CAPÍTULO 49: Resiste
Lorraine
Después de esa nefasta pero corta estancia en ese sórdido restaurante y, atendiendo a la recomendación de Salette de hospedarnos en una pequeña casa de campo casi al otro extremo del pueblo, Roy y yo ingresamos a Falfant.
Falfant no era nada del otro mundo. Un pueblito no muy grande, con pocos habitantes y muy poco cuidado como para calificarlo como pintoresco. Mientras transitábamos en el auto, inspeccionando visualmente aquel caluroso sitio, me pareció haberme transportado a otro siglo. A plena luz del día en medio de la calle podían apreciarse a maridos violentos, "corrigiendo" a base de latigazos a sus esposas e hijas. No había una sola mujer que vistiese jeans o vestidos y faldas que mostraran las rodillas. En cada esquina podían escucharse comentarios misóginos, machistas y un penetrante olor a licor saliendo de las bocas de los hombres pobres, no pobres económicamente hablando, sino pobres de mente.
Pero aún más pobres eran aquellas mujeres que se veían obligadas a soportar ese calvario. Saltaba a la vista que este era el modo de vida reinante en el pueblo, que las mujeres no tenían ni voz ni voto y los maltratos eran su pan de cada día. Sentí pena por ellas…y pena por mí. Me odiaba por haber abandonado a mi familia para someterme por voluntad propia a un suplicio casi igual al de esas mujeres. La única diferencia era que yo me defendía, pero mi defensa era mínima, solo lograba no desfallecer ante los golpes y evitar violaciones, pero aún recibía maltrato psicológico que, aunque ya no me afectaba en lo absoluto, estaba recibiendo de igual forma.
Reí con ironía para mis adentros al ver la expresión maravillada de Roy. No era difícil adivinar que un lugar tan retrógado como lo era Falfant sería un paraíso para él. Después de todo era un sitio donde ejercer la violencia contra la mujer era normalizado y, por lo tanto, tenía impunidad y vía libre para hacer de mí lo que le viniera en gana sin necesidad de seguir escapando.
Pero confiaba en Salette. Confiaba en que, si lograba nuestro cometido, ambas podríamos salir de este infierno para regresar a donde pertenecemos, al mundo en el que las mujeres valemos.
La casa que alquilamos era una casucha de verano, y no, no lo decía por su escaso espacio y su apariencia humilde, sino porque, literalmente, el techo podría caernos encima en cualquier momento. Y no solo eso, tanto el jardín trasero como el delantero tenían la hierba seca, los muebles de todas las habitaciones tenían chinches y muelles salidos, y el agua que salía del grifo tenía una tonalidad que decía a gritos que no era potable.
No obstante, no dejé que eso me preocupara. Si todo salía bien, mi estancia no sería larga y, además, ya me había hospedado en otras estancias con condiciones igual de ínfimas.
—Este lugar es una porquería —mascullé tras haberme sentado en el sofá de la sala de estar y haberme encajado un muelle en el trasero en el proceso.
—No es la mansión en la que vivías con el imbécil de tu amante, pero nos sobrará el tiempo para arreglarlo —comentó, mientras inspeccionaba los alrededores del salón.
—¿De verdad quieres que nos quedemos en este pueblucho de mala muerte?
—Es un lugar seguro, recóndito y…
—Y te sientes como pez en el agua porque aquí el sistema social es igual de machista y troglodita que tú.
Estaba de espaldas a mí cuando hice ese comentario, pero no tardó en voltearse para mirarme con esa sonrisa cínica y esa mirada feroz con la que solía intimidarme cuando le tenía miedo.
—Iba a decir que a nadie se le ocurriría buscarte aquí —se acercó a mí con pasos lentos, depredadores, y sacó una navaja del bolsillo trasero de su pantalón para deslizarla suavemente por mi pecho y el nacimiento de mis senos—, pero sí, me encanta que en este sitio los hombres sean hombres y las mujeres sean lo que son —se inclinó en mi dirección para susurrarme al oído—: objetos, sirvientas y rameras.
Cada palabra me provocó más asco que la anterior. Empuñé mis manos sobre la sucia tela del sofá en un intento de controlarme para no golpearlo como se lo merecía, porque descubrí a las malas que provocar las peleas era estúpido y que solo debía violentarlo cuando él atentara contra mí.
—Las mujeres somos muchísimo más que eso —gruñí entre dientes—. Pero claro, qué más se puede esperar de un tipo que se cree hombre y ni siquiera sabe lo que es eso.
