035 - VIEJOS AMIGOS
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
DEREK SALVATORE
Espero paciente en el club Apocalypse, club de Damián y Soraya, ya que se lo regale tras la reforma. Ambos fueron partícipes, una con la decoración; y el otro, con la carta de bebidas exóticas. Las rarezas y excéntricas están a la orden del día, así que no resultó extrañó que el agujero de mierda se volviera perfecto para la alta esfera. No me importó, sigue sin importarme. Más bien me alegro de su éxito, de sus beneficios. Ante la flojera que tiene Damián con los estudios, me alivia saber que algo se le da bien, aún cuando contó con la ayuda de mi mujer, sabe moverse.
Al punto, Hugo me ha llamado tras recibir el mensaje. Imbécil, lo podría haber hecho tras el primer pagó que no llegó, no obstante, seguramente, en ese punto ya había caído en la telaraña de la zorra. Me ha citado. Y, ante su próxima visita, cien cucarachas armadas esperan en el piso de abajo. Un pequeño aperitivo.
Sirvo una copa de mezcal, una de las bebidas del club, el cual contiene un escorpión en su interior. No es la única con insectos. Soy más de whisky o grappa, claro que no me he fijado mucho en la elección. Solo quiero beber un poco, fumar y esperar.
Vendrá furioso.
—¡Derek Salvatore! —grita, desde la planta baja a su llegada.
No hay música, ni baile. Se ha perdido en esencia.
Asomándome en el balcón visualizo la ira en sus ojos tormenta, a Boss y los cien próximos cadáveres que lo apuntan.
—¡Sabes que odio que me llamen así!
—¡Si tuviera ocasión lo escribiría en mayúsculas en tú lápida! ¡Lastima que te lanzaré a la fosa común con tus preciadas cucarachas! ¡Y luego me cagare en tú padre!
Cuando se actualice habrá un problema y cero excusas.
—¡Extrañaba tú humor!
—¡Traidor!
—¡¿Qué tal si lo hablamos?!
—¡Vengo a matarte! —escupe a un lado, la tormenta que carga está apunto de descargar —¡He pasado dos años en la puta sombra, cuidando a mi hermana mientras tú palabra se convertía en mierda, sin embargo, soy el de siempre!
—¡¿Cuidando a Soraya?! ¡¿O drogándote?!
—¡Metete en tus asuntos!
—¡Tú eres mi maldito asunto, Hugo! ¡Mírate! ¡Este no eres tú! ¡Ni siquiera te diste cuenta que había regresado por estar metiéndote mierda por la nariz! ¡¿Qué hubiera pasado si no hubiera regresado?!
—¡Nos abandonaste!
—¡Nunca tuve opción!
—¡Es demasiado mujer para ti!
En algo coincidimos. Es demasiado para mí, para cualquiera.
—¡Estás muy tenso! ¡Relájate!
Ordeno que lo maten. Enciendo la música usando una de sus favoritas: Come a little bit closer.
La primera bala la esquiva al milímetro sacando dos cuchillos convertidas en sus manos en una arma más letal que cualquiera de fuego. Hugo nunca ha sido fácil de alcanzar. Indiferentemente a como lo ataquen, apenas lo han rozado, lo confirma su piel impoluta. Sabe manejarse, saca el jugo a su maldición, hasta de lo malo se aprovecha, así que todo son ventajas con él. A su lado, las muertes que nosotros hemos llegado a provocar son un chiste. Una vez pregunté el número, dijo que dejó de contar después de cien mil.
Perfora un ojo, raja la garganta del siguiente. Se divierte como un energúmeno. Su risa desquiciante retumba a lo largo del club. Si, así es mi Hugo. El asesino más letal.
Una cucaracha queda como queso tras que lo use de escudo. Lo lanza como si pesará pluma contra un grupo, salta hacía ellos tras la distracción y los raja sin que sus cabezas se despeguen de su cuerpo. Tendría que haber elegido algo más grande. Me encanta como las hace volar. De un lado a otra, creando lluvia roja, un río macabro con flotantes cadáveres incompletos.
Se contagia de la música. Como desearía que se pusiera a cantar destrozando la canción con sus gallos, lastimosamente, no lo hace.
—¡Aburrís a mis nenas, payasos! ¡Vamos!
Va a por otro grupo que sale corriendo. A él eso le da igual, más bien es la parte que más le gusta, cuando creen que pueden escapar.
