018 - SUEÑOS CUMPLIDOS


CAPÍTULO DIECIOCHO

DEREK SALVATORE


Corro, huyo entre árboles. Asfixiado por culpa de los pensamientos, destruyéndome en cada pisada. Intoxicado, odiando el canto de los pájaros, detestando las lágrimas de Soraya. Estropean su rostro. Yo soy el culpable.

Soy el monstruo que teme, el monstruo que la quiere abrazar y consolar. Ser refugio. Eso estaría bien. Quiero volver en la época en que era su arma y escudo, no ser el destroza hogares.

Paro en seco. Giro sobre los pies mirando a todas direcciones, como si así pudiera encontrar el camino que me la regrese.

Odas chilla desde el cielo, las ramas crujen y el agua cercana fluye por el cercano río.

Dolor, lágrimas y sangre. Soraya agoniza en mis recuerdos.

Estoy mareado. Pasado y presente se mezclan, me empujan a un estado de confusión indeseable.

Tengo que ser racional.

Soy inteligente. Pero es inaguantable.

Sostengo el recuerdo de mi mujer ensangrentada a mis brazos, muriendo o eso creí en aquel instante. Aunque una parte si murió, la que no temía, la que era poderosa y hacía acobardar a los demás. Nadie lo sospecharía nunca. Se mostraba en incontables ocasiones como un ser débil, necesitada de ayuda. No era cierto, era manipuladora.

Estoy colapsado.

Si la situación fuera al revés ella ya lo hubiera solucionado, porque a pesar de que soy un genio, ella lo era más.

Tengo que ordenarme. La he dejado en la cabaña, aunque habrá huido como la anterior vez y...

¡Se muere! ¡Se muere! ¡Se muere!

Mi mujer bromea, mi mujer juega, mi mujer sonríe, mi mujer grita, mi mujer llora, mi mujer enloquece, mi mujer golpea, mi mujer humilla, mi mujer manipula...

¡No respira! ¡Sin pulso!

Grito endemoniado.

¡¿Por qué?!

¡¿Quién nos robó la felicidad?!

Ya no puedo más. Me engancho a un tronco y estampo la cabeza, repito sucesivamente ignorando la sangre. Continúo un poco más, hasta que estoy en el suelo mirando las nubes pasar.

Odas aterriza en mi pecho y me inspecciona.

—No me juzgas —da un brinco y picotea la herida —¡Joder! ¡Eres igual que tú madre!

Cubro la herida antes de que siga más y aletea indignado. Comprendo que está enojado por mi trato con Soraya, siempre fue más de mamá, aún así tengo mis motivos para ser el mayor hijo de puta que haya conocido.

Ahora que lo pienso, si está así, es muy probable que sea porque vio escapar a Soraya. Tengo que hacer algo antes de que se lastime. La primera vez no salió bien, cayó un par de veces y me contuve de ir al rescate.

Hago una llamada al más frío.

—Hermano —responde al segundo.

—Suelta los perros. Mi mujer ha huido y hay que encontrarla antes de que se haga daño. Apresúrate —exijo.

—Máximo, por favor. Necesito tu ayuda. Ya voy hermano —me quedo a la espera de que diga que cumplirá —Te pido un poco de educación, solo eso —por un canal secundario da el aviso de búsqueda y suspiro, antes de que digas: —Tenemos que hablar.

Las tres peores palabras que existen, más con él. Siempre las usa con la única función de avisar de una próxima bronca.

—No quiero.

—Seguramente has vuelto a golpear a Soraya. Y, lo que hoy es un golpe, mañana puede ser una muerte que ningún Salvatore te podría perdonar.

—No la he golpeado —me levanto y Odas se incorpora en el hombro.

—¿Y por qué ha huido? —porque soy de lo peor, conozco perfectamente la mentira que ya sé de sobras —El silencio no ayuda.

—Intercambio de opiniones no favorables.

—Sé que... —lo cuelgo.

Me detengo afuera de la cabaña. Retiro la sangre del ojo y enciendo un cigarro con el disgusto de saber que al entrar no estará. Odas, decepcionado, se va a conquistar los cielos del territorio donde reina. Él es quien manda, al igual que lo hacía su madre al tenerme.

Una última calada y entro a esperar noticias de mi mujer. Sin embargo, al cruzar la puerta, el mundo se detiene a falta de coherencia.

Sentada en el sofá con las piernas cruzadas, aborreciendo los dedos con su pelo y las bolsas hinchados por el extinguido llanto. Mi mujer está aquí, y soy incapaz de saber el motivo tras mis actos.

—Bird...