Él no se tomó mis palabras con la misma calma con la que yo me tomé las suyas y me tomó del cuello, presionándolo con una mano y estampándome contra el respaldo del sofá. Vi más de cerca que nunca cómo se marcaban las venas de su frente, cómo en sus ojos verdosos resplandecía la furia y cómo le chirriaban los dientes tal cual animal salvaje a punto de atacar. Esa expresión antes me provocaba pavor, un auténtico e inmenso pavor porque sabía lo que proseguía a continuación: golpes, vejaciones, palizas y violaciones. Pero, ahora, solo me provocaba una profunda indiferencia, desdén y vergüenza hacia mí misma por haberle temido a un ser tan patético que necesita someter a una mujer para sentirse bien consigo mismo.
Eso son los abusadores como Roy, patéticos, y ninguna mujer debería sentir miedo ni menospreciarse a sí misma a causa de ellos. No lo valen.
—Te has vuelto muy respondona —masculló.
—Sí, ¿y qué? —alcé mi mentón con altivez—. ¿Acaso no poder controlarme te resta hombría? Qué patético, ¿no? Eres tan poco hombre que ni siquiera puedes callar a una perra asquerosa como yo.
—¡Cállate! —gruñió, ejerciendo más fuerza alrededor de mi cuello y asfixiándome en el proceso.
Le propiné un merecido rodillazo en su entrepierna aprovechándome de la posición en la que estaba colocado sobre mí y con eso bastó para que cayera a mi lado, sosteniéndose con ambas manos esos genitales que lo convierten en varón mas no en hombre. Me levanté y lo encaré con la misma dosis de enfado que me propinó a mí.
—¡Cállame! —tomé la navaja, que había caído al suelo, repasé el contorno de su estúpido rostro justo como él lo hizo con mi pecho—. Y ni se te ocurra volver a amenazarme con tu juguetito o de lo contrario lo usaré para cortarte los huevos.
—Perra —farfulló—. Te arrepentirás de esto.
—¿Ah sí? ¿Y qué harás? ¿Encerrarme de nuevo? ¿Negarme la comida? ¿Golpearme o violarme?
—En este pueblo puedo hacer todo eso y más —se incorporó poco a poco—, y podrás gritar a tus anchas porque nadie se molestará en ayudarte.
—No necesito la ayuda de nadie —lancé la navaja lejos de mi vista—. Afortunadamente me pareces tan insignificante que luchar contra ti no me provoca ni una pizca de miedo. Y eso es lo que te duele, ¿verdad? Que ya no infringes miedo en mí. Por eso no me has violado de nuevo, ¿cierto? Porque eres tan sádico que no se te para si no te temo.
—¡Cállate! —no fue una orden, sino una amenaza.
Y quizás debí hacerlo, debí callarme, pero no podía. No cuando pronto me reencontraría con mi familia y él obtendría su merecido. No después de ver a un pueblo entero lleno de mujeres mudas. No cuando mi amor propio me exigía echarle en cara que no es más que un parásito asqueroso que se alimenta de la vulnerabilidad de otros.
—No me voy a callar. ¿Sabes por qué? Porque la Lorraine que se callaba, la que bajaba la cabeza ante ti, la que acataba tus órdenes, la que te tenía pánico y le arrebataste su amor propio ya no existe. Esa Lorraine se esfumó. Y el Roy temerario e intimidante que recordaba nunca existió, porque tú siempre fuiste esta porquería, un parásito que alimenta su ego desmoronando el de los demás.
—¡Te dije que te callaras! —gritó a la vez que se levantaba y me abofeteó con tal fuerza que me lanzó al piso.
Me reincorporé con rapidez, limpiando el hilo de sangre que se escurría por la comisura de mi labio inferior. Me volteé y lo vi con las manos empuñadas, respirando agitadamente como un toro a punto de correr hacia el torero, y pasó de nuevo, no le temí ni por un segundo.
—¡Bravo! —aplaudí mientras reía—. Eres tan inmaduro y ridículo que demuestras lo mucho que te afecta la verdad con golpes.
—¿Acaso no fui claro cuando te dije que te callaras?
—¿Y yo no fui clara cuando dije que tus órdenes me importan un carajo? —reí—. Ahora sabes cómo se siente que te repitan una y otra vez que no vales nada. Porque tú no vales nada, Roy. Absolutamente nada.
Y con eso fue suficiente para derrumbarlo. No lo expresó corporalmente, insistió en mantener esa fachada de tipo malo, pero en sus ojos descubrí a un niño dolido por mis palabras, y eso debió dolerle más que el golpe con el que pensaba devolverle la bofetada.