Boss me muerde el borde de la gabardina y me agacho, lo acarició frenando su impulso de lamer mientras que su dueño juega.
—Como en los viejos tiempos —le informo al perro.
Gritos, disparos y mucho derramamiento de sangre que otros deberán limpiar antes de abrir el club. Hugo acaba con su última presa, le quita la pistola que emplea para disparar a los altavoces cortando la canción en la mejor parte. Inaceptable, ahora se me pegará en la cabeza hasta que la oiga entera.
—¡Baja aquí!
—Quédate aquí, Boss. Me reclaman.
Salto del balcón a la planta baja. Su posición delata que sus intenciones hostiles no han disminuido, han empeorado.
—¿Hablamos?
—No.
—Venga, va. No puedes ser así. Somos amigos.
—Ni soy tú amigo, ni ella tú mujer. Nos perdiste cuando incumpliste la palabra, Derek.
—Y dale con el estúpido nombrecito.
—Te lo buscaste.
—Os he estado mandando el dinero.
—¡Mentira! Te perdonaría que te hubieras rendido, que la hubieras dejado a su suerte. Al menos, la hubiera cuidado sin tener que esperar nada de ti, pero no podía ser así, el mocoso tenía que dar uso a su palabrería barata.
—Siempre has sido muy terco.
—Y tú un fracasado.
—Me recuerdas a cuando te conocí. Mucho querer matarme, poco querer jugar. Y, aún así acabamos jugando a fútbol. Siempre igual.
—¡No es lo mismo! —lanza el típico cuchillo de saludo, el que se me clava siempre en el mismo punto del hombro.
—Cierto, ahora estás podrido.
—¡Cállate! La voy a resetear, saldrás de su cabeza y me la llevaré a un lugar que no nos puedas encontrar. No me joderás. Ni tú, ni tus infiltrados. Tendría que haber sabido que Alessandro era de los tuyos.
—¿Y ese quién es? ¿Me engañas? —cruzo los brazos.
Por ahí no. Eso sí que no. Mío. No lo presto con facilidad, aunque me lo plantearía en el supuesto caso del vecino. Como diría mi mujer; hay chisme. Casi podría lamentar haberlo usado de mensajero.
—El vecino.
Ah, él. Que me engañe lo que quiera.
—Todo tuyo, Hugo. Ese nunca fue de los míos.
—Me voy —silba para que Hugo vaya con él y me desafía, creyendo que aquí se acaba la fiesta —Si pudiera te mataba. Algún día podré. Mientras no nos busques.
Antes de que dé un pasó, voy a por él, recibiendo el primer corte y lo que es el inicio de una pelea de amigos. Siempre eligen la opción mala. Si no fuera por la droga, ya hubiéramos brindado, compartido anécdotas de dos años y el deseo de matar a la puta que se interpuso entre nuestra amistad.
Nunca nos hemos fallado. Cuando me ha necesitado, he estado, igual al revés. Tenemos de esa unión. Una amistad que jamás se ha visto afectada en la distancia, de las que se ven un par de veces al año y es como si lo hubiera visto el día antes, aún si hay miles de kilómetros entre nosotros. Hemos celebrado todas sus muertes, también mis logros empresariales. Todos brindado con whisky y sangre, con copas y cráneos.
Evado uno de los cuchillos y viene otro, lo retengo del brazo, más me cae una seguido de puñetazos hasta que le doy. Esto que sea más rápido y ágil es un fastidio. Estoy bien así, ya como él mismo ha dicho, no puede matarme. No por faltas de ganas.
Nos encajamos, forcejeamos.
—¿Crees qué te dejaré hacer la mierda que dijiste? Ni le harás una restauración de sistema, ni os iréis. Te comprometiste conmigo el día en que aceptaste ser mi amigo.
—¡¿Acaso podía negarme?!
—No.
Sonríe con sutileza. Creo que tampoco está tan cabre... Me sorprende rompiéndome la nariz de un cabezazo. Joder. Maldito hijo de la gran puta. Eso es nuevo. Apenas tengo tiempo de recuperarme, viendo las chispas, me engancha del estómago, haciendo que duela como solo él puede.
—Maricón.
—Ya demostramos que esa teoría era errónea.
—¿Quieres otro beso, amore? Tal vez hoy te la comas.
—Me viene mal. Prefiero el coño de mi mujer —le indico la exquisitez uniendo los dedos en el labio y lanzando el beso —Delicioso. Con o sin sangre.
