EPÍLOGO

Lorraine

Emerald Hills sin lugar a dudas era una ciudad encantadora. Y mi condado favorito, Rellestt, había dejado sus calles a disposición del Carnaval de rubí, una festividad anual que tiene a la danza como protagonista y fui invitada para la inauguración. El carnaval duraba una semana, pero solo permanecí allí dos días, suficientes como para tomar unas lecciones gratis de un par de estilos danzarios y poder regresar a casa.

Estando de regreso a Heaven Gold City hice una parada en una cafetería de las afueras ya que fui a Emerald Hills en auto para ahorrarme el ajetreo del aeropuerto cuando de una ciudad a otra el trayecto en avión solo dura unos cuarenta y cinco minutos aproximadamente. Estaba cansada y necesitaba un café avainillado urgentemente.

Estaba disfrutando de mi expreso con vainilla y un croissant de chocolate cuando el ruido de un bebé me distrajo. A unas tres mesas de distancia había una mujer meciendo suavemente a un bebé que no superaba los seis meses de edad. La madre de encrespado cabello negro le enviaba miradas furtivas de disculpa a los presentes, pero el bebé aún se mostraba inconforme y molesto.

Cuando los ojos marrones de la madre se posaron en mí para emitir su disculpa silenciosa, le sonreí y negué con la cabeza para que no se preocupara. La entendía, Mateo también solía armar berrinches en lugares públicos y más recientemente me había pasado lo mismo con Makena.

Iba a acercarme a ella para ver si mis encantos de mamá lograban calmar al bebé, pero justo cuando estaba por levantarme llegó un hombre robusto, algo hosco y de expresión malhumorada y se sentó frente a ella. Comprendí que él debía ser su esposo y padre del niño, por lo que me abstuve de intervenir.

Pero mi abstinencia duró muy poco, ya que al rato escuché toda una serie de improperios muy toscos salir de la boca de ese hombre con destino directo hacia la madre y su hijo. Frases como "¡Haz que se calle ese estúpido mocoso!", "Nos van a echar de la cafetería por tu incapacidad como madre" y "Cuando lleguemos a casa verás lo que te espera" llegaron tanto a mis oídos como a los del resto de los presentes, porque ese tipejo ni siquiera se molestaba en hablar en voz baja. Noté que varios se mostraron molestos por los comentarios tan agresivos de ese hombre, aunque nadie se atrevió a entrometerse.

Pero yo sí.

Mi alarma de abusadores se había encendido y me dediqué a estudiar a dicho individuo y sus herramientas de intimidación. Primeramente, usaba un tono brusco y casi amenazante para referirse a ella, y esta a su vez se encogía en su asiento y abrazaba a su bebé como si se estuviese haciendo más pequeña. Podía ver claramente en sus ojos cómo se auto-menospreciaba, creyéndose cada palabra que emitía ese tipo. Bajaba la mirada, no rebatía palabra alguna, se mostraba temerosa, cuidaba sus movimientos para no hacerlo enojar aún más… Lucía exactamente como yo hace años atrás.

Mi análisis se vio interrumpido por la llegada de la camarera que atendía su mesa. Dejó la orden y se marchó al instante. La cara del tipo se transformó en furia pura al ver que la mesera había traído hamburguesas cuando, al parecer, él le había ordenado a su esposa que pidiera tacos. Lo más pequeño que hizo fue llamarla estúpida y lo más grande fue lanzarle una hamburguesa a la cara sin importarle que pudiera herir al niño.

Listo, se acabó.

Abandoné mi asiento y me dirigí con grandes zancadas hacia su mesa. La pelinegra había comenzado a llorar silenciosamente y ese imbécil le estaba levantando la mano, dispuesto a golpearla, cuando lo tomé del antebrazo y se retorcí hacia atrás sin importarme que rabiara de dolor.

—¿¡Pero qué…ah!? —chilló esto último cuando tiré de su extremidad con más fuerza—. ¡Suéltame, loca!

—No pienso hacerlo —farfullé y me valí de mi agarre para torcer todo su brazo hacia atrás, aplicándole una llave—. Esto es lo que le hago yo a los abusadores como tú.

—¡Perra! —gruñó.

—¿Te golpea? —le pregunté a la pelinegra, obviando al imbécil que gemía de dolor bajo mi toque—. Te golpea, ¿verdad?

Ella, en lugar de responderme, miró de soslayo a ese animal y luego negó con la cabeza.

—Ja, claro que te golpea —concluí y apliqué más fuerza a mi llave—. Y créeme que, si te golpea a ti, golpeará a tu hijo tarde o temprano. O lo convertirá en un abusador como él, que posiblemente sea peor.

Mi comentario pareció llamar su atención porque, en lugar de mirarlo a él, miró a su bebé que ya no lloraba, pero temblaba de miedo.

