021 - BOSS


CAPÍTULO VEINTIUNO

SORAYA AGUILAR


Frío como Glaciar, así es como ha amanecido mientras quedan menos días para las fiestas navideñas y los escaparates lucen coloridos. A su vez somos invadidos por viejos barbudos y villancicos.

Pero mira como beben los peces en el río, pero mira como beben por ver el Dios nacido. Beben y beben y vuelven a beber —canto dando brincos por la calle, frenando cada tanto para que mis chicos no me pierdan —¿Dónde vamos?

—A un lugar —Alessandro, responde.

—¿Qué lugar?

—Uno que te gustará.

—Pistas. Más pistas —quiero resolver el misterio.

A primera hora, Alessandro se presentó a desayunar y canceló nuestros planes de sofá y manta. Había un plan. Uno que le cuesta compartir, aunque haya insistido una y mil veces con el tema. Sabe generar expectativas.

—Hugo se sentirá como en casa.

—Eso no ayuda —lleno las mejillas.

—Entonces tendrás que esperar a llegar —me pincha liberando el aire de las mejillas.

Usamos el metro para llegar al objetivo. Pagamos un único billete para pasarlo por la máquina cuando se despistan los de seguridad y colarnos, estamos de ofertas del 3x1 por las próximas fiestas.

El viaje nos lleva a escuchar ladridos, cada vez más cercanos hasta que llegamos a nuestro destino. Comprendo la pista. Estamos en la perrera.

Alessandro avisa de nuestra llegada por el interfono y se asoma una mujer de melena castaña y ropa atípica para el lugar. Muy limpia. Somos presentados y se va, dejando a cargo a Alessandro, el cuál parece ya acostumbrado a acudir a este lugar por como se mueve por las instalaciones.

—¡Sorpresa! —grita Alessandro, efusivo.

—¿Una perrera? —le cuestiona Hugo.

—Dije que estaréis como en casa.

—¿Me llamas perro?

—Tú lo haces frecuentemente. Además, tienes un gusto exquisito con las perras y aquí hay muchas —buen punto para Alessandro, el cuál deja a Hugo con una cara de asesino serial —Te lo digo con amor.

—Tientas a la suerte —Hugo, se relaja con un suspiro.

Aquí huele a mariposas. A mariposas.

—Soraya me protege.

—A mi no me metas.

Les doy espacio yendo a la zona canina. Los perros me saludan entusiasmados, buscando mi saludo asomando los hocicos por los barrotes y lamiendo mis piernas al paso, hasta que me siento al suelo y babosean mis manos. Tristeza, siento tristeza por su situación. Encerrados y faltados de amor, solo porque seres de corazón egoísta se cansaron de ellos. Algunos ni siquiera llegan aquí. Abandonados en cunetas, antes de ser rescatados son atropellados o padecen por falta de agua y comida, también hay quienes son amarrados en troncos. Trágico desenlace.

—Tienes muchos admiradores —dice Alessandro, detrás de mí.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunta Hugo.

—Distraerte de las drogas.

—Estoy limpio.

—No lo sé, Hugo. Parece falso. Llevas diez días sin consumir y no has mostrado señales de abstinencia, a excepción de puntuales temblores.

—¿Estás consumiendo? —pregunto alarmada, buscando la sinceridad de Hugo a través de miradas.

—No —responde tajante.

—¿Seguro?

—Soy mentalmente fuerte y más a tu lado, porque no pienso fallar a mi hermana pequeña.

Le creo, quiero creer.

Continúo distrayéndome con los perros, hasta que el más grande de todos los barre y se desespera por mi caricia. Rasco su pelaje mugroso y con nudos, necesita con urgencia un baño.

—¿Se puede bañar?

—Si. Voy a por las llaves —Alessandro, marcha feliz.

—¿El plan es bañar el perro? —indaga Hugo.

—Será divertido.

—Más lo sería bañar a mi perro —moja los labios —¿Te has fijado en su cuerpo? Mis manos lo quieren limpiar.

Como dije, huele a mariposas. Muchas mariposas. Al menos por parte del reciente soltero.

—¿Tocaste su cosita en la orgía?

Me quedo sin respuesta. Aunque avanza con sonrisa de cabrón, no acaba de ser una confirmación.

Se detiene en una jaula ocupado por un solitario perro. Un Braco de Weimar, a pesar de ser un perro de raza es normal su abandono, más cuando se acaba la temporada de caza y dejan de ser útiles.