Salí de la demacrada sala de estar en busca del baño rezando porque allí hubiese un kit de primeros auxilios. Si hay algo que odio son las marcas rojizas y moradas que dejan los golpes, me hacen sentir ultrajada, desvalorada. Por suerte en el diminuto baño sí había un pequeño kit. Me lavé el labio y procedí a untar algo de crema en la herida, ardió un poco, pero ignoré la molestia.
—Esto sin duda va a dejar marca —murmuré para mí al inspeccionar el lado izquierdo de mi boca en el espejo lleno de manchas colgado sobre el lavabo.
El resto del día marchó tranquilo, mayormente porque Roy no estuvo en la casa, se ausentó para comprar comida y antes de irse me dejó bien claro que no comería debido a mi "atrevimiento" de hace un rato. No me importó. En el patio trasero de la casa hallé un árbol de mango y tuve que treparme en él para agarrar un par de ellos. No me molesté en lavarlos, aún estaba hambrienta y simplemente me deshice de las cáscaras con los dientes y degusté la fruta como si fuera un manjar de dioses.
Mientras comía me abordó la nostalgia. Frutas. Macedonia de frutas. Era uno de esos tentempiés que tanto disfrutaba junto a Garret y Mateo cuando viajábamos en carretera o nos íbamos de vacaciones. Descubrí en ese instante que se me antojaban tanto ambas cosas, la ensalada de frutas y pasar tiempo con mis chicos.
Si todo sale bien, los verás muy pronto, pensé.
Los mangos no me quitaron el hambre, pero sin duda la calmaron lo suficiente como para darme la energía que necesitaba para inspeccionar la casa y descubrir los mejores lugares para ocultarme en caso de que fuera necesario. Me preocupaba el hecho de que Salette no fuera escuchada por la policía del pueblo cuando intentase comunicarse con mi familia, después de todo Falfant no era más que un nido de machistas y policías ineptos. Pero no pensaba perder las esperanzas tampoco.
Roy llegó cerca de las 5:00 p.m. y volvimos a discutir porque el muy cabrón pretendía que cocinara para él a sabiendas de que luego no permitiría probar bocado. Me negué, si yo pasaba hambre, él también. Y, como muy pocas peleas nuestras terminan igual que la última, comenzaron los golpes. Puñetazos, mordidas, patadas, escupidas, arañazos, bofetadas…incluso desprendí una tubería suelta del patio para noquearlo. Otra batalla campal que duró hasta el anochecer.
Después de dejarlo inconsciente sobre la maleza del patio, tomé algo de queso, pan y unos refrescos de los que compró y me oculté en el sótano de la casa. Le puse el pestillo desde dentro y, adolorida, bajé las pequeñas escaleras de madera hasta aterrizar el polvoriento y mohoso suelo de ese sitio. El olor a humedad y a animal muerto —seguramente ratas— me provocaron arcadas y me fue imposible no vomitar. Vomité, bastante y durante un buen rato, no fui capaz de detenerme hasta que la bilis escapó de mis entrañas también. Cuando terminé me sentía mareada y débil. No era para menos, llevaba semanas alimentándome mal, estaba bastante segura de haber alcanzado un estado de desnutrición, apenas dormía y encima gastaba las pocas energías que me quedaban peleando con Roy.
Traté de incorporarme, pero todo me daba vueltas. Tenía la boca seca, aún tenía deseos de vomitar y sentía que en el cualquier momento desfallecería. Me centré en respirar hondo mientras apoyaba el peso de mi cuerpo sobre mis rodillas y trataba de obviar los nauseabundos olores que envolvían la estancia. Cuando sentí que recuperaba algo de fuerza, conseguí ponerme en pie y caminar hacia un viejo sofá que había en el centro del sótano. Estaba cubierto por una sábana blanca que ya lucía más bien gris gracias al polvo, la retiré y comencé a toser por toda la suciedad que desprendió. El sofá que, aunque parezca mentira, estaba aún más inutilizable que el de la sala de estar, se convirtió en mi cama.
Me recosté sobre en él, estirando mis piernas y emitiendo gemidos cortos debido al dolor. Ya que no me sentía en condiciones de ingerir nada, le di dos sorbos a uno de los refrescos para hidratarme y a continuación me quité la peluca y los lentes de contacto para luego inspeccionar mis heridas. Para empezar mis rodillas parecían picadillo, estaban tan ensangrentadas y magulladas por las repetidas veces que caí al astillado suelo de madera de la casa. Levanté mi camiseta y descubrí un enorme hematoma que cubría toda la zona de mis costillas derechas, de seguro la causa fue el impacto que sufrí contra una pared cuando Roy me lanzó. También tenía una ceja rota y algunos rasguños aislados, fuera de eso todo en orden.