Enfurece más. He hablado con palabras mayores, pero que lo jodan, voy a romperle los huevos por imbécil. Si no quería que la tocará, que se pudra, porque después de todo sabía que había alguien que se follaba a mi mujer, a la mujer de su mejor amigo. No lo tendría que haber permitido. Mal amigo.
Le rompo un par de huesos, solo dos, muy pocos para que se quede quietecito al suelo. Incorporado del suelo con un salto, va a recuperar los cuchillos lanzados y se vuelve chocando contra mi, empujando hasta destrozar la pantalla interactiva que forma parte de la estructura de la barra. Damián reclamará. Ya lo estoy escuchando, él dirá algo; ¡¿No había otro lugar en toda la ciudad que destrozar?! ¡Esto me lo pagas! Pero, peor mi mujer, lo suyo sería agarrarme de los huevos y decir; Cuatro segundos, bambino. Obviamente, cuatro segundos para restaurar los daños o me quedaría sin descendencia. No hay nada peor que sus auténticos cabreos.
Son detalles que descubrí a medida que nuestra relación fue avanzando, porque la inocente, inofensiva e ignorante chica, ni lo era, ni lo será. Solo me dejaba saber más cuando le decía de mí y mi secretos, aunque ya los intuía.
Lo empujo con los pies. Lanza un nuevo cuchillo cuando avanzo hacía él, me cubro con la palma y lo arranco. Mancho la pista de baile con mi sangre.
—Sométete —le digo.
Ojalá me hiciera el mismo caso que una mosca a un truño, claro que lo suyo es más ser aceite ignorando el agua.
Apuñaladas, huesos quebrados y un cabezón que no da descanso. Continuamos peleando como bestias sin almas. Alejo los cuchillos de su alcance, sin embargo, le quedan los puños. No sé es el mejor asesino dominando un arma, sino que se es siendo un genio en todas. Armas de fuego, blancas, y sin ellas.
—Estaría todo el día disfrutando de esto —me preparo para un nuevo asalto.
—Sigues sin quitarte lo de masoquista.
—Admite que me extrañaste.
—Egocéntrico.
Relaja su postura yendo a la colección de botellas detrás la barra, selecciona el whisky sirviéndose en un vaso y da un generoso trago. Acto seguido, empieza a lanzar contra mí todas las botellas vaciando los estantes. Cada una impacta, los pedazos de cristal atraviesan la piel insignificantemente.
—¡¿Cuántos años tienes?! —le reclamo.
Estamos un rato peleando, tanto que me distraigo en tiempo, sangrando como un cerdo en el matadero, más de lo que nunca he derramado. Cualquiera hubiera muerto después de más de cincuenta puñaladas, más cortés y puñetazos, no obstante, permanezco unos segundos de pie, antes de reunirme con mi amigo en el suelo, después de que él haya caído primero.
Arrastro el móvil a la oreja contestando a mi mujer:
—Necesito tú ayuda —demanda, con vos rota.
Empieza a joderme que llame para usarme, nunca le diría que no, pero no le haría daño que entre los momentos sin conflictos tuviera la decencia de contactar conmigo para una conversación aburrida. Un "Hola" insípido, un "¿Cómo estás?" de protocolo. Una actualización de nuestro día, aún si la mitad de ello fuera una piadosa mentira que no.provocaría el estallido de mis pelotas.
—¿Sería pedir demasiado que te preocupes por mí?
—Estás muy lejos de que eso ocurra.
—¿Qué quieres?
—Yo... Necesito... Es que... Mi hermano... —miro hacía Hugo cuando rompe a llorar tras la línea. Aún cuando no estoy ahí, sé distinguir cuando sus lágrimas son reales o no. Ella me enseñó —Hirió a Alessandro y... y... Se ha ido... Con Boss... Necesito al Derek bueno, por favor.
—Tengo algo pendiente. Pero estoy ahí en un rato —la cuelgo —¿Ves lo qué consigues? Se preocupa por ti, no por mí. Me robas su atención.
—Qué te jodan.
Se ríe un poco, antes que su cuerpo empiece a temblar y arrastre las manos a la cabeza autolesionándose. Grita histérico, desquiciado. Todo lo que no le ha dolido durante la pelea, lo sufre ahora, pero no son los golpes, ni la sangre derramada, es la ausencia de las drogas.
Espabilo a levantarlo.
—S...suelt... ¡Argh! —se lastima más.
—No te dejaré así —camino al exterior a por el auto.
