CAPÍTULO EXTRA: Con M de Mateo, Marjorie y Makena
Garret
6:49 a.m.
22 de junio.
Y Makena despertó llorando. Por quinta vez en lo que iba de madrugada.
Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para abrir los ojos, incorporarme e ir a atender a la cantante de ópera de casi dos meses que estaba de concierto desde la comodidad de su cuna antes de que despertase a su madre. Lorraine estaba agotada. Ocho semanas había sido muy poco tiempo para que se adaptase a que una bebé consumiera todo su tiempo y energía tanto en el día como durante la noche. Y Makena no ponía mucho de su parte que digamos. Por eso, cuando estaba en casa, asumía el rol de mamá para que ella pudiese descansar, al menos un poco.
Aún soñoliento y frotándome los ojos, me incliné sobre la cuna para tomar en brazos al bultito llorón. Besé su cabecita poblada de esa tonalidad de cabello tan raro y la mecí hasta que logré que aplacar su llanto para convertirlo en gorgoritos poco audibles.
—Ya está, renacuaja —le susurré—. Papá está aquí.
Ella se limitó a mirarme con sus enormes ojos idénticos a los míos mientras hacía los pucheros más tiernos que vi en mi vida. Mak se había convertido en la bebé más adorable del mundo. Me seguía resultando fascinante cómo en un cuerpo tan pequeño podía reunirse tantísima perfección.
—Eres la cosita más bonita que existe, ¿sabías?
—La cosita más bonita que existe tiene hambre, Expreso.
Di un respingo al escuchar la voz de mi esposa y, cuando dirigí la vista hacia nuestra cama, me la encontré sentada y más que despierta, a pesar de que cada poro de su cuerpo desprendía cansancio.
—¿Cuándo despertaste? —le sonreí a la vez que caminaba en dirección a la cama.
—Cuando Makena comenzó a llorar. Es difícil no despertarse con lo bajito que llora —ironizó.
—Traté de tomarla rápido antes de que te despertara.
—Ay, cariño —rio, casi condescendiente—. Siempre me despertará, es mi bebé. Además, ya te lo dije, tiene hambre.
—¿Cómo sabes que tiene hambre? —inquirí mientras se la pasaba.
—Porque soy su mamá y las mamás siempre sabemos los porqués de los llantos de nuestros bebés.
Acomodó a la princesita entre sus brazos con tal delicadeza y cuidado que apenas parecía rozarla. Se deshizo de la parte derecha de su camisón para dejar al descubierto su hinchado seno y darle acceso a la niña. La pelirrara tardó un segundo en prenderse del pecho de su madre para alimentarse con tal ansia que cualquiera alegaría que en su corta vida no había sido amamantada.
No me pasaron desapercibidos los pequeños gestos de dolor que poblaron el rostro de mi Vainilla al principio. Según me ha dicho, nuestra hija no era precisamente delicada cuando de reclamar su comida se trataba y sus pechos aún se mantenían sensibles. Pero dicha molestia era lo de menos. Todo quedaba opacado por la hermosa imagen que protagonizaban mis chicas. Se miraban la una a la otra con tal dosis de amor que no podía evitar sonreír al admirarlas. Ya había visto la faceta materna de Lori con Mat y con Marjie, pero verla amamantando a Makena era sin duda una fotografía mental que quería atesorar para siempre.
—Las amo demasiado, ¿sabes? —murmuré mientras acercaba mi dedo índice a la bebita para que lo aprisionara con su manita diminuta, me seguía impresionando lo fuerte que era para ser tan pequeña.
—Nosotras también te amamos —me sonrió.
Me incliné hacia mi rubia para depositar un beso en su frente y luego uno más largo y profundo en sus labios. Mi ritual de besar sus nudillos y luego repetir la acción en los otros dos sitios antes mencionados seguía siendo tradición, pero me saltaba la primera parte cuando cargaba a la bebé. Bebé que, por cierto, no se tomó muy bien dejar de ser el centro de atención y soltó el pecho de su madre para emitir un quejido de descontento.
Me separé de mi esposa entre risas y le dediqué una mirada a mi renacuaja.
—Ok, ok, ya entendí. Tu mami es tuya.