—Tipos como este troglodita no cambian nunca. No importa cuánto te diga que será la última vez, siempre volverá a golpearte. No importa cuántas "lunas de miel" tengan, los golpes siempre regresarán. No importa lo que te diga para hacerte sentir menos, eres una mujer maravillosa que no necesita a este poco hombre a su lado para salir adelante. Y no importa el miedo que le tengas, bestias como estas son muy pequeñas, es tu temor el que las hace grandes.

Sus ojos marrones se conectaron con los míos, como si ante ella hubiese un hada madrina. Estaba asustada, pero sabía que yo tenía razón.

—Tienes entre tus brazos todo lo que necesitas para salir ahí fuera y forjar un futuro para ambos. Y créeme cuando te digo que eres perfectamente capaz de hacerlo por tu cuenta.

—¡Ya basta! —gruñó el tipo, y en un movimiento brusco logró deshacerse de mi agarre y levantarse. Sus ojos soltaban chispas, las aletas de su nariz se agrandaban con cada inhalación que tomaba y empuñó ambas manos—. ¿¡Quién te crees que eres!? —espetó, acercándose de forma amenazante a mí.

Me reí en su cara ante su pobre intento de intimidarme. Él no tenía idea de que ya me había enfrentado a demonios más fuertes, peligrosos e inteligentes que él y, ¡oh sorpresa!, los había castrado.

—No me creo —sustituí mi risa por una mirada que bien podría helar el infierno—. Soy, Lorraine Harriet.

Y dicho eso le propiné una patada por el costado que lo dobló de dolor, un rodillazo por el abdomen que casi lo tira al suelo y, tomándolo de un brazo y haciendo uso de toda mi fuerza, lo hice dar un giro de ciento ochenta grados por encima de mi cabeza para hacerlo caer dolorosamente sobre el suelo.

—Eso fue por ser un maldito abusador, y esto —le di una merecida patada en la entrepierna que le arrancó un alarido de dolor— es para que aprendas a respetar a las mujeres.

Me dirigí hacia un camarero que se encontraba cerca de nosotros, estupefacto ante lo que acababa de ver —como el resto de la gente en el local— y le dije:

—Reténganlo y llame a la policía para que arresten a este animal por violencia doméstica hacia la señorita —señalé a la temblorosa pelinegra—. Este idiota va a dormir hoy en una celda.

(…)

Dos horas más tarde, me encontraba caminando por el corredor principal de mi casa.

Después de dejar a Trinity y a Javier —así se llamaban la mujer y el bebé de la cafetería— sanos y salvos en la casa hogar que fundamos hace poco luego de hacer la denuncia, lo único que quería era llegar a casa y abrazar a mis personas favoritas. Me sentía gratificada por haber podido ayudar sin planearlo a una mujer que, como yo, fue abusada. Me vi muy reflejada en su caso, ella, al igual que yo, se vio atada a un hombre al que le debía mucho por haberse hecho cargo de un bebé que no era suyo para luego descubrir que era un lobo disfrazado de oveja. Pero ese cavernícola ya se encontraba bajo arresto y Trinity no me hizo las cosas difíciles cuando le hablé de la posibilidad de hospedarse por tiempo indefinido en la casa que obtuve a través del contrato con mi esposo y que Lily y yo inauguramos como una casa hogar para mujeres abusadas y madres solteras sin amparo familiar. Pobre mujer, ella quería salir del suplicio, pero antes de mí no había llegado nunca nadie que la rescatara.

Estará bien, dije para mis adentros.

Estaba de camino a uno de los ascensores cuando escuché un ruido peculiar proveniente de la sala de estar principal. Era algo así como una súplica y una risa. Identifiqué al instante a quiénes pertenecían ambas y, sonriendo, caminé hacia ellos.

Me encontré a un exhausto Garret suplicándole a nuestra bebé que se compadeciera de él y dejara de tirar de su cabello, pero a la pequeña Makena le hacía mucha gracia su reacción y empuñaba los rizos de su padre aún con más fuerza.

—Renacuaja, por el amor de Dios, ya déjame en paz —lloriqueaba mi marido y me sentí muy mala persona por burlarme de él.

No —zanjó con rotundidad la pequeña bestia de un año y tres meses para luego continuar riendo.

Si algo supe que sería parte de la personalidad de mi hija incluso antes de que naciera, era que siempre querría que las cosas fueran a su manera. Si quería que el día iniciara cuando ella despertaba, me pateaba desde el vientre. Nació, literalmente, cuando le dio la gana. Tenía un don especial para robarse la atención de sus hermanos cuando notaba que ellos se entretenían con algo que no la incluyese. Había alcanzado un récord irrebatible de lanzadas de chupetes por los aires. En fin, una consentida en toda regla.

Me acerqué a ellos haciendo bastante ruido con mis tacones, pero ellos no advirtieron mi llegada, estaban muy centrados en su pelea. Me reí sin disimulo alguno y dije en voz alta:

—Makena Harriet, ¿qué te he dicho de jalar el pelo de papá?