Alza la cabeza y sus ojos miedosos se agrandan. Miedo, tal vez no esperaba que regresará tan pronto y estuvo descansando por su cuerpo, antes de hacer una maratón en un intento fallido de dejarme atrás.

Rompe la postura, espero que huya, sin embargo, hace lo opuesto al acercarse con una mueca adolorida. Tendría que descansar. Me gustaría que lo hiciera. No quiero ser lo que no soy. Si tan solo pudiera ser yo, si tan solo el atentado nunca hubiera pasado, si tan solo no me hubiera desaparecido de su mente seríamos los de siempre. Con un pequeño plus, estaríamos casados.

—Ve a la puta cama —digo, apretando los dientes.

Desobediente, como su antiguo yo, acaba de cortar la distancia y apoya la mano en el lateral de mi cara ensangrentada. Es ella, por cuatro miserables segundos creo tener delante a su auténtico ser. La que no teme, la que se preocupa y me ama, aún cuando nunca lo manifestó en palabras.

—Bird —susurro el apodo que le dí, el mismo que ha manchado al usarlo en la puta basura de Control. Odio cuando el chat lo escriben, pero muy pronto me encargaré de esa molestia. Es mi pájaro, no el de otros —Necesitas descansar.

Inspecciona la herida tiñendo los delgados dedos en rojo.

—¡Emergencia! ¡Necesitamos un botiquín! ¡Se nos desangra! ¡Se nos desangra el niño! —grita siendo ella, formando un espectáculo, aún cuando conserva el miedo en sus pupilas.

¿Está bien si me dejo consentir?

Oh, joder. Mierda. Eso no se pone en duda.

Necesito ser consentido como el niño que fue rechazado por una vez, necesito romper las normas y sucumbir.

—En el armario.

—¡Siéntate!

Sonrío como al idiota que le ha tocado la lotería. Tendría que haberme golpeado antes la cabeza, su atención lo vale.

—No soy enfermera —dice, a mi lado y con el botiquín.

—Tranquila, pajarraco. Mi plan era vaciar una botella de whisky, ducharme y con un poco de suerte me curaría —me mira perpleja. Una de las cosas buenas de mi maldición es que me regenero, la otra es mi velocidad de aprendizaje —Por arte de magia.

—Mi plan es limpiar esa sangre, inspeccionar la gravedad y si es muy grave llamar a tú hermano para que te envíe al hospital de una putada.

—Me gusta parte de tú plan. La parte en que haces de enfermera uniformada con mi jersey —mojo los labios y viajó a su muslo, subiendo al mundo nuevo que descubrí anoche. Ahora sé que es el puto paraíso —¿Te has puesto un bóxer también o vas sin nada?

—Quieto.

—¿Crees que puedes curarme mientras te masturbo? —bromeo, a lo que ella presiona la herida de golpe, al igual que nuestro hijo. Lo dije antes y lo sentencio. Odas heredó su carácter de mi mujer —¡Me cago en la puta! ¡Bruta!

—Manos a tú regazo —mierda, esto empeora mi polla.

Cumplo pensando en ella, en la actitud de estás últimas horas, su rebeldía por el ginecólogo, cuándo se cambió de sitio en la mesa y el llamarme precoz. Sumado a la última orden, son cuatro ocasiones en la que me desafío. Voy bien. Está aquí a cuentagotas,

—¿Y ahora?

—Te curo.

Mientras soy cura me pierdo en sus labios. Tras anoche se han secado más rápido de lo normal y pronto le saldrán heridas. Conozco su delicadeza, es por eso que muerdo sin excederme.

—Abre los labios —digo sacando el bálsamo.

—¿Nunca puedes parar? Te estoy curando.

—También yo.

Casi añade algo, pero el miedo le supera y la hace retroceder como una aburrida sumisa que no aporta. Cuidado sus labios y guardo el bálsamo, me vuelvo a perder en sus labios hidratados.

—Listo —dice triunfante y al terminar —Dúchate y vigila la herida, de mientras miraré la ropa que tienes y... —su boca se mueve con un largo discurso al que no presto atención. Sigo perdido. Además, el cabello cayendo por delante no me ayuda para que me concentre —¿Estás escuchado?

—Si la mitología fuera real, serías una sílfide.

—¿Una qué?

—Un espíritu del aire. De belleza élfica. Rasgos suaves y alas de libélula, transparentes y manchadas —sujeto el final de su mechón, huelo agradable y añado turbio: —Tendría que matarlas. Arrancaría y quemaría sus alas por un intento absurdo de hacerte la competencia. Eres única.

—Como dijiste, mitología.

