039 - JINETE
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
SORAYA AGUILAR
Vuelta a la rutina. Anoche, recibí la planificación. Han regresado los madrugones. Ya estoy detestando a Derek, más considerando la bajada de temperaturas. Quiero estar en mi bendición de cama, enrollada en las sábanas, esperando ilusamente ver caer la nieve con una taza humeante.
Suena el timbre. Voy a por el desayuno, aunque ya no hay repetidor, sino que la encargada de entregarlo es Samiya. Al pobre repartidor lo ha interceptado antes de que tocará el interfono.
Apodaré mi nuevo hogar, la fortaleza.
Aunque Alessandro prometiera colarse, será imposible. Si lo quiero ver, tendré que fugarme dando esquinazo a las esposas de Damián.
—Te advierto desde ya que eso no ocurrirá —me toco la cabeza asustada de que la haya leído. Hablamos de hombres que se regeneran, también podemos hablar de mujeres que se infiltran en pensamientos ajenos —Eres muy evidente.
—¡Sal de mi cabeza!
—No estoy en ella.
—¡Bruja! ¡Bruja! ¡Bruja!
—Estoy entrenada para leer las intenciones de mi adversario. No eres mi enemiga, pero tus intenciones de escapar lo son —parece falso —Nuestro jefe nos entrenó para ser las mejores. Ocasionalmente, quise rendirme, pero quería estar con él y la única manera era ser independiente. Soy capaz de protegerme sola.
—Muy duro.
—Entiende que él ha visto como sus hermanos han perdido el amor. No puede estar siempre por nosotras, así que nos hace fuertes para que nos podamos proteger por nuestros medios. Además, no nos podemos quejar, nosotras aceptamos las condiciones.
—¿Se podía rechazar? ¿También puedo rechazar a Derek?
—Nadie puede escapar de un amor tan oscuro como el de mi cuñado, princesita.
—No soy una princesa —tuerzo los labios.
—Aprende a protegerte y te llamaré guerrera.
—Estoy en ello.
Desayuno dando por cerrada el tema. No soy apta para tener una conversación con ella, siento que voy a perder, digas lo que diga, creando un sensación de vértigo.
A medida que me lleno el estómago, empiezo a desechar productos que no estaban dentro de mi dieta. Alzo la vista hacia Samiya y le comunico:
—Desayuna. Eso me sobra.
—Desayune antes de empezar mi turno.
—Cierto. Soy trabajo —contraigo los hombros y miro todo el sobrante —Derek es estúpido. Se supone que no debería cometer errores, pero el muy imbécil se ha equivocado con el pedido y se echará a perder. Come aunque sea poco, por fa.
—¿Te especifica que comer? A mi me escribió, sobras —giro con la agradable sorpresa de Alessandro. Su sonrisa es el auténtico buenos días —Así que lo descartado es mío.
—Al final lograste entrar.
—Más bien me deja vivir contigo. Siempre y cuando cumpla una mierda de horarios —muestra su plan. Son apenas dos palabras, gimnasio y comida, con una pequeña anotación para que yo le diga los lugares —Fue rápido de leer.
Me gustaría entender a Derek. Primero que no, luego que sí. Le provee la comida y le da un horario teniéndo presente que no sabe leer.
—Cuando llegué anoche estabas durmiendo.
—¿La cita fue con Derek?
—¿No te alegra tenerme aquí?
—Ni lo dudes. Pero no me gusta que vayas con él. Su cabecita está cucú. Además, me besaste. Te podría haber... —paso el pulgar por la yugular, a lo que responde con una sonrisa excesivamente dulce. Así no lo puedo reñir, tan tierno —Eres muy importante como para perderte.
—Visite a Hugo. Te envía saludos —pincha un pastel de chocolate y lo saborea —Derek... —Samiya carraspea —Si, ya sé, ese capullo odia su nombre. ¿Pero lo ves por aquí? Yo no.
—Os daré espacio —Samiya, sale.
