CAPÍTULO 2: Sin salida

Tres meses después...

Evan

Ha pasado otro mes, lo cual significa que sólo me quedan ocho meses para ''cumplir'' con los ''requisitos'' de mi padre.

Cada chica ha sido peor que la anterior. Todas son ricas, bellas y de buena familia pero ninguna es lo que estoy buscando. Brittany estuvo molestando cada mes más insistente que el anterior, todos están esperando que la elija pero prefiero perder la herencia antes que ser su esposo, ella es la personificación de la palabra irritante.

Mi reloj marca las tres de la tarde, ya terminé todo mi trabajo por hoy pero aún no quiero salir de mi oficina. Sé que al salir de aquí me encontraré la cuenta regresiva para perder mi herencia en alguna revista, habrá algún paparazzi espiándome para ver si tengo una novia secreta o simplemente unas chicas dispuestas a hacer una ''audición'' para conquistarme.

Ariadna —mi secretaria y manos derecha en la empresa— irrumpió en mi oficina.

—Sr. Harriet, vengo a traerle el balance mensual —depositó el documento sobre mi escritorio— y a avisarle que su hermanastro, el Sr. Garret, lo está esperando.

—¿Garret está aquí? —exhalé con desánimo a lo que ella asintió.

Lo que me faltaba.

—Está afuera, acaba de llegar y dice que quiere hablar con usted, señor.

—Déjalo pasar —ordené y gruñí ante la idea de que mi hermanastro haya regresado un mes antes de lo previsto.

No soporto a Garret, ha sido mi piedra en el zapato desde que mi padre se casó con Regina. Siempre diciéndome lo que tengo que hacer, siendo ese perfecto ejemplo de lo que mi padre quiere que sea, viviendo para opacar todos y cada uno de mis logros y esfuerzos. Sólo es un niño de mami que se cree perfecto. Tres años después de que mi mamá muriera papá de casó con Regina, vino con Garret, yo tenía 12 años y él 14. Con esa sonrisa cautivaba a todos y yo, yo sólo era el pequeño rebelde que creció ''frustrado'' por la muerte de su madre.

Mi incípido hermanastro ingresó en la oficina con su falsa sonrisa—. Hola, hermanito —saludó con el tono más alegre posible.

—No soy tu hermano —le recordé por milésima vez en el tono más hostil que encontré.

—No te voy a juzgar porque sé que estás estresado con el tema de la herencia —intrudujo sus manos en los bolsillos de su pantalón, esa es su postura casual habitual, hasta eso me asquea de él.

—Y tú encantado por supuesto —bufé.

—La verdad, sí —admitió el muy cínico—. Era justo lo que necesitabas para madurar de una vez por todas.

—Vaya, hasta parece que te preocupas por mí —comenté con todo mi sarcasmo.

—Lo hago, aunque no lo creas, todos lo hacemos —recalcó haciendo que la poca paciencia que me quedaba, se esfumara.

—¿¡Quitarme mi herencia te parece un ejemplo de preocupación!? —me levanté y golpeé mi escritorio.

—¿Sabes cuál es tu problema? Que crees que todo el mundo está en tu contra y no es así, tú decidiste darle la espalda al mundo cuando tu madre murió.

Esto es el maldito colmo.

—¡No te atrevas a mencionar a mi madre! —espeté con toda la furia posible.

Sus ojos color avellana se clavaron en los míos—. Tú te encargas de hacerlo cada día y con eso justificas que tu vida sea un completo desastre —reclama en tono autoritario y se larga de la habitación.

Le propiné una patada a mi silla y lancé al suelo todo lo que tuviese en frente. Estaba demasiado enojado como para pensar. ¿Cómo este imbécil se atreve a siquiera hablar acerca de mi mamá? No tiene ningún derecho a hacerlo. Él en realidad no tiene ningún derecho sobre mí, ni a llamarme hermano, ni a actuar como si le debiese respeto, ni a criticar mi estilo de vida. Garret Harriet sólo es mi hermano ante la ley en vista de que mi padre lo adoptó, pero si por mí fuera, no compartiríamos absolutamente nada.