—Creo que se queja por ti, no por mí —sonrió Lori mientras recolocaba a Mak en su seno y esta volvió a succionar con las mismas ansias de hace un momento—. Es una daddy’s girl. Solo hay que ver cómo se queda embobada mirándote cuando la sostienes.
—Bueno, ya era hora de que alguno de nuestros hijos me prefiriera. Los rubios solo tienen ojos para ti.
—No es cierto, te adoran.
—Casi tanto como a su mamá.
Mi Vainilla me dedicó una sonrisa y nos quedamos en perfecto silencio hasta que nuestra pequeñita estuvo satisfecha. Lori me la pasó para que le sacara los gases —por algún motivo que ni siquiera yo mismo entiendo amaba hacerlo— y me dediqué los siguientes tres minutos a sobar esa espaldita que podía cubrir a la perfección con la palma de mi mano hasta que soltó el eructito más tierno del mundo.
Hasta eructando es divina.
Se suponía que debía devolvérsela a Lori, o en su defecto a la cuna, pero la mantuve así, contra mi pecho y deleitándome con su olor corporal. Y yo que solía pensar que esa creencia popular de que los bebés huelen bien eran exageraciones, la mía huele muy bien. Emitió un par de gorgoritos más mientras yo repartía besos por su cabecita.
—Estoy muy orgullosa de ella —dijo mi esposa de pronto, interrumpiendo mi burbuja de paternidad melosa—. Estuvo conmigo cuando viví un infierno, sobrevivió cuando yo sobreviví y está aquí, sanita y llorando a todo pulmón cada tres horas.
Pude vislumbrar cómo sus ojos azules se empañaban mientras observaba a nuestra chiquita removiéndose entre mis brazos.
—Ella fue mi cuarto embarazo después de Mateo. Y solo de recordar que los bebés que la antecedieron no lograron me hace pensar que… —se mordió el labio inferior, compungida—. Que ellos no debían nacer, pero nuestra Mak sí. Porque ella debía llegar en el momento en que estuviese lista para asumir la maternidad y con la persona que más me ha amado en mi vida —esta vez sus ojos se dirigieron a los míos y eso terminó de romperme—. Lo siento… Dios, lo siento. Solo estoy susceptible por las hormonas y…
—No lo sientas —la interrumpí acariciando su mejilla con la mano opuesta a la que sostenía a nuestra bebé—. Jamás te disculpes por sentir, Lorraine Harriet.
—Mi amor…
—Todo lo que sientas, todo lo que te duela, todo lo que creas que debas soltar, suéltalo. Para mí siempre será un placer seguir conociendo a la mujer que amo.
—Es que eres…
Dejó la frase a medias. O no, la completó, mas no con palabras. Allí, arrodillada frente a mí y con sus suaves manos posadas sobre mi barba, mi esposa me estaba demostrando todo su amor con sus labios. Y yo el mío con los míos hasta que una personita de pocas libras se agitó, amenazando con romper en llanto en cualquier momento si le seguíamos robando protagonismo. Nos separamos, risueños y juntamos nuestras frentes mientras admirábamos a ese pequeño ser tan nuestro en todo sentido.
—Tan encantador —terminó la frase mi rubia a la vez que acariciaba la cabecita de Makena.
—¿Sabes algo, mi amor? Creo que ella te cela a ti, no a mí.
—¿Por qué lo crees?
—Porque eres su madre. Simplemente por eso. Porque tú eres su madre.
(…)
Un par de horas más tarde, me vi lidiando con la renacuaja llorona que clamaba por el pecho de su mamá mientras esta se encargaba de terminar de preparar el desayuno para todos. Insistí en que tomara a la bebé y que yo podía encargarme de cocinar, pero una ferviente negativa colectiva fue la respuesta que obtuve a mi humilde ofrecimiento.
—¿En serio prefieren escuchar a Mak llorar así en lugar de dejarme cocinar? —interrogué, acunando a la niña a la vez.
—Sí, papá —gruñó un irritable Mateo quien descansaba sus codos sobre la mesa mientras se cubría las orejas con ambas manos—. La renacuaja llora siempre y no lo podemos evitar, pero sí podemos impedir que vuelva a explotar otra cafetera por tu culpa.
