009 - MI MUJER
CAPÍTULO NUEVE
DEREK SALVATORE
Estoy como si me hubieran pasado veinte trenes por encima, hubiera enganchado los dedos en la trituradora otras diez veces y hubiera saltado del acantilado sin paracaídas, no obstante, ninguna de las cucarachas que me rodean lo percibe. No estaba para una reunión a primera hora, pero soy trabajador. Y, si algo no me gusta, eso es fallar a mis horarios.
Juego con el colgante tratando de apaciguar las ganas de huir, acaricio la barba y me despeino con cierta brusquedad.
Quiero estar con mi mujer.
Hace dos días salí de la cabaña, hace dos días ella huyó. Cuarenta y ocho horas para entrar en locura, pero el saber que no serán dos años me mantiene la cordura mínimamente. Además, conozco su ubicación.
Vivo condenado a un olvido que jamás he merecido. Y creía poder aguantar una eternidad sin ella, cosa que no he podido. No cuando ha cambiado tanto, no cuando ha perdido su esencia, no cuando me mira con ojos asustados. Tiene que regresar. He de cumplir la promesa.
—Se... señor... —tartamudea una cucaracha.
Son contados los que no me temen en un mundo repleto de cobardes. Y estoy agotado.
—Nombre.
—Iván, señor.
—¿Qué ocurre?
—Los plazos... Esto... Señor...
Doy un beso a las placas antes de guardarlas y levantarme. Camino pausado, exprimiendo cada segundo para centrarme. Mantienen la cabeza agachada, oigo sus respiraciones complicadas y algún trago tenso. El ambiente de huevo podrido no varía al detenerme detrás de la cucaracha que hablaba.
Agrieto el acuerdo del respaldo con las uñas. Un tirón y lo alejo de la mesa junto a su repulsivo ocupante. Dado al fanatismo que tiene por mantener la cabeza agachada lo sujeto del mentón para corregirlo. En este punto romperle la mandíbula sería cosa de niños. Tan simple. Más considerando que nadie lo ayudaría. Son escoria. Ni merecen un segundo.
—Escúchame atentamente, pedazo de estiércol. No estoy dispuesto a cambiar los planes por unas cucarachas. Si no cumplís, no os necesito. Así que deja de bajarte los pantalones y trabaja —lo suelto y observo a los demás —Apestáis, joder. Haber si os dais un puto baño que oléis a mierda.
Salgo de la sala de reuniones. Necesito ir a mi despacho y respirar el aire puro, ya que en ese lugar están prohibidas las cucarachas.
A mitad de trayecto, teniendo que pasar entre los insectos, me detengo a espaldas de uno de ellos. Tendrá la edad de Giovanni. Unos veintipocos. Sus habilidades sobre el teclado resultan interesantes. Programa avanzado. Y lo que más necesita está empresa son maestros de programación.
Se gira dándome la cara.
Hoy es mi día.
—Nombre.
—Edgar, señor.
Busco en él algo que la mayoría ignoran. Un detalle. Las mangas están estiradas escondiendo una agradable noticia para mí, aunque triste. Considerando la ausencia de miedo sé que pasó. Alguien lo salvó de su decisión. No sé el motivo, tampoco me despierta interés saberlo. Pero no se repetirá.
—Ascendido.
—¿Disculpe?
—Reconozco el talento. Tú lo tienes. Y no dejaré que un activo de alto valor se consuma entre cucarachas.
Continúo el trayecto sin quedarme a escuchar sus confusiones. Casi me arrepiento al llegar a la zona presidencial, antes de entrar en el despacho recuerdo que hoy empezaba una nueva secretaria.
Rasgos británicos. Cabello platino, ojos verdes. Cabe recalcar que su cuerpo es el clásico fantaseo de revistas de moda, también de las guarras. Estoy seguro que ha sido homenajeada con múltiples pajas. Más si tiene por costumbre vestir con falda corta y escote desabrochado, dando grandes pistas a la lencería zorrona que lleva.