Hugo lo mira en silencio.

—¿Qué pasa?

—Recuerdos.

—¿Tuviste perro antes?

—Cuatro. Eran una familia y había el alfa —mete las manos al bolsillo sin perder de vista el perro de origen alemán —Enorme, gruñón y salvaje, a veces inteligente. Siempre fue temido con alguna excepción. Era mi mejor amigo.

—¿Murió?

—Ojalá. Sería más soportable que el mordisco de su traición. Me decepcionó y jamás se lo perdonaré, confiaba en él.

—¿Hablas de perros?

—No, de un cabrón.

—Aquí llegan las llaves —anuncia Alessandro, agitando el manojo de llaves.

—Quiero bañar a este —señala al Braco y este le mira desafiante.

—No creo que nos dejen. Si está aislado será peligroso —expresa, aunque parece dispuesto en entregar las llaves a Hugo, sin embargo, no lo hace y es por mi: —No quiero que muerda a Soraya. Él no querría, pero hay factores donde las bestias no pueden tener el control de sus instintos.

Acabamos metidos en un antiguo almacén renovado con la equipación básica para el lavado; bañera, champú, peines, tijeras, toallas... Alessandro nos regala camisetas con el logotipo de la perrera para conservar nuestra ropa y nos ponemos manos al trabajo, más complicado de lo que esperaba.

Nuestro amigo peludo es un descontrol. Se mueve por la bañera inquieto, trata de lamernos y mordisquea la alcachofa. Hasta intenta saltarme encima, aunque lo impide Alessandro sujetándolo y recibiendo un lavado de cara.

—Vamos, amigo. Necesitamos colaboración. Sé que está buena, pero tienes que controlar ese impulso tuyo.

Alessandro demuestra su experiencia calmando al peludo y me ayuda a seguir con su lavado. Hugo, a todo esto, hace la función de espectador, intercalando con vistazos hacía afuera como si estuviera vigilando, aunque lo que hace es mirar hacía la jaula del Braco.

Se rompe un peine tratando de deshacer los nudos imposibles, así que nos vemos obligados a usar tijeras. Corte por aquí, corte para allá. Intercambiamos herramientas con mi compañero. Enjabonamos, y... Ninguno está preparado cuando nos empapa sin dejarnos parte seca. Ganándonos las burlas de Hugo y un vídeo de su propiedad, el cual me encargaré de que me envíe.

—¡Ven aquí!

—Jefa, te idolatro. Pero no.

—No admito rebeliones en mi reinado perruno —le señalo con la tijera moviéndome hacía él y me lanza una toalla —¡Traición!

—Sigo siendo el favorito —me seca el cabello.

—De momento.

—Te sacaré el trono —participa Alessandro.

—Espero que estés listo para matarme.

—Del odio al amor solo hay un paso —tarareo.

—¡No soy gay! —Alessandro, se altera.

—Os tocasteis el culo.

—Me obligaste con ese ridículo castigo.

—Amor. Dulce amor —arrastro las manos a las mejillas y me permito soñar.

—Jefa. Somos amigos. Así que lo que tu malévola cabeza esté imaginando, no sucederá.

Mentira cochina. Ya van tres veces que lo digo, pero aquí huele a mariposas revoloteando estómagos.

—Voy a fumar —anuncia Hugo y se va.

—Lo digo en serio, Soraya. No soy gay —vuelve a insistir Alessandro, en ausencia de Hugo y más calmado —Y Hugo tampoco. Somos normales.

¿Normales?

Evito la conversación porque aún saldremos peleados de aquí, aunque me preocupa lo que ha dicho.

Terminamos de lavar el perro y Alessandro va a por las llaves en la chaqueta sin encontrarlas. Su cara de circunstancia lo expresa todo, antes de salir y dejarme con el amigo peludo.

—Ahora regresamos.

Sigo los pasos de los demás chocando con la espalda de Alessandro. Asomo la cabeza desde detrás de la estatua temporal y visualizo a Hugo dentro de la jaula del perro peligroso. Tumbado al suelo, teniendo la cabeza del animal sobre su pectoral sin que sea una amenaza. Lo acaricia sin miedo, y el perro adora ser mimado siendo la cosa más mansa que existe.

—Adoptemos —propone Alessandro.

—¡Sal de ahí! —grita un trabajador. Hugo deja quieta la mano y se sienta, observando al hombre con una mirada más típica en Derek —¡Es peligroso!