—No la menosprecies.

—¿Te gusta?

—A mi me gusta mi pájaro —respondo descansando mi frente en su sien, toco el mentón con el pulgar y lo subo para quedarme próximo de su boca —Bésame.

—Tendrías que descansar. Te has dado un buen golpe. ¿Cómo fue?

—Me caí.

—Ten más cuidado.

—Hubo una época en que lo tenía. Luego conocí a mi mujer y supe que nunca más iba a cuidarme, sino que te cuidaría a ti.

La beso como una brisa, pero no soy correspondido.

—Hablo en serio. A la piii cama —contengo la risa.

—Intento escucharte pero no puedo. Hay una puta voz que me chilla para que ataque tus labios.

—Derek...

La tiento rozando superficialmente nuestros labios. Su aliento fresco se cuela el separar mis labios, acaricio detrás de su oreja y presiono nuestras comisuras a falta de una respuesta.

—Bésame —siseo.

Otro fugaz beso de mi parte.

Provoco el fuego con intención de arder.

Sus labios friccionan con los míos con una aparente torpeza que pronto quedará en el olvido. Es falta de práctica, lo sé, ya que fue ella la que me enseñó a besar como el hijo de un condenado.

El beso es patoso, aún así lo gozo como el mejor. Disfruto de la excelencia sin obligación, aunque me conozco y sé que si no hubieran se los terminaría robado. Mientras existan besos estaremos bien.

—Ayúdame —pide, a orillas de mis labios.

La sube en las piernas y aumento la intensidad, invierto nuestros roles de maestro y aprendiz. Encajamos en cada vaivén. E invado su interior en búsqueda del choque de nuestras lenguas.

Desorientado en el tiempo, orientado en placer.

Defino el arco de su espalda, hacía abajo e infiltrándome por el jersey para agarrar su buen culo. Aprieto, marco lo mío y me palpita la polla, queriendo repetir la acción que conocimos anoche. Sin embargo, la lógica se niega, sabio a la hora de recordarme que mi anfitriona tiene que descansar.

La pongo a gritar a través de un azote.

—Voy hacer el puto desayuno.

—No, yo pue... —esta broma no es graciosa —Tienes que limpiar la sangre. Ya luego si no te mareas puedes hacer el desayuno, también podemos ir juntos a la cama... Tampoco es que tenga hambre.

En resumen, está hambrienta.

—He dicho que salgas —gruño, viendo como se cohibe amenazando en agachar la cabeza. No lo permito, clavando los dedos en la mandíbula, pudriéndose por dentro ofreciendo este trato —Cuando doy una orden, cierras el pico y cumples. No hay cosa que más odie que repetirme, pajarraco.

¡Enfréntame!

La peor opción que tiene es la que escoge, haciéndose a un lado y girando la cara para imposibilitar cualquier contacto. No es así. Ella no se aterroriza, ella es mejor que esto, pero debe aprenderlo.

Al perder la memoria perdió sus grandes cualidades. A su cabeza no hay solución, aún así puedo recuperar sus habilidades, las que la hacen ser ella, una pieza exclusiva y temible.

—Ve a la puta cama —reinicio el encuentro.

—Si.

Lastimosamente, cumple.

Algún día lo lograré. Esa mierda no seguirá sucediendo por siempre, conseguiré que mire el mundo por encima de los hombres. Soraya es la humana que nació para liderar a su pueblo.

Al poco subo con una bandeja y la dejo en la mesita, sentándome cerca de mi mujer mientras me ignora con el móvil. Tenía que descansar, no joder con el aparato de mierda.

—¿Qué haces?

—Chateo con mi cuñado.

La instancia con la que se refiere a Hugo como cuñado tras haberlo dejado con Laura no me extraña, ya que es una muestra de cariño. Se asegura así de que sigue siendo de su familia, el último miembro según ella, no para mí. Nuestra familia es grande entre mis tres hermanos, las cuñadas y Hugo.

Sé que él no me traicionaría. Si alguien he de empezar a culpar por la desaparición del dinero es a Laura. Me fastidiaría de ser así, pero nunca lo haría como si el causante fuera mi hermano no de sangre. Por otro lado, también existe la posibilidad de un tercer implicado.

—¿Cómo está?

—Bien —maldita mujer, después de dos años quiero saber como le trata la vida al cabrón.

—Tengo una pregunta —hace el móvil a un lado —Sé que eras pobre y esas cosas antes de que yo apareciera. Sin embargo, quiero que me digas como os habéis estado manteniendo.

—Eres mi acosador —me recuerda equivocada.

