027 - VISITAS AGRIDULCES


 CAPÍTULO VEINTISIETE

DEREK SALVATORE


TRES AÑOS ATRÁS

DICIEMBRE


Soraya disfruta de un nuevo plato mientras finjo estar más concentrado en el monitor. Debería trabajar. Obviamente, es lo que debería estar haciendo considerando que tengo un montón de trabajo pendiente, sin embargo, solo tengo ojos para verla masticar con los labios cerrados. Me gusta verla disfrutar con algo insignificante. Su satisfacción resulta tan placentera que merece la pena gastar un par de horas al día para aprender y elaborar nuevas recetas.

Suena el telefonillo y atiendo, solo para volver a aplazar la misma reunión que llevó suspendiendo desde hace una semana. Soy el jefe, hago y deshago sin que las cucarachas tengan lugar para reclamos. Que busquen otra puñetera hora. Estoy ocupado.

Continúo contemplando a mi amiga.

—¿Tengo algo en la cara?

Me hago la misma pregunta. Miro como si hubiera algo de lo que la tendría que advertir, sin embargo, no hay nada. Más allá de su rostro impoluto, al igual que sus dientes a pesar de estar comiendo. Sus bocados son tan pequeños, como si fuera un pájaro el que comiera, que no puede mancharse.

—No.

Centro la atención al teclado sin llegar a ser productivo.

Pienso en lo que dijo Máximo. Quedan dos días para Nochebuena e intuyo que no la veré por las siguientes dos semanas, idea a la que me niego, más cuando vivo acostumbrado a su presencia diaria. Mañana y tarde, de lunes a domingo. Admito que a su padre y sus compañeros le han aparecido horas extras con la finalidad de tenerla un poco cada día, aunque es culpa suya. Si lo usa de excusa para venir, no es mi culpa. Igual que no es mi culpa estar a punto de suspender las vacaciones anuales que ofrezco a mis empleados en está época, ya se pueden despedir del veinticinco, el ventaseis y el uno.

—Hoy estás muy productivo, Bambino —se burla detrás de mí.

—Tengo la cabeza en otra parte.

—¿En mí? Que bonito detalle por tú parte.

—No eres el centro de mi universo, pajarraca. Si ya has acabado de comer, lárgate que aquí eres un puto grano en el ojete.

—Pues me voy —corre a por su mochila y de nuevo estoy apunto de ser el imbécil que pierde la ocasión de invitarla. Es que venga o esclavizar a mis trabajadores, alguna de los dos —Espera.

—Fuiste muy claro. Dices que molesto, y yo no quiero molestar al gran perdedor. Adiós.

Abre la puerta y se la cierro estando detrás, apoyando una mano en la superficie mientras se me hace pequeña entre la madera y yo. Si no fuera porque está como una puta cabra, usaría frágil para describirla. Claro que si comparamos nuestros mundos, lo es, frágil y vulnerable. Soraya es una adolescente lidiando simples conflictos escolares y yo enfrento legados malditos, de sangre y terror.

—Te quiero preguntar algo.

—Demasiado tarde, ya me iba.

—Te pido cuatro minutos.

—No.

Suelta la mochila pasando por debajo de mi brazo y me veo obligado a tener que perseguirla. Utiliza cualquier objeto como obstáculo, sacando ventaja de su ridícula estatura hasta que la tengo, tirándome al sofá con ella en brazos, aplicando un castigo de cosquillas por sus impertinencias. Su puta risa es mi adicción.

—Me detendré cuando me dejes preguntar.

—Está bien —descanso las manos y se incorpora encima. Sus ojos se convierten en mi aliento mientras se arregla el desastre de cabello —Vamos, pregunta. Tengo cosas que hacer.

—¿Celebras conmigo las fiestas?

—No.

¡¿Cómo qué no?!

—Tengo planes.

¡¿De verdad ha dicho que no?!

—Cada año voy unos días a esquiar a la montaña para celebrar las fiestas con la familia.

¡¿Días?!

—Anúlalo.

—No lo anularé. Me gusta esquiar, no voy a desperdiciar mi oportunidad de estampar mis nalgas en la nieve.

—Te llevaré pasado las fiestas. Se me da bien esquiar.