—Como iba diciendo. Derek me invitó a ir al centro de rehabilitación de Hugo y no lo pude rechazar. Necesitaba comprobar que estaba bien.
—¿Y yo qué?
—Hugo no quiere que vayas. Entiende que eres su persona favorita y sabe que te decepcionó, así que no quiere seguir haciéndolo. Deja que esto pase. Cuando menos lo esperes estará aquí.
—¿Estaba bien?
—Es al que atienden mejor.
Suspiro llevando la mano en el pecho. Tengo un profundo alivio gracias a los actos de Derek.
—Hugo es genial sin drogas. Ya verás. Es amable, de grandes intenciones dobles, triples. Tiene un baile. Muchos. Pero tiene uno que me gusta especialmente. El de la victoria. También le gusta cantar. Y ríe mucho.
—Cualquier similitud con un asesino serial es pura coincidencia.
—Te pasas, Alessandro. Él jamás mataría.
—Ni un insecto.
Cuenta cómo fue la tarde con Derek y Hugo. El ambiente fue tenso, más cuando llegaron al centro. Aprovechando que Hugo se encontraba estable, Alessandro presentó a Derek como mi novio, aunque ocultó sus gustos criminales, continuando la mentira con una vida de empresario y grandes inversiones legales. También aprovecha para darme lujos de detalles con sus cuidados.
Tras la visita, Alessandro y Derek hablaron, se llevaron bien y consiguió que lo dejará vivir conmigo. Aunque nada es gratuito con él. Así se lo hizo saber con su obligación con los horarios. Incumplir significa calle.
—Y empiezo hoy —cierra la explicación devorando la última migaja.
—Imposible. Sigues herido —me escandalizo.
—Un par de rasguños no pueden conmigo —por favor, si le subo la camiseta no habrá ni una misericordiosa señal del apuñalamiento —Será divertido. Y estaremos juntos.
Antes de cruzar la puerta del gimnasio me sube la adrenalina. Hace semanas que no piso el lugar, pero el cuerpo recuerda los breves días en que sentí la existencia de los músculos.
Samiya vigila cercana mientras Alessandro se percata del panel.
—Apoyas el pulgar y detecta tú huella. Si estás dentro del sistema abre la puerta —le explico.
—No le di mis huellas.
—Yo tampoco. Se las robó, también te las ha podido robar a ti. Haz la prueba.
Apoya el pulgar y la puerta se abre.
—Funciona.
—Ladrón de huellas y acosador. Un experto.
Hago de guía por las instalaciones. Los hombres que trabajan para los Salvatore entrenan en silencio, a nadie se le escapa palabra mientras exploramos y, creo que, la recuperan cuando entramos en vestuarios. Cada uno en el suyo. No tardamos mucho en cambiarnos.
Vamos a la sala del ring donde esperan Abel y Diana.
—Esperaba que hubiera aprendido de puntualidad en su ausencia, señora Salvatore —increpa Diana.
—Teníamos un acuerdo con mi nombre.
—Usted imaginó tal acuerdo.
—Es Aguilar —indica Alessandro.
—Ella mantiene una relación con nuestro jefe, señor De León.
Contengo las ganas de reírme por la confusión, confusión que Hugo hubiera celebrado estando presente, la misma confusión a la que Alessandro le pone mala cara, curvando con encanto los labios.
—No soy Hugo.
—Sé que es su novio —me río por la liada de Derek.
No puedo creer que le haya dicho a su personal que mis amigos mantienen una estrecha relación. Es muy cercano a la realidad. Tal vez, en el fondo, es esa creencia la que hizo que no se tomará mal nuestro beso. Muy posiblemente saco esa conclusión tras el juego del maniquí. Y, seguramente, la ha sentenciado después de que lo llevará al centro de rehabilitación.
—Muy mal, mordisquitos. Estoy desinformada —subo las manos a la cadera.
—Solo somos amigos, señora Salvatore —aprieta los dientes.
—Y yo te creo, señor De León.
—Vamos a calmarnos —Abel, interviene con un gesto de manos relajadas —Salvatore, De León o lo que quieran son cosas que podéis discutir más tarde. Aquí vienen a entrenar. ¿De acuerdo?