—Trato de tener una conversación cordial, niégamela y se pondrá demasiado duro para ti —hablo de mi polla, por supuesto, pero ella no capta la sucia indirecta ocultando el rostro —¿Explicación o castigo? Decide.

—Hugo se encargaba.

¿Con mi dinero?

—¿Cómo?

—Trabajando.

—¿En qué? —hago una pausa para refrescar el sistema y digo: —Joder, pajarraco. No soy policía para practicar un interrogatorio, aunque si quieres saco un par de esposas y te detengo.

Sonrío victorioso ante su sonrojes. Medio victorioso, ya que es incapaz de empeorar la provocación como lo haría su auténtico ser. No obstante, el que siga explicando lo de Hugo es gratificante. Comparte su privacidad.

—Depende. A veces trabajos de hostelería, cara al público... —me ofrece una larga lista que convertiré en material para burlarme de Hugo. Sé que está mal, aunque no lo está tanto si se considera que su humor se basa en apuñalarme —Siempre han sido trabajos temporales. Ahora llevaba un tiempo sin encontrar nada, así que me metí en el juego para pagar la luz, aunque lo acabaste pagando tú.

—Tengo que ayudar a mi mujer.

—No te impliques...

—El desayuno —intercedo, antes de que suelte pestes por la boca y me cabree de verdad. No lo pagaría con ella, ya que no me considero un hombre violento que ataque a su mujer indefensa sin motivo, sin embargo, no quiero pasar más tiempo en un ambiente tenso por ahora —Sé que tienes hambre. Anoche apenas cenaste por las prisas y gastamos mucho —le acerco una tostada con queso y salmón —Muerde.

—Puedo sola.

—Y yo quiero dártelo. Considerando que soy una enfermo mental deberías evitar cualquier situación donde me pueda descontrolar.

Muerde la tostada y sus expresiones son todo. A mi mujer siempre la ha encantado mi comida, disfrutando en cada bocado y sabiendo apreciar el buen gusto que siempre he dispuesto a ofrecer.

Continúo deleitándome dándole el yogur de fresas.

Valió la pena ordenar la compra y decorar la cabaña sin saber si se iba a quedar conmigo. Afortunadamente, los controladores estuvieron conmigo, cosa que no pasaría en un cara a cara.

Soraya se mancha el labio de yogur, aprovecho para pasar el dedo y saborear.

—También deberías desayunar.

—Quítate el jersey.

—Comida, Derek. No mi cuerpo.

—Quiero disfrutar de las vistas mientras desayuno.

Considerando que cree que no tiene otra salida que complacerme, se quita el jersey revelando el cuerpo que me pertenece. Avalado por cada marca que dejé.

Le acerco el vaso de naranja.

—Bebe —le dejo beber un trago antes de provocar el derramamiento del líquido por su piel de marfil. Chasqueo la lengua y niego: —Torpe. Alguien tendrá que limpiar el desastre.

Desciendo por su cuello, apenas llego al pezón me detengo lamiendo la punta y saboreando la combinación de ella y el zumo. Chupo, lo hago hambriento, desvivido como si hubiera la posibilidad de que saliera leche. A su vez, pellizco el otro, para que no se sienta abandonado, ni celoso.

El aire se calienta mientras entrega suspiros. Tres putos años ansioso de está melodía no le hacen decepcionante, más bien lo opuesto, es sorprendente la capacidad que tiene de emitir mis composiciones sobre su piel.

Cuando dejo de apreciar el sabor voy al otro pezón.

Limpio todo el zumo hasta la última gota y subo a compartir el sabor con el pantalón apretado. Una putada. Sé que no está bien, pero quiero volver a encargarme de su coño.

—Juegas sucio —se queja la culpable.

—Si, lo sé. Y no me importa —me desnudo y me dejo caer entre sus piernas flexionadas por su urgencia. De los dos, ella vuelve a ser la peor —¿Algún problema?

—Hazlo —me atrapa el cuello.

—Si sientes alguna molestia tienes que decirlo —digo, sin saber si esto es una sesión de un par de minutos o cuatro horas —¿Si?

—Si.

La penetro sintiendo su estrechez, conteniendo las ganar de meterla a golpes secos y quedarme a gusto. Soy nuevo, inexperto, aún así tengo en mente que follar es estúpido si solo uno disfruta.

Clava las uñas en mi nuca, con una expresión dolida mientras que me siento a gusto por el dolor que me aplica. Además, me apasiona que me marque, a pesar de que sea temporal, me gusta ser su gusto culposo, ya sea por edad o porque le atrae mi oscuridad. Sé que no es amor. Todavía.