¿Máximo sabe esquiar?

Él es muy frío, pero eso no aplica para que sepa. Igual siempre encontraré la forma de aprender.

—No. Ya he dicho que no —maldita terquedad.

—¿Cómo se llama tú viejo?

—¿Cómo no puedes saber el nombre de papá? —exagera en la entonación, ya está dispuesta a tocarme insanamente las pelotas, sin importar que, solo lo hará para joderme muy bien.

—Tengo muchas cuca... Tengo muchos trabajadores.

—No cenaste con todos tus trabajadores en nuestro cumpleaños.

—¡Dime el puñetero nombre!

—Empieza por a y acaba en drían —ríe endemoniada.

No debería pensar en la nieve castigando sus nalgas, debería pensar en mis man... Por ahí no es.

Me apresuro en marcar el prefijo de recursos humanos mientras soy víctima de los relámpagos que carga Soraya. Sus iris son una fantasía. Cada día caen mil rayos mientras respira.

—Nombre.

—Anastasia, Señor.

—Dime las vacaciones de... —a la mierda, perdí el nombre. Miro a Soraya y sé que no lo volverá a repetir, así que hago trampas ganándome su desaprobación instantánea al usar su apellido. Si me sé el de mi amiga, me sé el de su padre —Dime las vacaciones del viejo Aguilar.

—Del veintitrés de diciembre al cuatro de enero.

—¡Son dos putas semanas! —contaba con tres días, no dos putas semanas, aún así no se supone que lo vaya a aceptar —¡Quítaselas! —la orden no llega al destinatario porque Soraya pulsa el botón cortando la llamada —Puedo volver a llamar cuando me salga de las pelotas.

—A mi me puede salir de los ovarios no volver a pisar este despacho.

Una simple amenaza me convierte en el perdedor. Se despide triunfante y se va, repite una segunda y tercera vez mientras me mantengo clavado con las manos en el escritorio. No sobreviviré catorce días sin ella, no estoy preparado mentalmente para lo que supone su ausencia. En la cuarta despedida, se acerca para darme el beso en la mejilla cuando se detiene por mi susurro:

—¿No hay posibilidad de convencerte?

—Nadie puede cambiar mis decisiones. Y no serás la excepción —me da el beso amargo de la despedida —Felices fiestas, Bambino.

—Ácidas fiestas, Bird.

Estoy bocabajo en el sofá de mi hermano mientras no paro de contar los días, horas, minutos y segundos que quedan para el regreso del pájaro. Hace dos días rechazó mi invitación, hace dos días que se ha olvidado de mi existencia disfrutando de sus vacaciones. He intentado llamarla, pero solo soy recibido por el buzón de voz. Y aún quedan doce malditos días.

¡¿Qué es esta puta tortura?!

No es física, pero aún así estoy destrozado. Es más, por preferir, prefiero cuatro mil alfileres clavados en cada ojo que tener que seguir aguantando esta basura.

Recibo golpes en la cabeza con la punta de un lapicero, hago un gesto vago para que se detenga e insiste.

—No molestes a tu tío. Está deprimido —habla Máximo.

—¡¿Por qué cojones iba a estar deprimido?! —me incorporo de golpe capturando el lápiz, lo mando de viaje a la esquina más alejada —¡Estoy enfermo! ¡Enfermo! ¡La puta gripe o qué sé yo!

—Tú nunca has enfermado.

—¡Ahora sí! ¡Estoy irritado y cansado, no puedo ni dormir! ¡Incluso soy un inútil con cada cosa que hago! ¡Me pesa el cuerpo, no puedo ni moverme del puto sofá porque acabo arrastrado! ¡Y estoy solo! ¡Muy solo!

—Es bueno que experimentes estás cosas, pero no es gripe.

—¡¿Y tú qué mierdas sabes?!

Máximo está por contestar cuando se asoma la maldita cucaracha roja con la jodida mirada pegada al suelo. Evitando contacto visual se acerca a mi hermano para decirle algo sin que mis gritos cesen.

—¡Iros a la mierda!

—Modera el lenguaje, hermano. Te tengo dicho que no tolerare esa actitud en mi hogar, menos delante de mi hijo.

Mucho bla, bla, bla. Y poco actuar.