—No. Somos Alessandro y Soraya —contesta Alessandro.
—Alessandro y Soraya. ¿De acuerdo?
—Si —respondemos.
Iniciamos con dos horas de cardio, dirigidas por Abel, encima de las cintas de correr. Con mi nuevo compañero hacer ejercicio se convierte en una constante diversión entre comentarios y bromas. Incluso se contagian nuestras risas los demás. Alessandro se los gana. Se convierte en su centro de atención. Tan es así que olvidan que está prohibido hablar en mi presencia, cosa que agradezco que hagan, creando una atmósfera agradable. Si lo pienso. Extraordinario. Él, que le costó tanto acercarse a nosotros, que no tiene más amigos, tiene un gran don para socializar, pero lo ignora por el pasado que desconozco.
El tiempo de diversión cesa cuando llega el turno de Diana. Equipados y sin público, más allá de la ayudante de la instructora y la misma, realizamos una práctica de golpes contra manoplas. Acompañados de música electrónica, la cara estreñida prohíbe los comentarios de mi amigo. No estamos en un circo de payasos. Tengo argumentos. Pero. Ni siquiera los puedo dar. El objetivo es poder defendernos, no subirnos en un monociclo realizando malabares.
Soy llamada primera al ring. Diana no está follada, sus golpes lo demuestran derribándome a cada oportunidad. Ni siquiera da tiempo para incorporarme que ya me tiene al suelo.
—¿Eso es todo, ridícula? —recibo un golpe antirreglamentario en la cara —¡Levante, despegue el culo de la tarima! ¡No merece ser la señora! ¡Usted es...! —agacha la cabeza.
—¿Qué se supone que es? —su voz indica el cabreo.
—Se... Señor...
—Nombre.
—Diana, Señor.
—¿Qué es mi mujer? Tengo especial interés en averiguarlo.
—Su señora, señor. Aplico lenguaje hostil para el entrenamiento.
—Esfúmate —Diana se retira con su ayudante —Levanta, Bird. No me gusta que mi mujer me admire desde el suelo.
Acepto la ayuda que ofrece con la mano. Su chándal combina con el mío. La camiseta se le pega como una segunda piel, sin misterios a la hora de definir las fronteras de sus músculos. Estampado de pájaros. Mimado con los mismos detalles que yo, a excepción de algo que rompe los nervios, provocando mi irritación y respectivos gritos:
—¡¿Y el Bambino?!
—Esa palabra...
—¡Yo tengo, Bird! ¡Tú deber es llevar Bambino! —señalo la pierna en la que debería estar —¡Ahí! ¡Cómo yo! ¡¿Qué pasa contigo?! ¡Ni una cosa haces bien! ¡Ni una!
—¡¿Qué te dije de esa palabra?!
—¡Bambino! ¡Bambino! ¡Bambino! ¡Ba...! —estruja mis mejillas dificultando el cuatro Bambino. Insuficiente —¡Gamgino!
—Te ganarás un par de nalgadas —saco la lengua como puedo —Descarada. Hay un espectador. Aunque deberías su presencia no me importará a la hora de emplear mi mano.
—Yo quiero ganarme comida —participa.
—Desaparece.
—¿Y el por favor?
—Alguien sirvió por error un banquete en la sala de descanso. Como no corras te quedarás sin nada.
Alessandro opta por la comida antes que a mí. A estás alturas sé que la comida siempre estará por delante.
—Gracias por deja...
—Nada de gracias. Devuélvame mi tarjeta y abre las piernas —gruñe.
—Ah, no —entrecierra los ojos y cruzo los brazos —Consíguete una copia. Y mis piernas seguirán cerradas.
—¿Y ahora qué hice?
—Tú sabrás —está bien lo de Alessandro, pero continúo muy molesta como para regresar al grupo de chicas que se folla. Tres días esperando. Insolente —Interrumpiste la clase. ¿Qué quieres?
—Sabes lo que quiero —me repasa lascivo.