Salí de la oficina soltando humo por las orejas, creí escuchar a Ariadna diciéndome algo pero no presté atención, quería salir de ese lugar cuanto antes, la empresa me estaba asfixiando.

Llegando a la entrada tropecé con alguien. Dicha persona cayó al suelo y derramando todo su equipo de limpieza a nuestros pies. Mi enojo se esfumó al notar que había jodido el trabajo de una persona que seguramente tardó horas limpiando, así que decidí ayudarlo a modo de disculpa, pero antes de que puedise hacerlo, lo hizo por sí mismo y me quedé helado al ver un rostro familiar con el que creí que no me volvería a topar.


Lily

Fueron los tres meses más duros que había pasado hasta ahora. Demasiados trabajos y demasiado esfuerzo para conseguir demasiadas decepciones, malos tratos y salarios deplorables. Desde esa noche en el club, aunque a mi orgullo y dignidad les duela admitirlo, nunca me ha vuelto a ir igual de bien económicamente. El jefe resultó ser una rata de alcantarilla que solapaba las perversiones de sus morbosos clientes, pero eso no quita que la paga era muy generosa.

Buscando y buscando acabé como afanadora en H&A Corporation, una de las mayores empresas dedicadas a la industria del turismo del país. No le caía muy bien que digamos a mi jefe, con sólo una semana de trabajo ya se creía mi papá. Es cierto que cometí un par de errores por ser nueva y carecer de experiencia, pero estaba comenzando a pensar que tenía algo en mi contra.

Llegaba tarde al trabajo porque tenía que llevar a Jessie a la escuela y como era de esperar mi tardanza no fue bien vista por mi jefe, así que me llevé el primer sermón de la semana acabando de entrar.

No era mi día. Perdí el autobús, llegué tarde, se rasgó parte de mi uniforme, perdí mi anillo favorito, no podía más, y sólo eran las diez de la mañana ¡un lunes!

Fui a limpiar los vidrios de los enormes ventanales de la entrada, era exhaustivo pero el salario lo valía. Había culminado gran parte del trabajo cuando, de pronto, alguien chocó contra mí y me lanzó al suelo. Se derramó el agua de la cubeta que estaba utilizando y creo que se rompieron algunos instrumentos de limpieza.

Bien por ti, Lily. Tu jefe va a matarte.

Me levanté para pedir disculpas —ya que de hecho estaba un poco distraída y si me hubiera fijado este desastre se hubiera evitado— no estaba dispuesta a perder otro buen trabajo.

Al levantar la mirada veo el rostro que pensé que jamás volvería a ver en mi vida. Cabello negro azabache, ojos verdes tal cual esmeraldas, facciones masculinas y muy atractivas a la vista...

¿Cómo no lo pensé?

EVAN HARRIET.

Hijo de Eduard Harriet.

¡El hombre que me salvó de una violación hace tres meses era el hijo del dueño de la empresa en la que trabajaba!

—¿Lily? —preguntó, sorprendido.

—¡Evan! —sonreí ya que era una grata sorpresa encontrármelo, pero luego caí en cuenta de que dentro de la compañía es mi jefe y no debería tutearlo a menos que quisiera perder mi empleo—. O debería decir Sr. Harriet.

Antes de que me respondiera, mi jefe y medio personal del área venía hacia nosotros. Sus caras de pocos amigos —especialmente la de mi jefe— me dieron a entender que me encontraba en serios problemas.

—¿Señor, se encuentra usted bien? —le preguntó el energúmeno de mi jefe a Evan

—Sí, todo bien conmigo —aseguró el guapo pelinegro a mi lado.

Un momento, ¿dije guapo?

Lily, aterriza. Él es un joven magnate y tú una afanadora novata. Además, no tienes tiempo para romances, ni siquiera para pensar en ellos.