—¡Largo!

Hermano y empleada se retiran sin llevarse el enano que se pone a comunicar con sus señas.

"Te haré compañía. No quiero que te sientas solo"

—Maldito enano —lo despeino.

"Dibuja conmigo"

Lo acompaño al cuarto de juegos arrastrando los pies como si alguien hubiera puesto pesas. Mientras Pietro saca el estuche de pinturas, vuelvo a sacar cálculos para saber cuánto queda para que vea a Soraya.

No tenía ningún derecho a irse, de la misma forma que no tenía ningún derecho a interrumpir en mi vida. Sin embargo, lo hizo. Aportando sensaciones que desconocía, dando significado a las sonrisas. A su lado, peco de ser el humano que nunca seré. Su aceptación me hace bien, pero el rechazo me condena. Solo tenía que darme un puñetero sí. Solo rogaba por un sí.

Voy pasando las pinturas que me pide mi sobrino, contemplando el proceso de su siguiente obra maestra cuando una llamada me hace reaccionar. No es Soraya, aún así el contacto me sube el ánimo.

—¡Ey, Death!

Gunther saluda en videoconferencia usando la cámara de un dron que adquirió tras la visita en un centro militar. Viste bata de médico manchada de sangre, cargando un subfusil poco habitual en él, aún así lo maneja con maestría, abriéndose paso por el hospital que ha sumergido en el caos. Hace mucho dejé de preguntar cómo elegía a sus víctimas considerando que nunca contestaba. O como mucho decía que en esos asuntos no debía meterse alguien que aspiraba a tener una vida aburrida.

Unas cucarachas armadas se apresuran atacar por detrás, pero su paso de tortuga, rápida en otros casos, hace que salten por los aires cuando el más sádico recurre a un par de granadas.

Guarda el arma y saca un hacha.

Sus siguientes víctimas gastan munición que no les sirve para cuando caen descuartizados. Tantas violencia gratuita no es algo que debería ver mi sobrino, al cual saluda en señas.

—Gunther.

—¿No me dedicarás ni un hola? —hace volar otra cabeza tras un movimiento sutil —Tú cara da asco, Death. Tendrías que dejar que alguna de las sumisas te la chupe, joder.

—Modera el lenguaje, el enano escucha.

—Ese niño tiene más peligro que yo —suelta el hacha y vuelve a sacar el subfusil acabando con agentes, escoltas, médicos y pacientes —¡Ho, ho, ho! ¡Santa Claus ha llegado, hijos de puta! ¡Tomad un regalo! —lanza otra granada y se cubre detrás de una camilla —¿Me dirás a qué viene esa cara larga?

"Está enamorado" —comunica el pequeño causando la risa enloquecida de Gunther.

—¿Te han pillado los huevos? Esa puta la debe mama...

—¡Cállate! ¡Es mi amiga!

Suelta el subfusil y ya está descargando un par de pistolas, faltado de la diversión inicial hasta que nadie se asoma.

—Oye, Death. No quiero joderte, pero tú condición nunca permitirá que alguien te corresponda —habla serio, incluso molesto —No importa si está buena, mueve bien el culo o es la diosa del sexo. Sácatela de la cabeza.

—Es mi amiga.

—¿Cómo puedes llamar amiga a alguien que ni te da la cara? Sé que deseas una vida aburrida, pero ya la tienes y no habrá más. Naciste para ser temido, así como tu padre, tu abuelo y todos esos cabrones antecesores.

Las palabras que más me afectaban en el pasado, no son iguales ahora. Sé que siempre ha mirado por mi bien, después del día en que intentó cortarme la cabeza, se ha preocupado de mis emociones. Estuvo ahí cuando decidí ir a la universidad, también lo estuvo cuando cree la empresa, felicitándome a través de un toque ácido sabiendo que buscando normalidad en ocasiones soñaba con una familia propia, recordando que eso no iba a suceder. Mataba mis ilusiones y se lo agradecía, porque en el fondo ambos creíamos que era lógico de pensar. Pero ahora. Ahora existe Soraya.