—Si no es nada importante te puedes ir al montón de estiércol que componen la colección de tus guarras —me planteo lo fuerte que suena la oración —Yo...
—Hoy seré el instructor.
¡Moriré!
Apenas puedo ponerme en guardia que su puño corta el viento silbante cercano a mi oreja izquierda. Ha llegado furioso, continúa en el mismo estado o peor tras la agresión en mis palabras.
El segundo golpe impacta en el pecho. Usa más fuerza que Diana sin importar que me duela o aterrice al suelo. Yo estaba bien con Diana. No necesitaba que viniera la bestia a patearme el trasero. Sin embargo, desmonto el pensamiento cuando me ayuda a levantarme y corrige mi postura inicial.
—Sin prisas. Estudia al enemigo —sin gritos, habla amable mientras se mueve en círculos que persigo en una distancia prudente —Sé que a tus ojos soy una bestia enorme y temible, pero tengo puntos débiles.
—¿Es una broma?
—Averígualo.
Adelanta un pie y salgo corriendo, bajo del ring sin que el demonio me ofrezca una tregua. Grita mi nombre furioso, reclama mi regreso. Considerando que tengo neuronas sanas continúa la escapada. Si me detengo me romperá. Uno o cuatro huesos. Quedaré en silla de ruedas. Si fuera por la bestia de su pantalón aún, pero me quiero y sé que será con sus manos.
Conociendo la ubicación de la salida voy a por ella cuando se me cruza y patea mis costillas. Doy volteretas por el suelo. Duele. Joder, duele a mil. Conozco la sensación sabiendo el resultado. Un moratón negro.
Odio su mala y desquiciante versión oscura.
—¡Destrózame, Bird! ¡Demuéstrate quien eres!
—¡No soy tú!
—¡Eres más que yo!
Durante milésimas de segundo parece que el mundo ha pulsado el botón de stop. Solo él y yo. Inspirando y expirando. Estudio a mi hombre, a mi enemigo. Esquivo el primer golpe. aunque ayuda que avise de la dirección por la que viene em cada uno de sus ataques. Engancho su brazo. Olvido el kick boxing y su normativa. De nada sirve cuando vuelvo a viajar al suelo de losas, duele más que en la tarima, aún así me levanto más deprisa que en el ring.
Sonríe y le correspondo.
Convertida en una presa complicada, voy esquivando con mayor facilidad en cada ocasión. Ni siquiera empeoró cuando deja de avisar.
Contraataco.
El cazador se convierte en la presa. Soy la que inicia los golpes. Se queda sin posibilidades, arrinconado contra la pared, perdiendo la oportunidad de escapar antes de que le practique una llave. Una inútil llave que no lo tumba y me deja empapada.
Abrazada a su cuello con las piernas, el medio ha quedado justo a la disposición de su boca y se aprovecha. Muerde por encima de la tela.
—Acepto la invitación —dice arrogante.
Soy bajada al suelo sin poder reaccionar cuando ya ha roto el pantalón y la braga, dando paso a la penetración de dos dedos. Besa con su permiso, muerde dando inicio el descenso que lo conduce a deslizarse por mi cuello.
—¿Y el colgante?
—El la taquilla —jadeo. Maldito placer —Dijiste que no puede ser mojado. El sudor moja.
—No tanto como yo.
Chillo con las violencias de sus hundimientos mientras su barba quieta hace cosquillas en mi cuello. Se me derrite la vagina. Deliro con el pulgar sobre el clítoris. Antes de que acuda con su boca a la zona baja, agarro su cabello y hago que descansa los labios en los míos.
—Conozco el contrato, Bird. Te como el coño y te reviento, nunca había firmado algo tan poético.
—No —oculto la excitación.
—Ambos queremos esto, joder —protesta.
—Solo quieres tú —gruñe rabioso —Si tienes un calentón te vas con una de tus sumisas adiestradas. A mi no se me antoja ser una más.
—¿Sigues con eso?