Chasqueo la lengua acercándome. Volteo la silla hacía mi y me inclino sobre ella, sin intención de escapar la oportunidad. Su mirada cae al suelo.
—Nombre.
—Charlotte, señor —dice en un ligero temblor.
Incorregible. No puede provocarme y creer que saldrá impune de su infracción. Toda acción conlleva consecuencias. Aquí estoy para demostrarlo.
Se ruboriza cuando acarició la tela de la blusa, aún cuando no me mira. Subo por la prenda alcanzando el primer botón suelto.
—Veamos —abotono y voy a por el siguiente botón, siendo muy claro —He solicitado a una secretaria, no a una puta que se chupe la normativa de mi empresa —cerrando el último botón la estrangulo sin el control que tuve con mi pájaro. Es insignificante, una cucaracha más —Nada de escotes, nada de vestidos, nada de maquillaje. Esta no es la típica historia donde el jefe se enamora de su empleada, es en la que mueres si mis pelotas explotan.
—Se... Señor... —solloza.
—¿Entendido?
—S... Si...
—¿Si, qué?
—Si, señor.
La suelto y voy al despacho dando un portazo. Atrapo la cámara sobre el escritorio repasando su contenido; mi mujer y pájaros. El primero es el más importante; el segundo, su recordatorio. No hay nada que me complazca más que ella, así que no soy fotógrafo de terceras cosas.
Trescientos sesenta y cinco días desde que nuestros mundos volvieron a chocar, trescientos sesenta cinco fotos. La mayoría en nuestro banco, las restantes en nuestros puntos históricos. Después de perderla hace dos años, en este último año sé que en alguna parte de ella estoy, pero no es consciente. Por otro lado, maldita sea, al infierno le encanta torturarme con el pecado madurado.
Soraya es la belleza de los cielos. Un gran timo para los cinco sentidos que embauca hasta el hijo de la oscuridad, doblegándolo. Desprende un dulce perfume enloquecedor. Su atracción es tan fuerte que anula la lógica. Un veneno letal con el que quiero bañarme a cada segundo.
Mi rendición llegó la primera vez que me perdí en sus exclusivos iris.
Azul eléctrico.
Los labios son perdición, la piel un atentado y el cuerpo una tortura que deseo las veinticuatro horas, siete días. Mi mujer es letal. Por ella he muerto y volvería a morir.
El teléfono fijo me regresa a la realidad.
—¿Ahora qué pasa con tú cerebro de mosquito? —le contestó a mi secretaria.
—Máximo Salvatore está aquí.
—No necesito que anuncies su visita.
Cuelgo y voy a servirme un generoso trago de aguardiente.
Mi familia está compuesta por cuatro hermanos como dicta la maldita ley. El pequeño Giovanni de veintidos años; Damián con veintiseis; yo y mis treinta follables; y Máximo siendo el cabeza a sus treinta y cuatro.
Nada más entrar veo la herida de su labio inferior.
—Hermano —pronuncia tan frío como siempre.
—Sírvete tú mismo.
Enciendo un cigarro una vez sentado en el sofá.
—¿Cuántas secretarias van este mes?
—¿Cómo está mi mujer?
—Estoy debatiéndome la posibilidad de privarte de dicha información —se sirve del mismo aguardiente que yo, Grappa —Pero eres un consentido. Y no ha llegado el día en que te niegue algo —observa el licor de hierbas —Necesita reposo. Hiciste un desastre en su cuello. Por otro lado, los rasguños y heridas más leves, evolucionan favorablemente. Conmigo está bien.
—¿Qué hay de mis órdenes?
—Se lavó con ácido los ojos de la sirvienta que la bañó —mis celos están al mismo nivel que las verdades de Máximo —Conozco tú desfavorable posición, hermano. Sin embargo, no apoyo tus acciones.
—Un mal entendido lo tiene cualquiera.
—Espero que no haya un segundo. De la misma manera espero que esto no llegué a oídos de Damián.
—Está cazando por Italia.