Un enfurecido director del área de limpieza se giró hacia mí con una expresión que, si las miradas mataran, Jessie ya sería huérfana.

—¿¡Eres estúpida o en qué estabas pensando!? ¿Sabes quién es él? El futuro dueño de esta empresa. ¿Cómo puedes ser tan irresponsable? Sabía que era mala idea contratarte, no sirves para nada. ¡Estás despedida! —me gritó delante de todos los presentes.

Estaba indignada, nunca me habían humillado en público de esa manera y si ya me había despedido, no me quedaría con las ganas de decirle en su cara a ese calvo insoportable que es aborrecido por todos los empleados del área, conmigo encabezando la lista por obvias razones. Di un paso al frente con la intención de enfrentarlo, pero antes de que pudiera defenderme o solo contestarle, mi salvador fue a mi rescate una vez más.

—Primero no te permito que le hables así, yo tropecé con ella —el tono de voz firme y altivo del ojiverde resonó en todo el lugar, era intimidante, debo decir—. Segundo, en esta empresa se dirige a todos nuestros empleados y subordinados con respeto. Y tercero, más le vale pedirle una disculpa a la señorita o será usted quien acabe despedido.

El rostro de mi jefe pasó de enojo a vergüenza en un instante. No podía creer lo que acababa de pasar. Nunca pensé que vería a mi caballero de elegante traje otra vez y menos en estas circunstancias, pero he de confesar que me alegra haberme reencontrado con él y amé la forma en que me defendió, es la primera vez que alguien hace eso por mí.

—Vaya, vaya, vaya. No creí que viviría para ver al gran Evan Harriet defendiendo así a un empleado, estoy impresionada —dijo una elegante señora que al parecer había presenciado toda la escena.

En menos de un segundo la reconozco como Regina Harriet, esposa del dueño de la empresa y vicepresidenta. Sus ojos y cabello oscuro son atributos de su belleza, porte es su segundo nombre y se le conoce por ser despiadada e implacable en los negocios. En la empresa es temida porque su aura fría y mirada penetrante acompañan cada uno de sus pasos, si le desagradas estás perdido.

—No es nada que tengas que aplaudir, Regina —repuso Evan—. Es simplemente lo que ha hecho mi padre desde que construyó esta empresa y lo que continuaré haciendo yo.

—Eso si consigues la herencia —le dijo en un claro intento de provocarlo, para nadie es un secreto que su hijastro está en la cuerda floja a causa de ese dichoso ultimátum.

Él rió, tomó mi mano y me llevó casi a rastras con destino al aparcamiento. Reconocí casi de inmediato su lamborghini azul, todo esto me parecía un deja vú.

—¿Qué te parece si escapamos de aquí? —propuso.

Ya había perdido mi trabajo así que...

—Es una idea excelente —me encogí de hombros.

Abrió una de las puertas para mí y al ver cómo ésta se desplazaba hacia arriba recordé que viajaría a bordo de un lamborghini y no un automóvil convencional. Me acomodé en el asiento del copiloto y seguidamente él se incorporó en el del piloto. Me sentí un poco fuera de lugar frente a tanto lujo al que no estaba acostumbrada, la noche en que me salvó me encontraba demasiado inmersa en mis pensamientos como para ubicarme en tiempo y espacio con respecto al tema.

Evan manejó durante unos diez minutos hasta llegar al café de la última vez. De día lucía más elegante, sofisticado y acogedor. Enormes ventanales con vista a la calle hacían prácticamente función de paredes, las mesas redondas con manteles blancos ubicadas por doquier y una gran barra de caoba haciendo función de mostrador era lo primero que observabas al ingresar.

Hermoso el lugar.

Tomamos asiento, una vez más en la mesa de siempre.

—Me alegro de verte otra vez, Lily Fay —me sonrió y me sorprendo al percatarme de que recuerda mi nombre completo.

—Y yo de verte a ti, Evan Harriet heredero de la millonaria empresa H&A Corporation —dije con rapidez y con una falsa sonrisa en mis labios.