Aún cuando yo debería ser la cabreada de la situación, él lo aparenta más. Se va sin esperar respuesta. Con sus putas.
Me niego a aceptar que acabo de cometer un error. Estoy caliente, dispuesta a saltar sobre una polla sobrenatural. Aunque la calentura no me quita la inteligencia y el orgullo de ser más que una usada.
Tengo dedos. Puedo lidiar la...
Derek regresa tirándome mi ropa y me apresuro a quitarle las buenas vistas que le causaba la ropa rota. Uso la toalla quitándome el sudor, mientras me hace una trenza. De últimas me pone el colgante. Pega los labios sucios y calientes en mi frente.
El demonio que habita en mí golpea al ángel con un bate de clavos por no saborear la lujuria.
—Terca —me regaña.
—Estoy buscando un lugar enfrente de tú mierda mental.
Soy cargada en su hombro y, a pesar de mi pataleo, puedo decir que un secuestro nunca había sido tan simple. Los hombres no lo detienen, Alessandro no acude a mis gritos a causa del banquete. Traición.
Tengo un mal presentimiento. Derek no ha hablado durante el trayecto que nos ha llevado a su mansión, claro que tampoco le he dado el gusto de escuchar mi voz.
Bajo del coche antes de que se moleste en abrir la puerta, lo dejo atrás mientras se ocupa con un par de llamadas. Me voy adentro. Es hora de cobrarme una digna venganza por la cornamenta, las mentiras y su falta de modales. No siempre es él, yo también puedo ser villana en esta historia.
El recorrido termina en el salón de la pared negra y siluetas de pájaros en blanco. Estoy obligada a dibujar uno. Solo uno. Sin embargo, hoy serán todas hasta que no quede ni un espacio. Siluetas gordas, siluetas deformadas, a punto de explotar por exceso de alimentación. Nadie interrumpe mi fechoría. Trato de rebajar el sobrepeso de las aves y se convierten en anoréxicas. Horribles como la primera versión rechoncha.
Corro al pasillo a asegurarme que el monstruo no viene y regreso. Consumo tizas repletas de polvo blanco, manos, brazos y ropa.
Me alejo al quedarme sin espacio. Después de que Derek no haya venido por más de dos horas, he logrado contemplar la obra.
Sonrío gloriosa.
—¡¿Qué hiciste?!
—Mi mayor obra de...
Quedo sin aliento al girarme. Derek mira mi obra de arte mientras yo veo una esculpida y con traje de jinete. Estoy que exploto, apunto de derramar los líquidos más calientes.
—¿Qué excusa usarás ahora para venir? —dice roto, por dentro y por fuera.
No tendría que verse triste, tenía que enfurecer. Es lo suyo. Empiezo a no estar segura de su personalidad, aún cuando convive con dos opuestas, dudo que eso sea real visualizando a un hombre consumido en su tragedia.
—Ordena que pinten otra —señalo la blanca del lado a la negra.
—¿Una nueva pared?
—Si.
—Yo mismo la pintaré para ti —suspira aliviado y me besa la frente —Casi estoy a punto de arrepentirme por lo que pasará. Lástima que para aprender existan lecciones de muy mal gusto.
Vamos al jardín. Ahí hay cinco hombres, cuatro escoltando a uno que permanece arrodillado. En los huesos. Un ojo hinchado, partes cortadas y serias quemaduras de tercer grado. Su piel es tan pálida que parece que llevé años sin conocer el sol.
El moribundo debería ser el centro de atención, sin embargo, para eso están los objetos de encima la mesa. Una botella de grapa, una copa, un estuche de cuerpo, una pistola, una cuerda y una fusta de equitación.
—¿A qué objeto le das tú miedo?
—Al estuche.
—¿Por qué?
—Los otros los veo y tengo pequeñas ideas de lo que podrías hacer.
—Interesante —va a por la pistola y comprueba la carga —Para la lección de hoy te hablaré de la mafia italiana. Toda organización del submundo que se aprecie destaca por dos principios, el dinero y sus leyes. Durante décadas, una de las leyes principales de la mafia italiana, ha sido la fidelidad. El engañar conlleva la muerte, ya que si eres capaz de traicionar a quien has jurado amor eterno, eres capaz de traicionar a cualquiera.