Dos pares de ojos avellana que parecían ser una copia exacta me miraron y al instante la diminuta manita de la renacuaja dejó en libertad el cabello de su padre para extender ambos brazos en mi dirección.

Mama —chilló, entusiasmada.

Garret me la tendió, aliviado por verse libre de jalones de cabello y sonrió ante la escena entre madre e hija. Mak posó su cabecita en mi hombro y me rodeó el cuello con sus bracitos, formando un abrazo. Comenzó a balbucearme cosas al oído que me gusta pensar que son "Te extrañé" o "Te quiero mucho" porque, a decir verdad, parecía que estaba aprendiendo portugués con el chef en lugar de español.

—Mamá te extrañó mucho, mi chiquita preciosa.

Yo bem —murmuró, sin separarse de mí.

—Y yo también —me sonrió mi esposo justo antes de besarme de ese modo dulce y tierno que solo él conoce—. Creí que tardarías más en volver.

—Dos días es más de lo que puedo soportar lejos de ustedes. Además, te dije que me reintegraría a mi trabajo, pero a tiempo parcial.

—Pues, ya que lo mencionas… —su expresión pasó de tierna a una casi trastornada—. ¡Ni se te ocurra volver a irte de la ciudad y dejarme solo con los tres monstruitos! ¿¡Tienes idea de lo mucho que he sufrido durante las últimas cuarenta y ocho horas!? ¡Makena llorando a toda hora, Mateo corriendo por toda la casa como si fuera el correcaminos, Marjorie robando tantas galletas de la cocina que tuve que montar guardia detrás de la nevera! ¡Me van a volver loco!

Sentí auténtica lástima por mi esposo. Es cierto que los niños son muy inquietos —más si están los tres juntos— y que dejarlo solo con ellos en pleno verano era casi un crimen de mi parte. Pero no tuve tiempo de expresarle mi culpabilidad porque Mak comenzó a reírse de él y, vamos, su risa es muy parecida a Masha, de Masha y el Oso, es imposible no empezar e reír con ella.

—¿Te estás burlando? ¿En serio? —preguntó, dejando caer los hombros con incredulidad.

—Lo siento, cariño —me mordí el interior de las mejillas para contener la risa—. Es que la risa de Makena es muy contagiosa.

—Eres muy mala persona —se cruzó de brazos y comenzó a negar con la cabeza.

—Quizás, pero no puedes estar enojado conmigo por mucho tiempo —le sonreí.

Él me dedicó una "mirada escáner" y, a pesar de que intentó resistirse, acabó ladeando la cabeza y haciendo esa mueca tan encantadora suya que usa especialmente para decirme sin palabras que le encanto.

—Tienes toda la razón —me tomó de la cintura, acercándome a él sin aplastar a nuestra bebita en el proceso—. Eres demasiado encantadora como para que pueda enojarme más de un minuto.

Le di un sonoro beso en la mejilla y luego me dirigí a la pequeña pelirrara que tenía cargada. Le envié mi mirada regañona y conseguí con ello una mueca de su parte.

—Makena, no vuelvas a tirar del cabello de papá ni a burlarte de él.

Otey —musitó, encogiéndose ante el regaño.

—Dile a papá que lo sientes.

Lo shento, Peso.

Tuve que hacer acopio de un esfuerzo sobrehumano para no reírme. "Peso" es como Mak llama a Garret en lugar de papá. Fue conducta aprendida, porque en realidad lo que ella intenta decir es "Expreso", que es como yo lo llamo, pero ella solo alcanza a decir "Peso". Sin embargo, sí lo llama papá, pero solo en ocasiones especiales, mientras tanto se limita a usar el apodo. Es como si fuera su venganza por llamarla renacuaja desde que era un feto.

—Te perdono, renacuaja —dijo, tras soltar un suspiro de cansancio.

¡Shiiii! —aplaudió la chiquita antes de extender sus bracitos en dirección a él.

Se la pasé, sonriendo ante la escena. Garret y Makena —cuando esta última no se dedicaba a jalarle los cabellos— eran la cosa más tierna que podía apreciarse. M3 definitivamente es una niña de papá. Me adora, pero, como está conmigo todo el día, aprecia en demasía el tiempo que tiene con él. Literalmente ella es una copia de él. ¡Son igualitos! Lo único que esa bebé heredó de mí fueron los reflejos rubios que aún poblan su cabello, el resto es un copia y pega de su papi: sus ojos, su rostro, su dulzura y su encanto.

—¿Dónde están M1 y M2? —pregunté al salir de mi ensoñación.

—Arriba, en el cuarto de Marjie. ¡Por fin logré que se quedaran jugando, quietos! —el cansancio en su voz era notable—. Vamos a verlos.