—Lo de la cafetera fue el año pasado —me excusé.
—Da igual en qué año haya sido, no quiero que sigamos molestando a los pobres bomberos.
—Marjie, ¿tú piensas igual?
Busqué el apoyo de mi hija mediana porque la hadita sí que era en toda regla una daddy’s girl. Bueno, siempre y cuando Lori no estuviese cerca porque obviamente la luz de sus ojos avellana era su mamá.
—Papá, te quiero a ti y quiero que M3 se calle, pero también quiero que la cocina se quede tan bonita como está ahora. Si haces que explote, ¿dónde vamos a preparar las meriendas?
Me llevé mi mano libre al pecho, derrotado. Qué poca fe me tenían mis hijos. Mi estupor no duró demasiado, porque mi eficiente esposa balbuceó algo que no alcancé a entender antes de colocar todos los platillos deliciosos que preparó para el desayuno sobre la mesa, lavarse brevemente las manos, tomar a Makena de mis brazos y sentarse a la mesa para amamantarla.
—¡Todo listo! —celebró con una exhalación mientras la bebé se alimentaba.
Yo aún estaba procesando lo rápido que había ejecutado tantas tareas y al instante pensé en que muy posiblemente así era su día a día cuando no estaba con ella. Claro que en casa no tenía que cocinar ni ninguna otra tarea doméstica y aquí las estaba realizando porque nos fuimos de vacaciones sin Vivi y el chef, pero eso no me quitó la sensación de culpabilidad al no estar más presente para apoyarla con Mak. Lucía tan exhausta y el día apenas comenzaba.
—Amor, ¿no vas a sentarte? —preguntó al ver que seguía plantado en el mismo sitio y, ya que ni ella ni los niños habían probado bocado, asumí que me estaban esperando—. Te preparé tu expreso con vainilla.
—Claro.
Ella, con lo apurada que estaba por calmar a la renacuaja, ocupó la cabecera de la mesa, mi sitio, pero no me importó ocupar el asiento a su derecha, frente a Marjorie, después de todo si alguien estaba dirigiendo a nuestra familia era Lorraine Harriet. La tomé por sorpresa cuando tomé su plato y sus cubiertos para cortar en trozos la tortilla francesa que había preparado y llevé uno de ellos a su boca.
—Tú la alimentas a ella —señalé al bultito que sostenía en brazos— y yo te alimento a ti.
Mi Vainilla se limitó a sonreírme y, con una de sus profundas miradas azules que desde nuestra boda era capaz de leer como si llevaran subtítulos, me dio las gracias.
Me volteé hacia nuestros hijos mayores, que observaban la escena enternecidos y les sonreí.
—¿Y ustedes qué? ¿No piensan comer?
Asintieron sonriendo y se lanzaron al desayuno como si fuese el último que degustarían. Nadie dijo nada más, no hacía falta. Los silencios cómodos y acogedores siempre se nos dieron bien.
(…)
—Y esa montaña de allí es Punta Valera —le indiqué a Marjorie mientras apuntaba la elevación con mi índice—. Es una montaña muy especial porque los nativos de aquí, de Atlantic Beach, le tienen especial admiración y hay muchas leyendas acerca de ella.
—¿Hay hadas allí? —curioseó mientras rodeaba mi cuello con sus bracitos.
—No lo sé, cariño. Quizás podamos ir a la montaña a acampar durante las próximas vacaciones, cuando Makena esté un poco más grande.
Ante la mención de su hermanita, Marjie se revolvió entre mis brazos para observar cómo esta dormía plácidamente desde la comodidad de su cochecito, al otro lado de la terraza que ocupábamos y tomaba aire fresco, pero protegida del sol. Estaba preciosa con su ropita amarilla, su cabello raro —rubio veneciano era el tono según Angeline—, su chupete de estrellitas y sus mejillas regordetas y sonrosadas.
—Crece rápido, renacuaja. Así podremos ir todos juntos a acampar y a ver a los delfines, y a California y a Alemania.