—No me agacha la cabeza, no me teme —levanta una ceja y continúo pensando en todas las cosas buena —Se burla de mí, me visita cada día y no se acobarda. Me grita con su lengua mordaz y me besa la mejilla. Es inteligente, también inquieta. Me llama Bambino. Se despide cuatro veces. Es mi pájaro loco.

—¿Qué mierda te has metido? —prepara municiones atento en el panorama por si alguien decide interrumpir —Te lo dije, Death. Aún cuando tú familia trafica debes mantenerte alejado de las drogas. Actúan letal para nosotros, pero no sé como pueden afectarte a ti dada tú condición.

—Existe.

—¿De verdad existe, Pietro?

"No la conozco, pero papá habla mucho y muchas veces son los dos que hablan de ella. A él lo llama glaciar, le tira de las mejillas para que aprenda a sonreír"

—¿Qué más ha pasado en estos meses?

"Ahora vive con nosotros"

—¿Y las putas?

—Sabes que no hay putas.

—Cierto —se queda pensativo —Ya sé. Me cargo a tú tío y voy de regreso, tengo que conocer a esa mujer.

El tercer tío que matará, hambruna. Y luego le quedará papá.

—Más que una mujer es una cría caprichosa.

Damos por finalizada la llamada cuando llegan refuerzos que tiene que abatir antes de que se le escape mi tío. Ahora sé que está ahí por él, así que estará en un hospital italiano, aunque no sé que mierdas hace él ahí, nunca ha necesitado de un médico, al igual que mi padre y yo. No estoy actualizando cuando de nuestra maldición se trata, literalmente, me importa una mierda aquello que me condenó a la soledad antes de nacer.

Máximo nos avisa de la cena. Vamos dejando todo desordenado para que las cucarachas tengan algo con que entretenerse.

Mi hermano se ajusta la corbata, mira la hora en el reloj y toma asiento sin comer mientras el enano y yo empezamos. Su falta de reacción me preocupa.

—¿Ocurre algo?

—Es temprano para cenar.

—Tú nos has venido a buscar, nosotros estábamos dibujando —Pietro, asiente a mis palabras.

Una cucaracha de seguridad interrumpe anunciando la visita sorpresa de nuestro padre. Causa la palidece de Máximo, aún cuando las expresiones no son lo suyo, el solo nombramiento de Enzo genera un malestar que no puede esconder. Por mi parte, se me remueve el estómago. No tengo ganas de que nos joda la noche, suficiente tengo con la ausencia de Soraya.

—Nombre.

—Alberto, Señor.

—Dile que vaya a un lugar donde lo maten.

—No se irá sin antes ver a alguno de sus hijos.

—¡Obedece!

Insiste en que salgamos a recibir a un hombre que no se merece el respeto de ninguno de los presentes, ni el de la cucaracha. Cabrón, narcisista, violador... Sus juegos no son nuestros, sus negocios jamás serán aceptados, antes se lo regalaré al primer imbécil que pase.

—Tienes que ir —me sorprende, Máximo.

—No.

—No lo quiero aquí y sabes que no me escuchará. Haz lo que te pido, por favor. Ya luego me lo agradecerás si quieres.

—Tú tendrás que agradecerme.

Agarro una pistola aún sabiendo que las balas no matan, aún así duelen. Tengo claro que no lo pienso tolerar más de cuatro segundos, tiempo suficiente para que se largue de la propiedad con el inservible que lo acompaña. Damián está aquí.

—Lárgate.

—¿Así recibes a tú padre?

—No voy a repetirme, Enzo.

—He venido a por mi heredero y no me iré sin ti. Suficiente he hecho ya aguantando tus sueños de informático, así que no te voy a pesar ninguna más.

—Lastimosamente para ti, no soy el sumiso que te acompaña. Así que fuera. Aquí solo hay cabida para mi familia y vosotros quedáis fuera.

—Deja de avergonzarme.

—Deja de joderme —alzo la pistola cuando el portal se abre dejando paso a uno de nuestros coches —¿También has traído al enfermizo?

En cuestión de segundos, la seguridad al completo de la mansión salen a formar un círculo alrededor del vehículo acompañados por Máximo y nacen temores al estar equivocado con la pregunta, temores que empeoran cuando veo a la preciosa chica que me ha estado torturando por cincuenta y cuatro horas, treinta y cinco minutos, veintiséis segundos y cuatro microsegundos.