—Ella deseaba nuestra unión familiar, cumplamos. Su pérdida no es excusa para iniciar una guerra interna, tampoco lo será si no vuelve a ser quien era.
—Regresará.
—Quizás no.
—Regresará.
—Es muy poco probable —lo sé, más que ningún otro, pero no quiero perder la esperanza en el primer golpe.
—No me presiones, joder. Sabes que no estoy bien, así que no urges en las heridas o podrías empeorar mi mierda mental —doy un trago largo al aguardiente —Te recuerdo que tú puesto depende de mí.
Ciertamente, Máximo lleva el gran título, sin embargo, no es por edad, sino porque yo lo coloque ahí. Tenía que hacer algo tras la reciente muerte de nuestro padre. Coloque el más santo de los hermanos, aunque a ninguno nos define la palabra, pero sí que es el más tranquilo.
—Te lo puedes quedar —dice sin emoción.
—¿Qué hay de las demás órdenes? —regreso al tema central.
—El móvil le ha gustado.
—¿Y lo otro? —insisto, a pesar de saber la respuesta.
Dado con la simpleza en que Soraya me aceptó surgieron posibilidades: la que nuestro cuerpos se reconozcan; o el que deseé descubrir por edad. Afortunadamente, es por reconocimiento. Enfrente de la mierda que supone su enfermedad mental sus sentidos me extrañan. Sé que es así por la herida de Máximo.
—Muerde más fuerte que los perros. Sin embargo, vuelve a pedirme otra estupidez y le pongo bozal. Soy hombre.
—Ajá.
—Habló en serio.
—Cuando quieras lo haces.
—¿Alguna novedad sobre el dinero desaparecido? —cambia radicalmente de tema. Hay cosas que no puede ocultar, aún cuando un cadáver es más expresivo que él.
—Sabes que no me entrometo en los asuntos de mi mujer sin permiso.
—Pagaste la luz.
—Supuestamente ya la estaba pagando.
—Hugo juega contigo —afirma con la cosa más estúpida —Ni siquiera debe haber roto con Laura. Sabe que estás cerca. Averigua qué pasa.
—No sin el permiso de mi mujer.
La felicidad que tengo para obtener cualquier información se resume en el teclado del ordenador. Sin embargo, necesito un sí de Soraya. Siempre ha sido muy territorial con sus cosas. Hacer algo sin autorización conlleva castigo. Y, a pesar de que la presente me señala como acosador, la verdad es que todo lo sé porque fui, soy y seré su hombre.
Tengo lo que olvidó.
Nuestros recuerdos.
Mientras voy al garaje de mi empresa, trato de desesperar a Máximo, metiendo mierda a las actividades que se vinculan a nuestro apellido y que él debe tragar a palo seco. Asesinato, extorsión, prostitución, tráfico... Tenemos enemigos para dar y regalar. Entre ellos ningún cuerpo de seguridad. A los mandatarios les encantan las meadas en la cara siempre que ganen dinero. Con alguna excepción. Aunque a los buenos, al igual que a los malos, nunca tienen final feliz.
Sea como sea, no importa, ya que tengo mis propios planes.
Todo empezó con mi empresa centrada en la industria software y servicios informáticos, misma empresa donde hace tres años conocí a un insufrible pájaro e hizo conmigo lo que se le antojó.
Me detengo frente al Ferrari. Aún maldigo que su dueña lo quisiera dañar por las opiniones de los Controladores.
—Tiempo sin ver la joya —dice Máximo.
—Necesitaba como moverme.
—Destrozaste tú coche porque quisiste.
—Espero que votarás en contra, Máximo. Aún conservo la barra de hierro —abro la puerta del vehículo y repaso a mi hermano —Ese puto juego me está hirviendo los huevos. Mataré al imbécil que lo programó.
—¿Ya lo has encontrado?
—No, aunque aún no ha nacido la cucaracha que pueda esquivar mis habilidades de hackeo —sonrío arrogante, incluso divertido. Soy el mejor —Tampoco estoy muy aplicado en su cacería.