Marjie había recitado todos los destinos a los cuales no podríamos viajar este verano por lo pequeña y frágil que era aún Makena para ciertas actividades. Afortunadamente, mi hija nació sana y fuerte, pero seguía siendo una bebita con menos de un trimestre de vida que no podía someterse a un viaje en avión ni mucho menos a una acampada, por tanto, Marjorie y Mateo se habían resignado a planes sencillos para las vacaciones y Lori y yo concluimos que, como mínimo, debíamos llevarlos a Atlantic Beach e instalarnos en nuestra casa de campo.
—Lo hará —le sonreí a mi hadita— e iremos juntos a todos esos sitios y a cualquier otro al que les apetezca ir, papá se encarga.
—Por mí está bien si solo seguimos viniendo a Atlantic Beach, me gusta. Yo… solo quiero que sigamos yendo de vacaciones todos juntos.
Sabía que esas palabras encerraban más de lo que me estaba diciendo en la superficie. Marjie, al igual que Mateo, se estaba enfrentando al proceso de adaptación que trae consigo tener un nuevo integrante en la familia y su madre y yo estábamos haciendo de todo para que no se sintieran excluidos ni desplazados. Desde que murió Dallas y Evan se aisló de la familia, me prometí que, cuando tuviera hijos, me aseguraría de que nunca vivieran algo así, que nunca sintieran que debían alejarse porque sobraban.
—Sabes que siempre que quieras hacer cosas en las que estemos involucrados todos juntos, yo me las ingeniaré para que las hagamos, ¿verdad? No tiene que ser solo por vacaciones. Si un día quieres hacer una fiesta del té, un picnic o que todos bailemos hula hup contigo, lo haremos.
De pronto sus ojitos se empañaron e hizo un puchero adorable poco antes de abrazarme. Le devolví el abrazo con las mismas dosis de cariño.
—Gracias, papi —me murmuró al oído—. Por cierto, tengo hambre. ¿Podemos ir por una merienda?
—¿¡Otra vez!?
Marjorie había demostrado ser todo un pozo sin fondo en miniatura. Seguía sin explicarme cómo una niña tan pequeña albergaba semejante capacidad estomacal en ese cuerpito.
No me dio tiempo de contestarle que, de seguir así, iba acabar con fuertes dolores de estómago y que merendar a toda hora no podía convertirse en su hobby favorito cuando su madre y su hermano hicieron acto de presencia en la terraza. Ambos vestían solo sus trajes de baño y sus cuerpos semi-bronceados aún permanecían algo húmedos. Mis ojos recayeron en mi esposa y me fue imposible no recordar aquella tarde, en el sexto cumpleaños de Jessie cuando la vi en bikini por primera vez. Sí, quizás ya no tenía la misma figura de aquel entonces, pero esos poquísimos kilitos de más que le produjo el embarazo no podían favorecerle más.
Dejé a Marjie en el suelo y me encaminé en dirección a mi mujer. La tomé de la nuca para acercar su boca a la mía y devoré sus labios con todo el deseo que llevaba acumulando hacía semanas. Ella me siguió el beso, gustosa y algo divertida por mi "exagerada reacción" ante lo terriblemente sexy que es.
—Estoy mojada, Expreso —murmuró entre un beso y otro.
—Los niños están delante —le advertí en un murmullo también.
—¡No seas pervertido! —rio—. Me refiero a que mi ropa está mojada y voy a mojar la tuya.
—Vainilla, ahora mismo lo que menos me interesa es que se moje mi ropa.
—Estamos aquí —carraspeó el mayor de nuestros hijos, haciéndonos parar.
Sin despegarme de su madre le dediqué una mirada de disculpa y me percaté de que sostenía algo tras su espalda.
—¿Qué traes ahí?
El rubito me sonrió con malicia y a continuación me dejó ver una tabla de surf en miniatura con la inscripción «Atlantic Beach yeah!». No me pasó desapercibida la emoción de sus ojos y al instante capté cuál fue su intención con dicho regalo.
—Me…trajiste un souvenir.
Lo mismo que siempre le regalaba yo. Los souvenirs se habían convertido en mi forma de decirle a Mat: «Papá está viajando por trabajo, pero, sin importar a dónde vaya, te lleva con él y por eso te trae un pedacito de ese sitio del mundo que visitó porque sabe lo mucho que te gustan». Así que, si él me trajo un souvenir, solo podía interpretarlo como:
—Claro, es un premio de consolación porque no pudiste ir a la playa —lo alzó hacia mí y lo tomé sonriente—. Gracias por cuidar de M3.