—Sí, olvidé mi ''título'' —rió, luce tierno haciéndolo, todo él me causa esa sensación, sus gestos y acciones han logrado ese efecto.

Noté, por lo semi-desatada que se encontraba su corbata y lo despeinado de su cabelli, que se encontraba bajo estrés. Lo sé porque he adoptado cientos de veces la misma postura.

—Estás igual o más tenso que la última vez que nos vimos. ¿Está todo bien?

—La verdad no —admitió, desganado—, aún lo de la herencia me está martirizando, tengo la cabeza revuelta —sacudió la cabeza—. Por cierto, siento haberte tirado al suelo.

—Tranquilo, lo compensa que me hayas defendido así —le sonreí.

—Era lo mínimo que podía hacer —me devolvió la sonrisa—. ¿Cómo está tu hija?

—A pesar de todas las deudas de su madre, está bien.

Un segundo después comenzó a sonar mi móvil en el interior del bolsillo de mi falda. La llamada correspondía a  la escuela de Jessie, por lo que mis alarmas se activaron en una fracción de segundo.

—¿Sí? Diga —respondí, preocupada.

—Buenas tardes, Sra. Fay —identifiqué la voz de la profesora de mi niña—. Necesitamos que se presente con urgencia en la dirección, hay un asunto de gran importancia con respecto a su hija que debemos tratar con usted.

Mi preocupación aumentó a la velocidad de la luz. ¿Asunto de gran importancia? ¿En ese tono tan serio? Eso no podía significar nada bueno.

—Voy de inmediato —fue todo lo que dije antes de dar por finalizada la llamada—. Debo irme —le informé a Evan mientras me levantaba de mi asiento.

—¿Algo anda mal? —preguntó el pelinegro levantándose también.

—Llamaron del colegio de mi hija, solicitan mi presencia con urgencia con respecto a Jessie y... —sentí que comenzaba a hiperventilar— tengo un mal presentimiento. Gracias por todo, Evan pero debo irme.

—Espera —me tomó del brazo—. Yo te llevo —iba a objetar alegando que ya había hecho mucho por mí, pero se me adelantó—. En mi auto llegarás más rápido. Dijiste que era urgente, ¿no? —asentí—. Insisto, te llevo.

No tenía tiempo ni ánimos para mantener esta discusión. Necesitaba llegar cuanto antes al colegio y no había vía más rápida que la que él me ofrecía. Asentí como respuesta y rápidamente abandonamos la cafetería. Le di indicaciones a Evan con respecto a la ubicación de la institución, a la cual llegamos bastante más rápido de lo previsto.

—Muchas gracias por todo, Evan —me desabroché el cinturón de seguridad—, de nuevo.

—No fue nada —negó con la cabeza.

Abrí la puerta del coche y tan pronto descendí de él, caminé a paso veloz hacia la entrada de la institución.

—¡Lily espera un momento! —escuché el grito de Evan y al girarme lo encontré detrás de mí. ¿En qué momento bajó del coche y me alcanzó? Ni idea, supongo que con sus largas piernas le fue sencillo, porque sí, es alto.

—¿Sí?

—Sé que no es el mejor momento pero, ¿puedes darme tu número?

Fruncí los labios formando una mueca. ¿Para qué querría mi número? ¿Para qué necesitaba mantenerse en contacto conmigo? ¿Acaso iba a interceder por mí para que recuperase mi trabajo?

No tenía tiempo para preguntas sin respuestas, por lo que me limité a contestar:

—Claro.

Compartimos números de teléfono y, tras despedirme de él, entré corriendo a ver qué problema había con Jessie. Me dirigí a la oficina de la directora y allí se encontraban ella, la profesora y mi pequeña.

—Buenas tardes —saludé.

—Buenas tardes, Sra. Fay, tome asiento por favor —me invitó la directora señalando la silla disponible del lado opuesto de su buró, Jess y su profesora ocupaban un sofá a nuestro costado.