Doy la orden al equipo de limpieza que espera afuera su turno. Abro la puerta del coche negro antes detenerme. Tiene una mala elección de palabras. Estoy tentado a realizar un diario con todos sus malos aciertos.
—Vivo me ca...cagaste. N... No lo hagas sobre mi ca...cadáver. Te alejarás de ella...
—Volveremos a discutirlo cuando estés mejor.
—Estoy al límite.
—Solo estás débil.
—De...
Lo noqueo de un golpe y lo subo al auto. Se lo tengo advertido. No se usa mi nombre. Por otra parte, así no dice mierdas, porque como siga hablando de muerte no respondo de los actos que lo desfiguren.
Damián me recibe en la mansión Salvatore, informa de la preparación de una habitación común, no obstante, pido la suite. Tiene mucho que decir, pero ningún argumento convincente, principalmente, por la terquedad de Hugo. Sin razonar a la primera oportunidad escaparía, se llevaría a mi mujer. Sería grave, no lo más grave, ya que para eso, dadas las circunstancias, estaría su muerte.
Mi hermano encadena a Hugo y ordena que los médicos atiendan sus heridas. A su vez las moscas de las mazmorras se deslizan por mis heridas, Se frotan las patas antes de considerar mi sangre su banquete.
La suite es una mazmorra de máxima seguridad. Nunca antes usada, ideal para alguien como Hugo. Los códigos los comparto con Damián; nuestros iris, huellas de pulgar, sangre y código alfanumérico, curiosamente, dicha contraseña no contiene ningún número cuatro para dificultar la posible salida del inquilino.
—Tengo que bañarme —me crujo el cuello.
—Te avisaré si...
El grito de Hugo y los médicos nos hace entrar a la suite, aún encadenado uno de los profesionales yace muerto entre sus brazos, otro sangra a causa de un bisturí y otros tres están asustados en una esquina. No han terminado con sus curas, ni podrán, él no se dejará tocar. Es por ello, que ordeno su retirada, siendo Damián y yo quienes ignorando sus protestas lo curamos.
—¡Traidor! —me escupe el ojo.
—¡Te pase el puto dinero! ¡Es culpa tuya si te dejas engañar por una puta! —me froto el ojo, borroso y sin enfocar, tenía que caer adentro —A diferencia de ti, yo si tengo motivos por los que estar cabreado contigo. Mi mujer vive en el basurero. Aún así , siendo buen amigo, no voy a pelear contigo. Soy considerado.
—¡Que no soy tú amigo!
Chilla histérico a cusa de otra corriente de dolor. Damián frena su impulso de autolesionarse, aún así sangra de los oídos, los orificios nasales y escupe un mezcla de espuma rojiza. Reclama por una dosis. Cualquier mierda esnifable o pinchable.
—¡Por favor! —suplica, él nunca lo hace.
El dolor tiene que ser muy alto, tanto que ni el hombre más resistente lo puede tolerar. No son las drogas, no es abstinencia, es el compuesto que una vez entra en contacto se tiene que mantener, en caso contrario, significa muerte.
—¿Cómo acabaste así? Tú, precisamente tú, el que nos advirtió de lo mortal que eran las drogas para nosotros —cuestiona Damián, obteniendo como respuesta un aullido de dolor.
—¿Crees poder usar tú don con él? —le pregunto a mi hermano.
—Sabes que me lo autoprohibo con los míos.
—Sé que lo haces. Sin embargo, si pudieras calmar su dolor, si tan solo me consigues tiempo, haré que acabe bien.
Usa el poder de la maldición, lo hipnotiza en susurros, calmando los temblores y silenciando los desgarrantes gritos.
—No sé si resultará por mucho.
—Haz lo que puedas.
Encargo la instalación inmediata de un laboratorio, tardan más de tres horas en tener toda la equipación, tiempo en que mis heridas ya han empezado a desaparecer y he estado leyendo estudios universitarios sobre el efecto de las drogas en humanos y enfermedades similares a los síntomas presentados por Hugo. Hay miles y miles de páginas, en sesenta minutos leo un poco más de la mitad. Con los otros ciento veinte siguientes teorizo.
Encargo a Samiya muestras de sangre de Hugo, al mismo tiempo y acosado por centenares de informes y estudios, aseguro que no haya fallos de instalación en la maquinaria. Un fallo equivale muerte, aún si es insignificante, significa que perderé a mi amigo. No hay lujos para el error.