—Hay excepciones.
—No en mi casa. Nuestra organización se creó en el corazón de Italia. Y, quizás esto me haga algo nostálgico, pero adopte viejas costumbres. Yo no obligo a nadie a casarse. Sin embargo, si contraen matrimonio lo único que exijo es que sean fieles hasta que la muerte los separe.
—Si esto es una propuesta de matrimonio...
—No necesito un papel para jurar amor eterno. Mi lealtad y fidelidad te la debo desde que nuestros mundos chocaron.
—¿Y si me engañas?
Se posiciona detrás rozándome el brazo con la boca de la pistola hasta llegar a la mano y colocar el arma. Agarra la otra para que se unan. Hace que las levante apuntando al sujeto arrodillado. Trago grueso. Su barba raspa mi mejilla antes de besarme la sien y hablar susurrante a mi oreja:
—Cuatro años de tortura y una ejecución de cuatro balas. Dos en la polla, uno en la cabeza y otro para el corazón —lo veo mirarme como si estuviera esperando que le dé fin al infiel. No obstante, le devuelvo el arma y se encarga él. Los hombres limpian veloces la escena del crimen y se llevan el cadáver. Mientras tanto, Derek ha intercambiado la pistola por el estuche que me provoca escalofríos —Conmigo tendremos una pequeña variante.
El contenido me deja fría por su belleza. Un antiguo puñal. Calculo que debe superar un siglo y más, mucho más. El arma está forjada con precisión al detalle. Contiene escritos en un idioma desconocido, posiblemente se trate de latín o alguna lengua muerta que dejó de usarse hace eones. Donde se une la empuñadura con la hoja hay una piedra preciosa de un intenso azul eléctrico. Al final del mango, cuatro más. Rojo, amarillo, blanco y negro.
—Es tuyo. Cógelo.
Saco el arma del estuche recibiendo un suave calambre. Tengo una sensación con el arma que no sé explicarla mejor que Derek. Mía.
—¿Cuál es su nombre?
—Finismortis. Si alguna vez te engaño o te cansas de mí, atraviésame corazón con ella.
—¿No hay otras?
—No.
—¿Y la sirvienta?
—Esperando su destino por insultar a mi mujer —regreso la Finimortis en el estuche y Derek la deja cuidadosamente en la mesa. Se sirve una copa de grappa y brinda —He aclarado tú acusación contra mi. Estoy limpio. Pero. Dado que dudaste de mi lealtad es tiempo de un castigo.
Vuelvo a repasar los objetos de la mesa, la cuerda y la fusta. También tengo presente el atuendo de jinete que le quede perfecto a Derek. Solo le falta una yegua. Una yegua mala para fustigar. Una chica mala. Alguien que ha dudado, que la han podido los celos por culpa de un exceso de imaginación.
—¡Oh, joder! —bramo.
—Desnúdate.
—¿Lo podemos hablar? Hace fri... —introduce el pulgar encuerado en mi boca presionando la lengua.
—Desnúdate. Adiestrare tus celos, pajarito.
Libra mi lengua y se sirve otra copa. Espera paciente ante un repaso intimidante que debilita las piernas. Sus perversiones caen en mí como un jarro de agua caliente que endereza los pezones y dilata la vagina.
Intento permanecer fuerte, pero... Oh, Dios. Nadie se puede negar a un hombre creado para pecar, a un hombre de promesas y miradas tan oscuras que despiertan los impulsos más primitivos.
Castígame.
Apresurada me quito toda prenda molesta y me abrazo, chorreando por la bestia a la vez que sufro por las bajas temperaturas. Estaría mejor hacer cosas de cuestionable moral adentro, pero él manda y ya eligió escenario.
