042 - ANGELO SANTORO
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
DEREK SALVATORE
Soy la burla de Alessandro.
Nunca correspondí el primer beso, algo que me hizo pagar, alargando la espera por un segundo. Fui digno de cada beso. Pague la estupidez de cada error volviéndome más astuto. Además, tengo que decir que, el error de nuestra cita no fue el restaurante, sino el creer que amaba. La frase debía ser: Estoy enamorado. Ella lo sabía, lo supo mucho antes que yo.
—No estás en mejor situación. Estás enamorado de Hugo, ignorante.
—Mentira. Es un hombre.
—¿Y?
—Un hombre debe amar a una mujer.
—Hay cucarachas del mismo sexo que aman y follan.
—Enfermizo.
—¿Quién te metió basura en el cerebro? —silencio. Sé que fueron los verdaderos enfermos que lo encerraron —Está bien que te guste él. No hay nada de malo en sentirse atraído por alguien del mismo género.
—Te he dicho que no.
—A mi si que no me gusta que lo he probado —queda impactado con la confesión —Día de borrachera. Nos habíamos pasado de copas. Hugo hablaba abiertamente de la orientación sexual, yo tenía curiosidad. Experimentamos. Salió mal. Él es bisexual, pero yo ni hetero soy. Soy Sorayasexual.
—Rodeado de mujeres parecía muy hetero.
—Que no te engañe —cuatro palabras y su ánimo cae en picado. Seguramente, por todas las veces que le creyó —Tiene por costumbre mentir aquellos que le importan. Y tú le importas. Mucho. Sigues vivo, aún cuándo cree que lo traicionaste.
—Tengo hambre.
Se llena la boca para no seguir hablando. Doy por concluido el tema, por ahora, lo pienso manejar al igual que el de Darley y Máximo. Cuando hay amor no debe perderse, aún si los protagonistas del romance son imbéciles. Soraya estaría conmigo. No tengo dudas. Se nos da bien entrometernos.
—Alessandro.
—No quiero hablar de él.
—De acuerdo. Pero necesito que hagas algo —selecciono el primer número agendado y se lo paso —Ha pasado mucho desde que ha sabido de ti y cree que podría hacerte daño. Dile que estás bien.
Voy a por un pequeño maletín que he recibido en el aeropuerto. Introduzco el código que da acceso a la inyección. A lo largo de la vida, lo he usado en siete ocasiones distintas. Damián, Darley, Hugo, Giovanni, Máximo, Pietro y yo mismo. Damián me lo prohibió con sus mujeres y novia, aunque estoy al tanto que lo hizo él. Y, la cuestión, no esperaba volver repetir el método tan pronto, sin embargo, soy responsable de Alessandro.
Aprovecho su distracción con la videollamada para acercarme por detrás, abrazar su cuello e inyectar. Vacío el contenido con sus insultos y berrinches.
—¡Hijo de puta! ¡Cabrón!
—Hermosas palabras.
—¡¿Qué me has metido?!
—Veneno. Solo yo tengo el veneno. Antes de traicionarme deberás pensarlo muy bien.
—¡¿Qué le estás haciendo, Stalker?! —me adueño del móvil.
—Estamos jugando, Bird.
—¡Me la ha clavado por detrás! —brama Alessandro.
—Eso sí que no. Ese culito es de Hugo.
—¡Soraya!
—¡No me quites el novio, mordisquitos!
Adoro las llamadas a la distancia. A falta de un miedo por cercanía puedo disfrutar más de mi antigua mujer, sabiendo que sigue ahí, incompleta. Está encerrada en la jaula de una personalidad sumisa. La liberaré. Volará. Muy alto.
—Odio a esta cosa —me señala.
—Asústate de mis castigos —frota la manos maligna provocando el encierro de Alessandro en el servicio —Que rápido corre. Jijijiji.
—¿Qué le has hecho?
—No eres el único que sabe jugar.
—No me hagas rogar.
Confiesa sus pecados. Últimamente ha estado realizando pequeñas travesuras a sus dos víctimas favoritas, Alessandro y Hugo. Cree fielmente que hay algo en ella, y yo la creo. También habla de lo que hacía. O mejor dicho, trato de averiguar la trama de su nueva novela. Soy fanático de sus escritos. He leído sus historias cientos de veces. Y con la que trabaja ahora no será excepción.
—Seguiré escribiendo. Cuida de Alessandro.
—Lo haré.