—No fue nada, campeón —le agité el cabello húmedo y rio en respuesta—. Aunque tampoco es que la renacuaja me haya dado mucho trabajo.
Nos volteamos hacia la bebé y la encontramos en el mismo sitio, con las manitas empuñadas y babeando tranquilamente. Adorable.
—Es tan bonita —sonrió Lori—. Marjie, ¿qué tal si nos vamos con Makena a una tarde de chicas para que tu papá y tu hermano se vayan a su tarde de chicos?
A Marjorie se le iluminó la carita ante la propuesta de su madre. Lorraine es todo para ella y Makena le había robado muchísima atención, así que cualquier plan que involucrase tiempo de calidad juntas tendría toda su aprobación. En cuatro trotes —después de caminar fue lo primero que aprendió a hacer sobre sus piecitos— se posicionó a nuestro lado y tomó la mano de mi rubia, contenta.
—Ya oíste, Mat —me giré hacia mi hijo tan pronto nuestras tres mujeres favoritas desaparecieron en el interior de la casa—. Tenemos el resto de la tarde solo para nosotros. ¿Qué te gustaría que hiciéramos?
—Bueno… —fingió pensárselo mientras alargaba la E—. Se me está ocurriendo que te verías muy guapo dentro de una escultura de arena en forma de sirena, papá.
Ay no.
(…)
Deslizar mis pies descalzos sobre el suelo de madera de la terraza en una noche despejada y estrellada, con la brisa del mar golpeándome el rostro y bailando sin música con mi esposa era todo lo que necesitaba para en verdad sentir que estaba de vacaciones.
—Nunca dejemos de hacer esto, por favor —murmuró ella, con la cabeza apoyada en mi pecho.
—Jamás.
Hice que diera una vuelta que la hizo reír justo antes de que aterrizase en mi pecho nuevamente. La vuelta no formaba parte de nuestra coreografía silenciosa, pero, después de meses de embarazo, estaba llevando de nuevo sus vestidos floreados y amaba admirarla usándolos.
—Debemos tomarnos más momentos así, solo para nosotros dos.
—Claro, siempre y cuando Makena no…
La frase quedó suspendida en el aire, a medias, porque el dispositivo receptor del monitor de bebés nos avisó que la pequeña pelirrara estaba despierta.
—Bueno, fue lindo mientras duró —bromeé.
—Nunca habíamos disfrutado mejor una media hora —rio y me besó con brevedad—. Voy a atenderla y vuelvo.
—Vamos —la corregí y la retuve tomándola del brazo cuando hizo el ademán de irse—. El cincuenta por ciento de su cuidado me corresponde, ¿recuerdas? También es mi bebé y también tengo que ir a atenderla.
—Pero yo me las puedo arreglar sola.
—Y yo no quiero que te las arregles sola —rebatí—. Lo haces todo el tiempo, lo has hecho durante los últimos once meses. Ya no eres la Lorraine de veintiún años que se las tuvo que apañar por su cuenta con Mateo, ahora me tienes a mí.
Su respuesta verbal no fue inmediata, pero su sonrisa sí. Acunó mi rostro entre sus manos y me besó con una intensidad demasiado dulce.
—Ok, esposo mío. Vamos a atender a nuestra renacuaja.
Tomados de la mano, entramos a la casa y la atravesamos hasta llegar a la habitación principal, la nuestra. Nos pareció extraño no escuchar el llanto de Makena, después de todo la alerta del monitor de bebés había saltado por ello. La puerta del cuarto estaba entreabierta y, cuando la abrimos un poco más, nos percatamos de por qué Mak ya no estaba llorando.
—No puedes ser —susurró Lori antes de cubrirse la boca con ambas manos para que no advirtieran nuestra presencia.
A ambos lados de la cuna se encontraban Mateo y Marjorie respectivamente. Cada uno tenía un dedo índice cubierto por una manito de su hermanita quien miraba a la derecha y a la izquierda con curiosidad y hacía gorgoritos mientras pataleaba.