—¿Vas bien?

—¿Quién es el educado ahora? Fóllame, joder.

Mi vocabulario es peor que el suyo, aún así cuando se descontrola rebajándose a mi basto lenguaje me empeora la erección.

Entro y salgo, acostumbro su cuerpo a que se adapte a mis dimensiones, más cuando sus paredes me ahorcan. El acto es ligeramente molesto, una sensación que queda ridiculizada por los beneficios que obtengo. Además, próximamente, si no he sido engañado, no tendremos el problema.

Nos llenaremos de experiencias. Seré su maestro con libro en mano hasta convertirnos en expertos.

Será mi sucia mujer. Aquella que le dan arcadas chupando mi polla mirándome a los ojos, la que hunda mi cabeza contra el coño mientras lo devoró, la que suplique por azotes hasta que arda y pregunta: ¿Qué me enseñarás hoy?

Desesperada de polla, guarra masajeando las tetas con mi semen. Una perra obediente en cama, rebelde afuera.

Crearé una ninfómana.

—¡Más, Derek! ¡Más!

Cumplo con la demanda. Subo sus piernas encima de mis hombros y la embisto. Gemimos y sudamos, culpables del deseo primitivo. Nuestra condena es follar como un par de desalmados sin tapujos.

—¿Puedo tocarme? —dice sonando inocente, pero siendo pecador.

—Ya sabes que hacer.

Aprende con facilidad. Embrujándome con la tormenta eléctrica que reside en sus iris juega con su clítoris y agarra una teta. Tiene instinto de ser una zorra por naturaleza, fuera y dentro del sexo.

Tras un primer orgasmo la llevo a la ducha. La embisto bajo la ducha, levantada y usando la pared de apoyo.

—Quédate hasta mañana y te juro ser bueno.

—Tú bipolaridad no te permite hacer esa clase de promesas —jadea.

No soy bipolar. El que crea no me hace, aunque su forma de pensar me da libertad para relajarme.

—Mis personalidades se han reunido y han llegado a un consenso por esto —salgo y vuelvo a entrar hasta al fondo, a lo que responde con un chillido de dolor y gozo —Te quieren follar, Bird. Todas ellas. Las buenas y las malas. El gilipollas romántico y el puto sádico.

Cuanto menor es su molesto más agresivo soy. Sin esconder que le depara un futuro duro; en la cama, en el muro, en el suelo, en el sofá, en la encimera, en el coche, en el yate, en el jet, en el bosque, en la laguna, en el acantilado, en el coliseo... Duro en cualquier lugar del mundo. Y, si tengo que dar duro en el espacio exterior, pues le doy.

El agua sigue cayendo por encima de nuestras cabezas cuando se tensan sus músculos y me maldice. Me raya la piel con las uñas cortas, las mismas que tienen falta de vitaminas para ser más letales sobre mi cuerpo.

La bajo con cuidado, precavido de las debilidad de sus piernas y sin dejar de sujetarla ante la posibilidad de accidentes.

—¿Nos duchamos? —pregunto.

—Si.

—Tiene que ser rápido.

—¿Por qué?

—Porque ya quiero follarte de nuevo.

Estaciono el todoterreno delante del agujero de porquería donde vive Soraya, aunque no es tan repulsivo como despedirme después de haber pasado con ella un finde inolvidable. Hemos follado como puercos.

—¡Santa mierda, que me pillen confesada! —espera Soraya con móvil en mano.

—Si te ilusiona regresar siempre podemos regresar a la cabaña a fornicar como animales en celo —alza la mirada hinchando mi pecho de orgullo, aunque está pálida —Estoy bromeando.

—No es por ti.

—¿Hugo?

—No, Control.

—¿Qué tiene esa mierda que sea más importante que nosotros?

—Me han multado —me muestra la pantalla señalizando una ridícula cifra para nuestra fortuna —Es culpa tuya. Formulaste la pregunta y no quisiste grabar.

—¿Y qué pretendías? ¿Hacer un directo pornográfico? —su blancura se transforma en rojez —Si quieres la próxima vez hacemos una porno para tenerlo para nosotros. Pero, ni por un segundo, pienses que dejaría que ese grupo de cucarachas enfermiza vieran lo que es mío.

—No tengo dinero para pagar.

—¿Cómo puedes olvidar que eres rica?

—No lo soy —disminuye la voz.

—Si lo eres, joder —golpeo el volante provocando que sus temblores florezcan —Empieza a cambiar el chip porque me estás consumiendo con tú cabezonería. Mi fortuna es tuya. Otra estaría dando brincos en tu lugar.