—Y tú también.
—¿Yo qué?
—Cuídate —se me dibuja una sonrisa boba.
—¿Crees haberte enamorado de mí? —me cuelga.
Sé que no debería ser soñador, más sabiendo el desenlace, aún así si alguien tenía que complicar más está mierda, era ella.
Disfruto de un simple café y un cigarro, esperando a Alessandro, el cual está desayunando un banquete.
Estoy listo para poner caras. No hago esto solo por Soraya, sino también por mis suegros y Alessandro. Ninguno mereció tanto sufrimiento. Adrián... Más que un suegro, mataron a mi padre, el que me adoptó. No había otro más digno de ese lugar, estaba preparado después de dos. Y, Laia, nunca socialice adecuadamente con ella, aunque teníamos sesiones escritas. A veces buscando a su esposo, otras a mi mujer. Compartía sus preocupaciones, también las recetas favoritas de su hija. Era agradable. Los quería.
—Listo —Alessandro, lame el resto del chocolate pegado en la cara.
—¿Sabes usar una de estas? —le muestro una pistola.
—No.
—Es simple. Apuntas y aprietas el gatillo. A todo lo que quieres menos a mí. Tengo comprobado que las balas duelen.
Sé de lo que habló. Hugo en su aburrimiento le daba por dispararme y burlarse de la regeneración.
Conduzco a un pueblo alejado de la capital. Monteflavio. Sabe el nombre de memoria porque fue la primera palabra que leyó, aunque en aquel momento no sabía que se tratase del nombre de un pueblo que a mi me serviría.
Nada más llegar. Alessandro baja apresurado, buscando algo, algo que entiendo que es el inicio de un camino desdibujado que invita al bosque. El trayecto es largo. Confuso. A veces da círculos. No le interrumpo, ya que está tratando de ir a contracorriente de los pasos que hizo hace dos años huyendo. Afortunadamente, cargo provisiones por si tiene hambre.
Al desconocer su maldición soy incapaz de saber como funciona el tema de la comida. Es por eso que soy previsor.
Aparece la tensión y el miedo en él.
En su proceso para encontrar lo que fue su prisión, tenemos que improvisar más de una parada, a tal punto que llega la noche. Con la luna llena clavada en el centro del cielo estrellado, finalmente, llegamos a un monasterio, en el corazón del valle que hemos estado recorriendo como tontos. A primeras parece abandonada. El césped está crecido, no hay pisadas y tampoco luz.
—Buen trabajo —palmeo su espalda.
—¿Nos podemos ir?
—Echaré un vistazo.
Investigo por una pista que indique que el lugar no está tan muerto. No hay detectores de movimientos, ni cámaras. Pero tienen que estar, al igual que debería haber rastros de actividad. Desde el principio he sabido que es una trampa, sin embargo, ninguna trampa podría conmigo, así que no me preocupa.
Entro destrozando el cerrojo. Soy recibido por un sistema de luces de activación por movimiento. Iluminan el largo pasillo. Avanzo hasta llegar a la capilla. Innumerables bancos, obras de arte y un excéntrico altar de oro. Hago una burla a los religiosos mojando los dedos con agua bendita y realizando su cruz.
Hay muchos puertas que descubrir. Y pienso pasar por cada una. Si al final esto no resulta una trampa, necesito explorar hasta el último rincón, hasta averiguar el siguiente paso.
Hago fotos de los cuadros. Es imposible que sean los que busco por antigüedad, no obstante, pueden ser antecesores. Puedo generar rostros con sus rasgos, más las descripciones que pueda recibir de Alessandro. Una vez conseguida las caras solo debería rastrear usando las cámaras de cualquiera, privadas o públicas, presumiendo de mis dotes de hacker.
Algo se rompe detrás y giro sacando la pistola, automáticamente la bajo visualizando a Alessandro. Ha roto la pila.
—Te podías quedar fuera.
—No quiero estar solo.
Estar aquí con él no es buena idea. Su miedo es una carga. Además, necesito asegurar su bienestar.
—Nos vamos.
Es lo mejor que puedo hacer. Regresaré y avisaré a Damián, que venga él y nuestras cucarachas. Inútiles, pero usables para distraer.
—Alessandro —digo, cuando avanza hacía dentro y le he de seguir —¿Te metiste comida en las orejas? Te digo que nos vamos.