Me coloqué las botellas de refresco sobre el hematoma y las rodillas respectivamente, eran lo más parecido a un antiinflamatorio que tenía a mano. Cuando me sentí algo mejor, me dispuse a comer. Preparé unos improvisados sándwiches de queso y guardé algo de pan y queso para más tarde dentro de mi peluca, la coloqué a mi lado por miedo a que las ratas me dejaran sin comida.
Luego de un rato más, me quedé dormida. Aún no estaba satisfecha y permanecía adolorida, pero el cansancio se convirtió en peso sobre mis párpados. No sé a qué hora Roy despertó ni si gritó mi nombre a los cuatro vientos mientras me buscaba por toda la casa. Tampoco supe si las ratas intentaron comerse mis "provisiones". No pude pensar en nada de eso porque desperté en pésimas condiciones. Adolorida por los muelles salidos del sofá en el que dormí, agotada como si no hubiese dormido ni un minuto y vomitando como si a mi organismo le repugnaran sus propias entrañas. Estando tumbada en el sucio suelo de madera mientras reburgitaba lo poco que había comido en días no me detuve a pensar en que la mezcla de repulsivos olores de la estancia era la causante, o quizás lo eran los mangos que comí sin lavarlos siquiera, o inclusive podría estar enferma por toda la asquerosa comida de carretera que consumía. No lo sabía, y decidí ni siquiera pensarlo cuando por fin las arcadas se detuvieron.
No era recomendable que comiese luego de haber vomitado como lo hice, pero me sentía tan vacía que tuve que comer, en especial porque con ese estado de debilidad no podría enfrentarme a Roy. Afortunadamente el pan y el queso seguían allí y los devoré con ganas, apenas masticando y tragando atropelladamente. Luego bebí ambos refrescos de golpe, con la misma rapidez, como si temiese que alguien me arrebatara la bebida.
Al concluir mi desayuno —o almuerzo, no tenía idea de qué hora era—, respiré hondo, comprobé que mi cuchillo seguía resguardado en el sitio en el que solía ocultarlo, tomé un bate de béisbol que estaba tirado en una esquina y me encaminé escaleras arriba hasta volver al piso principal. Inspeccioné la casa, sosteniendo el bate en posición defensiva hasta que acabé en la sala de estar y me di cuenta de que la escoria no estaba allí. Aproveché para volver al baño a curarme las heridas que tuviesen remedio y estaba terminando de aplicarme una crema en la ceja cuando escuché la puerta principal abrirse y cerrarse.
Tomé el bate y regresé a la sala de estar para enfrentarlo. Sinceramente me dio risa y vergüenza ajena lo que vi. Me encontré frente a frente con un Roy con rostro magullado por mi defensa de anoche, un ligero hematoma en la zona derecha de la frente por el golpe con el que lo noqueé, un labio partido y cayéndose por lo borracho que estaba.
Y pensar que perdí años de mi vida con semejante idiota.
—Hola, perra —me "saludó", arrastrando las palabras.
—Hola, animal —bajé el bate, ni siquiera me haría falta por el estado en el que él estaba.
—¿Viste lo que me hiciste? —se señaló la cara con la mano que no sostenía la botella.
—No es nada que no me hubieses hecho tú antes —exhalé, hastiada—. No quiero repetir la escenita de ayer y no pienso discutir contigo estando así. Vete a beber o a dormir o lo que se te venga en gana, pero no me molestes.
—Estúpida —gruñó por lo bajo y pasó por mi lado para dirigirse seguramente a la habitación.
No le tomé la más mínima importancia, solo me limité a atacar la nevera en busca de más comida, necesitaba alimentarme con algo más nutritivo que pan, queso y refresco. No hallé mucho, Roy seguramente se lo había acabado todo solo para castigarme porque vi perfectamente que compró comida para varios días, no para una noche. Consumí lo único que quedaba: medio frasco de pepinos encurtidos y una botella de agua. Al terminar, sentí que los párpados me pesaban y mi cuerpo se hacía cada vez más liviano. Lo que supe después fue que mis piernas perdieron fuerzas, y para cuando llegué al piso, todo estaba negro.
(…)
Desperté con los gritos de Roy. Unos demandantes y feroces gritos que me culpaban y reprochaban.
Aún estaba aturdida y adormilada, tanto que no podía hallarle un sentido a sus palabras, solo escuchaba balbuceos. Veía borroso y los sonidos me parecían lejanos, como si mis oídos estuviesen taponados.