El móvil se ilumina, la foto de mi mujer me hace saber que es ella, aún así la desvió al buzón de voz. No la quiero mentir, ni asustar, tampoco puedo dejar que me distraiga. Necesito máxima concentración.
Enciendo las pantallas que ocupan la más grande pared, casi un centenar, cada una reproducción una grabación distinta, aunque todas tratan el mismo tema de análisis de sangre humana contaminada por drogas. No es lo mismo, pero es un punto de partida con el que comparar una vez tengo la sangre de Hugo.
Prueba y error, prueba y error, prueba y error, prueba y error...
Estoy tratando con lo desconocido, en un campo desconocido, en una rama desconocida, sin embargo, en menos de ocho horas, mis conocimientos superan los de cualquier recién graduado en la más prestigiosa universidad científica.
¿Sirve de algo?
¡No, joder! ¡Solo fallo!
Pruebo una nueva combinación, observo el comportamiento a través de la mira del microscopio y escribo resultados en la pizarra llena. Ya es la prueba ochenta y cuatro sin éxito, aunque cada una enseña.
Kora me quita el jersey mientras estoy centrado en la lectura subrayando similitudes con mi paciente. Usando una bayeta mojada limpia la sangre del cuerpo, el último rastro que indica haber estado en una pelea, pues las heridas han dejado de existir al completo hace una media hora, tal vez hace dos hora. El tiempo es el enemigo que no cuento mientras trato de salvar a mi amigo, del cual no tengo noticias de su empeoramiento significando que el poder de Damián sigue funcionando.
Aplica el desodorante en mis axilas, me pone un nuevo jersey tras embadurnar con crema corporal y usa tres kilos de colonia. A continuación, sujeto el informe con una mano porque se pone a arreglar las uñas, defendiendo que hay rastros de sangre en ellas y que necesitan un limado urgente.
—Tienes que mantenerte atractivo —dice, el móvil vuelve a sonar y no respondo —-Imagínate que apareciera de repente.
Dice algo, no le estoy prestando atención, no lo hago desde que ha parecido y no lo haré ahora. Al rato aparece Liang. Algo de dormir. No necesito dormir, eso no afectará mi concentración, saben que no soy humano, aunque ignoran que soy inmortal, al igual que mis hermanos, ellos lo han creído desde siempre por mi participación con las funciones básicas para sobrevivir. Y, quitarles del error, considerando la muerte de Enzo, sería muy poco productivo.
—¡Aaaaaah!
Mantengo los labios cerrados. Daniela me pincha con la parte dolorosa del tenedor recordando sutilmente a mi mujer. Ambas les encanta molestar, a tal punto que la golpeo suavemente la cabeza con los informes enroscados.
—Quie...
Llena mi boca con un trozo exagerado de tortilla. Agradezco mentalmente que la niña sepa cocinar, no como mi mujer.
—Mastica —mastico. Verificó un nuevo resultado cuando deposita una carpeta sobre los documentos y la reviso —Arregle la matrícula de Soraya. Debido a que la estás ignorando, ha llamado a Máximo y Damián. Máximo ha usado tú misma técnica, Damián estaba ocupado, así que yo la atendí.
—Me distraes.
—¿No quieres saber lo que dijo? —continúo con la exhaustiva investigación. Estoy cerca de algo, tengo fe —Si no la contestas hará tortilla con tus huevos. Me gusta el plan, así que he hecho tortilla con huevos de gallina para que te imagines cómo acabarán tus cositas.
—Esfúmate.
—Que no se diga que no he dejado el mensaje claro.
Deja el plato a un lado y se va. Mis pelotas sufrirán.
Las cuñadas siguen fastidiando en el transcurso de la investigación. La única útil es Samiya trayendo nuevas muestras de sangre e informando del estado de Hugo, el cual, tras más de cuarenta y ocho horas, vuelve a quejarse de dolor, aún cuando Damián sigue usando su poder. El cuerpo corrompido se ha adaptado, la ausencia de consumo genera necesidad en su sangre. Un humano estaría en el punto de abstinencia, pudiendo superar la fase con aguante, uno de nosotros está en sus últimos suspiros. No se drogaba por adicción, lo hacía porque quería seguir viviendo.
Hugo lo tenía tan claro. Nos lo marcaba siempre. Exigía cuidado y lejanía, aún así... Fue ella. Esa puta con la que lo dejé. Si tan solo hubiera leído sus malas intenciones, pero lo que yo leía era amor. Sé que había amor. De su lado.
¡¿Cómo destruyes lo que amas?!