Me ofreció su mano y la tomé gustosa. Estábamos justo junto a la escalera, por la cual escalamos por los peldaños hasta el piso de arriba. El trayecto no era largo, pero aun así me distraje observando a mi chiquita, estaba muy concentrada contándose sus propios deditos y más encantadora no podía lucir. Al llegar a la habitación de Marjie, mi esposo abrió la puerta despacio y sin emitir ruido para que mi llegada fuera una sorpresa para los niños. Nos quedamos semi-ocultos junto al marco de la puerta para "espiarlos" y me quedé algo descolocada ante la imagen que presencié.

—¿Qué les pasa a los niños?

Ambos estaban sentados en las sillitas de la mesita que Marjorie emplea para jugar a la fiesta del té. Tenías sus codos apoyados sobre la mesa y sus manitas sostenías ambos lados de sus cabezas mientras sus miradas yacían perdidas sobre el sitio en el que, en lugar de haber una vajilla de plástico para el té, había un rompecabezas a medio armar.

—No lo sé —me respondió Gary, tan confuso como yo—. Cuando los dejé jugando no estaban así.

—¿Crees que debamos llamar a una ambulancia o algo?

—¿Tú crees?

Makena, que hasta ese momento seguía entretenida con sus deditos, paró de examinárselos y al alzar la vista vio a sus hermanos y pasó lo que suele ocurrir cuando los ve: se pone a chillar hasta que le prestan atención.

¡Meúno! ¡Medosh! —así es como ella trataba de decir M1 y M2.

Los aludidos alzaron la vista y se les iluminaron los rostros al verme. En un abrir y cerrar de ojos habían abandonado las sillas y habían corrido hacia mí para abrazarme.

—¡Te extrañamos mucho, mami! —dijeron al unísono, aún sin soltarme.

—Yo también los extrañé muchísimo, mis amores —les sonreí y le di un beso en la mejilla a cada uno—. Pero ya estoy en casa y no habrán más viajes de negocios hasta que acabe el verano.

—Qué bueno, mami, porque papá es un desastre —alegó Mat—. Se ha pasado todo el fin de semana gritando, llorando porque no puede seguirnos el ritmo por lo viejo que está e intentando cocinar.

—Pero no ha podido porque el chef lo golpeaba con su cucharón de madera y lo regañaba en alemán —añadió la hadita.

—¿Ah sí? —me crucé de brazos y le dirigí una mirada acusadora a mi marido—. ¿No me habías dicho que lo tendrías todo bajo control mientras no estuviera?

—Eso era antes de que me dejaras cuidando a estos pequeños engendros del demonio.

—Los pequeños engendros del demonio te estamos escuchando —dijo Mat a modo de advertencia.

—¡Y estamos muy enojados contigo! —gritó Marjorie a la vez que su carita se ponía roja y empuñaba sus manos, generalmente cuando pasaba eso era porque estaba enfadada en serio y será una niña pero tiene mucho carácter.

—Hadita —le habló su padre, claramente intimidado por la reacción de nuestra hija—, sé que he estado un poco regañón en estos días, pero…

—¡No me refería a eso! ¡Me refiero a que nos pusiste a armar un rompecabezas muy difícil y ahora me duele la cabeza por tu culpa! ¿Sabes cuánto tiempo llevamos intentando armarlo? ¡Una eternidad, y contando!

Estaba intentando por todos los medios no reírme de cómo mi hija regañaba a mi esposo, así que centré mi mirada en Mateo y lo descubrí aguantando la risa también.

—Lo-lo siento, cariño —se disculpó él, muy arrepentido—. Les di ese rompecabezas para que se divirtieran más tiempo. No quería hacerte enojar.

—Pues me enojé —gruñó ella antes de cruzarse de brazos y darnos la espalda.

Garret depositó a Mak en el suelo y ella al instante se prendió de mi pantalón, aunque el sostén no le hacía falta porque, a diferencia del habla, caminar se le daba perfecto. Mi esposo por su parte se arrodilló sobre una pierna tras Marjie y le dijo con voz queda:

—Lo siento mucho, princesa. ¿Qué tengo que hacer para que me perdones? —Marjie no contestó, así que hizo uso del plan C. Sí, plan comida—. ¿Quieres una merienda?

—¿Merienda dijiste? —preguntó en una fracción de segundo, mirando a su papi por encima del hombro con curiosidad.

—Sí, la merienda que quieras.

—¿Entonces a qué estamos esperando? —dio media vuelta y sonrió—. Estás perdonado, papi. Vamos a merendar.

Y ya estaba marchando hacia la puerta cuando mi Expreso la interceptó.

—¿Qué tal si primero nos sentamos juntos a terminar ese rompecabezas? —le propuso, sonriente.

—Yo prefiero la merienda, la verdad.

—Mami —me llamó Mat mientras su padre y su hermana entraban en un debate sobre merendar como prioridad—, ¿ya me puedo reír?

—Sí —reí también.

¡Obezas! —chilló de pronto Mak, robándose la atención de todos—. ¿Obezas? —preguntó, señalando con su índice diminuto hacia el rompecabezas.

—¿Quieres armar el rompecabezas, M3? —preguntó Marjie.

Shi.