Soraya está expuesta a la mayor amenaza.

Enzo Salvatore.

—Empleados, hermanos y gente que no conozco. Ya está aquí la chica por la que lloraban su ausencia.

Su típico saludo sería una alegría en otras circunstancias, pero no hoy. Mierda, joder. Tendría que estar con los suyos.

Mi sistema arde mientras observo a los ojos de la muerte que ha acaparado toda su atención. Una sonrisa espeluznante es suficiente para saber que a partir de está noche ya no podré respirar, estando Soraya o no, estaré pensando en los planes de Enzo para deshacerse de mi pájaro.

—¡Adentro! —le ordeno.

—A mi no me das órdenes —responde ignorante de la situación. Se fija en mi padre y tercer hermano, antes de mirarme a mí —¿Interrumpo algo?

—Para nada. Soy Enzo Salvatore. ¿Y tú eres?

—Le he preguntado al bambino, no a ti —lo encara desafiando su mirada oscura y su sonrisa arrogante —Cállate, viejo.

—Entra, Soraya.

—No.

—¡Llevarla adentro, joder! ¡Y qué no salga!

Me desespero a cada segundo que la mira. Un sentimiento me nace. Algo así como lo que produzco a las cucarachas. Aplastado, deteriorado. Sufro temblores estando apresado por sudores helados. Miedo.

Se la llevan a la fuerza. Ante sus gritos e intentos para librarse sin éxito.

—¿Así que no había mujer?

¡¿Y ahora qué?!

Él no debía saber de ella.

—Compartimos gustos, hijo. ¿Trece? ¿Catorce? ¿Quince? —moja los labios con un pensamiento turbio —Recuerdo la primera vez que viole a vuestra queridísima madre. Aquel entonces tenía once. ¿Cuántos tiene la tuya?

—No soy tú igual —aprieto los dientes.

—Ocuparás mi puesto.

—Aprende a hablar sin mierda en la boca que no te entiendo.

—Nos ha quedado una bonita noche. Nos vamos, Damián. Nuestra visita a resultado más gratificante de lo esperado —mi hermano se adelante a abrirle la puerta del coche y añade, antes de subir: —Te espero en fin de año, Derek. Ya no es opcional.

Fumo, una vez ya no está. Barajo en todas las posibilidades que tengo de proteger la vida de mi pájaro, sabiendo que solo tengo una opción. Hay un hombre que es capaz de hacer temblar a Enzo, aquel que mata a mis tíos y primos por diversión. Mi mejor amigo. Gunther Meyer.

—Si sabías que Soraya estaba de camino, me lo tendrías que haber dicho, joder. No hubiera hablado, le hubiera disparado en la polla.

—Quería que fuera una sorpresa.

—Os habéis lúcido.

Entro recibiendo una bofetada que me gira la cara, frotándome la mejilla mientras saltan chispas azules de su mirada enojada, provocándome una sutil sonrisa, de las que se crean cuando está presente.

—¡No vuelvas a someterme!

La abrazo y me da batalla entre los brazos, sin conseguir su liberación. Beso su párpado y continúa peleona, dando uso a un recital de insultos acompañados con golpes en el pecho. No puedo creer que haya venido. Ha sido en el peor momento, pero la necesitaba desde hace rato. Todo está bien. No dejaré que se arruine.

—¡Suéltame!

—No. Han sido muchas horas sin ti.

—¡Qué me sueltes! —me pisotea y aún así la retengo —¡Te odio!

—Odia a tú amigo, se te da muy bien hacerlo.

—¿Comemos? —pregunta Máximo.

—Si. Acepte tú invitación, así que espero que la comida esté a la altura de mi aceptación.

—¿Su invitación? —la libero.

—Tenía dudas de que la invitarás, así que me anticipe —se marcha ofreciéndonos privacidad.

—¿Así que sabías que te lo pediría? —asiente afirmativamente —¿Y por qué me rechazaste?

—Se llama castigo. Por tardón.

Me encargo de su abrigo y la conduzco al comedor, retirando su silla de mi lado para que se siente y ocupo mi lugar. 