Tiemblo por minutos. Se saca los guantes sin prisa, avanza y ocupa la mano con mi mejilla en un acto cálido. Contrastes, los sufro a medida que desciende hasta atrapar los pezones. Gimo con sus pellizcos sádicos. A continuación, se inclina liberando su abrasador aliento en mis tetas. Hace desaparecer las exigencias del clima y solo queda él y el calor que irradia sobre mi piel.
—¿Mejor?
—Si.
Rompe nuestra conexión volviendo a emplear los guantes y se adueña de la cuerda. El conjunto de hilos roza la piel a medida que los nudos son creados por mi dominante. Apresa nalgas y senos, inmoviliza los brazos pegados al cuerpo. Sonríe victorioso al finalizar el trabajo.
Otra sonrisa más y juro matar al ángel.
—Me debes una sesión de fotos atada. Acabarás follada.
—¿Y si la haces ahora?
—Mis pelotas quieren otra cosa.
Tira de la cuerda fundiendo nuestras bocas reclamante y violento, arrinconando mi lengua al fondo con las suya. Al igual que arrincona mi cuerpo contra el suelo. Soy moldeable a sus antojos. Puesta en cuatro deliro al maltrato de sus largos y gruesos dedos, jadeo alzada de cabeza por la trenza y me encuella sin frenar. Soy estrangulada. No como en aquella vez en la cabaña, sino con control.
Continúa torturando la zona cero. Hasta que recibo una primera nalgada con gustosa sensación eléctrica, gusto que se vuelve en disgusto cuando quedo huérfana de su toque.
—Derek...
—No.
—Pero... —lloriqueo urgida de su toque.
—Se llama castigo por no ser placentero —me pellizca la nariz sin que pueda defenderme —Compórtate y tendrás premio.
Vuelve a tocar mi piel sin haberse quitado los guantes, hace que me sienta querida antes de ir a por el segundo objeto, al cual temo con curiosidad.
La lengüeta hace fricción con la nalga. Arriba y abajo, da un semicírculo, es amable con la carne antes de quemar a través de un latigazo. Vuelve a retener mi cuello cuando llega otro azote. Otro y otro más. Suelto quejas, lamentos. Mi cabeza quiere escapar, mi cuerpo quedarse y recibir el castigo con mayor dureza.
Al décimo latigazo manosea sin escrúpulos la nalga, antes de repetir el mismo ritual en la otra. Estado actual, líquido.
—¿A quién llamas infiel?
—A ti.
—¿A qué juegas?
—Dame otro azote, ¿si? Quiero más azotitos.
Provoco su risa y mato al ángel, hoy no requiero de sus consejos.
—¿Lo quieres así? —recibo con gusto la fusta en mi trasero.
—Si. Así lo quiero.
—Eres un desastre, Bird. ¿Cómo te castigo si te gusta el dolor? —se tumba en la hierba quitándose los guantes.
—Tus problemas te los arreglas solo.
Ocupando lugar en mis nalgas con sus manos me levanta ubicando el medio de mis piernas encima de su boca. La caricia de la barba con el vello público provoca una ligera lluvia, el cual toma con brevedad antes de colar la lengua en los pliegues haciéndome conocedora de su infierno.
Soy poseída de sus encantos, batallo con las cuerdas y empujo la pelvis contra sus labios. Estallo en placer. Empapo su rostro con un diluvio grotesco, los truenos son mis gemidos y la gotas bravas los líquidos que no paran, al igual que no para de saborearme como si fuera un hombre sediento en mitad del desierto.
—Perdón —me disculpo muy sucia.
Es decir, literalmente, creo haber estado por más de un minuto chorreando entre temblores. He pringado su cara, su cabello y el principio de su traje.
Estira mi cuerpo hacía atrás y me encorva hacia delante, une nuestras bocas con gusto a sal. Comparte parte del líquido que ha reservado. Hace que trague mis propios fluidos.
—Una comida antes del sexo se me hace corta, quiero repetir.
Rechazo la idea de inmediato. Suficientes preliminares, quiero lo bueno, lo que mata la cordura y me convierte en guarra.