—Sitz —habla Hugo y el perro se sienta.

—¡No me hagas entrar!

—No parece peligroso —defiende Alessandro.

—Es manso —añado.

—Aquí se hace lo que yo digo —dice el trabajador prepotente.

—Imbécil —se me escapa.

—¡¿Qué me has llamado, mocosa?! ¡Trato de salvar la vida a tú amigo!

Antes de que llegué a mi, Hugo ya está fuera, interponiendo un brazo entre el trabajador y nosotros, ya que sigo tras Alessandro.

—Tócala y te mato —rugue.

—Cálmate, por favor. Está ella —le dice Alessandro.

Hugo intercambia mirada con Alessandro, el trabajador y conmigo, antes de disculparse:

—Perdón. Estoy en una mala racha —devuelve las llaves.

—Que no se repita —cierra la puerta de la jaula —Aunque no lo parezca es peligroso. Será sacrificado por atacar a su antiguo propietario, es una mala bestia y se le va la cabeza sin avisar.

—No sucederá de nuevo.

—¿Puedes ayudar a nuestra chica a regresar el otro perro? —pregunta Alessandro y quedo perpleja.

Hace un segundo parecía querer sacudirme, sin embargo, ahora se supone que debo ir con él como si nada. Les doy una mala mirada a mis chicos y voy con el trabajador, el cual se muestra más amable, ayudando a entrar el perro en la jaula, hasta lo acaricia y da un premio. Aunque dudo de su bondad, ya que Hugo no le quita el ojo de encima desde su posición. Seguro que le quiere dar un puntapié.

Voy con él. Alessandro no está.

—Ve a recoger el temerario, nos largamos —dice apagado.

—¿Dónde está?

—En oficinas. Os espero afuera.

Tras indicaciones salgo de la zona perruna, directa al edificio para ir a por Alessandro y cumplir el deseo de Hugo. Voces provenientes de una puerta entreabierta encienden mi modo chismoso. No lo puedo evitar, me acerco a espiar, más identificado a uno de ellos como Alessandro.

Una petición y una agotadora negativa.

—He dicho que no —es la mujer que nos recibió.

—Tenemos dos maneras de hacer esto. Las buenas o las malas, pero el perro se viene conmigo.

—Atacó a su dueño. Está en el hospital.

—Dudo que fuera un santo.

—No fue el primero.

—Imbécil tras imbécil. Si fuera tan peligroso, no hubiera cumplido la orden que le dió un desconocido.

—Tú amigo está loco. Algo que no me extraña siendo amigo de un ladrón.

—Cosas del pasado.

—Admiro el amor que le tienes a los animales. Pero no te hace aceptable. Viniste aquí porque tuviste suerte con el juez, aunque siempre he tenido dudas de que no nos hayas robado a nosotros.

—Tenía que comer.

—Haber buscado trabajo.

—¡No es fácil!

—Excusas, Alessandro. Excusas. Ahora vete, no quiero que vuelvas a venir por aquí. Cumpliste tú condena hace semanas.

—Me voy con el perro.

—No.

—Mil, dos mil, tres mil. Te daré lo que quieras —entre el hueco puedo ver como le tira un fajo de billetes en el escritorio —Acéptalo.

—¿Tengo cara de traficar con animales?

No quiero ser quien juzgue. No obstante, ya dije antes que su vestuario era demasiado atípico aquí.

—No me jodas. El dinero le irá bien para los perros. O mejor dicho, para uno de tus lujosos caprichos.

—¿Cómo te atreves a...?

Justo cuando la cosa está más interesante, el chisme termina con un grito proveniente de las jaulas. La directora sale alarmada, a su vez lo hace Alessandro cogiéndome de la mano y pidiendo que corra.

Salimos de la propiedad. Corro, aumento cuando me doy cuenta que somos perseguidos por un par de trabajadores. Malditas feas costumbres.

Logramos despistarlos en un callejón, escondidos detrás de unos contenedores malolientes y una gotera que cae en la cabeza de Alessandro. Me cubre la boca un rato, hasta que queda claro que no nos encontrarán y se echa a reír.

—No es divertido —lo codeo.

—Aburrida —me besa cerca del labio —Tienes que mejorar esa condición física, Soraya. Soy de altos riesgos.

—Es la última vez que me haces esto.

—La primera.

Alguien silba y Alessandro corresponde el silbido. Antes de que me asome a ver a mi hermano, soy asaltada por el Braco lametón, el cual se entusiasma más cuando traduce mi intención de quitarlo como juego.