—Entonces, vamos —le tomó la manita con delicadeza para conducirla hacia la mesa—. Tú eres más importante que cualquier merienda.

Se me encogió el corazón al escuchar una declaración de afecto tan hermosa de una hermana a otra. Marjorie ha demostrado desde el principio ser una niña muy familiar, pero es hermoso ver cómo antepone la felicidad de sus hermanos a cosas que son importantes para ella, como las meriendas. Con Mak en específico es muy dulce y protectora, como si fuera su mamá suplente.

—M2 tiene razón, Mak es más importante que todo lo demás —agregó Mateo antes de unirse a sus hermanitas y ayudar a depositar a la bebé en una de las sillitas.

Garret y yo compartimos miradas de orgullo. Cuando Makena nació, nos costó mucho hacer que Mateo y Marjorie no se sintieran desplazados. Cuando llegaban del colegio yo estaba muy cansada como para jugar con ellos por haber atendido a su hermanita todo el día y Garret al llegar del trabajo le daba un ochenta por ciento de su atención a la bebé. Por ello los niños se hicieron más unidos y reemplazaban el tiempo que no podíamos pasar con ellos con juegos y camaradería de hermanos. Pero nuestro objetivo no era ese, así que nos valimos de una y mil formas para crear tiempo de calidad con los tres sin descuidar a Makena ni dejar de lado a los mayores.

Poco a poco se fueron adaptando a la bebé y creamos ciertos espacios los fines de semana en los que los dejábamos interactuar con Mak supervisándolos, pero sin entrometernos. Fueron testigos de todas las grandes primeras veces de su hermanita: cuando empezó a sentarse por su cuenta, sus primeros pasos a gatas, el comienzo de sus balbuceos, el primer diente… Con el tiempo dejó de hacer falta que interviniéramos y ellos solitos crearon sus vínculos afectivos hasta llegar a como están ahora: se cuidan, se defienden, juegan juntos y se aman; y estoy incluyendo a Makena, porque, para ser una bebé, puede ser un potencial peligro con un chupete en mano si se meten con sus hermanos.

—¿Qué tal si los cinco juntos armamos ese rompecabezas? —propuse.

—¡Sí! —chillaron los peques.

—Parece que es un sí —bromeó mi esposo incorporándose y acompañándome a la pequeña mesa.

Nos acomodamos en el suelo frente a nuestros niños y nos pusimos manos a la obra con ese rompecabezas. Mat y Marjie ya habían armado una gran parte, pero sí que era un puzzle de muchas piezas, con razón se agobiaron armándolo. Me gustaba mucho este juego porque, cuando yo no estaba, fue el primero que unió a mis rubitos y siempre recordaremos esa primera gran interacción con mucho cariño, aunque yo solo lo haya visto en video.

Entre risas, bromas y anécdotas que hice sobre mi viaje, lo terminamos.

Bueno…casi.

—Falta una pieza —señaló Mat.

—Sí, pero no está sobre la mesa —informó Marjie, buscando con la mirada.

—Quizás se cayó bajo la mesa —advirtió mi esposo antes de meterse torpemente ahí en búsqueda de la pieza de puzzle perdida, ese sin duda sería un nombre genial para uno de los cuentos que Lily está escribiendo para su nuevo libro de temática infantil—. Nada, no está aquí abajo.

—¿Dónde puede estar? —se preguntó una desanimada hadita llevando sus manitas a sus mejillas.

Me dediqué a seguir escaneando la zona con la mirada, era una pieza de rompecabezas, no podía perderse así sin más. Mi escáner me llevó a mirar por los alrededores hasta que mis ojos se posaron en cierta bebé traviesa que tiene la manía de metérselo todo en la boca.

—¡Ahí está la pieza! —reí señalando a la pelirrara—. Siendo mordida por Makena.

—¡Makena! —gritaron al unísono haciendo que a la bebé le diera un ataque de risa y lanzara la pieza llena de babas hacia el tablero.

Garret, desprendido de todo tipo de escrúpulos, tomó la viscosa pieza y la colocó en su sitio, completando así la imagen que resultó ser un dragón.

—Bueno, algo babeado, pero completo —concluyó—. ¡Lo logramos!

¡Shi! ¡Obezas! —chilló Mak aplaudiendo con las manitas por encima de su cabeza, es algo que solo hace cuando está muy emocionada.

—¡Tenemos que celebrarlo con una merienda! —chilló ya saben quién alzando los brazos al aire.

—O, si su mamá no está muy cansada, podríamos celebrarlo yendo a la playa.

—¿Acaso tienes algo en contra de que yo meriende? —lo acusó la hadita y otra vez se sumergieron en un debate acalorado sobre la importancia de merendar mientras Mat, Mak y yo nos reíamos.