Está ido. Su rumbo nos dirige a las escaleras con final a una estancia subterránea con olor a cloaca. Más desagradable a nuestras mazmorras.
Se agacha acariciando unas cadenas. Son las suyas, lo sé con su primera lágrima. Este lugar era su hogar. Yo presumía de dar a mis condenados las peores condiciones, pero hay otros que me superan.
—Vámonos —insisto.
—Soy un monstruo —balbucea.
—Claro que sí. Pero más lo son ellos.
Escucho el portazo y corro escaleras arriba, encontrando la puerta bloqueada. Trato de forzarla recibiendo una descarga eléctrica que me hace rodar por los escalones hasta llegar al suelo podrido. Existe una capa de mierda antes de encontrar el principio de la piedra desgastada.
Trato de deshacer el cosquilleo cuando la situación empeora. Una rendijas se encargan de llenar el lugar con un gas desconocido.
Toso, cubriendo con el jersey boca y nariz.
¿Quería una trampa?
¡Aquí está la trampa!
Son buenos haciendo los inexistentes. Siempre estuvieron aquí. Esperando el preciso momento para activar la trampa.
Empiezo a perder la vista. La cabeza se me va, tengo la tos del resfriado que nunca tuve y me falla el equilibrio. Alessandro cae inconsciente. Intento que reaccione, más me acabo uniendo con él.
Estoy débil. Muy débil. La debilidad nunca ha sido una característica mía, aún cuando he sufrido problemas mentales y dolor físico, nunca me he sentido tan jodido.
Apenas enfoco.
Estamos en el mismo lugar. El aire vuelve a estar limpio, limpio de gas. Los olores principales siguen atrofiando la nariz.
Busco mis brazos y piernas al sentirlas quemadas. Estoy encadenado. La quemadura que se produce en la unión me hace saber que no son cadenas normales, también podría ser el origen de mi debilidad, aunque eso podría ser causa del gas inhalado.
Tengo que esperar un rato antes de recuperar más visión.
Alessandro, desde el otro extremo de la sala, comparte mis mismas condiciones. Aún así está peor que yo.
Cabizbajo, consumido por el llanto.
—Alessandro...
—No, no, no, no...
—¡Mantén la puta calma! —necesito que reaccione —¡Alessandro, joder! ¡No muestres tus debilidades al enemigo!
—¿Qué no las muestre? —se ríe en lágrimas. Alza la cabeza y dice: —Ellos ya las conocen. Fueron ellos quienes las crearon.
—Supéralo.
—No sabes nada —dice desesperanzado.
Doy guerra a las cadenas sin fuerza.
Se escucha la puerta. Finalmente, voy a poner las primeras caras a las putas cucarachas que se entrometieron en mi felicidad, aunque lo vaya a hacer en las peores condiciones que he experimentado.
¿Y mi fuerza?
Son dos. Hablan en italiano mientras llegan hacía nosotros, entre risas, risas que cesan al llegar a mi altura. Se muestran sumisos más no lo son, no cuando de otros que no tienen mi maldición se tratan.
Se dirigen a Alessandro.
Observo sus rostros, complexiones y vestimenta. Lo grabo todo con fuego de venganza.
Mellizos. Un chico y una chica. De piel clara. Cabello y ojos marrones. Él, rapado de los lados, ella, melena larga a la largura de su cadera. Visten con alta costura italiana. Además, él carga un maletín.
—Alessandro —canturrea la chica —¿Nos extrañaste, primito? Claro que sí. Yo te he extrañado muchísimo. Cada día pensaba dónde estaría mi muñequito de prácticas favorito —se agacha dándole un beso en la mejilla. No lo veo, pero estoy seguro que el vello de Alessandro se acaba de erizar —Creía que ya no te volvería a ver.
—¡Dejadlo en paz! —les grito.
—¿Escuchaste eso, hermanito?
—No —responde el desgraciado.
—¡Vais a pagar por esto!
—Tan solo como de costumbre, muñequito. Eso me pone tan y tan triste —lleva las manos sobre su pecho. Como si en esa mierda pudiera haber corazón —No es culpa tuya ser un monstruo. Bueno. Si, Si que lo es. Por nacer.
—¡Mienten! ¡Estoy contigo!
—Me hiciste dañó cuando nos abandonaste creyendo que ahí afuera había algo mejor que nosotros —continúa la puta —Dime que me amas.
—¡Jamás lo hará!
—Te amo —dice, sumiso al completo.