—¿Qué harás ahora?
—Lo pensaré cuando la tenga delante.
—No irás a mi casa.
—¿Y eso por qué?
—Casi le prometí que es imposible que entres.
Menos mal que fue un casi. Sería la primera promesa que rompería un Salvatore.
Soy recibido con las cabezas agachadas de las cucarachas de Máximo. Ignoro a los patéticos entrando a la mansión, saludando únicamente a la pelirroja que se encuentra ocupada en la lejanía y que me pone mala cara. Bien. Hoy no está de humor. Tengo que anotarlo.
—¡Tío!
Me agacho para levantar en brazos a mi sobrino, Pietro. Me mira en sigilo por unos segundos, analizándome antes de sonreír triunfante y darme la noticia que ya sé:
—Tía Soraya está aquí —pega la boca a mi oreja y susurra, como si estuviera confesando un pecado capital: —Y se porta bien.
—¿Así que la tía es buena? —asiente efusivo —Hay que corregir esa actitud de inmediato. Pero. ¿Te acuerdas de lo que hablamos?
—No le puedo decir quien es. Si lo digo se pone más malita y nos vuelve a olvidar, ya que una pieza está mal —responde con tristeza. No lo culpo. Soraya era su mejor amiga, la mejor amiga de todos mis hermanos. También fue la mía antes de ser mi mujer —Yo casi lo digo por accidente. Lo siento, tío.
—Acepto tus disculpas, enano.
—Gracias —inclina la cabeza y lo levanto suavemente por la barbilla.
—Sabes que no me gusta.
—Es que... Es que... Es que... Es que... Mi tía tiene el cuello malito. Alguien le hizo mucha pupa y papá la encontró. Tenemos que aplastar a esa cucaracha.
Soy un mierdas.
—¿Quieres jugar?
—¿No quieres ver a Soraya?
—Más tarde.
Jugar con Pietro siempre ha sido sinónimo de sacar mi lado más infantil, el que no podía existir en la infancia. Una versión exclusiva. Mayoritariamente suelo ser el maravilloso hijo de la gran puta.
Pietro presume de sus nuevos colores mientras pinta.
—¿Qué dibujas?
—Odas
Muestra el dibujo como un boceto que despertaría la envidia de grandes celebridades. Al igual que su difunta madre, tiene un don sobre el lienzo, don que prestó atención su padre en los primeros síntomas. Máximo siempre ha contratado a las mejores cucarachas pintoras.
—Perfecto, enano.
—¿Se lo regalo a la tía?
—Mejor regalale un dibujo de ella.
—¡Si! —Pietro, es pura emoción.
Dejando a un lado el dibujo del águila, comienza el retrato de Soraya. Ni siquiera necesita una imagen. Conoce cada detalle de mi mujer. Aunque lo más glorioso del ahora es su felicidad. Está feliz por Soraya.
—¡Marrón! —ordena, alargando la mano.
—Marrón, enano.
Mancho su cara del color y vine a por mi, tras coger el azul. El primer ataque lo esquivo tirándome al suelo, pero acierta con el segundo. Subido encima continúa con su travesura endemoniada.
—¡Azul! ¡Azul! ¡Azul! ¡Azul!
Tengo que cerrar los ojos para que no entre la pintura.
—Quieto, enano.
Buscando sus cosquillas escucho unos pasos débiles hasta que se detienen. No percibo su miedo. Vivo de esperanzas. Freno a Pietro ansioso de un contacto visual con mi mujer. Su eléctrico está sereno. Nos observa con un seguido de emociones que acepto, sin embargo, es una puta mentira. En el segundo que bajo la guardia el peor sentimiento vuelve a aparecer.
—De...Derek...
Aparto a Pietro y me levanto despacio. Visualizo la presa sin prisas, a su vez hago un gesto al enano para que no se mueva del lugar. Este es nuestro juego. De mi mujer y mio.
Odio el aspecto que le cause.
—Soraya.