Regresé a la realidad cuando Roy me agarró del cabello con brusquedad, levantándome del suelo en el que, por lo visto, estuve tendida durante horas, ya que me percaté al ver a través de las ventanas de la cocina que ya era de noche. Y no fue lo único que descubrí al mirar esos vidrios empañados. Afuera había todo un carnaval de luces rojas y azules, patrullas policiales que rodeaban la entrada de la casa, habían venido por mí. Sonreí de alegría y alivio porque al fin volvería a casa con mis niños y con Garret, pero no me di cuenta de que me delaté con ese gesto.
—¡Llamaste a la policía! —me gritó Roy, zarandeándome a su antojo gracias al agarre que ejerció en mí—. ¿¡Cuándo!? ¿¡Cómo!? —el aliento etílico aún residía en su boca y casi me hace vomitar de nuevo.
—¡Yo no llamé a nadie! —traté de librarme de su agarre—. Me tienes vigilada todo el maldito tiempo, ¿¡cómo podría haberlo hecho!?
Mi respuesta no lo contentó, al contrario, lo enfadó más. Estampó mi cara contra la encimera, dejándome algo desorientada y aturdida por el golpe. Valiéndose de esa ventaja, me condujo sin problemas a lo largo de la casa y maldije para mis adentros por no tener el bate a la mano. Sabía lo que hacía, me estaba llevando a la parte trasera de la casa para intentar escapar por allí. Me sentí estúpida e impotente por no poder defenderme como lo había hecho hasta ahora, todo había sido culpa del maldito cansancio, de no haberme quedado dormida las cosas hubiesen sido diferentes.
Prácticamente arrastrando los pies por el mugriento suelo, me llevó al patio trasero. Estaba volviendo a mis sentidos cuando divisé el árbol de mangos y una puerta de madera similar a la de un cobertizo que llevaba a la calle paralela a la de la entrada. Me sentí estúpida una segunda vez por no haber detectado esa vía de escape antes que él, pero ya de nada servía lamentarse, de nuevo se saldría con la suya.
Estábamos atravesando un jardín igual de maltratado que el de la casa que alquilamos, todo estaba oscuro y desierto, y sentí que mi plan se había ido al carajo cuando, de buenas a primeras, aparecieron tres patrullas policiales y otros tres autos negros. Vi descender a los oficiales de las patrullas, a hombres robustos de dos de los autos oscuros y del último de ellos descendieron ellos…Garret y Regina.
El universo entero se detuvo para mí al ver el rostro de Garret en la penumbra, siendo iluminado únicamente por las luces azules y rojas. Sus ojos avellana resplandecieron y, a pesar de que nos encontrábamos a unos cuantos metros de distancia, pude ver cómo estos me decían "Te amo". Los míos por su parte se llenaron de lágrimas al verlo después de un mes y medio, con vida y aparentemente saludable.
—¡Las manos donde pueda verlas, Roy! —ordenó uno de los oficiales, apuntando con su arma en nuestra dirección, hasta ese momento no había notado que todos, excepto Garret y Regina, estaban armados y nos apuntaban.
Roy en respuesta emitió una de sus insoportables risas jocosas y sentí un escalofrío recorrer cada célula de mi cuerpo cuando soltó mi cabello para rodear mi cuello con su brazo y el frío cañón de un arma hizo contacto con mi sien.
¿De dónde sacó un arma?
Traté de no entrar en pánico y tragué grueso. Roy me había violentado de disímiles formas con anterioridad, pero nunca, nunca me había amenazado con un arma, ni siquiera cuando era policía.
—¿Así se ven bien mis manos? —bromeó, como si intentara echarles en cara a los oficiales que era inútil tratar con él cuando se trataba de un expolicía—. ¡Lorraine es mía! —espetó—. Y nada ni nadie me va a separar de ella. Así que, o nos dejan ir, o la mato y me mato.
Ante la amenaza, vi el rostro de Garret contraerse por la furia y empuñó sus manos para contenerse.
—¡Suelta el arma ahora! —demandó una oficial y, al tratarse de una mujer, solo le provocó risa a mi captor.
—¡A mí ninguna perra me alza la voz! —farfulló justo antes de lanzar un tiro al aire que casi me mata del miedo, de hecho, estaba temblando cuando el cañón del arma se posó nuevamente en mi sien.
En ese instante volví a sentirme como en la noche en la que apuñaló a Garret y recordé por qué me fui en primer lugar. Lo hice para proteger a mi familia, para que no volvieran a verse amenazados por navajas ni por armas, ni por amenazas y golpes. Lo hice porque el maldito psicópata que me estaba apuntando con un arma nunca me dejaría en paz, yo siempre sería el epicentro de su enfermiza obsesión.