Amo el vínculo de padre e hija tan estrecho que crearon ellos dos cuando Marjie llegó a casa. En muy poco tiempo se convirtió en la princesa de papá y Makena no le robó ese puesto cuando llegó. Es gracioso cómo Garret cede a absolutamente todo lo que ella le pide, pero, por un motivo que aún no he descubierto, siempre acaban enfrentándose cuando se trata de las dichosas meriendas, lo cual no tiene sentido que hagan porque siempre acaban igual: reflexionando sobre que no se puede merendar a toda hora, ¡mientras meriendan!

En cualquier caso, Marjorie siempre ha demostrado ser una hija maravillosa. Es cariñosa, obediente, siempre está al pendiente de cada miembro de la familia y no escatima cuando de abrazos y besos se trata. Cuando llegó a casa, le fue difícil adaptarse, todo era demasiado nuevo para ella. Pero nunca dejó de expresarnos cómo se sentía, qué la hacía sentir incómoda, cómo podíamos ayudarla, qué actividades le gustaría que hiciéramos… Y eso nos ayudó muchísimo a que su integración fuera más rápida y sencilla. Amo demasiado a mi niña, y Garret también. Quizás sea por eso que él se ha convertido en Evan y Marjie en Jessie en cuanto a relación padre-hija se trata.

—¿Ya terminaron de discutir? —intervino Mat, rondando los ojos con cansancio. Ama a su padre y a su hermana, pero ser espectador de sus peleas no es su hobby favorito.

Paya —murmuró seguidamente Mak.

—Yo sí tengo ganas de ir a la playa y pueden discutir o merendar allá.

Paya.

—No podemos ir sin que tu mamá nos dé luz verde, campeón —me miró—. Viniste en auto desde Emerald Hills y…

Paya.

—Y un viaje corto a Sunshine Bay no me va a matar, cariño —le sonreí, acariciando su áspera y magnífica barba—. Además, un chapuzón es justo lo que necesito.

¡Paya! —gritó la bebé a la vez que golpeaba la mesa, al parecer estaba indignada porque sus reclamos no eran escuchados—. Yo telo paya.

—Tranquila, M3 —la calmó su hermana, abrazándola de lado—. Ya vamos a ir a la playa.

—Bueno, ¿entonces qué hacemos aquí sentados todavía? ¡Busquemos nuestros trajes de baño!

Un estridente "¡Síii!" coreado por nuestros hijos fue la respuesta antes de que se armara un auténtico caos. ¿Por qué caos? Porque a Makena le gusta elegir sus propios outfits —que suelen acabar siendo una réplica abstracta de un arcoiris— y las pataletas que protagoniza si no es complacida no hay quien las aguante. Porque Marjorie en cuestiones de elección de indumentaria ya está en la adolescencia y nunca encuentra nada que ponerse. Y porque Mateo siempre quiere llevar todo un arsenal de juguetes de playa y accesorios de buceo. En fin, el verano con mis hijos.

Media hora más tarde y tras haber soportado tres berrinches de Makena, ocho cambios de ropa de Marjie y de ver cómo Mat pretendía ir a la playa con su maleta de rueditas a medio cerrar de lo llena que estaba, los dimos por incorregibles y viajábamos camino a la casa de verano de los Harriet. Le di gracias a todas las deidades divinas porque esta vez no hayan coreado el insoportable "¿Ya llegamos?", al parecer charlar sobre los juegos y las actividades que harían en la playa era más interesante.

—Es lo más tranquilos que han estado hoy —comentó mi esposo, como si hubiese leído en mi mente mi observación.

—Los últimos días han debido ser un suplicio para ti —tomé su mano libre, entrelacé nuestros dedos y deposité un beso en sus nudillos—. Lamento haberte dejado solo.

—No hice nada que no estuvieses haciendo tú desde que nació Mak —me sonrió—. Esta solo es la parte que me toca. Soy el padre, no la niñera, y entiendo que tú necesitas tu espacio y volver a la academia. Así que, si tengo que pasar todo el verano encargándome de los engendros del demonio —repitió mi acción de hace unos segundos—, lo haré.

—Los engendros del demonio estamos escuchando —voceó Mat, haciéndonos reír.

—Gracias, amor.

Fue todo lo que pude decir, porque si decía una palabra más, acabaría soltando todo un discurso acerca del gigantesco amor que siento por él. Garret no se ha conformado con ser un esposo y padre maravilloso, también ha sido mi apoyo incondicional desde el día uno. No objetó cuando le hice saber que quería volver a trabajar, al contrario, ha cuidado a Makena para que pudiera reintegrarme de a poco en las tareas de la academia. Este verano ha sido un verdadero infierno porque los tres niños compiten para demostrar quién tiene más energía y, sin embargo, él se ha hecho cargo no solo para que yo pudiese trabajar, sino para que también me diese un merecido descanso de vez en cuando.

El resto del trayecto a Sunshine Bay fue tranquilo y entretenido gracias a las canciones de verano que se reproducían en la radio del auto. La Emisora Desire estaba al aire, esa estación debería estar incluida en las terapias de las personas que sufren de depresión, le anima el día a cualquiera.