Pietro deja de comer centrándose en su presencia. Cuando le sonríe se sonroja, el puto enano se sonroja con mi mejor amiga.

—Hola. Soy Soraya. ¿Tú quién eres? —encojo los hombres sin tratar de comunicarse con señas —¿Ocurre algo?

—Es Pietro. Mi hijo. Sufre un trastorno que le impide comunicarse a través del habla.

—Comprendo. Con un padre y tío como los tuyos, yo tampoco tendría mucho que decir.

Pietro se pierde debajo de la mesa. Para cuando quiero darme cuenta está subiendo en el regazo de Soraya mientras trata de comunicarse inútilmente con su lenguaje de signos. 

"Eres muy bonita. Cuando crezca un poco más nos casaremos"

—No —capto su atención y le digo en signos —Yo la vi primero.

—¿Qué dice?

—Eres un bicho feo. No le gustas. Ojalá que cuando crezca encuentre a alguien muy distinta a ti.

Pietro, hincha las mejillas.

—¿Creo que no fue eso?

"Celoso"

"Mia" —le recalco.

Nos sostenemos las miradas. Debería ser feliz estando subido en sus piernas. De no ser mi sobrino lo estaría cargando en el maletero para dejarlo abandonado en mitad de las montañas.

 Sin darse por vencido en nuestro duelo, se aferra al jersey de mi pájaro y apoya la cabeza en las tetas. Sin ser suficiente recibe una caricia. 

"Sal de ahí, puto enano" —me desquicia sacándome la lengua.

—Regresa a tú silla, Pietro.

Suspiro aliviado cuando el enano cumple la orden de su padre e iniciamos con la cena, aunque no me gusta como la mira, menos cuando los ojos azules están puestos en él y no conmigo. En múltiples ocasiones, usando el lenguaje no verbal, lo aviso para que me la deje de desgastar y me ignora. Maldita posición la suya. Estoy de mal humor. Además, tras el postre tiene los santos cojones de llevársela a la sala de juegos, robando el tiempo que debería ser mío.

—Haz algo —le reclamo a su padre.

—Lo disfruto demasiado como para hacer algo.

—Se está portando mal,  debes castigarlo. No puedes tolerar ese comportamiento negativo siendo su padre.

—Celoso.

—¡No estoy celoso! —bramo desquiciado.

Al rato, Pietro y Soraya regresan cogidos de la mano arruinado por completo mi espantoso humor. Es mi amiga. Mia. No necesita otros amigos. Yo soy capaz de cubrir todas sus necesidades. Tan solo debe pedir y estaré ahí para entregárselo. Haría cualquier cosa, aprendería todo por ella. Únicamente, pido que no me sustituya, que me entregue su exclusividad.

—Es hora de ir a la cama —le dice el padre a su hijo.

"Un rato más"

"Si te doy un rato más se nos muere tu tío de un infarto"

Al fin, Máximo se lo lleva dejándome disfrutar verdaderamente de la compañía de Soraya. Ya era hora, joder.

Vamos al salón y lleno dos copas, nos sentamos al suelo cerca de la chimenea entregando una de las bebidas. Contemplo las llamas reflejadas en sus ojos. El enano tiene razón en algo, es preciosa. Tan única que cuesta creer que existe, aún así lo hace, lo hace para mi bien. He estado una vida aguantando el rechazo, teniendo el mundo a mis espaldas y experimentando una profunda soledad. Sin embargo, repetiría toda esa mierda si al final sigue estando ella.

—No me abandonos —suplico, apoyando la frente en su hombro.

—No lo haré.

—Promételo.

Se mueve quedando de rodillas y une nuestra frentes, acoplando la mano en la mejilla que tanto besa. Dibuja una hermosa y privada sonrisa.

—Te prometo estar siempre contigo.

Nunca he tenido nada y ahora lo tengo todo, es más de lo que pedí. Por ello, si después de esto, la perdería, enloquecería. Ardería el jardín que presume como suyo, surgiría una nueva era a partir de fuego y sangre. 


****

¡Dios! ¡Amo con locura los capítulos del pasado!

¡Es que! ¡Es que! ¡Es que!

Ufffffffffffff... 

Para saber quienes somos, primero hay que conocer nuestros orígenes. 


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top