Pero me equivoqué. La solución no era seguir a su lado, sometiéndome a su infierno. La solución era romper el maldito círculo vicioso de una buena vez. Mis hijos me estaban esperando. Mi prometido me estaba esperando. Mi familia me estaba esperando. Y la vida que construí sobre las cenizas de la que quemé antes de esa también.
Sabía lo que tenía que hacer.
La única forma que tiene una mujer abusada de romper el maldito calvario es enfrentarlo sola.
Me armé de un valor que no creí que poseería jamás y, aprovechando que Roy estaba más pendiente de las personas a nuestro alrededor que de mí, llevé mi mano izquierda al costado superior de mi pantalón y saqué el cuchillo que atesoré allí justo para un momento como este. Cerré los ojos, respiré profundo y alimenté mi odio. ¿Cómo lo hice? Sencillo. Bastó con recordar toda la mierda que Roy me hizo vivir desde la primera vez atentó contra mi amor propio. Recordé sus insultos, sus gritos, las veces que me trató como una inútil y las que hizo infeliz a mi hijo. Recordé cada golpe, bofetada, puñetazo, patada, paliza y violación. Recordé los tres bebés que escaparon de mi vientre incluso antes de que el embarazo se notara. Recordé lo infeliz que Mateo y yo fuimos bajo su dominio. Recordé cada amenaza y humillación. Recordé cuando secuestró a mi niño siendo solo un bebé. Recordé cómo fingió ser el marido ejemplar ante la corte civil cuando nos divorciamos. Recordé cuando apuñaló a Garret. Recordé cuando amenazó con dispararle a Marjorie.
Mi mano temblaba. No estaba segura si era por la rabia o por nervios, pero temblaba. Alcé levemente el cuchillo y me dije a mí misma por dentro que esto era por cada mujer abusada que sufría a manos de escorias como Roy, por cada golpe que recibí, por la víctima en la que me convirtió, por Garret, por Mateo, por Marjorie, por mi tía y el resto de mi familia. Y sobre todo por mí. Por mí, porque, pasara lo que pasara, nunca más sería su víctima de nuevo.
¡Púdrete en el infierno, cabrón!
Y lo hice. Le clavé el cuchillo en alguna zona que no supe identificar si fue su muslo, su abdomen o su pelvis, pero bastó para arrancarle un alarido de dolor y logré deshacerme de su agarre.
Y eso fue todo.
Corrí.
Corrí a los brazos de mi prometido que me recibía con los brazos abiertos. Corrí hacia mi libertad, hacia mi felicidad. Corrí como si nunca antes hubiese sido libre.
Ya me faltaban pocos centímetros para tocarlo, para tocar a Garret, cuando un empuje exterior me lanzó justo a sus brazos. Ese empuje no fue un tropiezo ni los brazos de un extraño…fue un disparo. Un disparo que perforó la piel de mi espalda baja y me hizo caer.
Roy me disparó.
—¡NOOO! —fue el grito que emitió Garret mientras me sostenía ya en el suelo, sobre la hierba seca que en breve dejaría de estarlo porque mi sangre se encargaría de mojarla—. ¡Maldita sea, no!
Dolía. Dolía como el infierno. La sensación de una bala ardiendo penetrando tu cuerpo no es como lo pintan en las películas, es muchísimo peor. Era un dolor intenso, una agobiante mezcla entre ardor y escozor. Podía sentir la sangre brotando por montones del orificio que la bala dejó en mi piel y sabía que necesitaría atención médica de inmediato o de lo contrario moriría, mi cuerpo no estaba en condiciones de soportar algo así.
—Lori, mi amor, aguanta —me rogaba Garret, llorando sin consuelo mientras se despojaba de su chaqueta para taponar con ella mi herida e intentar parar la hemorragia—. Te lo suplico, cariño. Aguanta un poco más, solo un poco más.
—Te extrañé —murmuré a duras penas, estaba consciente de que no era el momento idóneo para ello, pero necesitaba decírselo en caso de que…de que no ganara esta batalla.
—Y yo a ti, mi amor —me acarició el rostro con su mano libre—. Pero ya tendremos tiempo para ponernos al día, ahora solo ahorra fuerzas, por favor.
—Mateo…y...Marjorie… —noté que mi voz se tornaba más débil con cada palabra, me estaba quedando sin fuerzas y el dolor ya se había extendido a lo largo de todo el perímetro próximo a la zona baleada, estaba cansada y sentía que me dormiría en cualquier momento.