Llegamos al Jam —zona residencial de Sunshine Bay y donde se encuentra la casa de verano— y decidimos dar una vuelta por el Boulevard de Saint-Aquamarine, el más grande, colorido y concurrido de todo el condado. Era el sitio ideal para que Mat comprase sus souvenirs, Marjie sus meriendas y Mak cualquier objeto brillante que le llamase la atención.

—Ustedes dos, manos tomadas —le ordenó Garret a nuestros hijos mayores en cuanto descendimos del auto— y tú, manos donde las pueda ver, que te conozco.

Otey —asintió la renacuaja ante la advertencia de su padre y se acurrucó en el hueco de su cuello.

—¿Y para mí no hay orden a seguir? —le guiñé un ojo.

—Sí —hizo ese gesto que emplea especialmente para mí—, cómprate todos los vestidos de verano floreados que veas —me tomó de la cintura, acercándome a él—, te quedan demasiado bien.

Le sonreí ampliamente y deposité un beso en sus labios. No pude darle otro porque los tres pequeños estaban ansiosos por iniciar la caminata por la ancha calle de suelos adoquinados que terminaba en una enorme terraza con vista al mar. Empezamos a recorrer el boulevard con lentitud, entrando en las tiendas, viendo las ofertas de los puestos ambulantes, comprando toda la comida que la hadita pidió, compramos la gorrita marinera rosa que a Mekena le llamó la atención y que combinaba con su trajecito de baño, Mat eligió al menos una docena de souvenirs, nos tomamos fotos…

—¡Papi, helado! —chilló Marjorie, dando saltitos mientras señalaba un carrito de helados a pocos metros de nosotros.

—Marjorie Harriet, has comido algodón de azúcar, donas, una porción de pizza, un emparedado y tres bombones. ¡No vas a comer más nada! —zanjó.

—Pero, papá…

—Papá nada. Te va dar una indigestión.

—Mamá, papá no me deja merendar —me abordó la niña con ojos suplicantes.

—Y esta vez tiene razón en no dejarte hacerlo, ha sido demasiado, rubita.

—Pero…

Awatoto —dijo Makena de pronto.

—¿Qué dijiste, M3? —preguntó Mat.

Awatoto —repitió, pero esta vez señalando a un hombre moreno con sombrero artesanal pregonando su venta de agua de coco tras su pequeño puesto.

—Oh, agua de coco —murmuró Marjie, olvidándose del helado—. ¿Podemos comprar agua de coco? Eso es una bebida y hace mucho calor.

—Yo también quiero —secundó su hermano.

—Bueno —lo discutí con Garret mediamente un intercambio de miradas—, supongo que eso sí.

Nos dirigimos al puesto y el amable vendedor nos recibió con un saludo y una sonrisa. Nos elogió diciendo que éramos una hermosa familia mientras se dedicaba a preparar lo que él mismo llamó "la especialidad de la casa".

¡Awatoto! ¡Awatoto! —chillaba la renacuaja, contenta.

—Parece que cierta bebé está emocionada —comentó el vendedor mientras le tendía su coco a Marjorie.

—Renacuaja, se dice agua de coco —le dije.

Awatoto.

Reí.

—Di agua.

Awa —repitió.

—De.

De.

—Coco.

Toto.

—Agua de coco.

Awatoto.

—Ok, me rindo —me carcajeé.

—No te preocupes, Vainilla. Si Evan logró que Jessie dijera parlanchina bien, nosotros podemos hacer que Mak diga agua de coco.

Awatoto.

Tomamos el resto de los cocos, pagamos y le dijimos al vendedor que se quedara con el cambio mientras nos despedíamos. Los rubios y yo disfrutamos de la frescura de la bebida sin contratiempos, pero Garret tuvo que beber directamente del coco porque a Mak le llamó la atención el color verde intenso de la pajita y se la robó.

Compramos un par de cosas más y regresamos al auto para ir hacia la casa. Estando allí, no nos molestamos en entrar. Nos deshicimos de la ropa adicional en el auto y salimos del mismo vistiendo solo los trajes de baño y sandalias. En el segmento de la playa que había frente a la casa y el cual descubrí hace muy poco que le pertenecía a la familia, Regina había mandado a instalar unas columnas de madera pintadas de blanco que proporcionaban sombra y portaban hamacas, tumbonas y una mesita con sus taburetes. Nos instalamos en las tumbonas y le colocamos los flotadores y aplicamos bloqueador solar a los niños antes de que mirasen el mar siquiera.

Para nuestra buena suerte, no solo hacía un día soleado estupendo, sino que el mar era un plato, apenas había oleaje y el agua estaba tibia. No nos adentramos demasiado ya que, aunque Marjie y Mat ya sabían nadar, no podíamos prestarles toda nuestra atención teniendo a Makena con nosotros, así que disfrutamos del mar desde un punto muy cercano a la orilla y todos juntos, y estábamos contentos así.