—Hay que moverse. Estáis mojados y no quiero enfermos —dice Hugo.

—¿Has secuestrado el perro? —cuestiono incrédula.

—Hemos. Y fue idea de Alessandro.

—Aceptaste al segundo.

—Era una gran idea.

Observo el perro explorando el apartamento desde el sofá, Hugo fuma pensativo y Alessandro se fue a comprar cosas para el nuevo amigo.

—Necesita un nombre. Es macho —Hugo, se acaricia la barba corta —Coco, Rayo, Rocky, Thor...

—Boss.

—¿Boss?

—Yo soy la jefa, él es el jefe. Admítelo, hermano. Nos debes obediencia.

—Solo me dejo porque te quiero —mira al amigo, pasando el brazo por detrás y dándome un beso en la coronilla. Mis chicos son muy besucones —Boss. Espero que te guste, Boss —el perro ladre subiendo al sofá en búsqueda de nuestro amor —Le gusta.

—Ya estoy aquí —anuncia Alessandro, usando su copia de llave.

—Te ayudo —va Hugo.

Los chicos se encargan de ordenar las cosas y yo me adueño de los platos, llenado con agua y pienso. Boss acude sediento.

—¿No nos buscarán? Es decir, hemos robado —me miran como si estuviera loca —Alessandro tiene antecedentes y habías cámaras. Seguro que ni lo habéis pensado, ¿cierto?

—Estoy desubicado con las drogas —Hugo, se señala la cabeza.

—Actúo y luego pienso —dice Alessandro.

—¿Sois niños o adultos?

—Niños —coinciden en algo.

—Solucionaré vuestro desastre.

Boss viene conmigo a la habitación y cierro de un portazo, solo para que sepan que han sido ineptos. Si tanto querían el perro, yo tenía una forma de conseguirlo, ahora deberé usarlo igual sabiendo que fuí una delincuente.

Caigo en la cama y Boss se tira encima sucio, pero me da igual. Más tarde compartiremos un baño de espuma. Acariciando su corto pelaje voy descubriendo viejas heridas. No es agresivo, se protegió.

Me alegro de tener dos amigos locos.

Escribo para Derek, aunque sin esfuerzo, ya que tampoco pretendo que se entusiasme. Menos acudiendo a él por interés.


Hola.


Me deja en visto.

Después de varios minutos creo que no tiene intención de contestar. Quizás se cansó de mí, quizás encontró a otra, quizás está haciendo una colección de guarras para épocas de sequía conmigo.


¿Estás ahí?


Otro visto.


Derek, por favor.

Te necesito.


Llega videollamada por su parte, aunque al contestar quién sale en pantalla es Pietro con sombrero de Santa Claus y una gran sonrisa.

—¡Tía Soraya!

—¿Cómo está mi mini maligno favorito?

—Armado y preparado. Secuestrare al viejo gordo y me quedaré con todos los regalos.

Si ya es un peligro de pequeño, no me lo quiero imaginar de adulto.

—No puedes hacer eso.

—Si puedo.

—Si lo secuestras me quedaré sin regalos —hago un mohín.

—Es parte del plan. Si lo secuestro tendrás que venir a casa a por tus regalos y estaremos juntos en Navidad.

—Tengo otros planes —miento a medias. No sé qué haré, pero sí sé que he de permanecer al lado de Hugo —En otra ocasión.

—Te quedarás sin regalos —avisa.

—Alguien me necesita.

—Yo te necesito.

—¡No pienso ir! —grita Derek fuera de pantalla —¡Callad, joder! ¡No vais a cambiar mi opinión! ¡Es el puto infierno!

—Cálmate, por favor. Sé que es injusto —dice Máximo.

—Puedo ir solo —participa una tercera voz masculina.

—¡La última vez lo jodiste!

—Fue un accidente.

—¿Qué discuten? —pregunto curiosa.

—Ah, oh. Esto, aquello. Muchas cosas —responde nervioso y gira la cámara enfocando a los tres hombres. Derek, Máximo y uno con kimono —¡Tía Soraya! —los tres guardan silencio paralizados y pálidos —¡Te mando mensajes y llamé! ¡Es más práctico!

—Dame eso, enano.

El móvil es entregado a su legítimo propietario que va a buscar un lugar más solitario para una conversación más íntima.

—¿Qué discutes?