—¿Cuál es el problema que hay con Jessie? —indagué sin titubeos.

—Sra. Fay, Jessica ha estado mostrando últimamente síntomas que me hacían sospechar que tal vez podría estar enferma —explicó la profesora.

¿Mi hija enferma? ¿¡Eso no puede ser!?

—¿Qué tipo de síntomas? —pregunté temerosa ante la posible respuesta.

—Por ejemplo hoy presentó un fuerte dolor en la zona baja de su espalda. La llevamos a la enfermería y la pediatra nos recomendó que la llevasen a hacerse unos estudios médicos ya que sus funciones renales podrían estar dañadas.

¡No puede ser!

—¿Sus funciones renales? —repetí, horrorizada—. Eso puede llegar a ser grave, no entiendo cómo no lo percibí antes.

—Sra. Fay, estamos conscientes de que usted está pasando por dificultades económicas, pero por favor le rogamos que le preste más atención a la niña, por su propio bien —me aconsejó la directora, esas palabras me cayeron como una bomba, me hicieron sentir como una mala madre, cosa que nunca he sido, insinuando que no soy capaz de cuidar a mi hija y sí lo soy, pero en vista de que no me percaté de los problemas que Jessie estaba presentando sólo me limitaré a decir:

—¿Me permiten llevarme a Jessie para ir al hospital a hacerle esos estudios cuanto antes?

—Claro, adelante.

Tomé a Jessie y nos dirigimos de inmediato al hospital más cercano, no me importó gastar un dineral en el taxi, no sometería a la niña a viajar en autobús en hora pico. Era consciente de que esos estudios, el diagnóstico y el tratamiento no serían nada baratos, pero no me importaba, lo único que me interesaba era la salud de mi hija. Sólo hasta que la llevaron a hacerse un par de análisis noté que aún llevaba puesto el sucio y roto uniforme de afanadora, mi vida era un desastre igual que mi indumentaria.

Esperaba impaciente en aquella pulcra sala de espera, moviendo insesantemente mi pierna derecha en un intento de calmar mis nervios, pero no daba resultado. No fue hasta pasados unos quince minutos más que el doctor hizo acto de presencia y me invitó a su consultorio. Incómoda, tomé asiento frente a él y por su expresión facial era de suponer que no eran buenas noticias.

—Sra. Fay, siento darle esta noticia —anunció y me preparé mentalmente para lo peor.

—¿Qué tiene mi hija? —pregunté desesperada e impaciente.

—La pequña presenta insuficiencia renal.

Quedé estática durante un corto lapso de tiempo. No soy médico pero estoy al tanto de que es una efermedad sumamente agresiva, y la edad de Jessie es muy temprana para presentar este problema.

—¿Cómo debemos proceder para que se mejore?

—Lo más recomendable será someterla a diálisis antes de que el cuadro clínico empeore.

Y a mi mente vino una pregunta importante.

—Es un tratamiento costoso, ¿verdad?

—Lo es, Sra. Fay —asintió el canoso doctor, lanzándome una mirada de consternación.

¿Qué se supone que haga ahora?

(...)

Regresé a casa con mi pequeña, pensando en el transcurso del camino qué haría para conseguir el dinero para las diálisis. Tan pronto llegamos, senté a Jess sobre el sofá y me posicioné frente a ella, teníamos que mantener una seria conversación.

—Jess, ¿por qué no me dijiste que te sentías mal?

—No quería que te preocuparas, mami. Tú tienes muchos problemas, así que no le dije a nadie, ni siquiera a la Sra. Margarita. Era un secreto que solo sabía Algodón —me explicó con esa ternura que solo ella tiene.

¿Cómo no amar a una criaturita tan linda e indefensa?

—Supongo que tendré que regañar a Algodón porque está mal ocultarle cosas a mamá —acuné su pequeño rostro entre mis manos—, y no importa lo costoso que sea, tienes que decirme cuando estés enferma.