—¿Te estás divirtiendo, Makena? —le dijo la hadita a lo cual la bebé respondió con un eructito—. Creo que eso es un sí.
—Eso es, M3 —la animó Mat—. Juega con nosotros y así mamá y papá se tomarán un descanso.
—Mat, ¿crees que le agradamos? —preguntó Marjorie, lucía como si toda su estabilidad emocional dependiera de que la respuesta fuese positiva.
Mateo le echó un vistazo a la renacuaja y esta le ofreció la mejor de sus sonrisas desdentadas. Él también sonrió y luego alzó la mirada hacia su otra hermana.
—Yo creo que sí.
Marjie también sonrió y volvió a mirar a Mak.
—Crece rápido, renacuaja. Estamos ansiosos por jugar contigo.
Supe en ese preciso instante que esa escena la atesoraría el resto de la vida en mi memoria. Mateo y Marjorie quizás aún albergaban algo de miedo por ser desplazados, pero eso no les impedía amar a su hermanita y eso era todo lo que necesitábamos para saber que estaríamos bien.
—Mi amor —le susurré al oído a mi esposa que, por la emoción, estaba lagrimeando un poco—, creo que nuestros hijos mayores lo tienen todo controlado por aquí. ¿Seguimos bailando?
Mi rubia asintió, la envolví en un abrazo desde atrás y cerré silenciosamente la puerta antes de volver sobre nuestros pasos.
—Nuestros hijos son todo lo que está bien —murmuró.
—Deberíamos tener otro.
Ante mi idea, se detuvo en seco y se volteó hacia mí para mirarme con horror.
—¿¡Acaso te has vuelto loco!?
—¿Por qué no? Tenemos amor y dinero para procrear todo un equipo de fútbol.
—No voy a dar a luz a un equipo de fútbol. ¡No voy a volver a dar a luz! La fábrica está cerrada —hizo énfasis en esta última palabra—, ¿entendido?
—Yo quiero otro —hice un puchero.
—¿Entendido, Garret Harriet? —inquirió como si lo último que dije no lo hubiese escuchado.
—Entendido —asentí.
Por ahora.
Volví a abrazarla y nos conduje de regreso a la terraza. Si teníamos más hijos o no, ya lo discutiríamos otro día. Esa noche, solo quería bailar sin música con la mujer que amo hasta que me doliesen los pies.
▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪
¡¡¡Nuevo capítulooooo!!!
Lo prometido es deuda, prometí que habrían capítulos extras y aquí tienen el primero. Espero que les haya gustado.
Ha pasado poco más de un año desde que di por concluida esta novela y actualmente cuenta con 404k lecturas. Por eso subí el cap., para celebrar que estamos a nada de llegar a medio millón. ¡Muchísimas gracias por haberle dado tanto amor a mis bebés! Es un honor que me lean.
En otras fuentes de información, ¿sabían que el Mini Fandom ahora es una comunidad establecida en WhatsApp en la cual hay un grupo para cada universo literario y todos ustedes están cordialmente invitados a unirse? Solo deben escribirle al DM vía Instagram (mi user es klove_karina) y los añadiré con gusto.
Y hablando de Instagram...¡ya la Serie Heaven Gold City tiene su propia cuenta! La hallarán como heaven_gold_city y allí encontrarán fichas de personajes, curiosidades, reels graciosos, románticos y demás. ¡Los espero!
Por último pero no menos importante, quiero agradecerle a mi buena amiga JUPITER_CROWN por hacer posible que llegase a esta meta. Ella hizo por mí el acto más bonito que un autor de Wattpad puede hacer por otro: regalarme su fandom, y muchos de los nuevos lectores han llegado gracias a su esfuerzo por apoyarme. Es por ello que quiero retribuirle algo de eso y me gustaría que, aquellos que son fans del Romantasy, le den una oportunidad a su saga, Legendarios. Tengo la dicha de ser lectora de dichos libros y créanme cuando les digo que es de lo mejor que van a encontrar aquí en Wattpad de este género. ¡Ah! Y solo diré que si aman la temática de protas millonarios que abunda en este universo, aquel les va a encantar ;)
Besos de Karina Klove 😘
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top