—N... No... no... —retrocede. Tendré que justificarme más tarde con mi sobrino —Mo... Monstruo... Mo...Monstruo...
Al huir corriendo me incita a ir tras ella. Se esfuerza, como si fuera lo peor del mundo y no se equivoca. Mi existencia es temida por millones. Sin embargo, ignorando el peso de mi legado, soy un asesino. Pero jamás la mataría.
Durante la persecución no doy ni el veinte por ciento. Resulta decepcionante. Ni siquiera he de esforzarme para evitar que cierre la puerta de la habitación. La mía en la mansión de Máximo.
Cierro la puerta tras nosotros. Nadie puede entrar, menos salir.
—Hola, pájaro de mierda —sonrió cínico —¿De verdad creías poder escapar de mí? Soy el cabrón que te acosa. Siempre sabré donde estás. Vayas donde vayas, ahí estaré yo siendo tú sombra.
—¿Por qué? —balbucea.
—Me perteneces.
—N... No... no... —aprieto con fuerza su mandíbula.
El miedo crece cuando la beso demandante y posesivo. Estoy hambriento de lo que es mío. En alma, cuerpo y corazón. Quiero que regrese al territorio que construimos entre los dos, aún si llega a odiarme. No por mí, por ella.
—Eres mía, puta caprichosa. Haré que no lo olvides.
La tiro a la cama y me quito la parte de arriba.
—¡Demente! ¡Enfermo! ¡Esquizofrénico! —grita rabiosa e ignorando los pinchazos dolorosos de su cuello.
—Que bonitas palabras, Bird.
—¡Hijo de puta!
—Gracias.
Subo atrapando e inmovilizando sus piernas con las mías. Acudo al botón del vaquero, ansioso de una probada, aunque trata de frenarme absurdamente, adueñándose de mis dedos. Es peleona hasta el final. Sin embargo, gracias al fallo de su cerebro, la tengo a mi merced.
Abro el cierre y me relamo, sin tener muy claro a quién condenar. Están jugando conmigo al haberle dado prendas exquisitas y azules, pero mi mujer no es menos inocente tras haberlas aceptado. Consiguen que me pierda en el papel.
Al acariciar la suavidad prendo en deseo, aumenta cuando rozó el clítoris y su cuerpo quiere entregarse al recuerdo. No defraudo. Aprovechando la oportunidad continúo deslizándome por la tela, dando placer y estudiando sus expresiones. El miedo queda aparcado, las continúas negativas también.
Descubro su feminidad con mi polla palpitante.
—Entrégate, Bird.
—No —niega una vez más, pero la desgracia con alas se muerde el labio.
—Estoy hambriento.
—¿En serio estás pidiendo permiso? Porque de ser así jamás obtendrás tal cosa de mí.
—Bird —profundizo los toques ahora que está expuesta. La hago jadear desquiciándose por más —¿Quieres qué me detenga, Bird?
—N... No...
—¿Tengo tú aprobación?
—Sigue —me dedica una mala mirada.
Golpeo con la punta de la nariz el clítoris, huelo su sexo y derramo saliva por lo que estoy apunto de probar. He invertido decenas de horas en Internet para comerme su coño de la mejor manera. Mucha información, poca práctica. Había llegado a la conclusión que era asexual antes de conocerla, incluso lo mantuvo una larga época, hasta que desagradables situaciones se dieron. Era una menor incontrolable, yo un mayor que rogaba misericordia. Afortunadamente, ya tiene dieciocho.
—S...Sal de ah..ahí...
Impido que cierre las piernas presionando las rodillas.
—He sido muy claro, pájaro de mierda. Tengo hambre de tú puto coño.
—Lengua sucia —no peor que la suya.
—Calla y disfruta, joder.
Libero una de las rodillas para poder acceder a la separación de sus labios vaginales, perfilando toda la línea húmeda. Escupo en su clítoris para mejor desliz. Sigo con el contacto a través de las yemas. Subo y bajo, contemplando cómo sus pupilas se dilatan mientras aumenta la lubricación natural.