—Algodón y yo lo sentimos, mami. ¿Nos perdonas? —sus grandes ojos azules se clavaron sobre los míos, no puedo decirle que no a esa carita.

—Claro que sí. Pero tú y Algodón tienen que prometerme que jamás me volverán a ocultar nada.

—Lo prometemos, mami —asintió.

—Ok, vayan a tu habitación.

Jessie y su amigo de peluche fueron a su cuarto, o más bien, nuestro cuarto. No tenía ni la mas mínima idea de como iba a salir de esta. Debía llevar a Jess a hacerse diálisis cada semana, las cuales cuestan lo mismo que siete meses de sueldo de mis tres trabajos y ahora que mi mejor trabajo estaba ''en el aire'' a pesar de las influencias de Evan, no me alcanzaba.

Ya esto era otro nivel, no era dinero para material escolar extra o problemas para llegar a fin de mes, se trataba de la vida de mi hija, mi razón de vivir, moriría por ella. Es muy pequeña para pasar por una enfermedad tan agresiva a tan temprana edad y yo no estaba dispuesta a permitirlo, haría lo fuese, lo que tuviese que hacer para conseguir el dinero.

Llamé a la Sra. Matgarita para que cuidara de la niña mientras yo iba al banco a pedir un préstamo. En cuanto ella llegó, salí de la casa y afuera me esperaba mi casera, reclamándome por la renta atrasada, como si no tuviera ya bastantes asuntos de los cuales ocuparme para encima soportar los reclamos de esa señora.

Caminé por toda la ciudad, de banco en banco y me negaron el préstamo todos y cada uno. Al parecer mis antecedentes financieros, no contar con un trabajo fijo con que tuviese un contrato y mi baja fuente de ingresos, me incalificaban para obtenerlo.

Regresé a casa casi de noche, estaba agotada tanto física como mentalmente, y lo peor es que no había logrado nada salvo un insoportable dolor en los pies. Al regresar, la Sra. Margarita me dijo que Jessie se había puesto mal y que estaba dormida, se despidió de mí y me dejó en mi mar de preocupaciones.

¿Qué iba a hacer? ¿De dónde iba a sacar una cantidad de dinero tan elevada? ¿Acabaría atracando un banco? ¿Vendiendo droga? ¿Prostituyéndome? Ninguna de las opciones sonaban bien, pero peor sonaba no poder hacer nada para preservar la salud de mi pequeña. ¿Por qué el dinero resultaba tan indispensable? ¿Por qué no podía salir adelante y darle a Jess la vida que se merece?

Me lancé sobre el sofá permitiéndome llorar por primera vez desde que recibí la nefasta noticia. Mis lágrimas no eran la solución, pero necesitaba desahogarme, soy humana y tengo derecho a derrumbarme, es especial ante una situación tan crítica.

Decidí ocupar mi mente y tiempo en algo productivo y recogiendo mis cosas vi la pantalla de mi móvil encenderse, había llegado un mensaje de un número desconocido:
''Hola, Lily, soy Evan. ¿Te interesaría vernos mañana en el café de siempre?''.

Al principio lo último en lo que estaba pensando era en tomarme un capuchino con un hombre al que sólo había visto dos veces, pero luego recordé que quizás él podría ayudarme. Eso suponía tal vez rebajarme más de lo que he hecho hasta ahora pero no importaba, haría lo que fuera por mi pequeña.

Le envié un mensaje a Evan confirmando que lo vería allí y fui a ver a mi niña. Estaba dormida, con el aura angelical que siempre ha tenido desde el día que la di a luz. La miraba y rezaba porque se mejorara pronto, a sabiendas de que era lo único que podía hacer por ella, preguntándome por enésima vez por qué la vida nos había tratado tan mal. Quise llorar otra vez, pero sabía que mis lágrimas no solucionarían nada, así que en lugar de eso me acosté a su lado envolviendo su cuerpecito entre mis brazos.

Haré lo que sea hasta que te recuperes, princesa. Te lo prometo.

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