Cambiamos de postura. Levanta mi pompis y se clava dentro como bestia desalmada. Frenético con la cuerda, arremetiendo sin piedad. El sonido natural del jardín es eliminado por gritos obscenos. Animales en estado puro. Invocados por el celo.
Recupera la fusta aumentando el rojo de mi trasero y lo que no es. Castiga mi culo, al igual que otras partes del cuerpo. Cualquier punto es interesante. Espalda, costillas, vientre, pechos, pezones... Soy masoquista. En la cama. Con él.
Como si fuera un punto más de nuestro acuerdo, llegamos al clímax sincronizados, siendo llenada de su semen. Si no fuera por el tratamiento doy fe que acabaría de ser embarazada. No lo digo porque siempre acabe dentro, sino porque es un semental que aún vacío sigue follándome. Simplemente, inhumano.
Tumbada y desnuda sobre las almohadas del sofá, hojeo un libro mientras espero el regreso de Derek. Tras dos horas de éxtasis en el jardín, ha cortado las cuerdas y me ha llevado adentro encendiendo la chimenea. Consiente a su poluello. Y a mi me gusta que lo haga.
Aparece sin haberse cambiado. Carga una bata azul, la Nikon y un bálsamo para mi trasero en pompa. Aunque también paras las otras zonas que han sido castigadas. Saca el labial y le pongo los morros acostumbrada.
Mundo injusto. Los detalles sanos debilitan y hacen caer, y yo no quiero caer.
Cubre mi cuerpo con la bata, recibo un beso y el flash de la cámara. Se le ilumina la mirada con el resultado, sonríe con la felicidad de un niño. Y, quizás, en el fondo, muy en el fondo, puede que solo sea eso. Un niño rechazado por la sociedad anhelando una segunda oportunidad.El dolor no lo excusa de sus malas acciones, pero es un principio para comprender sus torturas mentales.
—¿Cómo es acosador en italiano?
—Stalker.
—Stalker —repito, subiendo a su regazo.
—Bird —me observa.
—Il mio stalker —alza una ceja. Envuelvo su cuello y lo beso —Mio. Il mio stalker e bellissimo uomo. Il mio bambino.
(Mi acosador. Mio. Mi acosador y hermoso hombre. Mi niño)
Libera a la segunda bestia y penetra de una, aprovechando la postura y la falta de ropa. Coloca una mano en mi nuca y otra en la cadera, orientado la actividad de nuestros cuerpos. Nuestras frentes se unen. Soltamos el primero gemidos a escasos centímetros de las bocas, antes de confesar silenciosamente nuestra adicción.
—Te follaré por lo que nos queda de día —anuncia subiendo la mano al corazón negro y dejando que cabalgue inexperta —Y te marcaré. Vas a recordarme en mi ausencia, recordarás cada punto en el que estuve.
—¿Te vas?
—Tengo asuntos que atender.
—¿Cuánto tiempo? —detengo la follada, ya siento su ausencia.
—Un día, una semana o puede que un mes —miro mi reflejo entristecido en sus ojos oscuros —Seré puntual enviando tus horarios. Siempre a la nuevas. Y nos podemos llamar. Tener sesiones calientes a través de la línea, teniendo permiso para tocar lo que es del otro. Tú te tocarías aquí por mi —baja mi mano al clitoris. A continuación, se agarra el miembro viril —Y yo tocaría aquí por ti.
—De acuerdo.
—Y me llevo a Alessandro.
—Espera un momento. ¡¿Qué?!
—Ofreció su ayuda y acepté.
—Es de los míos, no tuyos —me retiene en un agarre imposible de liberarme —También es un tonto amante del peligro. No quiero que se involucre en las actividades de tú organización.
—Nada de asuntos criminales.
—Júrame que estará bien. Que lo cuidarás como si fuera uno de tus hermanos, júralo.
—Te juro que lo pondré por delante de mí.
****
*s derrite por el calor*
Es que... Es que... Es que...
*derrame cerebral*
Vayamos por el drama. A mi me gusta el drama y la sangre, quiero ver mucho sangre y sed de venganza.
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