—Búscate a otra —musita, calentándome la sangre.

Agarro su cabeza observando un instante los chupetones de su cuello para acabar pegando nuestras caras a cuatro centímetros.

—¿Qué has dicho? —pregunto rabioso contra el mundo.

—No quiero... No quiero depende de... de... tú fortuna —balbucea en estado de pánico —Yo...

—Dime que quieres y te lo daré.

—No me lo puedes dar.

—¿Qué no puedo? No fastidies, pajarraco. Si me lo propongo te puedo regalar el mundo con un lazo azul y provocar que la sociedad se arrodillé temerosa ante tu presencia.

—No quiero eso.

—¿Y qué quieres? Ostia, puta. No me hagas repetir —digo, sin soltarla.

—Estudiar —la suelto y se frota detrás del cuello —Entre la muerte de mis padres y sus consecuencias apenas tengo los estudios básicos. Me gustaría conseguirme el bachillerato.

—Se acercan las navidades, pero después ajustaré tus horarios para que puedas retomar los estudios.

—No me aceptarán a mitad de curso.

—No subestimes mis contactos —sonríe sutilmente y añado: —También pagaré la maldita multa, después de todo fue mi culpa. No obstante, vete acostumbrando a usar la tarjeta que no te la dí de decoración.

—Pero...

Enfrento un dedo delante de los labios y se calla.

—Bésame —me besa malvadamente la mejilla y sonrío de lado. Esta travesura suya me encanta —Que así no es, es así.

La beso a gusto hasta quitarle el aliento.

Bajo del todoterreno y voy a su lado, quitando su cinturón y ayudándola a bajar mientras le flaquean las piernas. Su marca de dolor no pasa inadvertida. Me excedí, aunque no lo pude evitar.

Dudo mucho que pueda subir sola, aún así no puedo correr el riesgo de subir y tener que enfrentar a Hugo. Ante un panorama incierto no puedo asegurar como será nuestro reencuentro. Y, no me gusta, más cuando sabe que si dice quien soy, ya que provocará un reinició en la cabeza de Soraya.

—Bozzolo —giro hacía el vecino.

Está ligeramente herido.

—Nombre.

—Chúpame la polla.

Sin dudas le van los riesgos.

—Interesante nombre. Hazme un favor y ayuda a mi mujer a subir.

—Le scopi e ti dimentichi di lei? Che grande uomo sei —proclama sarcástico y sin medir consecuencias.

(¿Te la follas y te olvidas de ella? Que gran hombre eres)

—Non ho negato di essere un bozzolo.

(No negué que sea capullo)

—Disgustoso.

(Desagradable)

—Sta'zitto —ordeno y me manda al carajo sacando el dedo —Mi aiuti o no?

(Cállate. ¿Me ayudas o no?)

—Lo faccio per lei, non per te. Se fossi una persone perbene, la lasceresti in pace.

(Lo hago por ella, no por ti. Si fueras una persona decente, la dejarías en paz)

—É mia donna.

(Es mi mujer)

—Se fossi davvero tua donna, non ti temerei.

(Si fuese de verdad tú mujer, no te temería)

Trago largo con sus palabras clavadas como espinas, aunque agradezco que use el italiano para eso, para que Soraya no entienda, aún sí en el pasado estaba aprendiendo mi idioma, perdió todo conocimiento, al igual que perdió todos los recuerdos vinculantes con los Salvatore.

Se aproxima y me hago a un lado, permitiendo que un desconocido la levante en brazos.

—Vamos, Soraya. Alejémonos del capullo.

Antes de entrar se gira y dando una última advertencia:

—Te lo ricordo cosi non dimentichi. Se gli fai qualcosa, ti uccido.

(Te lo recuerdo para que no lo olvides. Si le haces cualquier cosa, te mataré)

—Chi sei?

(¿Quién eres?)

—Il tuo peggior incubo.

(Tu peor pesadilla)

Apago el motor en el parking exterior de la mansión de Máximo. Tendría que pensar en Soraya, pero lo hago con Alessandro. A pesar de hablar con soltura mi idioma natal y tener nombre italiano, la inexistencia de un acento me impide que lo ubique en algún lugar de Italia. Además, dadas las circunstancias, no puedo asegurar de que lado está, porque de saber si es aliado o enemigo, podría considerar el adueñarme de su amistad o no.

Únicamente sé que no teme a la muerte.

Unos golpes en la ventanilla me liberan de los pensamientos y le doy una ojeada a la veinteañera pelirroja. Antes de que reclame, me pongo el colgante que no puede ser visto por Soraya y bajo.