Lo pasamos bastante bien. Esos pequeños momentos familiares en los que todo era sonrisas y diversión me recordaban que, a pesar de ser una familia fundada a base de retazos, éramos perfectos juntos. La espontaneidad de Mateo, la dulzura de Marjorie, las risas de Makena, el encanto de Garret y yo…siendo yo. Por momentos solo podía pensar en lo afortunada que era por tenerlos.

Cuando consideramos que la renacuaja había tomado suficiente sol, Garret y yo regresamos a las tumbonas con ella mientras los niños se quedaron cerca de la orilla construyendo castillos de arena. Mi esposo infló y llenó de agua una pequeña piscina inflable para introducir a la bebé en ella y que jugase mientras nosotros supervisábamos de lejos a sus hermanos.

—Necesitaba esto —suspiró mi marido al cabo de unos minutos—. He estado muy estresado últimamente. El trabajo, el calor, los niños, el chef gritándome hindú.

Ahogué una risa y abandoné mi tumbona para sentarme a horcajadas sobre él, que abrió los ojos de golpe ya que hasta ese momento los tenía cerrados. Iba a decirme algo, pero llevé mis manos a sus hombros y empecé a masajeárselos, logrando que emitiera un gemidito en su lugar.

—Sí, tus músculos están tensos —susurré ejerciendo más presión antes de besar su cuello.

—Vainilla… —dijo, en tono de advertencia—. No estamos solos, ¿recuerdas?

—Yo no estoy haciendo nada inapropiado —me reincorporé con aire inocente—. Solo le hago un masaje a mi tenso esposo. ¿Algún problema con eso?

—En realidad…

—¡Papá! ¡Mamá! ¡Papá! —los repetitivos gritos de la hadita nos interrumpieron y cuando volteamos la vimos flexionando sus piernitas una y otra vez mientras su hermano a su lado contenía la risa.

—¿Qué pasa, hadita? —preguntó mi esposo—. No me digas que quieres otra merienda.

—No, solo me estoy haciendo pipí y aquí no hay baño.

Es única.

—Oh, pipí —Garret me tomó con delicadeza de la cintura para hacerme a un lado y pararse—. Vamos a la casa, princesa.

La niña tomó la mano de su papá y prácticamente lo arrastró por la arena en dirección a la casa. Riendo, Mat se sentó mi lado en la tumbona y se acurrucó a mi lado.

—¿Ya estás cansado, principito?

—No, solo me gusta venir a esta playa contigo. Gracias a papá es especial para mí que vengas porque me recuerda que siempre vendremos aquí por tu cumpleaños y estaremos juntos.

Sonreí al recordar cuando Garret me contó que, cuando yo no estaba, logró que Mat desahogara su tristeza el día de mi cumpleaños animándolo a decirle al mar y al cielo lo que quería decirme a mí. Desde entonces acudir a esta playa conmigo es sumamente especial para él.

Le di un sonoro beso en la mejilla y lo estreché entre mis brazos.

—Vendremos juntos un millón de veces más, cielo.

—Lo sé —murmuró—. Oh, mamá, mira.

Me volteé hacia donde mi hijo miraba y me encontré a Makena en su piscinita sentada dando cabezazos, a punto de rendirse ante el sueño. Lucía muy graciosa y tierna, pero no podía dejarla así. La tomé en brazos y la deposité sobre mi torso, se tardó un segundo en acurrucarse para dormir con comodidad.

—Pobre renacuaja —susurró Mateo—. Ha estado despierta desde muy temprano, ya era hora de que se tomara una siesta.

Les sonreí a ambos y decidí que estaríamos más cómodos en una de las hamacas. Por suerte Regina había pensado en todo e instaló una especie de escaleras pequeñas para que los niños pudieran subirse a las hamacas por su cuenta y así lo hizo Mateo. Me acosté junto a él y no tardó en acurrucarse a mi lado tal cual su hermanita lo había hecho sobre mí.

Al poco rato regresaron Garret y Marjorie. Les hicimos señas para que no hicieran ruido, Mak podía llegar a irritarse demasiado cuando alguien interrumpía su sueño. Garret me preguntó con la mirada si podían unirse a nosotros y asentí, al fin y al cabo, la hamaca era lo suficiente grande y fuerte como para que cupiéramos todos sin problemas. Él se recostó a mi lado y Marjie se acurrucó contra él justo como Mat lo hizo conmigo. Me ofreció su brazo para que posara mi cabeza en él y, tras regalarle una sonrisa, lo hice.

—El mejor verano de la historia —suspiró.

—Sí que lo es, papá —secundó Mateo.

—Mjm… —murmuró Marjie, quien parecía estar cansada como su hermanita.

Paseé la mirada de un integrante a otro de esta hermosa familia. Rememoré los momentos malos, pero también los buenos. Me sentí orgullosa de todo lo que superamos para llegar a la felicidad que atesorábamos ahora y, con el corazón rebosante de amor y repleto de alegría, solo pude decir:

—Y la mejor familia también.











FIN

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