—No es asunto tuyo —responde rabioso, aunque no soy la causa.

—Así no te quiero ver —apago la cámara y arrastro el móvil a la oreja. Respira pesado mientras rompe algo de cristal, un par de cosas más y creo que parte del mobiliario—¿Sigues conmigo?

—Siempre contigo. ¿Qué escuchaste?

—Te asusta ir a un lugar.

—Necesitamos temer para hacernos más fuertes.

—¿Quieres que te acompañe?

—¿A dónde?

—Al lugar que te asusta.

—No. Tengo que hacer esto solo. Igualmente, no creo que me hayas llamado para hablar de mi mierda personal. ¿Cómo está tú hermano?

—Mejor.

—¿Volverás a los horarios?

—No. Todavía no.

—¿Me quieres ahí?

—Menos.

—Media hora. La cafetería del otro día —me cuelga.

Me adelanto un cuarto de hora a la cita.

Boss descansa bajo la silla, atento a los movimientos sin abalanzarse encima de nadie. Una vez más, no hay peligro en él. Además, si me lo he traído, es porque espero que si yo no convenzo a Derek, lo haga la bondadosa mirada de Boss.

Una mano cae en mi hombro y deja ver sus pájaros, avisando de su llegada antes de entregarme un beso en la mejilla.

Susurra un amable saludo:

—Buenas tardes, Bird.

—Buenas tardes.

Me da un superficial beso en la boca, ordena su americano y ocupa el asiento de frente. Hace un gesto invitando a Boss a oler su mano, presentándose. Acaricia su cabeza mientras recibe una lamida en la palma.

Caería por este Derek.

El treintañero informal, amante de los animales y apasionado por la fotografía. Sin infundir miedo y elegante, de buen lenguaje, aunque no ha dicho mucho. Seguramente, pronto llegará una palabra sucia, lo comparten todas sus personalidades, es parte de él.

—¿Cómo se llama?

—Boss.

—¿Y es el problema?

—Algo así —se le sube encima lamiendo la barba —Baja, Boss. No molestes.

—Me gustan los animales, Bird —lleva la cabeza del perro en su hombro, evitando que siga baboseando y lo tranquiliza con su toque —Cuéntame que pasa.

¡Matadme! ¡No puedo así!

—Alessandro y Hugo son muy impulsivos —agacho la cabeza tratando de buscar las mejores palabras. Él me mira, yo le miro, hay tanto expuesto en la pausa —¿Y mi acosador sádico?

—Al sádico no le gustan las fiestas, así que se ha ido y ahora queda el de las mierdas románticas. ¿Necesitas algo de él?

—Su sadismo.

—¿Qué tan malo es, Bird?

—No me juzgues.

Hago un resumen del paso por la perrera. El baño al gran perro, la fijación de Hugo con Boss y como se metió en la jaula, los gritos del trabajador, la conversación de Alessandro omitiendo su pasado delincuente, el supuesto tráfico de animales, el robo, la persecución... No recorto detalles y él escucha con atención o eso creo, parece distraído con mis labios.

—¿Qué has escuchado?

—La confesión de una ladrona.

—Me vi implicada. La idea fue...

—No esperaba menos de mi mujer.

—Te digo que no...

—Me ocuparé personalmente de que nadie te lo quite. Si quieres algo, aduéñate de ello que nunca permitiré que te molesten.

—Gracias, Derek.

—Nada de gracias. Ven y besa a tú hombre —hace bajar a Boss y voy a su regazo. Le entrego el beso, a diferencia de otras tantas veces, no lo hago en la mejilla, sino que lo hago en la boca como quiere —¿Ya tienes mi regalo?

—Soy pobre... ¡Ay! —me quejo de su mordisco en la mandíbula.

—El enano dice que vendrás en las fiestas.

—No lo he dicho.

—Compra mi regalo y el suyo. El de Máximo es opcional. Mañana es sábado, así que es un buen día para que estrenes la tarjeta.

—¿Me estás ignorando?

—Abre los labios —dejo que me aplique el labial —Estaremos bien si solo vienes por cuatro minutos. Nos desearemos buenas fiestas, nos daremos los regalos y te besaré bajo el muérdago.

—Lo meditaré con la almohada.

—Eso es un sí.

—Es quizás.

—Lo que digas. Te esperaré. 


****

Siguiente Actualización: Viernes 11 de Agosto del 2023

(Actualizo Antes Con: 210 Votos En Todos Los Capítulos)


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