—Ellos están bien. Nuestros niños están bien —ejerció más presión con su chaqueta y me movió un poco para mantenerme despierta—. Vainilla, no te duermas. Quédate conmigo, quédate despierta.
—Los amo… —murmuré con un hilo de voz mientras las lágrimas se escapaban de mis ojos. No quería despedirme, era lo último que quería, pero, si estas serían mis últimas palabras, definitivamente no habría un mensaje mejor.
—Ni se te ocurra despedirte —demandó una voz muy conocida.
Regina, a la que había evitado mirar hasta ese momento por vergüenza, se arrodilló junto a su hijo, pero del lado contrario de mi cuerpo para así también cubrirme. La vi rasgar sin cuidado alguno su finísima blusa y con el pedazo resultante presionó también sobre mi herida.
—Regina…lo siento —me disculpé apenas en un susurro.
Sus ojos oscuros me miraron como tanto había extrañado que lo hiciesen, con amor y ternura. Ella también estaba llorando y no se molestó en ocultarlo.
—No, mi niña —negó con la cabeza—, yo lo siento. Fui demasiado dura contigo y quiero que sepas que nada de lo que dije fue en serio, ni siquiera estaba dirigido hacia ti. Nada de lo que pasó fue tu culpa, Lori. Nunca lo ha sido.
Esas palabras me devolvieron una paz que creí perdida desde esa fatídica noche en la que todo se fue al infierno. Pensé que nunca obtendría su perdón. Que, si la volvía a ver, ella me seguiría mirando con desprecio, responsabilizándome por lo ocurrido.
—Gracias…
—Ahorra fuerzas, querida. Tienes que seguir luchando, no puedes rendirte, te lo prohíbo —soltó un sollozo—. Tus hijos te necesitan, Lorraine. No tienes idea de lo mucho que te extrañan. Le prometiste a Mat que regresarías con él, y sabes que no puedes defraudarlo, así que lucha, solo un poco más. Lucha como la guerrera que eres.
Asentí con efusividad y con las pocas fuerzas que aún me quedaban. Regina tenía toda la razón, le prometí a mi hijo que volvería y tanto él como su hermana me esperan, me extrañan y me necesitan.
No voy a morir hoy.
Garret
Me estaba volviendo loco.
Mis pies se movían de un lado a otro a la par de mi ansiedad y mis nervios. Me sentía impotente, inútil y devastado. La vida de la mujer que amo estaba pendiendo de un hilo y lo único que podía hacer era esperar a que las puertas del bendito quirófano se abrieran para que saliera alguien que me pudiera revelar su estado.
En mi mente se reproducía una y otra vez ese horrible momento en el que Lorraine cayó en mis brazos tras ser baleada. ¿Cómo fui tan descuidado? ¿Cómo no vi que ese tipo, desde el suelo y mientras se desangraba, le había apuntado? Quizás fue porque estaba tan ansiosa por abrazarla que no me concentré en nada más que no fuera ella. Quizás fue por culpa de la rapidez con la que sucedió todo. O quizás simplemente soy un imbécil incapaz de proteger a sus seres queridos.
El pueblucho donde hallamos a Lori solo contaba con una pequeña clínica que no contaba con los implementos necesarios para atender una emergencia de tal magnitud, de modo que, cuando la ambulancia llegó, tuvieron que trasladarla al hospital de la ciudad más cercana, que es donde nos encontramos ahora. El problema fue que el viaje tardó de más y en la situación de mi prometida cada segundo contaba. Además, su estado físico tampoco era el mejor. No solo estaba golpeada, sino que encima estaba desnutrida. Llevaban al menos una hora operándola y aún no sabía si estaría bien.
—Hijo, cálmate —pidió mi madre, quien aún vestía su blusa rota y tenía las manos teñidas de sangre.
—No puedo calmarme, mamá —sollocé—. Lorraine está ahí dentro, luchando por su vida estando desnutrida, golpeada y con una bala en su espalda. ¿Cómo quieres que me calme si el amor de mi vida está al borde de la muerte?
—¡No digas eso! —me reprendió—. Lorraine es fuerte y saldrá de esta. Logró mantenerse consciente hasta la mitad del traslado hacia aquí y, si no hubiese tenido chance de sobrevivir, ya nos habrían dado malas noticias.
—Regina tiene razón, hermano —secundó mi hermano, quien había llegado junto a papá hace unos veinte minutos aproximadamente—. Lori no se va a dejar vencer tan fácil. Por favor, no seas pesimista.