—Pues yo no —lo abofetea y ríe loca —Ay, muñequito. Se me ha escapado sin querer —en un gesto inútil, reúno fuerza para quitarme las puñeteras cadenas. Tengo que poder ser más que un espectador —Has sido muy malo. Como lo has sido por tanto tiempo he podido pensar en tu bienvenida. Tengo varias opciones.
—Todos queremos darle la bienvenida —el hermano, sonríe espeluznante.
—Las damas van primero.
—Por supuesto.
Abre el maletín desvelando el material quirúrgico. Desliza el dedo por ellos hasta que elige un bisturí. Alessandro reprime el grito cuando se lo clava el hombro. Una vez, dos veces, tres... Se ceba con él. La sangre salta en cada apuñalada. Manchado a la puta lunática.
—¡Qué asco, hermanito! ¡Me ha manchado!
—¿Cómo te atreves? —le patea las costillas.
—¡Voy a repetir todo lo que le hagáis! ¡Peor! ¡Mucho peor!
—Que molesto está el viento hoy.
—¡Hijo de puta!
La chica limpia el bisturí en la camisa de Alessandro, a su vez le acaricia la mejilla sutilmente sin encontrar objeción.
—Te has descuidado, glotoncito. Tus mejillas están más llenitas. Afortunadamente, tú favorita lo solucionará. Es tiempo de una cirugía.
Mantengo la vista. Mientras que el chico sujeta la cabeza de Alessandro, la chica se pone unos guantes de plásticos y, sin desinfectar, empieza a cortar la piel de su mejilla izquierda a capas. Como si cortara jamón. Loncha a loncha. Muy despacio. Cada fino pedazo cae al suelo. Y, no quiero creer, pero creo que la fina capa que impide llegar a la piedra directa son trozos viejos de Alessandro.
Alessandro llora, suplica. La diversión de los macabros mellizo aumenta, solo pausa brevemente cuando llegan al hueso.
—Hermoso.
Los maldigo. En otras circunstancias, ya los hubiera matado, pero las debilidad que experimento me mantiene quieto. El gas tenía que tener algo, las cadenas también, aunque ignoro qué clase de material sería capaz de quemar la piel. A simple vista parece hierro común.
Estoy fallando a Hugo, a Soraya y, principalmente, a Alessandro. Él, que solo quería ayudarme.
¡No quedará así!
La maldita zorra le raya el hueso. Escribe dos nombre que olvidaré, más siempre recordaré sus caras. August y Gina.
—¿No me das las gracias?
—Gracias.
—Ahora. Curemos tú hermosura —le vacía una botella entera de alcohol de alta graduación. Ni siquiera es la de curar. Alessandro no deja de gritar —Había olvidado tus gritos. A la próxima usaré tapones para mis pobrecitas orejitas.
—A la próxima seréis vosotros quienes estaréis en su lugar. Y yo no usaré tapones—vuelven a fingir que no estoy —¡Enfrentaros a uno de vuestro tamaño, escoria!
—Ábrele la boca —dice el hermano.
—Será un placer —ríe la hiena.
No hay límites.
¿Y ellos son los buenos?
No son mejores que yo. Están podridos. Hay tanta maldad en su sangre que hasta yo podría pecar de santo. Por ahora. Después ya no será igual. Sacaré la versión más hija de puta que encuentre de mí.
Alessandro pelea para que no le abran la boca, sin embargo, cuando el hermano ayuda a la hermana es su perdición. Le colocan un hierro que impide que sujeta su mandíbula abierta y separa los labios.
—Retírate.
La hermana se va lanzándome un beso desde la distancia. Esa puta ya está muerta.
El hermano abre el cierre del pantalón y manosea la polla. Con la primera invasión en la garganta de Alessandro comprendo su rechazo a Hugo, y no puedo evitar sentir una profunda rabia por su pasado. Me importa. Mucho. Y me afecta, no porque mi mejor amigo esté encaprichado de él.
Viola su boca. Sin escrúpulos. Arremete causándole arcadas que lo divierten. No considera a Alessandro su familiar, así que no hay ni una gota de consideración hacía alguien de su misma sangre. Es un objeto. Y, por más que le grita, por más que peleé con las cadenas, soy incapaz de detener el verdadero enfermo.
Se corre sobre el hueso visible, se guarda la polla y se va.
—No digas nada —solloza.
—Saldremos de aquí.
—Nunca lo haremos. Te niegas a la realidad.