Aún cuando él no le correspondía, él sabía fingir sus sentimientos para que se sintiera correspondida. Siempre atento.
—Salvatore —Samiya, reclama mi atención —Acabamos de frenar un ataque drástico. A cada minuto, empeora. Damián no aguantara mucho más sin dormir y tú no encuentras solución. No me gusta. Asún así, hay que drogarlo.
—¡No!
—Conseguí unos gramos.
—¡¿Es qué no escuchas?! ¡No!
—Te estoy informando. Vosotros dos os negáis, pero mi esposo ya no puede más y tú necesitas tiempo —arrugo un informe cerrando el puño sobre la mesa —Son más veces las que hacemos cosas que no nos gustan, que las que sí, aún así las hacemos porque es lo que necesitamos para conseguir nuestros fin. Tienes que alargar su vida hasta que encuentres la solución.
—Usa una droga inyectable, rebaja la dosis y diluye.
Estoy sentado. Calmado tras que en un arrebato haya destruido todas las pruebas realizadas hasta ahora y haya hecho volar los informes, los cuales se encuentran esparcidos por el suelo. Corren la amenaza de salir volando por la ventana que he abierto, sin embargo, necesitaba respirar. Tengo que rendirme dejando el caso para los profesionales, al igual que lo hice con Soraya.
Hubo una época en que quise entender la mierda de su amnesia, que leí millones de casos y me convertí en el experto del cerebro, aún así tuve que retirarme de encontrar una solución en que si puede recordarme, ya que siempre terminaba en un callejón sin salida, en un callejón en que ella no era amnésica. Era mi profundo deseo estropeando la investigación. Ahora, vuelve a pasar, deseando encontrar la fórmula mágica que haga de esto una pesadilla a olvidar.
—Soy un inútil —me cubro con el antebrazo.
Soraya lo haría mejor. Si tan solo fuera la antigua, mi amigo estaría a salvó de la muerte hace dos días y medio. Supongo. Depende de las horas que hayan pasado desde que me he encerrado.
Aparto el brazo cuando oigo algo volar, espero que sea Odas, aunque resulta ser un cuervo. Desde que tengo uso de razón, los pájaros negros han estado cerca de mí, señalando lo que soy, la muerte.
El cuervo salta entre informes, estudios y los resultados de mis prácticas. Se detiene en uno y lo picotea, antes voltear hacía mí. Vuelve a repetir la acción. Su empeño es tan impresionante que me dejo caer del sillón y me arrastro hasta alcanzar el papel. Leo, tengo una idea, recuerdo informes similares y los empiezo a juntar en la mesa.
Leo, subrayo y comparo haciendo una nueva mezcla. Prueba y error, por muy poco. Corrijo, prueba y... Acierto. Joder, acierto. Verifico que sea así. Es una solución temporal a la que no conozco sus efectos secundarios, sin embargo, es un maldito principio para sanar su sangre.
Voy a la suite.
Hugo está jadeando en fiebre y retorcido del dolor. Samiya me informa que el señuelo no funcionó y esta preparando una dosis normal. Un plan que interrumpo cuando le pido que sujete su brazo e inyecto la solución. Espero su respuesta. Por un buen tiempo. Entre minutos que pasan, le empieza a mejorar la cara y su sudación disminuye. Ya no hay fiebre. Ni gritos. No está bien, pero es el principio, a partir de aquí es ir viendo como va reaccionando para que pueda ir modificando hasta encontrar el fármaco definitivo, que le limpie la porquería de su sangre.
—Dime algo —le ordeno al paciente.
Hugo levanta la mirada y sonríe sádico:
—Decoraré el salón con tú puta cabeza, perro traidor.
Su cabeza sigue tonta. A partir de ahora deberá pasar el mismo proceso que un humano al quitarse las drogas. Mientras tanto, tengo que ir a por mi mujer, la cual también tendrá deseos de decoración usando mis pelotas. Por nuestros cuatros hijos. Espero ser recibido por su versión sumisa. Nunca me gustará, aunque es preferible que el quedarme sin descendientes.
****
Si, Derek. Si alguien motivara a Derek, si lo hiciera lo suficiente, es decir, si su mujer le ordenará que lo hiciera, grandes problemas como el hambre en el mundo o la contaminación, sería historia en cuestión de días. Es parte de su maldición, ya que el tiempo para él, la muerte, funciona de forma distinta, se podría decir que un minuto lo siente como eterno.
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