—Buenas tardes, Salvatore —me recibe con el mentón alzado, no como sucedía antiguamente.

—Hola, pequitas —saludo, haciendo alusión de sus manchas con el mote y asqueando su traje de sirvienta. Si fuera yo, se lo arrancaba —¿Cuándo dejarás de usar esa miera?

—Es mi uniforme —se indigna, arrastrando las manos a su cadera.

—Un día de estos le prendo fuego —ando encendiendo un cigarro y le muestro la llama del mechero —Tú decides si te quemas con él o no.

—Máximo compraría otro.

—Mi hermano es gilipollas.

—No, es un buen hombre.

—Y gilipollas.

—Mejor cambiemos de tema —me persigue.

—¿De qué quieres hablar?

—Del fin de semana de alguien con cierto pajarito —freno y la observa, doy una profunda calada mientras soy un especie de espécimen para la chica de ojos avellana —Detalles, quiero detalles. Sería más divertido hablarlo con ella, pero cierto señorito no me deja.

—Es por seguridad —le recuerdo.

—Conozco la situación, pero al igual que los hermanos también la extraño.

—No la quiero perder.

—¿Crees que yo quiero volver a perder a mi mejor amiga? —me masajeo el puente analizando la situación —Salvatore, por favor. Necesita a sus amiga para hablar cosas de chicas.

—Cosas de chicas, cosas de chicas, cosas de chicas, cosas de chica. ¿En qué consisten esas conversaciones?

—Son cosas de chicas.

—Aclaraste mucho.

—No te metas en asuntos de chicas.

—Muy convincente. Tengo un plan que nos puede beneficiar en destinos aspectos, pero requerirá un poco de acoso por mi parte y si sale mal serás la única culpable.

—No te decepcionaré.

—¡Darley! —grita Máximo con expresión gélida, muy a su estilo haciendo correr a la pelirroja a su encuentro —Te dije que no molestarás a mi hermano. Ve a tú cuarto y no salgas hasta que te avise.

—Si —Darley, se adentra a la mansión.

—Es estúpido que la protejas de mí.

—No es solo ella, sino todos. Atacaste a Soraya y dado que no comprendo ese comportamiento, velo por la seguridad de mi personal.

Si, claro que sí. Que vaya con otros con sus mentiras.

—Mientras esa mierda no hable con mi mujer, todo estará bien. De lo contrario, ni siquiera tú la podrás proteger del sufrimiento.

—Me aseguraré de que no hable con ella.

—Te conviene. Sabes que soy de un aviso —doy un paso al frente y se entromete en mi camino —¿Y ahora qué?

—¿Qué pasó con Soraya?

—Voy a saludar al enano —trato de darle esquinazo por el lado, pero me agarra como pocas veces lo hace —Si no quieres perder la mano, suéltame.

—Te puedo ayudar.

—No estoy pidiendo ayuda.

—Derek —me paralizo. La única que puede pronunciar el repugnante nombre que me dieron dos infelices es Soraya —Acepta la situación. Nos olvidó, no la puedes reclamar como tuya, no así.

—No le disgustaba cuando me la follaba —me libero a desgana y parece por un segundo tener sentimientos, cosa que tiene, pero que apenas se empezaron a notar con la presencia de Soraya —No pido comprensión, tampoco que desconfíes. Y, si por casualidad tuvieras que llorar una muerte, esa sería la mía.

—Me quedé sin lágrimas hace mucho.

—Regresarán cuando superes su muerte —le doy una palmada al hombro —Vamos a adentro. Tengo ganas de fastidiar a mi sobrino.

—Solo una pregunta.

—Que sea rápido.

—¿Dejaste que cocinara? —aún cuando no ríe, sé que por dentro lo hace.

—Ni loco.

Estoy jugando con el enano en su sala de juego. Tumbado en el suelo, atento a la narración de sus personajes, aniquilando a un sujeto por ser una insolente cucaracha.

—Sujeta —me entrega el muñeco que tiene un ojo pintado de negro, en señal de que se lo han arrancado —Pagarás tus crímenes contra la familia.

—Piedad —pongo vocecilla de imbécil.

—Nosotros no conocemos la piedad —atrapa el pequeño frasco de gasolina y suelto el muñeco, antes de ser salpicado —Quémalo —le prendo fuego mientras los ojos de mi ahijado se iluminan por las llamas —¡Fuego! ¡Fuego!

—¿Cómo va la escuela?

—Oh, eso. No lo sé —cruza los brazos y arruga el entrecejo —Papá está contento por los resultados, pero las cucarachas educadoras me han vuelto a felicitar por otro diez y si me felicitan es que no hago bien mis tareas como malo.