—No quiero serlo, les juro que en este momento lo que más quiero es ser optmista, pero… —mi voz se quebró y me permití llorar tal cual niño pequeño—. He intentado ser fuerte y pensar que todo mejorará, pero todo empeora. Sabía que nos arriesgábamos que alguien saliera herido con esta misión de rescate, pero hubiese preferido que me volviesen a apuñalar cien veces antes de que le pasara esto a ella —tomé asiento en una de las sillas de la fila frente a mí, mi madre lo hizo a mi lado y mi padre y mi hermano se quedaron de pie frente a nosotros—. No pude protegerla.
—Garret, no te tortures —me pidió papá, quien había adoptado una actitud serena para servir de apoyo para los que no podíamos ser tan fuertes—. ¿Qué más podías hacer?
—Para empezar, si no me hubiese dejado apuñalar, Lorraine no se hubiese ido —espeté, y no quería volcar mi enojo en su contra, pero me urgía sacar toda mi frustración—. Lo siento —apoyé mis antebrazos sobre mis rodillas, derrotado—. Me prometí a mí mismo que la encontraría y que la llevaría de regreso a casa sana y salva…y fallé. ¿Cómo se supone que mire a la cara a Margarita y le diga que le dispararon a su sobrina en mis narices? ¡Dios! ¿Qué le voy a decir a Mat?
—Deja de hablar como si fuera tu culpa y como si ella hubiese muerto —farfulló mi hermano—. ¡Lorraine está viva! Fue baleada y su vida pende de un hilo, pero su corazón sigue latiendo y cuando terminen de operarla nos dirán que está bien. Así que necesito que dejes de culparte y lamentarte por lo que ya no tiene remedio. Ella te necesita fuerte. Necesita ver tu rostro cuando despierte y que le digas que la amas. Eso es en todo lo que tienes que pensar, ¿entendido?
—Entendido —murmuré.
El tiempo siguió pasando y con cada segundo más aumentaba mi aflicción. Varias veces se abrieron las puertas del quirófano dejando salir y entrar a enfermeras con bolsas de sangre, lo cual me pareció normal porque con toda la sangre que Lori perdió necesitaría más de una transfusión. Ninguna de ellas se detuvo para darnos información y tampoco intentamos pedírselas, no queríamos entorpecer su trabajo.
Perdí la cuenta de cuántos cafés me bebí y cuánto tiempo pasó mientras lo hacía. Solo quería pensar que todo saldría bien y que mi Vainilla siguiera respirando. Evan tenía razón, ella necesitaba que le dijera que la amaba y yo necesitaba decírselo una y mil veces. Necesitaba ver sus ojos azules, su mirada tierna, su sonrisa cálida. La necesitaba con vida y conmigo.
En mi mente solo repetía una y otra vez: "Resiste, Lorraine, resiste".
No sabía qué hora era ni cuánto tiempo estuvo mi mujer en ese salón de operaciones cuando finalmente un cirujano salió de allí. Apenas se había quitado los guantes y la mascarilla cuando lo abordé, sediento de información sobre el estado de salud de mi Vainilla.
—Doctor…
—Seré breve y directo —dijo, tras suspirar, debía estar exhausto—. La paciente perdió una cantidad considerable de sangre y sufrió varias hemorragias internas durante la operación. Sin embargo, pudimos controlarlas y extraer la bala con éxito, afortunadamente no alcanzó mucha profundidad y no dañó ningún órgano ni arteria.
—Entonces, ¿está bien? —jadeé.
—Está fuera de peligro por el momento, pero será trasladada a cuidados intensivos y la mantendremos en observación durante toda la noche, las próximas veinticuatro horas serán cruciales para determinar su mejoría.
—En su opinión, ¿cree que se pondrá bien? —preguntó cautelosamente mi hermano.
—En mis años como cirujano me he topado con muchos balazos y muchas hemorragias, pero son pocas las ocasiones en las que he visto a un paciente de tal gravedad con tantas ganas de vivir —eso nos sacó sonrisas a todos—. Pueden estar tranquilos, se pondrá bien.
Y eso era todo lo que necesitaba escuchar para volver a respirar tranquilo.
Mi Vainilla se pondrá bien.
Se pondrá bien...
▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪
Nuevo capítuloooo!!!
Porfa, no me maten.
El disparo a Lori estaba planeado desde el principio, pensé en esto incluso antes de idear el motivo por el que firmarían el contrato.
¿Quién está orgulloso de nuestra Lori por ser tan fuerte?
¿Cómo creen que se desarrolle su recuperación?
¿Qué creen que ocurrió con Roy?
Cap. dedicado a: Rosadefuego39 , Anonimiusss y Remo266
Besos de Karina Klove 😉
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top