Supuestamente yo era el cazador, no ella. Pero es imposible no ser presa con la lujuria de su mirada. Somos poseedores de ambos roles. Aunque, al final, acabaremos cazados por el impulso primitivo.
Jadeante suelta el primer gemido.
Mi mujer, el ser más perfecto, está dispuesta.
Alzo su pierna besando el muslo entre mordiscos. Lentamente, me aproximo a la comida. Antes de saborear lo que tan bien esconde, la acabo de estimular frotando mi barba contra su vello púbico.
—¡Dios!
—Estoy por encima de ese viejo.
Uso la lengua por toda la raja. La arrastro a la locura de los pecados mientras lidio con sus conflictivas piernas, hasta que separo sus manos de las sábanas y las coloco por debajo de los muslos. No soy el de las guerras, quiero disfrutar.
—Sujeta, Bird.
—Si, señor —se está ganando el infierno.
Continúo preso de su sabor, perfume, roce, paisaje y melodía sucia. Maltrato el clítoris a un nivel tolerable. Tiembla y chupo con frenesí. No le doy la posibilidad de una escapada metiendo dos dedos. Soy suave. O mejor dicho, lo intento.
—¡Derek! ¡Derek! ¡Derek! ¡Derek!
Se libera en su primer orgasmo sin soltar mi nombre de sus labios y sin que yo me despegue de su coño. A todo esto, tengo la polla a reventar. Quiere lo que yo deseo. Enterrarme hasta el fondo. Hacerla gritar por horas. Usar lo viejo con alguien que sí apetece, también aprender nuevos fundamentos.
Saco los dedos recogiendo el fruto con la lengua. Acompaño el orgasmo extensible hasta que ya no puede sujetar sus piernas y llega el fin.
Quiere más, quiero más. Sin embargo, pongo distancia entre los dos.
Tumbado al lado desabrocho el pantalón. Una punzada de odio sobre mi mismo aparece cuando lleva la mano al collarín.
—¿Duele mucho? —le pregunto apoyando la mano en su mejilla.
—No importa —claro que importa. Doy asco. Mientras me odio a ella se le dibuja una sonrisa que acaba transformada en risa —Alguien necesita un espejo con urgencia.
—¿Cómo?
—Vete a ver.
Voy al cuarto de baño quedando como un imbécil delante del reflejo. Con tantas emociones he olvidado la travesura de Pietro, a consecuencia el primer oral lo he realizado pintado de azul. Aprecio el color, pero, joder. Hoy casi preferiría que el mundo fuera monocromático.
Afortunado enano por ser mi sobrino.
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Y más mierda!
Esta es una de esas cosas que Soraya hará que no olvide. Arruinará la experiencia con sus constantes burlas, a tal punto que me arrancaré los pulgares para usarlos de tapones de orejas. Mi mujer es malvada.
Lavando la cara, recuerdo cada travesura que me hacía, recuerdo la época en que todo era maravilloso y no podía ver el peligro que acechaba. Nos sentíamos invencibles diseñando un futuro conjunto. Teníamos planes, los cuáles amenazaron a desaparecer ante su pérdida, pero los seguí. Y ahora, mientras los llevo a cabo, estoy buscando la fórmula para que vuelva a ser ella, soñando en que no me olvide por enésima vez.
Honestamente, quiero que se ría una larga temporada. Ya que eso significa seguir presente.
—¿Contenta, pajarraco? —digo de vuelta, con una toalla húmeda.
—Es gracioso.
—Yo no encuentro la gracia —me acerco a limpiar la pintura entre sus piernas.
—Es que eres un insípido —blanqueo los ojos y la soporto: —Dime, pitufo. ¿Usarás un tono negro para follarme?
—No te follaré —se incorpora conmocionada. Más que aliviada, está más decepcionada que mi polla —Antes de volver a gritar mi nombre recuperas ese cuello. Además, este no es el lugar que elegí.
—¿Importa el lugar?
—Nuestra primera vez será en la cabaña.
—¿Por qué?
—Soy fetichista.
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