—¿Recuerdas que te decía la tía?

—¡Aplasta las cucarachas! —alza los puños enérgico.

—Lo otro —digo, desordenando su cabello.

—Desarrolla tu mente privilegiada y mañana podrás dominar el mundo con tu sabiduría.

—Exacto. Eso significa que debes estudiar.

—¿Aunque me felicitan las cucarachas?

—Ignóralas.

Al llegar la noche leo un libro de terror para Pietro hasta que se duerme. Lo arropo bien, me despido con un beso en la frente y salgo encontrando a mi hermano.

—Algún día serás un buen padre.

—Ahora mismo veo negro mi futuro —hago una mueca.

Vamos al salón, me sirvo una copa y voy al sofá.

—Pues hablemos del presente.

—Tampoco me apetece hablar de mi mujer.

—Hugo y Laura —adiós a mi paz —Sé que no quieres investigar el asunto, pero debes hacerlo.

—He pensando en posibilidades —bebo y expongo: —Mi mujer adora a Hugo y detesta a Laura, eso significa que las posibilidad de que la hermana se haya quedado con el dinero son más probables. Sin embargo, él no lo hubiera permitido, ya que tampoco estaba tan enamorado. Es ridículo, joder. Daba dinero para que vivieran como reyes y han acabado en un puto estercolero.

—Te recuerdo que Hugo le quemaba el dinero en las manos.

—Pero era su dinero —defiendo.

—También he pensado en ello, pero tengo teorías y no me las puede quitar. Es curioso que hayan roto cuando has regresado a sus vidas.

—No sabe que he vuelto.

—Imposible. Hablamos de Hugo —es cierto, es inteligente como para no haberse dado cuenta —Al punto. Creo que nos ha traicionado, cosa que no resultaría extrañó considerando su pasado con los Salvatore.

—Tal vez Laura lo manipulo —lo más estúpido que he pronunciado a lo largo de mi vida. Además, la manipuladora es Soraya, Laura más bien era una pringada santa que no se parecía a su hermana. Cosa normal —Soraya era la maestra de la manipulación, no me extrañaría que lo compartiera con Laura. Genética familiar.

La mentira más grande que he dicho, pero las promesas están para cumplirlas y el secreto de mis suegros no lo compartiré.

—Soraya se quedó la inteligencia familiar —Máximo, a lo suyo.

—Infravaloras el enemigo —me sirvo una segunda copa tratando de entender qué pudo pasar. No veo a Hugo como un títere, pero que no viniera a reclamar la falta de dinero me pica el cerebro —¿Qué pasó en el club?

Le dije que a Soraya que había resuelto el problema de Hugo, pero la verdad es que él siempre ha sido suficiente para resolver sus conflictos.

—Laura estaba con un viejo y Hugo le reclamó como si fuera un novio cualquiera.

—¿Cuernos? —Hugo jamás lo hubiera permitido. Él podría ser un perro infiel, pero no ella —¿Tienes las grabaciones?

No doy crédito a las grabaciones. Hugo está desquiciado, reclamando todas las infidelidades, creando un espectáculo inusual en el VIP para las cucarachas, la segunda zona más importante del club. Él no es de perder los estribos. Siempre calcula las situaciones antes de ejecutarla, con canción y baile. Ha cambiado. Mejor dicho, la puta cucaracha lo ha cambiado y no saldrá impune.

—¿Cómo se llama la hermana de mi mujer? —pregunto, habiendo perdido el nombre.

—Laura.

—Mataré a esa puta.

—¿A quién matarás? —entra Damián, con su tradicional kimono y el cutis radiante como si hubiera ido al spa.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, pausando la grabación.

—¿Acaso no puedo venir a la casa de mi hermano?

—¿Conseguiste la información?

—Tuve un pequeño contratiempo con eso.

—¿Qué contratiempo? —arqueo la ceja.

—Escafismo —en otras palabras, la tortura del Imperio Persa favorita de Damián por su implicación con los bichos —Suma eso a tus heridas y como resultado tenemos a un muerto gilipollas.

—¡¿No tienes la puta información?! ¡¿Y qué pasó con la mafia italiana?!

—Erradicada.

—¡Yo te mato! —le lanzo la botella del licor.

—El amor que me tienes es digno de admirar —dice, tranquilamente tras esquivar la botella.

—¡Dame una solución!

—Tengo una. Empezar de cero.

—Intento no tenderte —digo, sin querer escucharlo.

—Tenemos que regresar al lugar donde pudo haber muerto y murieron tus suegros. El lugar donde inició la pesadilla. 



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