Ignoro el día y la hora entre visitas. A veces son los dos, otras solo uno. Hay cortes, gritos y violaciones por parte del hermano, anales y bucales. Le arrebato la ropa en la segunda ocasión facilitando el acceso. Por parte de la puta, no muestra interés sexual.
Alessandro pierde vitalidad. Lo estoy perdiendo sin poder hacer nada.
—Pareces sediento.
El cabrón le fuerza más la boca y lo mea. Le hace tragar hasta la última gota. Contemplando esta porquería, aseguro que es un guerrero, un gran guerrero, porque otro al huir no hubiera soportado tanta mierda, sin embargo, aún cuando tiene un amor platónico con la muerte, sigue vivo.
Emplea su cuerpo como saco de boxeo. Esta práctica la he realizado en incontables ocasiones, al menos yo tengo la excusa de que se lo merecían, ellos no tienen ni excusa.
Entre golpes escucho pisadas profundas.
Hay peligro en el ambiente.
Un hombre entrado a los cuarenta. Castaño. Sus ojos son negros, ventablack. Cargados de innumerables tinieblas. Usa una bufanda gris.
A diferencia de los mellizos no hay sumisión cuando pasa por delante.
—August —las ratas huyen de su voz.
El chico voltea recibiendo un único golpe que lo dobla al suelo. Se agarra del estómago escupiendo sangre.
—Ti... Ti... Tío...
Le patea la boca con la punta de su bota militar.
—Mocoso —el chico trata de levantarse, cayendo de nuevo con otro golpe. Lo suyo es la fuerza bruta —Os he prohibido estrictamente jugar con los invitados hasta mi llegada. No me gusta que me desobedezcan.
—Yo... yo... yo...
—Vete.
Huye de su tío.
El hombre de aires cabrones saca una petaca y bebe mientras observa a Alessandro. Nada en él resulta agradable. Sin embargo, le quita el aparato y lo cubre con su abrigo.
—¿Qué demente regresa a su celda?
—Fue por mi.
—Claro que fue por ti —no hace nada, no a él. Impulsado patea mi tórax privando momentáneamente la respiración —Derek Salvatore.
—Nombre.
—A mi no me vengas con esas.
—Lástima. Entonces no te daré importancia por esos miserables segundos que iba a recordar tú nombre —vuelve a golpear.
—Te equivocas. No lo recordarás por segundos, será por tú eternidad —baja al mismo nivel que yo, me registra sacando primero los chocolatinas que lanza a los pies de Alessandro —Soy Angelo Santoro. El hombre más importante para ti.
—¿Qué te hace pensar así?
—Soy el que siempre buscaste.
Los recuerdos vienen como un balazo al corazón. Felicidad, desesperación y vacío. Un bucle de crueldad. Mi mujer cubierta de sangre, mis suegros muertos. La amnesia y la despedida en el hospital. Ni siquiera pude decir adiós. Era un extraño. Tras todos los momentos solo era un desconocido.
Él es el autor de nuestra tragedia.
—¡¿Por qué?!
—Culpa tuya. Vuestra relación era antinatural. Una aberración de la naturaleza —enfurezco con las cadenas que me dejan a cinco centímetros de él —No naciste para ser amado, Derek. Naciste para causar dolor, sufrimiento y muerte. Así son las cosas, así fueron antes y así serán siempre.
—¡Hijo de la gran puta!
—Supongo que lo soy. ¿Creías que La Orden iba a permitir algo tan retorcido? Ah, cierto. Eres tan sumamente estúpido que ignorabas nuestra existencia.
—¡Muerto! ¡Estás muerto!
—¿Sabes decir algo más?
—¡Deja de burlarte!
—¿Acaso ves diversión en mí? No, no la hay. No hay diversión en matar humanos como nosotros —vuelve a meter la mano dentro del abrigo, me quita el arma y la caja que contiene el anillo de prometida —No hay una versión de la historia donde te casas con ella, donde eres feliz. Asúmelo.
—Asume que te mataré.
Aleja el anillo de mí.
—Siempre cometerás el mismo error. Infravaloras a los demás, esa es la auténtica razón por la que perdiste y seguirás perdiendo —abre la caja observando la alianza —¿Sabes cómo llegamos a ti? Por Laura.
—¿Y esa quién es?
—Cierto, fallo mío. Los nombres —mira hacia la escalera —¡Baja aquí, Laura! ¡Él no puede hacerte daño!
