuda, estar mano a mano, manosearnos y marcar. Aunque las suyas no duren. En este instante lo siento mío. Mío por derecho, no por imitación.

—¿Estabas muy preocupada?

—Muy preocupada.

—Oh, joder. He rezado mucho para que lo estuvieras.

—¿Tú rezas? —le miro curiosa.

—Si. Rezo —cubre una teta pellizcando el pezón, lo lame y chupa. Y lo repite con la otra —A ellas le rezo, a tú cuerpo lo venero, a tú coño le pido pecar y con el pack creo mi propia religión.

Con los dedos busca mi cuarto orgasmo.

Al conseguir su logro, leo que este solo es el inicio y que muere por actuar con su polla en mi estrechez. Aunque lo único que consigue es indignación, ya que cruzo las piernas sin darle paso y bajo los pies al suelo.

—¿Quién habló de follar?

—¿Crees que puedes dejarme así?

Lo empujo, a falta de una respuesta agresiva, lo vuelvo a empujar, sucesivamente, haciendo que retroceda, no por fuerza, sino porque en cada empujón él realiza un paso atrás. Cruzamos el salón, alcanzamos el recibidor. Abro la puerta antes de dar el último empujón.

—Adiós —le cierro en la cara.

Me voy a vestir y recupero su ropa. Antes de salir miro por la cámara de la entrada el hombre que yace afuera desnudo, esperando con la polla al aire y sin esconderla aunque hayan seguratas y su cuñada, Liang.

Vuelvo a abrir tirando sus pertenencias.

—Ya tienes tus cosas. Te puedes ir, bambino.

—Quedamos en que sería stalk... —vuelvo a cerrar.

Vuelvo a observar por la cámara. Una vez vestido activo el cronómetro calculando el tiempo que permanece ahí quieto, aunque no le he dicho que se quedará, sin embargo, es un duelo. Ninguno da su brazo a torcer. Hasta que huelo a quemado teniendo que salir corriendo a la cocina.

Me quemo sacando la primera bandeja sin guantes.

Maldigo colocando la mano bajo el agua fría.

Ay, duele. Me duele.

No obstante, recuerdo que he abandonado a Derek, así que envuelvo la mano con un trapo mojado y voy a abrir. El muy desgraciado se está yendo sin ni siquiera intentar que le abra.

Escondo las manos tras la espalda y digo:

—¿Sabes qué?

—Tres —pronuncia girándose.

—Tengo un capricho y te veo desocupado, así que te lo encargaré a ti —me repara al completo y hace un gesto tosco. Me da igual su desacuerdo —Quiero que me compres chocolate en el super.

—No te compraré ninguna mierda.

—Desde este punto calculas el super más lejano dentro del perímetro de la ciudad y lo compras ahí. Buen viaje —vuelvo a entrar.

Voy a buscar algo para la quemadura. Leyendo cada prescrito del botiquín no me aclaro así que busco un tutorial en YouTube, aunque nada de lo que imito hace que se alivie el dolor como me gustaría.

Quiero llorar muy fuerte.

Media hora después tocan el timbre.

Derek entra cargado y entregándome el ticket del chocolate, habiendo cumplido al ir al super más lejano y verificando lo que dijo su hermano.

Aparte de la tableta de super, hay una bolsas de The Raven, su contenido alejado de los desayunos habituales es chocolate. Mucho chocolate. Diversidad de tamaño y estilo de presentación.

—Déjame la mano.

—¿Qué mano? —apresuro a esconderlas.

Fuerza el descubrimiento, elige acertadamente la quemada y me lleva al sofá donde descubro el contenido de una segunda bolsa. Material necesario para atender la quemadura.

—Rómpete una pierna, el pie o la cabeza. Rómpete cualquier parte menos las manos. Eres escritora, joder.

Explica los cuidados que he de realizar sin que dependa de él mientras que trata la quemadura con corazón. El mismo que cargo de colgante y que no puedo evitar acariciar, aunque hoy no me parece negro.

—Esto para Alessandro —dice a finalizar, mostrando una bolsa llena de productos para una impoluta limpieza dental —Y ya estoy. Me voy.

—Una última cosa —digo y huye a la puerta.

—Adiós, Bird. Tengo prisa.

Es injusto. No puede jugar a mi juego. Yo lo puedo molestar, pero él a mí no puede, él debe soportar.

—¡¿Qué pasa con mis estudios?!

—Mañana empiezas. Alessandro también.

—¿Conmigo?

—Si. Necesito que Daniel y tú lo ayudáis. El nivel será muy alto para él. Apenas sabe leer, pero es muy inteligente —no parece que haya segundas intenciones —Por favor.

¡¿Disculpa?! ¡¿Qué?!

¡¿Acaba de decir por favor?!

Mido su temperatura alarmada, está muy caliente, pero estar ardiendo por cochinadas es lo suyo. Aún así lo digo:

—Estás muy caliente.

—Estoy muy caliente por ti —se agacha susurrante —Ser descarada tiene un precio. Muy pronto lo descubrirás. Quizás en un minuto, tal vez mañana o puede que deje el suspense por una semana.

Abandona el piso y se gira.

—Cuatro.

—¿Qué cuentas?

—Dilo.

—¿El qué?

—Adiós —rarito.

—Hasta luego, Bambino.

Sonríe golpeando la razón y el corazón. Prohibido enamorarse.

—Hasta luego. Bird. Y, por cierto, bonito corte de pelo.

—¿Cuándo un hombre se fija en eso? Fueron las puntas —digo sorprendida.

—¿Acaso olvidas con que hombre juegas?

—¿Con cuál?

—Con el tuyo. 


****

El premio de la microondas del año es paraaaaaaaaaaaaaaaaa.... Soraya Aguilar. Un fuerte aplauso por las que nos dejo con ganas de más. Aunque para ganas son las que nos quedaron al no descubrir el tamaño de... Ya saben... Coff... Coff...

¿Cuánto creen que haga la Dereconda?

Yo sé.

Ji, ji, ji.   

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