La sangre me hierve cuando veo a la puta que arruinó a Hugo y, a palabras de Angelo, también lo hizo con su hermana y sus padres. Desespero por llegar a ella. Las quemaduras en muñecas y tobillos empeoran, pero yo solo quiero alcanzarla. Quiero destrozar su rostro hasta que nadie la reconozca, quiero romper cada hueso hasta que no quedé ni uno entero, quiero poder matarla de cuatro mil formas distintas y seguir matándola incluso después de eso. Aunque considerando que no puedo resucitar a nadie, lo más placentero será hacerla agonizar, que todos los que sufrimos saquen sus métodos de torturas más bizarros.
—Cuando pensaste en usarla para infiltrar a Hugo infravaloraste el poder de un corazón roto.
—¡Estás muerta! —no me da la cara.
—Tranquila, Laura. Ya te he dicho que no puede hacerte nada.
—¡¿Cómo pudiste matar a tus padres?! ¡¿Cómo pudiste lastimar a tu hermana?! ¡¿Cómo?!
—No eran mi familia. Aunque no eran ellos quienes debían morir, sino ella. Esa loca desquiciante. Nunca fue buena. Ni cuando era una niña era buena conmigo. Siempre lo tenía que tener todo. Y siempre lo conseguía.
—¡Te quería! ¡Aún cuando sois adoptadas!
—No te haces ni idea de su crueldad.
—Conozco a mi mujer.
—Eso es lo que cre...
Un disparo y cae muerta después de que la bala haya atravesado el cráneo. Angelo limpia el arma y se la guarda.
—Nunca me cayó bien. En fin, sigamos con lo nuestro.
—¡¿Cómo te atreves?! ¡Era mi presa!
—Energúmeno, yo no juego a tú nivel de guardería.
Me niego a su final. Demasiado simple. Injusto. Ella se merecía más, tenía que pagar por el sufrimiento de cinco hombres, un niño y mi mujer Era mala. Mala y puta. Causante de la mayor crisis que hemos sufrido los Salvatore. Y, estúpido de mí, creyéndola santa, la dejé con Hugo y Soraya. Le di libertad para cagarnos durante dos putos años cuando debí condenarla.
No, no, no y no.
Ha encontrado la paz demasiado rápido. De un disparo. De un único y maldito disparo que ha volado sus sesos.
—¡Sufrirás su castigo!
—Considerando que me he ganado tú máximo rencor al confesar ser el autor de la muerte de tus suegros y las heridas de Soraya, no creo que vaya a notar la diferencia por privarte de tú presa —en cada palabra, más lo odio —Lástima que no puedas hacerme nada en tus condiciones. Ahora mismo matarte sería simple —ignorante —Aunque resulta más divertido dejarte vivir sufriendo por ella.
—¡Iré a por ti!
—Estaré esperando.
Vacía la carga de mi pistola e introduce una única bala. La deja en medio, entre Alessandro y yo.
—¿Cuál será tú elección? —agarra el cadáver de la puta por la pierna y la arrastra en su marcha.
—¡Espera un segundo!
—Tú repertorio de insultos es escaso para que gaste un segundo contigo.
—¡Devuélveme el anillo! ¡No puedes llevarte el anillo! ¡Es mi anillo! ¡Mio, no tuyo! ¡Sin él no puedo casarme! ¡Así que dame! ¡Dame!
Suelta a la puta y regresa a mi altura. Tira violentamente de mi cabello posicionando el anillo delante de mis ojos.
—Míralo bien, Derek. Míralo porque no lo volverás a ver.
—¡Dámelo!
Mierda, mierda, mierda y más mierda.
Grito maldiciendo al hijo de puta que mato a mis suegros, me quitó a mi mujer y ahora me ha robado la alianza. Estoy un rato enloquecido. Hasta me saltan las lágrimas de furia. Odio a ese sujeto, más que a cualquiera. Nunca había experimentado este sentimiento a niveles que hicieran que amará a Enzo.
Hay monstruos peores que mi padre.
—¡Angelooooooo! ¡Angelooooooo! ¡Angelooooooo! ¡Angelooooooo!
Un jadeo me pausa.
Alessandro está perdiendo mucha sangre. Cada vez más ido. Un humano ya hubiera muerto con la gravedad de sus heridas, afortunadamente, su maldición le otorga resistencia extra. Tal es así que ni se ha desmayado. Sin embargo, eso no significa que no se está muriendo.
—Tengo hambre —jadea.
—¡No jodas con tú hambre! —entiendo que la necesita para regenerarse, pero las chocolatinas que cargaba se las ha lanzado Angelo y han sido insuficientes —Tendrás un banquete cuando salgamos. Céntrate, necesitamos un plan —mira hacía la pistola. Esperanzado de una idea, cuestiono: —¿Qué tiene?
—Una bala.
—¡Eso ya lo sé!
—Una bala para mí.
—No te servirá conmigo.
—No es para ti, es para mi. Para que me mates —si no fuera por las circunstancias lo golpearía por imbécil —Sobrevive. Tienes que salir de aquí. Hugo y Soraya te necesitan.
—A ti también.
—Solo tendrás una oportunidad. Apunta a mi corazón —sonríe con tristeza —No te preocupes por mi. Moriré feliz. En mi encierro nunca imaginé poder tener amigos, pero los tengo. He vivido más de lo soñado. Y, capullo, me alegra que sea un amigo el que me mate y no ellos.
—Yo no mato a mis amigos.
—Esta vez sí.
A ratos balbucea, otras llora y otras ruega para que dispare. Aunque le recuerdo que estoy encadenado parece que su mente no lo traduce, para él estoy suelto, mirando como su vida se esfuma. Si de verdad fuera libre insistiría en una salida, guardando la bala para Angelo.
—Comidaaaa —su voz se vuelve más oscura en cada reclamo, pierde los sentimientos —Comidaaaaaa... Necesito comer...
Cada vez es menos él.
"Ese cabrón necesitaba comer urgentemente cuando lo herían. Era muy placentero ver cómo su vida desaparecía, sin embargo, no era muerte lo que le esperaba cada vez que resultaba malherido y no había comida" —escucho el recuerdo de Hugo en mi cabeza.
¿Por qué ahora?
—Mátame.
—No.
"Su evolución dependía de las heridas. Cuanta más sangre perdía, más rápido sucedía. Siempre repitiendo patrones empezando por los jadeos. A medida que avanzaba perdía la vida de los ojos y su voz se oscurecía. Sin lugar para el sentimentalismo."
Estoy apunto de descubrir la maldición de Alessandro. Aquello que ha callado con temor. Usaré toda la información y lo identificare. Con o sin ayuda de Hugo. Tengo que saber para poder guiarlo.
—Si... Tien... Si no me... Mátame.... Yo no... No quiero...
—No tengo miedo.
—Lo siento.
Mantengo la vista en él durante el siguiente lapso de tiempo. Nadie viene, ni lo harán.
"La primera que experimenté con él creí haberlo matado. Había escuchado mucho, pero nunca lo había visto en persona."
—¿Alessandro? —cuestiono cuando se hace el silencio. Se ha derrumbado al suelo y temo lo peor —¡Ey, cabrón! ¡Despierta! ¡Tenemos que regresar a casa! ¡Soraya y Hugo no esperan!
"Ah, pero ese cabrón no estaba muerto. Era una pequeña calma antes de que se desatará el infierno. Nunca vi una transformación como la suya. Vomitiva."
Abre los párpados de golpe. Los iris son dos perfectas esferas negras mate envueltas por el color de la sangre. La piel adquiere un tono gris.
Ya no habla, ni lamenta. Jadea. Exageradamente. Aunque peor son los gritos cuando las venas se hinchan. El cuerpo se amolda con perforaciones en su piel causadas por los huesos que sobresalen. Los dientes son sustituidos por los de un depredador grande.
¡Sé lo que es!
Jamás hubiera contemplado la opción. A pesar de las comparativas conmigo, las creía más por un mal pasado. Estoy jodido. Pero quiero reír. Simplemente, imposible,
Vuelto en bestia se rompen sus cadenas y me detecta como presa, cualquier cosa que le llene es aceptable. Arranca parte de la piel del brazo. Se devora mi carne junto a la tela.
"Hambruna. Creía que tú hermano tenía suficiente con sus personalidades, pero es el que se lleva la peor parte de los jinetes. Si alguna vez resultará herido y llegará a transformarse, espero que no estés cerca. Sería incapaz de reconocerte. Serías su próxima comida."
Necesito salir de aquí.
¡Ya!
****
¡Dejadme en paz! ¡Esto no deja de dolor!
*c va a realizar la oración*
Odio a la autora.
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